Читать книгу Cartas a un joven investigador - Manel Esteller - Страница 9

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Hola, M.:

Estoy contento de tener noticias tuyas otra vez. Y estoy satisfecho de saber que mi anterior respuesta no te pareciera tan soporífera y de que me hayas enviado este correo electrónico. Acuérdate de poner tu nombre en el «asunto», pues de lo contrario tu mensaje quedará enterrado bajo una montaña de otros correos. Otro día te hablaré de la esclavitud de los nuevos medios de comunicación, si no te importa. Me parece genial que te hayas incorporado a ese laboratorio para empezar tu trabajo como investigador. Veo que te han asignado un tema de investigación, pero tienes dudas acerca de cómo afrontarlo. No entraré en detalles técnicos, de los que si quieres hablaremos más tarde, pero sí querría transmitirte una idea sobre la que, en mi modesta opinión, es una de las mejores cualidades que debería tener un científico: la imaginación. Déjame que te explique unas cuantas cosas sobre esta musa.

La imaginación nos hace humanos. También lo hacen el conocimiento de la muerte y el sentido del humor, seguramente, pero estas ideas escapan de mi campo de experiencia (aunque soy plenamente consciente de su existencia). Perdona la digresión y ten un poco de paciencia, pues no todos somos tan jóvenes como tú. Decía que la capacidad de imaginar nos distingue de otras especies y que debería ser una de las características del homo cientificus. En este sentido, esta habilidad de pensar en cosas que aún no han sucedido, de proyectar formas de conseguir determinados eventos, de buscar nuevas herramientas para ver y visitar lugares inexplorados, guarda cierta similitud con las obras de los artistas. Por ejemplo, los escritores, por regla general, preparan una novela con una introducción, un momento cumbre, un desenlace posterior y un epílogo final. Del mismo modo, cuando escribas tu primer artículo científico primero expondrás lo que se conocía de ese tema, el porqué de tus experimentos, el resultado de los mismos y las posibles consecuencias derivadas de esos experimentos. Asimismo, el pintor o escultor que realiza su obra a partir de un modelo interpreta la llamada «realidad» a la luz de su visión artística, al igual que el investigador que pone sus hallazgos en relación con lo que se conoce de ese tema. La única diferencia es que el investigador debería buscar más la objetividad, ya que ello permite la utilización de sus datos por otros científicos.

La imaginación también tiene sus riesgos. Si Cristóban Colón no hubiera tropezado con América relativamente pronto, se hubiera encontrado con un motín en sus barcos o con otras situaciones igualmente desagradables. Pero fue valiente, arriesgó y ganó. De igual forma, cuando te preguntes qué problema o cuestión científica vas a abordar, no puedes descartar de entrada acercamientos más novedosos. Es bonito andar sobre caminos no trillados. Si haciendo un mismo análisis 637 veces sale A, es difícil pensar que haciéndolo 638 veces saldrá B, aunque todo es posible. Por eso tu mente debe estar abierta, y en este sentido, y seguramente en muchos otros, los científicos deben ser capaces de replantearse hipótesis y aceptar diferentes fuentes de información contrastada. No siempre repetir lo habitual origina los mejores frutos. Te recuerdo en este sentido una historia: «Un hombre busca de noche entre unos matorrales las llaves del coche, otro se le acerca y le dice si las vio allí por última vez. El primero se da la vuelta y le dice: “No, fue en aquella pared, pero aquí hay más luz”». La moraleja de este breve cuento es doble: debemos adecuar nuestros planteamientos a aquello que deseamos averiguar o, en todo caso, debemos averiguar aquello que se adapte a nuestros planteamientos. Del mismo modo que un cirujano ortopédico no es probablemente la persona ideal para resolver la teoría de las supercuerdas, tampoco nos debemos fiar de un especialista en física cuántica para nuestra prótesis de rodilla. Es decir, usa tu imaginación para adentrarte en zonas ignotas del conocimiento, pero hazlo contando con las mínimas herramientas necesarias para que el objetivo no sea inalcanzable. El pobre Colón, ni con todo su coraje, hubiera podido llegar al nuevo continente en una sencilla canoa.

