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Historia

En pocos lugares la historia ha dejado tantas huellas grabadas en el paisaje como en la isla de Menorca. Desde los muros de piedra seca que bordean sus caminos rurales hasta las fortificaciones costeras, pasando por las bellas casas nobles de sus poblaciones principales, el pasado de la isla asoma en cada recodo. Los vestigios más antiguos son las cuevas de habitación y de enterramiento, que se remontan a la Edad del Hierro y la del Bronce. Muchas de ellas están situadas en acantilados y entre las más espectaculares se encuentran las de Cala Morell, Cales Coves, Cap de Forma o Son Bou. Las navetas, construcciones en forma de nave invertida, eran usadas como monumentos funerarios colectivos. La más importante de la isla es la de Es Tudons, cerca de Ciutadella.

De la época talayótica, que se sitúa aproximadamente en el segundo milenio a.C., son los monumentos más característicos y originales de Menorca: las taulas. Están situadas en el centro de santuarios en forma de herradura y consisten en dos grandes piedras en forma de T. Las mejor conservadas son las de Talatí de Dalt, Binissafullet, Trepucó y Torralba d’en Salort. También de esta época son los talayots, las construcciones en forma de torreón que dan nombre al periodo. Destacan los de Torrellonet Vell, Sant Agustí Vell y Torre Nova d’en Loçano.


Ses Pedreres de s´Hostal-Líthica

El primer nombre que conocemos de la isla es el de Nura, que significa fuego y fue puesto por los comerciantes fenicios que surcaban el Mediterráneo en el siglo XI a.C. al ver las hogueras quemar en lo alto de los talayots y en los acantilados.

Los griegos, que llegaron en el siglo V a.C., la bautizaron como Meloussa, tierra de ganado. Parece ser, dada la falta de restos arqueológicos, que ni los fenicios ni los griegos se asentaron en la isla y la utilizaron solo como lugar de paso hacia la península Ibérica. Del pueblo que sí se han encontrado numerosos objetos distribuidos por toda la isla es del de Cartago. Los cartagineses llegaron en el siglo III a.C. y otorgaron el nombre de Jamma a Ciutadella y el de Magón a Maó. Su interés principal en Menorca era reclutar a los nativos, que eran expertos lanzadores de honda, para usarlos como soldados en las guerras púnicas. Los romanos se hicieron con el control de la isla en el año 123 a.C. y fueron los que le pusieron el nombre del que deriva el actual: Minorca, llamada así por su inferior tamaño respecto a su vecina Mallorca. El legado más importante del pueblo romano fue el latín, el derecho y sus conocimientos de agricultura e ingeniería. Los restos más importantes de este periodo son las basílicas paleocristianas de la Illa del Rei y de Fornàs de Torelló, ambas en Maó.

Los vándalos llegaron tras la caída del imperio romano en el año 427 y ocuparon la isla hasta el 534, año en que pasó a manos del imperio de Bizancio, restableciéndose el cristianismo. Se cree que la basílica precristiana de Son Bou es de esta época. Posteriormente Menorca estuvo unida al califato de Córdoba, en el año 903, y al de Denia, en 1915, siendo independiente desde 1087. Ciutadella pasó a ser la capital. Entre los vestigios culturales de la época musulmana está la perduración del prefijo bini- en numerosos topónimos, el sistema de regadío con sinies (norias) y el castillo de Santa Àgueda, entre otros.

A partir de 1229, bajo el reinado de Jaime I el Conquistador, la isla pasó a depender de la Corona de Aragón, pero siguió siendo musulmana hasta 1287, año en que Alfonso III de Aragón la conquistó definitivamente y, tras expulsar a los musulmanes, la repobló con catalanes y aragoneses. Cada 17 de enero, San Antón, se conmemora dicha conquista y es el día de Menorca. La Illa del Rei, en el puerto de Maó, se llamaba antes Isla de los Conejos, pero se le cambió el nombre porque fue el primer lugar que pisó el monarca al llegar a la isla. A Alfonso III le sucedió en el trono su hermano Alfonso II de Aragón, que la cedió al reinado de Mallorca, al que perteneció hasta la disolución de este en 1375, momento en que volvió a formar parte de la Corona catalano-aragonesa.

