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2. Género y arquitectura, la evidencia de una relación

A veces me he sentido irritada en una discusión abstracta cuando un hombre me dice: «Usted piensa tal cosa porque es una mujer»; yo sabía que mi única defensa era contestar: «Lo pienso porque es verdad».

El segundo sexo

Simone de Beauvoir

El alegato de Simone de Beauvoir que encabeza esta página pertenece a su obra más influyente, en la cual anticipó en 1949 el concepto género. El segundo sexo es, sin duda, una de las principales obras filosóficas del pasado siglo. Su influencia ha ido en aumento hasta constituir uno de los pilares sobre los que se ha desarrollado la teoría feminista en las últimas décadas. A partir de los años sesenta, con la generalización de su traducción, y sobre todo durante los setenta, la considerada segunda ola del feminismo en los estudios en lengua inglesa1 hizo suya la tajante sentencia de la autora «No se nace mujer: se llega a serlo»2 para comenzar a cuestionar las teorías biologicistas arraigadas en Occidente y que durante miles de años —desde la cultura clásica, pasando por el pensamiento medieval, hasta llegar a la Ilustración— habían estado presentes naturalizando la desigualdad basada en la diferencia sexual.

«Conforme a la naturaleza». Ya lo apuntaba Aristóteles en Política, con una idea que se perpetuaría nada menos que desde el siglo iv antes de la Era Común:

[…] resulta evidente que es conforme a la naturaleza y conveniente para el cuerpo ser regido por el alma, y para la parte afectiva ser gobernada por la inteligencia y la parte dotada de razón, mientras que su igualdad o la inversión de su relación es perjudicial para todos.

También ocurre igualmente entre el hombre y los demás animales, pues los animales domésticos tienen una naturaleza mejor que los salvajes, y para todos ellos es mejor estar sometidos al hombre, porque así consiguen su seguridad. Y también en la relación entre macho y hembra, por naturaleza, uno es superior y otro inferior, uno manda y otro obedece.3

En un contexto de naturalización de la desigualdad, de la desvalorización de las mujeres en términos globales y la creación de una ideología perpetuada en virtud de la cual las mujeres no eran seres completamente humanos, sino seres no dotados de razón4 o inferiores, el desarrollo conceptual del sistema sexo-género constituyó una revolución sin precedentes que desde mediados del siglo xx cuestionó radicalmente este principio de necesidad. Mientras que el sexo vendría determinado por las diferencias biológicas entre seres humanos, la categoría analítica género se consolidó como constructo sociocultural asignado en función del primero5 —implicando, por lo tanto, su posible deconstrucción.6 Hoy, ya no solo. Especialmente desde la última década del siglo xx, determinados aportes teóricos apelan a ir más allá del género, cuestionando la dualidad del sistema sexo género (binarismo) como forma de de-generización.7 En el proceso, el reconocimiento de la diferencia, expresado en alianzas políticas, hace que la socialización del género sea hoy más diversa, sabotee su concepción dicotómica y explore identidades y expresiones más allá de las categorías varón y mujer.8 Desde entonces, la suficiencia del género como categoría de análisis ha sido ampliamente discutida, y el uso de esta ya no implica que no existan realidades insumisas (o no-binarias) más allá de esta forma de leer la realidad social.9

