Читать книгу El legado de Cristo Figueroa - María Piedad Quevedo Alvarado - Страница 16
La afición a la teoría
ОглавлениеFrente a sus predecesores caribeños, lo que singulariza la trayectoria crítica de Cristo Figueroa ha sido principalmente su interés por la teoría, desplegado en numerosos ensayos publicados en revistas de diversas partes del país. Formado en la escuela crítica de la Pontificia Universidad Javeriana, ligada inicialmente al inmanentismo, a la fascinación y al privilegio de las formas y la atención intensa a los mecanismos del discurso, bajo la orientación de maestros como el padre Gaitán, Martha Canfield y Giovanni Quessep, Cristo Figueroa se integra a ese selecto grupo de investigadores que dieron un vuelco al estudio de las letras nacionales, en el que figuran, entre otros, Sarah de Mojica, Luz Mary Giraldo, Blanca Inés Gómez y Jaime Alejandro Rodríguez.
Desde su texto pionero de 1979, “La explicación de textos en el Departamento de Literatura: una experiencia a través de los cursos”, signado por el influjo de la estilística alemana y española, hasta el de 2016, “La enseñanza de la crítica literaria: entre el concepto y la praxis”, que sirvió de prólogo al libro de Paula Dejanon y Cristian Suárez, Colonizar lo humano: nuevos linderos de la literatura iberoamericana, en el que propone la integración de los estudios literarios con los culturales a través de la crítica impura, Figueroa ha puesto de manifiesto su interés en la teoría. Entre esos dos textos hay por lo menos diez –ensayos, reseñas o prólogos–, en los que Figueroa reflexiona sobre el ejercicio del criterio. Insistir en la necesidad de teorizar, de renovar presupuestos críticos, categorías y conceptos dentro de los quehaceres académicos y culturales, en sintonía con el debate internacional y con las reflexiones latinoamericanas; salir del ensimismamiento nacional hacia una práctica de la crítica responsable, creativa y articulada con las dinámicas culturales, históricas y sociales del país, han sido preocupaciones permanentes del profesor Cristo Figueroa. Tal atención incesante permite que a través de sus textos pueda incluso rastrearse la evolución de los estudios literarios en Colombia, desde los años sesenta del siglo pasado hasta nuestros días.
En relación con el campo internacional, la crítica de Figueroa registra su contacto sucesivo con las obras de Alarcos, Bally, Dámaso y Amado Alonso, Bousoño, Kayser, Wellek, Anderson, Bajtín, Barthes, Baudrillard, Deleuze, Eco, Foucault, Guattari, Holliday, Jameson, Lacan y Lyotard, entre otros. Frente a la teoría y la crítica latinoamericana, se ha dado en Figueroa el tránsito paulatino del análisis literario y la explicación de textos de Castagnino a la reformulación de la periodización colonial en Rolena Adorno, los imaginarios urbanos de Martín-Barbero, las literaturas heterogéneas de Cornejo Polar, las nuevas perspectivas de oralidad en Lienhard, la comarca oral de Pacheco, los géneros marginales y los discursos políticos dentro de estéticas feministas de Jean Franco, las temporalidades múltiples de García Canclini, la crítica impura de Moraña, la ciudad letrada y la transculturación de Rama, la crítica cultural de Richard, las cartografías descentradas de Rincón y las modernidades periféricas de Sarlo, entre otros, y a la adopción de nuevas categorías que se ponen al orden del día de los estudios literarios: colonialidad, subalternidad –social, política, étnica, lingüística, de género–, globalidad, resistencia, sujetos nómadas, oralidad y cartografías. Las listas anteriores, nada exhaustivas, nos revelan la ejemplar actitud de apertura y permanente autocrítica y renovación de este estudioso, quien ha sabido aprovechar el saber crítico para matizarlo y adaptarlo a las exigencias de las obras, menos atento a la univocidad del texto que a la multiplicación de sus sentidos.
De esta manera, su obra evoluciona de una crítica construida a partir de los trabajos inmanentistas de la estilística, afanosos por cerrar el texto y fijarlo en lecturas únicas, incuestionables, definidoras de la unicidad de la obra, a otra crítica, más allá de la autonomía de la función poética del lenguaje, en consonancia con el descentramiento de la cultura letrada como fenómeno elitista, la invasión de los medios audiovisuales, la emergencia de nuevos discursos y la renovada conciencia regional, cuya tarea valorativa contempla los procesos de producción, recepción y distribución de artefactos culturales, los cuales diluyen nociones añejas, como la originalidad, el texto como esencia indefinible o sustituto secular de la teología en el campo literario. Ahora, la literatura se entiende como un ámbito de fuerzas en tensión en el que pugnan instituciones, editoriales, academias, lectores comunes y especializados, y se postula, además, la vinculación entre quienes producen y reproducen la cultura, los grupos y comunidades interpretativas, con los tejidos sociales. Mediadora de acciones políticas, ideológicas, estéticas y, por supuesto, literarias, esta caracterización del arte verbal conduce a un replanteamiento de la historia literaria, a la necesidad de releer el canon y prestar atención a textualidades emergentes –historias de vida, crónicas, relatos de viajes, testimonios– y a la recuperación de textos y autores del siglo XIX, descalificados a partir de nociones, en apariencia, puristas y, en realidad, espurias.