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CAPÍTULO 1

LA HISTORIA DEL PSICOANÁLISIS EN CHILE: LA CONSTRUCCIÓN DE UN PROBLEMA HISTORIOGRÁFICO.

1.1 La historia del psicoanálisis como un problema de investigación en Chile

La presente investigación aborda un problema escasamente estudiado en Chile. Si bien, el psicoanálisis se ha constituido como uno de los sistemas de pensamiento más influyentes en el mundo occidental a lo largo del siglo XX, no han existido investigaciones a nivel local que reconstruyan toda su riqueza como objeto histórico. Parafraseando a John Burham (2012), hablar de Freud es apuntar a un particular e intrincado fenómeno histórico y cultural que transformó las concepciones acerca del ser humano, inaugurando una nueva forma de mirar el mundo en el siglo XX1. Nació como una teoría de la mente y al mismo tiempo como una práctica clínica, el psicoanálisis rápidamente sobrepasó sus límites iniciales y se constituyó, en palabras del poeta británico W.H Auden, en un verdadero “clima de opinión”2. Visto así, las teorías de Freud viajaron rápidamente a través del globo, impactando distintos espacios sociales y culturales, siendo recepcionadas, apropiadas y reinterpretadas según las necesidades de cada público en sus respectivos espacios locales.

El psicoanálisis tiene su origen en la Viena finisecular, de la mano de un médico judío que no ocupaba un lugar central dentro del establishment de su época. Sus tempranos discípulos tampoco gozaban de demasiado prestigio profesional pero, a pesar de esto, sus postulados se diseminaron de manera sorprendentemente rápida, logrando una notoriedad sin igual. Si se piensa en el Chile de finales del siglo XIX y de comienzos del tan significativo siglo XX y los casi 13.000 kilómetros que separaban Viena de Santiago de Chile –ciudad donde se llevaron a cabo, al igual que en Valparaíso, las mayores discusiones en torno al psicoanálisis– ya el sólo el traslado de las ideas de Freud a Chile constituye en sí mismo un problema interesante de responder. Además las historias del psicoanálisis en otras latitudes muestran cómo los conceptos y las ideas freudianas tuvieron una vida independiente de lo que ocurría en los reductos supuestamente “oficiales” como son las sociedades psicoanalíticas.

Como ejemplo de lo anterior, en el año 2011 la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) publicó un libro celebratorio del centenario de la fundación de esta agrupación profesional3, donde se reunieron trabajos de analistas de los cinco continentes, los que desde una perspectiva muy propia y tradicional, señalaban el devenir histórico de las ideas de Freud en sus respectivos países. Este gran recuento incluyó, por supuesto, un opúsculo sobre lo sucedido en Chile4, en el que su autor afirma que: “La historia del psicoanálisis en Chile y de la Asociación Psicoanalítica Chilena (APCH) está bien documentada”5 (p.281), afirmando esto a partir de una serie de trabajos producidos por miembros del nombrado capítulo local6. A mi modo de ver, este pequeño número de documentos comparten algunas características que ayudarían a entender las razones y soportes de esta declaración: casi la totalidad de ellos se centran de manera exclusiva en los hechos que llevaron a la fundación de la Asociación Psicoanalítica Chilena (1949), asimilando que la historia del psicoanálisis en Chile estaría contendida exclusivamente en la historia institucional. Además, este evento es un hito que definiría un “momento cero” desde donde se comienza a escribir la historia “oficial” del psicoanálisis en el país7. Lo anterior a eso será, por lo tanto, prehistórico y los personajes influyentes de ese periodo recibirán el adjetivo de difusores o pioneros (que lo fueron), en contraposición con aquellos formados “oficialmente”8, mostrando como la institución psicoanalítica entrega claros elementos de legitimidad, autorización y reconocimiento al momento de contar la historia del psicoanálisis a nivel local9. Por otro lado, estas aproximaciones excluyen cualquier variable relacionada con el contexto social, político y económico que enmarcó la llegada de las ideas de Freud a Chile y que pudo influir en su aceptación o rechazo. Con ello, se observa una tendencia a pensar artificialmente al psicoanálisis como una práctica indoor10, la que flotaría por fuera de la fuerza de gravedad de la sociedad y que estaría basada en la supuesta neutralidad del psicoanalista11.

Como la historia del psicoanálisis cruza los llamados “saberes psi”12 (psicología, psiquiatría y a sí mismo psicoanálisis) se podría esperar que desde esos sectores se haya realizado una indagación histórica mayor. Pero el panorama no es del todo alentador. Gonzalo Salas y Eugenio Lizama en su reciente Historia de la Psicología en Chile (1889-1981)13 afirman que “la tarea historiográfica de la Psicología en Chile, ha presentado un exiguo desarrollo, debido a la escasa sistematización de los conocimientos y las investigaciones desplegadas en Chile” (Salas & Lizama, 2009, p. 27). Para ellos, la influencia de estos factores ha hecho muy compleja la tarea de realizar una verdadera reconstrucción histórica disciplinar, buscando posicionar así su trabajo como un aporte significativo en esta materia. Sin embargo, el lugar que estos autores le dan al psicoanálisis dentro de la recopilación histórica de la psicología chilena es al menos exiguo. Este trabajo muestra nulas referencias a las ideas freudianas como parte de la historia de la disciplina, ni tampoco dan razones suficientes para dicha exclusión14. Otros autores en esta misma línea opinan que “En Chile, cuando se enseña los orígenes y el desarrollo de la psicología, se enseña la historia estadounidense y europea y no se transmiten las experiencias propias ni se ofrece un recuento histórico chileno. Son muy pocos los autores que han investigado el tema y varios de los escritos presentan impresiones y contradicciones” (Pizarro, 1997, p. 2), desprendiéndose, en consecuencia, la necesidad de profundizar en esta área de investigación, ganando, de seguro, mayor precisión e identidad. Puedo afirmar que la única investigación que ha tomado la historia del psicoanálisis en Chile (comparándola con lo sucedido con Estados Unidos y la Argentina), para rescatar los aportes invisilizados de muchas investigadoras nacionales, víctimas de los principios que rigen la construcción histórica de la disciplina a partir de sesgos de género, es la realizada por María Inés Winkler15. Sin embargo, como su objetivo es otro, no logra ampliar mucho más los antecedentes tradicionales que se manejan sobre la recepción del psicoanálisis a nivel local16.

