Читать книгу Cartas a un joven investigador - Manel Esteller - Страница 7
ОглавлениеApreciado M.:
Gracias por tu carta. Me hizo mucha ilusión recibirla. Hacía mucho tiempo que no llegaba a mi despacho una carta personal escrita a mano. El correo postal solo trae publicidad no deseada. De ahí mi alegría, que viaja a los tiempos de mi juventud, por poder abrir el sobre y leer tus palabras. Escríbeme a partir de ahora por correo electrónico y así nuestra correspondencia será más rápida, aunque quizás menos personal. Pequeños peajes que debemos pagar por el progreso.
Te agradezco que me escribas. No sé si buscas consejos y no sé si sabré darlos. Lo que te puedo asegurar es que me hace muy feliz que ya desde joven hayas decidido ser científico. Nunca han hecho más falta investigadores en el mundo. Me explicas que te gustaría realizar descubrimientos y que eventualmente estos puedan ser útiles a la gente. Si finalmente te decides por la investigación biomédica, me añades que ojalá sirvan para vencer enfermedades incurables. Siento de corazón el fallecimiento de tu tía por un cáncer de páncreas y comparto también la tristeza de ver apagarse poco a poco a tu abuela a causa del Alzheimer, borrando sus recuerdos de aquellos campos de trigo de su niñez. Entiendo perfectamente que estas circunstancias hayan motivado tu decisión de ser investigador, porque en parte también determinaron la mía. Tú, desde tu precoz vocación, y yo, desde la dirección de este instituto de investigación, no estamos tan alejados. Compartimos un sueño.
Se desprende de las palabras de tu carta una enorme ilusión. Es esa una gran cualidad. Se podrán tener una enorme inteligencia y una inmensa ambición, pero, sin el ansia del descubrimiento, el científico es un huérfano. Adivino el brillo en tus ojos cuando explicas las emociones de los primeros experimentos, de cuando te pusiste tu primera bata de laboratorio, de cuando apareció aquel primer resultado positivo. Esas ganas de levantarse pronto para ver dónde nos llevará hoy la investigación. Se dice, no sin razón, que las personas a las que le guste su trabajo no sentirán que están trabajando ni un solo día del resto de su vida. Yo siempre he visto el trabajo como un premio, nunca como un castigo. La oportunidad de contribuir. La sensación de formar parte de un esfuerzo común y global para luchar contra enfermedades devastadoras, para llevar a un ser humano hasta Marte o descubrir una forma nueva de producir energía limpia. Un dicho popular afirma que todos los adultos llevamos todavía en nuestro interior el niño que fuimos. A veces está dormido. Pero un día se puede despertar con el estímulo adecuado, con la pregunta correcta, con aquel enigma que nos recorre la columna vertebral. Tu ilusión nutre a ese niño y será la base para una carrera científica plena y valiosa.
Tus ganas de aprender, de hacer cosas, tu motivación, tienen un pequeño problema. Pueden ser frágiles y convertirse al mismo tiempo en la diana de aquellos con pequeños corazones. La ilusión es magnífica, maravillosa, puede brillar como una centella de fuego, pero, al igual que esta, puede también ser fugaz y desaparecer en la negrura más absoluta. Habrá días en que los experimentos no darán resultado, tu jefe de laboratorio no estará del mejor humor o tendrás que repetir un análisis rutinario hasta la saciedad. Por eso, más que una estrella fugaz, el resplandor y luz de tu ilusión deben ser como la de nuestro sol: una luz que no se extinga en millones de años. Bueno, en tu caso en unas cuantas decenas de años. Para eso tendrás que alimentar ese fuego del conocimiento. Existen muchas maneras de hacerlo y, como todo en esta vida, varias de estas formas tendrás que aprenderlas tú mismo basándote en tus peculiaridades e idiosincrasias. Una opción para mantener viva esa llama del deseo del saber es tomar cada cierto tiempo algo de distancia. Salir de la opresión del día repetitivo de la marmota y examinar la situación desde una cierta distancia. Esto te permitirá darte cuenta de que tu trabajo sigue siendo importante, de que tus hallazgos han contribuido a la ciencia, ya sea en menor o mayor grado, y entonces volverás al día siguiente con energía renovada y ese brillo incandescente de la ilusión. También puedes conseguir este efecto vigorizante recordando tus comienzos, es decir, el momento en el que te encuentras ahora. Volver a esa pureza limpiará tu mente de aquellos lastres con los que haya podido cargarte el día a día del quehacer científico. Finalmente, un último consejo para preservar esa ilusión de juventud que tanto admiro: céntrate siempre en lo importante que es el descubrimiento, en la exploración de mundos en los que ningún humano ha estado antes, ya sea dentro de un paciente, una célula o un átomo. Los fuegos fatuos o los cantos de sirena pueden ser acompañantes, pero no son el objetivo de tu tarea. No brillaban por ellos tus ojos. Existirán muchas distracciones, personajes que cambiarán las señales de las direcciones de los caminos y problemas que parecerán insolubles, pero siempre existirá un nuevo amanecer, sobre todo si tu fuerza motriz es la generación de nuevo conocimiento. Protégete también de los ladrones de tiempo, aquellos seres de trajes grises que, robándote unos minutos aquí y unas horas allá, te hagan preguntarte esta noche: «¿Qué he hecho hoy?». Ojalá tu respuesta sea: «He contribuido».
