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ОглавлениеPensamientos extremos o polares
Tendemos a pensar en extremos, unas veces lo hacemos consciente y muchas otras de manera inconsciente. Esto implica tener posiciones de pensamiento radicales y vehementes frente a las circunstancias; de hecho, desde la educación temprana nos enseñan a pensar a partir de dualidades: blanco/negro, arriba/abajo y todo lo que no fuera esto o lo otro no era tan bien recibido.
Un pensamiento extremo nos lleva a elegir y, por lo tanto, a renunciar a un concepto, una solución o un argumento, que a veces no tendría que ser desechado, pero que, por el afán de tomar partido, ya no lo incluimos. Si nos regresamos en el tiempo y reflexionamos, las grandes guerras, episodios violentos, las discusiones familiares, los desacuerdos laborales, han partido de tener posiciones radicales que terminan en formas de relacionamiento violento. Mientras estemos en el extremo radical, siempre estaremos en riesgo de entrar en lo violento, y lo violento, siempre es dual.
Aunque pensar en extremos puede darnos identidad y pertenencia, ser de derecha, de izquierda, de los rojos, de los azules, etc., también puede hacernos perder fluidez a la hora de comunicarnos; desde una posición muy opuesta, podría parecer que encontrar una perspectiva intermedia implique desconocernos, perder fidelidad a nosotros mismos y a nuestros valores. Poder desplazarnos por el mundo desde distintas posiciones y ocupar lugares diversos, nos suma apertura y empatía más que restarnos identidad e, incluso, nos da argumentos a la hora de entablar una conversación desde distintas visiones. Las grandes organizaciones internacionales, por ejemplo, incluyen representantes de diversas creencias, religiones, pensamientos y posiciones sociales, para integrar una visión holística en la toma de decisiones. Jamás se habría podido avanzar en concebir, ampliar y mantener el interés por la dignidad humana desde pensamientos únicos e inflexibles.
Autoacuerdos, una ayuda para la flexibilidad mental
Conocernos es el primer paso para saber hasta dónde podemos flexibilizarnos, aportar a una relación o construir una idea conjunta. Es un paso significativo para saber qué puedo dejar pasar y no perder tiempo y energía tratando de cambiar algo o de imponer una idea que no me afecta. Para esto me gusta usar la técnica de generar autoacuerdos. Son posiciones e ideas que en un momento fueron previas y ahora están frente a nosotros marcando la línea de lo que pensamos, sentimos y hacemos por los demás, por nosotros mismos en distintas circunstancias.
Los autoacuerdos nacen de poner sobre la mesa nuestras propias pautas de relacionamiento en positivo, creadas, manejadas, evaluadas y ejecutadas por nosotros. Establecerlos nos permite conservar nuestras creencias, todo aquello con lo que nos identificamos, más conscientes en nuestro pensar y decidir. Cuando queremos conectar con la realidad e identidad del otro y es difícil flexibilizarnos, incluso aceptar otra idea distinta por la costumbre de la radicalización y la defensa de nuestras posiciones, los autoacuerdos nos ayudan a que lo distinto no sea percibido como un ataque directo.
Haciendo autoacuerdos, primer paso para salir de lo extremo
En la creación de un autoacuerdo, lo normal es que pensemos cómo vamos a poner límite a los otros o a nosotros mismos. Un ejemplo es el caso de una persona que considera que su comunicación es poco fuerte o determinada y que los demás pasan por encima de sus ideas y no la tienen en cuenta. Al pensar un autoacuerdo, lo primero que vendrá a su mente es algo como “No permito que NADIE pase por encima de mis ideas”. ¡Y listo! El autoacuerdo, como está planteado, no va a ayudar ni a relacionarse mejor con ella misma, ni con los otros. A continuación, comparto las características que considero deben tener los autoacuerdos para ser sanos, poderosos y lógicos.
Que dependan de ti
Es importante que los autoacuerdos mantengan su función de AUTO (yo) y solo dependan y obren sobre nosotros. Si decimos: “No permito que NADIE pase por encima de mis ideas”, ya estamos asumiendo que podríamos tener control sobre las acciones, pensamientos y discursos de los demás y los demás sobre nosotros, y no es así. Un autoacuerdo siempre tendrá que empezar por un YO.
Pasar al Yo es fácil, aunque no lo parezca. Parte de la voluntad de reconocer nuestras propias necesidades (ya habrá un espacio en este libro para eso) y de liberar al otro de la responsabilidad de cumplirlas. Es el resultado de vivir en un estado emocional responsable, con el cual nos podamos responder las preguntas ¿qué depende de mí y solo de mí? y ¿este acuerdo es en realidad conmigo?
Ejemplo: Yo permito / Yo creo / Yo asumo.
Que estén enfocados en lo que SÍ en lugar de lo que NO
Tenemos muchos pensamientos sobre aquello que no queremos y pocos sobre lo que sí, sabemos qué queremos evitar, pero no tenemos idea qué queremos conseguir. Al trabajar con líderes escucho la frase: “Sé cual es el tipo de líder que NO quiero ser”, pero pocos de ellos me dicen: “Sé qué tipo de líder quiero ser”.
