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Capítulo 1

Canje de deuda I. Dubai: la Argentina entre odaliscas y buitres

Primavera de 2003. Hacía unos pocos meses que había culminado la invasión de Estados Unidos en Irak: el mundo olía a humo y tenía muy fresca la imagen de la caída de la estatua de Saddam Hussein, y aún estaba prohibido sobrevolar las tierras iraquíes.

En la Argentina, Néstor Kirchner, que había asumido la presidencia con apenas el 22% de los votos de los argentinos, se enfrentaba al desafío de levantar la economía local del desastre provocado por la profunda crisis de 2001.

Habían transcurrido diecinueve meses desde aquella imborrable imagen de la declaración de default de Adolfo Rodríguez Saá en el recinto del Congreso y la misma –sobre todo su festejo– permanecía muy fresca en la comunidad internacional. Cuando estalló el default, la deuda pública argentina totalizaba la friolera de 144.453 millones de dólares, un 113% del PBI. Pero la herencia de la deuda en el momento de asunción de Kirchner fue aún mayor debido a las consecuencias de ese incumplimiento y de la salida de la convertibilidad, que incluyeron una solución al “corralito” y al “corralón”, lo que significó una carga tremenda para las cuentas públicas. A diciembre de 2002 la deuda del Estado alcanzó el pico máximo, un 166%, en términos de la producción total de la economía.[1]

Con apenas cuatro meses de mandato, en una de las primeras medidas que marcarían un estilo de gestión, Néstor Kirchner sorprendió hasta a los propios con una agresiva propuesta de reestructuración de la deuda como solución para sacar al país del default: se trataba de la quita más grande en la historia de la reestructuración de la deuda.

El destino quiso que Dubai, un sitio remoto para los argentinos, resultara el lugar del globo seleccionado para semejante anuncio. Las difíciles circunstancias del momento llevaron al país a presentar su oferta en uno de los siete emiratos árabes, una tierra lejana y desconocida situada frente a Irak, justo del otro lado del Golfo Pérsico, pero que aspiraba a disputarle a Nueva York y Londres el título de capital del mundo financiero.

Ese año, Dubai era la ciudad elegida para celebrar la cumbre anual del FMI y el Banco Mundial.

En estas cumbres se congregan ministros de finanzas y economía y presidentes de bancos centrales de los 183 países miembro de los organismos multilaterales que nacieron inmediatamente después de la Segunda Guerra, para debatir los asuntos de la arquitectura financiera mundial. Es por eso que atraen también a banqueros, fondos, inversores y analistas internacionales y académicos, que concurren para concretar sus negocios y no perderse los debates de la síntesis del pensamiento económico-financiero mundial que fluye durante esas jornadas.

El contraste de las pretensiones para la cumbre anual del Fondo entre el jeque –al frente del emirato– y Kirchner resultaba muy alto. Mientras que el presidente argentino utilizó el escenario de Dubai para anunciarle a una comunidad internacional hostil una fuerte quita de deuda para salir de un default que fue consecuencia de la aplicación a ultranza de las recetas neoliberales durante la década anterior –englobadas en lo que se denominó Consenso de Washington–, el jeque árabe lo usó como una ventana a ese Primer Mundo y prometía apuntalar su emirato como la mayor capital financiera en diez años.

Nadie podía imaginarse en ese momento que tiempo después ambos países compartirían el estigma del default. Es quizá una paradoja del destino pero Dubai, la elegida por la Argentina para iniciar el camino de la salida del default en 2003 cuando aún parte de la comunidad internacional le daba la espalda, resultó uno de los primeros países que ingresó, seis años después, en cesación de pagos en medio de la peor crisis internacional que se recuerde desde 1930.

Así, volviendo al país árabe en 2003, el mundo occidental descubrió a través de la prensa extranjera una megaciudad en tierras –antes inhóspitas– a orillas del Golfo Pérsico, rodeada de dunas y pozos petroleros remanentes, que levantaba imponentes rascacielos, islas artificiales, hoteles de siete estrellas en tiempo récord y con todo el confort y lujo de Occidente, al mejor estilo del videojuego SimCity, donde el único jugador, arquitecto y dueño de todo era el propio jeque.

