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Capítulo 4

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Olivia tuvo la tentación de recurrir a sus pastillas para la ansiedad antes de ir a reunirse con Tarek en su despacho. Pero no lo hizo. Necesitaba guardarlas para sus ataques de pánico, algo que, por suerte, solo sufría cuando tenía que tomar un avión. Debería haberse tomado una, también, cuando había visto a aquel hombre desnudo con una espada. Aunque, entonces, el pánico no había sido su emoción dominante.

Enderezando la espalda, levantó la mano para llamar a la puerta. No debía darles más vueltas a los sentimientos contradictorios y acalorados que la habían poseído cuando lo había visto en el pasillo la noche anterior, desnudo y con expresión torturada.

Estaba cansada de recordar su imagen sin ropa una y otra vez.

Sin embargo, tampoco ese era un asunto que debía serle indiferente. Después de todo, había ido allí a casarse con él. Y el propósito era darle un heredero.

Para Olivia, el sexo no era algo negativo. Era parte del matrimonio y no le disgustaba. Siempre había sido consciente de que, si se casaba con el sultán, no podría seguir siendo célibe, como había sido en los últimos dos años, desde la muerte de su marido.

Decidida a pensar en otra cosa, llamó a la puerta. Muchas cosas eran inocuas en apariencia, pero peligrosas en el fondo. Tarek, su cuerpo desnudo y lo que ella sentía al respecto pertenecían a ese grupo de cosas.

–Entra.

Olivia abrió y cerró la puerta tras ella. Al verlo delante de la mesa con la postura de un soldado y las manos entrelazadas detrás de la espalda, se quedó sin respiración. No había logrado acostumbrarse a su imponente figura, que no dejaba de admirarla.

–Ya he entrado. Ahora podemos empezar.

–Estoy dispuesto a seguir tus instrucciones en lo que se refiere a mi formación como monarca. Pero eso no significa que vayas a tomar el control de mi vida diaria.

–Solo durante los próximos veintinueve días.

Él se rio.

–No. Si vas a ser mi esposa, es mejor que comencemos bien desde el principio. No sé cómo funcionaba tu matrimonio anterior. Sin embargo, si te convirtieras en mi esposa, debes tener claro que no vas a ser mi niñera.

–No creo que deba serlo – repuso ella, sintiendo que se le encogía el estómago–. Y no quiero hablar de mi primer matrimonio.

–Tú misma hablaste de tu marido esta mañana.

–Es diferente si soy yo quien saca el tema.

–¿Son todas las mujeres tan difíciles?

–Solo cuando tratan con hombres imposibles.

–Entonces, esto será interesante – comentó él con gesto impasible.

–Estoy de acuerdo – dijo ella–. Supongo que el palacio cuenta con un peluquero.

–No estoy seguro. Podemos averiguarlo – replicó él, se dirigió a la puerta, salió al pasillo y gritó unas palabras en su idioma.

–¿Qué haces?

–Estoy investigando si hay una cuchilla de afeitar. ¿No es eso lo que querías?

–Supongo que tienes un teléfono en la mesa. Creo que será más directo para localizar a los criados que dar voces como un animal.

–No se me había ocurrido – reconoció él, y volvió a entrar y cerrar la puerta. Junto a la mesa, miró hacia el teléfono.

–¿Sabes cómo funciona?

–Lo he usado alguna vez – afirmó él con tono críptico.

–Tengo una idea mejor. Vamos al baño. Seguro que encontraremos algo.

–Supongo que sí – dijo él, no muy convencido.

–Sígueme.

Olivia se dirigió hacia la puerta, pero no lo oyó moverse.

–¿Vienes?

Entonces, sintió su calor detrás de ella, su cálido aliento en el cuello. Su proximidad la quemaba con la ferocidad de una chispa en paja seca.

–No soy un perro al que puedas dar órdenes. No te equivoques, mi reina. No soy tu mascota. Haré lo que tenga que hacer por el bien de mi país. Pero seguiré siendo siempre el mismo hombre. No soy bueno. Ni soy malo. Soy un hombre que hace lo que es necesario. Es mejor que lo recuerdes siempre.

Olivia se quedó paralizada un momento, tratando de recuperar el aliento. Él la adelantó y salió del despacho sin esperarla. Parpadeando, ella lo siguió.

