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IV Hegel y la Ilustración

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Aunque me parece excesivo decir que la «ofensiva contra el intelectualismo de la Aufklärung, [contra] la cultura racionalizada del siglo XVIII» es el carácter más permanente de la obra de Hegel (J. L. Spenlé, La pensée allemande de Luther a Nieízsche , París, 1967, pág. 54; citado por D. Negro Pavón, nota I a III de Sobre la manera ..., cit., pág. 160), es evidente su antipatía hacia la Ilustración y hacia el «subjetivismo abstracto» que manifestaba, escéptico y crítico, individualista alejado o emancipado de su conexión con la comunidad (A. von Martin, Macht als Problem. Hegel und seine politische Wirkung, Maguncia, 1976, pág. 17), y por consiguiente de la capacidad de ésta de trascender problemas insolubles de concurrencia entre voluntades personales individualizadas. Como es evidente que esta antipatía se nutre, como agudamente percibió Ortega, de «la ambición [de Hegel] de justificar cada época, cada etapa humana, evitando la indiscreción del vulgar progresismo, que considera todo lo pasado como esencial barbarie», característica para Hegel de los ilustrados, porque, en efecto, «así pensaban en el siglo XVII y el XVIII... por ser [para ellos] la historia, es decir, lo que ha pasado antes del advenimiento de la raison, una pura irracionalidad» (Hegel y América [1928], «Obras completas», ed. Madrid, 1946, t. II, pág. 559); «la fe en la razón que alentaba... la Ilustración... [llevó]... a los presuntuosos excesos del 'nuevo comienzo' absoluto», siendo precisamente el empeño de Hegel mostrar «que la razón puede ser descubierta en la Historia» (H. G. Gadamer, Hegel y Heidegger, en «La dialéctica...», cit., págs. 131 y 132), o destruir, se diría hoy, el absurdo que «la razón está más allá de la tradición y de la historia», o estilizar ambas como formas de dominación represivas en una especie de «panevolucionismo» histórico (T. Nipperdey, Geschichte ais Aufkldrung, y E. E. Geissler, Emanzipation oder Aufklärung, ambos en M. Zöller, ed., Aufklärung heute, Zurich, 1980, pág. 50). Podría en esta línea convenirse con Thomas Mann que Hegel —como parte «de la contrarrevolución romántica alemana frente al intelectualismo filosófico y al racionalismo de la Ilustración»— «tendió un puente sobre el abismo, abierto por la Ilustración racionalista y la Revolución francesa, entre Razón e Historia» (Deutschland und die Deuíschen, 1945, en «Schriften zur Politik», ed. Frankfurt, 1970, págs. 178-179); o que formó parte del amplio movimiento —Historicismo, Romanticismo— que «volvió a introducir los siglos transcurridos desde el fin de Roma al de Bizancio en la unidad de la Historia» (H. Blumenberg, Aspekte der Epochenscbwelle: Cusaner und Nolaner, Frankfurt, 1976, pág. 14).

Quizá pueda anotarse cómo la crítica de Hegel contra los ilustrados discurre sobre líneas similares a la de Leibniz contra el cartesianismo, en el que Leibniz veía una actitud despreciativa hacia el pasado y la aparición de una secta que, en su olvido de las causas finales y en su explicación mecanicista de la naturaleza, rechazada el providencialismo histórico; de ahí su desprecio hacia el pasado (sobre esto, R. J. Mulvaney, Leibniz and the Survival of Renaissance Humanism, y V. Mathieu, Die Unabhángigkeit der Warheit: sittliche Aktualität einer Leibnizschen Theorie, ambos en «Studia Leibnitiana», supl. XIX, Wiesbaden, 1980).

Quizá en Hegel hay aquí el ingrediente adicional de su reacción contra el racionalismo, no por bien intencionado menos radical, incluido el religioso, de Wolff (cfr. H. Poser, Die Bedeutung der Ethik Christian Wolffs für die deutsche Aufklärung, también en los Studia , cit.). Con independencia ello de que Hegel —«perteneciendo, como Aristóteles, al tipo de filósofo que concibe históricamente su propio pensamiento» (A. Graeser, Die Vorsokratiker, en O. Hoffe, ed., «Klassiker der Philosophie», volumen I, Munich, 1981, pág. 36), y como Aristóteles, éste quizá el primero, contemplando la marcha de la filosofía como «la persecución sostenida de la verdad a través del tiempo histórico» (J. M. Morral, Aristotle , Londres, 1977, pág. 27)— casi instuitivamente tendiera a rechazar cualquier rechazo en bloque de un trozo de la Historia. Incluso Popper llega a reconocer en Hegel el mérito de su ataque al «racionalismo e intelectualismo abstractos que no aprecian el débito de la razón a la tradición», aunque, es claro, se apresure tontamente a negar que esto sea «una aportación de Hegel..., sino... propiedad común de los románticos» (The Open Society and Its Enemies, cap. XII, IV, ed. Princeton Univ., 1966, vol. II, págs. 59-60).

La antipatía que en Hegel suscitaba la Ilustración llega al sarcasmo al referirse a la «ilustrationcilla (Auklärerei) berlinesa» que se pretendía introducir en Baviera, o al «jarabe ilustrante (aufklärender Sirup) denominado berlinismo», ingrediente de la mezcla en la «jarra» de W. T. KrugEsencia de la filosofía y otros escritos , trad. D. Negro Pavón, Madrid, 1980, págs. 42 y 141; para el original alemán de Ausbruch der Volksfreude über den endlichen Untergang der Philosophie y de Wie der gemeine Menschenverstand die Philosophie nehme, dargestellt and den Werken des Herrn Krug , de donde, respectivamente, proceden las citadas, el volumen II de los Werke citados, págs. 276 y 202).

Podemos poner fin a las invectivas anti-ilustradas hegelianas, bien con este pasaje rotundo —escrito en Jena en 1802— de Sobre la esencia de la filosofía en general , con especial referencia a su relación con el estado actual de la filosofía: «Ya desde el comienzo expresó la Ilustración en sí y por sí la vulgaridad del entendimiento y su frívola elevación por encima de la razón» (trad. Negro, loc. cit página 21; Werke, vol. II, pág. 183), una de las primeras manifestaciones de la crítica de los ilustrados como «terribles simplificadores, simples eclécticos y vulgarizadores» (H. Lavener, Französische Aufklärer, en O. Höffe, Klassiker..., cit., vol. I, página 405); bien, según se nos informa, con sus referencias orales en Berlín a «la trivialidad y superficialidad del saber que a sí propio se denominó Ilustración» (W. Weischedel, ed., Gedenkschrift der F. V. Berlín...; en F. Wiedmann, G. W. Hegel in Selbstzeugnissen und Bilddokumenten, Hamburgo, 1983, pág. 68).

Quizá, pudiera concluirse aquí, en Hegel reaparece una veta, muy propia de su Suabia natal, del «pietismo de Württemberg», en F. C. Oetinger en lucha abierta con la ilustración alemana, Leibniz incluido, profundamente influido por la teosofía, o la mística, como se quiera, de Jakob Böhme (al respecto, J. Wallman, Kirchengesdrichte Deutschland, vol. II, Frankfurt, 1973, pág. 149), por quien a su vez Hegel tuvo una extraña, que se tornaría significativa, predilección.

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