Operativo Dubai

Desde Buenos Aires, con claras directivas de la Casa Rosada, el equipo económico argentino a pleno, liderado por el ministro de Economía Roberto Lavagna, se embarcó hacia esas tierras lejanas para organizar los detalles de la presentación del canje de la deuda en default, que totalizaba unos 81.800 millones de dólares y representaba cerca del 40% de la deuda pública total argentina.[2]

Apenas salieron del aeropuerto de Dubai los funcionarios advirtieron que asomaban la cultura oriental y la autoridad dictatorial del jeque: mujeres y varones eran interceptados a la salida de migraciones y amablemente eran separados por sexo y acompañados a micros especiales que, gratis, por “gentileza” del jeque, los trasladaban a los hoteles donde cada asistente a la cumbre del FMI estaba registrado.

En esa ciudad insoportablemente calurosa y húmeda no está bien visto que las mujeres caminen solas por las calles o bien deben hacerlo bajo ciertos criterio y vestidas con largas túnicas negras. En ese momento de 2003, se veía a muchas de ellas con esas túnicas y se podía observar que, debajo, llevaban sin problemas trajes y vestidos de las grandes marcas de Londres y París, que sólo podían mostrar en ámbitos privados; los hombres, en tanto, vestían de blanco y con turbantes. El alcohol y las fiestas estaban permitidos sólo en hoteles habilitados y lugares privados. El jeque, no obstante, libró ordenes especiales para relajar las normas imperantes para no perturbar a los extranjeros.

Con poco tiempo para observar el raro paisaje, el equipo económico argentino se instaló en un hotel a ultimar detalles de la propuesta unos cuatros días antes del anuncio, y mantenía contacto permanente con Kirchner en Buenos Aires. El presidente estaba metido en cada detalle del tema de la deuda, pero le otorgaba grados de libertad a Lavagna para moverse en las negociaciones.

En la previa, el equipo económico mantuvo un mínimo contacto protocolar con los organismos multilaterales por cuestiones bilaterales, y se reunió con algunos hombres de relativa confianza de bancos de inversión, y con economistas y funcionarios aliados que habían viajado hasta allí para la presentación, de la que poco pudieron averiguar los detalles antes del día D.

El hermetismo por esos días era total. La propuesta resultaba una incógnita para todos, y a la vez era lo más esperado, el número final exacto de la quita que iba ofrecer la Argentina que se mantenía guardado bajo siete llaves. Tanto Kirchner como Lavagna entendían que consistía en el dato clave desde el cual se iba a definir luego el tono de las negociaciones para salir del default.

De esta forma, se incrementaba el suspenso no sólo entre los asistentes a Dubai y en Buenos Aires, sino en Wall Street, Italia, Japón y Alemania, todos lugares empapelados con bonos argentinos en default.

La oferta más dura y realista

Y llegó el día D, un lunes 22 de septiembre de 2003. Debido a la gran diferencia horaria con Occidente, la presentación de los lineamientos de la oferta argentina se efectuó a las 19 horas de Dubai, momento en que despertaban los mercados financieros de Wall Street y Buenos Aires.

Al equipo económico le fue asignado un salón en el megacomplejo de convenciones donde se desarrolló la cumbre del Fondo, donde se arribaba tras pasar por un gran operativo de seguridad dentro del predio, que incluía la presencia de perros adiestrados para la búsqueda de drogas y otros químicos, que inspeccionaban hasta la sala de los periodistas, y de militares en las inmediaciones, armados con FAL.

El control del gobierno era tal que se había montado a metros de allí una carpa blanca organizada por grupos de protesta en contra de la globalización que estaba literalmente vacía. Los supuestos manifestantes nunca llegaron; según las noticias del momento, habían sido interceptados en el aeropuerto y deportados.

En ese contexto de lo más ajeno y ante una multitud de periodistas, inversores y analistas internacionales, Lavagna presentó la oferta, en un salón que dispusieron las autoridades organizadoras de la cumbre anual.

