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Nuestro pluriverso

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En Colombia estamos enfrentando momentos históricos que generan la necesidad de reflexionar la validez, significado y sentido de las políticas educativas nacionales en las instituciones y en las comunidades que hacen parte del contexto educativo.

Actualmente se labora en un contexto étnico reconocido legalmente, configurado de modo que parecería se tuviesen todos los elementos para validarse como sociedad, comunidad “otra”, con perspectivas de mejoramiento y, sobre todo, de transformación colonial a decolonial.

Estas reflexiones llevan a considerar sobre qué tanto “autorreconocimiento” y “autovaloración del ser” existe en nuestra comunidad etnoeducativa; dentro de sus prácticas curriculares, pedagógicas, que presentan unas características que sustentan de modo consciente o inconsciente la dominación, el poder, la invisibilización, el no reconocimiento del otro que pertenece a la comunidad y del que no hace parte de ella.

Nosotros, las maestras y los maestros, debemos re-pensarnos y auto-reconocernos como personas importantes, como “otros” que poseemos perspectivas de mejora para nuestra comunidad y que contribuiremos para que nuestros educandos se comprendan, conozcan, apropien y empoderen de sus raíces, de su territorio, de su cultura, de su medio ambiente, también, “[…] Como una pedagoga […] como una facilitadora; como alguien que se esfuerza en provocar, estimular, construir, generar y avanzar con otros cuestionamientos críticos, comprensiones, conocimientos y accionares, maneras de pensar y hacer […]” (Walsh, 2014, p. 1).

Las instituciones educativas deben replantearse desde su origen, hasta sus prácticas y fundamentos filosóficos, porqué los procesos sociales, culturales e históricos deben tener significado para los miembros de la comunidad, deben ser relevantes para su contexto, como elementos que coadyuven en la búsqueda de la identidad, del autorreconocimiento y que consoliden los valores propios, heredados de sus ancestros, de sus familias, así como de sus prácticas y costumbres.

La historia determina cada contexto con sus particularidades y con sus diferencias, permitiendo convivir y compartir dentro de la armonía y el diálogo, pero también dentro de la tensión y la contradicción, lo que permite establecer acuerdos y respetar las diferencias, para cimentar los valores y fortalecer los derechos humanos que reconozcan y defiendan a las minorías, a las etnias, y no solo a los grupos dominantes u opresores.

Las escuelas deben transformar y fomentar personas que construyan su cultura y edifiquen contextos, con sus relaciones e interacciones, que promuevan el respeto por los “otros” existentes.

La escuela, la pedagogía, el currículo y la didáctica, deben cimentar desde la experiencia de vida a cada comunidad, para que los proyectos individuales y comunitarios tengan valor y sean construidos en pos del bien común, del respeto, la pertenencia a la “tierra” que están habitando, y de la cual son hijos, y a la que deben defender de la injusticia, de la opresión, de la explotación, del dominio de otros, que no son propios del lugar, y que lleguen a imponer, alienar, aculturizar y, sobre todo, a destruir lo qué se “tiene”, lo qué se “es”.

De acuerdo con lo descrito en el Plan de Ordenamiento Territorial de Zona Bananera (2001) y el Plan de Desarrollo Municipal de Zona Bananera (2012-2015), se puede realizar una referenciación histórica, social, económica, política y cultural del municipio de Zona Bananera y del corregimiento de Tucurinca como parte de este.

Zona Bananera fue constituido como municipio a través de la Ordenanza 011 de 1999 de la Asamblea del departamento del Magdalena, puesto que, este territorio antes había hecho parte del municipio de Ciénaga. Nuestro municipio formó parte de las provincias aborígenes de los Betoma y Carbón, que procedían de la Sierra Nevada, y ocuparon vastas tierras hasta la Ciénaga Grande.

En la época de la Colonia, la Zona Bananera se constituía en un área boscosa densa e impenetrable, en la cual existían unas rancherías: Sevilla, Aracataca y Fundación. La principal fuerza de trabajo utilizada era la de las personas que fueron traídas de África en condición de esclavos. Con el paso del tiempo, se fueron creando una especie de feudos o grandes haciendas, donde diferentes grupos de campesinos venían y se establecían como colonos, trabajando y ampliando la producción bananera, cacaotera y tabacalera, que era vendida casi que en su totalidad a Francia.

En el año de 1882, la firma Mier-Joy Ltda., inicia trabajos de construcción de ferrocarril que comunicaba un tramo de la Zona Bananera con Ciénaga y Santa Marta.

La caña de azúcar también fue un nuevo producto que se le añadió a la economía rural del territorio, así como los frutales y pancoger propios.

El gobierno nacional en 1887 abrió las puertas a la inversión extranjera y la firma inglesa Rail Way Company asume el control de la vía férrea. Paralelo a esta situación, se inicia la siembra comercial de banano en Río Frío; esto dio inicio a las exportaciones a gran escala, hecho que se constituye la ampliación de la producción del monocultivo. En 1894, la construcción del ferrocarril llegó a la población de Sevilla.