Junto a esta puesta en cuestión dicotómica sobre la configuración social, política y económica de los roles tradicionales femenino y masculino a través de la historia, se ha ido conceptualizando otro concepto básico, el de patriarcado. En el año 1986 Gerda Lerner definió el patriarcado de manera amplia como «la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y los niños de la familia y la ampliación de ese dominio sobre las mujeres en la sociedad en general».10 En 1990, Sylvia Walby reflexionó sobre cómo el auge del capitalismo transforma las interrelaciones entre clase y género, y advirtió sobre la capacidad del patriarcado para cambiar de forma, incorporando los avances logrados por el feminismo, creando nuevas trampas para las mujeres.11 En 1998, Mabel O. Wilson puso el foco en el esquema del patriarcado racial recuperando lo escrito por la teórica literaria Laura Doyle. La autora enfatiza así su conceptualización como la formación social que se basa en una distinción metafísica; aquella entre una cabeza gobernante y un cuerpo trabajador y aquella que engendra el género y racializa esta distinción.12 El concepto de interseccionalidad trabajado por Kimberlé Crenshaw desde los años ochenta ahonda en esta misma reflexión y apunta a la necesidad de tener en cuenta cómo las diferentes formas de opresión se intersecan y exacerban entre sí;13 racismo, clasismo, sexismo, capacitismo, edadismo, etc. El género no es la única categoría que estructura las desigualdades sociales, y estos nexos deben ser considerados consistentemente. Entendido, pues, el patriarcado, como el sistema que organiza los espacios y relaciones de poder que están detrás del género, las cuales a su vez se ven alteradas por las relaciones de clase y los procesos de racialización; que asigna una jerarquía implícita y categoriza todo lo que no responde a una determinada masculinidad hegemónica14 como lo que está al margen o alteridad. El sistema patriarcal explica y sirve para visibilizar la opresión de las mujeres y sujetos subalternos15 a lo largo de la historia de la humanidad —tanto en su versión fuerte como en su versión débil—, y es origen de las prácticas injustas y de los hábitos perversos que van en detrimento de la dignidad e igualdad entre seres humanos desde su diversidad y diferencia.16

De este modo, la alteridad absoluta de la que nos hablaba De Beauvoir, ha determinado históricamente la construcción social del mundo que hoy habitamos. Y la construcción del género, al igual que la construcción de la raza17 o la clase, se ha ido definiendo en función de un determinado sujeto absoluto de referencia. Un sujeto que, como explica Oihane Ruiz, «tiene la virtud de segregar en minorías a la mayoría y de hacer universal la vida de una minoría».18 Esto es, como veremos, el androcentrismo o la definición del statu quo a partir de la posición central en el mundo del varón privilegiado en el sistema cultural.

Pero, para comprender la especial incidencia de este canon tenemos que remontarnos atrás en el tiempo, a los orígenes de la arquitectura como disciplina científica. En el siglo xix, con la consolidación de la Historia del Arte como disciplina académica, se bautizará como Renacimiento al renacer cultural surgido en el norte de la península itálica en el siglo xv. Durante esta etapa se desarrollaría el movimiento humanista, también conocido como Humanismo.19 Tradicionalmente, se ha extendido la idea de que el Humanismo constituye un movimiento cultural que nace en contraposición al teocentrismo medieval, cuando la cosmovisión del mundo cambia en Europa y el hombre y no Dios pasa a ser el centro de todas las cosas. Desde entonces, la doctrina del antropocentrismo ha arraigado profundamente en nuestro sistema de valores. Sin embargo, no ha sido suficientemente discutido cómo la revisión de este movimiento cultural, originado en un determinado contexto social de puesta en valor de las fuentes de la Antigüedad clásica, mitificado durante los siglos posteriores (Romanticismo), ha arrastrado un categórico sesgo androcéntrico y colonial.20 No era lo humano, sino exclusivamente el varón privilegiado lo que ocupaba dicha posición central; un arquetipo de lo humano muy minoritario que estableció un canon o módulo excluyente que es origen de desigualdades efectivas.

Como evidencia la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), la figura masculina se convertiría así en medida de todas las cosas a la que atribuir la representación del estándar de universalidad, la esencia original de la realidad humana. Con el paso de los siglos, este canon ideal de lo humano definido desde la masculinidad hegemónica continuó siendo el sujeto central de la cultura occidental, no siendo exclusivamente su condición masculina la que lo determinaría. La norma universal (o norma mítica,21 en palabras de Audre Lorde) acabó así representando la realidad de un sujeto humano minoritario —aquel por el que fue creada: la del hombre, pero también la de la blanquitud, la de lo occidental, la de lo burgués, la de lo heteronormativo, la de la mediana edad y la de lo saludable y lo capaz.22

