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Prólogo

Los Gaos, historia de una familia intelectual extraordinaria

MANUEL AZNAR SOLER

GEXEL - CEDID - Universitat Autònoma de Barcelona

La vida cultural de la ciudad de Valencia durante los años veinte y treinta del siglo XX hubiese sido menos luminosa sin el protagonismo de los Gaos González-Pola, una familia representativa de la burguesía ilustrada vinculada tanto a la Valencia de las vanguardias artísticas y literarias de aquellos años veinte como al compromiso militante con los ideales y valores de la Segunda República española. Una familia compuesta por nueve hermanos (José, Carlos, María, Alejandro, Ángel, Ignacio, Vicente, Fernando y Lola), un padre notario librepensador, y una madre conservadora y católica, apostólica y romana. En este sentido, los nueve hijos, siete hombres y dos mujeres, fueron completamente Gaos y poco o nada González-Pola.

Pero también y por ello una familia completamente rota, deshecha por la guerra y, tras la derrota republicana en 1939, por el exilio de la mayoría de ellos, primero en Francia (el padre con sus hijos Ignacio y Vicente) y, posteriormente, en los casos de José, Carlos y Fernando, en México. Por su parte, Alejandro y Ángel, republicanos vencidos que no pudieron atravesar la frontera francesa para exiliarse, padecieron en 1939 el insilio de la Victoria en aquella España franquista, es decir, padecieron las cárceles y los juicios sumarísimos, condenados ambos a pena de muerte por lo que la autora denomina, con acierto, la «justicia al revés», esto es, por esa amarga ironía que los tribunales sumarísimos franquistas acuñaron con el concepto de «auxilio a la rebelión».

La historiadora Margarita Ibáñez Tarín reconstruye la historia de estos nueve hermanos, educados sin embargo la mayoría de ellos en colegios religiosos, hecho que la autora interpreta como una concesión del padre a su mujer: en las Escuelas Pías de Oviedo estudiaron los dos hermanos mayores (José y Carlos), mientras que el resto de varones lo hicieron en el Colegio San José de los jesuitas de Valencia.

Este libro, que se caracteriza por su rigor documental y claridad expositiva, está estructurado en una «introducción», trece capítulos y un epílogo que siguen un orden rigurosamente cronológico. Margarita Ibáñez Tarín nos regala un libro bien escrito que se lee con auténtico placer. Me parece especialmente relevante el acierto con que la autora reconstruye la historia familiar del padre y de estos nueve hermanos en el contexto de la historia española y europea, para la que utiliza oportunamente fragmentos de las memorias de Stefan Zweig, un testigo excepcional del siglo XX. Y lo hace fragmentariamente, documentando con rigor la evolución de cada uno de los hermanos Gaos desde la Dictadura de Primo de Rivera hasta los años de la Segunda República, de la guerra y, a partir de 1939, de la cárcel o el exilio.

Es de estricta justicia destacar el conocimiento prácticamente exhaustivo que demuestra la autora de la bibliografía sobre el tema, así como el trabajo de documentación en el que ha basado su investigación, con la consulta de archivos públicos como, entre otros, el Archivo General de la Administración (AGA) de Alcalá de Henares, el del Centro Documental de la Memoria Histórica (CDMH) de Salamanca, el archivo del Partido Comunista de España (APCE) en Madrid o el Archivo de la Fundación Max Aub (AFMA) en Segorbe. Archivos públicos, pero también archivos privados, como el de Alejandro Gaos Castro en Madrid, nieto de Alejandro Gaos González-Pola, con quien la autora se entrevistó en Madrid el 14 de mayo de 2015. Además, Margarita Ibáñez Tarín, sin olvidar testimonios escritos como el de Ángeles Gaos, hija de José, ha contactado también con descendientes de esos nueve hermanos y ha realizado entrevistas personales con Eva Gaos, hija de Vicente, el 18 de abril de 2018 en Valencia; con Sacra Gaos, hija de Alejandro, y Elena Salcedo Gaos, hija de Maruja, el 5 de junio de 2018 en Valencia; y también el 14 de agosto de 2018, mediante conexión por skype entre Cheste y México, con Amparo y Ana María Gaos Schmidt, hijas de Carlos y de su mujer alemana, Ana María Schmidt. Todas ellas proporcionan datos de interés que permiten a la autora reconstruir con rigor la historia de los Gaos, esta familia intelectual extraordinaria, fuera de lo común.


La autora dedica las primeras páginas del libro presente a reconstruir la genealogía de los Gaos y, con la memoria de El pescador de Islandia de Pierre Loti, apunta a una familia numerosa de pescadores bretones que, a través del mito celta, se vincula con la familia de los Gaos gallegos, nueve hermanos también, de los cuales, además del padre de los Gaos valencianos, José Gaos Berea, el más destacado fue su hermano el violinista Andrés Gaos Berea, emigrado a Buenos Aires.

