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CAPÍTULO DOS

Género, vejez y violencias: aproximaciones desde la perspectiva de la interseccionalidad

Nicole Mazzucchelli Olmedo1

Universidad Autónoma de Madrid, España

Romina Adaos Orrego2

Universidad de Valparaíso, Chile

INTRODUCCIÓN

La violencia hacia las mujeres mayores como fenómeno y problema social ha sido abordada tradicionalmente desde una cierta atemporalidad, enfatizando la violencia desde su dimensión presente y, por lo tanto, ha sido evaluada como una situación. Sin embargo, la violencia contra las mujeres debe ser comprendida como un continuo, constante en la trayectoria de vida de las mujeres mayores, las que arrastran en sus biografías desigualdades de género desde su nacimiento. La posición de este artículo es feminista en cuanto valora la necesidad de incluir el género y la edad (vejez) como un marco particular de violencia, no equiparable con otras, y desde las cuales las mujeres mayores se encuentran en una posición desfavorecida desde lo simbólico y material. Asimismo, la necesidad de reflexionar desde el contexto de las mujeres mayores permite abrir el campo hacia una gerontología crítica, y feminista3 en Chile que se aproxime a un conocimiento más diverso y plural de las personas mayores. En ese sentido, es que se propone la perspectiva de la interseccionalidad, proveniente de las discusiones políticas y académicas feministas como una forma de complejizar el abordaje de la violencia hacia las mujeres mayores. La interseccionalidad permite visibilizar desde su marco de análisis, las diferencias propias de las mujeres, y a su vez cómo estas se posicionan dependiendo de su contexto vital. Asimismo, la interseccionalidad como un espacio interdisciplinario en un futuro puede favorecer a la creación de las políticas públicas que ayuden a corregir las condiciones de inequidad y valoración de la diversidad de vivencias en la vejez.

EL CONTINUO DE VIOLENCIA EN LAS MUJERES MAYORES

Las mujeres mayores están invisibilizadas en su envejecer, dado que los estudios han centrado un análisis del envejecimiento homogenizando sus características, y no distinguiendo las particularidades del ser mujer u hombre mayor (Yuni y Urbano, 2008). El análisis del envejecimiento de la población, desde la invisibilización, es un reflejo de la construcción de conocimiento patriarcal, el cual da cuenta principalmente del envejecer de los hombres; y la categoría del género que se utilizaba en los análisis son descriptivos o carentes de contenido, pues es tratada como una “variable” más en los estudios gerontológicos (Arber y Ginn, 1996). Por lo tanto, la invisibilización hacia las mujeres mayores, desde las prácticas y discursos podría interpretarse como otro de los registros de la violencia estructural que vivencian al ser mujeres mayores.

A nivel internacional en las asambleas mundiales del envejecimiento, se destaca un creciente interés por la discriminación que sufren los adultos mayores por motivo de la edad, y un aumento en la preocupación por el maltrato que afecta a las personas mayores, considerando que es una etapa que los expone a mayor vulnerabilidad social, atendiendo principalmente a la violencia doméstica, denominado habitualmente como maltrato familiar (Ibáñez, 2015).

En el Decreto 162 (2017), denominado como la Convención Interamericana sobre la protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores4 se observa un tratamiento similar a las prácticas de abuso, abandono, negligencia, maltrato y la violencia, reconociendo la necesidad de generar mecanismos nacionales para prevenirlos y sancionarlos. El uso indistinto de los términos pretende dar cuenta de los actos de agresión hacia los ancianos, no profundizando en los contextos en los que los mismos ocurren (Márquez, 2004). La Convención Interamericana avanza en precisar qué se entenderá por violencia y en cómo reconocer su ejercicio, tanto a nivel público como privado. Es por ello que desde la Convención Interamericana se propone explícitamente lo siguiente: “facilitar la formulación y el cumplimiento de leyes y programas de prevención de abuso, abandono, negligencia, maltrato y violencia contra la persona mayor, y la necesidad de contar con mecanismos nacionales que protejan sus derechos humanos y libertades fundamentales” (p. 2). Sin embargo, la violencia asociada a los malos tratos, no es sinónimo de violencia de género o violencia contra las mujeres5, siendo un concepto que se sostiene en un paradigma individualista y que invisibiliza la violencia enquistada en los dispositivos estatales, culturales y en la dimensión simbólica, pues la misma se sostiene desde la reglamentación social binaria, con formas de dogmatismo simplistas, que operan por oposiciones complementarias pero excluyentes y no reconociéndose como personas sujetas de derecho (Lamas, 1996).