Tarek llegó hasta el ala donde estaban sus aposentos, mientras ella lo seguía obedientemente. Abrió la puerta de su suite de par en par.

Olivia había estado en muchos palacios durante su reinado. Pero todos palidecían ante el esplendor del palacio de Tahar. Los aposentos del sultán eran enormes y suntuosos.

El baño no estaba apartado del dormitorio. Una gigantesca bañera y varios espejos podían verse desde donde ella estaba en la puerta.

–No me extraña que no pudieras encontrar una cuchilla de afeitar. Aquí cabría todo un ejército.

–Solo uno pequeño – puntualizó él.

–Supongo que tienes razón – repuso ella con una sonrisa–. Bien, si yo fuera una cuchilla de afeitar, me escondería en un cajón – indicó, y lo miró, esperando encontrar una muestra de humor. Pero él seguía serio como una roca.

Meneando la cabeza, Olivia se adentró en la sala y se dirigió al lavabo. Se agachó y, en uno de los cajones, encontró un neceser con un equipo completo de afeitado.

–Lo tengo – dijo ella, sacó el neceser de cuero y lo colocó sobre la encimera de azulejos.

Cuando, acto seguido, Tarek se quitó la camisa, Olivia se quedó allí parada con los ojos muy abiertos. Estaba cautivada. Por su fuerza. Por sus músculos. Por su piel dorada cubierta de vello oscuro. Y por el halo de fuerza y ferocidad que irradiaba su cuerpo.

Él avanzó con la agilidad de un depredador.

Ella era su presa, se dijo Olivia. No podía correr. No podía esconderse. Así que esperó.

Sin embargo, se recordó a sí misma que debía mantener el control. Respiró hondo.

–¿Era necesario que te desnudaras?

–Sí – afirmó él, arqueando una ceja. Sin decir nada más, sacó el contenido del neceser.

Olivia contempló fascinada sus movimientos, directos, capaces y llenos de armonía. Para ser un hombre tan grande, tenía la agilidad de un felino. Y manejaba la cuchilla con la precisión de un arma.

No tenía por qué quedarse allí para presenciar cómo se acicalaba, se dijo ella. Pero no fue capaz de apartar la mirada. Tampoco él se lo pidió.

Era una sensación muy extraña, sentirse clavada al suelo, incapaz de centrar la atención en nada que no fuera el hombre que tenía delante.

¿Era tan fácil apegarse a alguien cuando se había pasado tanto tiempo aislada?

Olivia sintió un nudo repentino en la garganta al pensar en su casa vacía de la infancia. Para escapar a ese tipo de soledad, siempre había luchado por encontrar amigos, buscarse un lugar en el mundo, tener un marido. Sin embargo, no había servido de nada, porque había terminado de nuevo sola. En un palacio, en vez de un ático neoyorquino, pero sola.

Allí, tenía a Tarek. Tenía un objetivo. Una tabla a la que aferrarse en el océano, mientras que antes había flotado a la deriva.

Tarek abrió el grifo, tomó agua con las manos y se salpicó la cara. Las gotas le cayeron por el cuello, por el pecho. De pronto, ella tuvo sed. Mucha sed.

Hipnotizada, se quedó viendo cómo se pasaba la cuchilla con la misma maestría con que le había visto sujetar la espada.

Si le había resultado imponente con barba, la cara que se escondía debajo era impresionante. Era una belleza fiera como el desierto. Dura, ruda. Desde su nariz afilada a sus labios sensuales. Sin la competencia de la barba, las cejas parecían más fuertes, más oscuras y hacían que sus ojos negros resultaran más poderosos e irresistibles.

¿Cómo había podido pensar que no era atractivo?, se preguntó a sí misma. Habían cambiado demasiadas cosas desde la primera vez que lo había visto hasta el momento en que lo había sorprendido de noche, en el pasillo, desnudo.

Cuando el sultán hubo terminado, se aclaró la espuma que le quedaba. Se enderezó y la miró.

Era como si estuviera delante de un hombre diferente, pensó Olivia. A excepción de aquellos ojos inconfundibles.