En 1901, se estableció la United Fruit Company en el Magdalena, una compañía estadounidense, que, con sus políticas de enclave, se adueña de toda la producción bananera y frutal que existía en la Zona, creando un monopolio del producto a nivel interno y sometiendo a campesinos y personas afrodescendientes a sus formas de explotación laboral inmisericordes, generando la posterior masacre de las bananeras en 1928, bajo el gobierno de Miguel Abadía Méndez. Esto sucedió, cuando los campesinos empleados de esta compañía se pusieron en pie de lucha y fueron reprimidos por las fuerzas militares nacionales que protegían y amparaban al capital extranjero; apoyando al colonialismo económico y no al pueblo colombiano, al subalterno, en pie de lucha frente a la explotación y la opresión.

Estas actividades mono-agrícolas, subutilizadoras del suelo, de la mano de obra, de los recursos naturales, aún persisten en la actualidad, al igual que las formas de transporte (vía férrea y la troncal). Esto repercutió en la creación de asentamientos o corregimientos que van desde Río Frío hasta Tucurinca. Donde esta forma de producción sentó las bases de un municipio disperso, diverso, desarticulado, que, de una manera u otra, han generado desventajas para el nivel y calidad de vida de los habitantes de este territorio.

En las últimas décadas, Zona Bananera y todos sus corregimientos han estado bajo la influencia de la violencia armada por la presencia de grupos al margen de la ley, guerrilla y paramilitares, donde las áreas de mayor riesgo se encuentran identificadas al occidente y al pie de monte de la Sierra Nevada. El control que estos grupos querían ejercer sobre la zona estaba dado en el cultivo de estupefacientes, destinado para el sostenimiento de las estructuras del narcotráfico y del gran contrabando que existe a nivel mundial, por el alto consumo de estas sustancias. Esto generaba una lucha por el territorio, por el poder, ocasionando desplazamientos, asesinatos, masacres, y una atmósfera de miedo que a diario padecían los habitantes de esta zona.

Entre todas las acciones de violencia que se reprodujeron en este contexto, las más comunes que se denunciaron fueron: la presencia de grupos armados ilegales como los nevados, los paisas, los urabeños; llamadas para extorsionar a comerciantes y propietarios de haciendas agrícolas y ganaderas, así como a negocios; cobro de vacunas a mototaxistas y pequeños comerciantes; asesinatos selectivos, ajustes de cuentas, listas de personas consideradas como objetivos; reclutamientos de jóvenes, adolescentes, niños y niñas; rutas y movilización de personas que traficaban estupefacientes; ingreso de vehículos y personas sospechosas a altas horas de la noche o en horas del día intimidando a las personas de la comunidad; amenazas a rectores y docentes de escuelas rurales de todo el municipio.

El municipio de Zona Bananera cuenta con una población que se encuentra dispersa, en su gran mayoría, en veredas y corregimientos. La mano de obra se encuentra constituida, básicamente, por fuerza campesina y obreros agrícolas, que laboran en las grandes plantaciones de palma de aceite y de banano, aunque esta última se están minimizando a causa del auge de la palma. La minería ilegal es otro de las fuentes de empleo, al igual que los trabajos informales. En cuanto a la educación, existen grandes niveles de analfabetismo en adultos, también en niños y niñas que por diversas circunstancias no han sido escolarizados.

La situación de los servicios públicos no es muy ventajosa, puesto que, el servicio eléctrico es deficiente, el agua existe a nivel de pozos, ríos, acequias, pero no existen acueductos ni alcantarillados en ningún corregimiento. Tampoco hay pavimentación, solo en algunas partes de la cabecera de Sevilla, algunas calles de Río Frío y Orihueca, los demás corregimientos tienen sus calles y carreras destapadas. El gas natural cubre una parte del municipio, pero falta mucho aún. La telefonía celular es el servicio masivo, pero no el servicio de internet, ni la telefonía fija, como tampoco la televisión satelital.

Unido a todo lo anteriormente planteado, se puede mencionar que la Zona Bananera, Tucurinca y todos los corregimientos propios del territorio enfrentan graves y serios problemas ambientales y de salud pública frente a la inexistencia de un sistema para el manejo de residuos sólidos y aguas residuales, teniendo que enfrentar peligros que desmejoran aún más su calidad de vida. Así mismo, se evidencia el deterioro de las principales cuencas hídricas de la región, debido a la sobre explotación de recursos minerales y de bosques nativos.

Tucurinca es un corregimiento que cuenta con el reconocimiento como comunidad afrodescendiente, posee un consejo comunitario, pero, los hechos, está aislado de la práctica educativa de la institución, que a la vez es reconocida como etnoeducativa.