Por otra parte, al profundizar en la definición de maltrato de las personas mayores en otros espacios de discusión, encontramos La Declaración de Toronto para la prevención global de las personas mayores fue promulgada por la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2002) que la define como un “acto único o repetido, o la falta de una acción apropiada, que ocurre dentro de cualquier relación donde existe una expectativa de confianza, que causa daño o angustia” (p. 3). Desde esta perspectiva, la atención está centrada en la víctima y su agresor, ubicando el maltrato principalmente en la esfera familiar, y atribuyendo por defecto, causas asociadas al estrés del cuidador, e inexistentes o débiles redes de apoyo (Sirlin, 2008). Esta última definición no está centrada en la violencia contra las mujeres, sino que prioriza el abordaje desde la situación de vejez, reduciéndolo a una etapa vital y no complejizando el mismo desde un continuo. Junto a ello, reconoce implícitamente que las relaciones de hombres y mujeres mayores los exponen a un maltrato de las mismas características, olvidando el género “esa simbolización cultural construida a partir de la diferencia sexual, rige el orden humano y se manifiesta en la vida social, política y económica (...) con las cuales se intenta normar la convivencia” (Lamas, 1996, p. 1) que han acompañado a las mujeres a lo largo de su vida, y que condicionan un envejecer diferente al de los hombres.

Si comparamos la primera y segunda definición de la violencia y maltrato en ambos documentos citados, éstos no abordan una discusión conceptual sobre el género, que problematice la violencia. Sin embargo, se observa en otros apartados un desarrollo, aunque de carácter insuficiente, por ejemplo, en la Declaración de Toronto se expresa lo siguiente: “es igualmente importante considerar una perspectiva de género, ya que las complejas construcciones sociales relacionadas ayudan a identificar el tipo de maltrato y quién lo inflige” (OMS, 2002 p. 3).

Por otra parte, en el Decreto 162 (2017) de la Convención Interamericana se refiere que Chile debe incorporar el género activamente en “todas las políticas y programas dirigidos a hacer efectivos los derechos de la persona mayor y destacando la necesidad de eliminar toda forma de discriminación” (p. 2).

Es relevante problematizar el maltrato o las violencias en su relación con el género, ya que el concepto de maltrato u otro por sí solo, sin distinguir el género, favorece una imagen que ubica a las personas mayores exclusivamente en el espacio familiar (al estar jubiladas). De esta manera el maltrato se expresa como una forma de exclusión, no reconociendo su accionar en diversos espacios, múltiples roles y heterogeneidad en el vivir la vejez, como las diversas formas de violencia social que afectan especialmente a las mujeres (Márquez, 2004). Si profundizamos en ello, combatir la violencia de género no se reduce a criminalizar, se debe incorporar a las mujeres como participantes activas del proceso de erradicación, y ampliar el desarrollo de investigaciones que den cuenta de diagnósticos más precisos (Segato, 2003). Ahora bien, profundizar en este tema no es el objetivo de este documento, pero si cobra valor el permitirnos complejizar el abordaje de la violencia, para efectos de este artículo desde la visibilización y la interseccionalidad.

Nos aproximaremos a una definición que sitúa la violencia contra las mujeres mayores como una expresión más de violencia de género, patriarcal y estructural, imposible de ser reducida al ámbito doméstico y atemporal, desde la cual debemos “entender que hay un tipo de violencia de género que se genera y transita por escenarios absolutamente impersonales” (Segato, 2014, p. 65). Al apelar a su carácter estructural, afirmamos que trasciende los comportamientos individuales, despojando el carácter personal, privado y las responsabilidades de las mujeres en su circulación e impacto, y al ser multidimensional, se expresa de distintas formas, a través de las instituciones sociales, los sistemas de valores, y normas. Cabe destacar que para efectos de análisis se ha consensuado el tipificarla desde lo sexual, económico, físico, institucional u otras.

