Читать книгу Cartas a un joven investigador - Manel Esteller - Страница 13

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Querido M.:

Aunque aún no hemos coincidido, este intercambio de mensajes y el ver cómo te vas iniciando en la vida del investigador han hecho surgir en mí un cariño hacia tu persona. Es propio de la naturaleza humana hacer siempre más favores a aquellos que nos caen bien, pero te quisiera hablar un poco de la generosidad como término general. Te lo digo por las pequeñas disputas, rencillas o envidias que intuyo que pueden haber aparecido en los últimos días en tu laboratorio, a raíz de leer entre líneas tu último mensaje. Dice un antiguo proverbio que debe estar más agradecido el que da que el que recibe. Desde nuestro punto de vista occidental esta idea puede resultar difícil de asimilar, pero no está exenta de razón. Ayudar al prójimo para un bien común mayor es algo digno de elogio. ¿Y qué mayor agente de consenso entre los humanos que reconocer cómo la ciencia ha hecho progresar a la humanidad? Por eso ceder, compartir y colaborar serían palabras que deberías incorporar a tu vocabulario profesional. Basándote en ellas no solo verías el crecimiento de tus compañeros, sino también tu propio desarrollo personal e investigador. Déjame que ahonde brevemente en estas ideas, hoy que te percibo un poco enfadado.

La investigación producto de una alma solitaria es hoy en día escasísima. La mayoría de los trabajos científicos involucran a distintos miembros de tu laboratorio y, frecuentemente, a investigadores de otros grupos e instituciones. El cine y la literatura pueden seguir mostrándonos al científico como un loco encerrado en soledad en su sótano, pero la realidad es muy distinta. Puede ser cierto que hace mucho tiempo esfuerzos hercúleos de una sola persona generaran conocimientos importantísimos (Galileo Galilei, Isaac Newton…), pero en la actualidad eso es rarísimo. Incluso la mismísima y extraordinaria Marie Curie tuvo el apoyo intelectual imprescindible de su marido y de un amplio elenco de colaboradores. Una de las razones por las que la ciencia se ha convertido en una labor más comunitaria, con diversos autores contribuyendo a un mismo descubrimiento, es el crecimiento exponencial del conocimiento. Se dice que desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 se han acumulado más datos científicos que a lo largo de toda la historia anterior de la humanidad. En este sentido, la ciencia se ha convertido en una nueva religión, pero no profundizaré en este aspecto, ya que lo considero algo muy íntimo para cada individuo y alejado del área de experiencia de tu pobre consejero, si me permites que me autodenomine así.

Apreciado amigo, debes ser capaz de sumarte a un equipo, respetando sus peculiaridades, pero sacando lo mejor de cada uno de sus integrantes y evitando comportamientos o individuos tóxicos. Del mismo modo que grandísimos jugadores de fútbol como Messi, Maradona o Pelé necesitaron a sus compañeros para ganar títulos, tú necesitarás a colaboradores para llegar donde tú solo no podrías ir. Puedes meter muchos goles, pero sin un portero y un defensa que paren a los rivales, y un centrocampista que te dé asistencias de gol, lo tendrás un poco crudo. En el campo de la oncología molecular, por ejemplo, hasta el momento en que un fármaco llega al mercado ha pasado por químicos, farmacéuticos, biólogos, veterinarios, abogados, economistas, enfermeros, médicos… Incluso cuando haces el primer experimento que te proporciona la pista para detectar los puntos débiles de un cáncer, ya han contribuido en el proceso personas con distintas habilidades: unas que son maestras del ADN, otras de las proteínas, otras de las células y otras de los análisis bioinformáticos. Si además de sumar sus cualidades técnicas, desarrollas vínculos de amistad con esas personas, tu tarea será aún mucho más agradable. Un paso importante de este proceso es reconocer que en la ciencia moderna es muy difícil saber mucho de todo. Por lo tanto, pedir ayuda al experto es una señal magnífica de que tu trayectoria científica va bien encaminada.

La generosidad también debes demostrarla compartiendo tu conocimiento y enseñando a otros. Nos encaminamos hacia un mundo en el que la ciencia abierta (Open Science) será la norma y seguramente la mejor forma de avanzar en la mejora de las condiciones de vida de todos. Existen diversas plataformas donde depositar los datos obtenidos en tu investigación para que se puedan también beneficiar de los mismos otros investigadores y así acelerar sus propias pesquisas. Te pongo un ejemplo: si tú has obtenido un mapa de los genes expresados en una glándula mamaria normal y otro grupo ha obtenido un perfil de los genes expresados en un cáncer de mama, si os juntáis e intercambiáis información, habréis definido la firma de activación genética específica de ese tumor. En muchos campos de las ciencias los estudios incluyen a muchísimos colaboradores, como ocurre en la física en el área de las partículas subatómicas o en la astrofísica. En las ciencias biomédicas los proyectos de obtención del genoma humano completo y del de otras especies fueron ejemplo de estas multiautorías. Lo mismo ha sucedido con el atlas del genoma del cáncer (TCGA) que, coordinado desde el Centro Nacional del Cáncer (NCI) de Estados Unidos, ha implicado a investigadores de todo el mundo. Incluso a veces, para evitar injusticias, el orden de los autores de alguno de los artículos se ha elaborado usando solo el abecedario, para evitar cualquier conflicto. ¡Ni siquiera aquellos cuyo apellido acababa en zeta se han quejado! Mi propio grupo ha participado en algunos de estos trabajos y tengo que decirte que ha sido muy reconfortante constatar la solidaridad y comprensión mostrada entre los distintos autores.

