Читать книгу Sépalo decir - María Paula Alonso - Страница 9
ОглавлениеEs increíble la cantidad de rótulos que tenemos y con los que clasificamos a los demás y a nosotros mismos. Parece que nuestra mente necesita etiquetas para poder pertenecer a un grupo que nos dé seguridad y libertad de relacionarnos con quien consideramos que merece “la pena”.
Aunque nos dé una aparente seguridad, esto no cambia en nada el comportamiento errático de las relaciones donde juzgamos, etiquetamos y seleccionamos interlocutores. Y ¿por qué lo hacemos? ¿Por qué usamos frases como: “esa gente que”, “típico de los que”, “esa es una persona tóxica”, “ya vienen los ladrones de energía”, “qué cliente difícil”, etc.?
Una razón es la aparente tranquilidad que da el etiquetar. Rotular a otros nos excusa de relacionarnos con todas las personas; y si tenemos un selecto grupo de “interlocutores dignos”, entonces es más fácil para nosotros que adquirimos tranquilidad para solo relacionarnos con quien nos parezca.
Otra razón, desde mi punto de vista, tiene que ver con el discurso de redes sociales y otros medios masivos de comunicación, donde las frases como “quédate con quien te haga feliz”, “elimina de tu vida a las personas tóxicas”, “no te quedes con quien no te valore”, etc., invitan a menospreciar a quienes no cumplen con las condiciones, muy subjetivas, que tenemos para que se relacionen con nosotros. Cuando decimos que el otro es tóxico, complejo o difícil, nos ubicamos en un grupo muy exclusivo e imaginario donde asumimos que NO somos tóxicos, ni difíciles, ni complejos y los demás sí. Y es que, atrevernos a juzgar a los otros, nos sitúa en una perfección donde no solo no somos ellos, sino que somos mejores.
Si nos queremos comunicar mejor, es importante dejar de etiquetar al interlocutor desde el mundo subjetivo de la mente. Seleccionar, poner etiquetas, decir es lo uno o lo otro lo único que ocasiona es que no podamos relacionarnos con maestría con todo tipo de personas. Incluso, si no somos afines.
¿Cómo saber si etiquetamos?
Puede ser difícil darnos cuenta de que un juicio que anteponemos al encuentro con las personas determina el contexto de nuestra conversación y relación. ¿Qué es más importante, dar nuestra opinión sobre otros o darnos la oportunidad de conocerlos?
Para reconocerlo, revisa si sueles usar estas expresiones:
Esa gente que.
El cliente complicado.
El intenso.
Esa persona que es bien particular.
Los ingenieros (o cualquier profesión) son.
Todos los médicos son.
Los tóxicos.
Es preferible limpiar tu preconcepto del otro y la etiqueta con la que lo ubicas antes de hablar. No se trata de pensar que la persona es maravillosa, es decir, pensar lo contrario, sino de comprender que puedes comenzar la conversación identificando la etiqueta conscientemente.
Valida al interlocutor
Repetir esta frase o ubicarla en una nota a la vista te será útil.
Todas las personas son dignas de relacionarse conmigo. Cada persona tiene algo que aportar.
Varios de los mensajes que veo en redes sociales nos invitan a clasificar o a limitar el trato con otros:
Quédate solo con quien te valore.
No te desgastes con quien no merece tu cariño.
Rodéate de gente que te haga feliz.
Estos son algunos ejemplos. Todas las frases que sugieren que los demás no se merecen nuestra relación, nos ubican en una posición muy arrogante. Aunque es posible que, por afinidad, por algo que sucedió, o por una situación particular, decidamos tomar distancia de alguien, no quiere decir que tenga que ser desde el pensamiento de “no merece mi trato”.
Si logramos deshacernos de los juicios y las predisposiciones, podemos comprender que el otro, contrario a no ser importante ni valioso, es posible que:
Tenga un punto de vista distinto.
No hayamos llegado a un acuerdo.
Pueda aportar desde otra experiencia.
No sea afín a una de nuestras ideas.
Tenga una manera diferente de ver las situaciones.
Los interlocutores que estoy invitando a validar no son los más complejos y/o extraños, pueden ser incluso los más cercanos. Un amigo, una tía, una abuela, la persona de servicios generales, un cliente, un hijo, ¡todos! Y cuando estemos hablando y abriéndonos a la posibilidad de relacionarnos, descubriremos la importancia de recibir información valiosa de otros para aumentar el criterio propio. Ahora, frente a alguien, así hayas pensado que no tenía nada que aportarte, hazte las tres preguntas de verificación empática:
¿Estoy pensando lo mejor del otro?
¿Estoy diciendo lo adecuado del otro?
¿Estoy haciendo lo necesario por escucharlo?
Entregar la comunicación al otro es un regalo
Somos distintos y por muchos años nos hemos etiquetado unos a otros, ocasionando grandes distancias, que terminan en violencia y en trabas para el desarrollo humano. Somos distintos porque tenemos distinto capital cultural y lingüístico.
Cada uno, de acuerdo con su historia de vida, hace una lectura del mundo. Desde la comunicación, podemos decidir incluir o despreciar esas interpretaciones del mundo, que son individuales, pero construyen al aporte colectivo.
Ejercicio
Regresa al pasado, con honestidad, y haz una pequeña lista de las personas a las que no estás validando como interlocutores e, incluso, escribe la etiqueta que les has asignado. Ej.: “Juan Pérez porque es arrogante”:
Ahora, escribe frente a cada nombre el aporte que podría tener cada persona en un diálogo abierto contigo, partiendo de la cualidad o fortaleza que pueda tener. Ej.: “Juan Pérez podría aportarme conocimiento gracias a su disciplina y rigor al estudiar los casos médicos por años”.