Cuando somos capaces de comprender que la violencia daña las vidas y el mundo de las mujeres y se ejerce desde cualquier sitio, con cualquier objeto material o simbólico que pueda causarles tortura, daño y sufrimiento, que los hechos violentos contra las mujeres recorren una gama que va del grito, la mirada y el golpe, al acoso, el abandono, el olvido, la invisibilidad y la negación de los mínimos derechos, hasta el uso de armas mortales en su contra (Lagarde, 2012). Avanzamos en complejizar y develar las estructuras de subordinación y poder, que obstruyen y amenazan especialmente la vida de las mujeres, y permitimos que la violencia contra las mujeres mayores no se diluya y oculte como un fenómeno privado y doméstico.

La violencia hacia las mujeres las anula, las limita y su origen se ubica mucho más allá del abusador o victimario. El origen es sociocultural e histórico. Está imbuido en cada una de las instituciones que intenta dar soporte a este problema, he allí la preocupación que debiera provocarnos el que la atención y las prestaciones ofrecidas, la reduzcan a un problema personal-familiar. Por tanto, “erradicar la violencia de género es inseparable de la reforma misma de los afectos constitutivos de las relaciones de género tal como las conocemos y en su aspecto percibido como normal” (Segato, 2003, p. 133). Es por ello que consideramos de suma importancia el avanzar en estudios gerontológicos que contribuyan a develar, cuestionar y visibilizar tanto las violencias como los dispositivos que las reproducen.

De acuerdo con la Red Chilena contra la Violencia hacia las mujeres (2015) las violencias hacia las mujeres son de tipo estructural porque están a la base de las sociedades patriarcales, y se extienden como eficaces mecanismos de poder y dominación en las relaciones políticas, socioeconómicas y culturales de distintos sistemas político-administrativos. Por otro lado, es continua, porque está presente en todas las etapas de nuestra vida y en los diversos espacios, y tiene origen y desarrollo histórico.

Considerando la violencia de género como telón de fondo, quisiéramos comentar algunas de las Expresiones de un Continuo de Violencia6 que vivencian las mujeres en su vejez. Sin embargo, se debe advertir que el orden utilizado es circunstancial, para efectos de esta presentación, y proponemos cuatro dimensiones (Tabla 1) que se han identificado como expresiones de violencia que son signos de la complejidad del fenómeno, compartiendo solo algunos ejemplos que ilustran la comprensión de la violencia como continuo vital.

Tabla 1.

Dimensiones de expresiones de violencia

Económica7 Salud8Psicosocial9Cultural10
Lagunas previsionales.Falta de ingresos propios (SENAMA, 2008).Programas orientados a las mujeres en edad fértil (Berrantes, 2006).Dificultades en la obtención de salud (Sánchez, 2011).Cuidados a adultos mayores dependientes (Arroyo, 2010)Naturalización de la violencia en la cotidianidad y baja solicitud de apoyo social (Hightower, 2004).Síndrome de la “abuela esclava” (Guijarro, 2001), cuando las mujeres mayores tienen altas responsabilidades domésticas y dificultades para eximirse de las mismas, pudiendo provocar graves incluso mortales problemas de salud.La pobreza y la desigualdad son aún realidades que caracterizan la vejez de numerosas personas en América Latina en el siglo XXI (Osorio, 2010 p. 68).El 90% de abusos sexuales, corresponde a víctimas mujeres mayores, las que a su vez se ven cuestionadas, a nivel testimonial, por su condición cognitiva (Lach y Pillemer, 2010 citado en United Nations [UN, 2013]).El femicidio, concepto que definiremos desde los aportes que la Red chilena contra la violencia hacia las mujeres (2014) que elaboran en su libro Violencia extrema hacia las mujeres en Chile, una compresión del asesinato como un acto misógino desde las creencias y valores socioculturales.Las cifras de mujeres mayores, asesinadas en América Latina, luego de haber sido sindicadas de brujas y hechiceras (Maric, 2014, citado en La Red chilena contra la violencia hacia las mujeres, 2015)El “cuerpo envejecido” se condena y despoja del atractivo social (Sánchez, 2016).

Fuente: elaboración propia.

La Interseccionalidad como herramienta de análisis para el caso de la violencia entendida como un continuo hacia las mujeres mayores.

El concepto de la interseccionalidad tiene sus primeros vestigios en los discursos de las mujeres en el siglo XIX. Sin embargo, no es sino hasta la práctica de los colectivos feministas de los años 70 cuando se instaura oficialmente en el ámbito académico en la década de los 80 del siglo XX. Es un concepto problemático, en cuanto posee una polifonía de voces que lo han aplicado y transformado a lo largo de estas décadas en el mundo académico.