Sé también generoso cuando juzgues el trabajo de otros. Todavía no, joven colega, pero muy pronto no solo serás parte sino también juez. En tu calidad de investigador serás invitado a evaluar la calidad de los descubrimientos de otros para decidir si deben ser reconocidos mediante una publicación de prestigio, si ese investigador debe recibir una beca o ganar un premio. No seas más duro con los demás de lo que lo eres contigo mismo. Si crees que el trabajo o proyecto presentado no reúne los requisitos mínimos necesarios, sé gentil y constructivo en la forma de expresarlo. En vez de encender la antorcha y practicar la política de tierra quemada, ayuda a edificar. Menciona técnicamente los defectos si los hubiera y sugiere soluciones y propuestas para subsanarlos. Intenta evitar personalismos. Evita por favor cualquier discriminación por procedencia, etnia, sexo, orientación sexual o creencia religiosa. Por la amistad que hemos trabado ya sé que no te lo tengo que recordar, pero la ciencia debe ser evaluada por su calidad, sin tener en cuenta otros factores externos a la misma.

Soy perfectamente consciente de que no vivimos en un mundo perfecto y de que las influencias existen en muchos sentidos, pero no podemos dejarnos arrastrar por ellas. Si un día nos tomamos un café, te explicaré muchas historias de ese mundo de la revisión científica: algunas te harán reír y otras llorar. De hecho, darían para escribir un libro, pero creo que debería ser póstumo. No obstante, te adelanto un par de esas historias. Había regresado hacía poco de Estados Unidos y me habían invitado a un congreso para pronunciar una conferencia. A la hora del descanso, en un claustro de un convento precioso, me rodean unos cuantos catedráticos, mirándome como quien observa a una especie exótica. De pronto, uno, con su combinado en la mano, me suelta: «¿Y tú de quién eres?». Al principio no lo entendía, pero enseguida capté que se refería a quién era mi protector. Raudo contesté: «Yo soy de mi trabajo». Y dejándoles con la boca abierta volví a la sala de conferencias.

Apreciado amigo, que tu trabajo hable por ti. Los hechos dicen más que las palabras. Busca apoyos, pero tu valor intrínseco tiene que hablar por ti. Una segunda historia. Un científico se había peleado con otro por el origen de una idea, algo que no es tan extraño; Santiago Ramón y Cajal y Camillo Golgi, por ejemplo, se llevaban a matar. Pues bien, el primero, en cada proyecto que realizaba, añadía: «Este trabajo no puede ser evaluado por el doctor X, ni por cualquiera que haya trabajado con él ni que haya vivido en su ciudad». ¡Le faltó un pelo para condenar también a todos sus descendientes! Pues eso, ten en cuenta que los científicos, incluyendo a tus compañeros y colaboradores, son también personas con sus defectos y pequeñas manías, pero recuerda que el fin último de generar sabiduría exige aprovechar sus habilidades y olvidar sus flaquezas. No hay mayor mérito que convertir a un rival en un aliado.

Aunque a veces te parezca que estás muy verde y que eres un recién llegado al mundo de la investigación, ya tienes capacidad de influir y enseñar a otros. Dice una antigua alegoría que un pobre iba detrás de un rico recogiendo los restos de comida que tiraba y lamentándose de su miserable vida. Hasta que se dio la vuelta y vio a otro aún más pobre que él que se alimentaba de lo que él mismo descartaba. De modo que busca mejorar, pero aprecia lo que tienes. Si eres generoso y llega alguien nuevo al laboratorio, más perdido que un pez en el desierto, ayúdale a dar los primeros pasos. Yo mismo siempre estaré agradecido al investigador predoctoral que, cuando yo solo era un estudiante de medicina de dieciocho años, me recibió con los brazos abiertos y me enseñó las primeras técnicas de bioquímica. Además de labrar una amistad que puede durar toda la vida, puedes haber encontrado el complemento que faltaba para resolver un puzle científico. Existen varios casos conocidos en la historia de la ciencia en los que tanto el mentor como su estudiante contribuyeron de forma igualmente significativa a ese descubrimiento diferencial.

Sé tan amable de tolerarme un poquito más, porque quiero decirte que ayudar a los recién llegados te va a enriquecer también. No me estoy refiriendo al asunto crematístico —sé que vas un poco apurado—, sino a tu forma de ser. Te va a mantener joven durante más tiempo. La frescura que desprendes necesita siempre autoalimentarse y qué mejor forma de lograrlo que atrayendo talento aún más joven. Uno de esos experimentos que llamaron la atención de la prensa generalista, y que ha generado expectativas de ingresos millonarios, sugería que la infusión de la sangre de ratones jóvenes a ratones mayores enlentecía su envejecimiento. Todo un poco vampiresco, pero atrayente.

Iba a despedirme ya de ti hasta la próxima vez que me escribas, pero la escritura del último párrafo ha despertado en mí una duda. ¿Te estoy dando estos consejos porque soy generoso, porque dar me proporciona más beneficios que recibir, o porque hablar contigo me hace olvidar mi propia edad? Tanto si se trata de generosidad como de egoísmo, ojalá estos consejos te sean de utilidad, del mismo modo que las sustancias químicas usadas originalmente en las guerras originaron más tarde los primeros fármacos útiles en quimioterapia.

Ponte en contacto conmigo siempre que lo necesites: tus quimeras, deseos y dudas me recuerdan a alguien que tengo cerca.

Cordialmente,

MANEL

Cartas a un joven investigador

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