Las páginas iniciales resaltan la personalidad singular del padre, José Gaos Berea, afiliado a Izquierda Republicana y amigo y correligionario, por ejemplo, del doctor Juan Peset Aleixandre, de Manuel Castillo Quijada y de Ambrosio Huici Miranda, que militaban también en su mismo partido. El padre de los Gaos actuó como notario en el acto de incautación del colegio de los jesuitas en Valencia y, ante el temor a la represión de los vencedores franquistas, atravesó la frontera francesa y se exilió en Perpignan junto a su hijo Ignacio en condiciones económicas muy precarias, por lo que, mediante una carta inédita escrita a su hermano Andrés, fechada el 23 de junio de 1938 y conservada en el fondo Andrés Gaos de la Biblioteca América de la Universidad de Santiago de Compostela y que la autora reproduce, le pide ayuda, a lo que su hermano corresponde solidariamente con el envío de quince mil francos.

El padre de los Gaos acabará sus días en el exilio francés de Vernet les Bains de una manera agridulce que revela su talante hedonista hasta el final de sus días. En efecto, la noche del martes 10 de octubre de 1939, la última noche de su vida, alojado en el espléndido hotel Alexandra de Vernet, la autora nos sugiere implícitamente su suicidio, ya que pide al servicio «que le suban a su habitación una bandeja de pasteles y una botella de Dom Pérignon, tiene 63 años y es consciente de su condición de diabético desde hace tiempo».


Sin duda la personalidad intelectual más relevante de estos nueve hermanos es la del mayor, el filósofo José Gaos (Gijón, 1900 - México, 1969). Una biografía bien conocida a través de sus propias Confesiones profesionales y de los libros de Vera Yamuni Tabush y Aurelia Valero Pie, que cita a menudo la autora en su momento correspondiente. Militante del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) desde 1931, fue amigo y maestro de otro socialista como Max Aub, quien le dedicó a su muerte un valioso texto memorialístico recogido en Cuerpos presentes, edición de José-Carlos Mainer. Por su parte, Federico Álvarez publicó una conversación entre ambos en el libro de Max Aub Conversaciones con Buñuel.

Seguimos fragmentariamente a través de las páginas de este libro su trayectoria humana e intelectual, que le conduce desde el Gijón de su adolescencia, educado en un ambiente conservador y religioso característico de su familia materna, hasta Valencia, donde cursa sus dos primeros años universitarios para completarlos a partir de 1921 en la Universidad Central de Madrid. Realiza luego un lectorado en Montpellier gracias a la mediación de su profesor Manuel García Morente; gana en 1928 las oposiciones a catedrático de Filosofía y es destinado al Instituto de León; en 1930 obtiene la cátedra de Lógica y Teoría del Conocimiento de la Universidad de Zaragoza; se traslada posteriormente a Madrid como catedrático de Introducción a la Filosofía, habitante de la nerudianamente célebre Casa de las Flores; ejerce como secretario general adjunto de la Universidad Internacional de Verano de Santander desde 1932 y el 18 de julio de 1936 le sorprende en el palacio de La Magdalena como director de los cursos de aquel verano trágico en sustitución de Pedro Salinas; rector de la Universidad Central durante la guerra; comisario general del Pabellón de la República española en la Exposición Universal de París en 1937; conferenciante en La Habana desde el 24 de junio de 1938; y, finalmente, un largo exilio mexicano hasta su muerte. La autora reproduce valiosos documentos de archivo: por ejemplo, una carta suya a Juan Negrín, fechada el 3 de junio de 1937 (CDMH de Salamanca); o también unas notas preparatorias al discurso que pronunció el 12 de julio de 1937 en la recepción organizada por la Embajada de la España republicana con motivo de la inauguración de la Exposición parisina (AGA de Alcalá).

José Gaos, quien acuñó el concepto de «transtierro», llamaba a México su «patria de destino», pero la autora matiza con propiedad que «el sentimiento de despego que Gaos afirmaba sentir por “la patria de origen” no fue nunca por la España republicana, con la que siempre mantuvo una relación de absoluta fidelidad hasta su muerte». Ejerció como catedrático en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que le nombró profesor emérito al cumplir los sesenta años. Aunque evolucionó durante sus años mexicanos hacia el liberalismo, el filósofo exiliado José Gaos constituye un ejemplo de fidelidad a los valores republicanos y, en este sentido, vale la pena destacar las duras críticas que escribió en sus Confesiones profesionales contra los intelectuales de la Agrupación al Servicio de la República, concretamente contra su maestro Ortega y Gasset, que la autora cita oportunamente:

Me pareció, y sigue pareciéndome, aquella decepción terriblemente prematura, de una ligereza, de una impaciencia histórica incomprensible, por no decir imperdonable, en varones tan sabedores de la historia, de tanta autoridad y responsabilidad nacional, tan graves personalmente; una paciencia secular con la monarquía y una impaciencia de dos años con la República: qué injusticia con ésta; y para juzgar y condenar un régimen, qué son dos años de historia.