La primera académica en utilizarlo fue Crenshaw (1989) en el texto titulado Demarginalizing the intersection of race and sex: a black feminist critique of antidiscrimination doctrine, feminist theory and antiracist politics. En este texto se encuentran algunas claves que rompen con el sujeto universal de las leyes (La Barbera, 2016); ya que rescata las múltiples posibilidades de ser sujeto, más allá de la perspectiva dominante representativa de un sólo tipo de mujer, dado que existen categorías como el género, la raza, y la clase social que deben ser analizadas simultáneamente por sus efectos en las desventajas y discriminaciones que se potencian oprimiendo de forma mayor a quienes están en posiciones de menor privilegio.

Sin embargo, esta primera aproximación no ha quedado inmóvil a través del tiempo, y se ha incorporado a la discusión en campos académicos diversos, aportando variaciones en su análisis como en sus posibilidades metodológicas y teóricas. Es por ello, que el concepto de interseccionalidad puede entenderse como un “concepto viajero” (La Barbera, 2016, p. 105). En ese viaje, se pueden encontrar algunos elementos comunes que resumen su orientación conceptual, cuando consideramos la idea de cómo diferentes fuentes estructurales y relacionales se entremezclan o imbrican con el género y conforman diferentes contextos de desigualdad, incluso al interior de la categoría de mujeres e.g., una mujer, blanca, de clase alta; no se ubica en la misma posición que una mujer negra, de clase baja. En este sentido, el género presente en este marco conceptual permite entender las distinciones entre los hombres y las mujeres; y a su vez la perspectiva de la interseccionalidad permite comprender cómo estas mujeres se ubican en diferentes posiciones en el mapa social dependiendo de las dimensiones particulares entrecruzadas en su vida. Pero este “concepto viajero” no se ha desplegado de igual forma, ya que existen categorías que han sido menos abordadas en su cruce con el género. Particularmente, ha sido más frecuente encontrar estudios que vinculen el género con las categorías de la raza y la clase (Adib y Guerrier, 2003; Brewer, Conrad, y King, 2002; Crenshaw, 1989; Lombardo y Bustelo, 2010; Parella, 2003), que aquellos que aborden la interrelación entre la categoría de género y la edad, específicamente con la población envejecida (e.g., Randall, 2016; Warner y Brown, 2011).

De acuerdo con Krekula (2007) la edad y el género no han sido desarrollados desde la gerontología social y el feminismo como una intersección compleja sino como parte del “etcétera” en las investigaciones y en consecuencia esta exclusión de la edad por omisión ha implicado que los autores se hayan centrado en otras categorías sociológicas consideradas como más atingentes y/o importantes.

La desigualdad social, cuando es imbricado con la edad (vejez) y el género puede encarnarse en distintas dimensiones del sujeto; y una de las formas que se debería considerar es la violencia. La violencia tal como se comentó en un principio no sólo es un suceso “único” en la vida de las mujeres, sino que se observa en el continuo de sus trayectorias; por lo tanto, en la vejez probablemente estará reflejada en su biografía.

Particularmente, la inclusión de la interseccionalidad a las discusiones sobre la vejez de las mujeres puede permitir transformaciones en las formas de abordar la violencia:

- Las novedades que se pueden detectar de la aparición del concepto de acuerdo con La Barbera (2014) se pueden traducir en tres focos: I) la atención se encuentra puesta en el sujeto y los distintos sistemas de discriminación que no pueden observarse de forma aislada esto implica considerar los fenómenos desde la complejidad; II) acento en la simultaneidad de factores presentes en el mundo social que constituyen a los personas en las sociedades; III) se subrayan los efectos paradójicos y de desempoderamiento cuando el análisis aborda sólo un eje de discriminación, ya que toda discriminación tiene más de un factor a la base e interactuando.

- La condición de un concepto “viajero” (La Barbera, 2014) permite que el fenómeno de la violencia pueda ser abordado desde diferentes disciplinas, creando posibilidades de utilizar niveles de análisis interdisciplinarios o transdisciplinarios para complejizar la comprensión del mismo. En ciencias políticas (e.g., Coll-Planas y Cruells, 2013); las leyes (e.g., Crenshaw, 1989); salud (e.g., Mora-Rios y Bautista, 2014), entre otras.