Investigar en áreas poco conocidas puede comportar que después de días, meses o años no se hayan generado datos que se acepten de forma convencional como interesantes. La sociedad está montada así, y en este sentido los resultados negativos, aunque importantes para descartar teorías, no suelen ser adecuadamente reconocidos. Si aciertas en estos campos sin explorar, puedes realizar un gran descubrimiento. De una manera entre académica y publicitaria se suele llamar a este fenómeno «cambio de paradigma». También se denomina en inglés high risk / high gain. Descubrimientos en el área de la biomedicina que encajarían más o menos en esta definición fueron que el llamado genoma oscuro del ADN tenía una función y estaba activo y, más de actualidad, que las vacunas basadas en el ARN tenían una utilidad clínica real. Prueba una de estas hipótesis un poco locas en tu acercamiento al problema que me describes en tu correo electrónico, hasta donde los recursos y la paciencia de tu mentor lo permitan. Me gustaría, no obstante, hacerte la siguiente reflexión: muchos conquistadores se perdieron en la selva y nunca volvieron de su búsqueda de la legendaria ciudad de El Dorado que, según las leyendas, estaba bañada en oro. Es decir, por el afecto creciente que te tengo, no me gustaría que solo persiguieras una quimera, sin tener un plan B. Por favor, si aprecias a este veterano compañero, desarrolla también planes experimentales más seguros. Igualmente los resultados pueden ser positivos o negativos, pero conocerás un poco mejor el terreno que pisas. Lánzate al vacío, si quieres, pero con un paracaídas. Básate en técnicas contrastadas por otros investigadores, partiendo de los datos previos obtenidos por la comunidad científica, y a ellos añádeles tus gotas de imaginación para resolver ese puzle que te intriga. Este tipo de descubrimientos suelen ser los mayoritarios en ciencia y han supuesto, después del trabajo de muchos científicos, avances importantísimos. Te pongo un ejemplo en el área de la oncología: en los años ochenta alguien descubrió un gen asociado al crecimiento celular, en los noventa otra persona descubrió que ese gen está mutado en el cáncer, en la década del 2000 se diseñaron los primeros inhibidores del mismo y a partir de 2010 esos fármacos comenzaron a usarse de forma mayoritaria. Un camino similar siguieron los medicamentos contra los virus VHC y VIH causantes de la hepatitis C y el sida. Si alguna vez participas en cualquier paso de historias parecidas de descubrimientos, sé tan amable de acordarte de estas líneas que he escrito para ti.

En mi laboratorio intento que los miembros del grupo tengan dos proyectos que sigan respectivamente la tipología mencionada anteriormente: uno más arriesgado que pocas veces podemos anticipar si saldrá bien y otro más seguro del que se derivará algún resultado. Si sale bien el primero el laboratorio es una fiesta, pero esto ocurre muy pocas veces; en cambio, el trabajo más clásico permite al investigador progresar en su carrera profesional, continuar formándose y contribuir con una bonita piedra a la construcción de una pirámide formidable.

La imaginación en el diseño de una investigación científica no cae del cielo. Ojalá fuera así, pues todo sería más fácil. No creas a pies juntillas la historia de que fue una manzana caída sobre la cabeza de Isaac Newton la que dio lugar a las leyes de la gravedad. A veces, no obstante se producen situaciones que despiertan ese momento «¡eureka!» (¡Lo he descubierto!), como exclamó Arquímedes en su bañera de Siracusa (Sicilia). He sido afortunado de experimentar unos pocos de esos preciosos instantes. Un ejemplo es el de una tarde que estábamos sentados en un restaurante de comida rápida donde dos hermanas gemelas pidieron el mismo menú basura, pero una era obesa y la otra delgada. ¿Cómo era posible si tenían la misma secuencia genética? Pues eso dio lugar a que descubriéramos que seres vivos con el mismo ADN pueden tener una distinta regulación del mismo que les puede dar distinto aspecto y susceptibilidad ante las enfermedades. Aunque podemos pensar que este es un clásico evento eureka, sin los datos previos del grupo y de muchos otros investigadores no hubiera sido posible. Ni el propio Fleming, sin sus eminentes conocimientos en bacteriología, se hubiera dado cuenta al volver de vacaciones del potencial de la penicilina, este antibiótico milagroso derivado de un hongo.