Si el hecho de envejecer no te proporciona necesariamente una mejor manera de actuar, seguro que te proporciona más información. Muchas de las cosas que ahora crees quizás sean incompletas, descomposiciones de la realidad al pasar por el prisma de tu juventud. Pero debes de creer en ellas. Los ojos, bien alzados. La mirada, en las estrellas, pues de lo contrario seguro que solo el frío suelo te espera. Objetivos máximos: ¿si no te pones estas metas elevadas ahora, con la energía que tienes, cuándo lo harás? Estados Unidos es un país con cantidad de problemas, pero muchos de sus estudiantes crecen con la creencia que, si se lo proponen, un día podrán llegar a ser su presidente. Y lo piensan aunque estadísticamente sea muy improbable. Recuerdo una encuesta similar realizada en nuestro entorno que reveló que el objetivo número uno de los encuestados era convertirse en dependiente en una tienda de moda de una marca conocida. Pues eso: que este momento precioso del que disfrutas, cuando te abres al mundo de la investigación, no tenga límites. Goza imaginando que lo que haces un día servirá para curar una enfermedad rara infantil, descifrar un lenguaje antiguo ahora ininteligible o producir un carburante que ponga a nuestro alcance las estrellas más lejanas. Lo más probable es que dentro de unos años la realidad ponga a cada uno en su lugar, pero si de entrada tú mismo te pones fronteras, tu universo se irá haciendo más pequeño y tus logros acabarán dejándote insatisfecho. Lo que te digo no significa que no debas conocer tus puntos fuertes o débiles, sino que saques lo máximo de los primeros e intentes mejorar los segundos. Estas líneas, apreciado M., me hacen recordar dos historias personales relacionadas entre sí. La primera se refiere a una ocasión en que una maestra de mi colegio quiso hablar con mis padres. Sentada detrás de una mesa anónima, con la cabeza rematada en un moño oscuro, les dice: «Este niño no vale para estudiar». ¡Vaya ojo clínico que tenía la señora, porque estudiar es lo único que he hecho durante toda mi vida! Pues eso, que no te pongas barreras ni mucho menos te creas las limitaciones que te intentarán imponerte a veces los demás. Y la segunda historia está relacionada con mi vida deportiva. El baloncesto es un deporte que siempre me gustó practicar, y aún juego cuando puedo. Llegó un momento en que ocupaba buena parte de mi tiempo, coincidiendo con una época en que debía estudiar mucho para poder entrar en la facultad de Medicina. Pues bien, después del mejor partido de mi vida, después de conseguir veinticuatro puntos a pesar de ocupar sobre todo la posición de pívot defensivo, decidí dejar de jugar en competiciones. Comprendí que nunca sería lo suficientemente alto ni habilidoso como para dedicarme al baloncesto profesional, y que, en cambio, mi energía y mis capacidades me permitían adentrarme en las ciencias biomédicas con entusiasmo. Conoce tus puntos fuertes y súmales tu ilusión.