Por otro lado, los trabajos sobre la historia de la psiquiatría en Chile si bien tienen una mayor tradición, tampoco desarrollan mayores antecedentes sobre el psicoanálisis. Así investigaciones clásicas como las de Ricardo Cruz-Coke17 o Armando Roa18, que dan cuenta de la evolución de la medicina mental en Chile, no extienden demasiado sus márgenes para incluir de manera pormenorizada al freudismo19. Acto seguido, los trabajos recopilatorios más recientes sobre la historia de la psiquiatría chilena, se dedican en extenso a pensar la historia de la fundación y desarrollo de los establecimientos psiquiátricos en el territorio nacional, desde una perspectiva cronológica y principalmente descriptiva20. Cuando hacen referencia al psicoanálisis se dedican a comentar los aportes pioneros de Germán Greve Schlegel y Fernando Allende Navarro, además de centrarse en la figura del “fundador” del psicoanálisis en Chile, Ignacio Matte Blanco. Desde esta óptica el psicoanálisis es el sinónimo de una práctica médica especializada21.

Por otro lado, una renovación la presentan los trabajos que en estos últimos años en Chile ha realizado el “Grupo de Estudios en Historia en las Ciencias [GEHC], equipo interdisciplinario que ha fomentado la creación de instancias de investigación y diálogo acerca de la Historia de las Ciencias en Chile y América Latina, dando especial cabida a la historia de la medicina, la psiquiatría, la eugenesia y la criminología22. Por último, debo mencionar que estos últimos años se han abierto nuevas instancias para pensar la historia del psicoanálisis chileno. Por ejemplo, el trabajo realizado por Silvana Veto (2012) acerca del psicoanálisis en los tiempos de la dictadura de Augusto Pinochet, específicamente la desaparición de Gabriel Castillo Cerna, médico psiquiatra, egresado del Instituto de Formación Psicoanalítica de la APCH23.

Así y luego esta revisión, puedo afirmar que el estado del campo donde se inserta la presente investigación, justifica plenamente su presencia e intención, ya que los respectivos campos de “los saberes psi” en Chile no han generado investigaciones históricas que logren abordar la complejidad que implicaría la historia del psicoanálisis . Como lo señalé, el psicoanálisis es uno de los sistemas de pensamiento más influyentes y relevantes del último siglo, su incidencia va más allá del mundo de las ciencias, compenetrándose significativamente en la cotidianidad de los miembros de varios espacios culturales y sociales. Por ello, quise tomar partido en este panorama y proponer un trabajo que abordara, de manera profunda y especialmente novedosa, la llegada e implantación de las ideas de Freud en nuestro país.

Sin embargo, a mi modo de ver, esta simple declaración de intención no es suficiente y es necesario delimitar las herramientas conceptuales para llevar a cabo esta tarea, ya que la bibliografía muestra también que existen distintos modos de encarar y conceptualizar la historia del psicoanálisis. Cada perspectiva tiene su implicancias específicas y quiero dejar claro desde qué óptica pude afrontar este problema. Por ello, en el siguiente apartado repasaré dichos “estilos”, para luego, una vez hecha esta revisión, plantear cuál será la modalidad que adopté en este trabajo.

1.2 Historia en psicoanálisis: tradiciones historiográficas asociadas a su estudio.

La evidencia muestra que, dentro del campo de investigaciones que intentan abordar la historia del psicoanálisis, existen modos bien definidos de encarar y pensar su historia, generando verdaderas tendencias historiográficas perfectamente distinguibles. Estos “modos” o “estilos”, según Plotkin (2003), serían principalmente tres: los trabajos centrados en la figura de Freud como único autor y creador del psicoanálisis. En este grupo de abordajes –donde se reúnen los trabajos del mismo Sigmund Freud, Ernest Jones24, Peter Gay25 y Louis Breger26 27, entre otros– Freud es representado como un verdadero héroe solitario, donde sus descubrimientos no reconocerían casi ninguna genealogía y en la cual la teoría freudiana sería una especie de creación ex-nihilo. Estas propuestas de historización del psicoanálisis tienen tanta antigüedad como el mismo psicoanálisis. Los primeros trabajos dedicados al tema se escribieron casi en “tiempo real” por el mismo Freud a medida que fue visualizando la importancia y repercusión de sus ideas, lo mismo que los motivos políticos de su movimiento. Con esto se inauguró una corriente historiográfica muy fuerte que tuvo su origen al interior del movimiento psicoanalítico y que se distinguirá significativamente del estilo de los trabajos que vendrán desde fuera de él28.