Una crítica que alcanza también al doctor Gregorio Marañón:

Llovió sobre mojado: sobre la actitud de Marañón, con los otros grandes intelectuales, hacia la República: aquel desviarse tan pronto de ella, porque no seguía exactamente los rumbos que ellos habían querido que siguiese.


Poco sabíamos del segundo hermano, Carlos Gaos (Gijón, 1902 - México, 1958), ingeniero de Caminos, Canales y Puertos por la Universidad Central de Madrid. Aquí la autora ilumina fragmentos reveladores de su biografía: sus juveniles pinitos literarios como poeta «siguiendo la estela del poeta francés Émile Verharen»; su defensa de un desnudo femenino de Dalí en el Madrid vanguardista de los años veinte, que le valió una lluvia de paraguazos por parte de algunos escandalizados burgueses biempensantes; secretario de la Sección de Música del Ateneo de Madrid durante los años 1921 y 1922, una pasión por la música compartida por toda la familia Gaos; su traslado a Málaga, donde en 1932 se afilió al Partido de Acción Republicana de Manuel Azaña y fue nombrado miembro del patronato del recién creado Instituto Escuela de Málaga; su participación en proyectos de envergadura como «el aprovechamiento del agua del río Guadalhorce en la Sociedad Azucarera Ibérica»; el traslado familiar de Málaga a Almería cuando la ciudad fue tomada el 7 de febrero de 1937 por las tropas franquistas.

Sin duda el momento de gloria del ingeniero republicano Carlos Gaos le llegó en la batalla del Ebro como teniente coronel de ingenieros del Grupo del Ejército de la Región Oriental desde abril de 1938, destinado desde julio de ese mismo 1938 en la Comandancia General de Ingenieros del Ejército del Este. La autora cita fragmentos de las memorias del ingeniero Julián Diamante, padre del director de cine Julio Diamante y mayor-jefe del Batallón de Puentes número 3, fragmentos que testimonian el protagonismo de Carlos «en el diseño y supervisión de las operaciones de la batalla del Ebro» y en la construcción de los puentes para pasar el río. Sin embargo, la batalla del Ebro acabó el 15 de noviembre de 1938 con la victoria franquista y, por ello, tras la derrota republicana, Carlos trasladó a toda su familia a Cataluña y cruzó la frontera por Port Bou.

En Francia la familia se disgregó forzosamente: su mujer e hijas fueron enviadas a Troyes, en el norte del país, y él ingresó en el campo de concentración de Saint Cyprien. Sin embargo, en marzo de 1939 pudo trasladarse a Troyes y, finalmente, la familia embarcó el 29 de abril de ese mismo año en un buque de la compañía Red Star en el puerto belga de Amberes con destino a Nueva York. Instalado en México, dirigió dos colonias agrícolas en la hacienda Santa Clara de Chihuahua; trabajó como ingeniero, junto a Félix Candela, arquitecto también exiliado, en la construcción del nuevo puerto de Veracruz, estado para el que construyó numerosas escuelas públicas, con lo que logró una situación económica acomodada que le permitió ayudar a su hermano José en sus momentos de apuro. Me parece muy revelador que, a diferencia de la mayoría de exiliados republicanos, Carlos decidiera que sus hijas no estudiaran en el Instituto Luis Vives o en el colegio Madrid, sino en colegios mexicanos, lo que viene a expresar hasta qué punto se integró como un verdadero «transterrado» en la sociedad mexicana.


Sorpresa muy agradable para mí han sido las numerosas e interesantes páginas que dedica la autora a la reconstrucción de la biografía de Alejandro Gaos (Orihuela, 1907 - Monasterio de Piedra, 1958). Aficionado a la ópera y admirador de Bach, a quien consideraba el mejor compositor de la historia de la música, estudió en la Universidad de Valencia, frecuentó algunas tertulias literarias madrileñas, en la Granja de El Henar conoció a Valle-Inclán y asistió a la tertulia en la redacción de la Revista de Occidente; preparó oposiciones a cátedra de instituto en el Ateneo de Madrid, donde conoció a Unamuno; frecuentó en 1930 a Pío Baroja y coincidió en el Colegio de Chamartín de la Rosa con José Manuel Blecua, Guillermo Díaz-Plaja y Ernesto Giménez Caballero; obtuvo el número 3 en las oposiciones del año 1933 y ejerció a continuación como catedrático de Lengua y Literatura en el Instituto Blasco Ibáñez de Valencia, en donde estudiaron sus hermanos Ángel e Ignacio.

