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Pastoral que el Illmo. Sr. Dr. D. Manuel Ignacio Gonzalez del Campillo, dignísimo Obispo de la Puebla de los Angeles, dirige á sus Diocesanos.

Nos, D. Manuel Ignacio Gonzalez del Campillo, por Ja gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica Obispo de la Puebla de los Angeles, del Consejo de S. M. …c. = A todos nuestros amados Diocesanos, salud y paz en nuestro Señor Jesucristo.

En una época tan calamitosa como la presente, lo que faltaba para colmo de nuestra desgracia era una revolucion interior. Esta se ha manifestado, segun los papeles de la superioridad, el dia 15 del que acaba en el pueblo de los Dolores, acaudillada por su Cura D. Miguel Hidalgo y los Capitanes D. Ignacio Allende y D. Juan Aldama. No hay expresiones con que significar bastantemente la temeridad de una empresa tan desatinada, ni la gravedad de los excesos y atentados que han cometido contra sus paisanos y nuestros caros hermanos los españoles europeos. Esos hijos desnaturalizados, degenerando de la humildad, moderacion, respeto á las autoridades constituidas, fidelidad y religion, que han caracterizado hasta ahora á Ja Nacion americana; han levantado el estandarte de la rebelion para manchar la reputacion de sus compatriotas, y executar en ellos las mayores crueldades. Siguiendo los detestables principios de los fran-. ceses han saqueado los Conventos, han profanado las Iglesias, han manchado sus manos en la sangre de Jos inocentes, y han cometido las mayores torpezas.

Parece que sobre ellos ha descargado el Dios de las venganzas el mismo castigo con que afligió á Egipto por su obstinacion: Yo haré(1), dice el Señor, que los egipcios se levanten contra los egipcios, que el her- mano pelee contra el hermano, el amigo contra el amigo, la ciudad contra la. ciudad y el reyno contra el reyno. Ha derramado sobre ellos el (2) espiritu de aturdimiento, que los hace andar con pasos vacilantes cómo el ebrio, que vomita lo que ha bebido.

Pero confio en la misericordia infinita de Dios que no se ha de reproducir al pie de la letra en este Reyno el exemplar de Egipto (3), los Principes no serán insensatos,ni perderán su antiguo valor. Tenemos un digno Gefe, cuyos conocimientos profundos en el arte de la guerra, acreditado valor, actividad y zelo de que ya ha dado en nuestro continente los mas claros testimonios, nos aseguran la pronta dispersion de esa gavilla tumultuaria, que solamente ha podido reunirse porque la seduccion y la malicia han triunfado de la sencillez incauta.

Las crueldades de esos bandidos, que prometiendo felicidad como Napoleon, no hacen mas que robar y saciar sus torpes apetitos, despertarán la atencion de todos y exâltarán sus nobles sentimientos de lealtad, patriotismo, amor y fidelidad á nuestro legítimo Soberano el Señor D. Fernando VII, en cuyo real nombre nos gobierna el Consejo de Regencia, á cuya obediencia nos hemos obligado por un juramento solemne.

Alerta pues, hijos mios, y no os dexeis engañar; firmes en los principios que habeis seguido por el espacio de casi tres siglos, resistid toda subversion y sed fíeles, como hasta aqui, en cumplir vuestros juramentos. Sabed que la revolucion no es obra de la razon; es hija del vicio, de la ambicion, de la mala fe, de la traycion y de todas las pasiones exaltadas; y que la acompañan el robo, la efusion de sangre, la lascivia y toda suerte de maldades. En ella las primeras víctimas que el vicio sacrifica al vicio, son los sediciosos; sin dexar por esto de padecer los inocentes. Así es, que el impedirla y precaverla es una causa comun en que todos debemos interesarnos con el mayor empeño.

¡Que cúmulo de males no vendria sobre nosotros si algunos mal aconsejados se dexaran seducir de las engañosas apariencias de otra constitucion diversa de la en que nos hallamos, y en laque, respetándose los sagrados derechos de propiedad y libertad individual, hemos disfrutado de las dulzuras de la paz! Entonces ¡desgraciados de nosotros! el fruto de nuestros largos trabajos y aplicacion pasaria, sin otro derecho que el de la fuerza, á las manos de un ocioso disipado; vuestras caras esposas 6 hijas serian sacrificadas á la torpeza brutal de unos hombres indignos por su baxa extraccion y por su perversa conducta; nuestros templos, á pretexto de gastos precisos, serian despojados de las alhajas y utensilios necesarios para el sagrado culto; los buenos viviriamos en nuestras casas llenos de sobresalto, esperando por momentos la muerte para ser víctimas de la religion y de la patria antes que prestarnos á la complicidad de los tumultuarios; y este hermoso Rey no tan privilegiado por la naturaleza quedaria devastado y convertido en un yermo.

