Читать книгу Historia de la Argentina, 1955-2020 - Marcos Novaro - Страница 5
ОглавлениеPrefacio a la nueva edición
Desde que se publicó la primera edición de este libro, transcurrió una década larga durante la cual el hecho tal vez más sorprendente haya sido la supervivencia, inestable y decadente, pero supervivencia al fin, de un modelo económico que ya a fines de la década anterior se podía afirmar, y en esa edición afirmábamos, había dado de sí todo lo que podía dar.
Durante los diez años que siguieron, entre 2010 y 2020, el PBI per cápita cayó un 6%; la pobreza subió de alrededor de 15 a más de 40 puntos, la inflación se mantuvo crónicamente alta y entre las dos puntas casi se duplicó, hasta rondar el 50%, mientras que la inversión bruta cayó a cerca de la mitad. El sector público aumentó su recaudación, pero perdió todas sus reservas, y más que duplicó su deuda. Al país, que todavía en 2010 arrastraba un larguísimo default que databa de la crisis de 2001, y siguió en esa condición total o parcialmente la mayor parte de la década siguiente, los mercados y economistas más entendidos le pronosticaban que volvería a caer plenamente en ella en cualquier momento, pese a las dos duras renegociaciones de sus pasivos que había atravesado en el ínterin.
¿Qué fue lo que sucedió para que por largos años no se pudiera encontrar la fórmula para reformar o sustituir este “modelo”? Una de las claves parece haber sido que la política argentina ingresó en una fase de gobiernos cada vez más débiles, gestiones mayormente fracasadas que solo pudieron ofrecer una administración precaria del empobrecimiento resultante. Una característica que no estuvo ausente en décadas previas, y que en este trabajo se ilustra en experiencias de signo variado (civiles y militares, peronistas y no peronistas) que estimularon a los analistas de distintas disciplinas a considerar la nuestra como una sociedad casi siempre ingobernable.
Lo peculiar de este regreso de un viejo problema, muy debatido en la segunda mitad del siglo XX, es que sucedió tras una década de gobiernos fuertes, inéditamente fuertes, que hicieron pensar que al respecto, finalmente, se había dado vuelta una página. Porque si algo caracterizó el ciclo kirchnerista entre 2003 y 2011 fue justamente la fortaleza del gobierno nacional vis-à-vis sus contrapartes, socios y adversarios en otros actores institucionales y en los grupos de interés.
¿Qué fue lo que sucedió para que, tras cartón, volviera a activarse un drama durante tanto tiempo combatido? La combinación de debilidades estructurales y capacidad de resistencia a los intentos de someterlo a reformas del modelo económico que ahora lucía agotado ofrece una vía interesante para pensar el asunto, pero solo ilumina una faceta de este. Hay otra no menos importante, asociada con lo que cabe denominar efectos no deseados de la polarización política, que también –puede decirse– fue expresión de cierta regresión, en este caso a las pautas de la política argentina previas a 1983.
Recordemos que la democracia argentina, en los años ochenta y noventa, pareció estar en camino a superar disputas que venía arrastrando desde hacia décadas en torno a las reglas de juego. Y también, si no a desactivar conflictos ideológicos y distributivos igual o más longevos, al menos a procesarlos a través de cierto imperio de la moderación. Alfonsín y Menem, más allá de sus enormes diferencias, y de los fuertes conflictos que habían protagonizado, dejaron esas dos lecciones convergentes para sus sucesores.
Pero el nuevo siglo se resistió a asumirlas. La polarización volvería a imponerse como lógica política predominante, con una intensidad que no tenía desde los años setenta del siglo XX. Y con ella volvieron muchos de los criterios, los estilos, incluso los términos que habían imperado entonces en la vida pública argentina.
Lo hicieron en un contexto infinitamente más pobre y, al mismo tiempo, mucho menos violento. Este ya no era el país que podía prometer a sus sectores más postergados convertirlos en obreros y asalariados, y a estos últimos, sumarlos con el tiempo a las clases medias. Estaba ahora integrado por un tercio de pobres estructurales excluidos de prácticamente todos los mercados, un tercio de precarizados estructuralmente empobrecidos, y un tercio de asalariados y clases medias protegidos por privilegios cada vez más costosos de sostener. Y así siguió siendo, luego de diez años de crecimiento en que, más que reformarse el sistema que discriminaba la suerte de esos distintos estratos sociales, se reforzaron las barreras que mantenían separados a unos de otros, a la vez que los mecanismos para compatibilizar sus respectivas demandas. Y fue este el sistema laboral y macroeconómico que se estancó en el final de la primera década de los dos mil, y trabó al mismo tiempo los esfuerzos, tímidos y mal diseñados de todos modos, por reformarlo.
Si la conflictividad resultante no fue mayor se debió, como dijimos más arriba, al segundo rasgo de este parcial regreso a los años setenta: que la violencia tolerable por esta sociedad era muy acotada, y las pautas predominantes con que se regulaban los comportamientos sociales y políticos, más que la rebelión y la represión, eran la resignación y las bajas expectativas.
Todo esto para decir que la historia más inmediata, la de la última década, puede aún considerarse parte, en más de un sentido muy plenamente parte, de la historia de la segunda mitad del siglo XX y el comienzo del nuevo siglo. Y que es por eso que resulta a la vez muy armónico y oportuno agregarle un capítulo final, en esta edición ampliada y actualizada, al volumen de la colección de historia inicialmente concebido para cubrir las seis décadas anteriores.
Agradezco a Luis Alberto Romero, a los responsables de la editorial y en especial a Raquel San Martín la oportunidad de hacerlo.