Es importante comprender que el androcentrismo, a lo largo de los siglos, ha implicado sesgos —explícitos e implícitos— que invalidan la supuesta neutralidad de la producción y transmisión del conocimiento académico. Esta presunta objetividad científica viene siendo puesta en cuestión desde la crisis de representación, sobre todo desde del último tercio del siglo xx.23 A partir de ese momento, la introducción de la perspectiva de género, así como la revisión crítica de todo lo producido hasta el momento, se ha reivindicado como condición necesaria en la promoción de una mayor rigurosidad y calidad del saber. Poulain de la Barre, pensador ilustrado en contacto con el Preciosismo, ya denunciaba en el siglo xvii este sesgo: «Todo lo que han escrito los hombres sobre las mujeres es digno de sospecha, porque son a un tiempo juez y parte».24 En 1984, Audre Lorde explicaría cómo el racismo, el edadismo, el clasismo y el sexismo producen «distorsiones» endémicas en la sociedad.25 En 1988, Donna Haraway escribiría que la objetividad feminista simplemente significa «conocimiento situado».26 Sobre el cuestionamiento, descalificación y destrucción de conocimientos alternativos que puedan cuestionar el privilegio de la ciencia moderna desde el Eurocentrismo reflexionaría Boaventura de Sousa Santos, denominándolos «epistemicidios».27 En el caso de la historia de la arquitectura, todavía resta pendiente una revisión formal que, además, llegue de manera efectiva a las aulas. La voluntad de aproximarnos a cómo avanzar en este aspecto será el primer punto en el que incidirá este trabajo.

Como siguiente punto a abordar analizaremos, primero, la construcción de una disciplina exclusivamente masculina y, luego, la incorporación paulatina de las mujeres a la profesión y los estudios de arquitectura, que desde una perspectiva androcentrista —con independencia del género de la persona que la ejerce—, deriva en prácticas profesionales que arrastran sesgos patriarcales, que desde los años setenta vienen siendo discutidas como origen de desigualdades efectivas.28 La construcción de los espacios que habitamos tiene una dimensión cultural —del mismo modo que la producción de conocimiento—; y por lo tanto no es neutra; su diseño se limita, jerarquiza y valora desde las estructuras de poder androcéntricas; ha sido codificado a partir de una identidad cultural hegemónica patriarcal; es el producto de la intersección de las relaciones sociales29 y, en consecuencia, puede perpetuar sistemas de dominación.

En los años noventa, la filósofa Cristina Molina Petit lo expresó de la siguiente manera: «los principios de la arquitectura no son neutrales al género: el diseño arquitectónico ha sido realizado fundamentalmente por varones, atendiendo a las necesidades de los varones y los valores inherentes han sido transmitidos por varones que dominan las escuelas de arquitectura y escriben los libros de teoría arquitectónica»30 —en un momento, recordemos, en el que la que ha sido denominada «división sexual del trabajo» y los roles de género estaban todavía más dualmente definidos. A partir de este análisis, veremos que la incorporación de la perspectiva feminista en los estudios e investigaciones de arquitectura —y como consecuencia en la práctica del diseño espacial—, es una cuestión inapelable que ya está llevándose a cabo en algunos lugares, y a la que esta investigación también procura contribuir.

Para finalizar este trabajo introductorio que estudia las relaciones entre la categoría género y la disciplina de la arquitectura, es importante tomar conciencia de que el patriarcado sigue vigente hoy a pesar de la convicción política en diversas geografías de que la igualdad entre mujeres y hombres es un hecho alcanzado. Es lo que se ha denominado el espejismo de igualdad: se nos dice que lo hemos conseguido, pero no obtenemos lo mismo.31 Violencias machistas, explotación sexual y/o reproductiva, feminización de la pobreza, brecha salarial, suelo pegajoso, techo de cristal, desigualdad en el uso del tiempo... Son solo algunos síntomas de lo que todavía hoy sigue siendo una realidad objetiva incluso en los lugares que pueden parecer ejemplares. Y lo cierto es que, después de una lucha de siglos y a pesar de todos los avances, ni un solo país del mundo es todavía igualitario.32 Para seguir construyendo este camino se hace por tanto necesario analizar la realidad profesional de las arquitectas en el Estado español.

