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ОглавлениеEl rendimiento deportivo como objetivo del entrenamiento
En general el entrenamiento deportivo tiene como objetivo prioritario lograr un aumento del rendimiento del deportista. Antes de adentrarse en el tema, es interesante emplear unas líneas en aclarar lo que se entiende con este concepto.
Al acometer la tarea de definir el concepto de “rendimiento deportivo” lo primero que se aprecia es que la palabra “rendimiento” tiene muchos significados, bien en la lengua cotidiana, bien en el lenguaje científico (Martin, Carl y Lehnertz, 2001). El rendimiento, según estos autores, es “el resultado de una actividad deportiva que, especialmente dentro del deporte de competición, cristaliza en una magnitud otorgada a dicha actividad motriz según reglas previamente establecidas”.
Según Grosser (1992), desde las ciencias que se ocupan del entrenamiento existen cuatro puntos de vista para definir el rendimiento deportivo:
Desde el punto de vista de la pedagogía del entrenamiento: es la unidad entre realización y resultado de una acción motriz deportiva, orientada en una norma determinada.
Desde el punto de vista de la física: se trata del cociente entre el trabajo y el tiempo empleado para realizar dicho trabajo.
Desde el punto de vista de la fisiología: es el balance energético por unidad de tiempo.
Desde el punto de vista de la psicología: constituye la superación cuantificable de tareas de prueba establecidas o alcanzar deter-minadas capacidades cognoscitivas, afectivas y psicomotrices.
El rendimiento deportivo supone la posibilidad de alcanzar el máximo potencial en las diferentes capacidades durante la competición. Para ello el deportista deberá desarrollarse mediante un proceso continuo, sistemático y científico que se conoce con el término de “entrenamiento”.
En la mayoría de los casos el rendimiento deportivo no implica la expresión aislada de una capacidad, sino la del individuo en toda su integridad y con todas sus capacidades (físicas, fisiológicas, psicológicas, etc.).
El ser humano sólo posee un complejo funcional de sistemas pese a que dispone de un amplio abanico de posibilidades de funcionamiento. Esto significa que, aunque en cualquier actividad se pretenda incidir en un aspecto determinado, dicha actividad repercute en mayor o menor grado en la totalidad. Con todo ello se comprende que, de momento, no se haya logrado determinar científicamente la totalidad de los mecanismos que exclusivamente son responsables de cualquier actividad motriz.
El rendimiento deportivo depende de una serie de factores o componentes que, de forma interrelacionada, hacen que el individuo alcance sus mejores resultados deportivos. En la figura 1.1 se resumen los que se consideran más interesantes.
Figura 1.1. Componentes y subcomponentes que determinan el rendimiento en las especialidades de resistencia.
El rendimiento puede mejorar de forma sustancial a través del proceso de entrenamiento. Un individuo con un rendimiento potencial determinado puede llegar a reclamar a su organismo cierto porcentaje de sus prestaciones potenciales y alcanzar una serie de niveles, según las exigencias de cada momento. Estas exigencias vienen determinadas por diferentes niveles:
Nivel de acceso voluntario: al que se puede acceder en situaciones normales.
Nivel de acceso ante situaciones extremas: al que el individuo solamente es capaz de acceder en momentos de gran motivación o presión, como pánico, peligro inminente, etc.
Nivel de reserva: al que se hace imposible el acceso en situaciones normales; solamente se llegaría a este nivel a través de ayudas de tipo hipnótico o mediante fármacos que hagan disminuir el instinto de supervivencia o de sensaciones de fatiga y dolor.
En el individuo entrenado los niveles se modifican. De manera un tanto simplificada se puede decir que, tras un proceso a medio y largo plazo de entrenamiento, el sujeto se encontrará en una nueva situación potencial en la que estos niveles variarán de la siguiente forma:
Nivel de acceso voluntario: no se habrá modificado respecto al anterior en su aspecto básico.
Nivel de acceso a través del entrenamiento: también resulta accesible a través de la voluntad. El deportista entrenado tiene acceso voluntario a más cantidad de energía que el no entrenado por dos razones:
Por haber incrementado la cantidad de energía almacenada en sus depósitos.
Porque a través del entrenamiento será capaz de educar su voluntad y, por lo tanto, acceder a un nivel más alto.
Nivel de acceso ante situaciones extremas: el deportista de alto nivel es capaz, a través del entrenamiento, de acceder a una parte de las reservas que resultan inaccesibles al individuo no entrenado. Esta capacidad es la que distingue al gran competidor del competidor medio y marca las diferencias en la alta competición.
En la figura 1.2 se exponen de forma esquemática las diferencias en las posibilidades de acceso a la obtención de energía entre un individuo no entrenado y otro con un alto grado de entrenamiento.
Figura 1.2. Diferencia de accesibilidad en los niveles de energía entre un atleta no entrenado (izquierda) y otro bien entrenado (derecha).
Definición y conceptos básicos del entrenamiento
En la bibliografía especializada existen numerosas definiciones acerca del concepto “entrenamiento deportivo”. A continuación se exponen algunas de las que se consideran interesantes y que se adecuan al entrenamiento de la resistencia:
Álvarez del Villar (1983): “Curso sistemático y regularmente repetido de una serie de ejercicios o actividades realizadas con el fin de mejorar y adaptar las funciones naturales del organismo humano sano a un rendimiento previamente fijado”.
Bompa (1983): “Actividad deportiva sistemática de larga duración graduada de forma progresiva, a nivel individual, cuyo objetivo es confirmar las funciones humanas, psicológicas y fisiológicas para poder superar las tareas más exigentes”.
Verkhoshansky (1990): “Producto de la organización de los movimientos y de las actitudes del atleta que garantizan una eficacia de utilización de su fuerza y su potencial motor para la situación determinada de la tarea de movimiento”.
Zintl (1991): “Proceso planificado que pretende o bien significa un cambio del complejo de capacidad del rendimiento deportivo”.
Sánchez Bañuelos (1994): “Actitud de búsqueda continua de los límites físicos a los que puede llegar el ser humano en el contexto de la competición deportiva bajo el método científico y el abandono sistemático del método empírico”.
Grosser (1992): “Concepto global para todas las medidas de proceso que tienen la finalidad de incrementar, estabilizar y, en parte, también reducir (desentrenamiento) el rendimiento deportivo”.
Martin, Cal y Lehnertz (2001): “Proceso complejo de la actividad de los deportistas y entrenadores destinado a producir una evolución planificada de determinados estados del rendimiento deportivo con vistas a la obtención de determinados objetivos”.
Puede apreciarse que a través de las definiciones no resulta sencillo delimitar el concepto “entrenamiento deportivo” mediante una sola definición.
Muchas de las definiciones se aproximan a lo que puede entenderse como el entrenamiento de la resistencia. En esencia, tal y como se expone más adelante, el entrenamiento debe ser científico y sistemático, pero también tiene un importante componente de intuición y empirismo, ya que de momento resulta inviable pensar que se pueda controlar y explicar la enorme cantidad de variables que se producen cuando se realizan esfuerzos repetidos o prolongados.
A lo largo de este libro se puede observar que los efectos del entrenamiento no dependen solamente de los esfuerzos, sino también de numerosos factores internos; por ello la relación entre dosis y efectos resulta muy variable (Martin, Carl y Lehnertz, 2001).
El entrenamiento implica un cambio funcional que se refleja en la condición física en alguno o en la totalidad de los sistemas del organismo, con mención especial del metabolismo. Se implican los procesos de obtención y gasto de energía y los morfológicos, con incidencia especial en el aparato locomotor.
Objetivos del entrenamiento deportivo
Verkhoshansky (2002) dice que la progresión en el rendimiento del deportista y, en consecuencia, del entrenamiento está basada en dos direcciones: aumento del potencial motor del deportista (referido al incremento de sus capacidades físicas) y de su habilidad para aprovechar ese potencial en entrenamientos y competiciones de la manera más eficaz.
El entrenamiento puede aplicarse al deporte de alta competición, a la mejora de la salud o a la mejora del rendimiento en cualquier actividad de la vida que requiera y sea susceptible de mejora. Todo dependerá de los objetivos que se planteen.
Los objetivos de entrenamiento no solamente deben basarse en alcanzar una mejora en las prestaciones deportivas; si el entrenador se centra exclusivamente en esta parcela y olvida otras, como los aspectos humanos (problemática personal, familiar, entorno, etc.), el aumento de rendimiento se puede ver limitado.
En lo que respecta al entrenamiento deportivo, los objetivos han de ser específicos y pueden englobarse en mejorar el rendimiento en la competición y en el entrenamiento.
Estos objetivos se desglosan en subobjetivos que se han obtenido de diferentes autores y de los que se han seleccionado los más adecuados para el entrenamiento de la resistencia:
Aumentar un desarrollo físico multilateral que suponga una base que permita tolerar altas cargas de entrenamiento posteriores. Pese a que con este objetivo no se mejorará el rendimiento en una modalidad determinada, con posterioridad permitirá tolerar altas cargas específicas que, tras los procesos de adaptación, induzcan a una mejora del rendimiento.
Adquirir niveles de desarrollo específicos que aumenten el rendimiento del deporte o la modalidad deportiva de la que se trate. Para ello se precisa la inclusión de altas cargas que cubran las necesidades competitivas.
Realizar y perfeccionar la técnica de la especialidad concreta. La técnica debe ser específica y diferenciada para cada deporte.
Mejorar y perfeccionar las tácticas y estrategias necesarias. En la alta competición estos términos son de gran importancia, bien porque el deportista debe tomar decisiones importantes en tiempos muy reducidos, bien porque ha de prever todas las circunstancias que rodean a la competición (viajes, alojamientos, cambio de horario, alimentación, etc.).
Desarrollar y mejorar las cualidades volitivas, con incidencia en la preparación psicológica y en todos sus valores.
Desarrollar la preparación óptima en los casos de deportes de equipo. El entrenamiento no solamente es necesario para mejorar el rendimiento del individuo, de forma aislada; en deportes en los que el rendimiento es colectivo, el entrenamiento debe enfocarse hacia este rendimiento del conjunto como objetivo prioritario.
Favorecer o, al menos, lograr que no se deteriore el estado de salud del deportista. El deporte de alto rendimiento, en términos generales, no favorece la salud, pero si ésta se ve deteriorada, descenderá el rendimiento. Por lo tanto, se hace imprescindible potenciarla y protegerla para impedir que las mejoras producidas por el entrenamiento se pierdan por esta causa.
Prevenir lesiones y sobrecargas. A medida que aumentan las exigencias en el alto rendimiento deportivo al entrenar al límite del ser humano, se eleva el riesgo de padecer lesiones por sobrecargas, por lo que el aspecto profiláctico del entrenamiento cobra suma importancia. Hay que tener presente que a la larga la cantidad de entrenamiento acumulado resulta determinante en el rendimiento deportivo y cada sesión de trabajo perdida por causa de una lesión va disminuyendo la posibilidad de alcanzar la excelencia deportiva.
Mejorar los conocimientos teóricos del deportista. Cuando el deportista llega a su madurez puede que no le sirvan solamente las instrucciones del entrenador; será preciso llegar a su convencimiento para que asuma las tareas. Para lograr esto uno de los mejores procedimientos consiste en la información: si el atleta posee los conocimientos necesarios para comprender los motivos por los cuales se le encomiendan las tareas, se tendrá un gran camino andado para que éste asuma el entrenamiento.
El entrenamiento puede enfocarse hacia numerosos objetivos: físicos, psicológicos, etc. De todos, el entrenador debe incidir de forma especial en el acondicionamiento físico y, dentro de éste, tiene que desarrollar y potenciar las capacidades físicas.
Vollmer (1995) establece las capacidades y subcapacidades sobre las que debe incidir el entrenamiento cuyo objetivo principal sea el de mejorar la condición física (tabla 1.1).
El entrenamiento de la resistencia puede ser multidireccional. De forma simplificada se puede decir que ha de dirigirse en cuatro direcciones diferentes. Un ejemplo explicativo podría ser el de una mesa con cuatro patas o “factores de preparación”, donde si falta alguna el entrenamiento resultará incompleto y, en consecuencia, el deportista no podrá llegar al máximo rendimiento potencial para el que está dotado (figura 1.3).
Tabla 1.1. Componentes de la condición física y objetivos del entrenamiento. Vollmer (1995). Modificado.
Siguiendo el ejemplo, Zhelyazkov (2001) clasifica estos factores, a los que denomina “factores de preparación”, que encajan perfectamente con las direcciones hacia las que se encamina el entrenamiento de la resistencia:
Factores genotípicos. Se refieren fundamentalmente a los rasgos hereditarios. Coinciden con el talento deportivo. En esta “pata de la mesa” es muy difícil incidir al depender de la herencia y de las capacidades que los progenitores del atleta hayan podido transmitirle. De un diamante se puede sacar un brillante; de un carbón solamente un carbón tallado. Si el atleta dispone de factores hereditarios determinados (talento deportivo), podrá desarrollarlos y alcanzar niveles muy superiores a los de un atleta peor dotado genéticamente.
Factores fenotípicos. Incluyen todas las circunstancias y capacidades sobre las que se puede incidir en el individuo. Son más susceptibles de mejora. En este apartado se engloban tanto el proceso de entrenamiento como el de competición.
Factores materiales y técnicos. Aseguran el funcionamiento del sistema: financiación, instalaciones, condiciones de vida, etc.
Factores de regulación. Garantizan el funcionamiento óptimo del sistema e incluyen a su vez el potencial de los profesionales de apoyo, el apoyo científico-informativo y los mecanismos de organización.
Figura 1.3. Representación de los factores de preparación. Si falta o flojea una de las patas de la mesa, se cae o, como mal menor, se desequilibra.
El entrenamiento: un proceso de búsqueda sistemático y científico
“El entrenamiento deportivo es un proceso que tiene como finalidad la mejora del rendimiento” (Navarro, 2002).
El entrenamiento en el contexto de la resistencia tiene componentes intuitivos y empíricos. No obstante, debe ir tomando cada vez más un mayor porcentaje de mecanismos científicos y sistemáticos. La mejora que en los últimos años se ha fundamentado en estas circunstancias está basada en un proceso de búsqueda científica hacia los límites físicos y psicológicos del ser humano, sea en la competición o en su capacidad para tolerar esfuerzos que hace unas décadas ni se plan-teaba que pudieran ser posibles.
Desafortunadamente, aún en nuestros días existe la tendencia por parte de ciertos entrenadores de caer en la tentación de asumir el “cómo entrenó un deportista determinado” y aplicar al pie de la letra esos entrenamientos a su propio entrenando. Con muchas probabilidades, este método no resulta del todo útil, ya que no se respeta el principio de la individualización. Es muy posible que “lo que era medicina para uno pueda suponer veneno para otro”. Las características de dos deportistas, incluso con idénticas prestaciones, pueden ser muy distintas.
Otra tendencia también muy extendida consiste en asumir el proceso de búsqueda pero basado en el empirismo y la intuición. Dicho proceso viene mediatizado por la casualidad y el azar, al tiempo que se ve lentificado como consecuencia del largo proceso que supone el método ensayo-error.
El deportista especialista en resistencia que llega a una final olímpica se entrena continuamente buscando sobrepasar los límites del rendimiento humano. Si no lo hace se verá superado por otros atletas que sí lo hacen. Esta tendencia implica la necesidad de “acertar” lo antes posible con las soluciones correctas y no permite las pérdidas de tiempo y energía del método empírico. Se precisa la utilización de una sistemática que encuentre, lo antes posible, las soluciones más eficaces y, al tiempo, con el mínimo coste de energías, lo que dará ventajas al entrenador que mejor lo aplique sobre otros que se mantengan con el uso exclusivo del método empírico y/o de ensayo-error.
El método científico ofrece las mejores pautas para avanzar dentro de cualquier problemática y, en consecuencia, en el proceso del entrenamiento de cualquier modalidad deportiva. Pero al mismo tiempo, debido a la urgencia, las mediatizaciones y la concreción de objetivos que implica el alto rendimiento, el proceso de entrenamiento en ocasiones no puede sustraerse de lo coyuntural. Por ello y en líneas generales se parte de conocimientos consolidados y de eficacia probada a través de la experiencia (Sánchez Bañuelos, 2002).
La aproximación a la metodología científica puede ayudar en el progreso del entrenamiento del deportista de resistencia. El método científico permite la aproximación a la excelencia deportiva con ahorro de tiempo y energía, por lo que se estará en mucha mejor disposición más rápidamente.
El método científico: aplicación al entrenamiento
En la actualidad el entrenamiento está llegando a unos niveles que obligan a profundizar en los conocimientos y a la vez en su organización. El aumento de las cargas ha llegado a unos niveles que hacen inviable la mejora del rendimiento por el solo hecho de “entrenar más”. De acuerdo con Verkhoshansky (1990), en la actualidad se producen situaciones que influyen notablemente en la preparación de los atletas y deben tenerse en cuenta a la hora de aplicar el entrenamiento:
El sucesivo aumento de los resultados deportivos, que requieren un importante perfeccionamiento, tanto del nivel de preparación de los atletas como de todo el sistema metodológico y organizativo de la preparación a largo plazo.
La mayor competitividad y cantidad de deportistas, ligadas a la cada vez más alta tensión en competiciones, que ha aumentado en calidad y exigencia de capacidades que en otros tiempos no se consideraban (grado de preparación moral, fuerza de voluntad, estabilidad emocional, etc.).
Los deportistas que se encuentran en la elite han llegado a niveles tan altos en su preparación específica, que el hecho de incrementar su rendimiento sucesivamente se convierte en una tarea cada vez más difícil. Por eso se hace preciso “afinar” mucho más en la eficacia del trabajo, así como en su organización.
Al mismo tiempo, el aumento de volumen de trabajo ha llegado a cotas que hacen cada vez más difícil la progresión por este camino. Es imprescindible profundizar en la distribución de los distintos componentes del entrenamiento a lo largo del ciclo anual.
Ante estas dificultades se ha producido la necesidad de investigar la relación existente entre las cargas de diferente orientación (fisiológica, psicológica, etc.), así como todas las nuevas formas de organización del entrenamiento basadas en la relación entre gasto y restablecimiento de las reservas energéticas.
Se hace cada vez más necesaria la incorporación de la ciencia para la obtención de soluciones a los problemas que plantea la progresión en el entrenamiento. La preparación de los deportistas de alto nivel está ligada a importantes estímulos de los sistemas funcionales, que se ven implicados a unas cotas que, por medio de la intuición y el empirismo, no es posible aumentar si no se profundiza cada vez más en los conocimientos científicos.
De todo lo anterior se deduce la necesidad en la investigación de profundizar en cómo intensificar el proceso de entrenamiento y cómo aumentar la capacidad competitiva del atleta. Esto viene provocando la utilización a gran escala de una metodología que Verkhoshansky (1990) define como: “la reproducción, en forma de modelo, de la actividad de competición en las condiciones de entrenamiento”. Así pues, para poder seguir mejorando, la tendencia en el entrenamiento de alto nivel sigue una trayectoria hacia la especialización en detrimento del trabajo general. Por ello la mejor manera de realizar este tipo de tareas viene dada por la aproximación a las situaciones de competición durante los entrenamientos.
El método científico puede ofrecer pautas muy adecuadas para avanzar en cualquier tipo de problemática, por lo que debe ser incorporado al entrenamiento. No obstante, hemos de matizar que tiene que ser flexible ya que, en lo que concierne al entrenamiento de la resistencia, existen unas características especiales que no pueden obviarse. Sirve como por ejemplo el hecho de que se parte en la mayoría de los casos de conocimientos consolidados a través de la experiencia y del proceso ensayo-error.
Siguiendo a S. Bañuelos (2002), el método científico debe ser aplicado de forma particular si se quiere alcanzar el éxito. Este autor afirma que “la extrapolación del método científico a la preparación deportiva está plenamente en relación con la lógica de la ciencia. No en vano ambos coinciden en su meta última, ya que cada uno pretende, dentro de su ámbito, ir más allá y romper con los límites establecidos”.
Se estima que las directrices dadas por S. Bañuelos acerca de la aplicación del método científico, con algunas extrapolaciones hacia el entrenamiento de resistencia, se ajustan a las necesidades del deportista especializado.
Según el autor, el método científico está determinado por algunas de las siguientes características:
Se basa en una actitud de duda sistemática. No existen descubrimientos ni teorías de los cuales no se deba dudar. Siempre que aparecen nuevos conceptos o teorías acerca del entrenamiento en general, han de ser motivo de duda y cuestionamiento. Tras el éxito de un atleta, no se puede dar por definitiva una programación. Hay que pensar que no todo es perfecto y que se tiene que criticar lo realizado para tratar de mejorarlo y aportar nuevas soluciones.
Lleva consigo un principio de autocrítica, revisión y cuestionamiento constantes. La historia demuestra que los conceptos evolucionan y que lo que eran pautas fijas en el entrenamiento hace unos años se han quedado obsoletas. La duda y cuestionamiento es lo que permite proseguir el avance y evitar el estancamiento. La actitud típica del entrenador de “esto me ha ido bien y no necesito cambiar” puede ser caldo de cultivo para el estancamiento y verse superado por otro entrenador “más valiente”.
Puede ser contemplado como un proceso cíclico mediante el cual las teorías ya elaboradas son sometidas a los controles de los datos empíricos. Esto puede dar lugar a nuevas teorías, que a su vez pueden ser sujetas a nueva revisión. El entrenador crea y experimenta; posteriormente, a raíz de los resultados exitosos, el científico estudia, justifica y desarrolla una nueva teoría. Lo importante es poder crear a partir de las teorías que se van desarrollando. En cualquier circunstancia para el ser humano es imposible crear partiendo de la nada. Con el entrenamiento sucede lo mismo: es preciso partir de unos conocimientos y de unas teorías para desarrollar otras nuevas. La ciencia toma sus datos y basa sus conclusiones en la observación sistemática de la realidad. La gran cantidad de información proveniente del entrenamiento y de la competición debe procesarse de la forma más sistemática posible si se pretende utilizar. En una ocasión quien escribe tuvo el honor de coincidir en una conversación con Peter Coe, padre y entrenador del legendario Sebastián Coe. Aquél hizo un comentario que se puede adecuar perfectamente a lo que se está exponiendo: “la información no es información mientras no pueda ser utilizada”. Esta frase puede resumir este apartado: no sirve de nada conocer cuántos kilómetros, qué tipo de trabajo se ha realizado o cualquier otro indicador que se pueda obtener del entrenamiento si no está ordenado y sistematizado para permitir su empleo.