El 18 de julio de 1936 se encontraba veraneando con su mujer y sus suegros en Benimàmet, pero el 10 de diciembre de ese mismo año se alistó voluntario en la columna Eixea-Uribes, que actuó en el frente de Teruel, y en agosto de 1937 se integró en el XIX Cuerpo del Ejército Popular de la República, donde fue nombrado capitán de Infantería, y pasaría toda la guerra en Torrebaja (Teruel) sin intervenir en ninguna operación militar.

Sin embargo, en 1939 fue sometido a un juicio militar sumarísimo en el que declaró tanto su fidelidad a los valores democráticos como su profundo desencanto por los horrores de la guerra: «No quiero negar mis ideales democráticos, que los desengaños de la guerra han hundido en mis pensamientos, mi conducta ha sido honrada y digna».

Cuando en 1939 «Valencia se llenó de banderas nacionales, boinas rojas y camisas azules», Alejandro Gaos padeció la represión de la Victoria, es decir, su detención por un juzgado militar el 1 de septiembre de 1939 y su ingreso en la cárcel Modelo de Valencia el 9 de ese mismo mes. En noviembre tuvo lugar su juicio sumarísimo. Fue condenado a muerte inicialmente, pero luego se le conmutó la pena y obtuvo «la libertad provisional con prisión atenuada en su domicilio el 27 de mayo de 1940 y un año después, el 6 de octubre de 1941, la definitiva». Sin duda influyeron en ello los veintitrés avales que pudo presentar, desde el del poeta falangista Rafael Duyos Giorgeta hasta el del rector franquista de la Universidad de Valencia, José María Zumalacárregui, de cuyo hijo había sido profesor en el Instituto Blasco Ibáñez. La autora ha consultado el pliego de descargos que se conserva en el AGA de Alcalá, en donde Alejandro aclara que la mayoría de imputaciones eran falsas porque le atribuían cargos que correspondían a sus hermanos, particularmente a Carlos. Unas falsas denuncias que provenían de la delación, tan frecuente en la primera postguerra, «de un sastre y del portero, que vivían en la planta baja del edificio de la Avenida José Antonio n.º 25 (hoy Antiguo Reino), donde había vivido primero Alejandro».

Tras su salida de la cárcel, Alejandro Gaos constituye un ejemplo perfecto de insiliado en la España franquista: incorporado a la enseñanza en 1943, fue desterrado a Requena, donde ejerció como catedrático de Lengua y Literatura en su Instituto, volvió a escribir poesía y en sus viajes a Madrid para visitar a su hermana Lola frecuentó el Café Gijón junto a su amigo Eusebio García Luengo. Mantuvo correspondencia con los exiliados Juan José Domenchina y Max Aub y, en una carta de julio de 1947 escrita a su amigo Max, ironizaba sobre su estancia en Requena, «donde estoy magnánimamente destinado». En 1947 publicó su libro poético Vientos de la angustia, en 1951 La sencillez atormentada y, por fin, en 1955 un libro de entrevistas con el título de Prosa fugitiva. Quedó inconcluso e inédito un título poético que sugería cierta esperanza de cambio en su ánimo deprimido, Ganando la alegría, pero murió a los cincuenta y un años, de manera súbita debido a un paro cardiaco, mientras visitaba el zaragozano Monasterio de Piedra en un viaje con alumnos y profesores del Instituto de Requena a su vuelta de Lourdes, ejemplo perfecto de un viaje propio de aquel tiempo del nacionalcatolicismo franquista que el insiliado Alejandro Gaos tuvo que padecer.


Confieso mi interés por la compleja personalidad intelectual, política y humana de Ángel Gaos (Orihuela, 1908 - México, 1990), a quien conocí junto a su mujer, la grabadora Rosita Ballester, hermana de Manolita Ballester, a su vez mujer de Josep Renau, en el verano de 1981, si no recuerdo mal en su casa de la colonia de San Ángel en la Ciudad de México. Es importante subrayar estos vínculos entre familias valencianas intelectualmente ilustres y políticamente comprometidas con los valores republicanos como fueron los Gaos, los Renau (Josep y Juanino) y los Ballester Vilaseca (Manolita, Rosita, Tonico), la mayoría de los cuales tuvieron que pagar por ello el precio de sus exilios respectivos.

Ángel ha sido el único de los Gaos que he podido conocer personalmente, en su casa de México, pero también en Valencia con motivo del Congreso de 1987, conmemorativo, cincuenta años después, del Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que se inauguró el 4 de julio de 1937 en el salón de sesiones del Ayuntamiento de Valencia, entonces capital de la República española. Cabe resaltar la entrevista que a su vuelta concedió Ángel a T. Losada y que se publicó el 2 de agosto de 1987 en Uno más uno, que la autora cita fragmentariamente por extenso, donde Ángel Gaos manifiesta una justa indignación, que comparto por completo, ante el hecho de que dicha conmemoración se hubiera convertido en un vergonzante y vergonzoso mitin anticomunista, en un simplista ejercicio del anticomunismo intelectualmente más barato. Acaso hubiera sido oportuno transcribir y comentar algunos fragmentos de la ponencia de Ángel Gaos en aquel polémico Congreso valenciano de 1987.