En cualquier caso, sería necesario precisar que estos ejes de desarrollo pretenden abarcar un amplio análisis de las implicaciones transversales del factor género en el ámbito de la arquitectura, si bien no son los únicos posibles, pues tal y como indica Mark Wingley en su texto «Untitled: The Housing of Gender»:

La producción activa de distinciones de género se puede encontrar en todos los niveles del discurso arquitectónico: en sus rituales de legitimación, prácticas de contratación, sistemas de clasificación, técnicas de impartición de lecciones, imágenes publicitarias, creación del canon, división del trabajo, bibliografías, convenciones de diseño, códigos legales, estructuras salariales, prácticas editoriales, lenguaje, ética profesional, protocolos de edición, créditos de proyectos, etc.33

1. Esto no quiere decir que la teoría feminista comience con las olas y solo se reproduzca a través de la producción teórica de determinados grupos en determinados contextos, aunque desde una perspectiva histórica, este marco teórico ha sido el dominante. La genealogía feminista debe entender cómo el capitalismo exacerba las relaciones racistas, patriarcales y heterosexistas. En este sentido, se reproduce la idea de Chandra Talpade Mohanty en relación con lo occidental entendido no como categoría geográfica o espacial encarnada, sino como el lugar político y analítico de las metodologías empleadas por cualquier persona a lo largo del globo que trasluce lo colonial. Cómo pensamos desde lo local en/de lo global y viceversa sin caer en tópicos colonizadores es complejo. Este trabajo no escapa a esta misma dificultad. La autora sugiere que «los estudios feministas comparativos» o la «solidaridad feminista» es el modelo más útil para el trabajo transcultural feminista, reconociendo las relaciones y tensiones entre las diferencias y similitudes feministas globales, que existen en todos los contextos. Solidaridad feminista para enfatizar las relaciones de reciprocidad, corresponsabilidad e intereses comunes en las luchas por la justicia. Chandra Talpade Mohanty, «Under Western Eyes Revisited: Feminist Solidarity through Anticapitalist Struggles», Signs 28, 2(2003): 499-535.

2. Beauvoir, El segundo sexo, (Madrid: Cátedra, 2019), 341.

3. Aristóteles, Política (Madrid: Editorial Gredos, 1988), 57-58.

4. Silvia Federici, El patriarcado del salario: críticas feministas al marxismo (Madrid: Traficantes de Sueños, 2018), 19.

5. El influyente libro Política Sexual de Kate Millet (basado en su tesis de 1969 y publicado en 1970 en inglés) reflexiona, entre otras cosas, sobre las ideas de Simone de Beauvoir y de Robert J. Stoller (Sex and Gender, 1968) que luego predominaron en la creación de los estudios de género. Esta ruptura epistemológica se fue asimilando a lo largo de las conferencias mundiales que siguieron a la proclamación del año 1975 como el Año Internacional de la Mujer por la Asamblea General de Naciones Unidas, y que alcanzaron su punto álgido en la cuarta conferencia en Pekín en 1995. Entonces el concepto de «género» se trasladó de la teoría feminista —con mayor o menor fortuna— al campo institucional. A lo largo del tiempo, esta crítica operativa ha sido altamente productiva y crecientemente se han ido desnaturalizando los constructos de orden social que oprimían a las mujeres. Algunos apuntes sobre esta cuestión: Lourdes Méndez, «Una connivencia implícita: perspectiva de género, empoderamiento y feminismo institucional» en Antropología Feminista y/o del Género. Legitimidad, poder y usos políticos, ed. Rosa Andrieu Sanz y Carmen Mozo González (Sevilla: Fundación El Monte, 2005), 203-226.