Los autoacuerdos requieren estar enfocados en lo que SÍ queremos y que dependa de nosotros. Haciendo el ejercicio con el mismo ejemplo anterior, “No permito que NADIE”, sabemos y nos damos cuenta de que no queremos que nadie haga algo, pero no tenemos claro qué sí queremos que suceda o qué sí haremos desde el YO responsable.
Una falsa solución, que algunas personas suelen aplicar en un autoacuerdo que está enfocado en el NO, es “voltear la torta” y decir lo inverso así: “No permito que nadie” pasa a ser “Permito que la gente”. De nuevo, estaríamos enfocados en los demás y, sobre todo, en algo que aún no queremos.
El autoacuerdo debe expresar aquello que queremos o necesitamos e incluir en la frase que representa nuestro deseo y que no depende de otros, ni los culpa, ni los incrimina, ni los salva.
Ejemplo: Valoro mis ideas.
Que sean lógicos y operantes para ti
Algunas personas con las que trabajé en coaching construyeron autoacuerdos muy rimbombantes, adornados y complejos, que se escuchaban muy lindos, pero no eran operativos, prácticos o aplicables al día a día: “Soy maravilloso y todo lo perfecto viene a mí”. Es lindo, es una declaración interesante, pero no es un autoacuerdo operante.
Es relevante definir actos concretos cuando creamos acuerdos. El cerebro necesita una ayuda visual de lo que proyectamos o esperamos hacer. No es lo mismo decir: “Soy maravilloso y lo bueno viene a mí”, que decir “Me abro a la oportunidad de aprender de cada situación presente”.
Podemos preguntarnos: ¿Cuál es el significado del acuerdo que creé? ¿Es claro lo que tengo que hacer?
Ejemplo:
En lugar de decir: “hablo siempre con amabilidad”.
Digo: “Valoro mis ideas y las manifiesto desde la tranquilidad y la seguridad, utilizando palabras claras y fáciles de entender”.
No creo que debamos dejar de creer en lo que creemos, pensar en lo que pensamos o decidir lo que decidimos. Sin embargo, en cuanto a comunicación, es necesario asumir el reto de flexibilizarnos, incluso aceptar otra idea distinta. Esto implica un esfuerzo por la tendencia que nos llama a la radicalidad y a sentir que tenemos que defender posiciones.
Al pensar en extremos, perdemos la oportunidad de nuevas ideas y caemos en la trampa de leer nuevas situaciones desde viejas sensaciones o creencias a las que guardamos fidelidad. Considerar cambiar de postura o aceptar otra ruta de pensamiento parece faltarnos a nosotros mismos. Estamos entrenados en elegir una idea para descartar otra y no en incluirlas o integrarlas. Los autoacuerdos construidos desde la responsabilidad, desde la visión positiva y desde la practicidad, nos permiten estar más atentos a momentos o situaciones en las que no estamos en sintonía con nosotros y por lo tanto nos descubrimos inmóviles ante posibles acuerdos.
¿Cómo saber que estamos en un pensamiento extremo?
Primero, es importante revisar y establecer autoacuerdos en el momento que lo necesites, te dará la flexibilidad mental inicial para hacer consciencia. Luego, podría ser de gran ayuda identificar expresiones y palabras comunes de tu día a día donde es posible que lleves tu pensamiento a extremos:
Hay que hacer las cosas al derecho.
Es blanco o negro.
No hay medias tintas.
No soporto las aguas tibias.
Las cosas son como son.
Es mi última palabra.
Soy de una sola pieza.
No tiene pierde.
Las cosas caen por su peso.
Es muy común ver mensajes como estos o decirlos, pero pensemos por un momento: ¿queremos tener la última palabra o construir ideas en conjunto? ¿Queremos imponer una idea o comunicarla? Solemos pensar que las personas más respetables son aquellas que tienen “una sola palabra”, que no cambian de opinión o se mantienen rígidas en un solo lugar mental. Estas son algunas expresiones con las que a veces castigamos a otros por no “definirse” según nosotros, en lo que consideramos debería ser una posición inmutable.
No eres claro.
¿Quién te entiende?
Dices una cosa y luego otra.
Eres confuso.
No predicas lo que aplicas.
Cumple tus promesas.
Las conversaciones son sistemas vivos y todos transformamos nuestra interpretación y comprensión de la realidad. Ninguno de nosotros pensamos lo mismo que pensábamos ayer. Entonces, todas esas frases que decimos para que los demás “sean claros”, según nosotros, lo único que están haciendo es limitar la posibilidad del otro de generar nuevas ideas, amedrentando, cohibiendo y estableciendo un límite verbal que juzga al interlocutor, incluso a nosotros mismos.
El primer pensamiento que viene a la mente de alguien que hace consciencia de esta posición es que, si se flexibiliza, puede perder claridad, autoridad, contundencia y, por lo tanto, “terreno” en la discusión. Pensar con más integridad no significa perder el foco, las creencias, los valores y las posiciones personales. Por el contrario, es comprender que la construcción de una conversación incorpora visiones y otorga ventajas en lugar de separar, dividir y alejar.