Acaso sea Ángel el hermano al que Margarita Ibáñez Tarín dedica más páginas en este libro y sin duda las merece, porque su protagonismo en la vida cultural y política de la Valencia republicana fue muy relevante, particularmente durante los años de guerra. Para reconstruir su biografía la autora cita en varias ocasiones fragmentos de la excelente entrevista que Ángel Gaos concedió a Manuel García en su exilio mexicano y nos recuerda con razón que es un personaje literario de la serie narrativa de El laberinto mágico de Max Aub, el Vicente Dalmases ficticio, tan presente por ejemplo en Campo de los almendros, interno luego en el campo de Albatera, un campo de concentración franquista en el que estuvo Ángel tras la derrota republicana en 1939.

Educado en el Colegio San José de los jesuitas de Valencia, entre 1925 y 1931 Ángel cursó sus estudios de Derecho en la universidad de la misma ciudad, donde en marzo de 1929 participó activamente en las huelgas estudiantiles contra la Dictadura de Primo de Rivera. Aquel joven estudiante era entonces miembro de la Federación Universitaria Escolar (FUE) aunque, al igual que su cuñado Gonçal Castelló, casado con su hermana Lola en la posguerra, ingresó hacia 1931 en el Partido Comunista de España (PCE), del que Josep Renau era uno de los más valiosos dirigentes de su política cultural, como prueba la creación en enero de 1935 de la revista Nueva Cultura. Los hermanos Renau, el pintor Francisco Carreño Prieto, Manuela Ballester, Gonçal Castelló, Alejandra Soler, Arnaldo Azzati, Pilar Soler y el poeta Pascual Pla y Beltrán fueron algunos de los militantes comunistas más destacados en aquella Valencia republicana.

Ángel fue un apasionado militante comunista, gran orador, «elocuente, persuasivo y convincente», que protagonizó muchos mítines en aquellos años republicanos. Colaborador de la revista Nueva Cultura desde su número inicial en enero de 1935, acertó a señalar al fascismo internacional como la verdadera amenaza contra la democracia y la cultura y defendió con pasión un antifascismo que debía unir a todos los partidos republicanos contra la violencia de los «señoritos» de Falange que, por ejemplo, el 11 de julio de 1936 asaltaron Unión Radio en Valencia, la actual Radio Valencia de la cadena Ser.

Ya durante la guerra Ángel intervino en mítines políticos por toda la geografía valenciana (Catarroja, Villanueva de Castellón, Museros, Cheste, Xàtiva) como miembro activo de la Aliança d’Intel·lectuals per a Defensa de la Cultura de València y, además, el 26 de agosto de 1936 fue nombrado magistrado de la Sala de lo Civil de la Audiencia Territorial de Valencia, sala presidida por José Rodríguez Olazábal. Colaboró también desde enero de 1937 en la revista Hora de España, donde polemizó con el pintor Ramón Gaya, artículos que la autora analiza con rigor, al tiempo que seguía publicando en Nueva Cultura, órgano de expresión de l’Aliança valenciana. En este sentido, la autora valora el titulado «Los sindicatos y la organización de la cultura», publicado en marzo de 1937, como uno de sus mejores artículos, opinión que suscribo. No hay que olvidar que Ángel fue uno de los trece firmantes de la espléndida «ponencia colectiva» que los artistas y escritores republicanos más jóvenes presentaron en julio de 1937 ante el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura ya antes mencionado, trece firmantes entre los cuales podemos mencionar a los valencianos Juan Gil-Albert y Miguel Hernández, tan distintos desde el punto de vista de su clase social pero que compartían entonces un activo antifascismo militante.

El golpe del coronel Casado contra el legítimo Gobierno republicano de Juan Negrín y la inminente derrota republicana supusieron para el camarada comunista Ángel su traslado urgente en marzo de 1939 al puerto de Alicante con la esperanza de embarcar hacia el exilio argelino, pero la comprobación de que su nombre había sido borrado de la lista de embarque, tal y como escribió él mismo en un informe para el PCE fechado el 31 de octubre de 1946, le produjo una profunda decepción personal y su desvinculación del Partido:

Desde el punto de vista orgánico no tenía ninguna obligación con el Partido desde el momento en que éste me dejó abandonado en el momento de mayor peligro, excluyéndome de la lista de embarque. A partir de este instante mi vida me pertenecía y ya no me quedaba otra obligación que cumplir que la de responder a mi conciencia.

No era precisamente un camino de rosas el que le aguardaba a Ángel Gaos a partir de ese momento. Del puerto de Alicante se le trasladó al campo de Albatera junto a otros republicanos como el poeta Pla y Beltrán, el catedrático Juan Peset Aleixandre o el escritor Jorge Campos, autor de un libro de relatos titulado Cuentos sobre Alicante y Albatera. De allí pasó al campo de concentración de Portaceli y el 16 de marzo de 1940, tras ser sometido a un consejo de guerra por procedimiento sumarísimo de urgencia, fue condenado inicialmente a muerte y confinado en la cárcel Modelo de Valencia.