Para ser más concreto, esta veta fue inaugurada con el trabajo freudiano Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico de 191429, reforzándose posteriormente con otros escritos en los que Freud explicará, desde su particular punto de vista, el nacimiento del psicoanálisis. Ellos están plagados de significantes tales como “lucha”, “causa”, “resistencia”, “incomprensión” y “rechazo”, los que circularán a lo largo del tiempo – hasta hoy inclusive– caracterizando la historia y especialmente el origen del psicoanálisis.

Una afirmación de Freud en esta línea es la siguiente:

“Siendo el propósito del presente trabajo trazar la historia del movimiento psicoanalítico, no habrá que extrañar su carácter subjetivo ni la preponderancia en él de mi propia persona. El psicoanálisis es, en efecto obra mía. Durante diez años fui el único en ocuparme de él, y todo el disgusto que su aparición provocó cayó sobre mí, haciéndome contemporáneo de las más diversas y violentas críticas” (Freud, 1996 [1914], p. 1895).

Si se contrasta la afirmación anterior con lo que comúnmente se sabe del origen del psicoanálisis, se pesquisa cierta ambivalencia de Freud para reconocer la participación de “otros” en “su” descubrimiento. Llama particularmente la atención el cambio que tuvo Freud a través el tiempo con respecto al papel de Josef Breuer –por señalar a uno de los participantes más significativos– en el nacimiento del psicoanálisis. Para muchos, incluyéndome, daría por sentado que los conocidos Estudios sobre la Histeria de 1895, de autoría de Breuer y Freud, sentaron las bases para los posteriores desarrollos psicoanalíticos. Sin embargo, y aunque al parecer Freud pensaba lo mismo, en un breve lapso, cambió su opinión al respecto. Así lo evidencian sus palabras de 1909 cuando presentó el psicoanálisis al público norteamericano, las que se diferencian de su trabajo de 1914. Así, Freud abre sus conferencias norteamericanas diciendo:

“Si constituye un mérito haber dado vida al psicoanálisis, no es a mi a quien corresponde atribuirlo, pues no tomé parte alguna en sus albores. No habría yo terminado mis estudios y me hallaba preparando los últimos exámenes de la carrera cuando otro médico vienés, el doctor Josef Breuer, empleó por primera vez este método en el tratamiento de una muchacha histérica (1880-1892)” (Freud, 1996 [1910], p. 1533).

Lo anterior marca la existencia de una genealogía intelectual de la cual el psicoanálisis era heredero, participando dentro de un conjunto de descubrimientos anteriores en el campo científico que lo vio nacer. Esta influencia “externa”, si es que puede llamar así, no sólo apuntaría a las personas que estuvieron directamente relacionadas con Freud – como Charcot, Breuer o Fliess– sino que también al contexto intelectual de la época. Pero el mismo Freud, cinco años más tarde de este reconocimiento, reivindicará, en palabras de López-Ballesteros (1996), su exclusiva paternidad en el nacimiento del psicoanálisis:

“Cuando en 1909, y desde la cátedra de una Universidad americana, se me ofreció la primera ocasión de hablar públicamente sobre el psicoanálisis declaré, movido por la importancia del momento para mis aspiraciones, no haber sido yo quien diera vida al psicoanálisis. Tal merecimiento había sido conquistado por otro –por el doctor Josef Breuer– en una época en la que yo me hallaba entregado a la preparación de mis exámenes finales (1880-82). Posteriormente varios benévolos amigos míos me han reprochado haber dado con tales palabras una expresión desmesurada de agradecimiento hacia el doctor Breuer. Hubiera decidido presentar, según lo había hecho en otras ocasiones anteriores, el “método catártico” de Breuer como un estadio preanalítico, situando el punto de partida del psicoanálisis en mi abandono de la técnica hipnótica y mi introducción de las asociaciones espontáneas del enfermo. A mi juicio, es indiferente iniciar la historia del psicoanálisis con el método catártico o sólo con mi ulterior modificación del mismo. Toco esta cuestión, nada interesante, tan sólo porque algunos adversarios del psicoanálisis suelen acordarse ocasionalmente de que este arte no fue iniciado por mí, sino por Breuer. Esto no sucede, claro está, sino cuando su situación les permite reconocer algo estimable en nuestra disciplina, pues en caso contrario el psicoanálisis es indiscutiblemente obra mía. No he sabido nunca que la considerable participación correspondiente a Breuer en el psicoanálisis haya atraído sobre él su parte de críticas y reproches. Pero habiendo reconocido hace mucho tiempo como destino inevitable del psicoanálisis el de excitar la contradicción y el disgusto de los hombres, me he decidido a considerarme como el único autor responsables de sus caracteres fundamentales”

(Freud, 1996 [1910], p. 1533).

Quiero agregar que el recurso del “héroe solitario” o el “genio”, según ciertos autores, es una herramienta recurrente cuando se escribe la historia de la ciencia30, pero que especialmente en el caso del psicoanálisis, ha reflejado un particular uso del pasado para lograr ciertos grados de autolegitimación. Vale decir, el recurso del pasado31 pretende subrayar la originalidad del psicoanálisis –que la tiene por cierto–, pero desprendiéndose de cualquier antecedente o deuda intelectual32, forjando con ello una especie de “genealogía vacía”, que explicaría su creación como epifenómeno originado por un único creador, haciendo que sea imposible distinguir la historia del psicoanálisis de la biografía de Freud. De esta manera, estos elementos –a los ojos de algunos autores33– comienzan a configurar el “mito de origen” del psicoanálisis, el que tendrá interesantes consecuencias en varios ámbitos. Según esta mirada, el psicoanálisis siempre ha estado (¿y estará?) condenado a chocar con fuertes resistencias de parte de la sociedad y, especialmente, del mundo científico a causa de las verdades que revela 34, ocultando así el sorprendente éxito y rapidez de la diseminación de las teorías freudianas por los distintos países y espacios culturales35. En este mismo sentido, aquellos que se apartaron de este camino fueron calificados como discípulos “disidentes”, donde los casos de Carl Jung y Alfred Adler son históricamente significativos.

