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Introducción

Sépalo decir no es un libro para aprender a hablar positivo, es un manual para pensar y hablar distinto.

El entrenamiento consciente y personal que hagamos al conversar, permitirá reconocer y fortalecer las habilidades que nos ayudarán a descubrirnos como comunicadores competentes.

Sépalo decir es una síntesis práctica para comunicarnos de forma más fácil, segura, empática y eficiente. Nace de la experiencia con equipos, líderes y personas en diferentes procesos de formación y acompañamiento, fundamentados en técnicas de Programación Neurolingüística, inteligencia emocional, coaching, apreciatividad y comunicación no violenta.

Hablamos solo para que nos entiendan, pero no para crear consciencia sobre aquello que decimos a otros. Sabemos comunicarnos, pero no para relacionarnos, sino para entregar un mensaje individual. Y esto, además de suponer un esfuerzo, está basado solo en la intención de un objetivo personal.

Es muy distinto hablar que conversar. La diferencia radica en que al hablar expresamos ideas, con la fe de que caigan donde deben caer. Sin embargo, cuando nos importa la relación por encima del resultado, podemos ser más cuidadosos con las formas, el mensaje, el canal, la conversación y la consecuencia. Si nos importan más las relaciones que el resultado, estamos conversando; estamos logrando que sean más relevantes las relaciones que las razones.

Todo aquello que hemos logrado como humanidad tiene una relación de por medio y, por ende, un hilo de conversaciones que la soportan. Por lo tanto, las conversaciones también importan, construyen y generan relaciones que, por sencillas que parezcan, son la base de la vida, del desarrollo, aprendizaje, la reflexión y de nuestra visión del mundo.

La conversación trasciende el concepto de un simple trámite y, en consecuencia, no hay relación simple, sencilla o innecesaria; la que se construye con el conductor de un taxi, el vendedor de la leche o el plomero, tiene la misma importancia que la generada con el jefe, la pareja o un amigo cercano. Todas están construyendo puentes, abriendo caminos y trazando rutas en nuestra vida.

Necesitamos relacionarnos para todo… o casi todo. No hay acción sin resultado y las conversaciones son acciones, muchas veces inconscientes. Es tan así, que es muy común que nos regresemos sobre ellas repasándolas y diciendo: “debí haber dicho esto” o “no debí haber dicho aquello”. Volver conscientes las relaciones implica interesarnos por el otro, que requiere ser comprendido, escuchado e interpretado, para construir el juego de la vida.

Pensamiento previo no consciente

Al importarnos las relaciones, nos importa el otro. ¿Qué sucede entre el pensar y el decir que simplemente no fluye? A esa sensación de impotencia de quiero decirlo pero no sé cómo, la llamo pensamiento previo no consciente. En estos años de acompañar líderes, personas y equipos que procuran comunicarse bien, he concluido que se destina tiempo a cuidar el tono y la forma, lo que se dice, pero no lo que precede al mensaje, a los pensamientos que nos llevan a hablar de una u otra manera, incluso sin palabras.

Pregunté en redes sociales si se consideraba importante conectar y tener técnicas de empatía en una cita médica y fue sorprendente ver que, de quinientas personas que participaron en la encuesta, el veinte por ciento expresó no considerarlo importante, ya que la conversación con el médico era un simple trámite. Cien personas pensaron que hablar con un médico carecía de importancia, quiere decir que, cien de quinientas personas, desconocen el alcance que puede llegar a tener la relación médico, paciente.

Ahora, imagina que no pasa nada importante en la conversación con un médico, en realidad fue solo un trámite. Fuiste, te revisaron y saliste. Jamás retuviste la imagen de él, ni su cara, ni su nombre. Más adelante tienes una complicación y aquello que el médico dijo se volvió importante, adquirió relevancia. En este escenario, un pensamiento previo no consciente impidió reconocer el valor del vínculo creado.

Otro ejemplo de pensamiento previo no consciente surgió en uno de los talleres virtuales de Sépalo decir. Alguien escribió: “Hoy entré en desacuerdo con mi pareja porque a él no le gusta socializar y mañana nuestro hijo cumple un año. Aunque yo solo invité a una bebé, hija de mi prima, él no quiere compartir con ellas. No sé cómo mediar en la situación”.

Si nos fijamos, el escrito está enfocado en una visión individualista: entré en desacuerdo y no entramos en desacuerdo; yo solo invité y no invitamos. Mi respuesta fue proponerle a la persona regresar sobre el significado de la celebración y darse cuenta de que la consulta partía de una visión personal y no de la participación de los dos padres. Primero, habría que acordar juntos qué quieren de la celebración, cómo la quieren, y, luego, definir a quién invitar.