Las páginas que la autora dedica a describir minuciosamente esta durísima experiencia en la cárcel Modelo, donde coincidió con el también comunista Carlos Llorens, hermano del historiador Vicente Llorens y con quien se mostró abiertamente crítico sobre el materialismo dialéctico y el marxismo, me parecen excelentes. Con acierto nos recuerda la autora unas palabras del propio Ángel que revelan el impacto provocado por esa situación extrema suya de condenado a muerte: «Durante cuatro meses esperé día a día, en la celda de la Modelo, ser conducido ante el piquete de ejecución. Esta terrible experiencia removió hasta lo más profundo de mi ser y me convirtió al cristianismo».

Sin embargo, a pesar de su decepción con el PCE, Ángel hizo compatibles hasta su muerte un comunismo heterodoxo con un cristianismo nada apostólico y romano («Siempre he creído en Dios, pero no de la forma en la que creen los católicos, sino viéndolo como el supremo hacedor», le confesaría a su amigo el poeta Juan Miguel Romà, exiliado en Perpiñán). Así, para reducir tiempo de condena «escribió en 1941 un artículo para el periódico Redención en el que justificaba su conversión al catolicismo y exhortaba a los otros presos a seguir su ejemplo», un artículo de título ejemplarmente «cristiano»: «Camino de Redención». Ángel siempre tuvo la convicción de que la mediación ante las autoridades eclesiásticas del nacionalcatolicismo franquista por parte de su madre, católica, apostólica y romana, le salvó la vida.

A pesar de ello, estuvo siete años encarcelado, ya que hasta el 27 de mayo de 1946 no se le concedió la libertad provisional, una libertad más que relativa, porque, en palabras de la autora, «una vez en la calle se encontraba en una prisión todavía más grande», como era aquella España de la dictadura militar franquista. En definitiva, a Ángel no le quedaba más camino que el exilio mexicano, así que pasó la frontera francesa clandestinamente por Puigcerdá y el 16 de agosto de 1946 llegó a Bourg-Madame, e inmediatamente fue a Vernet les Bains para visitar la tumba de su padre. Octavio Paz, a quien había conocido en el Congreso valenciano de 1937 y que entonces era secretario de la Embajada de México en París, le consiguió un pasaje en un barco con destino a Nueva York y, tras innumerables vicisitudes, de nuevo en palabras de la autora, «llegó al aeropuerto de México D. F. el 11 de marzo de 1947 con un visado de asilado político», donde encontró trabajo, al igual que otros muchos exiliados republicanos españoles, como redactor del Diccionario Enciclopédico de la Unión Tipográfica Editorial Hispanoamericana (UTHEA): «Ángel sigue en la misma editorial en que trabaja desde hace ya tantos años, como galeote. Es el que peor suerte ha tenido de todos nosotros», escribe su hermano exiliado José a su hermano insiliado Alejandro en una carta fechada el 4 de enero de 1956 en México que se conserva en el archivo privado de Alejandro Gaos Castro y que Margarita Ibáñez Tarín nos regala.


Ignacio Gaos (Valencia, 1915 - Barcelona, 1979) y Fernando Gaos (Valencia, 1920 - México, 1988) obviamente tienen menor importancia desde el punto de vista intelectual que el resto de sus hermanos y por ello ocupan en este libro unas pocas páginas. Sin embargo, para ampliar datos de sus biografías respectivas, de sus obras de creación y de sus traducciones, remito al lector interesado a consultar sus voces correspondientes en el Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, edición de Manuel Aznar Soler y José Ramón López García, Sevilla, Renacimiento, Biblioteca del Exilio, Anejos-30, 2016, volumen II, páginas 407-408 y 407, respectivamente.

La autora afirma que Ignacio, que tuvo una infancia enfermiza, se exilió con su padre a Francia y se estableció inicialmente en Perpiñán, aunque se trasladó posteriormente a México, donde ejerció un tiempo como profesor de Lengua y literatura francesa y publicó en 1966 una obra dramática en un acto, escrita en lengua francesa y titulada Coexistence pacifique. Muy distinto de carácter y de forma de vida a su hermano José, le gustaban la bohemia y la vida nocturna propia de un bon vivant. Junto a la modista Milagros Tejón, amiga de su hermana Lola, residió en Lille dando clases de español en un instituto, aunque posteriormente se instalaron en un modesto apartamento del Barrio Latino parisino, donde escribió algunos guiones radiofónicos. De regreso a España, se estableció en Barcelona, realizó numerosas traducciones del francés, entre ellas la de las comedias de Molière, y publicó en 1969 una novela corta titulada La velada en la colección La Novela Popular de la editorial madrileña Alfaguara.


