Читать книгу Cartas a un joven investigador - Manel Esteller - Страница 11

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Apreciado M.:

Me parece increíble que, después de una jornada de duro esfuerzo en el laboratorio, aún tengas ganas de escribirme un correo explicándome cómo te va. Admirable. No olvides tampoco, por favor, tu vida personal. A aquellos que nos mueve la pasión por nuestro trabajo, que nos corroe por dentro esa necesidad de conocer, suele sucedernos que nos olvidamos a veces del reloj. Si me lo permites, y aprovechando lo que me cuentas, quisiera hablarte brevemente de lo que significa trabajar para un investigador.

Como me ocurre a mí, seguro que tú también eres consciente de muchos casos de amigos, familiares o simplemente conocidos que se pasan toda la semana, de lunes a viernes, deseando que lleguen el sábado o el domingo. Nunca lo he entendido, quizás porque mi profesión es también mi diversión. Si en una semana de siete días te pasas el 70 % de tu tiempo en un purgatorio, condenado a trabajos forzados, es que debes cambiar de ocupación tan pronto como te sea posible. Muchas veces, analizando un problema biomédico en la oficina, estoy tan enfrascado que el tiempo parece detenerse, como si fuera un parámetro poco importante. La relatividad del tiempo es un fenómeno que siempre me ha intrigado. ¿Por qué aquel verano de tu adolescencia pareció durar años y ahora los meses de estío pasan a una velocidad de vértigo? ¿Por qué parecía que aquel dolor no iba a desaparecer nunca cuando en realidad solo duró una semana? El cerebro juega con el resto de nuestro cuerpo. Sobre los retos de la neurología te hablaré otro día u otra noche, si surge la ocasión. Quizás este apego tan grande al trabajo científico, esta vocación que tú también compartes, sea adictiva como la del deportista que, sin su ejercicio físico ni su aumento de endorfinas asociado, se encuentra más alicaído.

Una viñeta cómica del personaje Dilbert, un ingeniero atrapado en una empresa desastrosa, nos muestra al personaje en una entrevista de trabajo contestando a la típica pregunta: «¿Cuál es su peor defecto». Él se lo piensa un poco y en un intento de caer bien al empleador contesta: «A veces trabajo tanto que me olvido de comer». Y, animándose demasiado continúa: «Y entonces me desmayo y los buitres revolotean a mi alrededor esperando que muera. Espero que no sea un inconveniente para este empleo». Pues eso, da rienda suelta a tus ganas de trabajar, de sumergirte en las avenidas brillantes del conocimiento, pero recuerda que más allá de un ideal somos materia que vive en sociedad, si me perdonas el tecnicismo. Es decir, cuida tu cuerpo y tu mente. Busca equilibrar trabajo-descanso: haz ejercicio físico moderado, cuida tu alimentación, duerme las horas adecuadas, no olvides a tus amigos, ama a tu pareja y muestra cariño a tu familia. Te parecerán cosas sencillas, pero acabarán beneficiando tu labor investigadora, que será probablemente más eficiente y te permitirá concentrarte mejor. Te lo digo de corazón, porque habiendo vivido en los extremos, ese punto medio de equilibrio, aun poniendo la ciencia en el centro de mi vida, es el mejor estado.

Una de las grandes ventajas del trabajo científico es la constante presencia de novedades. Aunque existen grandes ejes en los que se desarrolla la labor de un investigador, cada día te puede deparar una sorpresa. Ventajas de mirar donde nadie ha mirado antes. El resultado de un experimento te puede llevar a otro ensayo esperado, pero puede suceder que el dato obtenido te haya hecho replantear completamente la hipótesis y tengas que revisar los postulados previos y abrir nuevas líneas de investigación. Te pongo un ejemplo del grupo. Hace años decidimos estudiar cómo reaccionan nuestras células frente a los virus causantes de cáncer. Mi idea primera era que cuanto más avanzado estaba el tumor, más activo estaría el virus. ¡Pues fue al contrario! En los tumores agresivos el virus se esconde de nuestras defensas, del sistema inmune, y su papel solo es importante al inicio del proceso, en las lesiones precursoras. Otro ejemplo también del grupo. La mayoría de los genes alterados en cáncer que encontramos suelen estar asociados a un curso clínico peor de la enfermedad. ¡Sorprendentemente, encontramos que en un caso la pérdida de un gen se asociaba a un mejor pronóstico! Ello era debido a que el tumor seleccionaba este defecto para evitar morir, quedando como «congelado», por lo que no crecía y el paciente evolucionaba mejor. Estas historias también quieren reflejar la necesaria versatilidad de tus métodos de trabajo. Siempre digo a mis investigadores que dejen hablar a los datos, que adapten a ellos sus hipótesis y nunca lo hagan al revés.