Los pensamientos previos no conscientes con frecuencia son decisiones que tomamos de forma individual, roles que asumimos incluso antes de hablar y que suponen una posición desde un punto de partida donde muchas veces no podemos conversar. Tener un pensamiento previo no consciente es como el cordón del zapato mal amarrado, una llanta pinchada, un auto sin combustible o un paracaídas sin ajustar.

Cómo hacer conscientes los pensamientos previos

Hace poco viajaba con una colega a la empresa de un cliente lejos de la ciudad. Íbamos para una reunión de algo que parecía ser un gran proyecto. Estaba entusiasmada con la expectativa de qué podría pasar y cómo íbamos a crecer en este reto. Al anunciarnos, luego de dos horas de viaje, mi compañera me miró y dijo: “¿Has pensado que quizás sea una trampa? ¿que hayamos venido hasta acá para nada?”. Yo la miré sorprendida, en ningún momento ese pensamiento había pasado por mí y me asombró que por la mente de ella sí. Le dije: “Elijo no pensar eso en este momento. Quiero considerar lo que podemos crear juntos y no en desconfiar de ellos”. Finalmente, fue una experiencia exitosa de negocio.

Los pensamientos previos pueden ser muchas veces inconscientes y determinantes. El proyecto que hicimos fue maravilloso, llegamos a líderes con información valiosa y construimos buenas y duraderas relaciones, partiendo de la consciencia de reconocer dónde queríamos comenzar el trabajo, qué queríamos y cómo lo queríamos construir.

¿Qué quiero pensar de esto?

Una pregunta sencilla y poderosa para conocer qué pensamos antes de hablar. Al elegir pensar, entramos desde una posición limpia, mucho más tranquila y abierta a cualquier experiencia de conversación.

Si evidenciamos un pensamiento previo antes de comunicarnos, como, por ejemplo, un prejuicio, una idea no flexible, un acuerdo no hecho, ganamos terreno en la creación de una conversación constructiva.

Los pensamientos previos no conscientes incluso pueden ser positivos

Hace poco una gran amiga tuvo la oportunidad de ser invitada a hablar en una conferencia y llevar su mensaje de unión y solidaridad con una causa de la cual es vocera. La llamé a felicitarla y dijo: “para mí esto es una misión sublime”.

Me encantó cómo su pensamiento previo no consciente se volvía palabra y la alenté a seguir construyendo más conferencias desde la visión de hacer una misión sublime para ella y para el mundo. Fíjense que ese pensamiento previo, partiendo desde lo positivo, la ayudó a transformar en acción su propósito.

Atender al pensamiento es importante

Las relaciones son sistemas vivos, se mueven, crecen, cambian, y los lazos que nos unen con los otros seres humanos son más complejos de lo que parecen. Las relaciones son un ecosistema que hay que atender, cuidar, respetar en tiempos, orden, proceso y libre desarrollo, para verlo rico, abundante y generador de nueva vida, incluso fuera de él y en otros ambientes o escenarios. De la calidad de los pensamientos, serán las palabras; de la calidad de las palabras, las conversaciones; de la calidad de las conversaciones, serán las relaciones.

En los procesos de coaching, identifico que aproximadamente el noventa por ciento está relacionado con el pensamiento previo no consciente y la dificultad de comunicar aquello que quiere decirse sin quebrantar relaciones. Los individuos nos hemos vuelto expertos en cumplir con la función requerida, en procesar información, en ejecutar acciones y lograr resultados, muchas veces sacrificando las habilidades de conectar con otros y usar adecuadamente la empatía y la palabra.

Conectar implica reconocernos a nosotros mismos, identificar sentimientos, procesos de pensamiento, talentos internos, retos y oportunidades de desarrollo y/o mejora. También, reconocer la diversidad de interlocutores, conclusiones y caminos. Conectar requiere ceder un espacio imaginario que atesoramos y del cual no queremos salir.

Cuando pensamos en el ideal de la comunicación interpersonal, podemos pensar en que las partes estén equilibradas y cada uno obtenga lo justo. Conectar es entrar en una armonía con el otro y dejar que la conversación fluya como en una orquesta. Esto implica renunciar muchas veces a posiciones personales, ceder espacios sin remordimientos ni frustraciones y, claro, tener posiciones mentales, como lo dijimos antes, pensamientos bien conscientes.

¿Estamos o no conectando?

Sabemos que conectar es entrar en armonía con el otro, tanto en conversaciones como en relaciones. No es muy común ver personas conversando enfocadas en su competencia comunicativa, sino más bien en el resultado o en el fin de lo que esperan de la conversación o comunicación.