Seguro que tu ilusión es efervescente por tu juventud, pero debes basarla también en unos cimientos fuertes. Muchas veces se presentan espejismos que nos hacen creer que hemos llegado al agua del oasis y solo es la seca arena del desierto la que toca nuestros ansiosos labios. Es cierto que ciertos modelos de éxito o modas pueden haber sido el primer catalizador para tu vocación científica, pero no debes anclarte en ellos. A veces nuestros ídolos con pies de barro caen y las tendencias que son ahora de rabiosa actualidad dejan de serlo al día siguiente. Tus ganas de ser un buen investigador deben ir más allá de estos motivos o alicientes, pero si fueron el primer motivo para despertar el gusanillo de la ciencia, bienvenidos sean. En mi caso recuerdo varias influencias tempranas: una biografía del doctor Fleming, el descubridor de la penicilina, y el libro Introducción a la ciencia de Isaac Asimov, que me recomendó un buen amigo. Aquella edición aún la guardo con cariño en mi despacho. A veces, si la tarde parece poco productiva, el teléfono no deja de sonar o el correo electrónico solo trae distracciones, la contemplo con cariño y vuelvo al trabajo. También recuerdo la influencia de la televisión —un aparato que en una generación como la mía nos hacía de niñera muchas veces—, especialmente de una serie norteamericana en la que una familia acomodada le pregunta a su hijo qué quiere por su cumpleaños y, en la escena siguiente, el joven acaricia emocionado unas cajas con instrumentos nuevos de cirugía. Quizás eso, algo tan banal, fue decisivo para que deseara ser médico. En tiempos más recientes, series policiacas con las nuevas tecnologías del ADN (como CSI) provocaron un aluvión de alumnos hacia carreras de análisis forense y criminalístico; del mismo modo que series sobre las aventuras en hospitales (como Urgencias u Hospital St. Eligius) causaron un incremento de las vocaciones en carreras asociadas a la medicina. Sean cuales fueren esos fogonazos que despertaron tu pasión, sean bienvenidos, pero recuerda que la investigación es una prueba atlética de largo recorrido y que deberás mantener viva esa ilusión en el tiempo y el espacio.
Quiero comentarte una última cosa en esta carta, si me lo permites. Todos conocemos ejemplos de deportistas que fueron estrellas brillantísimas a edades muy precoces y luego nunca más se supo de ellos. Recuerdos de futbolistas que parecían ser el nuevo Pelé o Messi me vienen ahora a la mente, y sus nombres, que ocuparon portadas en la prensa de ese ramo, ahora están casi borrados de nuestra memoria. A veces es mejor no saber qué ha sido de ellos. La industria artística, ya sea en cantantes o actores, también ha originado estas figuras deslumbrantes en edades infantiles y juveniles, y luego se las ha tragado la tierra. Muchos han acabado como juguetes rotos, solo repescados por mal llamados periodistas del género carroñero. He visto a jóvenes científicos, que fueron rutilantes en su momento, afectados por trayectorias muy parecidas a las descritas, aunque con una repercusión mediática mucho menor. Incluso compañeros cercanos, mucho más inteligentes que el pobre destinatario de tu carta, han desaparecido en el olvido de un trabajo gris y sin recompensa. En un momento u otro perdieron su ilusión, vencidos por las circunstancias. Así que persigue tus sueños, pero tampoco pienses que el camino te resultará fácil gracias a las que tú crees buenas cualidades. Incluso si el éxito te llega muy pronto, sé consciente de que ese solo es el principio del camino. Una golondrina no hace verano, pero un calor constante y acogedor te puede seguir reconfortando el resto de tu vida.
Me despido con afecto. Guardo tu carta en mi mesa de reuniones. La dejo encima de otros papeles como si fuera por casualidad. No lo es. Es un cebo. Una estratagema para pescar nuevos investigadores que se vean reflejados en tus palabras de entusiasmo. También la usaré para insuflar nuevos aires de esperanza y deseos de saber a aquellos investigadores ya más mayores, golpeados por la mala suerte o el peso de los días. Quiero contarte también un secreto. No se lo digas a nadie. También la guardo para mí. Para releerla a escondidas. Después de un largo día de investigación que aún no sabré si va a dar resultados. La ilusión por la investigación que brilla en tus ojos y que transpiran tus frases despierta esas luciérnagas de luz en los míos. Al final de este proceso, solo nos diferencian las patas de gallo rodeando mis ojos y su ausencia en los tuyos.
Si no me he hecho pesado, aquí estoy para lo poco que pueda ayudar. Mantenme informado de cómo te van las cosas, si te apetece. Siempre es agradable encontrarse con almas gemelas en un mundo inhóspito.
Con ilusión,
MANEL