Hugo Vezzetti36 resumió cómo desde esta perspectiva, la historia del psicoanálisis ha sido pensada como la historia de un movimiento. Vale decir: “una formación colectiva, con sus propios fines como organización; en un sentido político, o, incluso, en un sentido religioso (es muy conocida, en ese sentido la comparación con una “iglesia”), que la diferencia de una historia disciplinar […] [Por su parte] el desenvolvimiento del psicoanálisis está recargado por el peso de las biografías y de los vínculos entre los analistas, en una trama que se arma como una verdadera novela familiar o una saga religiosa. Allí se establece un modelo de historia dominado por la biografía; ente todo la de Freud” (pp. 64-65).

Más tarde, el avance crítico sobre este estilo ayudó a entender que el nacimiento del psicoanálisis tuvo directa relación con su entorno más próximo, dando paso a los abordajes contextualistas que analizaron cómo las condiciones específicas de la Viena de fin de siglo influyeron crucialmente en los descubrimientos de Freud (Carl Schorske37, William J. McGrath38, y Henri F. Ellenberger39 se cuentan entre los más representativos). Ahora, la historia del psicoanálisis era vista como un entramado de vicisitudes que implicaron a la historia intelectual que rodeó a Freud y las condiciones sociales, políticas y económicas en las cuales estuvo inmerso. Así se puede contar con el declive del sistema liberal vienés y la correspondiente reorganización del papel que los judíos ocuparían en dicha sociedad, lo mismo que la evolución de las teorías psicodinámicas en el campo médico-psiquiátrico y su influencia en la génesis del psicoanálisis. Por ejemplo MacGarth afirma que: “En la exploración histórica de los orígenes de la creatividad de Freud me he centrado en la interacción de su mundo interno de los sueños y fantasías y las influencias externas como la situación familiar, la tradición religiosa, el nivel educativo, y el medio socio-político” (MacGarth, 1986, p.18). Por otro lado, en los últimos años se ha abierto una nueva corriente de investigación –de la cual este libro intenta ser parte–, sobre la historia del psicoanálisis: los estudios que se preocupan sobre la circulación transnacional y la apropiación de las ideas freudianas en ciertos espacios socio-culturales determinados40 (Damusi & Plotkin, 2009). Esta mirada considera al psicoanálisis como un cúmulo de ideas que tiene la propiedad de transitar por distintos espacios culturales y nacionales, siendo recepcionado y utilizado de distintas formas, llegando inclusive a empapar varias capas de la sociedad en la que es recibido. El proceso de recepción es un fenómeno activo, destacando las distintas reapropiaciones y reinterpretaciones que los agentes locales hicieron de las ideas de Freud, haciéndolas compatibles con las tradiciones que dominaban la escena local. Está claro que este es un proceso activo donde los distintos agentes al momento de recepcionar las ideas, también las reinterpretan según las exigencias de su época. Por ello esta concepción se aleja de la idea de la existencia de una supuesta manera “correcta” de leer los conceptos del psicoanálisis.

Como ejemplo ilustrativo de esta manera de pensar el problema, en mayo de 1956 las Universidades de Frankfurt y Heidelberg celebraron el centenario del nacimiento de Sigmund Freud, realizando diferentes conferencias a cargo de distinguidos invitados como fueron Franz Alexander, Michael Balint, Ludwig Binswanger, E. H. Erickson, Max Horkheimer, Herbert Marcuse, entre otros41. Sentidos discursos y conferencias rescataron el aporte del psicoanálisis como disciplina transversal y no sólo como parte importante de la medicina, psiquiatría o psicología. Hay en especial, dos citas que rescatan las características particulares del psicoanálisis y que en virtud de la presente perspectiva quiero comenzar a introducir. Una de ellas es la del Rector de la Universidad Johan Wolfgag Goethe y la otra del Ministro Presidente de la República Federal Alemana. El primero afirmó:

“Las doctrinas científicas en las que se refleja la obra vital de Sigmund Freud, también fueron originalmente dadas a conocer, discutidas y desarrolladas posteriormente en Alemania, como en todos los países civilizados occidentales. Nuestra universidad fue antiguamente uno de los lugares donde más se cultivaron estas doctrinas. Después fueron reprimidas, durante el período de dictadura política. Mientras adquirieron una importancia cada vez mayor en el extranjero y especialmente en las naciones anglosajonas, cayeron en la proscripción aquí en Alemania” (Coin en Adorno & Dirks, pp. 19-20).