El método científico tiene como aspecto muy importante la definición precisa de los problemas y la formulación tentativa de hipótesis sobre sus posibles soluciones. Tal vez como reafirmación del punto anterior, la experiencia y la intuición siguen constituyendo aspectos muy valiosos para mejorar el entrenamiento. No obstante, no se puede caer en el empirismo por sí solo, ya que no puede sacarse del contexto metodológico. Se ha visto que la intuición resulta importante para la creación de nuevas teorías, pero no es menos importante que para desarrollar soluciones y mejoras; se hace imprescindible definir a la perfección los problemas y esta definición no es posible solamente a partir de la experiencia.
El entrenamiento es empírico en tanto que los hechos reales son la fuente de información para solucionar los problemas. La ciencia toma los datos de información y basa sus conclusiones en la observación ordenada y sistemática de la necesidad.
Es al mismo tiempo inductivo y deductivo. La ciencia, pese a basarse en la inducción sistemática, utiliza al mismo tiempo la deducción. La inducción es necesaria porque mediante ella se puede interpretar la realidad de forma inmediata a través de los datos contrastados. Generalmente se utiliza la inducción mediante la comprobación reiterativa de resultados, es decir, de las relaciones causa-efecto. Según S. Bañuelos (2002), la inducción debe ser incorporada en el proceso del entrenamiento, ya que da de inmediato la interpretación de la realidad a través de los datos contrastados.
Ha de ser selectivo. Debe concentrarse en los aspectos más relevantes de la problemática que se encuentra en estudio, es decir, de la determinación y selección de los datos más significativos. En el entrenamiento se introducen numerosas cargas con características de todo tipo. Al final se pueden obtener resultados de rendimiento tanto positivos como negativos. Es necesario determinar cuáles de estas cargas han sido más determinantes para poder obtener unas conclusiones correctas y tomar con posterioridad las decisiones acertadas.
Debe fomentar la intuición y la imaginación y al tiempo tener un sometimiento a las reglas formales, sobre todo en lo que implica la atención a la máxima exactitud y precisión de los datos.
Matizaciones acerca de la utilización del método científico
En el entrenamiento existen “rincones” a los que la ciencia no puede llegar de momento. Es entonces la intuición, a pesar de los posibles errores que acarrea, la que puede ayudar a la aproximación a la realidad. Hay que tener en cuenta que el deportista, como ser vivo, cuando realiza cualquier acción pone en funcionamiento todos sus sistemas y éstos se encuentran relacionados entre sí, lo que supone una ingente cantidad de variables que se solapan unas sobre otras al tiempo que, en muchos casos, se contraponen entre ellas creando dificultades a la ciencia, que debe basarse en unos pocos datos que aísla y estudia para luego sacar unas conclusiones. Ciencia, empirismo e intuición no han de ser excluyentes, sino todo lo contrario: la ciencia debe aprovecharse del “ingenio” y la capacidad de “creación” para estudiar, sistematizar y convertirla en una nueva herramienta que pueda ser utilizada de nuevo para seguir ingeniando (figura 1.4).
Figura 1.4. Representación esquemática del proceso de creación de nuevas teorías a partir de la incorporación de los nuevos datos empíricos aportados por la experiencia y la intuición del entrenador y su posterior revisión, estudio y comprobación por parte de los científicos, que de nuevo elaboran una nueva teoría que puede ser utilizada otra vez por el entrenador.
La teoría de sistemas y su utilidad para centrar el entrenamiento de la resistencia
Zhelyazkov (2001) define el sistema como “una totalidad de objetos cuya interacción conduce al surgimiento de nuevas cualidades integradas que no son propias de cada componente aislado que lo forma”.
Partiendo de la presunción de que el sistema supone un conjunto de elementos que interaccionan entre sí y el entorno y que, al mismo tiempo, la idea de sistema está asociada a la consecución de objetivos, se puede establecer una relación entre la teoría de sistemas y el entrenamiento deportivo.
El sistema, de forma muy básica, está compuesto por tres componentes (S. Bañuelos, 2002):
1. La entrada, por la que pasan los elementos que provienen del medio externo.
2. El sistema propiamente dicho, donde se producen todas las transformaciones de esos elementos provenientes del exterior.
3. La salida, en la que aparecen los resultados o nuevos elementos producto de la transformación anterior (figura 1.5).
Sin entrar en detalles, los sistemas pueden ser de diferentes tipos según sus características:
En caja negra. La caja negra es un elemento en el que se producen una serie de procesos desconocidos en los que no se conocen los componentes que se introducen ni los elementos que hay en su interior hasta que aparecen transformados en la salida.
Mixtos. Son aquellos en los que la caja negra anterior es descifrada en una parte. Se conocen los elementos introducidos y también en parte los procesos de transformación que se producen en el interior y los elementos de salida.
Figura 1.5. Esquema básico de un sistema. S. Bañuelos (2002). Modificado.
Abiertos. Se conocen los elementos introducidos, pero en el interior pueden suceder diferentes transformaciones en las que no se puede influir y, en consecuencia, se desconocen los elementos que van a salir del sistema.
Cerrados. Se desconocen los procesos de transformación que se producen en el interior pero, a pesar de ello, se sabe que un elemento de entrada determinado se convierte siempre en el mismo elemento de salida.
El entrenamiento de resistencia y la teoría de sistemas
El sistema se adapta perfectamente a lo que debe ser el proceso de entrenamiento de resistencia. El transcurso está compuesto por elementos tratados anteriormente y por un proceso elemental que se indica seguidamente (figura 1.6):
Entrada. En ella se introducen elementos controlados y conocidos, coincidentes con las tareas que se encomiendan al deportista, con el objetivo de mejorar y desarrollar sus capacidades. Esto se produce gracias a la aplicación de las cargas de entrenamiento.
Proceso en el interior del sistema. Hay adaptaciones y transformaciones que se conocen en parte; gracias a las ciencias, la “caja negra” va siendo cada vez más descifrada.
Salida. Se trata de los resultados que aparecen tras las adaptaciones y transformaciones. Deben ser controlados y evaluados continuamente.
Feedback continuo. El feedback supone un elemento imprescindible para el proceso de entrenamiento continuado. Los resultados, una vez evaluados, son de nuevo utilizados por el entrenador e introducidos de nuevo en el sistema tras hacerse correcciones y modificaciones.
Figura 1.6. Proceso de entrenamiento basado en la teoría de sistemas. Adaptado de S. Bañuelos (2002).
Introducción de nuevas actividades. En función de los resultados obtenidos, se incorporan nuevas acciones, ya que, como se trata más adelante en los procesos de adaptación, si los elementos de entrada no son modificados continuamente, se producirá un estancamiento en resultados y rendimiento.
Al analizar el entrenamiento de resistencia desde el punto de vista sistemático, cabe afirmar que dicho concepto abarca tanto las modificaciones del organismo como las correspondientes a los resultados. Por consiguiente, el resultado del entrenamiento (adaptación) tiene dos dimensiones: inmediatas (dinámicas) y acumulativas (estables), a su vez bajo dos aspectos: (Zhelyazkov, 2001):
a. Como proceso, reflejando la relación causa-efecto entre el estímulo o carga y las reacciones internas del organismo: fatiga y recuperación de reservas bioenergéticas.
b. Como estado, a través del cual al cabo del tiempo los resultados aparecen de forma estable mediante nuevas situaciones duraderas conocidas como “estado de entrenamiento y forma deportiva”.
El mecanismo de regulación del entrenamiento de resistencia
El proceso sistemático del entrenamiento tiene su origen en un proceso de regulación. Uno de los rasgos principales de un sistema de entrenamiento deportivo lo constituye la dirección y regulación constantes y una adopción selectiva de todas las medidas necesarias para conseguir el estado de rendimiento deportivo deseado. Por lo tanto, el entrenamiento se debe planificar y llevar a cabo de acuerdo con los objetivos (Martin, Carl y Lehnertz, 2001).
La esencia de la regulación consiste en transformar el sistema dirigido de un estado a otro (previamente planificado) mediante la influencia sobre sus variables (Zhelyazkov, 2001). Este efecto de regulación se efectúa merced al entrenamiento, en el cual la señal de entrada (estresor o carga de entrenamiento) y la del resultado (señal de salida) se modifican mediante transformaciones y variaciones de los diferentes tejidos, órganos y sistemas del organismo.
El ser vivo posee una capacidad reguladora que le permite estabilizar las transformaciones, de modo que cada vez le resulten más rápidas y con menor gasto de energía. En otras palabras: a pesar de que en el organismo se producen diferentes cambios, hay una parte que se estabiliza y que le permite acoplarse mediante un mecanismo de estabilización y regulación que le proporciona esa estabilidad. En este dispositivo tienen un papel primordial todos los procesos fisiológicos que favorecen el ahorro de energía, tiempo e información. El hecho de conservar y estabilizar el estado de equilibrio con el medio (homeostasis) se produce gracias al mecanismo de regulación (figura 1.7).
“La función crea el órgano”: Como se ha visto al hablar de la “caja negra”, es muy difícil acceder al conocimiento del mecanismo que hace que el proceso del sistema genético-síntesis proteica se adapte a una nueva función del órgano. Existen numerosas teorías que intentan explicar el proceso de cambio permanente que se produce en el organismo por causa del entrenamiento pero, en cualquier caso, estos cambios vienen condicionados por el incremento de la función celular a través de la síntesis proteica.
El mecanismo de transformación de las proteínas producto del entrenamiento resulta muy complejo y todavía permanece lejos de ser descifrado. La modificación de las células como consecuencia del entrenamiento tiene lugar gracias a la acción de las hormonas inductoras de la síntesis proteica (Calderón y Legido, 2002). A su vez, este mecanismo hormonal depende de un estamento superior, el sistema nervioso, que envía las órdenes oportunas para que se activen todas las funciones necesarias para la síntesis proteica.
El origen de la capacidad de ordenar y regular todos los procesos radica en el sistema nervioso, pero se hace muy difícil, por no decir imposible, averiguar cuándo se producen estas modificaciones por su acción directa o a través del incremento de la señal humoral.
Al respecto se puede poner un ejemplo: tras un trabajo de fuerza el primer estadio que se produce es el incremento de esta capacidad a través de la adaptación neural (Bosco, 2000), lo que implicaría que en un primer lugar no se estimularía la síntesis proteica, que, según el autor, comenzaría más tarde.
Todos estos mecanismos se ponen en funcionamiento (señal de activación) mediante unos “motores de arranque” que siguen estando ocultos a la ciencia, ya que pueden existir numerosas causas que los ponen en funcionamiento. En la bibliografía hay diferentes opiniones que podrían justificar, al menos en parte, esa puesta en marcha: aumento de metabolitos, descenso de la relación ATP/ADP, mayor actividad de transporte, etc. Sean cuales sean estas causas, existe una señal de activación que desencadena el funcionamiento de los procesos.
El factor regulador controla la actividad del aparato genético y deter-mina la velocidad de síntesis del ácido nucleico y de las proteínas específicas de la célula lo que aumenta las estructuras contráctiles de los músculos, así como su efectividad en lo correspondiente al incremento de reservas de energía y a la economía en su utilización (Zhelyazkov, 2001).
En la figura 1.7 se expone de forma simplificada un esquema correspondiente al mecanismo de regulación ante el ejercicio sistemático.
Figura 1.7. Mecanismo teórico y simplificado de regulación del entrenamiento. Calderón y Legido (2002). Modificado.
¿Qué sucede dentro de la “caja negra”?
Conviene recordar que un sistema supone un conjunto de elementos que se interrelacionan entre sí de manera constante. Un elemento no puede ser comprendido de forma aislada mientras que la influencia que éste ejerce sobre los demás y la que los demás ejercen sobre él no sean conocidos en su totalidad. Cualquier cambio producido sobre un elemento origina inmediatamente cambios y modificaciones sobre los otros hasta que, de nuevo, mediante el proceso de regulación, vuelve a generar una situación de equilibrio (Bueno, 1992).
En el enfoque sistemático del entrenamiento de alto nivel hay que tener presente que interactúan componentes “materiales y espirituales”, la actitud hacia la naturaleza y las relaciones humanas (Zhelyazkov, 2001). Solamente se podrán entender las respuestas del organismo ante el entrenamiento cuando los procesos que llevan a ellas resulten totalmente comprendidos (Lamb, 1985).
Es interesante saber que el organismo (la caja negra en nuestro caso) está compuesto por una serie de sistemas (de nutrición, de relación, de reproducción, inmunológico, etc.) que interaccionan constantemente entre sí, por lo que no pueden ser aislados, lo que implica a su vez que los estímulos que se introducen para incidir en uno, de forma inmediata y en mayor o menor grado, hacen intervenir a los demás. Por otra parte, se sabe que todos los sistemas están regulados y dirigidos por otro que se encuentra a un nivel superior, el sistema de dirección y relación, es decir, el sistema nervioso (figura 1.8), que en esencia regula y dirige el funcionamiento del resto (Le Boulch, 1978).
Sobre los procesos reguladores del sistema nervioso todavía no se ha estudiado lo suficiente para poder interpretar su comportamiento e influencia exacta en el ejercicio; no obstante, son determinantes en la regulación de todo el proceso del entrenamiento (Manno, 1991).
Basándose en todo lo anterior, se antoja un tanto aventurada la posibilidad de afirmar tajantemente un entrenamiento es adecuado o no en función de variables aisladas controladas a la salida del sistema sin poder controlar las innumerables variables que se producen en su interior. De momento, y pese a que la ciencia se sigue aproximando, los datos científicos que se controlan a la salida del sistema y que dependen de la “máxima jerarquía”, el sistema nervioso, no dejan de ser datos aislados que el entrenador debe saber utilizar en su justa medida; en su criterio, ha de evitar la tentación de magnificarlos.
Figura 1.8. Los diferentes sistemas del organismo interaccionan entre sí al tiempo que son regidos y regulados por el sistema nervioso.
Además se sabe que el sistema nervioso tiene un comportamiento un tanto impredecible y que no se comporta siempre de la misma mane-ra ante un estímulo, por lo que nos encontramos ante un sistema relativamente abierto.
Tras todas las afirmaciones y reflexiones, basándose en el relativo desconocimiento del comportamiento de los mecanismos de regulación, se estima que sólo las características que reúne el entrenamiento sistemático y científico no son suficientes; hay que añadir una más relativa a la experiencia, las vivencias y el sentido común del entrenador. Por lo tanto, y de momento, en lo que se refiere al entrenamiento de resistencia esa característica de “artista” del entrenador constituye el aspecto que en muchas ocasiones puede contribuir a marcar diferencias en el alto rendimiento deportivo.
El entrenador capaz de procesar, a través de sus conocimientos y experiencia, las informaciones aisladas que provienen de la ciencia, dadas las innumerables variables provocadas por la interacción de los diferentes sistemas y no totalmente controlables, estará en las mejores condiciones para hacer progresar a su entrenando.
La adaptación: objetivo del entrenamiento
Según Manno (1991), la adaptación es “la cualidad de los organismos vivientes que, a través de su desarrollo corporal, formas funcionales, rendimiento, comportamientos y exigencias diversas, puede estabilizar sus condiciones de existencia”.
Las leyes de adaptación son las más universales a las que se debe acomodar el ser humano desde su nacimiento, pues de ellas depende directamente su supervivencia. De manera general se puede en-tender la adaptación como “la capacidad del organismo viviente a habituarse a las condiciones impuestas por el medio ambiente” (Bueno, 1992).
Durante la historia el ser humano se ha visto constantemente sometido a las agresiones del medio. Hoy en día no existen excepciones ya que hay situaciones en las que el hombre se ve sometido a exigencias constantes que llegan al límite de sus posibilidades. Se pueden poner muchos ejemplos de la vida cotidiana: los mineros que se pasan horas picando a cientos de metros de profundidad, los buceadores que se ven sometidos a presiones que harían literalmente reventar a otros menos adaptados, los astronautas que para poder sobrevivir en el espacio se ven sometidos a entrenamientos que rayan los límites humanos, etc.
El deporte de alta competición en el que se encuentran las especialidades de resistencia no es una excepción: los entrenamientos a los que se ven sometidos los deportistas de alto nivel podrían considerarse suprahumanos. Basta con observar algunos de los datos que se obtienen a la salida del sistema, del que se habla anteriormente, para ver que varios podrían suponer graves riesgos para la salud en personas no entrenadas.
Todo ello demuestra que, merced a esas enormes agresiones, el organismo es capaz de volver a un estado de equilibrio tras un proceso determinado, de forma que, si se mantienen provocaciones del mismo tipo, ya no producirán efectos desequilibrantes: el mecanismo de regulación habrá permitido producir las modificaciones necesarias para verse afectado en sucesivos “ataques” similares.
Las modificaciones se ven influidas por numerosos factores, que hacen que se produzcan con más o menos coste de tiempo, energía e información. En la figura 1.9 se exponen los que se consideran más determinantes en las modificaciones que se provocan a través del entrenamiento de la resistencia.
Las modificaciones causadas por el entrenamiento en el organismo dependen fundamentalmente de dos grandes aspectos:
Las características del entrenamiento: tiempo de estímulos, intensidad, cantidad, etc.
Las características del deportista: edad, sexo, información genética, etc.
Tras una carga que en el entrenamiento deportivo se plantea la mayo-ría de las veces en forma de movimiento, se producen reacciones que originan modificaciones. Estas reacciones pueden ser de dos tipos: respuesta y adaptación (Calderón y Legido, 2002).
Figura 1.9. Factores que influyen en el proceso de adaptación. Bueno, M (1992). Modificado.
La respuesta consiste en un proceso que termina en un nuevo estado de equilibrio como reacción ante las nuevas necesidades metabólicas o motrices. Este nuevo estado, también conocido como “ajuste” (Le Boulch, 1968), es inmediato tanto en su aparición como en su desaparición.
La adaptación es una consecuencia del entrenamiento. Consiste en un nuevo estado de equilibrio estable en el tiempo como consecuencia de la modificación funcional, estructural o ambas (Calderón y Legido, 2002). Su resultado implica que tras nuevos estímulos idénticos el organismo responde de la misma manera (figura 1.10).
Tras un esfuerzo aparecen una serie de reacciones específicas de adaptación condicionadas por particularidades de regulación racional, nerviosa y hormonal y por el grado de actividad de los sistemas, órganos y mecanismos funcionales. Por lo tanto, pese a la complejidad de los procesos adaptativos, las adaptaciones que se producen son específicas (Gorostiaga, 2000).
La especificidad adaptativa, sea cual sea, se manifiesta principalmente cuando el estímulo viene determinado por una misma finalidad principal. Así pues, si se pretende, por ejemplo, que el deportista mejore la fuerza que precisa para correr, es imprescindible que se adiestre mediante ejercicios de fuerza específicos. Los atletas de elite responden de forma más rápida, económica y específica que otros de menor nivel (Platonov, 1991).
Figura 1.10. Diferencia entre respuesta (R) y adaptación (A). Ante un mismo estímulo de movimiento la reacción inmediata es una subida paulatina de la frecuencia cardíaca (respuesta). Después del entrenamiento se obtiene una adaptación que provoca: que ante un mismo estímulo se produzca siempre una respuesta más económica y que para una respuesta idéntica a la primera el organismo soporte estímulos más intensos. Calderón y Legido (2002). Modificado.
La adaptación no solamente se da fisiológicamente; también sucede que, ante una actividad física exigente, suelen aparecer, de forma colateral, una serie de tensiones extremas en los procesos psíquicos. De este modo, al producirse la incidencia repetida en estos procesos, también se dan adaptaciones de resistencia al estrés psíquico (Platonov, 1991). Es un aspecto de suma importancia puesto que la capacidad de resistir el estrés psíquico, consecuencia del estrés físico, es determinante en el entrenamiento de resistencia de deportistas de alto nivel.
Las adaptaciones no solamente se producen en los músculos implicados, sino de forma general en numerosos sistemas y órganos, al tiempo que se ven afectados numerosos parámetros (respiratorios, cardiocirculatorios, renales, hepáticos, etc.). Pero tal y como se ha visto, tras el ejercicio y durante éste se ven considerablemente afectados los centros motores del sistema nervioso central en cualquiera de sus niveles: consciente, automático o reflejo (Le Boulch, 1978).
En los músculos activos se “dispara” la actividad metabólica, con la consiguiente movilización de sustratos energéticos del propio músculo y de los circulantes por el torrente sanguíneo.
De momento se hace inviable establecer una sistematización de todas las facetas adaptativas. ¿Cómo podrían explicarse entonces esas grandes diferencias de rendimiento entre corredores de similares características? La experiencia nos demuestra, incluso en competición, que hay deportistas que a un nivel de exigencia determinado (por ejemplo, el campeonato nacional) son netamente superiores a otros; en cambio, en el momento en que el nivel competitivo es distinto o más exigente (por ejemplo, unos Juegos Olímpicos o un campeonato mun-dial), resultan superados por atletas que estaban por detrás en el nivel competitivo inferior. Si solamente se tratase de procesos bioenergéticos no deberían existir esos altibajos, por lo que está claro que hay otras influencias capaces de alterar, tanto acelerando como retardando, todos esos procesos bioenergéticos.
Existe una escala jerárquica de dependencias que es interesante conocer y que hace concebir dudas sobre la posible dogmatización pseudocientífica que circula en los foros relacionados con el entrenamiento. Esta jerarquización pasa por una serie de estratos o niveles (Barbany, 2002):
1) En un nivel orgánico general las adaptaciones tienen una doble componente:
La respuesta del sistema nervioso vegetativo, que emite órdenes que son transmitidas por conductos nerviosos. La respuesta vegetativa simpática (activadora) es directamente responsable del desencadenamiento de todas las adaptaciones que se producen en muy escaso período de tiempo (inmediatas). Se podría decir que suponen el “motor de arranque” de las adaptaciones y regula la totalidad de las respuestas que se originan ante el ejercicio. Así pues, afectan al organismo de forma general.