Sí, hijos mios, este seria el resultado inevitable de las locas pretensiones de esos necios, que intentan introducir en este precioso suelo la discordia. Lo pasado es leccion segura de lo futuro: leed la historia, y hallareis la destruccion del Imperio romano en la lucha interior del pueblo contra el Magistrado, del militar contra el Senado, y de este, dividido contra sí mismo. Hallaréis que la hermosa Italia sufrió los mayores y desastres y desolacion por el partido de los Guelfos y Gibelinos. Hallaréis por último, que la Francia tan floreciente en el siglo anterior ha sido enteramente arruinada. Las grandiosas basílicas, los magníficos edificios, las decoraciones públicas, los sabios profundos, los hombres beneméritos, los nobles, los poderosos, y, lo mas sensible, la religion y la moralidad, todo ha desaparecido. No hay en aquel Reyno, que se llamó cristianísimo, ni iglesias, ni airares, ni sacrificios, ni ministros: i la literatura ha sucedido la barbarie; á la humanidad el vandalismo: las grandes poblaciones se han convertido en desiertos: los buenos, unos han emigrado, otros viven en la obscuridad y la miseria, llorando todos la destruccion de su amada patria, que ha sido presa de un infame advenedizo.

¿Y creeis que esta desolacion de un Reyno tan rico y poderoso, verificada en pocos años, es obra del monstruo que la domina? No es sino de la segur exterminadora de la discordia. Esta es la que ha causado esos horrorosos desastres, y la que debilitando las fuerzas interiores, abrió el camino para que subiese al trono un hombre detestable; de suerte, que la desventurada Francia mas debe su desgracia á las convulsiones interiores, que á la tiranía del usurpador.

No es extraño quando la concordia es la que traba y enlaza las piedras que componen el edificio del estado; y así faltando aquella es preciso que este se desplome y desmorone, como sucede á los edificios materiales quando les falta la mezcla. Por la union las cosas pequeñas se hacen grandes, y por la desunion las grandes se destruyen, dice el Padre San Gerónimo. Si se introduxera entre nosotros seria una calamidad mayor, que si Napoleon pusiera el pie en este Reyno con un exército formidable. Unidos nosotros entonces resistiriamos su poder, como lo ha resistido la España por mas de dos años, á pesar de la desigualdad de una lucha en que pelean por una parte exércitos aguerridos, y por otra soldados bisoños: por una, gentes armadas y prevenidas; y por otra, descuidadas, y sin otras armas que su valor y denuedo: una par* te ocupa Jas plazas fuertes; y la otra no opone mas que los pechos descubiertos: una hace la guerra por los principios de los ladrones; y la otra segun el derecho de gentes.

A pesar de estas desventajas, la generosa España no ha recibido el odioso yugo que se le ha querido imponer, ha conservado su libertad con asombro del orbe entero, y ha intimidado al tirano que la amenazaba con la misma cadena con que ha sujetado á ios Reyes mas poderosos. Si buscais la causa de este fenómeno político, no encontrareis otra que la union de los invictos españoles. Si entre ellos no hubiese reynado la union en amar al Rey, en crear un gobierno, en hacer sacrificios, en formar exércitos y en resistir la dominacion tiránica, sin embargo de su valor y esfuerzo, ya hace dias que estuvieran atados al carro de Napoleon.

¡Que dulce complacencia no le causariamos á este monstruo, á quien justamente aborrecemos, si la desavenencia llegara á poderarse de nosotros! Ya veria á la Madre Patria privada de los auxilios que necesita para sostener la guerra que él teme, y no puede apagar, sino pasando por las humillaciones que resiste su carácter orgulloso. Veria allanado por nosotros mismos el camino que no se ha podido abrir por medio de sus emisarios, para hacerse dueño de nuestras ricas minas. Con este designio ha apurado él su talento tan fecundo en maquinaciones y astucias en separarnos de la metrópoli, procurando por todos los arbitrios que le han sido posibles introducir entre nosotros la desunion.

Que un extraño venga á invadir nuestro suelo, y á destruir nuestra amada patria, es sensible; pero que los mismos hijos despedacen el seno de su madre causándole la muerte, es una ingratitud que no hay voces con que explicarla, ni lágrimas con que llorarla. Y esto puntualmente es lo que hacen aquellos díscolos, que por miras torcidas fomentan las divisiones y partidos. Son semejantes á Esau y Jacob, que luchando en el vientre de Rebeca su madre, le causaban tantas angustias, penas y dolores, que no pudo men s que exclamar (1): Si esto me habia de suceder ¿para que f'ue concebir? Con tan sentidas voces podia quejarse la América contra esos hijos ingratos que en el dia la afligen con sus facciones desastrosas.