A mediados del siglo XVI Menorca sufrió varios ataques de piratas otomanos, uno de ellos capitaneado por el terrible Barbarroja. A raíz de la destrucción de Maó, el rey Felipe II ordenó la construcción del fuerte que lleva su nombre, en la entrada al puerto. En Ciutadella, el obelisco de la plaza des Born conmemora la valiente resistencia de los menorquines ante la terrible embestida pirata que asoló la capital. A consecuencia de estos ataques, las poblaciones de toda la isla construyeron numerosas fortificaciones y torres de defensa que todavía perduran en el paisaje del litoral.


Naveta des Tudons.

Desde 1708, con motivo de la Guerra de Sucesión, y hasta 1802, en que se firmó el Tratado de Amiens, la isla perteneció al imperio británico. Este periodo tuvo, sin embargo, dos interludios: uno entre 1756 y 1763, a raíz de la Guerra de los Siete Años, en que Menorca estuvo bajo control francés, y otro, entre 1782 y 1798, en que con motivo de la Guerra de Independencia de EE.UU, formó parte de España. El siglo XVIII, marcado por la ocupación británica, fue una época de esplendor y libertades sociales para sus habitantes pero durante el XIX desaparecieron bajo el centralismo y absolutismo del gobierno español. La recuperación económica empezó lentamente a partir de mediados de siglo, cuando aparecieron las primeras fábricas textiles y de calzado que exportaban sus productos a las colonias americanas. Esta relativa bonanza acabó de golpe cuando España perdió definitivamente sus tierras en América, a principios del siglo XX, y Menorca se enfrentó a unos años muy duros de hambre y miseria que provocaron grandes olas de emigración. Durante la Guerra Civil la isla se situó junto al bando Republicano y las tropas franquistas no se hicieron con el control hasta acabada la guerra.

Durante los años de dictadura franquista Menorca se convirtió en un bastión militar debido a su condición de punto más oriental del país. Eso la salvó, en gran medida, del boom turístico que tanto daño hizo en las costas españolas pues, al considerar la isla objetivo militar, el gobierno impidió el desarrollo de la industria turística en unos años en que la conciencia de conservación paisajística, cultural y medioambiental todavía no había hecho mella en las mentes de los gobernantes. En 1993 fue declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco, por lo que actualmente su mayor fuente de riqueza es, junto a la industria de zapatos y la agroalimentaria, un turismo sostenible y de calidad.

Personajes ilustres

Entre los menorquines cuya labor ha trascendido las fronteras de la isla destacan Mateu Orfila i Rotger, que vivió durante la primera mitad del siglo XIX y está considerado el padre de la toxicología moderna, dejando a su paso obras de gran importancia como son Traité des Poisons y Éléments de chimie médicale. Nicolau Rubió i Tudurí, arquitecto y paisajista del siglo XIX, fue el creador del concepto de jardín mediterráneo y destaca por haber diseñado, entre otros, los jardines de Santa Clotilde en Lloret de Mar y los de Montjuïc en Barcelona; Francesc de Borja Moll, lingüista y filólogo especializado en la lengua catalana y sus variantes baleáricas; el pintor naturalista del siglo XIX Joan Font i Vidal, que plasmó en sus cuadros la belleza del puerto de Maó; Joan Pons, barítono contemporáneo de fama internacional que ha cantado con las mejores compañías de ópera del mundo, y un personaje curioso: Joan Riudavets Moll quien, con 114 años a sus espaldas, fue proclamado en el año 2003 el ser humano más viejo del planeta, aunque murió al año siguiente.

De los personajes que pasaron por la isla a lo largo de la historia cabe mencionar al gobernador británico Richard Kane, que con sus esfuerzos por mejorar las condiciones de vida en la isla se ganó el cariño de sus habitantes. Todavía se conserva el camino que construyó y se puede contemplar el monumento que le dedicaron los menorquines, situado junto a la carretera que va de Maó a Fornells. Murió en la isla y está enterrado en el castillo de Sant Felip, en Maó.

Otro famoso personaje relacionado con la isla, aunque ni mucho menos tan querido como Kane, es el pirata Barbarroja. El temible corsario otomano arrasó la ciudad de Maó en 1535 y la de Ciutadella en 1558.


Caballos en Favàritx.

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