Por otro lado las palabras del primer ministro no dejarían de elogiar y relevar los aportes freudianos:

“Un ministro que se atreviera a hablar en conmemoraciones y en cada oportunidad que se le ofreciera sobre el objeto o la persona del homenaje, no sería tomado a la larga muy en serio por un público crítico y de muy alta formación intelectual. Por ello, no quiero colocarme la toga imaginaria de un pequeño juez universal, para dar aquí un juicio sobre Sigmund Freud. Si tengo el valor de tomar la palabra en esta ilustre reunión, ello se debe a dos motivos. En primer lugar porque soy de la opinión de que la obra de Sigmund Freud se ha convertido ya en muchos aspectos en una posesión común del mundo intelectual. En segundo lugar porque creo que para el estadista, y como consecuencia de su profesión especial, es una obligación ocuparse del destino de esta obra, así como de su autor” […] “En el año 1938 fue desterrado de su patria por el bárbaro fenómeno que condujo a un estado en contra del derecho, la ley y la obligación. Freud murió un año después. Y mientras los violentos nazistas presumían de la caída de determinados círculos intelectuales alemanes, así como de haber destruido la obra de Freud en el campo de la lengua alemana, su doctrina efectuó un viaje victorioso sin igual por todo el mundo. A excepción de la Unión Soviética, que se mantiene rígidamente en la dirección de la reflexología, no existe actualmente en el mundo ninguna Psicología, Pedagogía, Medicina, Filosofía y Estética, que no utilice las doctrinas y métodos de Freud. Esto debería de obligarnos a los políticos a reflexionar nuevamente sobre la relación entre la política y la ciencia, tanto dentro como fuera del gobierno”

(August Zinn, en Adorno & Dirks, pp. 13-26).

Bajo esta óptica, estas citas reflejarían una de las tantas rutas por las que ingresaron las ideas de Freud a Alemania: el mundo universitario, lugar donde fueron recepcionadas, leías y comentadas. Subrayan que el psicoanálisis viajó por el mundo, cruzando diversas fronteras nacionales y culturales, engrosando así las filas del amplio mundo intelectual42 y con esta descripción permiten, ciertamente entender la afirmación que dice que la difusión del psicoanálisis es uno de los fenómenos más importantes del siglo pasado (Plotkin, 2009).

Estos antecedentes, sin duda ayudan a pensar el problema de la historia del psicoanálisis en Chile desde otra perspectiva43. Si el origen del psicoanálisis estuvo influenciado por variables histórico contextuales y no puede atribuírsele sólo a una persona exclusivamente ¿cómo entender su difusión en varios lugares del mundo y sus profundas repercusiones sociales, sin tener que revisar la naturaleza misma del psicoanálisis como disciplina? Entender esta complejidad es uno de los núcleos más conflictivos para las aproximaciones que provienen desde “dentro” del “movimiento psicoanalítico”, ya que alejarse del marco conceptual usualmente ofrecido por este esquema –que piensa que la historia del psicoanálisis se pesquisa a partir del momento en que se establece el ejercicio de cierta práctica clínica canonizada o la fundación de alguna institución oficial bajo ciertos estándares (Vezzetti, 1996)– no es para nada sencillo, ya que implica la apertura de un problema que tendría más aristas de las que regularmente se le suponen. Los criterios tradicionales traen aparejada la suposición de la existencia de un “psicoanálisis verdadero” u “oficial”, resguardando celosamente lo que merece ser calificado como “psicoanalítico” o “freudiano”. Por eso, quedarse en este nivel es continuar historizando sólo las referencias acerca de “analistas, pacientes, teorías psicoanalíticas y asociaciones profesionales” (Plotkin, 2003, p. 14), lo que implicaría seguir mirando exclusivamente lo que ocurre con el movimiento psicoanalítico.

¿Cómo construir una historia del psicoanálisis que tenga en cuenta su amplitud y al mismo tiempo lo haga delimitable y abordable? Hacer historia del psicoanálisis no debe restringirse a un país en particular, a una práctica clínica, ni una teoría sobre la mente, con el aditivo que en ciertos lugares ha llegado a convertirse en una herramienta que ayuda a muchos sujetos –dentro y fuera del movimiento psi– a interpretar el mundo, toda una Weltanschauung44. Para ejemplificar esta afirmación se hace necesario referenciar el trabajo de Sherry Turkle (1978) quien analizó el papel del psicoanálisis en Francia post la revolución de mayo de 1968. Ella afirmó que el psicoanálisis logró rebasar su vertiente clínica-institucional y saltó a la vida cotidiana ofreciéndose como un marco de intelección. A esto Turkle lo llamó “cultura psicoanalítica”, afirmando: “Hemos visto cómo la política psicoanalítica francesa fue llevada fuera del mundo de las sociedades psicoanalíticas y extendiéndose a otros mundos, poblados por el activista político, pacientes psiquiátricos, profesionales médicos, estudiantes universitarios, y una intelectualidad burguesa, que tradicionalmente ha hecho una carrera por conservar lo nuevo. Pero la difusión social del psicoanálisis se extendió más lejos, profundamente en la cultura francesa popular. Los libros, revistas, periódicos, radio, televisión, conversaciones que se comunican usando ideas “psicoanalíticas” a muchos millones de franceses que nunca fueron y nunca estarán dentro de la consulta de un psicoanalista”45 (Turkle, 1978, p. 191). Así el psicoanálisis en Francia no sólo estuvo restringido a las comunidades profesionales que lo usaban como un tecnolecto, sino que sus términos y referencias pasaron a ser parte del marco de inteligibilidad de gran parte de la comunidad para hacer referencia a sí mismos.

Para nuestros fines, se hace necesario enumerar cuáles son las características que tiene el psicoanálisis para generar una “cultura psicoanalítica”. Plotkin se pregunta ¿Qué hace que un sistema de creencias pueda generar una “cultura”? La respuesta apunta a las características intrínsecas a dicho sistema y que resume de la siguiente manera: su naturaleza transnacional; su capacidad para abordar problemas de la vida cotidiana; la posibilidad de generar un discurso fácilmente apropiable y con un aparato institucional y de un cuerpo de “difusores” listos para diseminar la buena nueva en diferentes espacios culturales y desde diferentes espacios culturales (Plotkin, 2009). Estas características se pueden ver operando en los casos donde las ideas y conceptos del psicoanálisis lograron convertirse en un elemento central de la vida cotidiana en ciertos espacios sociales y culturales. Así, lo ocurrido en la década del 30 en Estados Unidos, en Francia post revolución de mayo del 68 y la Argentina, más específicamente lo que sucede en la ciudad de Buenos Aires, representan a cabalidad la materialización de estas características del psicoanálisis.