6. «No se nace mujer: se llega a serlo». Ya desde sus momentos más álgidos, el movimiento feminista se ha enfrentado a la paradoja de deconstruir el género teniendo que reiteradamente usar para ello esta misma categoría. Y aunque pueda resultar un contrasentido, entraña construir procesos de igualdad precisamente a partir del reconocimiento de la diferencia. En esta tensión probablemente radique su potencialidad. Este trabajo también navega en ese mismo conflicto: el del reconocimiento de la diversidad y lo infinitamente heterogéneo de las otras feminidades y las mujeres, en nombre de la construcción del eterno femenino a lo largo de la historia como objeto de la investigación. Para ello, y en la medida de lo posible, se ha optado por una concepción materialista de la reproducción social o modo en que son producidas y reproducidas las relaciones sociales. Siguiendo a Silvia Federici: «Reconocer que la subordinación social es un producto de la historia, cuyas raíces se encuentran en una organización específica del trabajo, ha tenido un efecto liberador para las mujeres. Ha permitido desnaturalizar la división sexual del trabajo y las identidades construidas a partir de ella, al concebir las categorías de género no solo como construcciones sociales, sino también como conceptos cuyo contenido están en constante redefinición, que son infinitamente móviles, abiertos al cambio, y que siempre tienen una carga política». Federici, El patriarcado del salario, 87.

7. Sobre esta cuestión, ver los trabajos de Judith Butler El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad (Madrid: Ediciones Paidós, 1990) y Cuerpos que importan. Sobre los límites discursivos y materiales del sexo (Madrid: Ediciones Paidós, 2018). También Judith Lorber, Paradoxes of gender (New Haven, London: Yale University Press, 1994) y «Using Gender to Undo Gender: A Feminist Degendering Movement», Feminist Theory 1, 1(2000): 79-95, www.doi.org/10.1177/14647000022229074. En castellano, entre los estudios de sexualidad y género, ha escrito Paul B. Preciado: Manifiesto contrasexual (Madrid: Opera Prima, 2002), Testo Yonqui (Madrid: Espasa, 2008) o Pornotopía: Arquitectura y sexualidad en Playboy durante la guerra fría (Barcelona: Anagrama, 2010).

8. Se reproduce aquí la idea de la categoría mujeres como aquella que considera a la mayoría, abierta a significados todavía no previstos, a riesgo de que pueda ser equivocada. El imperativo político requeriría el uso de errores necesarios. Tatiana Llaguno (citando a Butler), «Feminismo del 99 %: haciendo política, construyendo subjetividad», en varias autoras, Un feminismo del 99 % (Madrid: Lengua de Trapo & Ctxt, 2018), 65-82.

9. Como sustantivo, género también se emplea para referirse a identidades o grupos sociales que generalmente se organizan en torno al género/sexo asignado a una persona o el sexo legal, su sexo físico o encarnación sexual; el género/sexo con el que se identifican (identidad de género) o viven; su expresión de género y/o rol de género. Claiming*Spaces, «Queer Feminist Glossary», (2019).

10. Gerda Lerner, La creación del patriarcado (Barcelona: Editorial Crítica, 1990), 340-341.

11. Sylvia Walby, Theorizing Patriarchy (Oxford, Cambridge: Basil Blackwell, 1990), 200-201.

12. Mabel O. Wilson, «Dancing in the Dark: The Inscription of Blackness in Le Corbusier’s Radiant City», en Places Through the Body, ed. Heidi J. Nast and Steve Pile (London: Routledge, 1998), 133-152.

13. Sobre interseccionalidad: Kimberlé Crenshaw, «Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine», Feminist Theory, and Antiracist Politics. University of Chicago Legal Forum 1(1989), 139-167, y Kimberlé Crenshaw, «Mapping the Margins: Intersectionality, Identity Politics, and Violence against Women of Color», Sranford Law Review 43, 6(1991), 1241-1299. Años después, vería la luz el influyente libro de Patricia Hill Collins y Sirma Bilge, Intersectionality (Cambridge, Malden: Polity Press, 2016).

