Читать книгу Ser digital - Manuel Ruiz del Corral - Страница 9
ОглавлениеViejas ficciones y nuevas realidades
En el momento actual, el Big Data es incuestionablemente uno de los pilares y aceleradores principales de la cuarta revolución industrial. Las bondades de su aplicación para la sociedad son evidentes: desde mejorar la prevención de enfermedades cruzando datos de todo tipo, hasta regular de forma inteligente el tráfico de vehículos en las ciudades en función de la congestión o los niveles de contaminación en cada momento. Estas aplicaciones, como cualquier otra que se base en la ciencia de datos, requieren obligatoriamente de la participación del ser humano como fuente de información, lo que supone un nuevo paradigma de mercado. Cualquier tecnología vinculada a este paradigma está destinada a implantarse de forma más rápida y universal mientras que, por el contrario, otras vivirán un desarrollo más pausado. Es el caso de la robótica, la realidad virtual, o la impresión en tres dimensiones, que ya cuentan con importantes aplicaciones en Medicina o Defensa pero que aún se resisten a invadir de forma cotidiana nuestras vidas (tiempo al tiempo).
Así, en poco más de cinco años, hemos vivido una vertiginosa penetración de los dispositivos móviles con sus evolucionados sensores (movimiento, presión, ubicación, temperatura, etc.) y un abrumador desarrollo de redes sociales y colaborativas de todo tipo. Tecnologías que van más allá de la frontera de la comunicación y el ocio de las personas, estando al servicio último del mercado de la captura de datos y su potencial beneficio económico. Esta es la razón de que el coste de adquisición de los dispositivos móviles sea tan asumible para la mayoría de la población –salvo situaciones de extrema pobreza o aislamiento– y que infinidad de servicios de Internet, como el correo electrónico, los mapas geográficos, el almacenamiento, el chat, las redes sociales o las aplicaciones móviles, sean gratuitos y masivos.
Los datos de uso global son inquietantes. En los últimos veinte años y en menos de lo que cubre una generación, la mitad de los siete mil millones de habitantes del planeta se han hecho ya con un teléfono móvil. Cuatro de cada diez personas tienen acceso a Internet(R), y casi el ochenta por ciento de ellas participa en una red social. Cada persona genera al día la misma cantidad de datos que hubiera generado en toda su vida hace un par de siglos. Cada segundo se realizan 10.000 transacciones con tarjeta de crédito. Cada minuto se suben sesenta horas de vídeos nuevos a Youtube. Cada día se realizan más de un billón de consultas en Google y más de 800 millones de actualizaciones en Facebook.
Los expertos prevén que en poco más de diez años estos datos se duplicarán, teniendo en cuenta la expansión de las infraestructuras y los servicios, el desarrollo de los países emergentes y la renovación generacional(R). No es descabellado imaginar, por tanto, una población plenamente conectada en la segunda mitad del siglo XXI.
Esta hiperconexión debiera encontrar su máxima expresión con el desarrollo de nuevos materiales que permitan extender la captura digital de datos. En la actualidad, el mercado augura la llegada del grafeno como un nuevo material transparente, fino y flexible capaz de recubrir cualquier superficie como si de una pantalla táctil se tratara. Este sueño de cualquier guionista de ciencia ficción fue premiado con el Nobel de Física en el 2010(R), pero su desarrollo es aún incipiente y no exento de controversia (en 2016, varios prototipos de baterías o teléfonos móviles enrollables han sido anunciados mundialmente, pero todavía no han visto la luz en el mercado). Las promesas del grafeno o de cualquiera de sus futuribles alternativas son infinitas: un navegador táctil en el cristal del coche, sensores en cualquier consumible o envase de un producto de alimentación, ropa que mida constantemente nuestras características físicas y vitales, o una lentilla que nos permita ver información sobre la persona que tenemos delante en un restaurante. Abrumador, sin duda.
La universalización de este tipo de materiales multiplicaría las posibilidades del Big Data y la inteligencia predictiva hasta los límites de la imaginación, pero también de la ética humana.
En 1956, el visionario Philip K. Dick escribió un relato que inspiró la laureada película de Steven Spielberg, Minority Report(R). En ella se retrata una sociedad futurista donde todo dato es capturado y analizado de forma masiva, donde la publicidad está finamente personalizada, llegando a cada persona a partir de la detección de sus pupilas (biométrica), y donde se predicen los crímenes antes de que sucedan y se generan acciones penales incuestionables e inmediatas para estos. Una sociedad que no actúa sobre el impacto sino sobre la probabilidad, y en la que no se permite eliminar el pasado porque los datos del mismo forman parte de la inteligencia que predice el futuro. Ciencia y ética conviven una vez más en la ficción y nos avisan de lo que puede estar por llegar.
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