La respuesta endocrina es, por el contrario, muy específica y selectiva. Actúa especialmente sobre los músculos activos o en órganos directamente afectados, como el hígado. Estas respuestas son más duraderas y precisas, al tiempo, que aparecen con mayor dilación en el tiempo, pero suponen, a su vez, una continuación de las respuestas vegetativas, aunque de momento no están claros los límites entre dichas respuestas, vegetativas y endocrinas, especialmente cuando las últimas vienen originadas por la liberación de neurotransmisores simpáticos (Barbany, 2002).
2) En el nivel de los tejidos intervienen en las respuestas adaptativas una serie de metabolitos, de acción local principalmente, que no llegan a salir al torrente sanguíneo y que, por lo tanto, no son comprobables, al menos en situaciones cotidianas, cuando son los responsables de las adaptaciones más específicas y selectivas. Esto hace que las comprobaciones y mediciones se compliquen considerablemente.
3) En el nivel de la fibra muscular activa intervienen además los procesos de regulación enzimática de carácter bioquímico, comunes a todas las células del organismo.
El sistema nervioso vegetativo se ve íntimamente relacionado con el sistema nervioso central: el primero regula los procesos humorales y endocrinos de la adaptación; a su vez, la mayor parte de los procesos de adaptación humorales dependen del eje hipotálamo-hipofisario (Barbany, 2002). Esto lleva a la conclusión de que en las adaptaciones funcionales del ejercicio la función endocrina es secundaria respecto a las adaptaciones nerviosas, ya que son éstas las que las regulan.
Como si se quisiera complicar más el tema, en la adaptación vegetativa intervienen sobremanera las órdenes e informaciones prove-nientes del sistema límbico (como respuestas a situaciones de estrés, motivación, ansiedad, etc.), todas relacionadas con el alto rendimiento deportivo. Estas informaciones llegan a veces a producir una actividad simpática superior a la que puede originar el propio ejercicio.
La respuesta simpática ante los estímulos y las informaciones anteriores actúa a su vez en diferentes niveles:
Provoca descargas adrenérgicas, tanto nerviosas como sanguíneas.
Provoca la activación del eje hipotálamo-hipofisario, responsable a su vez de las respuestas endocrinas.
Participa en las adaptaciones mediante la acción directa sobre órganos como el corazón y vasos sanguíneos.
Tras todo lo expuesto anteriormente es fácilmente deducible la dificultad sobre la definición de la participación de todas las respuestas adaptativas.
La adaptación depende, particularmente, de las bases genéticas. Hay individuos que ante un mismo ejercicio son capaces de adaptarse de forma más acentuada y estable y con menos consumo de tiempo y energía. El deportista de alto nivel es un atleta muy bien dotado genéticamente. Resulta frecuente ver en un grupo de atletas que alguno de ellos, después de realizar ciertos entrenamientos comunes, a los pocos días ha dado un salto cualitativo muy superior al del resto del grupo. Ésta es una de las principales características, conocidas como “potencial de adaptación”, que se deben buscar a la hora de detectar el talento. En la actualidad con la identificación del genoma humano se vislumbran grandes perspectivas sobre las posibilidades científicas de mejorar las capacidades de adaptación. Esta capacidad se encuentra almacenada mediante la información en cadenas de ácido desoxirribonucleico que se encuentran en los cromosomas dentro de los núcleos y las mitocondrias de las células humanas (G. Badillo y Ribas, 2002).
Siguiendo a los anteriores autores, la adaptación orgánica al entrenamiento, que depende de la potencialidad genética, se encuentra fundamentada en los siguientes aspectos:
Importancia de las proteínas sintetizadas.
Regulación funcional de las células y los tejidos.
Límites de los procesos de adaptación del organismo (directamente relacionados con la reserva de adaptación).
A estos aspectos cabe añadir que los mecanismos de adaptación están determinados por las características de la neurona y la placa motriz. La mayor parte de las diferencias en las propiedades fisiológicas del músculo se producen en la unidad motora. Los cambios metabólicos producidos en ella correlacionan directamente con los de la fibra muscular, lo que parece resultar uno de los factores más determinantes de la adaptación muscular, según se refleja recientemente (Calderón y Legido, 2002).
El síndrome general de adaptación (SGA)
Hace ya varias décadas el científico canadiense Selye (1956) estudió el proceso de adaptación ante los estímulos externos al que hacen referencia innumerables autores y que se conoce como “síndrome general de adaptación”.
El organismo tiende a mantener un estado de equilibrio con el medio. Todas las influencias que provienen del exterior o del interior provocan en éste una situación desequilibrante, con una serie de alteraciones (estrés) que le obligan a reaccionar mediante diferentes procesos para recuperar de nuevo el equilibrio. Este efecto es el aprovechado en el entrenamiento deportivo.
Ante el esfuerzo (estresor) se provoca una situación de estrés que pasa por diversas reacciones en fases sucesivas que el entrenador debe conocer, ya que algunas son útiles para su aplicación al entrenamiento, mientras que si se sobrepasan el deportista llegará a situaciones no deseadas que no generarán los efectos positivos de adaptación. La situación de estrés pasa por tres fases o estadios (figura 1.11):
1. Fase o estadio de alarma. Tras la llegada del estímulo (estresor) exterior se produce un desajuste general en el organismo, en el que comienzan a aparecer una serie de síntomas inmediatos producto de dicho desajuste (jadeo, sudoración, variaciones de la tensión, aumento de la frecuencia cardíaca, etc.). A su vez esta fase se compone de dos subfases:
Subfase de choque: el organismo sucumbe y se desajusta.
Subfase de antichoque: el organismo comienza a reaccionar adoptando las modificaciones necesarias para llegar a restablecer el equilibrio.
2. Fase o estadio de resistencia. Se caracteriza por el pleno despliegue de la total capacidad funcional del organismo y el uso racional de sus reservas, con una creciente fatiga pero en condiciones de homeostasis estable (Zhelyazkov, 2001). En otras pala-bras: una vez pasados los primeros momentos, dependiendo de las características del esfuerzo, el organismo reacciona median-te una serie de procesos (apertura de capilares, reclutamiento de más fibras, estabilización de la frecuencia cardíaca, etc.). Con estas reacciones el organismo se acopla a la nueva situación y deja de sufrir las desestabilizaciones. Este estadio se mantiene durante un tiempo más o menos prolongado y depende directamente de ciertos aspectos:
Las características del estresor.
Las características individuales del deportista, entre las que se encuentra el grado de adaptación.
Si son gestionadas, las situaciones de estrés resultan determinantes para la mejora del rendimiento del deportista. El deportista de alto nivel es capaz de soportar y acoplarse a situaciones estresantes muy superiores a las de otros deportistas menos dotados.
3. Fase o estadio de agotamiento. La situación anterior no es indefinida. Llegado un momento, el organismo no es capaz de mantenerla por sus propios medios y sucumbe. Se produce de nuevo un desequilibrio que solamente puede ser anulado mediante la interrupción del estresor. Para la utilidad en el entrenamiento, es el momento de parar. Si se insiste solamente se acumulará fatiga y deterioro; en ningún caso adaptación. Las causas responsables de esta fase son muchas: agotamiento del sistema nervioso, de las reservas energéticas, de las funciones endocrinas, etc.
Figura 1.11. Fases del estrés que determinan la adaptación.
La adaptación se produce de forma general en tres direcciones que originan el cambio estructural sistemático y, por consiguiente, gene-ran también la adaptación crónica que se busca con el entrenamiento. Dicha adaptación se produce por una serie de aspectos (García Manso, 1999):
Por movilización de reservas energéticas. Cualquier actividad relacionada con la recuperación del equilibrio homeostático implica un gasto energético. La energía necesaria se encuentra alma-cenada en la célula. Cuando ésta no es suficiente se forma a través de los procesos metabólicos por las vías anaeróbica y aeróbica.
Por activación de la síntesis proteica. En el metabolismo, que es responsable permanente del estado de equilibrio del organismo, existen dos funciones antagónicas que mantienen dicho equilibrio: el efecto catabólico, que origina destrucción de células y proteínas, y el efecto anabólico, que aparece como reacción al anterior mediante la resíntesis de estas proteínas y la creación de nuevas estructuras celulares.
El metabolismo plástico es una de las variedades del metabolismo que más intervienen en el proceso de entrenamiento. Supone el conjunto de reacciones químicas que sintetizan una serie de sustancias específicas para el organismo, como las sustancias de estructura, enzimas y hormonas. Esto resulta posible mediante la previa eliminación de células o elementos de ellas que hayan quedado envejecidos o biológicamente agotados. Durante el proceso de recuperación del organismo ante las cargas producidas por el entrenamiento se origina el de resíntesis de las proteínas destruidas, entre otros efectos.
Las enzimas que catalizan todas las reacciones metabólicas son proteínas. Dicha síntesis precisa activar un gen determinado. Así pues, las alteraciones endocrinas producidas mediante las cargas de entrenamiento exigentes son las causantes de la activación o desactivación de la síntesis de las proteínas básicas para el funcionamiento del organismo (García Manso, 1999).
Por activación de las defensas del organismo. El sistema inmunológico es el encargado de identificar los elementos del propio organismo diferenciando los extraños de los propios y cumpliendo la función de aislar, aniquilar o expulsar a los primeros.
Ante las agresiones externas, provenientes de las cargas de entrenamiento, se producen “elementos extraños” dentro del propio organismo que comprometen gravemente el sistema inmunológico y pueden provocar problemas de adaptación. Ciertas cargas dejan al deportista en situaciones de mayor indefensión ante agentes externos nocivos, por lo que en ciertos momentos es más propenso a padecer enfermedades. Si a esto se añaden los cambios de temperatura (el entrenamiento en situaciones de lluvia y frío, etc.), el deportista de resistencia resulta más propenso a enfermedades del aparato respiratorio tales como catarros u otros procesos asociados, como los gripales. Por todo ello es imprescindible que se tomen las precauciones necesarias que puedan paliar esos riesgos (evitar los enfriamientos, vacunas antigripales, etc.). No obstante, hay muchos autores que afirman que las cargas realizadas de forma regular y moderada producen un incremento de las defensas del organismo lo que hace aumentar la estimulación del sistema inmunológico. Sea como sea, la vigilancia y la profilaxis deben tener un papel muy importante en el proceso de adaptación del entrenamiento de resistencia.
Según Manno (1991), la adaptación en el deporte, si está bien estructurada, pasa por una serie de fases que conducen a efectos interesantes con vistas al entrenamiento de resistencia:
1. Mayor estabilidad ante cambios bruscos de temperatura. Mejor tolerancia al frío y al calor.
2. Mayor capacidad para soportar falta de oxígeno.
3. Mayor capacidad de defensa frente a infecciones.
4. Mayor capacidad de resistencia frente a toxinas.
5. Mayor estabilidad psíquica.
La adaptación depende directamente de una serie de aspectos que varían según el enfoque que le pueden dar diferentes autores, de los cuales se citan a continuación algunos que se consideran más determinantes para el entrenamiento de resistencia y a los cuales se ha aña-dido alguno nuevo:
Del nivel del estrés. El estrés es provocado por la capacidad individual para soportarlo y el nivel del estresor; si es excesivamente prolongado, intenso o ambos, no se producirá la adaptación. En cambio, si no llega a límites extremos, se originarán reacciones de resistencia (García Manso, Navarro y Ruiz, 1996).
De la tendencia a mantener el estado de equilibrio con el medio (homeostasis). Se ha visto que si se rompe el equilibrio el organismo reacciona para restaurar la situación alterada llevándolo a un nivel superior. La adaptación en general tiene sus principales componentes en los siguientes aspectos:
Movilización de las reservas energéticas (aspecto catabólico).
Activación de las síntesis proteicas (aspecto anabólico).
Activación de las defensas del organismo (aspecto inmunológico).
Del efecto del entrenamiento sobre el organismo del deportista. En el entrenamiento deportivo las modificaciones adaptativas en el organismo son producidas por el efecto del entrenamiento.
Del potencial o reserva de adaptación. Es fundamentalmente genético. Ya se ha dicho que entre deportistas que realizan el mismo entrenamiento, una vez producida la adaptación, se aprecian efectos mucho más rápidos, elevados y económicos en unos que en otros (figura 1.12).
Figura 1.12. Niveles de adaptación de dos deportistas con diferente potencial de adaptación. Ante un estresor idéntico (S), el individuo (A), con mayor potencial de adaptación, obtiene un nivel más alto, en menos tiempo y más duradero que el individuo (B), con menor potencial de adaptación.
La adaptación tiene lugar en diferentes partes del organismo. García Manso (1999) describe una serie de planos sobre los que se produce y que son los más buscados por el entrenamiento de resistencia:
Plano fisiológico. Se refiere al conjunto de reacciones que modifican el funcionamiento de los sistemas del organismo ante el cambio de las condiciones del medio que lo rodea, tanto interno como externo. Las adaptaciones se producen fundamentalmente en los sistemas orgánicos: cardiocirculatorio, respiratorio, muscular, etc.
Plano bioquímico. Según el autor, supone un recurso extremo de acomodación, el cual sirve para modificar el tipo, la cantidad y la concentración de las macromoléculas o para regular sus funciones. Resulta especialmente dedicado a adaptaciones en el ámbito mitocondrial, sarcoplasmático y humoral.
Plano conductual. Se refiere a los aspectos cognitivos y motivacionales que orientan al deportista durante el proceso de adaptación, con especial incidencia en el aspecto agonístico y motivacional.
Plano neuromotor. Hace referencia al control y a la regulación del movimiento. Afecta a las estructuras nerviosas que facilitan la eficacia y economía de éste.
El efecto de la supercompensación
La adaptación en el entrenamiento de resistencia es de naturaleza cíclica o acíclica pero continua y/o repetitiva. La condición esencial para aumentar el rendimiento mediante el entrenamiento es la distribución racional entre ejercicio y recuperación (Bueno, 1992).
El carácter ondulatorio de la dinámica del entrenamiento resulta esencial para que el deportista de resistencia se beneficie al máximo del trabajo. El fenómeno ondulatorio ejercicio-recuperación, mediante el que se eleva gradualmente la exigencia de los ejercicios, es bien conocido. Esta alternancia tiene un efecto que precisa un tiempo para que se produzcan las transformaciones que suponen la respuesta estructural ante la carga sufrida. Así pues, tras un período de fatiga, su-cede un incremento pasajero del rendimiento. A este fenómeno se le conoce en el deporte como “supercompensación”.
Cuando se desestabiliza la homeostasis se produce un efecto en el que predominan los procesos degenerativos (catabolismo). La respuesta, al interrumpirse el estímulo, supone un efecto de rebote mediante el aumento de procesos regenerativos (anabolismo) con el fin de proteger las estructuras ante la posibilidad de un agotamiento excesivo en caso de que volviese a aparecer un estímulo similar al que originó la desestabilización. Pero el efecto no termina aquí. El organismo, tras darse los efectos regenerativos, supera el nivel anterior de modo que, seguidamente, el estímulo precedente no producirá esa desestabilización. Este efecto es la llamada “supercompensación”. Para que suceda una nueva desestabilización de la homeostasis, el siguiente esfuerzo deberá ser superior en exigencia. Éste es el principio básico del entrenamiento deportivo (principio de progresión de las cargas).
Según todo lo anterior se pueden observar tres posibilidades (Mora y Col, 1995) (figura 1.13):
1. Un estresor similar al precedente, al finalizar la fase de super-compensación anterior, no produce efecto de entrenamiento.
2. Un estresor repetido en condiciones de recuperación incompleta origina un descenso del nivel funcional.
3. Un estresor aplicado durante la fase de supercompensación eleva el nivel funcional y, por consiguiente, produce efecto de entrenamiento.
Figura 1.13. Efectos ante diferentes momentos de aparición del estímulo (estresor): tras el primero (S1) se da una nueva situación de homeostasis que puede ser: nula si el estímulo aparece después del efecto de la supercompensación (A); más baja si aparece antes de que se produzca la supercompensación (B); o más alta si se presenta mientras se mantiene el efecto de supercompensación (C).
El entrenamiento como proceso de adaptación, cuando se refiere al alto rendimiento deportivo, no se queda en el efecto de la simple super-compensación, sino que se basa en una sucesión de estresores introducidos antes de que se produzcan los efectos supercompensatorios, lo que provoca en el organismo un agotamiento mucho mayor. Si tras varios impactos consecutivos se procede a su interrupción, aparece una supercompensación más elevada (efecto de “hipercompensación”). Este proceso solamente es asequible a deportistas muy entrenados; si se aplicara a otros menos expertos podría producir deterioros perjudiciales para su salud, pero no efectos positivos de entrenamiento (figura 1.14).
La supercompensación de los sistemas del organismo se produce de forma diversificada, es decir, que no todas las capacidades se super-compensan al unísono. Manno (1991) justifica esta afirmación a través de una serie de procesos, a los que se han añadido otros que se han considerado determinantes para secuencializar y temporalizar los estímulos de resistencia.
La aparición de la supercompensación en el tiempo en cada sistema depende de una serie de circunstancias:
Del funcionamiento de los diferentes sistemas ante un estímulo específico.
Figura 1.14. Efecto de hipercompensación, aplicable en el entrenamiento de resistencia de alto nivel. Tras varios impactos consecutivos, en los que no se permite la recuperación completa, se interrumpe el esfuerzo, con lo que sube más el nivel de homeostasis.
De la inercia de los tiempos de adaptación y reacción de los mismos.
De la modificación funcional de dichos sistemas dentro de las distintas fases de adaptación.
Del comportamiento del sistema nervioso como organizador y regulador de los procesos.
Para que los efectos de supercompensación resulten adecuados y permanentes y al mismo tiempo logren la mejora del rendimiento del deportista, se deben cumplir una serie de reglas o mínimas:
Los estímulos han de conllevar una sobrecarga que estimule los mecanismos adaptativos, especialmente los que implican los sistemas, las estructuras y las funciones determinantes en el rendimiento del deportista (Barbany, 2002).
Tienen que producir una resistencia progresiva, de modo que el ejercicio debe aumentar progresivamente hasta llegar a la exigencia requerida en cada momento.
Los ejercicios han de llevar un orden correcto que haga participar progresivamente a todos los sistemas implicados, así como a los grupos musculares.
Las sesiones de entrenamiento tienen que ser lo suficientemente exigentes y duraderas para provocar una pérdida transitoria de la funcionalidad de los sistemas implicados en el rendimiento del atleta; al mismo tiempo, no deben sobrepasar cierto límite para permitir al organismo alcanzar la buscada fase de supercompensación (Gorostiaga, 2002; Ibáñez y L. Calbet, 2002).
Para que las respuestas adaptativas ofrezcan adaptaciones que mejoren el rendimiento en resistencia, es preciso que sean específicas, para lo que los estímulos sean igualmente específicos.
En la figura 1.15 se expone gráficamente la importancia de secuenciar los estímulos específicos sobre los diferentes sistemas para lograr la supercompensación de todos en el momento preciso y de acuerdo con los objetivos prefijados.
Figura 1.15. Secuenciación de estímulos en diferentes sistemas para simultanear los máximos estados de supercompensación en el momento que se pretenda alcanzar el máximo rendimiento del atleta.
Para que se produzcan los efectos de adaptación deseados han de darse unas circunstancias mediante la alternancia de esfuerzos y recuperaciones óptimos, pero puede suceder que las adaptaciones no sucedan o al menos no sean todo lo importantes que desearía el entrenador. Así pues, los procesos de supercompensación pueden no darse en los siguientes casos (Weineck,1988):
Tras interrupciones del entrenamiento.
Después de intervalos de descanso excesivamente largos.
A través de un entrenamiento irregular.
Mediante entrenamientos monótonos y poco variados.
Por medio de la reducción drástica y prolongada de la intensidad de las cargas.
Tras la continuidad excesiva de estímulos sin haber alternado periódicamente con tiempos de descanso.
Tipos de adaptación de las capacidades relacionadas con la resistencia
La adaptación pasa dos fases: aguda y crónica. Martin, Carl y Klaus (2001) hablan de los efectos del entrenamiento actual y de los del entrenamiento acumulativo. En el primer caso se muestra un continuo aumento de los valores de forma puntual, mientras que el segundo se caracteriza por el efecto retardado del entrenamiento a largo plazo.
Las fases de la adaptación se relacionan con el entrenamiento de resistencia en función del tiempo y de la duración. Así pues, se puede hablar de: adaptación aguda o inmediata y adaptación a medio y largo plazo o crónica.
La “adaptación aguda o inmediata” se produce de forma rápida, pero a la vez poco duradera. La intensificación de la respiración, la sudoración, el aumento del lactato en la sangre, etc. son síntomas que originan una adaptación aguda. Esta fase, si no se hace repetitiva, desaparece igualmente de forma rápida y su utilidad para el entrenamiento de la capacidad resulta poco útil.
Este tipo de adaptación reúne una serie de características que la determinan (Mora et al., 1995; García Manso, Navarro y Ruiz, 1996; Platonov, 1991; Verkhoshansky, 2002):
Está estrechamente ligada a las reservas funcionales y depende tanto de éstas como de la intensidad del ejercicio; pasa por tres fases (Platonov, 1999):
1. Activación de los sistemas orgánicos.
2. Logro de una fase estable. Los sistemas activados en la fase 1 se mantienen durante un tiempo determinado en un nivel constante.
3. Desaparición progresiva del equilibrio ante las necesidades de actividad y su satisfacción.
La adaptación aguda no se produce por igual en unos atletas que en otros. Las reacciones que se dan en el organismo tras un ejercicio máximo e intenso (por ejemplo tras una carrera de 400 m en la que los sistemas funcionales son solicitados con una gran exigencia desde el principio) alcanzan al final unos índices muy elevados en el deportista entrenado, pero resultan menores cuando se trata de deportistas menos entrenados o de menor nivel (Platonov, 1999) (tabla 1.2).
Tabla 1.2. Reacciones del organismo de dos corredores de 18 a 20 años tras una carrera máxima de 400 m. El organismo del corredor entrenado reacciona con índices considerablemente más elevados que el del corredor no entrenado. Platonov (1999).
En cuanto a la adaptación a largo plazo o crónica, se considera una alternancia cíclica e ininterrumpida mediante sucesos relacionados con el agotamiento y la recuperación de las reservas funcionales del organismo (Mora et al. 1995). Está basada en la estimulación, de forma repetitiva, de adaptaciones inmediatas. Esta adaptación debe ser el objetivo del entrenamiento del deportista de resistencia.
