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¿El edadismo afecta la salud de las personas mayores?: recopilación de la evidencia empírica
Agnieszka Bozanic Leal1
Universidad de Barcelona, España
INTRODUCCIÓN
No es un secreto que el mundo está envejeciendo. La OMS (2016) ha señalado que para el año 2050 existirán más de 2 billones de personas mayores de 60 años. El aumento de la esperanza de vida y la reducción de la natalidad son los factores clave que están impulsando esta “transición demográfica” en donde existe una serie de transformaciones sociopolíticas, económicas, demográficas, institucionales e ideológicas, las cuales han tenido como consecuencia el profundo impacto del envejecimiento en las sociedades (INE, 2015).
Chile no se escapa a esta realidad. Para el año 2050 se estima que seremos el país más envejecido del Cono Sur (OMS, 2016). Actualmente existen 3.075.603 personas mayores de 60 años, correspondiente al 17,5% de la población (CASEN, 2015). Por otro lado, nuestro país es el uno de los que va envejecimiento más rápido, el Informe Aging World del año 2015 (He, Goodkind, y Kowal, 2016), señala que se observa una triplicación de personas mayores en 42 años, a diferencia de países como Francia, que desarrollaron esta transición demográfica en un poco más de 100 años. También somos el país con la esperanza de vida más alta en Latinoamérica: 80,5 años, donde se produce un fenómeno de feminización del envejecimiento pues son las mujeres las más longevas con 83 años, a diferencia de los hombres con 79 años (OMS, 2016).
Estos cambios repercuten directamente en la sociedad. La vejez, como todo constructo social y cultural, es un concepto que se ha ido desarrollando en el tiempo y se ha visto influenciado por el imaginario colectivo desde el cual cada sociedad crea y extiende una idea concreta sobre qué significa ser viejo y envejecer (Osorio, 2007). En las sociedades se utiliza la edad para clasificar a sus miembros, con ello las diferentes expectativas para cada categoría, y lo que se espera de los individuos en función de las etiquetas que les han otorgado gestándose situaciones de discriminación por edad, es decir “edadismo” o “ageism”, el cual Palmore (2015) señala como una enfermedad social. Como las sociedades actuales se enfocan principalmente en el quehacer, la vejez se considera como una decadencia, y por lo tanto vienen aparejados mitos y estereotipos que afectan directamente a las personas mayores.
El edadismo es un proceso de discriminación y de estereotipos sistemáticos contra personas por el hecho de ser viejas, siendo ésta la tercera gran forma de discriminación de nuestra sociedad, tras el racismo y el sexismo (Butler, 1980). Estas actitudes y conductas negativas hacia las personas mayores, se asocian la vejez con la creencia de carga para la sociedad, traduciéndose en prácticas discriminatorias (Butler, 1969).
Palmore (1990) redefine el edadismo como cualquier prejuicio o discriminación en contra o a favor de un grupo de edad. Este concepto va más allá́ de la percepción negativa de la vejez que mencionaban los anteriores autores, reconociendo un edadismo positivo, basado en una serie de prejuicios positivos y que pueden dar paso a una forma de discriminación positiva, que aunque no tendría un impacto directo en las personas mayores, son mitos erróneos de igual manera.
El edadismo tiene a la base un estereotipo, es decir, pensamientos, creencias y expectativas sesgadas y falsas hacia otros individuos (Gendron et al., 2015). Es el caso de las personas mayores, existe la creencia que éstas son hurañas, desmemoriadas, incompetentes, solitarios, enfermizos y poco atractivos (Ng et al., 2015). Según Palmore (1999), existen estereotipos importantes que reflejan prejuicios negativos hacia las personas mayores: enfermedad, impotencia, fealdad, declive mental, aislamiento, pobreza y depresión. La enfermedad es el estereotipo y prejuicio más común contra las personas mayores, debido a que la mayoría de personas asocia la vejez con la mala salud. Sin embargo, un alto porcentaje de las personas mayores en Chile (más del 85% según CASEN, 2015) es lo suficientemente saludable para participar en las actividades diarias.
Como se señaló anteriormente, existe un componente “positivo” del edadismo, el cual es menos común, pero igualmente erróneo. Palmore (1999) destaca como estereotipos positivos: la bondad, la sabiduría, la libertad, la eterna juventud y la felicidad o mito de la serenidad.
Lamentablemente el edadismo es más sutil y complejo que los otros “ismos”, pues se manifiesta en todos los ámbitos de la vida y a través de comportamientos diversos que abarcan desde el nivel macro como las campaña anti-edad que vemos en los medios de comunicación, así como a nivel micro en lenguaje cotidiano paternalista e infantilizador hasta prácticas individuales, familiares, institucionales y sociales (Gendron et al., 2015).
Este comportamiento de discriminación se da a través de toda la sociedad. Cathalifaud, Urquiza, Thumala, y Ojeda (2007) realizaron un estudio con el propósito de indagar en la percepción que existía en los jóvenes universitarios acerca de los adultos mayores. Los resultados señalaban que los jóvenes tenían prejuicios negativos hacia las personas mayores, quedando en evidencia que la vejez es vista como un sinónimo de muerte social, depresión, entre otros, lo que se traduce como “gerontofobia”.