Cómo salir de lo extremo
Lo primero es observar en tus conversaciones diarias y pescar las expresiones antes mencionadas o algunas otras que puedan estar negando al otro, y que reconozcas que ya no quieres conservar. También, puedes ver cómo te sientes si te las dicen a ti, con el fin de identificar qué tan radical estás siendo al comunicarte. A veces, cuando pensamos desde la polaridad, reprendemos a los otros porque no lo hacen, propiciando quejas y reclamos, y quebrando la posibilidad de construir desde la diferencia.
Te invito a practicar el uso de expresiones donde invitas a integrar y construir y, si es necesario, aclarar lo que consideres sin castigar al otro por “haberte confundido”. Recuerda, aquel que se confunde eres tú y el otro no es culpable de tu interpretación. Los dos son responsables de la conversación que tienen.
Las personas no quieren enredarnos, tampoco están obligadas a pensar como nosotros, o a no cambiar de opinión. Todos podemos rectificar o ajustar un pensamiento y, por lo tanto, una posición mediante la palabra. Una amiga dijo una vez:“No somos río para no devolvernos”. Así que uso la frase para recordar lo benevolentes y condescendientes que podemos ser con los demás y con nosotros mismos.
Cambiar de opinión no es dejar de ser leal a ti mismo, es ser flexible.
El valor de la conjunción Y
Hablamos para seleccionar. Esto O lo otro, hacemos esto O aquello, sin pensar que pueden ser las dos cosas. Así, un ejercicio que sugiero es tener una conversación e incluir nuestra idea y la del otro, parafraseando y usando la conjunción Y para referirse a las ideas aparentemente “opuestas”. También es útil hacer el ejercicio con pensamientos propios que interpretábamos excluyentes. Que nuestro pensamiento sea el que integra y no el que separa. Ya saben, la Y en lugar de la O.
Afirmaciones excluyentes:
“Mi casa es pequeña, pero muy bonita”
“Soy joven, pero diseño muy bien”.
“A pesar de su corta edad, ha tenido muchos clientes”.
Afirmaciones incluyentes:
“Mi casa es pequeña y hermosa”.
“Soy joven y diseño muy bien”.
“Es joven y ha tenido muchos clientes”.
Valida la idea del otro
En una sesión de coaching ejecutivo, un coachee compartió un episodio de su infancia donde relataba que desde niño comenzó a interesarse por temas avanzados para su edad; leía astronomía, física cuántica e historia. La madre, una mujer humilde con un nivel de educación básico, escuchaba con atención cada relato, aunque, muchas veces, para ella era difícil entender lo que su hijo quería transmitirle.
Un día, luego de escuchar una larga explicación del hijo, la madre se quedó en silencio un rato y le dijo: “hijo, yo no entiendo nada de lo que me estás diciendo, pero te amo tanto que te comprendo”.
Este es el ejemplo de validar al interlocutor desde la intención de conectar: desde muy temprana edad, estamos creando nuestros propios filtros de realidad o paradigmas, con los que vamos seleccionando de forma consciente o inconsciente el resto de experiencias que solo concebimos desde nuestra propia visión. A diario, nos encontramos con alguien que piensa diferente a nosotros, por lo que nos cuesta trabajo entender su punto de vista, al nivel que queremos convencerlo de cambiar de parecer.
Renunciar a la necesidad de entender desde la razón y conectarnos con el sentimiento del otro para comprenderlo, es un paso vital para interactuar con alguien, tal cual como lo hizo la madre de la historia dando solución a muchas limitaciones de la comunicación. La comprensión, más allá de la razón, es la llave para ponernos en una posición neutral saliendo de la individualidad.
Conectarse con una persona no implica estar de acuerdo con ella o aprobar lo que hace o dice, pues sería vincular la razón como requisito; se trata, más bien, de reconocer el sentimiento que expresa el otro y acompañarlo en el mismo camino para poder comunicarse con él. Antes de querer tener la razón, es vital entrar al campo de la comprensión, al espectro emocional del otro, con la única intención de prestar un servicio incondicional de entendimiento para que, desde una posición imparcial y constructiva, se pueda llegar a un punto común.
Ejercicio
Identifica un momento en el que hayas evidenciado que tu pensamiento poco flexible no te ayudó a construir por medio del diálogo. Puedes incluir el autoacuerdo que omitiste e incluso la expresión que usaste para quedarte en tu punto de vista:
Selecciona una de las herramientas para salir de lo extremo: autoacuerdos, usar la conjunción y o la validación de la idea del otro, y escribe una acción concreta que emprenderás para añadir más flexibilidad a tu pensamiento y expresarte de forma más integradora e incluyente.
Este es un ejemplo de las expresiones que puedes usar para integrar y crear.
Y.
Qué tal si incluimos esto
Construyamos juntos.
O sea que lo que tú piensas es.
Lo que yo entiendo de lo que dices es ___________________________________________________. Dime si lo interpreté bien, por favor.
Ayer hablamos e interpreté esto, pero entiendo que no es así. ¿Me confirmas?
Me gustaría entender tu punto.
¿Quieres decir que…?
Deja entrar en tu mente lo que quieres ver fuera de ella.