Se caracteriza no sólo por las modificaciones estructurales de los órganos y sistemas afectados, sino también por el aumento de la eficacia de éstos y su coordinación (Platonov, 1999), lo que puede traducirse en una mayor eficacia y economía de tiempo y de energías e información (García Manso, 1999).
La adaptación crónica, aunque duradera, tarda más tiempo en aparecer y lo hace como consecuencia de una acción larga sobre el organismo o corta pero repetitiva. Está basada en la obtención repetitiva de adaptaciones agudas (Platonov, 1991).
Existe relación entre ambos tipos de adaptación: el paso de la adaptación aguda a la crónica supone el momento crucial del entrenamiento, ya que es la prueba de la eficacia del proceso. Para que se produzca dicho paso es preciso que se originen una serie de cambios estructurales y funcionales que conducen al desarrollo, a la consolidación y al incremento de la potencia de los sistemas, de acuerdo a las exigencias a las que se ven sometidos. Estos procesos, a su vez, vienen determinados por la información genética y la reserva de adaptación.
Hasta que aparece, la adaptación crónica pasa por tres etapas (Platonov, 1991):
1. Movilización sistemática de los recursos funcionales. Ocurre al llevar a cabo los programas de entrenamiento con objetivos determinados, sumando paulatinamente los efectos de adaptaciones agudas.
2. Incremento sistemático de las cargas de entrenamiento. Hace que se vayan produciendo cambios estructurales y funcionales en órganos y tejidos de los sistemas funcionales, sobre los que se incide mediante los estímulos. Esos efectos se caracterizan por una hipertrofia de órganos y una armonía de todas las partes y los mecanismos que faciliten la actividad funcional en unas nuevas condiciones más exigentes.
3. Adaptación crónica estable. Se traduce en una reserva que pueda proporcionar un nuevo nivel de funcionamiento de los sistemas implicados.
A estas etapas Mora et al. (1995) y García Manso, Navarro y Ruiz (1996) añaden una cuarta: cuando el entrenamiento está mal organizado, es excesivamente exigente o los procesos de recuperación no son los indicados, aparece el deterioro de los órganos y sistemas, con su correspondiente desgaste y bajada de la funcionalidad.
Acotando el terreno hacia las especialidades de resistencia, se puede afirmar que gracias a un entrenamiento correctamente diseñado se van produciendo adaptaciones crónicas en las que predominan las correspondientes a los sistemas más exigidos en entrenamiento y competición. Ateniéndose a las diferentes etapas, debería excluirse la cuarta (referente a la fase de deterioro) para que se pueda alcanzar el máximo rendimiento, y se eviten las posibles interrupciones.
Tanto la adaptación aguda como la crónica vienen determinadas por el tiempo y, a su vez, por la acumulación y sucesión de adaptaciones de diferentes sistemas y capacidades. Dichas adaptaciones (parciales) reúnen características diferentes (figura 1.16).
Figura 1.16. Ejemplo de diferentes tipos de adaptación en función del tiempo de aparición y su duración. Grosser (1989). Modificado.
Los tiempos de recuperación y regeneración de los diferentes sustratos son determinantes, especialmente en la adaptación aguda. En la figura 1.17 se puede apreciar un ejemplo de plazos estimativos de los distintos sustratos energéticos, que lógicamente oscilarán dependiendo de las características individuales del deportista.
El factor de posibilidad de adaptación es de carácter genético e individual. Se llama “entrenabilidad” y resulta muy importante su conocimiento por parte del entrenador. La entrenabilidad hace referencia a la capacidad para mejorar la forma física con un entrenamiento dado y para tolerar y asimilar entrenamientos muy intensos y frecuentes. Esto tiene suma importancia puesto que condiciona la individualización del entrenamiento del deportista. Dependiendo de esta capacidad, la dinámica de las cargas y las recuperaciones en el atleta de elite conlleva un ritmo mucho más intenso y acelerado que la de otros atletas de menor nivel y menos dotados genéticamente.
Figura 1.17. Ejemplo de tiempos de supercompensación aplicados a la competición. El entrenador debe conocerlos para lograr que todos los sustratos se encuentren supercompensados en el momento de la competición. Para ello tiene que saber, de la manera más aproximada, el momento en el que hay que estimular el vaciamiento de cada uno. Mora (1995).
En la figura 1.18 se expone de forma gráfica la diferencia entre las adaptaciones y las necesidades de entrenamiento entre un deportista de nivel medio y otro de alto nivel.
Figura 1.18. Factor de entrenabilidad: diferencias de adaptación entre dos deportistas: 1) atleta de nivel medio y 2) atleta de alto rendimiento. El deportista 2 se adapta alcanzando prestaciones más elevadas y con una considerable reducción de tiempo y energías. Como consecuencia, debe ser estimulado con entrenamientos más exigentes para poder seguir progresando de acuerdo con el nivel que le corresponde.
Para que tenga el máximo de efectividad, la adaptación crónica debe reunir una serie de características (Viru, 1994):
Que el estímulo sea lo suficientemente intenso para activar la síntesis de proteínas adaptativas.
Que, una vez interrumpida esta síntesis, inmediatamente se reinicie una nueva acción de estimulación sobre dicha adaptación.
Cuando un deportista entrena y va adquiriendo adaptaciones paulatinas no se puede decir que el efecto resulte ilimitado. Llega un momento en el que las adaptaciones específicas comienzan a estabilizarse ante la imposibilidad de seguir creciendo indefinidamente. Todo atleta tiene su límite, denominado “reserva de adaptación”. Esta reserva es distinta para cada individuo, de modo que cada uno tiene diferentes posibilidades de llegar a su máximo potencial posible. Sobre este concepto diferentes autores (García Manso, Navarro y Ruiz, 1996; Viru, 1981; Mora et al., 1995; Verkhoshansky, 1987; Platonov, 1991, etc.) hablan de la reserva de adaptación como la máxima potencialidad adaptativa a la que se puede llegar a través del entrenamiento.
La reserva de adaptación supone un dato teórico sumamente importante que puede orientar ante la posibilidad de determinar si un deportista de alto nivel puede seguir progresando o está en proceso de estancamiento, dependiendo del margen que tiene entre su estado de adaptación del momento y la reserva de adaptación.
Para aclarar más este concepto Mora et al. (1995) distinguen dos tér-minos:
Reserva total de adaptación. Supone el límite máximo al que se puede llegar o límite máximo de adaptación del atleta.
Reserva actual de adaptación. Representa el límite de adaptación en un momento determinado.
La diferencia entre la reserva total y la actual refleja el margen de mejora que puede tener el atleta. No obstante, este dato, tomado de forma aislada, puede llevar a conclusiones erróneas. Se debe distinguir entre la reserva de adaptación global y las reservas de adaptaciones específicas. Puede suceder que un atleta (caso muy frecuente en resistencia) se encuentre en su límite de reserva total de adaptación en lo que se refiere a la resistencia aeróbica y siga empecinado en aumentar el número de kilómetros semanales, actitud con la que no conseguirá proseguir mejorando su rendimiento. En cambio, es posible que en otras capacidades aún exista esa diferencia entre la reserva total y la actual y todavía haya margen para poder proseguir el aumento de nivel (figura 1.19).
Figura 1.19. Ejemplo de directrices teóricas de entrenamiento para un deportista que encuentra limitada su posibilidad de adaptación en las capacidades B y C, mientras que aún tiene margen en las restantes. Insistir en las primeras supondrá un trabajo inútil y una pérdida de tiempo y energías; en cambio, estimular las capacidades A, D y E le permite proseguir con la mejora del rendimiento.
El entrenador deberá aproximarse al máximo al conocimiento teórico del margen disponible entre la reserva total de adaptación y la actual. Lo ha de hacer no sólo a nivel global, sino de forma específica sobre las diferentes capacidades que hay que entrenar, lo que le permitirá saber dónde tiene más posibilidades de mejora su deportista.
El desentrenamiento, la reducción del entrenamiento, el estancamiento y el tapering
Para que se produzca el efecto de supercompensación es preciso que tras las cargas que lo provoca se dé una interrupción o, cuando menos, una importante moderación de las mismas.
El brusco y prolongado descenso de la exigencia o la interrupción de los ejercicios desencadenan un proceso inverso o de “desadaptación”. Si hay enfermedad, lesión, descanso o cualquier otra circunstancia que haga que el deportista no entrene o no lo haga con la carga necesaria para mantener los efectos supercompensatorios, el organismo entra en un proceso de desentrenamiento. Anterior-mente se ha visto que los sistemas se adaptan al medio y, por lo tanto, ante una situación de reposo el organismo tenderá a adaptarse a la situación de descanso, perdiendo así los efectos alcanzados durante el entrenamiento (figura 1.20); a este efecto se le conoce como “desentrenamiento”.
Figura 1.20. Efecto de desentrenamiento: tras el primer estímulo (S1) se origina la adaptación, pero si una vez producida no aparece un estímulo nuevo (S2), el organismo tiende a adaptarse a la situación de reposo, perdiendo con ello los efectos de supercompensación y volviendo al nivel anterior.
La desadaptación consiste en una capacidad extraordinaria del organismo para eliminar las estructuras no utilizadas, lo que supone al tiempo un recurso de dichas estructuras que se liberan para que, de forma simultánea, se produzca una transición, bajo la influencia del medio, de unas adaptaciones hacia otras (Platonov, 1991).
En general durante el proceso de desadaptación aparece principal-mente un descenso de la masa muscular y de las funciones fisiológicas de la célula, que se han venido transformando mediante el entrenamiento sistemático.
Así como la adaptación no se produce al mismo ritmo en todos sus aspectos, con la desadaptación sucede lo mismo. Ante la desaparición o atenuación importante del ejercicio, se produce una desadaptación más rápida de las capacidades físicas (fuerza, resistencia, velocidad, etc.) que de las motrices (coordinación, equilibrio, etc.), siempre y cuando estas últimas estuvieran consolidadas mediante un entrenamiento prolongado y bien estructurado (Platonov, 1991).
Gorostiaga, Ibáñez y L. Calbet (2002) describen una serie de desadaptaciones de las que se han tomado como ejemplo las más significativas para el deportista de alto nivel. Se consideran muy útiles a la hora de aplicar criterios en el entrenamiento para las especialidades de resistencia:
Desadaptaciones del consumo máximo de oxígeno ( O2máx.)
Tras la interrupción prolongada del entrenamiento aeróbico el O2máx desciende considerablemente y llega a perder de forma progresiva los efectos obtenidos a través del entrenamiento en casos de deportistas entrenados aeróbicamente.
Los autores citados anteriormente describen la mayor pérdida entre los primeros diez días a tres semanas, mientras que dicha pérdida se atenúa considerablemente entre los dos y tres meses.
El O2máx desciende más lentamente que la actividad enzimática oxidativa, cuya disminución resulta mucho más rápida y acentuada (Platonov, 1991). Costill (1985) comprobó que tras cinco años de entrenamiento de resistencia ininterrumpido y doce días de descanso el O2máx descendió un 7%.
Como reflexión a estos estudios ante el contexto del entrenamiento de resistencia, se puede deducir que un deportista, sea cual sea el período de preparación en el que se encuentre, no debería pasar más de diez días sin introducir ningún esfuerzo de características aeróbicas con la intensidad suficiente para que incidan en el O2máx.
Los descensos del O2máx pueden deberse a las pérdidas de los componentes que lo determinan:
Volumen sistólico. En la actualidad se piensa que la inactividad produce una disminución de la hipertrofia cardíaca que se ha obtenido previamente a través del entrenamiento de características aeróbicas. No obstante, aún no se ha aclarado que el proceso resulte totalmente irreversible: deportistas que pasan a una vida sedentaria tras varios años de entrenamiento tienen mayor volumen cardíaco que individuos sedentarios, aunque no está claro que esto sea directamente por efecto del entrenamiento o pueda tener un origen de estructura genético (Gorostiaga; Ibáñez y L. Calbet, 2002).
Volumen sanguíneo. Está aceptado que después de un tiempo de entrenamiento de características aeróbicas se produce un aumento del volumen sanguíneo y que tras varios días de reposo se reduce considerablemente.
Densidad capilar y flujo sanguíneo. Igualmente se sabe que el entrenamiento de resistencia de características aeróbicas causa un incremento de la capilarización y del flujo sanguíneo. Tras la interrupción de esta actividad, dichos parámetros descienden. No obstante, en individuos muy entrenados en resistencia no se observan esas disminuciones, por lo que se puede deducir que el descenso del O2máx no lo provoca esencialmente la pérdida de capilarización ni de flujo sanguíneo.
Desadaptaciones de la actividad enzimática y metabolismo energético
Está admitido que el entrenamiento prolongado de resistencia aeróbica a intensidades medias y altas provoca una actividad enzimática que permite economizar la cantidad de glucógeno que se precisa para realizar dicha actividad, al mismo tiempo que se reduce la producción de lactato. Una de las principales adaptaciones a este tipo de entrenamiento corresponde a los procesos enzimáticos en las mitocondrias, que potencian la capacidad de metabolizar los sustratos en presencia de oxígeno.
Siguiendo a los últimos autores citados, cuando un atleta muy entrenado en resistencia aeróbica reduce considerablemente el entrenamiento, la actividad enzimática desciende de forma muy acentuada durante los dos primeros meses de inactividad y se estabiliza a un nivel del 50% superior al de individuos sedentarios. Igualmente existe la duda sobre si esto se debe a que este último nivel se estabiliza por causa del entrenamiento prolongado y sistemático o si sencillamente lo provocan causas genéticas.
En general, tras un entrenamiento prolongado, durante las primeras semanas se produce un descenso acentuado de las reservas de adaptación y, poco a poco, esta pérdida se va atenuando. De todas formas, es importante conocer que en el deportista muy entrenado el efecto de las pérdidas, pese a ser igualmente muy destacado, se mantiene de forma latente durante mucho tiempo, lo que permite acelerar los procesos de adaptación una vez reiniciado el entrenamiento (Platonov, 1991).
En la preparación del deportista resistente es importante tener en cuenta el efecto de la desadaptación, ya que se debe evitar la alter-nancia de los procesos de adaptación y desadaptación, incluso tras la adaptación prolongada y retardada de entrenamientos intensos. Esto es algo que desafortunadamente todavía no se considera, especial-mente durante los períodos de transición, que se prolongan excesivamente provocando unas desadaptaciones que obligarán, al reiniciar el entrenamiento a partir de niveles más bajos, a la consiguiente pérdida de tiempo y energía. Haciendo referencia a los objetivos del entrenamiento expuestos en este mismo capítulo, se puede decir que en estos casos habrá que pasar demasiado tiempo “entrenando para poder entrenar” (figura 1.21).
Figura 1.21. Esquema representativo de un período de transición: 1) última adaptación provocada por el entrenamiento; 2) período de transición óptimo y momento de reiniciar el entrenamiento; y 3) período de transición excesivo. En este último se desciende demasiado en el nivel de adaptación.
El estancamiento
Los procesos de adaptación son muy rápidos ante cualquier estímulo en los principiantes; en cambio, en el deportista de alto nivel existen muchas más dificultades para que se produzcan y solamente pueden provocarlas estímulos muy específicos. El grado de adaptación o de modificación de la homeostasis resulta determinante sobre la dificultad para que se sigan produciendo las adaptaciones, lo que supone que en deportistas de alto nivel y muy entrenados ciertos estímulos ya no producen adaptaciones y solamente las cargas de alto nivel de especificidad le pueden hacer mejorar. Así pues, el grado de entrenamiento será determinante sobre las respuestas adaptativas que se den en el organismo.
La adaptación aparece cuando el estímulo origina un desajuste previo en la homeostasis. En un sistema que se encuentra previamente adaptado ante un tipo de estímulos determinados, al mantenerse éstos con iguales características no provocan los desequilibrios y, por consiguiente, tampoco reacciones adaptativas. Para incidir más eficazmente en los procesos de adaptación es importante que varíen sus características a pesar de que los estímulos resulten específicos (figura 1.22).
Figura 1.22. Curva de evolución del nivel de entrenamiento. Ante estímulos de similares características (S1), las adaptaciones son cada vez menores, llegando al estancamiento, lo que hace necesario cambiar las características de las cargas (S2).
El tapering
Está demostrado que en la mayoría de los casos la reducción del entrenamiento en los días previos a una competición produce super-compensaciones y aumento del rendimiento. No obstante, al referirse al entrenamiento del deportista, existen entrenadores con cierta reticencia a esta reducción porque piensan que puede afectar negativamente.
Gorostiaga, Ibáñez y L. Calbet (2002), siguiendo una serie de estudios, hablan del tapering como “la reducción drástica del volumen de entrenamiento en los 7-21 días previos a una competición, realizada de manera progresiva, sistemática y con un predominio de trabajo intenso”. En su estudio relacionan ideas generales que se estiman como determinantes para provocar la subida de rendimiento en el momento de la competición. A estas últimas se han añadido algunas reflexiones en relación con el entrenamiento para la resistencia:
Cuando se pretende reducir el entrenamiento para provocar la subida del rendimiento, la intensidad del ejercicio debe mantenerse. Por lo tanto, han de ser el volumen y la densidad (frecuencia de entrenamiento) las que desciendan. Así pues, el criterio más lógico que hay que seguir es el siguiente (figura 1.23):
Figura 1.23. Efecto del tapering durante los días previos a una competición, con bajada de entrenamiento de acuerdo con las directrices acerca de la evolución de los componentes del entrenamiento (volumen, densidad e intensidad). La densidad y el volumen descienden, mientras que la intensidad se mantiene.
Reducción progresiva y sistemática del entrenamiento.
Disminución drástica del volumen de entrenamiento.
Reducción drástica de la frecuencia de entrenamiento.
Mantenimiento de la intensidad del entrenamiento.
Períodos de tapering con una duración de 5-21 días, en los cuales prevalece la intensidad en detrimento del volumen, originan mejoras del rendimiento en deportistas de resistencia.
Estos datos sugieren que se pueden producir mejoras importantes del rendimiento del atleta aplicando un período de tapering apropiado.
Sin embargo, hay que considerar que hay un límite de tiempo a partir del cual los beneficios del tapering comienzan a desaparecer y a ser sustituidos por el desentrenamiento.
Hay que tener en cuenta que la aplicación del tapering debe ser individualizada. Algunos deportistas en los días previos, gracias a la presión psicológica y a la ansiedad, pueden y de hecho aumentan el elevado estrés al que se ven sometidos. Gorostiaga (2000) sugiere que el incremento de la producción de cortisol debido al estrés psicológico se suma al generado durante la competición y los entrenamientos muy exigentes. Merced a este acúmulo de cortisol provocado por todas las causas, aumenta considerablemente el catabolismo proteico, desfavoreciendo al tiempo la velocidad de los procesos regenerativos y supercompensatorios. Por todo ello es recomendable para deportistas que se estresan psicológicamente antes de la competición una aplicación del tapering más prolongada. Desafortunadamente este efecto tan tangible suele resultar poco considerado en la práctica.
Como conclusión, y resumiendo todo lo expuesto, se puede decir que “para correr muy deprisa hay que saber parar previamente”.
La fatiga: factor determinante de la adaptación del entrenamiento de resistencia
Al producirse un esfuerzo, si éste reúne unas características de exigencia determinadas, inmediatamente aparecen unos síntomas que reflejan una disminución de funcionalidad. Este efecto es conocido con el nombre de “fatiga”.
La fatiga supone un proceso de movilización de los recursos funcionales y, en consecuencia, un poderoso factor determinante de la adaptación (Platonov, 1991). Para poner en funcionamiento el efecto, el entrenamiento se basa en el binomio trabajo-recuperación de forma selectiva. Para ello los sistemas se cargan frecuentemente hasta el límite del desgaste funcional. Dentro de este proceso desempeña un papel protagonista la fatiga.
La fatiga supone un estado particular, físico y psíquico como resultado de unas cargas y se refleja en una descoordinación de las funciones del organismo que acarrea una disminución temporal del rendimiento. Este estado hasta cierto nivel es transitorio y reversible (Martin, Carl y Lehnertz, 2001).
Aunque profundizar en el conocimiento de la fatiga no es el objetivo de este libro, conviene tratar algunos de sus aspectos, ya que resulta uno de los factores que limitan el esfuerzo y, por consiguiente, que influyen en las adaptaciones de resistencia.
Al mantener un ejercicio de cierta intensidad durante un tiempo deter-minado aparecen alteraciones que pueden tener pocas manifestaciones en común entre sí, a excepción del efecto limitante del esfuerzo, que proviene de la fatiga.
La fatiga comprende una extensa gama de situaciones que pueden pasar desde el agotamiento de una zona muy concreta hasta un agotamiento general de todo el organismo y de la mente del atleta. El agotamiento puede llevar a la pérdida de funcionalidad y/o motivación para proseguir o reiniciar el esfuerzo.
En general la fatiga constituye un estado de alarma o de defensa que manifiesta el organismo ante esfuerzos intensos y/o prolongados y que produce la inhibición de los mismos. Este fenómeno causa limitaciones en el rendimiento del corredor. Hablando de forma genérica, es una de las fases del proceso de adaptación que provoca los procesos regenerativos y produce sobrecargas u otros procesos que podrían desembocar en lesiones de diversa índole, llegando incluso al deterioro de la propia salud. Sea cual sea la forma en la que se manifiesta ha de nacer como consecuencia de la falta adecuada de proporción entre el binomio trabajo-reposo (Fernández, 1994).
La fatiga ha sido definida por diversos autores desde distintos puntos de vista, por lo que aparecen definiciones un tanto dispares. A modo de ejemplo, se exponen algunas:
Para Fernández y Terrados (1994) la fatiga es “la imposibilidad de generar una fuerza requerida o esperada, producida o no por un ejercicio precedente”.
Chauchard (1971) define la fatiga como “una disminución del poder funcional de los órganos, provocada por un exceso de trabajo y acompañada de una sensación característica de malestar”.
Según Guillet (1975) la fatiga es “la consecuencia de excesos desordenados o de la insuficiencia de las secreciones hormonales, tal como sucede en las situaciones de estrés y en las fases de alarma o de agotamiento, con las alteraciones metabólicas consiguientes”.
Barbany (1990) define la fatiga refiriéndola a numerosos aspectos, como “un estado funcional de significación protectora, transitorio y reversible, expresión de una respuesta de índole homeostática, a través de la cual se impone de manera ineludible la necesidad de cesar o, cuando menos, reducir la magnitud del esfuerzo o la potencia del trabajo que se está efectuando”.
