Читать книгу Por voluntad del Señor - María Eugenia Chagra - Страница 6
D e una ciudad casi antigua y de su muy devota población
ОглавлениеCiudades como esta han existido siempre. Y siempre existirán. En todo lugar, en distintas geografías. Con algunas escasas variantes debido al clima, la latitud y alguna que otra cuestión, pero, en su esencia, casi idénticas.
Mas, en la que hoy nos ocupa, ocurrió un hecho extraordinario.
Era tan solo una pequeña ciudad con resabios de pasado glorioso y opulento, al menos en lo que guardaba de casonas coloniales, patios empedrados con perfume a azahares y madreselvas, iglesias de altares repujados y señores de estirpe aristocrática, quién sabría decir si auténtica, o fabricada tras riquezas dudosamente habidas en ingenios y haciendas feudales…, pero eso ya es motivo de otros cuentos.
Quizás una de sus particularidades más destacadas consistía en estar enmarcada por un aro de cerros verdes y floridos, fecunda matriz plena de aromas, agradable en sus temperaturas invernales y en su ritmo.
Paseo de forasteros, orgullo de pobladores. Calma, casi perdida, a orillas del mundo, marginal.
Como toda ciudad provinciana, su vida se desarrollaba alrededor de la plaza, circundada por la casa de gobierno y la iglesia principal, sede del Santo Patrono y de las misas de once, convocantes de las más antiguas familias del lugar.
Y también, pero más alejado del centro cívico y comercial, el mercado, zona de encuentro de las dos ciudades, la de los dueños y la de los entenados, hijos de nadie, laburantes, pobres y de piel más oscura. Enclave de trajín y de mezclas, de olores y colores penetrantes. Enorme espacio nutriente.
Pacífica y serena, según lo que se podía entrever en su superficie. Solo conmovida de tanto en tanto por alguna festividad particular, como el caso de la novena, tiempo en el cual la ciudad y para qué decir su mercado, bullían de energía y color.
Porque si había una época efervescente era esta, donde se rendía piadoso culto al Santo Patrono que, según parecía por lo que comentaban los pobladores, los protegía de cuanto mal existiera en el mundo, siempre y cuando no se olvidaran de él, agasajándolo con rezos y flores y lo sacaran en multitudinaria procesión por lo menos una vez al año, como mandaba la tradición y lo recordaba la Introducción a la Novena.