- La perspectiva de la interseccionalidad a nivel de políticas públicas permite que las personas que son usuarias a nivel estatal tengan la posibilidad de romper el molde de un solo tipo de sujeto/a para dar paso a la visibilización y rescate de la multiplicidad de vivencias. Este traspaso podría reflejarse en programas de intervención más adecuados, y con mayor apertura a la comprensión de la violencia, considerando los cruces posibles y diferenciados cuando encontramos a dos personas que, aunque tengan la misma edad cronológica, tienen distinciones de raza, clase social, orientación sexual, entre otras; que las constituyen como sujetos/as diferentes. Cuando incluimos edad y el género, ambas características pueden posibilitar una mayor vulnerabilidad de las mujeres afectadas, ya que la violencia no es monolítica y se diferencian de acuerdo con las trayectorias particulares de vida (Ibáñez, 2015).

Por ejemplo, al analizar los casos de femicidios registrados por la Red chilena de Violencia contra las mujeres (Tabla 2), encontramos la perspectiva de violencia como un continuo reflejado en los siguientes casos:

Tabla 2.

Casos de Femicidios en Chile

EdadTipo de vinculaciónAntecedentes
64Ex Pareja
93MatrimonioNo hizo denuncia.
37Esposo
25ParejaNacionalidad Colombiana.
63Ex parejaTenía antecedente de VIF y la había hostigado por meses desde que ella dio por terminada la relación

Fuente: Extraído registro año 2016. Red de la violencia hacia las mujeres http://www.nomasviolenciacontramujeres.cl/femicidio-ano-2015/

El realizar o no realizar denuncias por maltrato, el tipo de vinculación con el perpetrador, los orígenes económicos, la clase social, la raza entre otros; cambian la forma en cómo entendemos y se configura la violencia y las opresiones percibidas por estas mujeres mayores. Estos elementos son fundamentales de considerar porque los cambios poblacionales y demográficos tales como: el envejecimiento, la inmigración y la convivencia con pueblos originarios; son un marco que sustenta diferentes tipos de vivencias, opresiones y en consecuencia diferentes tipos de mujeres mayores y experiencias de vulnerabilidad, exclusiones y violencias.

Por lo tanto, siguiendo a Nash (2015) el enfoque de la interseccionalidad forma parte de los esfuerzos por la transformación social y la búsqueda de la factibilidad histórica para alcanzarlos en el tiempo. Por lo tanto, es un esfuerzo teórico, pero por sobre todo de la práctica política y social que se condice con la epistemología feminista que ante todo busca transformar las estructuras de poder y subordinación, y develar desde las ciencias nuevas formas de hacer investigación social.

CONCLUSIONES

Situar la violencia de género, en el ámbito exclusivo de las relaciones de pareja y el entorno doméstico–privado, es un primer gran error que oculta y disfraza la gravedad del fenómeno, y la responsabilidad social y política-estructural, que reviste todo proceso de violencia y desigualdad.

No se trata de olvidar que, en el ámbito privado las mujeres se ven afectadas por un continuo de violencia, sino más bien de abordar el fenómeno como un continuo que ha recorrido la trayectoria o curso de vida de la mujer. Una solución que no incluya un cambio socio-cultural, no va a trascender ni a cambiar el eje de desigualdad y exclusión del que es partícipe, dado que la respuesta institucional que solo se ubica desde la esfera doméstica o de apoyo al cuidador, resulta “simplista” pues ignora las dinámicas de control y poder y reubica a la mujer desde su rol tradicional, asociando la respuesta estatal a la compasión y no hacia la transformación sociocultural.

La vejez puede propiciar una transformación de los roles tradicionales del género, así como también el mayor reconocimiento de su cuerpo, esta situación permitiría identificar más tempranamente algún problema de salud, o el contar con mayores redes de apoyo emocional (Sánchez, 2011). Sin embargo, debemos prestar atención a que las mujeres mayores, están desarrollando sus derechos en estructuras que tienen todavía un marcado sesgo de género, las que están estructuralmente limitadas, razón por la cual aparecen las sobrecargas femeninas, las exclusiones, en una sociedad que aparentemente afirma la igualdad de las mujeres (Bodelón, 2010).