Fernando Gaos (Valencia, 1920 - México, 1988) no se incorporó por edad al Ejército Popular Republicano y, junto a su hermana Lola, permaneció en 1939 en la casa familiar de Valencia con su madre. Compositor y concertista de piano, estuvo casado con Josefina Salvador Segarra, concertista de violín, aunque el matrimonio duró poco. Tras publicar en 1947 la obra teatral La señora cena en casa en el número 12 de la revista madrileña Acanto, que dirigía el poeta José García Nieto, se instaló ese mismo año en México, donde publicó en 1960 El pasado se mira en el espejo. Comedia dramática en tres jornadas, con un prólogo y un epílogo, que había conseguido estrenar en 1954 en el Teatro Ideal de México D. F. Otra obra suya que también estrenó pero que no llegó a publicar fue Uno de tantos. «Diez años de la pequeña historia de España, 1935-1945», estrenada en 1951 en el Teatro Ideal de México D. F. por el Ateneo Español de México. El autor pasó los últimos años de su vida ingresado en el Sanatorio Español de la Ciudad de México porque los médicos le diagnosticaron una esquizofrenia, aunque salía a trabajar en una editorial y escribía poemas, una antología de los cuales publicó en 1982 con el título de La vida en verso (1945-1975). La autora transcribe su poema «Reflexiones», cuyos primeros cuatro versos reflejan su situación de soledad y de desgana vital: «No tengo amor a la vida, / ni vivir quiero tampoco; / lo que sé me sabe a poco, / lo que tengo es una herida».


Sin embargo, la biografía intelectual y humana de Vicente Gaos (Valencia, 1919-1980), poeta y catedrático de Lengua Inglesa, es mucho más conocida e importante. Educado en los jesuitas de Valencia, estudió luego en el Instituto Blasco Ibáñez de su ciudad natal y se afilió a la FUE. Aficionado al cine, en 1935 publicó un artículo en la revista mensual valenciana Publi-Cinema e intervino junto a su hermano Ángel en una sesión matinal del Cine-Estudio de la FUE que tuvo lugar en el cine Avenida de Valencia el 26 de octubre de 1936. La autora nos recuerda que «Vicente no se incorporó al frente cuando llamaron a su quinta el 14 de abril de 1938», la famosa «quinta del biberón», porque su padre se lo llevó a Francia, y afirma que el 5 de julio de 1939 vivía en Perpiñán junto a su hermano Ignacio y su padre, tras cuya súbita muerte escribió un soneto titulado «A mi padre muerto», así como haría posteriormente cuando, residente en Estados Unidos, recibió la noticia del fallecimiento de su madre el 19 de marzo de 1949 en Valencia con el soneto titulado «Ay, Vicente, hijo mío, estás dejado…», textos que la autora reproduce en su lugar correspondiente.

Exiliado en Francia inicialmente junto a su padre, regresó sin embargo a la casa familiar de la calle Jorge Juan de Valencia, aunque la precaria situación familiar hizo que se mudara pronto a un piso más modesto en la calle General San Martín. Además, Vicente padeció en aquella Valencia franquista de la inmediata postguerra el peso del apellido familiar porque, en palabras de la autora, «el apellido Gaos –asociado a la intelectualidad republicana tan odiada por el franquismo– pesaba como una losa difícil de llevar en aquellos tiempos sombríos».

Acaso por ello se trasladó a Madrid para cursar estudios de Filología Clásica en la Universidad Central, donde conoció, entre otros, a Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Luis Rosales y Leopoldo Panero, de los cuales fue amigo. A continuación, se trasladó a México para cursar el doctorado en la UNAM, la universidad en la que su hermano José era profesor, en donde realizó su tesis doctoral sobre la «Poética de Campoamor». A partir de entonces, entre 1948 y 1956, alternó la docencia en varias universidades norteamericanas, entre ellas el Smith College. De regreso a España, ganó en 1956 las oposiciones a la cátedra de Instituto de Lengua Inglesa y fue destinado sucesivamente a los institutos de Puertollano, Segovia y, por último, al Isabel de Villena de Valencia, donde dio clases hasta su muerte en 1980. Obviamente, sus libros de crítica literaria y de ensayo y, sobre todo, sus libros poéticos son el mejor legado que nos ha dejado Vicente Gaos, que padeció también, como su hermano Alejandro, los rigores del insilio. Y, en este sentido, la autora nos recuerda que el poemario Mitos para tiempos de incrédulos, de 1963, sufrió varias supresiones por parte de la censura franquista antes de su publicación, según atestigua el expediente conservado en el AGA de Alcalá que la autora ha consultado oportunamente.


La biografía de María Gaos (Gijón, 1903 - Valencia, 1980) carece de relieve y ocupa apenas una página en este libro porque es la hermana de menor relevancia intelectual de toda la familia. Como Fernando y Lola, permaneció en Valencia con su madre en 1939, pero «vivía dependiente porque se había casado», nos dice la autora, quien pocos datos más puede aportar.