14. El concepto de masculinidad hegemónica surgió en los ochenta como una forma de diferenciar el patrón de masculinidad que emerge del patriarcado y que, aunque pueda ser minoritario, es normativo: «Encarna la forma más valorada de ser hombre en la actualidad, exige a todos los demás hombres que se posicionen en relación con ella, y legitima ideológicamente la subordinación global de las mujeres a los hombres». Una revisión interesante, incluida su crítica y mutación, en: Raewyn W. Connell y James W. Messerschmidt, «Hegemonic Masculinity: Rethinking the Concept». Gender and Society 19 6(2005): 829-859. https://doi.org/10.1177/0891243205278639.

15. Interesa aquí introducir el concepto de esencialismo estratégico acuñado por la autora Gayatri Chakravorty Spivak, o el uso estratégico del esencialismo como forma eficaz de acción con un escrupuloso interés político. El esencialismo estratégico tendría un carácter operacional y temporal, influyendo en la construcción de la unidad y la diferencia desde el feminismo. Sobre esencialismo estratégico ver: Gayatri Chakravorty Spivak, en conversación con Elizabeth Grosz, «Criticism, Feminism, and the Institution», en The Post-Colonial Critic. Interviews, Strategies, Dialogues, ed. Sarah Harasym (New York, London: Routledge, 1990), 1-16, y Gayatri Chakravorty Spivak en conversación con Ellen Rooney, «In a Word: Interview» en Outside in the Teaching Machine (Routledge: New York, London, 1993; 2009), 1-26.

16. Cristina Molina Petit, «Género y poder desde sus metáforas. Apuntes para una topografía del patriarcado». En Del sexo al «género»: los equívocos de un concepto, ed. Silvia Tubert (Madrid: Cátedra, 2003), 123-160.

17. Para una aproximación a la invención y desarrollo del concepto raza como categoría de clasificación jerarquizada que segmenta las sociedades humanas —ideada por los europeos a partir del siglo xv como forma de justificar el colonialismo y la esclavitud—, ver: Lesley Lokko, «Introducción», en White Papers, Black Marks: Architecture, Race, Culture, ed. Lesley Lokko (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2000), 10-35.

18. Oihane Ruiz, «¿Qué pasa con la casa? (y las violencias contra mujeres y niñas)?» Píkara Magazine, Junio 16, 2021. https://www.pikaramagazine.com/2021/06/que-pasa-con-la-casa-y-las-violencias-contra-mujeres-y-ninas/

19. A mediados del siglo xx, Paul Oskar Kristeller incidiría en que el término Humanismo, usado por los historiadores del siglo xix, reflejaba la falsa concepción moderna del Renacimiento como nuevo movimiento filosófico (nueva cosmovisión), opuesta a la tradición escolástica medieval. «Por Humanismo nos referimos simplemente a la tendencia general de la época a otorgar la mayor importancia a los estudios clásicos y a considerar la antigüedad clásica como el estándar y modelo común por el cual guiar todas las actividades culturales». El movimiento humanista se nutre del resurgir de las filosofías de la Antigüedad. Según el autor: «El admirable desarrollo de las Bellas Artes, que es la principal gloria del Renacimiento italiano, no surgió de ninguna noción exagerada sobre el genio creativo del artista o sobre su papel en la sociedad y la cultura. Tales nociones son producto del movimiento romántico y sus precursores del siglo xviii, y eran en gran parte ajenas al Renacimiento italiano». Paul Oskar Kristeller, «Humanism and Scholasticism in the Italian Renaissance», Byzantion 17 (1944-1945), 346-374.

20. La historia occidental basada en principios antropocéntricos no sería posible sin la historia de desposesión, extracción y destrucción de la tierra que encarna el proyecto de la colonialidad. Los mapas o la estandarización de la representación del mundo hacen visible esta forma hegemónica de crear conocimiento; Europa, en el centro y arriba, como máxima expresión de poder colonial. En este sentido, siguiendo a Walter Mignolo: «La colonialidad es el patrón de poder que nos gobierna y por tanto la comprensión decolonial de la colonialidad nos conduce a la búsqueda de procesos de desenganche y liberación. La colonialidad es un concepto decolonial». Walter Mignolo y Rolando Vázquez, «Pedagogía y (de)colonialidad», en Pedagogías Decoloniales: Prácticas Insurgentes de Resistir, (Re)Existir y (Re)Vivir, ed. Catherine Walsh (Quito: Ediciones Abya-Yala, 2017), 489-508, 493.