La complejidad de la violencia como fenómeno social y un continuo en las trayectorias de vida o cursos de vida de las mujeres mayores, nos resulta relevante evitar la denominación de la violencia como un objeto universal y monolítico para dar paso al cuestionamiento a través de la interseccionalidad por el cruce de la vivencia de las mujeres (Ibáñez, 2015). Por lo antes dicho, la interseccionalidad es un concepto que aporta una comprensión a las distintas configuraciones posibles de la violencia corporalizada cuando se tienen en consideración los diversos sistemas de opresión y discriminación simultáneas de las cuales pueden ser objetos cuando se consideran categorías sociales como: la raza, la clase social, la orientación sexual, la discapacidad, etc. A nivel de políticas públicas este traspaso de ideas de esta perspectiva ayuda a no perder de foco las críticas feministas de un sólo tipo de identidad posible para dar paso a lo difuso de las identidades.

Se propone la interseccionalidad como un lente para los investigadores, actores sociales y el Estado, para no obviar las diversas opresiones y violencias presentes en un contexto de alta desigualdad social. A su vez para revitalizar el compromiso ético y político de la investigación social, que invita a pensar las disciplinas transforizamente, para construir una distancia crítica con el poder y sus instituciones desde la reflexividad de las Ciencias Sociales (Arzate, 2009). Esta desigualdad social se ha reflejado en las cifras y comparaciones internacionales y permitirían diálogos interdisciplinarios o transdisciplinarios (Ibáñez, 2015) para proponer nuevas formas de análisis a los fenómenos sociales y que estos ayuden a transformar las historias de las mujeres mayores en un futuro.

La interseccionalidad como concepto en este momento particular en Chile, nos permite tensionar el foco central que han tenido hasta este momento las políticas públicas y las investigaciones académicas.

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1 Trabajadora Social, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Magíster en Gestión Cultural, Universidad de Playa Ancha. Doctoranda en Ciencias Humanas, Universidad Autónoma de Madrid- España. Correspondencia dirigirla a: nicole.mazzucchelli@gmail.com

2 Psicóloga, Universidad Católica del Norte. Doctoranda en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, Universidad de Valparaíso-Chile, Becaria CONICYT. Correspondencia dirigirla a: romina.adaos@gmail.com

3 “La gerontología feminista puede verse como parte de un proyecto de desarrollo de las epistemologías que, dentro de las ciencias sociales, cuestionan las percepciones dominantes sobre las vidas de algunas poblaciones marginalizadas (Laws, 1995, en Freixas 2008).

4 La Convención Interamericana sobre la protección de los derechos humanos de las personas mayores, celebrada en el 2015 y ratificada por Chile, durante el 2017. En ella se declara abiertamente la intención de incorporar la perspectiva de género en cada una de las acciones, y se incluye una distinción en la discriminación, la que se reconoce acentuada en el caso de las mujeres, como también la necesidad de integrar políticas sociales y dispositivos administrativos tendientes a corregir las brechas que por motivo del género, se expresan en perjuicio de las mujeres mayores.

5 Si bien hay distinciones conceptuales e ideológicas entre ambas expresiones, para efectos de esta ponencia no ahondaremos en ellas, y utilizaremos indistintamente tanto la expresión violencia contra las mujeres, como violencia de género, considerando que ésta última es la más extendida y que ambas apuntan a una misma realidad, donde interesa principalmente concebir la violencia como una forma de opresión y dominación contra las mujeres, por el hecho de ser mujeres, al interior de una estructura sociocultural androcéntrica (Luján, 2013).

6 Denominación acuñada por las autoras, que da cuenta de manifestaciones y/o expresiones cotidianas, que permiten visualizar la violencia contra las mujeres, superando el espacio privado-intrafamiliar

7 Simone de Beauvoir (2012, 2016) al referirse al rol improductivo de la mujer, cuando deja de poseer la capacidad biológica de tener hijos y se despoja del crédito social obtenido desde su rol de madre y cuidadora. También lo observamos en Anna Freixas (2008) cuando indica que el mayor obstáculo en la vejez, se observa desde la dependencia económica que se fraguó desde la adolescencia, con una baja instrucción y culminando con matrimonios y roles de cuidado no remunerados.

8 Berrantes (2006) el género es crucial para estudiar la enfermedad, la salud y la calidad de vida.

9 Osorio, Segue y Jorquera (2014) proponen dentro del campo gerontológico, una línea de investigación que está centrada en la afectación de las personas envejecidas y su significado psicosocial.

10 Osorio, Segue y Jorquera (2014) proponen dentro del campo gerontológico, un tipo de estudios que está centrado en cómo se organiza el envejecimiento, ocupando un lugar preponderante el efecto de la estructura social en este proceso.

Envejecimiento & Cultura

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