Tenía el pelo moreno mojado, suelto sobre los hombros. Iba a tener que cortárselo también, se dijo.

Olivia se acercó, mientras él la esperaba quieto como una roca. A ella le latía el corazón tan fuerte que apenas podía oír nada más. Titubeó un momento, pensando que tal vez fuera mejor contenerse. Pero ¿por qué? No había motivo para reprimir la atracción que experimentaba.

Quizá era porque hacía mucho tiempo que no había estado con un hombre. O porque se sentía sola. Aunque las razones no importaban. Su misión era casarse con él, después de todo.

La química era una poderosa razón para el matrimonio, se dijo.

Lo miró, intentando adivinar sus pensamientos. Pero no vio en sus ojos nada más que un abismo insondable. Aun así, como un niño atraído por un pozo sin fondo, continuó avanzando hacia él.

El sultán olía a limpio y a jabón. Incluso algo tan sencillo como eso le resultó a Olivia irresistible.

Sin embargo, Tarek era un extraño. Había esperado dos meses para darle a Marcus su primer beso y había esperado a tener un anillo de compromiso antes de entregarle su cuerpo.

Pero la fuerza irresistible que la empujaba a seguir avanzando era demasiado poderosa.

Tarek era un hombre y ella era una mujer. Punto.

Alargó el brazo y le rozó la mandíbula con la punta de un dedo. Su piel era suave como el terciopelo. Notó que él se tensaba bajo su contacto.

–Estás muy bien así – comentó ella, acercándose todavía un poco más.

Con el corazón latiéndole a toda velocidad y los pezones endurecidos, posó la palma de la mano en el pecho desnudo de él. Estaba muy caliente. Y muy duro. Bajó despacio, acariciándole los abdominales.

Atravesándola con ojos de fuego, el sultán le dio un empujón.

–¿Qué estás haciendo, mujer?

De pronto, esa misma pregunta la sofocó. ¿Qué estaba haciendo? Apenas conocía a ese hombre, se repitió, avergonzada.

Pero ¿por qué debía avergonzarse? Estaba cansada de renunciar siempre a sus deseos. Pocas veces había tenido tantas ganas de hacer algo como en ese momento. Ansiaba tocarlo, saborearlo. Y era una suerte sentir eso hacia el hombre con quien debía casarse.

–Te estaba tocando – repuso ella, sin amedrentarse–. ¿Tanto te sorprende?

–¿Para qué?

–Porque quería tocarte.

–No lo hagas.

–Si nos casamos, eso sería un problema.

–Si nos casamos, veremos qué hacemos entonces.

–Oh, no lo creo. Es mejor que tratemos con esa clase de cosas ahora – afirmó ella, y tragó saliva–. Yo espero que el nuestro sea un matrimonio real.

–No creo que pudiera ser falso – señaló él, y recogió su camisa del suelo para ponérsela–. Tendría que ser legal, por supuesto.

–El papeleo no es lo único a tener en cuenta. Tienes que interactuar con la persona con la que te casas. La química y la compatibilidad sexual son importantes.

–Si es importante para ti y yo decido que el matrimonio entre nosotros es la mejor opción, entonces me aseguraré de satisfacer tus necesidades.

Sus palabras sonaban tan desapasionadas que ella no supo cómo responder. Tarek hablaba como si no fuera algo importante para él. Sin embargo, según la experiencia de Olivia, a los hombres les interesaba mucho el sexo. También había comprobado que era ventajoso sentir apetito sexual hacia el propio marido.

–Es importante – insistió ella, sin poder ocultar su fascinación por aquel hombre tan fuera de lo común.

–Entonces, si decidimos casarnos, nos enfrentaremos a ello.

–Yo no… no estoy segura de comprender – balbuceó ella, confusa.

–No hay nada que comprender.

Nunca en su vida había reaccionado un hombre con tanta indiferencia a su contacto. Aunque Olivia tampoco tenía tanta experiencia en ese campo. Marcus había sido su único amante, después de todo. Pero había coqueteado con muchos otros y siempre había tenido éxito. Sus intentos de conseguir atención del sexo opuesto siempre habían sido satisfactorios, a pesar de que no hubieran ido más allá de algunos besos inocentes.