No haya entre vosotros, hijos mios muy amados, esas luchas interiores: amémonos todos tiernamente como hermanos que somos efectivamente, y por unos vínculos mas dulces y mas estrechos que los de la carne y la sangre. Estamos unidos por la fe que profesamos, y componemos un cuerpo místico que es la Iglesia, de quien es cabeza Jesucristo. Formamos tambien un cuerpo civil que gobierna nuestro Soberano, y en su real nombre el Supremo Consejo de Regencia, á quien hemos prometido obediencia y fidelidad. Sobre todo el vínculo de la caridad, que es el mas fuerte, debe unir nuestros corazones de suerte que todos sean uno.

En vista de estos íntimos enlaces ¿no es extraño que fieles marcados con el sagrado caracter del bautismo, vasallos de un mismo Rey, que forman una monarquía, habitan un mismo pais, y tal vez una misma casa y tienen otras relaciones de interes, vivan desunidos en el espíritu formando partidos? No hay cosa mas detestable que las facciones, ni que mas degraden al hombre en el concepto de los sensatos. El hombre justo y racional no sigue otro partido que el de la razon y la justicia. Solamente el americano perverso y maligno puede aborrecer al europeo por la qualidad de tal, y al reves. Estoy seguro que el europeo bueno amará al americano, y este á aquel. Sea, pues, de hoy en adelante este odio el carácter que distinga á los malos europeos y americanos, y su tierno amor y correspondencia la divisa de los buenos.

Nunca ha debido haber esta desunion; no por parte de los americanos, porque estos deben á los europeos el esplendor de su origen, la civilidad, las artes útiles, la instruccion, y sobre todo la fe que plantaron en este afortunado pais aquellos primeros zelosos ministros del Evangelio, dignos de nuestro eterno reconocimiento, y que cultivaron despues con su exemplo y con su doctrina los grandes Obispos que venidos de la península han gobernado la Iglesia Americana. Siento que la prontitud con que deseo hablaros no me permita haceros una exâcta y menuda relacion de los beneficios que los españoles europeos han hecho á la América, y que exîgen de ella la mas tierna gratitud, para que así depusiesen los hijos de esta toda preocupacion.

No por parte de los europeos, porque estos deben mirar á la América en su actual estado, como la obra de sus manos; porque en ella viven con comodidad, disfrutando las delicias que proporciona la fertilidad de su suelo y la benignidad de su clima; porque con el co-. mercio y laborío de sus minas hacen grandes caudales, y porque comunmente están enlazados con americanos: relaciones interesantes que deberian alejar toda especie de rivalidad.

Pero en la presente época en que la América se ha declarado parte integrante de la monarquía, que ha sido llamada en la persona de uno de sus mas dignos ilustres hijos á exercer la soberanía, y que ha sido convocada por primera vez á Cortes: en la presente época, vuelvo á decir, en que la Madre Patria ha recibido los mas claros testimonios de la fidelidad de la América, en la alegría con que ha celebrado sus triunfos, en la tristeza con que ha recibido la noticia de sus desgracias, en los quantiosos donativos que ha hecho para socorre de sus necesidades, en los continuos votos que ha dirigido al cielo implorando sus misericordias á favor de la España: en esta época finalmente, en que el verdadero interes de todos es uno, y consiste en rechazar la dominacion francesa; estar desavenidos, es una falta de política, una imprudencia temeraria, una fatuidad, un.... no encuentro nombre propio que darle.

Depónganse las preocupaciones, parto de la debilidad de espíritu, de la ingratitud, ó de la ciega pasion: rómpase el muro que divide á la hija de la madre: no se oigan ¡amas los odiosos nombres de criollos y gachupines; seamos todos españoles, unos europeos y otros americanos; pero todos verdaderos españoles, esto es, ingenuos, sinceros, generosos, benéficos, leales y amantes de nuestros hermanos; apartemos de nuestro corazon la vil rencilla, la baxa emulacion y la perniciosa discordia.

Esto nos manda la ley santa que profesamos, cuyo espíritu es el de caridad, al que diametralmente se opone la discordia, de quien nace el odio (1), de este la venganza engendra el desprecio de las leyes', con él se pierde el respeto á la justicia, se viene á las armas, se enciende una guerra civil y cae el estado, cuya permanencia estriba en la unidad. Así es que los antiguos para significar la discordia pintaban una muger que rasgaba sus vestidos. Así es que Dios aborrece hasta un grado que asusta al que la introduce entre sus hermanos. Leed el cap. 6. de los Proverbios, y hallaréis que ios ojos altivos, la lengua falaz, las manos que derraman la sangre inocente, el corazon que forma negros designios, los pies prontos y ligeros para correr al mal y el falso testigo, merecen el odio del Señor: pero á aquel que siembra las disensiones entre los hermanos lo mira con un odio, no como quiera, sino con detestacion: Et Septimum detestatur anima ejus eum qui seminat inter fraires discordias.

