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La presencia jesuita en la región y el papel de los arrieros

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Como hemos referido, el mayor peso del trabajo religioso desarrollado con los indios y pobladores de la región correspondió al clero regular, especialmente la orden agustina, que llevó a cabo los proyectos de evangelización y adoctrinamiento de los indios y peninsulares, y dispuso las bases para la emergencia de una nueva religiosidad. No obstante, a inicios de la segunda década del siglo xvii llegaron a la región los hijos de san Ignacio de Loyola cuya labor se restringió exclusivamente al aspecto económico. Éstos procedieron a administrar y hacer productiva una donación realizada a los jesuitas en 1610 por el bachiller Gaspar de Pravés, que consistía en un trapiche, tierras, ganados y aperos.18 No fue sino hasta 1614 cuando la orden tomó posesión de la donación bajo presión de los donantes.19 Esta propiedad, con el paso de los años, se habría de transformar en el ingenio y la hacienda azucarera de Xalmolonga.

Por los datos referidos todo parecería indicar que los jesuitas no tuvieron relación alguna con la difusión del culto, sin embargo, de manera indirecta resultaron ser sus promotores. En principio, los jesuitas supieron administrar la donación realizada por Pravés. La propiedad amplió de manera considerable sus tierras a lo largo del siglo xvii mediante la compra de terrenos a particulares de Malinalco lo cual incrementó los productos obtenidos del cultivo de la caña, entre ellos el azúcar y sus derivados (Flores et al. , 2014: 37-38).

La situación económica del ingenio y la hacienda promovió un dinamismo económico no sólo en la región sino en otras latitudes, ya que los jesuitas necesitaban mano de obra para trabajar las tierras, cuidar de los ganados y distribuir los productos obtenidos del procesamiento de la caña de azúcar en sus otras haciendas ganaderas o directamente al Colegio de San Pedro y San Pablo en la ciudad de México (Solís, 2015).

Podemos advertir que la actividad económica de los jesuitas en la región se enlaza con la difusión del culto, pues las rutas de origen ancestral consideradas para el transporte de productos y ganado también sirvieron para difundir los sucesos prodigiosos ocurridos en el santuario de Chalma. Al regreso de las recuas, los arrieros no sólo llevaban las ganancias monetarias, sino la compañía de peregrinos en busca del auxilio divino. Un dato revelador sobre la afluencia de los peregrinos al recinto religioso se encuentra contenido en la crónica de Florencia:

Me parecio forsoso darte (o lector) razón de haber tomado a mi cargo escribir esta historia, porque no entiendas, que me he merecido a segar mies agena, sin licencia de su dueño. Pasaba por el ingenio de hacer azúcar de Xalmoloaga, que es de la Compañia, el año 1683, y estando apenas dos leguas distante del Santuario, que llaman de Chalma, me pareció poca devoción, no ir adorar la santa imagen que se halló en una de sus cuevas, aunque fuese rodeando alguna cosa. Hizole, y me pesara de no haber ido, porque no he visto cosa mas devota, ni mas amena, ni mas digna de verse, que el sitio de las cuevas, ni mas para ser visitado, que el santuario del cristo cruficado […] quantos peregrinos subían a la cueva, y quantos bajaban llenos de fervor, y devoción a la hospederia [sic] […]”(Florencia, 1689: 17-18).

De esta manera los jesuitas se convirtieron indirectamente en los propagadores del culto al Cristo de Chalma; los arrieros, además de su actividad, desempeñaron la noble tarea de conducir a los peregrinos por los caminos por ellos conocidos al santuario. En efecto, como lo referimos anteriormente, a inicios de 1685 el virrey mandó aderezar los caminos que conducían al santuario.

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