A diferencia de María, acaso la más conocida en España de toda la familia fue la actriz Lola Gaos (Valencia, 1921 - Madrid, 1993), la hermana pequeña, criada en un ambiente en donde la música y la poesía eran aficiones compartidas por todos. Lola visitaba en la posguerra a su hermano Ángel en la cárcel Modelo de Valencia, pero, libre de la oposición de su padre, que detestaba a curas, artistas y militares, la vocación escénica de Lola se impuso y, como Vicente, se trasladó en 1943 a Madrid, donde casó en 1945 con el comunista Gonçal Castelló, desterrado por la justicia franquista a la capital y autor de libros escritos en valenciano que la autora cita oportunamente en su momento. Margarita Ibáñez Tarín afirma con razón que Lola era una mujer extraordinaria, de una personalidad muy singular en aquel Madrid franquista, ya que en su casa tenía una gran biblioteca, «era una mujer muy culta, le gustaba leer y disfrutaba mucho escuchando música», es decir, que «no hubiera desentonado con el modelo de mujer moderna republicana de los años treinta que representaron Margarita Nelken, Clara Campoamor o Federica Montseny, pero en los años cuarenta una mujer como ella resultaba muy poco convencional, nada corriente». A pesar de que no era «una mujer guapa» y que tenía una voz muy ronca, a pesar de llevar como un estigma el apellido Gaos, Lola logró convertirse en actriz de cine e interpretar papeles en películas tan importantes como Esa pareja feliz, dirigida por Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga, aunque su fama se debe sobre todo a sus actuaciones memorables en dos películas de Luis Buñuel: Viridiana (1961) y Tristana (1969). Su interpretación del personaje de Saturna impresionó hasta tal punto a José Luis Borau, que rodó con ella Furtivos en 1975. Por entonces Lola era una activa militante antifranquista que participó en las huelgas de actores, fue detenida en 1976 por su compromiso sindical y, finalmente, se presentó sin éxito a las elecciones democráticas de 1977 por el Frente para la Unidad de los Trabajadores. Vinculada al grupo El Búho dentro del teatro independiente madrileño, la autora reproduce un par de artículos de Francisco Umbral donde elogia la calidad intelectual de la familia Gaos y manifiesta, el 12 de junio de 1983 en un artículo publicado en el periódico El País y titulado escuetamente «Los Gaos», su admiración por una actriz que se encontraba entonces en una situación muy precaria:

Lola Gaos –una de las grandes actrices de España, que supo imponer su original y angulada personalidad a los esquemas horteras del cine español. […] Lola Gaos, gran actriz de España, mujer de una inteligencia ronca y bronca, se encuentra enferma, sin trabajo y viviendo la humillación de una pensión matrimonial que la discrimina y no la mantiene.

La autora afirma que su divorcio «fue muy mediático y, también, muy traumático», y nos regala a continuación la transcripción de un poema inédito de Lola, «El miedo a las palabras», en donde la actriz manifiesta la indignación propia de «una indignada antes de los indignados», un muy interesante poema que se conserva en el archivo personal en México de las hermanas Ana María y Amparo Gaos Schmidt, hijas de Carlos.


Todo esto y mucho más, con mayor profundidad y perspicacia, lo encontrará el lector en este libro de Margarita Ibáñez Tarín, doctora en Historia Contemporánea por la Universitat de València y actualmente profesora en el Instituto de Enseñanza Secundaria Abastos de Valencia. Investigadora de una ya importante trayectoria científica, es autora de libros como Mujeres y antifascistas, doblemente perdedoras (2018), Premio de Ensayo Carmen de Burgos de la Diputación de Almería en 2017, así como Los profesores de Segunda Enseñanza en la Guerra Civil (2019). Ganadora el pasado año 2019 del VI Premio Catarata de Ensayo por su libro Apóstoles de la razón. La represión política en la educación, ha visto publicado su libro a inicios de este año 2020 y la Universitat de València edita ahora este libro suyo sobre Los Gaos. El sueño republicano. Historia de una familia de la burguesía ilustrada fracturada por la guerra civil en Valencia, escrito gracias a la beca de investigación «Hablo como hombre» de la Fundación Max Aub, que la autora obtuvo en 2018.

En definitiva, este libro de Margarita Ibáñez Tarín, por su rigor documental, acierto interpretativo y claridad expositiva, por su conocimiento exhaustivo de la bibliografía sobre el tema, por la consulta tanto de archivos públicos como privados, por el acopio de materiales orales a través de entrevistas personales con familiares de los Gaos, me parece un libro espléndido y necesario que viene a cubrir un vacío bibliográfico importante en la historia cultural de nuestro siglo XX español.

Los Gaos. El sueño republicano

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