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PRÓLOGO A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL
ОглавлениеSiento una gran alegría de que este libro pueda llegar a ustedes en mi idioma a pesar de las circunstancias que atraviesan Argentina y el mundo. Estoy muy agradecida a mi editora Leonora Djament y a Eterna Cadencia por incluirme en la constelación de pensamiento y acción que han forjado a través de los años. Trabajar con Leonora y el equipo editorial me permitió atestiguar la riqueza de las editoriales independientes y su pujante producción de libros como parte de conversaciones vivas y urgentes. Nunca más atinada la frase de Audre Lorde que decía que la poesía –en este caso los libros– no es un lujo. Gracias a Mariano López Seoane por su cuidado e inteligente trabajo de traducción. Contar con él en esta empresa nada fácil me llenó de alegría y me permitió dedicarme a escribir nuevos materiales para esta edición. Por lo mismo, mi gratitud a Cordelia Rizzo, por su trabajo en la traducción de los materiales que fueron la base de mi capítulo sobre Ni Una Menos. Agradezco también a Alejandra Uslenghi, a María Pía López, a Vanina Escales y a Gabriel Giorgi, quienes acompañaron con amor, generosidad y entusiasmo este proceso. Después de muchos años de producción en el mundo anglosajón, abrazo esta oportunidad de dirigirme a lectorxs de habla hispana, recorriendo historias y sucesos compartidos y esperando que lo que aquí ofrezco contribuya a la memoria sobre lo que han dejado los activismos latinoamericanos como guías para los tiempos venideros.
Podríamos decir que este libro comenzó a escribirse en 2001 cuando llegué a Nueva York desde Buenos Aires para estudiar performance. Desde ese momento hasta su publicación en inglés en octubre de 2019 este texto dialogó con muchos contextos: el atentado a las Torres Gemelas, la crisis argentina del 2001, la crisis financiera mundial de 2008, la presidencia de Obama, el surgimiento de Occupy Wall Street y Black Lives Matter, y el ascenso de Trump al poder. Nunca pensé que dentro de la serie de acontecimientos que viviría, personal e intelectualmente, se incluiría una pandemia.
Y aquí estamos, en la era de las videoconferencias, el teletrabajo, la telemedicina, las apps, los zooms y los tutoriales para hacer gimnasia, masa madre, barbijos con medias, y para evitar que se empañen los anteojos. Y también estamos en la era de las clases por WhatsApp, del enfrentarse con la brecha digital, de que el paquete de datos de la compañía de celular determine quién puede estar hoy en la clase y quién no. Y qué hacer con quienes no pueden estar. Y cómo hacer para que el trabajo no invada totalmente la vida y para distribuir los cuidados equitativamente y llegar a aquellxs para quienes #QuedateEnCasa no es el mejor de los escenarios, o directamente no es posible. Con hashtags y textos, y en los mejores casos acciones concretas, hemos acatado las medidas de cautela y prevención del contagio y a la vez pusimos en cuestión la idea de que el COVID-19 nos afecta a todxs por igual. El virus nos ha obligado a una perspectiva interseccional en la que nada de lo que podamos decir sobre él es absoluto, porque no todxs lo vemos ni padecemos de la misma manera. Tanto, que hay protestas y teorías conspirativas y anuncios de vacunas y remedios caseros que circulan como memes transnacionales. Y en muchxs aumenta el terror a un futuro más autoritario. Y lxs más pesimistas, o realistas, dicen que llegó hace rato.
Entre tanto, no solo las redes y la tecnología, sino términos como “sincrónico”, “asincrónico”, “híbrido”, “streaming”, “webinar”, “mutearse”, “live” y “plataforma” son cosa de todos los días. La palabra “performance” (y “performativo” e incluso “performance art”) impregna la opinión pública y la cobertura mediática de la vida política. Para empezar, Trump mismo (más allá de su pasado como figura televisiva) ha sido descripto como un “performance artist”. Muchas veces empiezo mis clases con esto. Es un tema de discusión fascinante ya que mis estudiantes, muchxs artistas, reniegan de esta asociación. Con razón, perciben que “performance art” en esta acepción se asocia a la idea de falsedad e incluso de estafa. No se trata solo de personas histriónicas, de eficacia retórica, sino de embaucadorxs. La palabra “arte” aparece como pericia y para muchxs de sus seguidorxs es justamente esto lo que lxs llevó a votar por esta figura, como quien compra un libro en el que el autor o la autora garantiza su método para tener éxito. En la era del “sálvese quien pueda” no importa la verdad, sino repetir el procedimiento, y hasta la perspectiva y el “buen performance”. Performance en/es la era de la posverdad. En algunos casos se trata de montajes visuales para ocultar la falta de popularidad del mandatario en cuestión durante actos oficiales, una “performance visual” que se revela con contraplanos de plazas vacías. En otros casos, se trata de llevar payasos a las conferencias de prensa como afrenta al cuarto poder, o de participar en exorcismos como gesto de afiliación a una de las comunidades que aseguraron el triunfo. Dentro de las connotaciones negativas se encuentra la noción de “activismo performativo”, que militantes de Black Lives Matter definen como los gestos vacuos de solidaridad, impulsados más por el afán de figurar en la conversación mediática que por un compromiso genuino con la transformación social.