Creo que eres una persona imaginativa y por eso te pido que cuides esta propiedad como si fuera un pequeño tesoro. Muchos intentarán denostarla, te lo advierto, confundiéndola con la fantasía o la ficción, conceptos por otra parte también respetables. Pero si eres capaz de imaginar tus descubrimientos, estos pueden ser diferenciales y representar grandes avances. Te pongo un ejemplo: cuando científicos de la Costa Oeste de Estados Unidos consiguieron crear un ADN recombinante no lo hicieron para crear seres híbridos o monstruos de la razón, sino que abrieron la puerta a la producción masiva de insulina. Se acabó la búsqueda de cadáveres y la matanza de animales para conseguirla, y qué gran respiro para los diabéticos. Tu imaginación, y su capacidad asociada de incorporar nuevas ideas, te hará además permeable a conocimientos que proceden de otros campos. Hoy en día una de estas áreas híbridas es la bioingeniería, en la que se están desarrollando nuevos dispositivos que mezclan componentes biológicos y silicio. También las ciencias biomédicas se benefician directamente de otras ciencias como las matemáticas o la informática. Ejemplos de estas aplicaciones serían, entre otros, la aplicación de programas para hacer la radioterapia y el diagnóstico de imagen más específicos o el uso de la bioinformática en el estudio del cáncer y otras enfermedades. Así pues, sé imaginativo: si estudias células humanas, quizás estudios en una mosca o un gusano te proporcionen la pista que te faltaba. No quiero venderte ninguna moto, te lo prometo, si me permites la expresión. La identificación de los genes responsables de una de las principales formas de cáncer de colon hereditario se realizó inicialmente en levaduras, esos minúsculos seres que nos dan tanto placer produciendo la cerveza que tan ricamente tomamos en verano. Conviértete en una esponja (no de cerveza) y absorbe también ideas y técnicas de otras disciplinas que puedan resultarte útiles. Sé como el junco, fuerte pero flexible, como dice la antigua cita oriental.

La imaginación crece siempre mejor en terreno fértil. Cuando abordes una cuestión científica, como por ejemplo «por qué esta maldita célula del cáncer no se muere con este fármaco cuando hace unos meses la mataba», el primer paso es estar informado. La información es poder. Los políticos, los militares y los economistas ya lo saben, y también los científicos deberían ser conscientes de ello. Realiza una búsqueda bibliográfica completa de los diferentes aspectos y antecedentes de la situación antes de empezar el ensayo. Sé que eres una persona trabajadora, así que no me seas perezoso y no busques información solo de los últimos cinco años. Recuerdo a un joven miembro del grupo que entró en mi despacho muy excitado explicando que había descubierto la inactivación de un gen en el cáncer. No sabía como decírselo de forma delicada, así que fui directo al grano: «Sí, se sabe desde 1997». Recuerda, por favor, que debes retroceder en el tiempo todo lo que sea necesario para conocer los detalles de tu sistema experimental. Si me permites la broma, te diré que el mundo existe antes de que aparecieran Instagram y Twitter, e incluso (esto no te lo vas a creer) antes de internet.

Finalmente, te diré que la imaginación no es un ave solitaria, sino que muchas veces vuela en bandadas. Es mucho más fácil que emerjan ideas creativas en tu tarea investigadora si estás rodeado de otros científicos con esa capacidad de adelantarse al futuro, de pensar out of de box. A las personas mediocres les gusta rodearse de individuos grises para poder destacar —el tuerto en el país de los ciegos—, pero si quieres realizar una investigación disruptiva o simplemente relevante, intenta rodearte de los mejores. Los buenos no te empequeñecerán; al contrario, aprendiendo de ellos, de sus aciertos y sus errores, te harás más grande.

Te dejo, pues tengo ganas de estar con la familia antes de la cena. He de confesarte que mi hijo ha heredado mi curiosidad por las cosas, no necesariamente las científicas. Imaginando un futuro brillante en tu quehacer investigador, me despido hasta la próxima ocasión, si este profesor no te aburre.

Con afecto,

MANEL

Cartas a un joven investigador

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