La Argentina estaba sola ante el mundo. Ninguna autoridad del FMI ni grandes banqueros concurrieron al evento, en un gesto de total desconfianza a los próximos movimientos de la Argentina, si bien estaban muy atentos a los acontecimientos. De hecho, había dos temas que acaparaban casi toda la atención en la cumbre: la posición e insistencia de Estados Unidos para que China empezara a revalorizar su moneda, el yuan, y la propuesta argentina para salir del default.

Apenas dos días antes, allí mismo en Dubai, el gobierno argentino había negociado con el FMI lo que luego se convirtió en el último acuerdo de un préstamo stand by (por 13.300 millones de dólares, a tres años) para un país que recién comenzaba a levantarse de la ruina, y necesario para tener un marco de referencia en la negociación con los acreedores.

Ya en la sala de la presentación, se advirtió que el grueso del público en la tribuna estaba conformado por acreedores de todo tipo, alemanes, italianos, españoles, japoneses y estadounidenses, y representantes de bancos de inversión, sobre todo del área de investigaciones, quienes eran los que luego iban a lucrar con sus informes y sus análisis sobre los datos presentados por la Argentina.

Por el lado argentino, la hinchada celeste y blanca de funcionarios se compuso de una modesta comitiva, en la que participaron el director por la Argentina del Banco Mundial, Alieto Guadagni, y los entonces titulares del Banco Provincia, Ricardo Gutiérrez, y del Banco Ciudad, Roberto Feletti.

Hubo, a diferencia de cumbres anteriores, muy poca presencia de funcionarios y empresarios de personajes del sector privado, un poco por los altos costos que demandaba viajar del otro lado del mundo para un país aún en crisis, y también por la desconfianza –de parte del sector privado– por la oferta que presentaría el país a la comunidad internacional.

El clima de suspenso acerca de la oferta invadía el ambiente designado para la presentación, donde el vocero de Lavagna, Armando Torres, fue el encargado de introducir al ministro y a sus colaboradores. Lavagna inauguró la exposición en un tono muy solemne pero evidentemente tenso, y luego le cedió la palabra a su secretario de Finanzas, Guillermo Nielsen, quien en perfecto inglés explicó cada una de las diapositivas que incluían los detalles de los lineamientos de la oferta.

Nielsen estuvo en todo momento ayudado por su equipo de jóvenes colaboradores, compuesto por el secretario de Coordinación Técnica, Leonardo Madcur, y el subsecretario de Financiamiento, Sebastián Palla.

Finalmente, el momento esperado. Cuando Lavagna pronunció las palabras que develaron la incógnita: “Una quita nominal del 75%”, la sala se sacudió de repente. Enseguida comenzaron los silbidos: nadie esperaba una quita semejante, más allá de cierta especulación en la prensa los días previos. Era el dato más esperado, al punto que algunos periodistas de agencias de noticias, en pos de conseguir la primicia, sorprendieron levantándose de sus asientos en la sala para a través de sus teléfonos cantarles a los medios la cifra, que parecía apocalíptica.

Nielsen continuó con la exposición presentando los lineamientos de una oferta con tres familias de bonos, según los distintos tipos de inversores: pequeños, grandes fondos y AFJP. Pero la oferta definitiva, con tasas de interés y plazos, tardaría meses en conocerse.

También se anunció allí una novedad planetaria: la de que habría una especie de compensación con títulos atados al crecimiento del país. La idea era proponer una especie de “sociedad en las buenas”, desde el punto de vista de que si a la Argentina le iba bien y crecía más de lo proyectado, repartiría esa ganancia entre el Estado y parte a los acreedores, lo que les aliviaría la quita.

El cupón fue prácticamente ignorado al principio por los inversores, debido al historial de crecimiento del país.

Lo que siguió en esa sala de convenciones fue una serie variopinta de reacciones, según las distintas culturas allí presentes. Los italianos y los españoles demostraron inmediatamente su bronca con la oferta, tanto acreedores como periodistas, que buscaron alcanzar frenéticamente a un huidizo equipo económico que marchaba a paso firme y se retiraba hacia sus aposentos. Los japoneses, en cambio, se fueron casi sin emitir palabra, como indignados.

