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PRÓLOGO

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EL VIAJE DE CERCANÍAS

por

SERGIO DEL MOLINO

Los teóricos de la literatura han pensado mucho sobre el concepto de narrador fiable, y los escritores juegan a menudo a ganarse la confianza del lector o a hacerle dudar de sus intenciones mediante sutilezas muy variadas, pero a un narrador se le percibe fiable por instinto. Se le siente fiable, más allá de las estrategias retóricas que despliegue y de las señales que disemine por el texto. El Manuel Moyano de La frontera interior es fiable como un amigo de la infancia o como un reloj suizo, y los lectores lo sentimos así desde la primera vez que lo vemos sentarse a la mesa.

En su viaje por Sierra Morena, Moyano come con apetito, incluso con gula. No son pocas las noches en que el hambre le vence y pide de más en las fondas o en las casas de los poetas que lo acogen, y no escatima el vino mientras su interlocutor le cuenta anécdotas y comparte saberes sobre tal ermita, tal valle o tal villa. Alimenta el espíritu y el cuerpo a la vez, sin contradicciones. Para mí, estas escenas inspiran más confianza que mil juramentos: alguien que disfruta tanto de un guiso tradicional y no reniega de otra copa de vino es sin duda un tipo de fiar. Yo no recorrería tantos kilómetros de monte junto a un melindroso, un asceta o un abstemio.

Me gustan mucho los escritores viajeros que tienen la deferencia de contarnos qué desayunaron y qué cenaron. Transmiten así la inmersión en la experiencia del viaje, que es un poco lisérgica. El viajero siente desapego de la realidad y se compromete con un aquí y un ahora que excluye una vida abandonada en suspenso. La escritura de viajes sucede entre paréntesis, por eso necesita del detalle, de la demora y de la anécdota mínima, y Moyano domina todos esos registros de tal modo que viajamos con él, vívidamente, apoltronados en el asiento de copiloto de un coche que no sirve para pistas ni senderos y debe zigzaguear por carreteras comarcales.

Moyano cultiva una forma de viaje exótica, pero con mucha tradición ibérica: el viaje de cercanías. Si el explorador de largas distancias escribe con telescopio, el de cercanías tira de microscopio. No cita Moyano a Sebald, aunque he sentido su sombra andariega por todo el libro, que contiene esa magia, tan discreta como infrecuente, que consiste en transformar lo familiar en insólito. El autor se reclama viajero romántico, pero es a los caminantes de trote corto a quien se parece, al Camilo José Cela de la Alcarria, al Azorín de los pasos del Quijote, al Josep Maria Espinàs de los Pirineos, al Ramón Carnicer de Las Hurdes y, cómo no, al Miguel Delibes de las madrugadas castellanas. Es una estirpe muy noble, la del trote corto y las cercanías, formada por hidalgos de la literatura, mucho más amable y cálida que la aristocracia desdeñosa de los que se creen exploradores.

Seguramente, muchos lectores españoles creen que conocen Sierra Morena. Incluso algún que otro impertinente se asomará al libro con ánimo de desmentirlo y de subrayar gazapos, pero la magia de Moyano consiste en deshacer esa creencia, enseñando un paisaje completamente nuevo. Yo he recorrido algunos de los pueblos que se narran en este libro e incluso he escrito sobre algunos personajes históricos que aparecen, como el misterioso y pícaro Johann Kaspar von Thürriegel, pero en la prosa de Manuel todo se me revela como si fuera la primera vez que tropiezo en esos nombres. Podría achacarlo, como hace el director del museo de la batalla de las Navas de Tolosa en uno de los primeros capítulos, al desinterés proverbial de los españoles hacia su historia y su cultura, pero eso sería quitarle méritos al libro, que conservaría todo su valor aunque viviéramos en un país chovinista donde todo el mundo conociese a fondo cada uno de sus rincones.

La sensibilidad delicada del autor se revela en la elección misma del itinerario: Sierra Morena, como bien subraya el título, es una frontera, y como tal se concibió para ser cruzada. Las fronteras no están hechas para recorrerse longitudinalmente, sobre todo las montañosas, por eso el viajero se ve obligado a diseñar su propio itinerario, en zigzag y tortuoso, a la contra de las rutas naturales y del mapa de carreteras. Al hacerlo, descubre la primera verdad de las fronteras: no son sólo líneas, sino territorios en suspenso entre los dos mundos que separan. Sierra Morena no es ni mora ni cristiana, ni andaluza ni mesetaria.

Para entender cómo funciona ese limbo Moyano recurre a tres poetas que jalonan el viaje: Alejandro López Andrada, el vate que ha alcanzado una dicción universal sin salir de su comarca; Manuel Moya, traductor de Pessoa, de Miguel Torga y de todos los escritores portugueses que importan, y Miguel Hernández, que fue preso en el extremo occidental de la sierra. Dos vivos y un muerto. El primero le enseña el silencio profundísimo que dejan los pájaros al callar y le hace dudar sobre las leyendas de fantasmas y apariciones. El segundo le regala un saber enciclopédico sobre toponimia y dialectos del norte que sobreviven en el sur. El tercero, pobrecillo, le recuerda que siempre caminamos en compañía de los muertos.

De fondo suena la tristeza del vacío, que es más honda cuanto más familiar es la región. Sierra Morena es un tópico hecho de bandoleros, monterías, batallas y ensoñaciones desde la ventanilla de un tren que sube o baja por Despeñaperros. De tanto verla y de tanto nombrarla, se nos oculta, entre misteriosa y resignada. No es fácil recorrerla con ojos nuevos y mucho menos escribirla con palabras nuevas. Manuel Moyano logra ambas cosas.

He cerrado con pena La frontera interior, que deja el regusto de los mejores libros de trote corto ibérico y merece pasar a su canon. Como lector, sólo tengo agradecimiento hacia Moyano, por haber añadido un hermoso libro más a esta tradición y sumarse a la estirpe de los descubridores de lo que todos dan por descubierto. Tienen suerte ustedes, que aún no se han subido a su coche y no han visitado la terrible Venta de la Inés, ni se han asomado a la finca de Conquista, ni han pedido una segunda botella de vino una noche larga en la sierra de Aracena. Están a punto de hacerlo: déjense llevar y no pongan remilgos a las migas ni a los salmorejos, ni rechacen que Moyano les sirva otra copa. Disfruten.

SERGIO DEL MOLINO

Zaragoza, diciembre de 2021

La frontera interior

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