Son muchas las definiciones que aparecen en la bibliografía pero, en general, refiriéndola al deporte y reduciendo el campo a las actividades de resistencia, García Manso, Navarro y Ruiz (1996) la definen como la “disminución de la capacidad de rendimiento como reacción a las cargas de entrenamiento”.
Si se centra el concepto de fatiga en el contexto del entrenamiento de resistencia, se puede decir que se trata de un proceso mediante el cual se ve disminuido el rendimiento del atleta a nivel general o de forma específica.
El fenómeno de la fatiga tiene como esencia tres funciones fundamentales interrelacionadas (García-Verdugo y Leibar, 1997):
Protectora o preventiva. Como mecanismo de alarma, con efecto inhibidor del esfuerzo, que se puede manifestar exterior-mente con la aparición de una serie de síntomas (dolor, falta de motivación, alteraciones del carácter, falta de apetito o de sueño, etc.).
Efectiva o favorecedora. Disminución del rendimiento físico en cualquiera de sus aspectos (afectando a la falta de posibilidades de aplicación de fuerza, disminución de la intensidad del ejercicio, errores técnicos por pérdida de concentración, errores de apreciación, etc.) pero a niveles que provocan la supercompensación tras el descanso.
Degeneradora y destructora. Si la fatiga sobrepasa ciertos límites, se pueden producir procesos degenerativos con destrucción parcial de órganos, músculos o cualquier parte del organismo. Llegado este caso, ya no es suficiente un proceso de recuperación para hacerla desaparecer, sino que habrá que aplicar procesos de curación.
La fatiga en el deportista se manifiesta de formas diferentes que pueden aparecer aisladas o asociadas. Es importante que el entrenador perciba los síntomas para ponerles remedio antes de que se llegue a la patología. Así pues, en función de su manifestación, se pueden distinguir los siguientes tipos de fatiga:
Funcional. Está fundamentada en el descenso de la actividad bajo diferentes aspectos, como mecanismos productores de energía (ATP), problemas provocados por la homeostasis o bajada de funcionalidad de órganos determinantes (hígado, corazón, descenso de producción enzimática, etc.).
Muscular. Incluye pérdida de funcionalidad en el aparato muscular y tendinoso, sea en diversos grupos musculares o en algún músculo de forma aislada. Cualquiera de las dos formas puede resultar determinante para la pérdida de rendimiento de los músculos. Un deportista puede ver interrumpido el ejercicio porque la mayor parte de los músculos de sus piernas queden “bloqueados” a causa de la hiperacidez producida por el catabolismo anaeróbico o por el bloqueo de uno solo, por muy insignificante que sea (la cadena siempre se rompe por el eslabón más débil). Al plantearse el entrenamiento, este aspecto debe llevar a que las deficiencias en un solo músculo o parte de él pueden resultar determinantes para que el deportista no pueda rendir en todo su potencial.
Mental. Aparece el deterioro de la capacidad de concentración. En numerosas ocasiones se aprecian errores inexplicables come-tidos por ciertos atletas en momentos trascendentes de la competición.
Sensorial. Incluye el deterioro de las capacidades perceptivas, auditivas, visuales o táctiles. Es posible, y de hecho ocurre, que, como en el caso anterior, se dé este tipo de fatiga pese a que exista una buena concentración. Puede suceder que el atleta no reaccione porque no percibe bien el espacio y el tiempo durante ciertos momentos de la competición. Las prestaciones referentes a la técnica pueden verse afectadas por este tipo de fatiga. Se puede observar que un corredor que se desplaza con una técnica correcta, llegada la última vuelta corre de forma más antieconómica y con defectos ostensibles que le hacen bajar su rendimiento.
Emocional. Hay deterioro o ausencia de estímulos volitivos o emocionales. Sobre todo se detecta en los entrenamientos. Es sabido que la falta de motivación durante el entrenamiento conduce a la bajada del rendimiento. Cuando aparece de forma ostensible esta falta de motivación (que a su vez puede venir asociada a pérdidas de ánimo, de autoestima, etc.), no se debe descartar que se encuentre presente este tipo de fatiga.
Nerviosa. Existe insuficiencia o deterioro de transmisión de impulsos nerviosos. Se ha hablado del sistema nervioso como el responsable y regulador del entrenamiento, por lo que si se ve afectado por la fatiga, aparecerá la bajada de rendimiento en cualquiera de los aspectos que precisa el deportista.
El sistema nervioso presenta dos procesos: excitación e inhibición. La primera supone un proceso estimulante para el entrenamiento y la inhibición un proceso de contención. El sistema nervioso central envía impulsos a los músculos que accionan durante el ejercicio, lo que provoca la contracción y, como consecuencia, el movimiento. Estos impulsos resultan más eficaces cuando el nivel de excitación es controlado pero, al mantener una intensidad elevada durante un tiempo prolongado, la célula nerviosa se inhibe para protegerse. Por ello la fatiga nerviosa puede considerarse “un mecanismo autoprotector contra daños del mecanismo contráctil del músculo” (Bompa, 2000).
Tipos de fatiga y su importancia en el entrenamiento de resistencia
En función del lugar de aparición, la fatiga puede ser de dos tipos (Martin, Carl y Lehnertz, 2001): periférica y central.
Fatiga periférica o simple
También conocida como “fatiga de ejecución” (Legido, 2002), aparece, a partir de la placa motriz en las estructuras que intervienen en la acción muscular, con la disminución de la capacidad de ejercer tensión por parte del músculo por causa de alguna alteración que se produce más adelante de dicha placa. En general coincide con el agotamiento de los depósitos más importantes de energía almacenados en el propio músculo. En general es de origen metabólico y se recupera una vez que se han restablecido los depósitos.
La fatiga periférica puede ser de dos tipos:
Fatiga muscular local: cuando afecta directamente a los músculos implicados en el esfuerzo.
Fatiga orgánica o general: si afecta a los órganos y sistemas que participan en la actividad.
Fatiga central o compleja
También conocida como “fatiga de regulación”, no es superable a corto plazo y suele aparecer tras varias sesiones de entrenamiento exigentes. Se origina merced a anomalías producidas entre el sistema nervioso central y la placa motriz. Se produce especialmente en uno o varios niveles de las estructuras nerviosas (Padilla y Terrados, 1995; García Manso, Navarro y Ruiz, 1996). Puede presentarse, a su vez, de dos formas (García Manso, 1999):
Fatiga de recepción. Implica a los sentidos y tiene lugar durante el proceso de interpretación de los mensajes procedentes de los distintos receptores sensoriales.
Fatiga de control. Se produce por fallos en cualquier punto del sistema nervioso referido a elaboración de respuestas, control del movimiento o impulso motor. Cobra gran importancia cuando se trata de mantener la técnica, por lo que resulta importante que el deportista sea capaz de retrasarla y tolerarla, ya que puede verse gravemente afectada en la última parte de la competición.
La fatiga central puede estar asociada a esfuerzos prolongados de baja o alta intensidad, por lo que debe considerarse mucho por parte del entrenador. Este tipo de fatiga es habitual en deportistas de resistencia, ya que puede aparecer por diferentes causas:
Por alteración de la motivación: la pérdida de ésta hace bajar el rendimiento.
Por alteración de la transmisión de órdenes del sistema nervioso central.
Por problemas en el reclutamiento de axones motores.
Por inhibición aferente entre los husos neuromusculares y las terminaciones nerviosas.
Por depresión de la excitabilidad de la motoneurona.
La fatiga central refleja síntomas muy significativos que el entrenador puede y debe tener en cuenta:
Disminución del rendimiento.
Ascenso de los valores de amoníaco en la sangre.
Capacidad de síntesis de lactato considerablemente disminuida.
Valores de urea constantemente en alza.
Secuencias motrices descoordinadas (deterioro de la técnica).
Cualquiera de las manifestaciones de la fatiga relacionadas anterior-mente pueden presentarse con diferentes grados; cada uno provocará diferentes efectos. Existen al respecto dos tipos de fatiga que se deben definir y diferenciar, ya que sus efectos difieren considerable-mente: la fisiológica y la patológica.
Fatiga fisiológica. Supone una reacción a un proceso de esfuerzo que desajusta uno o varios sistemas del organismo pero, por su nivel, permite a éste reaccionar de forma positiva mediante la adaptación. Se trata del efecto que se debe provocar cuando se aplica para entrenar al deportista (ver Síndrome general de adaptación).
Fatiga patológica. La origina el efecto de una carga aislada o una sucesión de cargas que, por rebasar los límites de tolerancia de forma continua, provocan alteraciones a veces irreversibles o muy difíciles de subsanar. Entran así en el proceso destructor o degenerativo, que incluso repercute negativamente en la salud. En muchos aspectos puede coincidir con la fatiga crónica (de la que se habla más adelante) y provocar en algunos casos que el deportista caiga en procesos de sobreentrenamiento.
Existen muchas causas que pueden llevar al deportista de resistencia a la fatiga patológica, la mayor parte de las veces por diferentes errores. García-Verdugo y Leibar (1997) exponen una serie de fallos o errores, de los que se han recogido los más significativos que pueden afectar al entrenamiento de resistencia:
Errores en la aplicación de las cargas: (se habla más adelante de ellas en este capítulo).
Desajustes o errores de programación.
Errores en la organización de estructuras intermedias: mesociclos, microciclos, sesiones y ejercicios:
Excesos en las cargas de entrenamiento en cualquiera de sus características (se tratan más adelante).
Progresión excesiva al aumentar las cargas.
Inicio de entrenamientos con cargas excesivas después de períodos de descanso ocasionados por lesiones, enfermedades o por largos períodos de transición.
Exigencias técnicas excesivas que provocan la saturación del sistema nervioso.
Alteraciones en horarios de entrenamiento: aproximación en el tiempo de sesiones excesivamente fuertes, sin posibilidad de asimilación, alejamiento de estos entrenamientos, lo que provoca pérdida de efectos de supercompensación, etc.
Fallos en los procesos de adaptación: circunstancias y motivos que desfavorecen o hacen retrasarse los procesos adaptativos al desajuste producido por las cargas.
Descansos excesivamente reducidos:
Mala o escasa utilización de medios favorecedores de la recuperación.
Alteraciones frecuentes de hábitos de vida (sueño, alimentación, etc.).
Fallos o malos planteamientos en la competición: circunstancias que pueden provocar desfases relacionados con las competiciones:
Mala elección de competiciones intermedias.
Excesivas competiciones de carácter importante y muy próximas entre sí.
Afectividad que sobrepasa lo tolerable, lo que produce un desgaste suplementario provocado por la tensión emocional.
En la resistencia la fatiga tiene un papel determinante en el entrenamiento. Los fenómenos del cansancio delimitan el mantenimiento de una determinada fuerza o velocidad. Zintl (1991) hace referencia al cansancio como una manifestación de la fatiga y lo define como “la disminución transitoria (reversible) de la capacidad de rendimiento”.
La fatiga, en cualquiera de sus manifestaciones, puede influir en el entrenamiento del deportista de resistencia de formas diversas, ayudando al entrenamiento o perjudicándolo. La influencia que tenga sobre éste dependerá de la duración y del mantenimiento del esfuerzo en el tiempo, así como de su intensidad. La fatiga en relación con el tiempo e influenciada por la continuidad de los estímulos y el tiempo de recuperación puede ser catalogada de tres formas diferentes: aguda, subaguda y crónica.
Fatiga aguda
Ocurre durante o inmediatamente después de un esfuerzo. Suele aparecer en una sesión de entrenamiento normal. Produce una disminución de las capacidades sobre las cuales se ha incidido con mayor énfasis. Permite la restauración de todas las pérdidas de forma casi inmediata.
La mayoría de las veces se manifiesta en una zona reducida en el aparato muscular o, de forma más general, en uno o varios sistemas u órganos (aumento de la frecuencia cardíaca o de lactato en la sangre, etc). Puede ser utilizada para obtener procesos adaptativos de super-compensación momentáneos.
Fatiga subaguda
También denominada “sobrecarga” (Fernández y Terrados, 1994), puede manifestarse después de un tiempo de entrenamiento determinado en el que se realizan cargas relativamente intensas, acumulativas y/o con deficiencias en procesos de recuperación. Aparece cuando se realizan niveles de ejercicio ligeramente más altos que los que se hacen habitualmente. Si se utiliza con criterio adecuado, resulta muy útil para provocar procesos adaptativos en los deportistas de alto nivel, y si es bien gestionada, provoca efectos de hipercompensación.
Fatiga crónica
Puede aparecer tras un período en el que se mantienen los síntomas de las dos anteriores si no son correctamente utilizados los procesos de recuperación y regenerativos. Provoca el descenso de prestaciones de las diferentes capacidades y la disminución de la efectividad de los sistemas, pudiendo llegar a deterioros de la salud del individuo.
Coincide en un alto grado con el “síndrome de sobreentrenamiento” y se diferencia de la fatiga subaguda más que en los síntomas en la duración, la gravedad y el tiempo necesarios para que se produzcan los procesos de restauración o de curación.
Las cargas excesivas de una determinada finalidad ocultan dos peligros (Platonov, 1991):
Posibilidad de agotamiento funcional del/los sistema/s predominante/s que intervienen directamente en los procesos de adaptación.
Disminución de la reserva estructural y funcional de otros sistemas que intervienen directamente en las reacciones de adaptación y supercompensación.
La velocidad y la calidad de los procesos regenerativos disminuyen con la edad (Gorostiaga, 2000). De este modo, la misma programación del entrenamiento que podía inducir efectos de supercompensación unos años después, si no se tiene en cuenta la edad y en consecuencia no se modifican los tiempos de recuperación, puede hacer correr el riesgo de entrar en procesos de sobreentrenamiento. Este hecho puede suceder por motivos de menor producción anabólica, que favorece los procesos de recuperación en el organismo a medida que avanza la edad.
En especialidades relacionadas con la resistencia existen otros orí-genes que pueden llevar al deportista al sobreentrenamiento. Es preciso tener muy en cuenta una serie de aspectos: la aparición en exceso de radicales libres, la hiperacidez provocada por esfuerzos relacionados con la resistencia anaeróbica, etc. Han de prevenirse mediante el refuerzo de elementos antioxidantes (como la vitamina C, sustancias tamponantes, etc.). El entrenador debe estar constantemente en estrecha relación con el médico para prevenir este riesgo.
La fatiga crónica acarrea una serie de factores predisponentes o que la desencadenan:
Factores predisponentes:
Genéticos.
Psicológicos.
Nerviosos.
Endocrinos.
Factores desencadenantes:
Infección.
Estrés.
Bajada del sistema inmunológico.
Al hablar de fatiga crónica o sobreentrenamiento se puede hacer referencia, tal y como se ha visto, a un entrenamiento erróneo o a una reacción del organismo ante cargas excesivas. La fatiga crónica implica un aumento en la concentración de noradrenalina plasmática tras el esfuerzo (Billat, 2002) y puede afectar tanto al sistema simpático como al parasimpático.
En la actualidad está aceptado que el sobreentrenamiento no solamente es atribuible a las cargas deportivas; según se vio al comenzar este capítulo, el entrenamiento deportivo se ve condicionado y afectado por circunstancias que se solapan (competición, estudios, ámbito laboral, afectividad, presión social, etc.), por lo que igualmente el sobreentrenamiento puede contemplarse desde una causalidad múltiple. “Los efectos del entrenamiento son el resultado de la interacción de las cargas y la personalidad del deportista” (Martin, Carl y Lehnertz, 2001).
Uno de los principales síntomas del síndrome de sobreentrenamiento coincide con los fallos en las glándulas suprarrenales para regular ciertas hormonas. Estos fallos deben ser detectados y tratados por un especialista.
El sobreentrenamiento interfiere con cierto énfasis en el sistema nervioso y puede aparecer bajo dos aspectos:
Fatiga sobre el sistema simpático. Viene como precursor del sistema neuroendocrino. Aparece mediante una hiperactividad, incluso con el organismo en reposo, asociada a un aumento del metabolismo basal. En el sistema nervioso simpático predominan los mecanismos de excitación. Este tipo de fatiga suele aparecer a corto plazo y asociada a síntomas en los que el corredor no se encuentra bien de salud, lo que permite un diagnóstico más sencillo. El riesgo de este tipo de sobreentrenamiento sobreviene cuando se introducen cargas “límite” sin la base de preparación correspondiente. “Ningún sistema orgánico se adecúa de forma óptima a cargas extremas frecuentes sin un fundamento apropiado” (Martin, Carl y Lehnertz, 2001).
Fatiga sobre el sistema parasimpático. Resulta más difícil de identificar, ya que sus síntomas no son claros, además de que resultan poco alarmantes. Pueden confundirse en algunas ocasiones con buenos estados de forma física. Su principal característica es la inhibición del sistema simpático, con el consiguiente aumento de tono parasimpático y con predominio de los mecanismos de inhibición, a los que se añade el agotamiento del sistema endocrino. El sobreentrenamiento parasimpático es de más difícil diagnóstico porque, tanto en situación de reposo como en el entrenamiento normal, el deportista apenas percibe el descenso del rendimiento originado por éste. A veces, ignorando la sintomatología, se reprocha a los atletas la falta de motivación, de espíritu de lucha u otras causas, pero el principal indicio lo refleja la falta de rendimiento, a pesar de que las exploraciones y analíticas sigan siendo correctas. Igualmente se puede dar el caso de un impulso exagerado de la voluntad para compensar la falta de rendimiento mediante más trabajo o mediante desánimo, indiferencia o incluso hastío ante los entrenamientos y la competición.
En la tabla 1.3 se exponen algunos de los síntomas característicos del síndrome de sobreentrenamiento de origen simpático y parasimpático.
Tabla 1.3. Algunos síntomas de sobreentrenamiento producidos en los sistemas simpático y parasimpático que debe tener presentes el entrenador de resistencia. García Manso (1999); Padilla y Terrados (1994); Lamb (1985); Martín, Carl y Lehnertz (2001).
El sobreentrenamiento no aparece exclusivamente por un entrenamiento mal estructurado; puede sobrevenir por otra serie de problemas aislados o, lo más común, por solapamiento y asociación de varios de ellos. Existen otros factores (medio ambientales, medios sociales, presión, enfermedades, etc.) que deberían ser muy tenidos en cuenta, ya que muchas veces se puede escapar algún detalle que indique la posibilidad de un sobreentrenamiento.
En la tabla 1.4 se exponen algunas de las causas que pueden provocar sobreentrenamiento, unas atribuibles al entrenamiento y otras ajenas a éste. Muchas pueden corresponder a la vida privada del deportista. Suelen acarrear, además, consecuencias nefastas para el proceso de su preparación.
El sobreentrenamiento puede diagnosticarse solamente en algunas situaciones, ya que ambas formas (simpático y parasimpático) aparecen de forma aislada, aunque no siempre presentan todos los síntomas: un deportista podría tener la capacidad de realizar grandes cantidades de entrenamiento aunque su rendimiento hubiese descendido considerablemente.
Tabla 1.4. Algunas causas deportivas y extradeportivas que pueden arrastrar al deportista de resistencia al síndrome de sobreentrenamiento. Padilla y Terrados (1994); Navarro (1993); García-Verdugo y Leibar (1997); y García Manso (1999).
El entrenador debe tener presente, pese a las afirmaciones precedentes, que no solamente la fatiga crónica puede producir deterioro en el rendimiento y alteraciones de la salud; es posible que, a través de la fatiga aguda, producida en una sola sesión, si es excesivamente prolongada o intensa, se originen efectos similares. Mucha gente tiene en mente las escenas reflejadas en la bibliografía deportiva referentes a la carrera de maratón en los Juegos Olímpicos de Londres (abril de 1908), donde el atleta Pietro Dorando llegó a la meta extenuado y ayudado por los jueces tras haberse desplomado cinco veces (Coote, 1975). Igualmente se puede hacer referencia a la recta final de la carrera de maratón de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, en la que la atleta Gabriela Anderson realizó otra gesta similar a la anterior motivada al parecer por un golpe de calor (García-Verdugo y Leibar, 1997).
El sobreentrenamiento no suele irrumpir de forma repentina, sino que pasa por una serie de fases que se pueden identificar de alguna manera y que pueden ayudar al entrenador a reconducir el entrenamiento (aplicando bajadas de carga, incrementando los tiempos de recuperación o acudiendo al especialista para que administre alguna ayuda ergogénica). Dado que el deportista de resistencia precisa movilizar de forma muy importante los mecanismos del metabolismo anaeróbico, García Manso (1999), basándose a su vez en otros autores, establece fases o niveles de sobreentrenamiento. Dichas fases dentro del contexto del rendimiento anaeróbico deben ser muy consideradas por el entrenador (tabla 1.5).
Tabla 1.5. Niveles de aparición de sobreentrenamiento en esfuerzos anaeróbicos. García Manso (1999).
El sobreentrenamiento puede prevenirse si se toman medidas. Al respecto Navarro (1993), García-Verdugo y Leibar (1997) y García Manso (1999) recomiendan las siguientes:
Proponer objetivos realistas y flexibles en el entrenamiento del deportista.
Exponer al atleta los objetivos con claridad para que puedan ser comprendidos y asumidos por él.
Diseñar programas de entrenamiento asequibles con cargas de trabajo apropiadas.
Introducir tiempos de descanso y recuperación adecuados.
Disminuir el estrés competitivo.
Desarrollar una preparación psicológica apropiada.
Presentar el entrenamiento como algo divertido evitando el estrés y la monotonía.
Utilizar medios de recuperación convenientes.
Siguiendo a Navarro (2002), se puede clasificar el síndrome de sobreentrenamiento en función de su duración en (figura 1.24):
Sobreentrenamiento a corto plazo. Puede provocar supercompensaciones mediante un proceso importante de descanso y con refuerzos de la recuperación (como las ayudas ergogénicas, bien administradas).
Sobreentrenamiento a largo plazo. Gracias a los deterioros que se pueden haber producido durante períodos prolongados, no produce esas supercompensaciones, por lo que no resulta suficiente con un descanso, sino que en muchos casos se precisará curación y tratamiento especializado.