Algunos inversores buscaron el veredicto inmediato de algún analista de bancos de inversión que hubiera presenciado el anuncio. Un japonés se le acercó al argentino Guillermo Mondino, el ex asesor de Domingo Cavallo durante la gestión de Fernando de la Rúa hasta la crisis de 2001, quien se había ubicado en un banco de inversión en Nueva York. Mondino fue muy elocuente, negando con su cabeza, cuando se le preguntó qué le parecía la medida. “Es muy agresiva”, dijo.

Desde el minuto cero Mondino, como tantos otros, no apostó a la oferta de deuda. Algunos, en cambio, intentaban convencerse de que lo que habían escuchado era un error. ¡La quita no podía ser tan grande!, afirmaban. Lo ocurrido allí se replicó en Buenos Aires y Wall Street.

Allí fue cuando los inversores comenzaron a conocer a Néstor. “No creíamos en un número tan grande. Cuando comenzamos a negociar con Lavagna, conversábamos sobre quitas mayores a 50%, pero no esto. Decididamente allí estuvo el estilo duro de negociación de Néstor, que luego todos conocimos”, sostuvo un acreedor de un gran fondo internacional, que jugaría luego un papel clave en las negociaciones para la reestructuración de deuda, e incluso llegaría a demandar al país ante las cortes internacionales.

Aparecieron allí mismo en Dubai críticas a la propuesta de los nombres conocidos del momento que emitían sendos informes a los inversores de la región, como el de Lacy Gallagher, del equipo de research del Credit Suisse First Boston, el banco de David Mulford, un ex subsecretario del Tesoro de la era de Bush padre y amigo de Cavallo, con quien el ministro había organizado un megacanje seis meses antes del default, una operación que lejos de haber otorgado oxígeno financiero al país, representó más endeudamiento y más ahogo fiscal y aceleró la crisis en 2001. También se encontraba Martín Anidjar, un argentino que trabajaba en el JP Morgan. Ellos eran algunos de los “expertos” del caso argentino, entre otros. Como el resto, cuestionaban la no inclusión del pago de intereses vencidos desde 2001. Veían la quita como unos números más, y con la inclusión o no de esos intereses harían sus cuentas para ingresar a la oferta o no hacerlo.[3]

La vorágine en torno a la quita no permitió ver en el momento lo que se estaba desatando. La propuesta de la Argentina significaba un cambio conceptual muy grande, una revolución en la historia de su deuda externa, que comenzó en 1824, cuando tomó el primer empréstito con un banco inglés y a la medida de los acreedores. Fue plantarse por primera vez, ante el establishment internacional, con una propuesta propia, a través de la cual el país pudiera salir del incumplimiento sin descuidar los intereses de los argentinos.

En verdad, la propuesta inicial tuvo tres etapas en cuanto a modificaciones, como se verá más adelante, y en el trayecto se vislumbró un juego de presiones e intereses fenomenal. Si bien los cambios fueron sutiles, contemplaron parte de los reclamos de los distintos tipos de acreedores, grandes y pequeños, pero se mantuvo en líneas generales el nivel de la quita. “Y el que se mantuvo siempre firme fue Néstor”, reconocieron casi al unísono todos los funcionarios, inversores, banqueros y allegados al presidente consultados.

En representación de los bonistas italianos, se encontraba en la tribuna el italiano Nicola Stock, un lobista de bancos de su país que decía representar a 450.000 pequeños inversores, y que les repetía a los periodistas que la propuesta era inaceptable, si bien rescataba el diálogo con el equipo económico.