Quien avanzó un paso en este aspecto es Jacques Lacan46, quien puso atención en los efectos nocivos de pasar por un psicoanálisis clínico, donde predomina el registro Simbólico, ya que esto puede ocasionar en los pacientes una especie de “pansimbolismo”, sufriendo de una excesiva “interpretación” de todo, según las metáforas psicoanalíticas. Este sería un efecto de fin de análisis y para su resolución Lacan propone una operatoria llamada “contrapsicoanálisis”, la que debería desterrar de la vida del analizante la posibilidad de que el psicoanálisis sea un instrumento capaz de interpretarlo todo con una sistematicidad megalomaniaca e hiperdeterminista47. En este mismo sentido, Alfredo Eidelsztein48 sigue a Lacan en este ideario cuando aborda la noción de locura como parte de las llamadas Estructuras Clínicas Freudianas (Neurosis, Perversión y Psicosis). Este concepto, de inspiración hegeliana, deja en evidencia cómo ciertas construcciones, por ejemplo las del mismo psicoanálisis, le otorgan identidad a los sujetos. Eidelsztein comenta:

“Aquí Lacan propone la forma en que incide el psicoanálisis en la objetivación y la identificación simbólica que la sociedad científica moderna propone de manera universal al sujeto hablante. En la sociedad científica moderna, el psicoanálisis oferta con sus propios términos teóricos una nueva condición de objetivación, al dar nuevas figuras pseudo-objetivas del ser, tales como yo, superyó y ello. Los sujetos modernos perfectamente pueden creer que son capaces de sostener que lo que les pasa es a causa del inconsciente o el superyó. Dentro de la sociedad científica, el psicoanálisis tiene una posición de privilegio en cuanto a las posibilidades de “enloquecer”. Es innegable que nunca antes en la historia existió la posibilidad de indentificarse mediante categorías científicas tan específicas del sujeto hablante como: yo, ello, superyó, obsesión, histeria o fobia. Y es así que creyendo que se libera de sus amarras, el sujeto puede enloquecer aún más al creerse obsesivo, histérico o fóbico. “Histeria”, “obsesión”, “fobia”, etc., son términos identificatorios que el psicoanálisis, quiéralo o no, ofrece a la sociedad, que por su universalidad y por su aval científico tienen la posibilidad de producir o favorecer la identificación del sujeto” (Eidelsztein, 2001, pp. 103-104).

Por lo mismo, prefiero aquí, adherir a una definición amplia –necesaria ante los distintos frentes que el psicoanálisis tiene como disciplina– que entiende al psicoanálisis como un sistema de ideas y creencias de carácter transnacional, el que genera y autoriza un cúmulo de prácticas y discursos que se legitiman en una (real o supuesta) genealogía freudiana49 50 (Plotkin, 2003). Bajo este marco operacional esta investigación toma sus bases para recuperar la historia del psicoanálisis en Chile.

Pero, por otro lado ¿qué implica que el psicoanálisis sea un sistema de ideas o creencias que tenga carácter transnacional? Cuando los sistemas de ideas o creencias son transnacionales circulan a través de fronteras nacionales y culturales; cuando sus unidades analíticas transcienden los límites culturales y sus centros de producción y difusión, al igual que las lenguas en las cuales se disemina; cambian a lo largo del tiempo y, por lo tanto, su desarrollo no está asociado con ningún espacio nacional o cultural específico (Plotkin, 2009). Es en este viaje donde las ideas, conceptos y categorías del psicoanálisis, tales como el inconsciente, la sexualidad pulsional, el Complejo de Edipo, entre otros, se vuelven universales y por ello, no dependen de ningún espacio cultural específico.

Freud mismo señalaba que: [...] la hostilidad general no pudo impedir que, en el curso de los diez años siguientes, el psicoanálisis se extendiera en dos sentidos: sobre el mapa, siendo cada vez más las naciones en las que emergía el interés por el psicoanálisis, y en el terreno de las ciencias del espíritu, hallando aplicación a nuestras disciplinas” [y agrega más adelante] “La diferencia esencial entre esta década [1910] del psicoanálisis y la anterior consistió en no ser ya yo su único representante. En torno a mí iba formándose un círculo de discípulos u adeptos, cada vez más nutrido, cuya labor se dedicó primero a la difusión de las teorías psicoanalíticas y las continuó, completó y profundizó luego” (Freud, 2004 [1923], pp. 19-20). A esta capacidad para cruzar fronteras y contar con un grupo de difusores, se puede sumar que el psicoanálisis no se quedó en el terreno exclusivo de la psicopatología, explorando además fenómenos de la psicología normal. De ahí lo clave de “La interpretación de los sueños”, “El chiste y su relación con el inconsciente” y “Psicopatología de la vida cotidiana”, escritos dirigidos a un público no especialista y que lograron que sus conceptos centrales fueran casi tangibles en la vida de todos los días (Plotkin, 2009).