Figura 1.24. Tipos de sobreentrenamiento en función del tiempo de duración: en el entrenamiento ideal, tras una serie de cargas, se introduce la recuperación, que produce la supercompensación (1 y 2). De proseguir las cargas, se presentará la primera variedad de sobreentrenamiento a corto plazo. Éste, después de un proceso costoso, con mayor gasto de tiempo y energía, aún puede producir supercompensación (3). Por último, si se prosigue en el empeño de mantener cargas y no administrar recuperaciones, se entrará en el sobreentrenamiento a largo plazo, que precisará tratamiento especializado e, incluso curado, no presentará supercompensaciones (4). Adaptado de Navarro (2002).
En la figura 1.25 se expone un esquema resumen del proceso de aparición de la fatiga, en función del tiempo de entrenamiento así como las capacidades afectadas de forma más determinante.
Figura 1.25. Resumen de las fases de tipos de fatiga en relación con la duración del entrenamiento. Adaptado de García Manso (1999).
En líneas generales, el entrenamiento y los procesos de adaptación del deportista de resistencia de alto nivel, referido a las manifestaciones de la fatiga, pueden verse influenciados de tres formas (García-Verdugo y Leibar, 1997), (figura 1.26):
El entrenamiento basado en la fatiga aguda produce adaptaciones momentáneas, tanto a nivel global como local, por lo que es beneficiosa para desarrollar las capacidades. Si se concede el tiempo necesario para la recuperación, causa supercompensaciones.
El entrenamiento basado en la fatiga subaguda (con efectos de sobrecarga) produce adaptaciones a medio y largo plazo, siempre que se tengan las debidas precauciones con la administración de los procesos regenerativos. Es la más útil en el proceso de entrenamiento de los atletas de elite y alto grado de entrenamiento. La utilización con criterios adecuados de este tipo de fatiga tiene efectos de hipercompensación.
En la mayoría de los casos, el entrenamiento basado en la fatiga crónica produce efectos negativos que van en detrimento de la mejora del rendimiento y que incluso pueden llegar a afectar a la salud.
Figura 1.26. Diferentes tipos de adaptación en función del grado de fatiga: A) fatiga aguda; B) fatiga subaguda; y C) fatiga crónica que provoca el síndrome de sobreentrenamiento. García-Verdugo y Leibar (1997). Modificado.
A modo de resumen, se puede decir que la fatiga, si es bien gestionada, supone el elemento desencadenante de las reacciones adaptativas (fatiga funcional). En cambio, si se persiste en el esfuerzo y se sobrepasan ciertos límites, puede llegar a niveles que no sólo no inducen adaptaciones, sino que pueden causar deterioros orgánicos, con pérdida de salud y de rendimiento (figura 1.27).
La fatiga, en relación con el tiempo y la duración, puede ser relacionada con el entrenamiento de resistencia. En la figura 1.28 se incluyen estas relaciones (de forma estimativa y con objeto de que sirvan de orientación), así como su utilidad con vistas al entrenamiento de resistencia.
Figura 1.27. Representación esquemática de dos circuitos originados por los dos niveles de fatiga: A) mediante estímulos adecuados se produce la fatiga funcional, la cual desaparece mediante la aplicación de la recuperación adecuada; B) mediante repetición excesiva o inclusión de estímulos inadecuados (excesivos) se crea un ciclo condicionado por el estado de fatiga patológica, con deterioro de la salud y del que solamente se puede salir por medio de un proceso de curación. García-Verdugo y Leibar (1997). Modificado.
Figura 1.28. Visión general orientativa de las características de diferentes tipos de fatiga y su utilidad en el entrenamiento de resistencia.
Detección y prevención de la fatiga: utilidad para el entrenamiento de resistencia
Diversos autores, Costill (1986), Vollmer, (1995); García Manso (1999); Barbany (2002); Krantz y Dartnell (2003), etc., exponen diferentes indicadores subjetivos y objetivos que permiten al entrenador comprobar el estado de fatiga del deportista. De ellos se han seleccionado algunos considerados más importantes para las especialidades de resistencia y se han clasificado en diferentes apartados:
Indicadores objetivos
Problemas y cambios en la exploración clínica
A nivel sanguíneo:
Disminución de la glucemia (en ocasiones aumento).
Descenso del contenido plasmático en ácidos grasos libres.
Aumento de lactacidemia o bajada en algunos casos (paradoja del lactato).
Hemoconcentración plasmática.
Incremento de potasio sanguíneo.
Aumento de ácido úrico.
Elevación de la mioglobina.
Alteraciones del hierro. Dado que están muy relacionadas con el entrenamiento de la resistencia, su seguimiento y observación co-bran suma importancia. Entre las más determinantes se pueden citar:
Descenso de la hemoglobina: los niveles por debajo de unos límites de 14 g/dl en hombres o de 12 g/dl en mujeres pueden considerarse síntoma de alarma que hay que corregir, ya que la aparición de la disminución del rendimiento está muy próxima.
Bajada del hierro sérico: el hierro es protagonista en el transporte de oxígeno, aparte de un importante colaborador en procesos enzimáticos responsables de la fosforilización oxidativa. Cuando aumenta la necesidad de este elemento, gracias al entrenamiento de resistencia, el organismo toma en primer lugar el hierro que se encuentra en las enzimas y posterior-mente de la hemoglobina.
Disminución de la ferritina: este compuesto supone el depósito de hierro y, cuando desciende a ciertos niveles, se puede producir la aparición súbita de un estrepitoso deterioro del rendimiento. Este parámetro debe ser muy controlado, ya que en la práctica se puede comprobar que cuando roza el límite no se aprecian bajadas de rendimiento, pero en cuanto este límite inferior es rebasado, la caída resulta fulgurante, especial-mente en lo que se refiere a la resistencia aeróbica.
Aumento de la creatinkinasa (CK o CPK): la concentración en la sangre de esta enzima sufre grandes modificaciones durante el esfuerzo. Son valores normales las 40-50 UI/l en hombres y las 30-40 UI/l en mujeres (García Manso, 1999). En deportistas de tipo medio se pueden encontrar valores tras el esfuerzo de 300 UI/l, mientras que en deportistas de resistencia de alto nivel son frecuentes valores considerablemente superiores a 1.000 UI/l.
Control de la concentración de lactato plasmático (lactacidemia): aunque los valores hay que tomarlos con cierta precaución, la observación de este dato supone un indicador de la intensidad del esfuerzo inmediato, más indicador de la fatiga aguda que de la crónica, ya que la eliminación puede durar tan sólo unos minutos.
En las tablas 1.6 y 1.7 se exponen los valores más indicativos del estado del deportista especialista en resistencia que pueden considerarse normales.
Los métodos para valorar la fatiga y el agotamiento de las reservas funcionales podrían ser observados en cada instante, una vez definidos los valores idóneos de la síntesis de proteínas, lo cual resulta poco asequible al entrenador. Por lo tanto, en la práctica y en las circunstancias reales en las que se encuentra el técnico, es necesario aplicar otros procedimientos de diagnóstico del rendimiento del atleta. Dichos procedimientos se registran de forma paralela al proceso del entrenamiento (Martin, Carl y Lehnertz, 2001), lo que puede ser asequible gracias a la comprobación de medios producto de la observación directa mediante indicadores de la fatiga que pueden orientar al entrenador sobre el estado de fatiga del deportista. Estos indicadores se pueden clasificar de forma general en dos grupos: indicadores subjetivos y objetivos.
Tabla 1.6. Algunos de los parámetros más determinantes del estado de fatiga del/la corredor/a de medio fondo. García Manso (1999).
Tabla 1.7. Control de la interacción del hierro con otros parámetros sanguíneos. García Manso (1999).
Indicadores subjetivos
Problemas detectados en el rendimiento del deportista
Malos cronometrajes en entrenamientos de calidad.
Deficiente nivel de ejecución de las tareas.
En términos generales, pérdida de intensidad en los esfuerzos.
Frecuencia cardíaca elevada ante un esfuerzo demandado.
Mala recuperación intra e intersesiones de entrenamiento.
Falta de “frescura” que puede acarrear sobrecargas o lesiones.
Deficiencias en la concentración en entrenamientos y competiciones.
Problemas detectados en el estado psicológico
Falta de motivación, mala predisposición y falta de entusiasmo en el entrenamiento y la competición.
Sensaciones de abulia.
Alteraciones del humor.
Aumento de la irritabilidad.
Falta de contacto con el entrenador y con amistades.
Hipersensibilidad ante la crítica.
Falta de confianza.
Bajada de la autoestima.
Problemas detectados en el estado general del corredor
Cansancio general.
Dolores musculares y tendinosos, especialmente en las piernas, incluso en estado de reposo.
Pérdida de apetito.
Pérdida de peso.
Pérdida y alteraciones del sueño.
Alteraciones menstruales en el caso de la mujer.
Dolores de cabeza y/o digestivos.
Sudoración profusa, incluso durante el sueño.
Predisposición a enfermedades infecciosas y lesiones.
Aumento de la frecuencia cardíaca basal y durante el ejercicio.
No se deben confundir los términos de fatiga con el de percepción de la fatiga: el primero hace referencia al descenso del rendimiento y el segundo al grado de cansancio que percibe el deportista tras un entrenamiento.
Para cualquier actividad física que implique esfuerzos relativamente intensos y prolongados, como el entrenamiento de resistencia, resulta importante la posibilidad de detectar y corregir los procesos degenerativos que produce la fatiga, así como evitar que éstos pasen de la fase de fatiga subaguda.
La fatiga y sus orígenes deben ser controlados, especialmente en el entrenamiento de resistencia. La posibilidad de identificar la fatiga cobra vital importancia en el entrenamiento moderno. El inconveniente principal estriba en la dificultad de obtener indicadores directos tales como las analíticas de sangre, orina, etc.
No obstante, existen métodos para detectar la fatiga que pueden facilitar al entrenador la posibilidad de rectificar a tiempo para favorecer las supercompensaciones y evitar la caída en procesos de fatiga patológica o crónica. Entre los métodos más útiles y sencillos en su aplicación se encuentran las escalas numéricas; de todas, la más extendida y por la cual se inclinan muchos entrenadores es la escala de Borg.
Borg (1970-1982) ha efectuado unas escalas validadas que guardan correlaciones muy altas con indicadores de intensidad del ejercicio tales como frecuencia cardíaca, nivel de lactato, carga de trabajo, etc. (r: 0,80-0,90). Este autor ha demostrado que mediante las sensaciones del deportista se puede hacer una aproximación a la realidad de su estado general y, por consiguiente, aplicarlo al entrenamiento (figura 1.29).
Figura 1.29. Escala de Borg (1982). Fernández y Terrados (1994).
Siguiendo a los últimos autores citados, se ha comprobado que los cambios en el pH y la ventilación son los principales mecanismos para señalar como central la fatiga y, aunque se ha demostrado que el grado de percepción depende de factores fisiológicos, existen auto-res que aseguran que al menos un 33% de esta percepción depende de factores psicológicos. Personas neuróticas o inestables presentan mayor percepción de la fatiga que aquellas más equilibradas y extrovertidas.
A modo de curiosidad, pero no por ello de menor importancia, se citan las conclusiones a las que llegaron estos autores tras observar diferentes estudios y que pueden orientar al entrenador acerca de la percepción de la fatiga de su deportista:
Para un mismo esfuerzo existe mayor percepción de la fatiga en deportistas que prestan mayor atención a sensaciones internas (como el sudor, la frecuencia cardíaca o la respiración o incluso el dolor) que en aquellos que se concentran en el exterior (luz, aire, terreno, etc.). Esto puede ser de utilidad si se logra que el atleta se centre más en los adversarios durante la competición que en su propio estado.
Para un mismo trabajo, la música disminuye la percepción de la fatiga. Puede ser aconsejable que, según los medios que existen hoy día, con la posibilidad de llevar aparatos de música con volúmenes y pesos muy ligeros, el deportista entrene escuchando alguna música adecuada, sobre todo cuando debe realizar esfuerzos prolongados.
Deportistas que visualizan vídeos de otros, con rostros fatigados y de sufrimiento, perciben más la fatiga que cuando visualizan vídeos de atletas con rostros alegres y relajados. Si se extrapola esto al deportista de resistencia, el hecho de tratar de sonreír o mantener un rictus relajado le ayudará a percibir menos la fatiga.
A media o baja intensidad se aprecia que la presencia de otra persona durante el ejercicio disminuye la percepción de la fatiga, aunque no se ha comprobado que esto suceda cuando se trata de altas intensidades. Así pues, hasta cierto nivel de intensidad, la presencia del entrenador puede ayudar al atleta a disminuir la percepción de la fatiga. Por ello no resulta descabellado pensar que durante los entrenamientos de carrera continua los atletas busquen agruparse y huyan de la posibilidad de entrenar en solitario. Igualmente, el acompañamiento por parte del entrenador en bicicleta puede aliviar esa percepción de la fatiga de su deportista.
Como consecuencia y complementando lo anterior, se ha comprobado igualmente que la conversación durante un esfuerzo prolongado y de baja o media intensidad ayuda a disminuir la percepción de la fatiga.
La privación del sueño aumenta la percepción de la fatiga en esfuerzos prolongados, aunque no se ha comprobado que esto suceda ante esfuerzos intensos y cortos.
Los cuestionarios
En la práctica es muy difícil someter continuamente a pruebas de laboratorio al deportista. A un individuo no se le puede estar permanentemente agrediendo con extracciones de sangre o analizándole la orina o incluso sometiéndole a pruebas más sofisticadas, no sólo porque acabaría harto, sino por el coste económico que supondría. Por lo tanto, resultan de gran utilidad otros métodos más sencillos, como los cuestionarios, que el atleta puede rellenar día a día empleando tan sólo unos minutos. Pero dado que al entrenador lo que más le interesa es la prevención y detección precoz de los problemas, los métodos anteriormente citados resultan muy útiles, ya que pueden “encender las alarmas” a tiempo de rectificar.
Mediante la aplicación de cuestionarios no se puede detectar con exactitud qué tipo de fatiga se está produciendo (central o periférica, nerviosa o sensorial, por acumulación o por solapamiento de diversos tipos), si bien no dejan de ser útiles.
El Cuestionario para detección de la fatiga (CDF)
A modo de ejemplo, se expone una hoja de cálculo sencilla en la que se han introducido una serie de parámetros e indicadores que se han englobado mediante una fórmula. El atleta solamente debe valorar dichos indicadores en una escala numérica y trasladarlos a la hoja. Ésta, de forma automática, genera un gráfico que hace saltar a simple vista la fatiga estimada del momento. Este procedimiento, si bien no es científico, tiene la ventaja de poder controlar el “día a día” y ver cuándo se encienden las alarmas para poder revisar el estado del deportista por medios más científicos (figura 1.30).
Figura 1.30. Cuestionario para detección de la fatiga (CDF). Puede comprobarse que los últimos días de control el atleta ha entrado en una zona alarmante y deberá rectificar sus actividades y entrenamientos si no quiere caer en el proceso de la fatiga crónica.García-Verdugo (2001). Planificación y control del entrenamiento de corredores. Gymnos.
Existen otros medios para la detección del estado de fatiga, como la observación personal por parte del entrenador, que sigue teniendo un gran protagonismo incluso en la actividad.
Componentes del entrenamiento
El entrenamiento está basado fundamentalmente en la sucesión coordinada de dos componentes: la carga y la recuperación. En capítulos posteriores se tratan de forma específica los componentes y subcomponentes del entrenamiento de resistencia en función de cada especialidad, pero dado que influyen de forma determinante en el entrenamiento, se tratan aquí previamente de forma más general.
El estresor o carga de entrenamiento
Durante el entrenamiento los estímulos a los que se ve sometido el organismo, generalmente en forma de movimiento, se conocen como “carga de entrenamiento” (Navarro, 2001). Partiendo de la posición del análisis sistemático del equilibrio entre el organismo y el medio, se llega a la conclusión de que el principal factor de mejora del rendimiento, a través del entrenamiento deportivo, está basado en el estímulo o carga que se administra (Zhelyazkov, 2002).
En general en el entrenamiento del deportista de resistencia la carga o estresor viene determinada por la contracción muscular que origina el movimiento y que ponen en funcionamiento los órganos y sistemas, que deben cubrir las necesidades y restaurar las pérdidas causadas por dicha contracción.
Las cargas han de conllevar la suficiente exigencia para que se produzcan los desajustes que obliguen al organismo a producir las adaptaciones precisas. Por consiguiente, el entrenador tiene que preocu-parse prioritariamente de la certeza de que esas cargas que se aplican cumplen los requisitos de exigencia y descanso para que el organismo vaya produciendo las supercompensaciones necesarias.
Respecto a la exigencia de las cargas de entrenamiento, Navarro (2001) establece una clasificación que se estima adecuada para aplicar las cargas al entrenamiento de resistencia. Para este autor existe una escala de niveles de carga que se exponen en la figura 1.31.
Figura 1.31. Niveles de exigencia de la carga y efectos de entrenamiento producidos. Navarro (2001).
La estructura del entrenamiento bajo la forma de microciclos repetidos está aceptada en la práctica (Matveyev, 1983). Estos microciclos deben garantizar el equilibrio entre trabajo y reposo de forma cíclica y repetida, a la vez que creciente. Para que el entrenamiento resulte eficaz es preciso conocer los estímulos precedentes, pues es determinante la aplicación de otros nuevos durante entrenamientos sucesivos.
Carga interna y carga externa
Al hablar del entrenamiento y compararlo con un sistema en su funcionamiento, se ha visto que si se introduce una tarea ésta origina alteraciones y modificaciones dentro del sistema, saliendo finalmente una información.
La tarea asignada es perfectamente conocida: por ejemplo, una serie de ejercicios determinados que, una vez realizados, producen dentro del organismo alteraciones, desajustes y reajustes. Así pues, ha de diferenciarse claramente la tarea que el entrenador asigna al deportista (carga externa) de los efectos que causa dentro del organismo (carga interna) (figura 1.32).
Está claro que lo que debe preocupar fundamentalmente al entrenador es la carga interna que, aunque desconocida en parte, se precisa aproximar cada vez más a su conocimiento mediante la interpretación más afinada y correcta posible de la información que sale del sistema. Para ello existen indicadores conocidos (la frecuencia cardíaca, la hiperventilación, la lactacidemia, etc.).
Figura 1.32. Diferenciación entre carga externa e interna. En el proceso del entrenamiento de alto nivel preocupa prioritariamente la carga interna.
Características de la carga
La carga dentro del entrenamiento deportivo está determinada por componentes y características que la establecen. Comenzando por las últimas, Matveyev (1986) clasifica la carga en dos tipos:
Carga caracterizada por indicadores externos. Representa características cuantitativas que pueden ser evaluables por indicadores externos: duración, número de sesiones, velocidad de ejecución, ritmo, etc.
Carga caracterizada por indicadores internos. Expresa fundamentalmente la movilización de los sistemas funcionales del organismo del deportista cuando realiza un trabajo. Provoca modificaciones en la mayoría de las capacidades (psicológicas, bioquímicas, estructurales, etc.): aumento de la frecuencia cardíaca, de la utilización del oxígeno, de la producción de lactato y su concentración en la sangre, etc.
Tanto los factores externos como los internos deben seguirse con atención porque se complementan a la hora de diseñar el entrenamiento del atleta.
Según Matveyev (1986), la carga de entrenamiento depende simultáneamente de una serie de parámetros que la condicionan:
Parámetros externos.
Modificaciones vegetativas del organismo.
Complejidad coordinativa.
Tensión mental (especialmente emocional).
La carga de entrenamiento está determinada por una serie de aspectos que, según evolucionen, pueden incidir de una manera u otra en el organismo del corredor. Siguiendo a Navarro y Rivas (2001), la carga depende de los siguientes aspectos: naturaleza, magnitud, duración, orientación y organización. Estos aspectos o características se estiman adecuados para los objetivos de este libro, por lo que se utilizarán muy frecuentemente (figura 1.33).
Figura 1.33. Características de la carga de entrenamiento. Navarro y Rivas (2001).
Naturaleza de la carga
Se refiere al objetivo al que se dirige y que se pretende entrenar. A su vez viene determinada por dos aspectos: especificidad y potencial.
Especificidad de la carga
Ante la aplicación de una carga siempre se producen reacciones en dos direcciones:
General: mediante reacciones distintas en la mayoría de los sistemas.
Específica: mediante reacciones de sistemas concretos y en una dirección concreta.
El rendimiento del deportista especializado en resistencia es muy específico. Ante la necesidad de adaptaciones, igualmente específicas, es preciso que las cargas aplicadas sean en su mayoría específicas igualmente, de modo que las reacciones y adaptaciones de órganos y sistemas funcionales se especialicen en aquello para lo que se entrena. El carácter prioritario de la especificidad de las cargas no implica siempre que deban ser entrenables. Dependiendo del objetivo, pueden ser específicas para desarrollar capacidades o para acelerar y favorecer los procesos de recuperación.
Para que realmente se cumpla la condición de especificidad, el entrenador debe tener presentes tres requisitos al aplicar las cargas:
Tener claro el efecto que producirán (salida del sistema).
Determinar el tiempo que durarán las adaptaciones a estas cargas para introducir cargas sucesivas y seguir produciendo adaptaciones.
Determinar el tiempo de saturación a partir del cual ya no se producirán más adaptaciones (reserva de adaptación).
Potencial de la carga
Supone la manera en la cual la carga hace que varíe la condición del deportista. Sus posibilidades de adaptación tienen un límite por encima del cual ya no se producen adaptaciones y ha de ser conocido por el entrenador con la mayor aproximación, ya que en el momento en el que se llegue a la posibilidad de seguir introduciendo cargas en la misma dirección, se causará solamente fatiga, no adaptaciones.
Puede suceder que algunas cargas específicas hayan provocado adaptaciones que pudieran haber llegado al límite de las reservas adaptativas en alguna dirección o en algún sistema u órgano. Si el entrenador se encuentra en condiciones de identificar estos límites, podrá proseguir introduciendo cargas con otras orientaciones y así continuar con la progresión en el rendimiento de su deportista. Es bastante frecuente encontrarse con situaciones en las que el deportista, tras varios años de entrenamiento, ha llegado a su límite de adaptación de procesos aeróbicos. Si se siguen introduciendo cargas con objetivos exclusivamente aeróbicos, se convertirían en ineficaces y supondrían únicamente pérdida de tiempo y energía. Por el contrario, si en esta situación el entrenador es consciente de la saturación, podrá redirigir las cargas entrenables para obtener rendimiento en otra dirección (por ejemplo la fuerza, o la estimulación de procesos anaeróbicos), lo que le permitirá proseguir la mejora de las prestaciones (figura 1.34).