En las ocasiones que me invitan a desarrollar un proceso de acompañamiento a líderes, por lo general aparece una frase que precede al proceso a manera de contexto: “En la competencia técnica es muy buena/o, pero no conecta con la gente” o “es excelente en lo que hace, pero no es asertivo, su palabra maltrata”. Los líderes, e incluso las personas en general, percibimos una disyuntiva imaginaria: somos empáticos, conectamos, creamos lazos o nos enfocamos en objetivos, damos resultados y progresamos. Una o la otra.

Esto no implica que seamos personas incapaces de inspirar, movilizar o influenciar; puede ser falta de conexión con el otro, la ausencia de lazos, incluso desinterés en crear vínculos o mantenerlos, es decir, la falta de consciencia de la verdadera necesidad de relacionarnos. Y, la verdad, es que todas las habilidades de comunicación y conexión empática requieren de un escenario de entrenamiento para desarrollarse.

Podemos hacer lazos en todo tipo de conversaciones y momentos personales, sociales y laborales. Una conversación con nuestros hijos, con la pareja, el jefe, un cliente o un compañero de trabajo es un momento para hacer clic, profundizar y generar lazos. Los silencios incluso también son escenarios interesantes para poder conectar con otros y con nosotros mismos.

Pensamiento previo no consciente y barreras de comunicación

Retomemos el concepto de pensamiento previo no consciente, en el que hemos establecido que de entrada tenemos ya una visión o argumento personal anticipado antes de comunicarnos con otro y que jugará o no a nuestro favor a la hora de establecer una relación. Toda comunicación nace de un pensamiento, de un autoconcepto, de la opinión que tenemos de otro o de una situación especifica, marcando la pauta de lo que vamos a decir. Así que, saberlo decir, saberlo comunicar, es comprender que toda comunicación comienza antes de hablar.

Hay comunicación previa en todos los escenarios de diálogo posibles, almacenada y generada por la forma en que fuimos educados, los conceptos que tenemos del mundo, la cultura, el lugar donde crecimos, las experiencias previas con las que ya marcamos una pauta de cómo podría ser el futuro y lo que verificamos y justificamos como cierto a lo largo de la vida.

Los pensamientos previos no conscientes pueden tener dos efectos: nos ayudan a gestionar las relaciones y movilizar resultados o limitan la capacidad de comunicar y, por lo tanto, de hacer acuerdos: pensamientos previos adaptativos y no adaptativos. Los primeros, son aquellos que conozco, sé que tengo y reconocerlos me facilita la interacción con otros. Los segundos, en su mayoría, los desconozco y limitan la posibilidad de apertura, entendimiento y flexibilidad.

Los pensamientos previos no adaptativos se pueden resumir en seis barreras de comunicación, que, de no superarse, se convertirán en limitantes para la conexión, la comunicación y relaciones. Las barreras de la comunicación provienen de los pensamientos. Pero ¿es posible generalizar los pensamientos/barrera que tenemos? Claro que no, tantas barreras habrá como individuos en el mundo. Sin embargo, he podido observar que prevalecen una serie de pensamientos que determinan, en gran parte, la sensación de “falta” y “vacío” después del intento de expresar una idea:

1. Pensamientos extremos o polares.

2. Juicios al interlocutor.

3. Clasificación de las conversaciones.

4. Juicios a nosotros mismos.

5. Ignorancia de las emociones.

6. No identificar la necesidad comunicativa real.

Conceptos de consciencia y pensamiento

Teniendo en cuenta que a lo largo de este documento se hará alusión recurrente a los conceptos de consciencia y pensamiento, se hace imprescindible acordar qué entendemos sobre ellos.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua, rae, define el pensamiento como: “el conjunto de ideas propias de una persona”, y la consciencia como: “la capacidad del ser humano de reconocer la realidad circundante y relacionarse con ella y/o el conocimiento inmediato que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones”.

Ignacio Morgado y Juan Vicente Sánchez (académicos en Psicobiología y Neurociencia cognitiva), en su escrito Naturaleza y evolución de la mente y el comportamiento, han descrito el pensamiento como: “la actividad mental que tiene lugar en ausencia de la propia cosa sobre la que se piensa”, y la consciencia como “el estado de la mente que permite darnos cuenta de nuestra propia existencia, de la del resto del mundo y de las cosas que pasan”.

Para romper barreras de la comunicación, habrá que tener la intención de darnos cuenta, no solo de lo que pensamos, sino de lo que nos rodea, para volver consciente aquello que hasta ahora permanecía lejos de ser notado.

Sépalo decir

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