La transnacionalidad del psicoanálisis como sistema de ideas y creencias, se puede considerar como punto crítico para elaborar los posibles circuitos de recepción del psicoanálisis en Chile. Desde esta perspectiva, como afirma Plotkin (2003), la historia de los sistemas de ideas y creencias, como el psicoanálisis, es indistinguible de sus sucesivas apropiaciones, reformulaciones, utilizaciones y recepciones. Por lo tanto, la historia del psicoanálisis en Chile es un episodio tan importante como la historia del pensamiento freudiano en Viena, New York, Buenos Aires o Río de Janeiro. Así, la llegada del psicoanálisis a Chile, su recepción, difusión y circulación sería parte de un fenómeno transnacional de circulación, donde las ideas freudianas viajaron a través de distintos canales y medios (publicaciones, personas, cartas, etc.)51 siendo parte fundamental de cualquier estudio histórico sobre la circulación y recepción de las ideas.

Finalmente, debo afirmar que en la actualidad “conviven” simultáneamente las “formas” o “estilos” de abordar la historia del psicoanálisis antes descritos, lo que no significa necesariamente que los modos “clásicos” –por nombrarlos de alguna manera– hayan sido “superados” por otros más abiertos o crítica. Cualquiera de estos “estilos” podría ser un aporte para la historiografía del psicoanálisis en Chile. Así, por ejemplo, sería muy atractivo y original centrarse en la historia del movimiento psicoanalítico, enfocándose de lleno en la dimensión institucional –que como se verá es casi la única forma de historización hasta la fecha– del psicoanálisis chileno, profundizando en los eventos que llevaron a la creación de la Asociación Psicoanalítica Chilena (APCH) en 1949, manejándose, de tal modo, con las variables que este tipo de abordaje exige y restringe. Sin embargo, lo anterior ocluye la posibilidad de realizar un análisis que permita aproximarse históricamente al psicoanálisis como un artefacto cultural de amplio espectro. Con todo, intento participar del debate historiográfico acerca del psicoanálisis chileno aplicando la categoría de “recepción”, reconfigurando con ello la manera tradicional de entender la historia de esta disciplina en Chile, acercándome así a una especie de “estudio de caso” de la historia transnacional del psicoanálisis en términos generales.

1.3 Sobre el concepto de “recepción” y su pertinencia en una investigación histórica sobre psicoanálisis chileno.

Los investigadores chilenos Eduardo Devés-Valdés, con su noción de “ruta intelectual”52 y Bernardo Subercaseaux53 quien, en sus trabajos sobre la historia de las ideas en Chile, distingue dos puntos de vista para entender el papel de quienes recepcionan ideas en el medio local: los modelos de “reproducción” y “apropiación” cultural, son referencias pertinentes para pensar el proceso de recepción del psicoanálisis en Chile.

El primero se pregunta:

“¿Por qué interesa la circulación de las ideas? Porque se trata de un problema, tal como interesa la circulación de personas, de los bienes o del dinero. Pero, también cómo la circulación de las ideas es un asunto que se conecta con muchos otros como son, por citar algunos: la dependencia cultural, las modas intelectuales y los impactos de unas sociedades sobre otras. […] producción del conocimiento y circulación del conocimiento (o de las ideas) son dos asuntos interconectados y esta interconexión adquiere mayor relevancia cuando la producción de conocimiento se concibe como un proceso no sólo espontáneo de algunas mentes brillantes (al modo antiguo y artesanal), sino como un quehacer programado de vastas comunidades intelectuales (al modo moderno industrial)”

(Devés, 2008, p. 87).

Estas premisas componen lo que el autor denomina red intelectual, entendiendo esta como una interconexión por donde se transmite el conocimiento a partir de un conjunto de personas ocupadas en la producción y difusión del conocimiento, las que establecen puentes de comunicación perfectamente detectables. Estas rutas tienen la función de ser las vías por las cuales se transportan las ideas, pudiéndose discriminar su densidad y profesionalización. Para Devés existiría una metodología que permitiría dilucidar las formas de comunicación involucradas en una red intelectual. Vale decir: 1. Cara a cara, 2. Correspondencia, 3. Participación en los mismos congresos, sociedades, agrupaciones, 4. Prologación, comentario o presentación de libros, 5. Publicación en los mismos medios, 6. Participación en las mismas campañas o iniciativas, 7. Diálogos, polémicas, 8. Citaciones recíprocas y 9. Otros contactos posibles54 (Devés, 2007).

El aporte de esta noción es que permitiría conformar verdaderas cartografías intelectuales, evidenciando cómo circulan las ideas en un espacio-tiempo determinados. Además, entregaría información importante sobre los contactos profesionales o personales que cualquier miembro de la red estableció, ocupándose, al mismo tiempo, de las hibridaciones55 y evoluciones en los ecosistemas intelectuales de las cuales los cuales los miembros de una red forman parte. También permitiría trabajar sobre la noción de influencia de ciertas ideas en un contexto determinado, alejándose las nociones “robinsonescas” de un autor solitario que pudiese producir un trabajo intelectual. Por último, el concepto de la red intelectual permite complementar las nociones de “generación del conocimiento”, poniendo énfasis en la colaboración entre agentes, y “campo intelectual” –la que ya profundizaré– en las cuales se lucha por conseguir el capital simbólico en juego (Devés, 2007).