Figura 1.34. Ejemplo de saturación y posibilidades adaptativas. La capacidad A ha llegado al límite de la reserva de adaptación actual, por lo que la posibilidad de seguir incidiendo con cargas en esta dirección resulta inútil. En cambio, aún existe la posibilidad de introducir cargas en las direcciones B y C.
Magnitud de la carga
Se refiere al aspecto cuantitativo y cualitativo. A su vez, viene deter-minada por: volumen, intensidad y densidad de la carga.
El volumen de la carga
“Define principalmente el aspecto cuantitativo del estímulo de entrenamiento” (Verkhoshansky, 1990). Se refiere fundamentalmente a la cantidad total de trabajo realizado al margen del tiempo invertido en el proceso (García-Verdugo y Navarro, 2003).
Cuando aumenta la duración del entrenamiento, la relación existente entre riesgo y beneficio supone un punto de interés para entrenador y deportista. El incremento de la duración del ejercicio sitúa al deportista ante un riesgo más elevado de sobreentrenamiento. La tendencia más extendida entre los entrenadores que tienen en sus manos la preparación de deportistas de resistencia consiste en elevar paulatinamente el volumen de trabajo, pero este aumento no siempre conlleva efectos adaptativos beneficiosos para el rendimiento del deportista.
La magnitud del volumen de la carga de entrenamiento es la magnitud global del trabajo en todos sus grados de incidencia y orientaciones. Se puede distinguir entre:
Volumen total. Se refiere a la cantidad de carga, específica o general, que se introduce en una unidad de entrenamiento. Por ejemplo, si se refiere al entrenamiento de un mediofondista, un volumen total semanal sería 130 km, sin especificar si dichos kilómetros han sido realizados merced a procesos aeróbicos o anaeróbicos.
Volumen parcial. Supone la cantidad de carga con unos objetivos determinados. Referido al ejemplo anterior, se puede especificar sobre los 130 km que 100 corresponderían a trabajo aeróbico y los 30 restantes a trabajo anaeróbico.
Como ejemplo, el volumen de la carga en el entrenamiento del deportista de resistencia depende fundamentalmente de la variación de parámetros relacionados con cualquier estructura del entrenamiento: sesión, microciclo, mesociclo, etc. Estos parámetros pueden variar por separado o en combinación. Los más determinantes son los siguientes:
Número total de ejercicios.
Número de repeticiones.
Número de series.
Número de sesiones, microciclos, etc.
Número de kilómetros recorridos.
Tiempo total de trabajo realizado.
Posibilidades de progresión
El aumento del volumen permite a priori la mejora del rendimiento para todas las modalidades de deportes de resistencia, pero este hecho no se produce siempre. Existe un límite a partir del cual ese aumento puede ir en detrimento de la intensidad, lo que puede conllevar menor especificidad del entrenamiento y, como consecuencia, la pérdida de rendimiento. En caso de que el entrenador necesite incrementar el volumen de las cargas, puede hacerlo en diferentes direcciones, de forma aislada o en conjunto, aumentando:
El número de actividades, tareas, etc.
El número de repeticiones.
El número de series.
El número de sesiones.
El número de kilómetros realizados (en deportes cíclicos con desplazamiento).
El tiempo de trabajo.
La intensidad de la carga
“Es el nivel de rendimiento requerido a un sujeto con relación a su capacidad potencial máxima en las mismas condiciones” (Manno, 1991). Supone la repercusión real que desajusta al organismo, en su conjunto o a alguno de sus sistemas, para producir adaptaciones específicas. Hace referencia a la calidad del entrenamiento y resulta el componente que determina, de forma predominante, la especificidad del estímulo que produce el mayor rendimiento deportivo (García-Verdugo y Navarro, 2003).
La intensidad, al menos en lo que a la resistencia se refiere, puede considerarse la variable más importante en la prescripción del entrenamiento, pues el resto de las variables dependen de ella. Cuando la intensidad aumenta, la duración del entrenamiento tiende a hacerse más corta; en cambio, cuando se ve reducida, puede prolongarse el volumen. Generalmente la intensidad tiene más influencia en el rendimiento y, si no se abusa en su volumen, el deportista corre menor riesgo de sobreentrenamiento.
Para poder ser utilizada en la programación y el diseño del entrenamiento, la intensidad suele venir expresada en porcentajes del máximo de posibilidades de carga, en cualquier objetivo, y regula una serie de componentes, como el potencial del entrenamiento o la magnitud de la fuerza aplicada. Si se la relaciona con el entrenamiento de resistencia, la intensidad puede venir asociada preferentemente con los siguientes parámetros:
Porcentaje de O2máx.
Nivel de lactacidemia (concentración de lactato en la sangre).
Deuda de O2 acumulada.
Velocidad de desplazamiento (en caso de tratarse de carreras).
Incidencia metabólica predominante en la producción, el consumo y la obtención de energía.
Niveles de intensidad de entrenamiento
La intensidad debe ir variando a lo largo de los diferentes períodos en toda programación de entrenamiento. Si se refiere concretamente al entrenamiento de resistencia, las referencias más utilizadas son aquellas que relacionan el esfuerzo con los procesos metabólicos que se tratan más adelante.
Posibilidades de progresión de las cargas en función de la intensidad
La intensidad de las cargas es susceptible de aumentarse mediante una elevación de la potencia del ejercicio, lo que resulta factible mediante el incremento del porcentaje del máximo posible en un momento determinado. Si la carga se relaciona con el entrenamiento de resistencia, las posibilidades de elevar la intensidad pueden ser las siguientes:
Aumentando el porcentaje de O2máx. durante el ejercicio.
Provocando un aumento del nivel de lactacidemia.
Causando un incremento de la deuda de O2 acumulada.
Elevando la velocidad de desplazamiento durante la carrera, o, lo que es lo mismo, disminuyendo el tiempo invertido en recorrer un espacio determinado.
Subiendo de nivel de incidencia metabólica de obtención de energía para un ejercicio concreto, es decir, implicando más el meta-bolismo anaeróbico.
Para poder diseñar un entrenamiento correcto, uno de los principales problemas que se le plantean al entrenador pasa por la posibilidad de determinar la intensidad de la carga que se debe aplicar en cada momento. Al respecto, Gorostiaga, Ibáñez y L. Calbet (2002) establecen tres criterios útiles que se adecúan con mucha aproximación a las necesidades del entrenamiento de resistencia:
Definir la intensidad relativa del ejercicio en forma del porcentaje de la velocidad o potencia máxima que previamente ha alcanzado el atleta en una prueba máxima (test o competición).
Definir la intensidad relativa del ejercicio en función del porcentaje de la velocidad mínima a la que se alcanza el O2máx. A este término se le conoce como “velocidad aeróbica máxima”, y se trata más adelante.
Definir la intensidad del ejercicio en porcentaje de la velocidad o potencia en la que se alcanza el umbral anaeróbico individual (también se especifica más adelante).
La densidad de la carga
“Tiene que ver con la relación temporal entre esfuerzo y descanso en la unidad del entrenamiento” (Grosser et al., 1989).
Manno (1991) define la densidad del entrenamiento como “la relación entre el tiempo de trabajo y el de recuperación dentro de una deter-minada unidad o un ciclo de entrenamiento”.
Se refiere fundamentalmente al total de entrenamiento realizado en unidad de tiempo. La progresión de este componente puede hacerse siguiendo una o varias de las siguientes pautas:
Disminuyendo los períodos de recuperación entre repeticiones (micropausas).
Bajando los períodos de recuperación entre las series (macropausas).
Disminuyendo los intervalos entre sesiones.
Aumentando el número de ejercicios por sesión.
Incrementando el número de repeticiones por sesión.
Aumentando el número de series por microciclo o sesión.
Combinando una o varias de las posibilidades anteriores conjuntamente.
En la figura 1.35 se expone un ejemplo gráfico de progresión de los parámetros de volumen, intensidad y densidad.
En la realidad del entrenamiento los tres parámetros (volumen, intensidad y densidad) se hallan estrechamente relacionados ya que toda carga viene referida a cada uno. Por ejemplo, una carga de tres repeticiones de 500 m (1.500 m de volumen) realizados en un tiempo de 1 min y 10 s (intensidad) y con una recuperación de 4 min (densidad) hace referencia a dichos parámetros.
Figura 1.35. Ejemplo representativo de variaciones entre los parámetros de la carga. (A): carga inicial: dos series de cinco repeticiones. (B): aumento del volumen: tres series de cinco repeticiones idénticas a las anteriores. (C): incremento de la densidad: las mismas series pero con reducción de recuperación entre repeticiones. (D): elevación de la intensidad: se mantienen el volumen y la densidad pero las repeticiones se hacen a mayor potencia (más rápidas si se trata de entrenamiento de carrera). García-Verdugo y Navarro (2003). Modificado.
Cuando se plantea el entrenamiento con cierto rigor nunca pueden separarse el volumen, la intensidad y la densidad. Hace unas décadas, cuando se comenzó a hablar de la cuantificación del entrenamiento de corredores de resistencia, en la Escuela Finlandesa de Medio Fondo y Fondo (en la década de los 70) el control se basaba prioritariamente en el número de kilómetros realizados en los diferentes períodos. Así, se hablaba de más de 170 km semanales como entrenamiento para un corredor de medio fondo o más de 230 para un corredor de maratón. Hoy día este método de control resulta insuficiente. Este volumen, para que sea realmente determinante y definidor de la carga, hay que relacionarlo con la intensidad y la densidad.
Duración de la carga
La determina el período de influencia de un estresor determinado y el tiempo en el que se aplican unas cargas con la misma orientación (Navarro y Rivas, 2001). Sobre la duración de la carga también existe un límite a partir del cual el entrenamiento se vuelve inútil (Verkhoshansky, 1990). Un determinado atleta podrá realizar un número de kilómetros a una intensidad determinada, pero una vez llegado a un límite, si pretende proseguir el esfuerzo, no le será posible efectuarlo con la misma intensidad y se verá obligado a disminuir la velocidad de desplazamiento o, lo que es lo mismo, a bajar la intensidad.
Es muy importante que el entrenador sea capaz de determinar el límite en el cual el deportista no puede proseguir el esfuerzo a la misma intensidad. Esto le servirá también para programar objetivos de entrenamiento. Si, por ejemplo, en un momento determinado el atleta es capaz de mantener una intensidad equivalente al consumo máximo de oxígeno (O2máx.) durante 5 min a través del entrenamiento específico, al cabo de un tiempo podrá conseguir que su atleta pueda mantener dicho consumo más allá de los 7 min.
En referencia a la duración de la carga, Navarro y Rivas (2001) establecen unas pautas que se consideran muy interesantes y que se han adaptado para adecuarlas al entrenamiento de resistencia:
La fuerza muscular absoluta expresa un crecimiento lineal hasta que se llega a un límite de tiempo a partir del cual se produce una disminución. Esto conlleva que, llegado un momento, se habrá saturado la posibilidad de crecimiento de esta capacidad. A partir de aquí, el entrenador deberá introducir solamente cargas específicas de mantenimiento en esta dirección y utilizar la mayor parte de las energías para producir adaptaciones en otras direcciones y con otros objetivos.
Las cargas de incidencia aeróbica provocan durante un mes un aumento sustancial de los índices de rendimiento aeróbico, pero si se prosigue prolongando en el tiempo la aplicación de cargas similares, no crecen los índices de esta capacidad. En este caso se producen únicamente efectos de mantenimiento.
Orientación de la carga
Viene definida por la capacidad objetivo a la que es dirigida, sea cual sea el plano en el que actúa (funcional, fisiológico, psicológico, etc.). Puede ser selectiva o compleja.
Selectividad de la carga
Se entiende que una carga es selectiva cuando se dirige exclusivamente a un sistema funcional determinado. Se diferencia de la carga específica en que ésta se dirige a un sistema determinado pero, a su vez, con un objetivo concreto. Por ejemplo, una carga selectiva es la dirigida a mejorar la resistencia aeróbica con el objetivo únicamente de mejorar los procesos metabólicos, mientras que la específica iría dirigida a mejorar la resistencia aeróbica en la carrera.
Figura 1.36. Diferencia de efectos entre cargas selectivas (1) y cargas complejas (2): ante la carga selectiva (CS), el estímulo se dirige a un solo sistema (S) y la adaptación producida (A) es grande; en cambio, ante una carga compleja (CC), el estímulo se diluye en varios sistemas (S1…S4) provocando varias adaptaciones menores (A1…A4), que pueden no ser suficientes para mejorar el rendimiento de resistencia a alto nivel.
Complejidad de la carga
La carga introducida en un entrenamiento puede ir dirigida hacia varios sistemas y capacidades al unísono. En este caso las adaptaciones se producirán en varias direcciones. Esto supone un hecho que el entrenador debe tener en cuenta por el problema de la dispersión que acarrea: si la carga es selectiva y se dirige exclusivamente a un objetivo determinado, producirá una adaptación concreta y suficiente, mientras que si se diluye en varias direcciones, las adaptaciones, sobre todo cuando se trata del alto rendimiento, podrían no producirse o ser tan pequeñas que no mejorarían el rendimiento del atleta (figura 1.36).
Organización de la carga
Consiste en la sistematización de su aplicación durante un período de tiempo dado y con el fin de lograr un efecto acumulativo con cargas de diferente orientación dependiendo de la secuencialización e inter-conexión y de la temporalización (figura 1.37).
Figura 1.37. Representación gráfica de diferentes efectos adaptativos (A) tras la combinación de cargas (C1 y C2) que interconexionan en los distintos períodos de la temporada. Se puede apreciar que aquello que podría ser válido en el período preparatorio puede resultar negativo en los períodos precompetitivo y competitivo.
Secuencialización e interconexión de las cargas
Las cargas deben combinarse de forma correcta. Cuando tienen direcciones y objetivos diferentes, puede suceder que al interconexionarse entre ellas los efectos adaptativos que produzcan simultáneamente lleguen a tener diferentes efectos. Éstos deben ser conocidos por el entrenador; de lo contrario, una gran parte del trabajo podría convertirse en ineficaz o incluso en negativo. Estos efectos pueden ser de tres tipos:
Efectos positivos, potenciadores. Se producen cuando dos o más cargas administradas simultáneamente o muy próximas en el tiempo producen adaptaciones superiores a las que podrían causar en el caso de administrarse de forma separada.
Efectos negativos. Se dan cuando al administrar dos o más cargas, igualmente de forma simultánea o muy próximas en el tiempo, las adaptaciones que provocan son menores que las que producirían de haberse administrado de forma aislada.
Efectos neutros. Puede suceder igualmente que, en ciertos casos en los que se administran cargas de diferente dirección, de forma simultánea o muy próximas en el tiempo, los efectos adaptativos originados no varíen respecto a los que se producirían si las mismas cargas se hubiesen administrado de forma independiente.
Temporalización de las cargas
No existen cargas buenas o malas, sino cargas que cumplen objetivos predeterminados o que no los cumplen. Una misma carga en un momento determinado puede cubrir objetivos de adaptaciones necesarias y en otro momento puede resultar ineficaz o incluso negativa. El hecho de que una carga sea entrenable o no puede depender del momento de la periodización en el que se aplique. Si un deportista se encuentra en una fase en la cual su objetivo es adquirir la base que le permita posteriormente ser capaz de tolerar altas cargas para mejorar la resistencia aeróbica, la aplicación de cargas de kilometraje extensivo a intensidades medias puede resultar eficaz. Por el contrario, si se encuentra en período específico o precompetitivo, esa misma carga puede servir solamente como mantenimiento o incluso, en el caso de abusar de ella, podría producir adaptaciones negativas que deberían evitarse (figura 1.37).
Recuperación y regeneración: utilidad en los procesos adaptativos
La recuperación del esfuerzo se considera, junto con la carga, uno de los dos pilares de la adaptación. La recuperación permite al organismo el restablecimiento de los niveles perdidos tras el esfuerzo y la producción de los efectos adaptativos.
En función del tiempo de aparición de estos efectos, se pueden establecer varios tipos:
Recuperación operativa (momentánea). Se refiere a todos los procesos que garantizan la restitución de los mecanismos energéticos tanto del metabolismo aeróbico como del anaeróbico. Se produce inmediatamente después del ejercicio (Zhelyazkov, 2001).
Recuperación inmediata. Ocurre después de terminar el entrenamiento. Se centra especialmente en la eliminación de productos residuales y en la recuperación de las pérdidas de energía mediante el rellenado de sustratos. Generalmente se limita a las 2 h aproximadamente después de haber finalizado el entrenamiento. Esta fase de recuperación coincide con la descrita de Platonov (1991), quien la denomina “fase de vuelta a la homeostasis”.
Recuperación retardada. Durante este proceso se recuperan definitivamente las reservas energéticas y se efectúan los procesos anabólicos. En ella aparece también la resíntesis de proteínas y se producen las adaptaciones. Ha sido denominada con otros tér-minos como “fase constructora” (Platonov, 1991).
Acelerar y favorecer los procesos regeneradores de la fatiga es vital para la mejora de las prestaciones del deportista, tanto en lo que se refiere a la intensidad del entrenamiento como a la cantidad o la densidad. Cualquiera de dichos componentes se ven potenciados si se puede acortar el tiempo de permanencia de la fatiga o acelerar el proceso de su desaparición.
Los procesos de recuperación no son iguales para todos los sistemas, ya que unos precisan más tiempo (heterocronismo) y energía que otros para restablecerse, a lo que hay que añadir las circunstancias relativas a la dirección del esfuerzo. Por lo tanto, debe tenerse presente que un deportista puede haber recuperado perfectamente las pulsaciones, mientras que otras partes de su organismo pueden no estar aún dispuestas para realizar un nuevo esfuerzo. Para solucionar este problema, existe la posibilidad de realizar una recuperación activa que impida el descenso tan rápido de esa frecuencia cardíaca y posibilite que otros sistemas (muscular, metabólico, nervioso, etc.) se restauren para permitir un nuevo esfuerzo.
Las facultades de recuperación se potencian mediante el entrenamiento de resistencia, por lo que ciertos indicadores de dicha recuperación (descenso de la frecuencia cardíaca, tiempo de eliminación de lactacidemia, etc.) pueden resultar muy útiles como indicadores del estado de entrenamiento. “Solamente el conocimiento de los procesos de recuperación y esencialmente los procesos de restauración y super-compensación permiten prever, de forma racional, la estructura del proceso de entrenamiento” (Platonov, 1991).
Existen muchos medios y procedimientos de recuperación que no son objetivo de este libro, por lo que únicamente se citan algunos de los que pueden resultar más útiles para el entrenador y que pueden aplicarse de forma sencilla:
El sueño
Se considera el medio natural imprescindible y a su vez más efectivo para acelerar y favorecer la recuperación según la mayoría de los autores. Es, a la vez que sano, reparador por excelencia y se caracteriza, entre otras cosas, por su rapidez y profundidad en la conciliación. Durante el sueño se extiende una acción de inhibición protectora en el córtex cerebral que acelera la regeneración de las células gracias a la eliminación de residuos del metabolismo del cerebro, lo que protege del cansancio (Weineck, 1988).
Durante el sueño aumenta la secreción de somatotropina (hormona del crecimiento), que en el deportista se considera esencial para la regeneración celular. Ante un sueño escaso y poco profundo, se atenúa la secreción de esta hormona, con lo que el proceso de regeneración se ve muy perjudicado.
Existen otros muchos medios que favorecen la recuperación y que pueden ser utilizados directamente por el deportista o por profesionales de apoyo (como el masajista, el fisioterapeuta, etc.), pero dado que no es objetivo de este libro, sólo se citan aquí algunos de los más comunes:
Medios físicos: calentamiento, utilización de baños con agua fría, contrastes frío-calor, vuelta a la calma, masajes, sauna, etc.
Medios fisiológicos: especialmente una correcta dosificación del binomio trabajo-descanso.
Medios ergo-nutricionales: aplicación de sustancias ergogénicas, entre ellas, tal vez la más importante consiste en la restauración hídrica.
En resumen, se puede decir que la aplicación de medios de recuperación adecuada favorece y acelera los procesos de recuperación, acorta el tiempo de aparición de las adaptaciones y ahorra cantidad de energía, lo que en sí supone un elemento potenciador del proceso de entrenamiento (figura 1.38).
Figura 1.38. Diferencia de procesos de adaptación ante una misma carga: 1) con aplicación de medios de recuperación añadidos; 2) con la utilización de la recuperación exclusivamente de descanso.
El control del entrenamiento: aplicación al entrenamiento de resistencia
Para que el entrenamiento de resistencia cumpla sus objetivos es preciso que el entrenador tenga conocimiento, por un lado, de las cargas que va a aplicar y, por otro, de los tiempos que precisa el organismo para restablecer todas las pérdidas originadas por dichas cargas. Esto implica una evaluación continua, con la consiguiente retroalimentación, a través de la cual se van comprobando las adaptaciones del atleta y su estado de entrenamiento.
Siguiendo las recomendaciones de Gorostiaga, Ibáñez y L. Calvet (2002), es importante distinguir entre los conceptos de “medición” y “evaluación”. Dichos autores definen la medición como “el proceso por el cual se recoge la información cuantitativa y cualitativa”, mientras que la evaluación se entiende como “el proceso que utiliza esas mediciones para emitir un juicio de valor y adoptar decisiones”.
El control del entrenamiento pasa por tres pasos correlativos:
Medición: se emplean pruebas muy variadas, desde la mera observación hasta otras más sofisticadas de carácter científico. Todas estas pruebas originan datos objetivos y subjetivos.
Evaluación: los datos obtenidos en las diferentes mediciones son procesados por el propio entrenador o algún miembro del equipo, que emiten el juicio de valor correspondiente y adoptan las decisiones.
Actuación: una vez tomadas las decisiones se procede a ejecutarlas. Las acciones van encaminadas hacia la corrección, la modificación de las cargas que se van a aplicar, etc.
Dado que el segundo y tercer punto dependen directamente del entrenador, se considera prioritario la obtención de los datos correspondientes a las mediciones; los otros dos están condicionados a que éstas faciliten la mayor información posible. La información recogida debe ser concreta y sencilla para que pueda ser interpretada y procesada.