He vivido entre vosotros, hijos mios, por mas de treinta y cinco años, y mi larga residencia en esta diócesis, y los destinos que he servido en ella, me han proporcionado conocer á fondo vuestro carácter dulce, amable y pacífico: vuestra docilidad, subordinacion, amor á los prelados y respeto á los jueces. Con este conocimiento nada he temido de vosotros en esta época, y me he atrevido á asegurar, tanto á la Suprema Junta Central, como al Consejo de Regencia, que en esta diócesis no habria la menor inquietud, porque una era Ja Opinion de todos sus habitantes, unos los sentimientos, unos los deseos. Y despues de estas seguridades que he prestado por vosotros ¿me pondreis en ridículo, haciéndome pasar por un hombre ligero que aventura infundados pronósticos? A un Obispo que os ama tiernamen-te, que os desea todo bien, y que está pronto á derramar su sangre por vuestra-salud, ¿le causareis con una sedicion una mortal pesadumbre que acabaria inmediatamente con su vida? Lejos de mí toda desconfianza que os es injuriosa; yo espero que continuándome vuestro amor, de que he recibido todo género de pruebas, me deis la última en manteneros como hasta aquí, dóciles á mi voz, obedientes á las autoridades constituidas, fieles á nuestro Soberano y amantes á la patria.

Y vosotros, venerables Párrocos, hermanos y coadjutores mios, que sois mi único consuelo en Jas aflicciones y amarguras, que hacen la herencia de los Obispos, á vosotros me convierto particularmente. Vosotros, que me ayudais á llevar la pesada carga que abruma mis débiles hombros, y habeis contribuido con vuestro exemplo y sana doctrina á mantener en quietud el rebaño que Dios puso á mi cuidado, redoblad vuestro zelo y vigilancia pastoral para que no entre algun lobo en vuestros apriscos, y altere la dulce paz que rey na en ellos. Vosotros sois los ángeles y ministros de ella, anunciadla en el pulpito, en el confesonario y en las conversaciones familiares, como os lo tengo mandado. Si otro de vuestro carácter y profesion se ha levantado de en medio del santuario, y ha tocado el clarin de la sedicion y encendido la tea de la discordia; empeñaos vosotros en sufocar aquellas voces y en apagar ese fuego, para que no haya en la diócesis la menor combustion. Si por desgracia se dexase ver alguna chispa por ligera que sea, dadme aviso inmediatamente, como os he prevenido hace muchos dias, para trasladarlo á la Superioridad, y dictar las providencias que son propias de mi ministerio.

Exhorto con el mas vivo encarecimiento á todos mis Diocesanos al cumplimiento exacto de sus deberes para con Dios, para con los hombres, para con el estado y para con la patria. Para con Dios, observando la ley santa que nos impone, manteniéndose en su religion adorable, que es el comercio establecido entre el cielo y la tierra, por el qual recibimos gracias y nosotros le rendimos cultos: para con los hombres, amándolos, compadeciéndolos y prestándoles nuestros auxilios: para con el estado, que vela sobre nuestra seguridad, procurando su conservacion, empleando nuestros talentos en su servicio y obedeciendo sus leyes: para con la patria, haciéndola bien y contribuyendo á su libertad por quantos medios penden de nuestras facultades. El amor á la patria, hijos mios, no es otra cosaque el amor al bien público: si este amor ardiera en el corazon de los ciudadanos, el estado seria una sola familia, como sucedia entre los romanos por esta virtud, y entre los primeros cristianos por la caridad.

Os hablo por último con el Apóstol (1), rogándoos por el nombre de nuestro Señor Jesucristo que todos digais una misma cosa, y que no haya divisiones entre vosotros; antes sed perfectos en un mismo ánimo, y en un mismo parecer. Os suplico (2), que os conduzcais con la modestia y honestidad que corresponde á la dignidad de hijos de Dios y de miembros de Jesucristo con que os ha honrado y distinguido, con humildad y mansedumbre, con paciencia sobrellevándoos unos á otros en caridad, 80lícitos en guardar la unidad del espíritu en vinculo de paz, que no se puede conservar donde reyna la soberbia, la ira, la impaciencia, el odio, ó la vil emulacion.

Dada en la ciudad de la Puebla de los Angeles i treinta de Setiembre de mil ochocientos diez. = Manuel Ignacio Obispo de Puebla. = Por mandado de S. S. I. el Obispo mi Sr. = Dr. D. Francisco Pablo Vazquez, Secretario.

(1) Isai. cap. 19. v. 2.

(2) Ibid. v. 14.

(3) Ibid. v. 13.

(1) Gen. cap. 25. v. 22.

(1) Gen. cap. 25. v. 22.

(1) Episr. I. ad Cor. cap. I. v. 10.

(2) Epist. ad Ephes. cap. 4. v. 1. 2. & 3.

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