Había también en la sala otros pequeños inversores víctimas del default, algunos de los cuales hasta resultarían pintorescos en esta amarga historia. Como el alemán Stefan Engelberger, un hombre dueño de una casa de souvenirs en su tierra natal que insistía con entrevistarse con los funcionarios argentinos, andaba para todos lados en bicicleta, y hasta fue tema de La Nelly, protagonista de una tira cómica diaria publicada en la contratapa del matutino Clarín.[4]

Engelberger le regaló a la autora de este libro, que lo entrevistó en Dubai durante la cumbre, un vaso de cerveza con el águila alemana revoloteando sobre el Congreso argentino y con insignias que denotaban “un símbolo de la corrupción”, le dijo. El jarro era un souvenir de su negocio, al que vendía a casi 15 euros, y resultó su ocurrencia para sortear la mala racha económica. No obstante su bronca, reconoció: “Es la primera vez en la historia financiera que se pone en la mesa de negociación a los pequeños acreedores privados”.[5]

Los pequeños inversores –muy distintos de los grandes fondos que entran y salen constantemente de los mercados a la caza de oportunidades de negocios financieros– querían el repago total del capital, y aceptaban sólo alargar plazos y bajar intereses. Para ellos, la propuesta era “una tomada de pelo”. Al invertir en bonos de la Argentina, habían buscado tener una especie de renta permanente periódica, a modo de un plazo fijo, mal asesorados durante los 90 y principios de siglo por los bancos, con el concepto de que, a diferencia de las empresas, “los gobiernos nunca quiebran”.

El banco inglés Barclay’s tuvo una actitud distinta desde el inicio. Su feje de research –como se dice en la jerga al departamento de investigaciones–, José María Barrionuevo, que también viajó a las tierras orientales, fue el único representante de un banco de inversión que destacó desde sus inicios el modelo de sustentabilidad planteado por el gobierno argentino, si bien sostenía que “era un propuesta para empezar a negociar” y reconocía que el no pago de intereses podía entorpecer las negociaciones. Ese entendimiento le valió luego el acercamiento del banco en la operación de colocación de deuda, tanto en 2005 y luego en la operación que lideró el ministro de Economía Amado Boudou en 2010.

“Barrionuevo fue el primero de los economistas de Wall Street que entendió el concepto nuestro de capacidad de pago y de que estábamos estabilizando la economía, incluso antes que cualquier economista local”, reconoce Nielsen, entrevistado para este libro. En contraposición, el resto buscaba que prendiera la idea de la “no voluntad de pago” y “de mala fe” en las negociaciones.

Habían transcurrido sólo unos minutos de culminada la presentación de Lavagna. Fuera del salón, los popes de las finanzas mundiales, que habían evitado ingresar al mismo, estaban ansiosos por saber qué había pasado allí dentro.

–¿Y? ¿Cuál fue la quita que anunciaron? –preguntó uno de ellos tras interceptar sigilosamente a una periodista argentina.[6]

–Un 75%.

–¡Uh! –dijo, y se llevó la mano a la cabeza, sorprendido, el vocero del FMI, Thomas Dawson.

–¿Plantearon un período de gracia de tres años? –preguntó, y seguidamente razonó en voz alta–: Eso sería dejar el pago de la deuda para la próxima administración –dijo, sin más.

Este diálogo es una prueba del desconocimiento total que tenía el hombre del Fondo sobre la oferta, y de los nuevos aires de la relación de la Argentina con los hombres del FMI, quienes venían acostumbrados a tener la “primicia” de los anuncios de las políticas económicas de la Argentina en los 90. Tampoco imaginaban entonces el carácter del hombre que asumía en la nueva gestión en el país y que en breve se les pondría de frente, y sin patear el pago de la deuda hacia alguna gestión posterior.

Por cierto, tampoco sabía nada el Banco Mundial. Se vio a su director gerente en la Argentina, Axel van Trotsenburg, anotando en su libreta punto por punto los lineamientos de la oferta, durante el anuncio. Podría decirse casi con seguridad que fue el único funcionario de una entidad multilateral que acudió a la sala.

Van Trotsenburg, quien había liderado la iniciativa de los organismos para condonar la deuda a veinticuatro de los países más pobres (iniciativa HIPC, por su sigla en inglés), era un apasionado del caso argentino. Desembarcó en el país durante la crisis de 2002 y mostró cierta flexibilidad durante su gestión para promover créditos de inversión, un punto en el que hubo consenso con el gobierno de Kirchner, que aceptó tomarlos, en contra de los denominados “créditos de ajuste” otorgados durante los 90, en los que el dinero era “fungible” (es decir, se ponía en la misma caja para ser repartido) y no se sabía bien adónde iban los recursos.