En el Estudio Fuerza Mayor (2009), se entrevistaron a personas mayores de 60 años, donde el 61% de las personas entrevistadas piensan que la gente subestima sus capacidades debido a la edad que tiene y el 50% creen que envejecer es sobre todo volverse dependiente, incapaz de valerse por sí mismo.
Por otra parte, la Cuarta Encuesta Nacional de Inclusión y Exclusión Social (Thumala, et al., 2015) arroja que los adultos mayores no son considerados como sujetos relevantes para un desarrollo integral en nuestra sociedad, por lo cual se perpetúan mecanismos y esferas de exclusión, que provoca como corolario una negación de la vejez tanto a nivel de políticas públicas como en la etapa del ciclo vital.
Por último, Bozanic y Segal (s/f) señalaron que el 79,3% desconoce que existe un concepto para referirse a la discriminación por edad. El 75,68% de los entrevistados considera que ha discriminado a las personas mayores cuando son “indiferentes o ignoran”, cuando “juzgan las capacidades a partir de prejuicios” y “cuando son impacientes y no respetan tiempos”. En esta misma línea, el 97,3% considera que la vejez en Chile es vista como un “problema, carga o estorbo”, “enfermedad y/o estado asociado a dependencia” y como una etapa a la que “no se le da interés”. Por último, el 68,4% piensa que envejecer está asociado a mayores “preocupaciones por ser carga”, “pérdidas físicas, económicas y sociales” y aunque un 31,6% de ellos piensa que es una etapa donde hay una adquisición sabiduría y experiencia.
Considerando lo anterior, Butler (1969) menciona que el fenómeno del edadismo influye la conducta de las personas mayores, ya que éstos adoptan definiciones negativas sobre el envejecimiento y vejez, por lo cual se perpetua una serie de estereotipos que van dirigidos contra ellos mismos. Según Palmore (1990) comenta que las posibles consecuencias del edadismo estarían asociadas a la interiorización de la imagen negativa, lo cual funciona como una “profecía autocumplida” (Losada, 2004). Esto último tiene como un impacto directo en la salud de las personas mayores, en tres dimensiones: psicológica, fisiológica y conductual.
Con respecto a las consecuencias psicológicas, investigadores encontraron una percepción pobre de la salud subjetiva (Coudin y Alexopoulos, 2010), pobres expectativas acerca de la vejez (Levy, 2016), salud mental pobre (Lyons et al., 2017), sensación de soledad (Coudin y Alexopoulos, 2010), una reducción de las ganas de vivir (Marques et al., 2014), baja autoestima (McHugh, 2003), depresión y bajo bienestar (Rothermund, 2005) y percepción de peor tratamiento asociado a peores resultados en salud con una disminución en la satisfacción en los servicios de salud (Rogers et al., 2015).
Sobre las consecuencias fisiológicas, estudios mencionan una salud deficiente (Levy, 2016), un riesgo de mortalidad (Sargent-Cox et al., 2014), discapacidad (Rogers et al., 2015), supresión del sistema nervioso central (Levy, 2016), un aumento en la respuesta cardiovascular al stress (Levy et al., 2009), un aumento del cortisol (Vauclair, 2014), rendimiento cognitivo deficitario (Robertson et al., 2016), memoria deficitaria (Lamont et al., 2015), y una pérdida del volumen hipocampal, además de una acumulación ovillos neurofibrilares y placas amiloideas por lo cual lo han asociado al Alzheimer (Levy et al., 2016).
Finalmente, las consecuencias conductuales que se han observado son conductas de dependencia (Coudin y Alexopoulos, 2010), una reducción en la motivación en conductas preventivas en salud (Levy, 2016), un incremento riesgo hospitalización (Levy et al., 2015) y la ausencia de adherencia a diversos tratamientos (Rogers et al., 2015).
Como se puede apreciar, existe una extensa evidencia del impacto que tiene el edadismo en la salud y bienestar de las personas mayores, por lo cual se hace urgente combatir el edadismo en todos sus niveles, realizando campañas de sensibilización y de promoción de una imagen positiva de las personas mayores, con el fin de mejorar la calidad de vida de esta población. El año recién pasado, OMS realizó una campaña que tuvo como lema “actuemos contra el edadismo” (OMS, 2016b), tomando esta una oportunidad para poner de relieve la importante contribución de las personas mayores a la sociedad y para concienciar sobre los problemas y los retos que plantea el envejecimiento en el mundo actual.
En Chile, aún no respondemos al llamado que hace la OMS para fomentar políticas y actuaciones dirigidas a reducir el edadismo. A pesar de que adherimos a la Declaración política y el Plan de Acción Internacional de Madrid sobre el Envejecimiento (ONU, 2003) aún no se observan voluntades para trabajar contra este tipo de discriminación. A esto, se debe agregar que Vauclair (2014) destaca que el edadismo es un fenómeno más prevalente en sociedades con desigualdad y nuestro país es uno de los más desiguales que conforman la OCDE (2016). ¿Será que mientras no solucionemos la desigualdad, las personas mayores no podrán gozar de una sociedad que integra a cada uno de sus miembros por igual?
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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1 Psicóloga, Universidad de Chile; Máster en Psicogerontología, Universidad de Barcelona, doctoranda en Medicina e Investigación Traslacional, Universidad de Barcelona. Correspondencia dirigirla a: abozanic@ug.uchile.cl