La mayor dificultad por la que pasan estos controles estriba en la obtención de los datos precisos que puedan encontrar relaciones que armonicen las características de las cargas introducidas: magnitud, duración, orientación, naturaleza y organización.
La evaluación y el control continuo del entrenamiento aportan al entrenador un conocimiento actualizado sobre el desarrollo real del deportista. El control pasa por muchos aspectos que no pueden ser aislados porque todos se complementan y superponen: resultados en competiciones principales o secundarias, comportamiento del atleta en la competición, control de la fatiga, comparación cuantificada del entrenamiento realizado con el programado, etc. Todos deben facilitar al entrenador la posibilidad de detectar las causas de estancamientos o retrocesos, en el caso de que aparezcan, para que se pueda corregir y reconducir el proceso de entrenamiento en períodos sucesivos.
La observación cobra un papel protagonista entre todos los métodos de control. Este procedimiento facilita una retroalimentación constante y sistemática (véase la teoría de sistemas en este mismo capítulo) que permite evaluar en cada momento la eficacia del proceso.
Castillo y Gutiérrez (2000) hablan sobre el proceso de control del entrenamiento, en el que recomiendan la monitorización fisiológica mediante la anotación de todos los parámetros y las observaciones que determinen el rendimiento, y distinguen a su vez dos tipos de parámetros:
Integrados. Se realizan dos o tres veces por temporada: dan lectura a situaciones de forma genérica y responden a procesos largos de adaptación (Vo2máx., umbrales, etc.).
Puntuales. Se hacen con mayor frecuencia: observación de la frecuencia cardíaca, tiempos invertidos en las repeticiones, niveles de lactacidemia, observaciones subjetivas, etc.
Todos los datos y las observaciones deben considerarse ya que esto ayuda mucho al entrenador, siempre que sea capaz de interpretarlos y procesarlos para sacar conclusiones y efectuar comparaciones, sobre todo en sentido longitudinal (referente a la evolución del entrenamiento del propio deportista) (figura 1.39). Igualmente, se pueden incluir otros parámetros que permitan observar durante las sesiones de entrenamiento, por ejemplo, la dinámica de la frecuencia cardíaca, lo que posibilita igualmente hacerse una idea más clara acerca de la carga interna que ha supuesto un trabajo determinado (figura 1.40).
Figura 1.39. Ejemplo de control de entrenamiento correspondiente a una sesión de una corredora de 800 m. El control está realizado con una hoja de cálculo en la cual se incluyen comentarios en los que se anotan tiempos, recuperaciones, frecuencia cardíaca, así como comentarios personales, lo que permite establecer comparaciones. Datos obtenidos con el programa informático: Planificación y control del entrenamiento de corredores. García-Verdugo (2001). Gymnos. Madrid.
Figura 1. 40. Imagen correspondiente a un trabajo de tres circuitos de resistencia de fuerza (a la derecha) de una corredora de 800 m.
Vollmer (1995) establece una clasificación de medios de control del entrenamiento que se considera que puede adecuarse a las necesidades del entrenamiento de resistencia, por lo que, en parte, se han adaptado a este fin:
Medios de control.
Pruebas fisiológicas.
Pruebas físicas y técnicas:
Controles realizados en competición.
Control de las cargas realizadas.
Observación directa:
En entrenamiento.
En competición.
Medios de control
Para estructurar eficazmente el entrenamiento es necesario poder evaluar, con la mayor aproximación, el efecto que producen las cargas. Para ello, siguiendo al autor, se distinguen dos tipos de métodos de control:
Métodos directos. Atañen a los aspectos de la conducta motriz. Deben tener un efecto positivo sobre el proceso de entrenamiento y, al mismo tiempo, en las competiciones. El deportista ha de tener una información real sobre su propio progreso y la calidad de su entrenamiento; de esta forma, conocerá mejor sus puntos fuertes y sus limitaciones y tendrá la posibilidad de comparar con otros deportistas de referencia. Los controles resultan esenciales para poder individualizar el entrenamiento y seguir de forma fehaciente la evolución del propio atleta. A su vez, deben ser aplicados de la manera más exacta y rigurosa posible con el fin de garantizar el interés del atleta y entrenador, por lo que es interesante que midan la mayor cantidad de indicadores, tanto internos como externos.
Métodos indirectos. Suponen una serie de ejercicios estandarizados mediante los que se pretende obtener las informaciones precisas sobre un nivel de rendimiento. Estos ejercicios han de respetar criterios de rigurosidad encaminados al respaldo científico (validez, fiabilidad, objetividad y repetición) (Vollmer, 1995) para que permitan no solamente un estudio comparativo de seguimiento sobre el propio deportista, sino también sobre una población.
Características de las pruebas de control
Las pruebas de control deben reunir unas características concretas para que realmente resulten útiles al entrenador (G. Badillo y Gorostiaga, 1995; Gorostiaga, Ibáñez y L. Calbet, 2002):
Validez. Un test es fiable cuando mide lo que se pretende medir. Si, por ejemplo, se proyecta obtener la velocidad aeróbica máxima, el dato obtenido ha de ser realmente la velocidad aeróbica máxima y no una aproximación.
Fiabilidad. La prueba fiable tiene que ser susceptible de repetición, es decir, si se repite en las mismas condiciones (estado de forma, terreno, hora del día, climatología, etc.), debe dar los mismos resultados.
Precisión. Cuando se trata de medir indicadores que proporciona el organismo humano supone una utopía hablar de precisión, ya que cualquier medición viene determinada por un sinfín de variables que no se comportan de igual manera unas veces u otras. Por lo tanto, es más lógico hablar de máxima aproximación. Las pruebas de control del entrenamiento de resistencia deben alejarse lo máximo posible de la incertidumbre y de la imprecisión. Esto se hace igualmente difícil, ya que la imprecisión determina la diferencia mínima detectable entre dos valores de la variable analizada, que, a su vez, depende de los siguientes puntos (Gorostiaga, Ibáñez y L. Calbet, 2002):
Magnitud que se mide.
Instrumento de medida.
Correcciones.
Procedimiento de medida.
A estos puntos se les debería añadir la imprecisión debida a la subjetividad individual de interpretación.
Especificidad. Guarda importante relación con la validez. Para que sea válido, el test ha de ser específico al mismo tiempo, para lo cual resulta muy importante que se asemeje lo máximo posible a las necesidades del gesto deportivo. Un test realizado a un corredor sobre un tapiz rodante o sobre un cicloergómetro resulta menos fiable que si se hace sobre la pista y sin el aparataje aña-dido.
Objetividad. Existe la objetividad de una prueba si da los mismos valores sea cual sea la persona que obtiene los datos. Si, por ejemplo, se realiza para calcular la velocidad aeróbica máxima de un mediofondista y las mediciones las llevan a cabo diferentes personas al mismo tiempo, la prueba será objetiva si todos los resultados coinciden. En el caso de existir disparidad en las mediciones, debería desecharse.
Sensibilidad. Los test deben ser capaces de distinguir entre distintos niveles de rendimiento. Un test sensible es el que da mucha facilidad para comprobar, por ejemplo, las diferentes intensidades del entrenamiento, la posibilidad de comparar a dos atletas de características similares o, incluso, poder comprobar variaciones en el estado de entrenamiento. No se ha de pasar por alto que un 2% de mejora en una capacidad determinada puede suponer en un atleta la diferencia entre ser un buen deportista y un atleta excepcional. Si el test que se realiza no es lo suficientemente preciso para detectar esa variación del 2%, resulta poco sensible y, por lo tanto, ineficaz para los objetivos determinados.
Interpretabilidad. Cuando una prueba es fácilmente comprensible e interpretable resulta mucho más fiable y la posibilidad de cometer errores disminuye considerablemente, al tiempo que permite poder utilizarla de inmediato.
Respetabilidad. Un test nunca debe ir en contraposición con la ética ni con los derechos humanos del deportista. Por ejemplo, existen religiones que tienen prohibido la extracción de fluidos vitales, como la sangre, lo que implicaría la imposibilidad de realizar pruebas de lactacidemia o análisis de otros parámetros obtenibles con este fluido.
A todas las características citadas por los autores a los que se hace referencia hay que añadir una nueva cuando se trata del entrenamiento de resistencia de alto nivel: el deportista de elite no puede permitirse el lujo de dejar de entrenar para realizar cualquier tipo de test. Si uno que debe ser lo suficientemente frecuente para poder determinar los valores en constante evolución obliga a interrumpir el entrenamiento, por muy fiable y válido que sea, se opone a uno de los principios del entrenamiento más determinantes: el de continuidad. Por ello hay que dar preferencia a las pruebas que, además de medir los indicadores pretendidos, supongan una carga específica óptima para que el organismo no interrumpa la obtención de adaptaciones sucesivas; de lo contrario, podría caerse en la paradoja de que el hecho de medir y comprobar las adaptaciones provoque al mismo tiempo desadaptaciones.
La representación gráfica de las cargas posibilita hacerse una idea del proceso. En la bibliografía existen varias formas de representarlas. El entrenador tiene por lo tanto muchas posibilidades y debe ser él quien elija las más adecuadas en cada momento. Al respecto solamente cabe una recomendación: que utilice siempre el mismo criterio. Se puede decir, de forma un tanto simplificada, que el peor criterio no es un criterio malo, sino la ausencia de criterio.
Para representar gráficamente la carga se pueden utilizar barras, curvas, áreas, etc. Igualmente se puede representar dicha carga por su duración, el número de kilómetros recorridos, etc. (figuras 1.41-1.44).
Con el fin de simplificar, se pueden clasificar las posibilidades de control del entrenamiento y de la carga en dos grandes apartados: pruebas científico-médicas y medios de observación directa. Aún está por aparecer un medio o procedimiento capaz de indicar al entrenador la realidad de esa relación entre el tipo de carga que hay que aplicar y el tiempo de recuperación. Por lo tanto, todas tienen sus puntos positivos, que ayudan a aproximarse en una parte a esa relación y sus puntos oscuros o negativos, que hacen que se puedan poner en cuestión, al menos parcialmente.
Figura 1.41. Ejemplo del trabajo programado para la temporada 2001-2002 de una corredora de 800 m. Datos obtenidos con el programa informático Planificación y control del entrenamiento de corredores. García-Verdugo (2001). Gymnos.
Figura 1.42. Ejemplo del trabajo realizado por la misma corredora durante la temporada 2001-2002. Datos obtenidos con el programa informático Planificación y control del entrenamiento de corredores. García-Verdugo (2001). Gymnos.
Figura 1.43. Ejemplo de gráfica comparativa entre el trabajo programado y el realizado, expresado en kilómetros de carrera, para la misma corredora, durante la temporada 2001-2002. Los parámetros han sido cuantificados de forma automática en tiempo de trabajo total de cada mesociclo. Datos obtenidos con el programa informático Planificación y control del entrenamiento de corredores. García-Verdugo (2001). Gymnos.
Figura 1.44. Ejemplo de gráfica comparativa entre el trabajo programado y el realizado de fuerza para la misma corredora durante la temporada 2001-2002. Los parámetros han sido cuantificados de forma automática en tiempo de trabajo total de cada mesociclo. Datos obtenidos con el programa informático Planificación y control del entrenamiento de corredores. García-Verdugo (2001). Gymnos.
La forma deportiva
El entrenamiento tiene como uno de sus objetivos prioritarios lograr que el atleta obtenga el máximo rendimiento en el momento que coin-ciden las competiciones más importantes. En este momento de máximas prestaciones se dice que el atleta ha alcanzado la “forma deportiva”.
Matveyev (1977) la define como “un estado de capacidad de rendimiento óptimo que el deportista alcanza en cada fase de desarrollo deportivo y gracias a una formación adecuada”.
Según Zhelyazkov (2001), uno de los objetivos principales en el proceso de entrenamiento de resistencia consiste en hacer coincidir el máximo rendimiento en momentos puntuales, lo cual pasa por dos direcciones:
El aumento máximo de las capacidades funcionales o, lo que es lo mismo, la máxima aproximación a la reserva de adaptación.
Ser capaz de la mayor manifestación de estas capacidades, coin-cidiendo en el tiempo con los momentos de las grandes competiciones.
La conjugación de ambas direcciones resulta un tanto compleja. En la práctica se pueden ver muchos casos de deportistas, incluso de muy alto nivel, que llegan a las grandes competiciones sin haber desarrollado en su plenitud las capacidades funcionales que determinan su rendimiento debido, la mayor parte de las veces, a un entrenamiento deficiente, bien por defecto (falta de adaptaciones), bien por exceso (fatiga crónica).
En la actualidad el concepto de forma deportiva resulta controvertido porque, según han venido evolucionando los tiempos y las necesidades, ya no son suficientes las afirmaciones que se hacían tan sólo hace unos años.
Los deportistas de alto rendimiento se ven sujetos a lo largo de la temporada a prolongados períodos de entrenamiento con un alto volumen de cargas. En ellos el organismo se ve sometido a prolongadas y profundas alteraciones de la homeostasis y a prolongados períodos de bajadas de rendimiento. En estos momentos sería más correcto hablar de “falta” de forma deportiva que de “bajada” de la forma deportiva.
La forma deportiva supone la consecuencia de los grados de adaptación que el organismo alcanza mediante el proceso de utilización de cargas específicas, aplicadas con el criterio que permite la supercompensación de todas las capacidades en un momento determinado y coincidiendo la mayoría de ellas en el tiempo.
Para lograr la forma deportiva en el momento preciso es necesario un conocimiento exhaustivo del atleta. Al respecto García Manso, Navarro y Ruiz (1996) distinguen de forma generalizada dos tipos de atletas, cada uno con unas características diferenciadas:
Tipo simpaticotónico: alcanza muy rápidamente la forma deportiva pero, igualmente, es incapaz de estabilizarla y mantenerla durante un período largo de tiempo.
Tipo vagotónico: le cuesta más alcanzar la forma deportiva. Ésta asciende mediante un proceso más lento pero, una vez alcanzada, puede estabilizarla y mantenerla durante más tiempo.
Zhelyazkov (2001), tras estudiar más de 7.800 casos de deportistas durante los años 1975 y 1997, estableció una serie de aspectos que reúne la forma deportiva:
Es un estado que refleja un proceso generalizado de adaptación biológica y social integradas que pasa por dos niveles:
El primer nivel se caracteriza por los índices estables del proceso de entrenamiento como base natural de la forma deportiva. Se trata de componentes resistentes que se forman merced a adaptaciones crónicas y durante largos períodos de tiempo.
El segundo nivel destaca por una marcada selectividad de los procesos adaptativos (especialización). Se trata de componentes relativamente estables que se forman mediante grandes ciclos de preparación y procesos que producen momentos de exaltación en los que el deportista es capaz de sacar a relucir su máximo rendimiento.
Supone una nueva condición cualitativa del estado de entrenamiento, en el que todos los factores específicos de rendimiento concurren en su máxima expresión.
Su criterio integral lo constituyen los rendimientos deportivos, altos y estables, pero bajo determinadas condiciones. Cuanto más alto es el nivel de cualificación del deportista, menos tiempo tarda de pasar del alto estado de entrenamiento a la forma deportiva.
La forma deportiva resulta un estado no estándar y la conducta de un sistema biosocial, multilateral y polivalente, que intercambia con el entorno sustancia, energía e información y, en determinadas condiciones (con mayor frecuencia estresantes), se desestabiliza y desaparece. Esto determina el carácter fásico (cíclico) de la forma deportiva y su estabilidad relativa, que se confirma con la trayectoria de los deportistas de la elite mundial (Zhelyazkov, 2001).
La obtención de la forma deportiva del deportista de resistencia de alto nivel cada día se hace más difícil. En los tiempos actuales se mueven importantes cantidades de dinero e innumerables intereses a menudo encontrados (comerciales, sociales, políticos, etc.). Ante esta situación, la posibilidad de conseguir un momento óptimo de forma y hacerlo coincidir en el tiempo se puede convertir en un importante problema por la gran cantidad de interferencias que sufre una programación y cuyos conceptos deben evolucionar a gran velocidad, con el propósito de lograr la conjunción entre todos esos intereses y las leyes de la adaptación. Así pues, cada vez son más las causas extradeportivas que pueden provocar, y de hecho provocan, esas bajadas de la forma deportiva que acechan al deportista de alta competición.
La adquisición de la forma deportiva es un tanto complicada, pues los sistemas tienen diferentes ritmos de supercompensación (heterocronismo), lo que hace muy difícil gestionar la administración de todas las cargas (específicas y generales), así como los tiempos de recuperación, para que las supercompensaciones se superpongan y coincidan en su totalidad.
Al menos en lo que al entrenamiento de resistencia se refiere, la forma deportiva no puede coincidir con la exaltación de todas las capacidades, sino con la de las capacidades específicas. Aun así, no resulta sencillo lograr que coincidan en su totalidad. Por todo ello el deportista que logre hacer concurrir durante el período planteado como competitivo la supercompensación con la mayor parte de sus capacidades específicas, consiguiendo igualmente la posibilidad de mantener relativamente altas las supercompensaciones sobre capacidades generales, será el que alcance la mejor forma deportiva.
La forma deportiva del deportista de resistencia pasa por una serie de fases, cada una con unas características que deben ser conocidas por el entrenador:
Fase de acumulación de entrenamiento: se contempla una considerable falta de forma. En ella se soportan grandes cargas de nivel general que provocan mantenidos deterioros de la homeostasis.
Fase ascendente: en ella la mayoría de las capacidades comienzan a supercompensar sus niveles. Al final de la fase anterior y al principio de ésta, se debe cambiar la dirección del entrenamiento estimulando las capacidades específicas mediante cargas igualmente específicas, lo que hará que comience a emerger la forma deportiva para aproximarse a su máxima exaltación al final de esta fase.
Fase de mantenimiento y exaltación: coincide con el momento en el que se producen las más grandes supercompensaciones sobre las capacidades específicas. La concurrencia de éstas hace que se alcance la forma deportiva. Es el momento en el que han de coincidir las competiciones más importantes. La duración de esta fase resulta muy caprichosa y depende del ritmo de adaptación y desadaptación de cada una de las capacidades super-compensadas de forma aislada, así como de las características del deportista. Esta fase, en resumen, se identifica por las siguientes características:
La totalidad de las capacidades generales se mantiene en una zona media alta.
Las capacidades específicas se encuentran en su máxima exaltación y muy próximas entre sí.
Fase descendente: llegado el determinado momento, cada una de las capacidades que estaban exaltadas en la fase anterior comienza a descender su nivel de rendimiento, lo que arrastra hacia la pérdida o el descenso de la forma deportiva y, por lo tanto, el deportista se encuentra en el momento de cambiar de actividad y programar un trabajo de regeneración (período de transición y regeneración).
En la figura 1.45 se expone un esquema del proceso de la forma deportiva de un deporte de resistencia en sus diferentes fases.
Figura 1.45. Fases de la forma deportiva del atleta (línea gruesa). Las curvas de adaptación de las diferentes capacidades se producen de forma irregular, las capacidades específicas (curvas oscuras) se supercompensan en menos tiempo que las generales (curvas claras), pero igualmente pierden los efectos más rápidamente. Por lo tanto, el entrenador deberá ajustarlas al tiempo para que se obtenga la forma deportiva en el momento ideal.
Resumen
Antes de establecer los objetivos generales del entrenamiento de resistencia de alto nivel, tras todo lo visto hasta ahora acerca del entrenamiento en este capítulo, se pueden establecer una serie de reflexiones sobre el entrenamiento:
El comportamiento del deportista no puede ser explicado exclusivamente desde el punto de vista biológico, ya que debe tenerse presente ese gran número de componentes de todo tipo que influyen en las adaptaciones. Como consecuencia, el entrenamiento y la forma deportiva se ven afectadas.
Todavía predominan en ocasiones las formas de entrenamiento tradicionales, tal vez por el miedo al cambio, pero si se pretende ir “más allá” y mejorar el rendimiento del deportista, es preciso dar un paso adelante y asumir que el entrenamiento resulta un proceso muy complejo, que existen interacciones de muchas variables que se producen dentro del sistema y que, pese a no resultar detectables muchas de ellas, hay que tenerlas en cuenta para que no se distorsione el trabajo del entrenador.
El entrenamiento debe ser eminentemente sistemático y científico, sin olvidar un componente de “arte” e intuición que, junto con la experiencia y los conocimientos del entrenador, pasa por diversos procesos basados en la provocación de adaptaciones que tienen su origen en el binomio carga-recuperación.
La carga provoca un estado de fatiga que debe ser controlado para que resulte útil con vistas al cumplimiento de los objetivos. Llegado un límite, se vuelve negativa y perjudicial.
Si todo el proceso se aplica de forma correcta, se logrará que el deportista alcance la forma deportiva en el momento preciso, pese a las interferencias constantemente crecientes y de diversa procedencia que se puedan producir en la programación.
A la vista de los estudios, la metodología y todo lo tratado en este capítulo, se podría afirmar que el entrenamiento de resistencia, en relación con el alto rendimiento de los deportistas de alto nivel, privilegiados genéticamente y con gran capacidad de asimilar entrenamientos, debe dirigirse hacia una progresiva especificidad del trabajo, en detrimento del trabajo de carácter general. Esto, a su vez, implica:
Más intensidad de entrenamiento, sean cuales sean los objetivos de desarrollo.
Reducción de los tiempos de recuperación.
Organización de las cargas bajo directrices cada vez más científicas.
Riguroso control de la fatiga y de la salud.
Mayor favorecimiento de los procesos de regeneración mediante ayudas ergogénicas y medios de recuperación.
Si hubiera que sintetizar los objetivos del entrenamiento para especialidades de resistencia, podrían resumirse en dos muy concretos que comprenden todos los demás a partir de los cuales se pueden ir desarrollando las programaciones. Así pues, se puede decir que debe dirigirse en dos direcciones que se complementan:
Entrenar para competir. Se refiere a todos aquellos trabajos que realmente contribuyen a la mejora de sus prestaciones de cara a la competición, es decir, que mejoran el rendimiento en dicha competición y permiten al deportista alcanzar la forma deportiva.
Entrenar para entrenar. Una parte importante del entrenamiento del deportista de alto nivel está encaminada a lograr el objetivo de dotarle de una base sólida que le posibilite soportar y sobrecompensar los altísimos esfuerzos que le pueden conducir a alcanzar su máximo rendimiento.