–¿Ustedes no les avisaron de la quita al FMI ese día en Dubai?

–No. Tuvimos una cena la noche anterior pero no les dijimos nada. Les decíamos: “Vamos a hacer tal cosa” cuando ya estaba todo cocinado. Fue un cambio de ahí en más, pero ya habíamos empezado a hacerlo, como cuando buscamos salir del “corralón”: en un momento dado subimos el tope de retiros para que los ahorristas pudieran retirar fondos. Y Krueger llamó hecha una fiera a Lavagna, y le espetaba que estábamos tirándonos la “borrachera monetaria” hasta el cuello –recordó Nielsen.[7]

Anne Krueger, la número dos del Fondo en ese entonces, fue bautizada como la dama de hierro del FMI con la Argentina. Mientras estuvo en funciones, encarnó el odio de lo más ortodoxo de la comunidad internacional con el país por la crisis y el default de 2001, asesorada por colaboradores como su economista jefe de investigaciones Kenneth Rogoff.

“Rogoff y Carmen Reinhart eran dos economistas del FMI que le bajaban línea intelectual a Krueger y decían que en la Argentina había monetary overhang (borrachera monetaria), producto de los amparos, y estábamos al borde de la híper. Ésa era su visión. Y claramente no tuvimos una híper”, recordó Nielsen, quien destacó que “la susceptibilidad con la Argentina era muy grande”.

Esa susceptibilidad de ambos economistas continuó en el tiempo de los Kirchner. Y pensar en un default como solución “deseable” para salir de una crisis era de ficción. Con el tiempo, Rogoff y su compañera, que devinieron economistas de los más escuchados para estos temas, cambiarían parte de su visión ortodoxa sobre los pedidos de ajuste y las crisis de deuda de los países luego de haber estudiado el problema mundial de los últimos diez años. Y alcanzaron a recomendar defaults como “deseables” para casos como el actual de Grecia, pero aún permanecen duros con la Argentina.[8]

El faltazo de Prat Gay

Ya se había develado la incógnita de la quita y la sala era aún un hervidero minutos después. Guadagni y Feletti se esmeraban por explicarle a los medios las bondades de la propuesta y el concepto de “sustentabilidad” y de “capacidad de pago”, que la Argentina necesitaba primero crecer y que sólo podría ofrecer lo que podía pagar en el tiempo para no volver a caer. Aún no se conocía la oferta concreta y final, sólo se habían esbozado los lineamientos.

Feletti no pertenecía aún al gobierno. Como titular del Banco Ciudad, respondía a Aníbal Ibarra, quien acabada de ser reelecto jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, venciendo a la fórmula encabezada por Mauricio Macri. Pero fue uno de los primeros economistas que compró y defendió el concepto de sustentabilidad de la deuda argentina. “Nos habían pedido que ayudáramos a explicar y defender la oferta”, sostuvo Feletti, uno de los pocos incondicionales a la propuesta desde sus inicios.

La actitud de estos funcionarios hizo incandescente una ausencia en la platea de los locales: el titular del Banco Central, Alfonso Prat Gay, no estuvo presente en el lanzamiento de la oferta, pese a haber sido parte de la comitiva oficial argentina.

Había pasado un rato ya de la conferencia del equipo económico cuando se pudo a ver a Prat Gay y a su segundo, Pedro Lacoste, tomando un café en las instalaciones del centro de convenciones.

“Esta propuesta no va a tener más de 20% de aceptación”, lanzó ante sus colegas el titular del Banco Central en esos pasillos, cuidándose de no ser interceptado por la prensa.

“El muy guapo no viene, manda a su mujercita que encima se sienta al fondo de todo”, cuentan que soltó un iracundo Lavagna, en privado, frente a algunos funcionarios, hablando del presidente del Central y de su vice, aunque Lacoste sí había ido, si bien llegó tarde, cuando promediaba la presentación.