Del otro lado, “performance” como género mismo de protesta ha suscitado públicos entusiastas que devienen “coperformers”. La performance Un violador en tu camino del colectivo Lastesis de Valparaíso es un ejemplo maravilloso de intervención estético-política que se nutre tanto del aquí y ahora coyuntural de la práctica performática como del proceso y la transformación multisituada facilitados por las redes sociales. Esta performance fue realizada por primera vez el 20 de noviembre de 2019 en Valparaíso y luego el 25 de noviembre en la Plaza de Armas de Santiago como parte del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. En menos de tres minutos, a través de su texto, coreografía y vestuario, Un violador… abordó el tema de la violencia sexual como problema social y político. Denunciando la participación directa y la complicidad entre la policía, la justicia y el Estado, esta performance se dirigió al tratamiento de casos de violencia sexual dentro de la cultura de la violación que culpa a las víctimas, y también al contexto de violaciones a los derechos humanos que se dieron durante la “primavera chilena” que comenzó el 18 de octubre de 2019.
Primero en solidaridad con las feministas y el pueblo chileno, y luego enraizadas en sus propios contextos, cientos de reperformances de Un violador… tuvieron lugar en países como Perú, Puerto Rico, México, República Dominicana, Cuba, Turquía, Francia, Alemania y España. Las redes fueron canales de difusión de versiones con idiomas y palabras específicas, e hicieron que la performance permaneciera vigente durante varias semanas y hasta meses. La letra y los pasos se difundieron como texto-imagen-coreografía para su reactivación. Y también quedaron como extractos a enfatizar, e incluso como parte de relatos de sobrevivientes de violencia que circularon en Twitter incluyendo datos de edad, lugar y vestimenta, y aportando así más evidencia para reorientar el foco del problema en los perpetradores y sus propiciadores. Un desarrollo interesante del recorrido transnacional de Un violador… fue cuando Lastesis participaron en Buenos Aires junto a miles de asistentes de la Acción contra el Aborto Clandestino, el 19 de febrero de 2020. Quienes habían sido parte de una coreografía conjunta sin escenario en Valparaíso y Santiago, e instigadoras de cientos de reperformances autogestionadas alrededor del mundo, pronto devinieron estrellas del tipo de Pussy Riot. La performance de escena no dejó por esto de ser una performance participativa, ya que Lastesis facilitaron el ensayo previo de la coreografía que sería parte de un pañuelazo para demandar que vuelva a tratarse la legalización del aborto en el Congreso, proceso que quedó interrumpido por la pandemia.
Un violador… rinde tributo a la imbricación de teoría y práctica. Las autoras reconocieron la influencia de la teórica feminista Rita Segato. De ahí el nombre del colectivo, Lastesis, que acentúa la importancia de la perspectiva teórica para transformar el mundo. El nombre también sugiere que, aunque se busque la verdad, se trata siempre de aproximaciones, de posicionamientos, de propuestas. Quizás aquí radique la diferencia entre las performances de lxs líderes políticxs y las performances contrahegemónicas de quienes toman la palabra, el espacio, los medios. Las primeras apuntan a cultivar y explotar el aspecto espectatorial de la performance, es decir, la creación de públicos y seguidores al modo del flautista de Hamelín. En cambio, como lo demuestran sucesos como el “verano puertorriqueño”, en las performances de revuelta no se trata de apariencias, ni de espectáculo, sino de un hacer conjunto, de un darse ganas, de un compartir la amplia gama de emociones que se transitan en tiempos convulsionados, ensayando de qué se trata la justicia social entendida desde abajo. Con su perreo combativo, su cacerola girl, y sus kayaks y botes para llegar a la casa del gobernador a quien se propusieron deponer, lxs protagonistas de las performances populares de San Juan mostraron que la figura principal no fue Ricky Martin, ni Residente o Bad Bunny; son los pueblos que a través de sus performances se dicen a sí mismos lo que pueden aunque aun no sepan del todo cómo sigue lo que sigue.
“Y ahora que estamos juntas…”, dice Ni Una Menos… ¿Y ahora que no estamos juntxs, qué hacemos? ¿Qué hacemos con los temas pendientes, con las revoluciones en curso, con las revueltas que nos debemos? En este libro, a través de la idea de constelaciones performáticas, muestro que las redes digitales y las performances copresenciales no pueden separarse. No es activismo digital por un lado y protesta en la calle por el otro. No es uno para que se dé la otra. No es uno antes como preparación, luego la otra como evento en sí, y después más de lo anterior como memoria. Aun cuando compartamos el espacio físico de una asamblea cara a cara estamos atravesadxs por lo digital. Y hoy, como vamos descubriendo, lo remoto no quita lo sincrónico y esto no quita lo vital. La memoria en nuestros cuerpos de asambleas, protestas, abrazos se resiste a abandonar nuestro ser en las pantallas.
Sí, ya sé, a veces los recuerdos están solo como anhelo. No podemos esperar más. Y es cierto también que en el presente hablamos de “activismo virtual”, protestas en redes como reemplazo a no poder ir a una marcha de Black Lives Matter o a un pañuelazo que no se hace porque no está permitido. El 24 de marzo subimos fotos de pañuelos blancos con la leyenda “Nunca más” para que el día no se fuera sin el ejercicio de memoria que es esencial, sobre todo en tiempos de negacionismo. Pareciera que los espacios “real” y virtual hoy se separan.
Sin embargo, ese es también el sentido de la performance como base para crear constelaciones, de la acción concertada para aprovechar lo que cada medio tiene para ofrecer, a contrapelo incluso de sus propios términos y del hecho de que en ellos cohabitamos con la policía y las corporaciones y los poderes que se benefician de la desinformación. Hoy, más que nunca, como se ha dicho, hay que ciudadanizar el uso de las redes. La performance, la de abajo hacia arriba, aquí propongo, es un modo de cuidar(nos), de militar como luciérnagas intermitentes, como cuando las mujeres zapatistas preguntaron “¿Qué hiciste con la lucecita que te dimos?”. Aquí propongo una respuesta: hicimos constelaciones de performances.
MARCELA A. FUENTES
Los Ángeles, agosto de 2020