La población ha sido víctima de la violencia, conflicto y posconflicto por parte de los diferentes actores armados (paramilitares, guerrilla, ejército y las bacrim), quienes han marcado de manera muy profunda, la vida, el ser y el hacer de estas personas y que se refleja en la bio-praxis de los estudiantes dentro de la institución etnoeducativa.

Dado que la mayoría, por no decir que toda la planta docente, no somos propios del lugar y que, por infortunio, tampoco su mayoría sienten ni demuestran sentido de pertenencia ante esta comunidad, no existe identificación con las personas y costumbres propias del lugar, lo que genera que las relaciones sean distantes, pasajeras y poco constructivas.

Dentro de la institución, los procesos académicos (currículo, pedagogía, didáctica) no cumplen una función etnoeducativa porque no hay significación, ni comprensión del contexto, por lo que, se puede afirmar, existe un “desapego” frente a los procesos y a la comunidad, con todo y sus diferencias. También, la comunidad es distante con respecto a los procesos que se generan dentro de la institución, no hay comunicación abierta, ni diálogo entre la comunidad y la institución educativa, esto lleva a pensar en que ambas partes poseen un grave problema de “dominio”, de división, de prácticas que generan injusticia, marginalidad, discriminación tanto en la comunidad de Tucurinca como dentro de la institución etnoeducativa.

Cuando nos encontramos dentro de la Institución Educativa Departamental (IED), también, se evidencia en muchas situaciones esa colonialidad inconsciente, reprimida, que explota con situaciones que fluctúan entre la agresión, el irrespeto y la mala convivencia de los estudiantes. Los jóvenes sienten cierta libertad y complacencia cuando descargan todos esos sentimientos reprimidos, y que traen desde sus hogares, con sus profesores o profesoras, con sus compañeros o compañeras de clase, parece que es cotidiano, en muchos de ellos, reflejar sus frustraciones e irrespeto sobre otras personas que están a su lado y que no tienen ninguna responsabilidad frente a sus problemáticas existenciales o la visión que poseen de la vida. Algunos docentes, también, revierten en sus estudiantes esas frustraciones, o dominio, para justificar un nivel de “autoridad” o de “respeto” que se quieren ganar, generando con estas conductas más represión, inconformidad, colonialidad y, sobre todo, una respuesta más agresiva de la que ya se recibe por parte de muchos estudiantes en las aulas de clase y fuera de ellas.

Desde esta perspectiva, muy particular, cuando un docente imprime tanta rigidez en sus procesos curriculares dentro del aula, donde parece que fuese palabra sagrada lo que él expresa, explica y no permite ni siquiera una observación de sus estudiantes, solo por guardar “disciplina” y compostura de los estudiantes, en ese momento, el docente se está imponiendo, ejerce dominio, superioridad, poder a nivel político y epistémico, porque es el dueño de la situación, del conocimiento, todo lo controla y la reprensión con una calificación paupérrima es la respuesta a cualquier conato de oposición.

Dentro de las aulas, en muchas ocasiones se respiran ambientes “represores”, que coartan la expresión legítima de la palabra o de los sentimientos de las y los estudiantes. En nuestro caso lo hemos realizado muchas veces, y lo hacíamos de forma inconsciente, porque seguía la normatividad, las “imposiciones dogmáticas” de una absurda disciplina escolar disfrazada, pero en la cual subyace la represión y la castración de sentimientos, sentires, pensares y haceres de nuestros y nuestras estudiantes.

Por ejemplo, cuando llegabamos al salón de clase, nos gusta encontrar a los jóvenes y jovencitas sentados y en silencio, como si ellos fuesen pupitres, como si ellos no pudiesen expresarse, levantarse, conversar, sonreír. Una metodología rígida; clase magistral, copiar al pie de la letra, explicar, y tomar a mis estudiantes como si fuesen un vaso de agua en el cual se vierten las ideas, sin que las cuestionen y cuando me equivocaba en algún concepto, seguía con el error, para no hacer ver al estudiante mi falla. ¡Vaya engaño!, qué absurdo, me engañaba yo misma, si uno tiene que reconocer que también se equivoca, y que el estudiante lo puede corregir a uno y que también sabe cosas, que uno no sabe e interpreta de manera tal, que le puede brindar a sus docentes otras perspectivas […] pero uno como maestro o maestra tan colonialb […] tan inconsciente […] comete errores que los y las estudiantes después reproducen en su bio-praxis […]con “otros” y “otras” y así se perpetua la larga cadena. Hasta que de repente llegan epistemologías, pensamientos “otros” tan diferentes que nos hacen reflexionar […] mirar, pensar, hacer, desde “otra” orilla.

1. Independientemente de que seamos dos los autores, en ocasiones aparece en el libro la voz de uno de los autores, es por ello, que en ese caso, lo expresamos en primera persona.

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