Lavagna no recordaría esa frase cuando fue entrevistado para este libro, pero no ocultó la bronca que le había producido aquel gesto del titular del Banco Central.

El faltazo de Prat Gay no fue un dato menor, ya que más allá de las diferencias personales existentes entre ambos funcionarios –y de las típicas disputas de poder y egos entre un presidente de Banco Central y un ministro de Economía–, en teoría todos debían jugar para el mismo lado.

Prat Gay, un ex JP Morgan, daba así los primeros indicios de que no apostaba al éxito de la oferta argentina, algo que se hizo más visible tiempo después, en su salida de la presidencia del Banco Central. Y tampoco apostaba a la suerte del modelo económico elegido por el gobierno, ya que más pronto que tarde se cruzaría a un partido opositor.[9]

Esa noche nadie durmió en Dubai. Los periodistas se quedaron hasta casi la mañana siguiente escribiendo, debido a la diferencia horaria con la Argentina y las repercusiones locales, y los inversores y banqueros buscaron pasar su mal trago con la quita anunciada dejándose embelesar por odaliscas que ofrecían shows típicos del lugar en los hoteles de categoría. El equipo económico, en tanto, se tomó un respiro y salió de su claustro acudiendo a la invitación del jeque, quien brindó un cóctel para ministros de finanzas y presidentes de bancos centrales, y luego se recluyó en su hotel.

A la mañana siguiente, la publicación especializada en la cobertura de lo que sucede en países emergentes, y afín con los bancos de inversión, titulaba como nota principal “Argentinos ladrones”. La misma adornaba todas las mesas de la convención en Dubai.

A partir de ahí se intensificó de manera exponencial el lobby de los banqueros en contra del país, que duraría años: a la Argentina había que castigarla y dejarla aislada. No fuera que otro país intentara emularla, sea con la declaración del default o con la propuesta, que el mundo financiero interpretaba (o quería interpretar) como una burla a los acreedores, decían enfurecidos.

En la Casa Rosada y Nueva York

En Buenos Aires, Néstor Kirchner en persona se hizo cargo de su propuesta y quiso dar la noticia local, para lo que realizó una presentación simultánea a la de Dubai, ya que no había forma de conexión con la conferencia que el equipo económico realizaba en Oriente Medio.

El presidente convocó a una audiencia en la Sala de Situación de la Rosada a los jefes de todos los bloques partidarios, que eran unas decenas debido a la gran fragmentación política del momento, derivada de la crisis de 2001.

A falta de una videoconferencia –esta tecnología fue adoptada como rutinaria tiempo después por la sucesora y mujer del presidente, Cristina–, lo único que se vio allí fue un Power Point con los lineamientos de la propuesta. Néstor habló sólo unos minutos: introdujo el tema, lanzó la cifra de la quita y justificó la medida, luego le dejó las explicaciones a su entonces jefe de gabinete, Alberto Fernández. El ministro de Interior Aníbal Fernández también acompañó a Néstor durante la presentación.

A diferencia de lo que sucedía en Dubai, los políticos y varios empresarios y banqueros locales respaldaron la proposición oficial. Los presentes recordaron ese clima de unidad luego del espanto económico que acababa de transitar el país, y que Néstor incluso se permitió bromear con una partida del presupuesto de ese año que el Ejecutivo acababa de presentar y la oposición debía considerar: “Hay una partida para pintar la Casa Rosada. Si quieren, apruébenla, si no, no importa”, dijo, palabras más palabras menos, según uno de los presentes en la sala.

En rigor, el hervidero estaba en los mercados. A sólo una cuadras de allí, en el recinto de la Bolsa, el índice de las empresas líderes, el Merval, luego del anuncio se precipitó 6%, al tiempo que los títulos públicos se derrumbaron, para acomodarse al nuevo escenario de quita inesperada. También pequeños bonistas argentinos, que habían padecido la crisis y el “corralito”, asomaban como sin poder comprender su situación.