El buen trabajo siempre es recompensado. No me refiero a premios ni dinero específicamente, sino a la satisfacción de la tarea bien hecha. Cuando amueblamos un piso, podemos escoger un armario sin alma elaborado automáticamente en condiciones laborales no dignas en un país del Tercer Mundo o elegir uno creado de forma más artesanal con productos de proximidad o en condiciones de comercio justo en su lugar de origen. Si podemos elegir libremente, la segunda opción me parece la más recomendable. De esta misma forma, ese trabajo riguroso del científico suele acabar originando resultados que serán la base de otros descubrimientos o ellos mismos serán quizás ya aplicables. Muchas veces parece que el esfuerzo no da rendimiento, pero aunque solo sea por haber proporcionado aprendizaje y experiencia ya ha valido la pena. Te explico una breve anécdota personal: cuando era muy joven estuve haciendo el mismo experimento con leves modificaciones técnicas y de muestras durante todo un año, obteniendo siempre un resultado no valorable. Al cabo de 365 días decidí cambiar completamente la metodología usada introduciendo una técnica que entonces aún se utilizaba de forma muy limitada, y entonces obtuve el dato útil. No solo eso, sino que me convertí en un experto local en esa tecnología. Por eso, ahora que has tenido la delicadeza de escribirme antes de irte a dormir, un poco frustrado por ese ensayo que hoy has repetido tres veces sin resultados, te cuento esta vivencia personal. Mañana volverá a salir el sol, y estoy seguro que pronto resolverás ese rompecabezas.

Tu trabajo de investigación es un viaje. Cuando el planeta aún era joven, exploradores y comerciantes lo recorrieron de arriba a abajo desde Marco Polo a Amundsen, pasando por el apretón de manos entre H. M. Stanley y el doctor Livingstone en África. Aún existen mundos desconocidos. Aventureros de ficción como Indiana Jones o Lara Croft también poblaron nuestras mentes. Cuando me preguntan qué hubiera querido ser si no fuera investigador biomédico, muchas veces pienso en la arqueología. Devolver la vida a civilizaciones olvidadas y perdidas no es tan distinto a resucitar unas células o tejidos que se están muriendo. Y esa extraña fascinación por exponer lo que está oculto, que también está presente en el periodismo serio, es muy potente y atractiva. Por tanto, joven científico, tú eres un aventurero. Quizás no subas a las cimas del Tíbet o el Nepal, ni te hundas en la fosa de las Marianas o te adentres en el desierto verde del Amazonas, pero eres un explorador de pies a cabeza. Cuando te hundes en el núcleo de la célula, cuando tu cerebro bulle con el machine learning, cuando accionas el botón del láser, cuando mezclas las dos soluciones químicas en el esperado Santo Grial del tubo de ensayo, cuando todas estas acciones heroicas suceden, tú eres el protagonista de una gran aventura. Ojalá sueñes con ella cuando caigas esta noche vencido por el sueño reparador que mereces.

Tu trabajo científico va mucho más allá de ti mismo. Muchas ocupaciones parecen limitadas a su acto propio o como máximo al beneficio de las empresas que emplean al trabajador. Tú tienes la inmensa fortuna de que tus actividades trascienden tu propia existencia. Los conocimientos que hayas generado en tu tarea investigadora irán mucho más lejos que tu propia persona. ¡Qué gran privilegio poder pensar que algo que hemos hecho con nuestras manos y con nuestro cerebro va a pasar a otros, que será usado para generar más descubrimientos! Muchas veces no somos conscientes de la importancia de los hallazgos científicos, ni tan siquiera lo son los propios científicos que los realizan. Un investigador en unos estanques a partir de una bacteria anónima encuentra un sistema de modificación genética y ahora esa técnica es la más usada en los laboratorios para determinar la actividad de un gen. Años atrás, otro investigador usa una proteína de otra bacteria e inventa la reacción en cadena de la polimerasa (PCR), la técnica que democratizó la biología molecular poniéndola al alcance de todos. Quizás ese experimento fallido que has hecho hoy te hará retomar el próximo día tu diseño metodológico en otra dirección y abrirá nuevas puertas al saber. La hormiga reina es importante, pero son las hormigas obreras las que sostienen el hormiguero. En cada acción investigadora existe la semilla de un mañana mejor.

Ahora te dejo ya en paz, deja de leer este correo en el móvil y desconecta. Toma distancia. Compara tu trabajo con el de otros. Y da cada día gracias por realizar una tarea que busca mejorar la vida de las personas. Apaga la luz de la mesilla de noche y alúmbranos a todos con tu futuro seguramente brillante. Quizás tú tengas tus esperanzas depositas en mí, pero yo las tengo en ti.

Sinceramente,

MANEL

Cartas a un joven investigador

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