En ese momento, se sintió de nuevo como la niña que había sido, suplicando cariño de sus padres, sin recibir nada.

–Pensé que tendrías algo que opinar al respecto, como la mayoría de los hombres.

–Los hombres son débiles. Sus apetitos reclaman constante satisfacción. Si yo me rindiera a mis apetitos, me convertiría en un esclavo. En mi posición, no puedo desear nada más que servir a mi país.

Sus palabras hicieron que algo floreciera en el corazón de Olivia. ¿Qué le pasaba?, se dijo a sí misma. ¿Por qué le importaba tanto lo que aquel extraño dijera?

¿Y qué más le daba que la rechazara?

–Tengo que ocuparme de que te corten el pelo – señaló ella. Cualquier cosa era mejor que concentrarse en los inesperados sentimientos que la asediaban–. Y necesitarás ropa adecuada.

–¿Qué tiene de malo mi ropa?

–¿Qué llevaba puesto tu hermano a los actos públicos? ¿Llevaba túnicas al estilo tradicional de Tahar o llevaba trajes occidentales? Eso es importante. Tengo que decidir cómo organizar tu guardarropa.

–Si te doy a probar un caramelo, intentas quedarte con toda la bolsa.

Ella sonrió, aunque se encogió por dentro ante la metáfora sexual de su comentario. Sí, si él le dejaba probar un poco de sí mismo, intentaría devorarlo entero.

–Para eso he venido – replicó ella, tratando de poner a buen recaudo sus inseguridades y el dolor del rechazo.

–Me da lo mismo lo que llevara puesto mi hermano. Yo prefiero ser distinto.

–Es un buen comienzo – opinó ella–. ¿Qué clase de gobernante quieres ser? Solo tú puedes responder a esa pregunta, Tarek.

–No creo que un rey lo sea para su propio regocijo. Creo que un hombre solo puede servir a su pueblo si tiene un propósito que va más allá de sí mismo.

–Hablas mucho de servir a tu pueblo.

–Llevar el peso de la responsabilidad de un país equivale a servir a los demás. Si lo haces solo por disfrutar del poder, no consigues nada.

Ella lo observó pensativa.

–Si estabas en desacuerdo con la forma de gobernar de tu hermano, ¿por qué no le dijiste nada?

–No era asunto mío. Mi misión era muy específica. Había llegado a un acuerdo con él hacía años.

–¿En qué consistía?

–Si me dejaba en paz, estaría a su disposición para proteger a nuestra gente – contestó Tarek con expresión sombría–. Fue un acuerdo mutuo que ambos respetamos. Él me llamaba cuando hacía falta ayuda y yo se la prestaba. Pero ahora estoy en una posición diferente.

–Ahora tienes el poder. Es lo bueno de ser un sultán. ¿Qué ropa te gustaría llevar? ¿Quién quieres ser?

–No tengo la capacidad de preocuparme por algo como la ropa. ¿Tal vez tiene algo de especial que se me escapa?

Olivia se enderezó, señalándose el delicado vestido blanco que lucía.

–La ropa es importante. Presenta cierta imagen. Me gusta pensar que la mía combina las ideas de lujo y sofisticación. Es algo que la gente valora en una reina, según me enseñaron.

–Entiendo… eso que dices.

–Bien. A ti te preocupa tu pueblo.

–Más que mi propia vida.

A Olivia se le encogió el estómago al pensar en que alguien se preocupara por ella con esa misma fuerza y determinación.

Tragó saliva. No. No podía desear lo inalcanzable, se recordó a sí misma.

–Tahar atraviesa una nueva época – comentó él con gesto serio–. Y yo soy capaz de dirigir a mi pueblo hacia los nuevos tiempos. Mostrémoselo.

–Bien. Como no te puedo presentar montado en un caballo blanco blandiendo una espada, buscaré atuendos que refuercen tu poder. Haré algunas llamadas.

Dicho aquello, Olivia salió de la habitación y se dirigió a su dormitorio. Necesitaba estar sola. Tenía que pensar bien las cosas y recuperar la compostura. No podía volver a comportarse como una estúpida.

Necesitar a alguien podía ser demasiado peligroso. Su bienestar emocional no podía depender de nadie, se repitió a sí misma.

No podía olvidarlo.

Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego

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