Entre los que concurrieron a la presentación en Buenos Aires se encontraba un entonces desconocido Sergio Chodos, joven abogado hijo de un empresario de la construcción, que mostraba sus primeros aires de militante, pues se había incorporado al equipo de deuda hacía apenas dos meses. Mientras trabajaba en el estudio Brouchou, especializado en asesorar bancos que participara del canje 2005, se había acercado a Guillermo Nielsen, quien luego de una charla le propuso integrarse al equipo en cuestiones de asesoramiento legal del canje.

Chodos, que empezó así como asesor de Nielsen, fue el único hombre del equipo económico de deuda al que habían bajado del avión que transportó a la comitiva que viajó a Dubai para quedarse en Buenos Aires asistiendo a Néstor y a Alberto Fernández, para eventuales deudas técnicas de la presentación.

Inicialmente Chodos se lamentó de no haber podido viajar, pero ese acercamiento a Néstor Kirchner y a Alberto Fernández, a quienes no conocía, fue crucial para su carrera de funcionario público.[10]

La presentación de la propuesta argentina en Dubai, que mostró a un Kirchner con su pretensión de ir con los tapones de punta con los acreedores, fue todo un símbolo. Aunque entonces era poco perceptible para muchos, anticipaba lo que sería la impronta de gestión de las presidencias de los Kirchner: el corrimiento de los límites, el ir más allá de lo impensado. La negociación de la deuda fue una de las primeras medidas, en este sentido, en materia económica.

Tres días después del lanzamiento de la oferta en Dubai, Néstor Kirchner dedicó un largo tramo de su discurso presentado en Naciones Unidas a su visión estratégica sobre la deuda argentina y la solución propuesta al default, en el marco de la profunda recesión en la que había caído el país. Dijo en esa oportunidad, en su primer discurso en la ONU, el 25 de septiembre de 2003:

La relación de países como el nuestro y otros con el mundo está signada por la existencia de una aplastante y gigantesca deuda, tanto con organismos multilaterales de crédito como con acreedores privados. […] Nos hacemos cargo como país de haber adoptado políticas ajenas para llegar a tal punto de endeudamiento. Pero reclamamos que aquellos organismos internacionales que –al imponer esas políticas– contribuyeron, alentaron y favorecieron el crecimiento de esa deuda también asuman su cuota de responsabilidad. Resulta casi una obviedad señalar que, cuando una deuda adquiere tal magnitud, la responsabilidad no es sólo del deudor sino también del acreedor… Es necesario entonces que se asuma el hecho cierto, verificable y, en cierta medida, de sentido común, de la terrible dificultad que ofrece el pago de esa deuda. Sin una concreta ayuda internacional que se encamine a permitir la reconstitución de la solvencia económica de los países endeudados y con ello su capacidad de pago; sin medidas que promuevan su crecimiento y desarrollo sustentable, favoreciendo concretamente su acceso a los mercados y el crecimiento de sus exportaciones, el pago de la deuda se torna una verdadera quimera. En el desarrollo de exportaciones con valor agregado a los recursos naturales que la mayoría de los países endeudados poseen, pueden solventarse los primeros tramos del desarrollo sustentable, sin el cual sus acreedores deberán asumir sus quebrantos sin otra opción realista. Nunca se supo de nadie que pudiera cobrar deuda alguna a los que están muertos.

“Los muertos no pagan las deudas” fue quizá la frase más audaz y solitaria de Kirchner en aquel momento, y resumía como ninguna la desesperación en la que estaba sumido el país que heredaba las consecuencias de las políticas económicas de apertura indiscriminada y de desindustrialización de las décadas anteriores, funcionales a los intereses del Consenso de Washington.

Habían sido meses durísimos para el equipo económico que trabajó para llegar con una oferta semejante. Pero sería sólo el comienzo de una compleja negociación con los distintos actores que participarían de la oferta –con medidas judiciales median-te, que hasta lograron frenarla–, que se extendió por años, y de la que aún queda por librar la batalla final.

Puede decirse que en Dubai comenzó la verdadera saga del desendeudamiento: la lucha del país por imponer en la comunidad internacional una oferta posible de pagar y la pelea de la Argentina contra los buitres, es decir, los enemigos externos y los internos de un manejo de la deuda sustentable para la Argentina.

Los buitres de la deuda

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