21. Audre Lorde, «Edad, raza, clase y sexo: las mujeres redefinen la diferencia», en La hermana, la extranjera. Artículos y conferencias (Madrid: Horas y horas, 1984; 2003), 123.

22. De este modo y siguiendo los postulados de la Grecia clásica en las artes y en la arquitectura, el auge del antropomorfismo significó la resolución del canon o regla de las proporciones ideales del hombre occidental adulto como definitorias de la escala humana universal a la que adaptar la arquitectura. Bebiendo de las fuentes de la Antigüedad, el resurgir de la razón y la revitalización cultural no se cuestionaría la naturalización de la desigualdad o subordinación de las mujeres y los grupos sociales que no participaban de esta resolución. Esta conceptualización cultural ilustrada definida por la experiencia del mundo desde la masculinidad hegemónica tiene importantes consecuencias en la teoría feminista desde una perspectiva interseccional, implica un proceso de selección y, en consecuencia, también de exclusión. De este modo, la no adecuación de las personas al canon puede suponer discriminación por razón de género (sexismo o misoginia); si no se es blanca y/o occidental debido a razones de origen, etnia o raza (racismo, xenofobia), si no se ha acumulado riqueza por razones de estratificación social (clasismo); si no se encaja en los estándares heteronormativos o categorías binarias del sistema sexo-género debido a razones de orientación o identidad (heterosexismo, homofobia, transfobia, lgtbiq+fobia, etc.); si se es menor (infancia) o mayor (vejez) debido a razones de edad (edadismo); si se trata de personas con discapacidad, debido a razones de percepción de capacidad (capacitismo), etc.

23. Carmen Gregorio Gil, «Contribuciones feministas a problemas epistemológicos de la disciplina antropológica: representación y relaciones de poder», AIBR Revista de Antropología Iberoamericana 1, 1 (2006): 22-39.

24. Poulain de la Barre en De Beauvoir, El segundo sexo, 53.

25. Lorde, La hermana, la extranjera, 123.

26. Conocimientos situados o la necesidad de transformar los debates sobre objetividad ya que la historia es una historia. Donna Haraway, «Situated Knowledges: The Science Question in Feminism and the Privilege of Partial Perspective», Feminist Studies, 14(1988), 575-599, https://doi.org/10.2307/3178066.

27. Boaventura de Sousa Santos, Epistemologies of the South: Justice against Epistemicide (London, New York: Routledge, 2014; 2016).

28. Teresa de Valle, Andamios para una nueva ciudad. Lecturas desde la antropología (Madrid: Cátedra, 1997), 27-28.

29. Doreen Massey, Space, Place, and Gender (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1994).

30. Cristina Molina Petit, «La metáfora espacial doméstica en la definición de lo femenino», en Urbanismo y mujer: nuevas visiones del espacio público y privado, Málaga 1993-Toledo 1994, ed. Adriana Bisquert e Isabel Navarro (Madrid: Seminario Permanente «Ciudad y Mujer», 1995), 339-343, 342.

31. Amelia Valcárcel, Feminismo en un mundo global (Madrid: Cátedra, 2008), 201.

32. Con motivo del 8 de marzo de 2020, las Naciones Unidas presentó Equiterra, un lugar utópico con el que comparar nuestra realidad: https://medium.com/@UN_Women/welcome-to-equiterra-where-gender-equality-is-real-6fc832c383fe.

33. Mark Wigley, «Untitled: The Housing of Gender», en Sexuality & Space, ed. Beatriz Colomina (New York: Princeton Architectural Press, 1992), 327-389.

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