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Prefacio*

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Mi hija me pide un prefacio a los volúmenes siguientes. Es perdonable la debilidad de buscar la protección paterna, pero lo cierto es que el público juzga todas las obras no por el sexo, sino por el mérito del autor.

Lo que sentimos, vemos, oímos, y leemos afecta nuestra conducta desde nuestro nacimiento hasta el día en que formulamos nuestro último pensamiento. Por lo tanto, la intención de mi hija en todos sus escritos no ha sido otra que promover la causa de la educación desde la cuna hasta la tumba.

Las anteriores obras de la señorita Edgeworth han consistido en cuentos para niños —historias para muchachos y muchachas— y en relatos destinados a la gran masa que no frecuenta los círculos más a la moda. Los presentes textos pretenden señalar algunos de los errores a los que es más propensa la alta de la sociedad.

Todas las partes de esta serie de ficciones morales versan sobre los defectos y virtudes de las diversas edades y clases; y todos proceden de la visión de la sociedad que ya hemos expuesto al público en volúmenes más didácticos sobre la educación. En El ayudante de los padres,* Cuentos con moraleja* y Cuentos populares,* la intención de mi hija era ejemplificar los principios que se habían formulado en Educación práctica.* En estos volúmenes, y en otros que los seguirán, su intención es difundir, de una forma popular, algunas de las ideas que se desarrollan en los Ensayos sobre educación profesional.*

El primero de estos relatos se llama:

Ennui. Las causas, síntomas y cura de esta dolencia están ejemplificados, según espero, de tal manera que el remedio no es peor que la enfermedad. Thiebauld* nos dice que en la Academia de Berlín se leyó un ensayo sobre el ennui* tan aburrido que durmió a todos los jueces que debían otorgar el premio.

El cobrador está concebido como una lección contra la tan extendida insensatez de creer que un deudor puede, mediante unas pocas frases trilladas, alterar la naturaleza del bien y el mal. Consideramos durante un tiempo dar a estos libros el título de Relatos a la moda. Pero ¡ay!, El cobrador nunca será plato de gusto para los lectores a la última.

La manipulación es un vicio al que recurren los pequeños entre los grandes para mostrar aquellas habilidades en las que no destacan. Las intrigas amorosas en el continente a menudo llevan a intrigas políticas. Los intentos de introducir entre nosotros estas costumbres modernas no han tenido, de momento, éxito, pero hay algunos que, sin embargo, muestran en todo lo que dicen o hacen una predilección por «la sabiduría de la mano izquierda». Es nuestra intención que la figura que aquí presentamos de un manipulador no resulte atractiva a los lectores.

Almería ofrece una panorámica de las consecuencias que tiene confiar en los dones de la fortuna en lugar de en el mérito, y muestra la maldad de aquellos imitan los modales y frecuentan la compañía de los que están por encima de ellos en la sociedad.

La diferencia de rango ha sido siempre un acicate para la loable emulación, pero aquellos que consideran que ser admitidos en ciertos círculos de la sociedad es el súmmum de la dicha y la ascensión, descubrirán aquí el desencanto y tremendo castigo en el que acaban tales ambiciones.

Si se me permite añadir unas palabras sobre la forma en que la señorita Edgeworth trata al público, debo decir que la indulgencia con la que fueron recibidos sus escritos no la ha vuelto descuidada ni vanidosa. Las fechas que acompañan a estas historias demuestran que no se han impuesto apresuradamente al lector.

Richard Lovell Edgeworth

Edgeworthstown, marzo de 1809

Ennui

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