Teniendo en cuenta estos valiosos aportes, quiero dejar en claro un punto en el que me distancio de lo señalado por Devés acerca del transporte de las ideas, al pensar la historia de psicoanálisis. Este autor recurre, frecuentemente, a la noción de “mundo periférico” o “periferia” para hablar del público “receptor” de las ideas que nacen de los supuestos “centros de producción” del conocimiento. Un ejemplo de ello es la siguiente afirmación: “Categorías como “influencia” o “difusión” han operado al interior del centro o del centro a la periferia, aunque pueden servir también para estudiar el movimiento de las ideas en el ámbito periférico. Sin embargo, la noción de influencia refiere en gran medida, la pasividad del receptor, en tanto que la noción de “circulación”, tolera mejor cuestiones como los modos de recepción y de reelaboración” (Devés, 2009, p. 17). Concuerdo ampliamente que cualquier proceso de recepción –idea que profundizaré más con lo señalado por Subercaseaux– implica un papel activo del público que recibe un sistema de pensamiento, sobretodo cuando se analiza el caso del psicoanálisis, la noción de centro-periferia al menos debería ser puesta entre paréntesis. La evidencia muestra56 que no existen centros estables de producción de conocimientos psicoanalíticos, dedicados a chorrear sus invenciones hacia la periferia, sino que más bien hay movilidad entre los agentes que protagonizan la génesis del saber freudiano.

Queda claro que lo anterior implica un problema más que una solución, derivado de la dimensión transnacional del psicoanálisis, que según Plotkin (2009), conlleva necesariamente un desplazamiento de los centros de producción y difusión intelectual, y por ende, las lenguas en las cuales este ha sido difundido. Los orígenes del psicoanálisis estuvieron ligados, en un principio, a la cultura germana, para luego trasladarse hacia el mundo anglosajón, más tarde hacia Francia y recientemente a América Latina, lugar destacado como centro de producción, difusión y consumo de las ideas y conceptos freudianos57.

Lo anterior pone en duda la imagen que muestra a nuestro país –en materia psicoanalítica al menos– siendo “colonizado” pasivamente por las ideas creadas en centros de producción europeos o anglosajones, considerando que Chile estaría ubicado en la “periferia” de la comunidad psicoanalítica internacional, reduciendo e invisibilizando con ello cualquier aporte nacional y obligándonos a ocupar el papel de meros “reproductores” de una versión heteroreferenciada del psicoanálisis. Por último y tomando los conceptos de Walter Mignolo58, existe siempre la posibilidad de experimentar una desobediencia epistémica, que fortalece el pensamiento propio y se deja, con ello, de reforzar la clásica idea que el conocimiento se traslada de Norte a Sur y de Este a Oeste (Mignolo 2003 y Plotkin 2009).

Refuerzo lo anterior con los postulados de Bernardo Subercaseaux, especialista en la historia de las ideas en Chile, quien - ya lo decía- distingue los modelos de “reproducción” y “apropiación cultural”. Para él, el primero estaría basado en la relación que América Latina estableció con la Europa colonialista, cuyos representantes entendieron que el proceso de civilización de las Américas debía implicar una “europeización” del territorio. Idea que promueve una dependencia cultural, la distinción de las ya comentadas nociones de “centro”- “periferia”, y el uso de calificativos como “metrópolis” y “polos de desarrollo”cultural. Para esta mirada, los agentes locales tienen la misión de fomentar una extraordinaria voracidad por la cultura exógena, desestimando, simultáneamente, cualquier producción local “rudimentaria”.

Por su parte, el modelo de “apropiación cultural”, se distingue del primero al enfatizar el rol activo de los agentes locales en la recepción de cualquier pensamiento foráneo. Quienes participan en el proceso de recepción y circulación de las ideas, no sólo son “afectados” pasivamente por ellas o deben dedicarse a “imitarlas” y “reproducirlas” al modo europeo. Todo lo contrario, ya que el trabajo de estos agentes está plagado de procesos de selección, reformulación, transformación y apropiación de estas ideas a la realidad y a problemas locales. Para Subercaseaux, por lo tanto, un investigador de la historia de las ideas debería tener en cuenta la influencia de las variables específicas del medio de recepción en el proceso de apropiación cultural. Lo refiere así cuando dice: “Si aceptamos el rol de la contextualidad en el proceso de apropiación tendremos también que convenir que no se puede hablar de positivismo en Latinoamérica, sino de positivismo latinoamericano, de marxismo latinoamericano y de vanguardismo latinoamericano, lo que es muy diferente” (Subercaseaux, 2004, p. 27). A esta serie, me atrevo agregar en consecuencia, la noción de “psicoanálisis latinoamericano” o “psicoanálisis chileno”, más que “psicoanálisis en Latinoamérica” o “psicoanálisis en Chile”59.

Con lo anterior, apunto a que la dimensión transnacional del psicoanálisis implicaría la constitución de un campo internacional de circulación de ideas articulado con sus respectivas consagraciones locales. Un autor que se preocupó sobre este costado de la circulación de las ideas fue el sociólogo francés Pierre Bourdieu, acuñando la noción de campo intelectual. El sociólogo, entiende a la sociedad como un conjunto de campos dentro de los que existen agentes que poseen diferentes tipos y volúmenes de capital (económico, social y cultural como los principales). Así, la noción de campo se define como una red en la que se entrelazan las diferentes posiciones jerárquicas que los agentes que pertenecen al campo poseen. Se subentiende, por lo tanto, que la noción de campo refleja la existencia de una permanente lucha que los agentes (o jugadores) que pertenecen a dicho campo protagonizan para obtener mayor volumen de capital (o poder) dentro de él. Estas posiciones de dominio o subordinación están bien definidas a partir de las reglas que regulan el campo60, las que hacen que los agentes ganen o pierdan capital y se relacionen entre sí.

Que posea sus propias reglas implica que el campo intelectual es un espacio independiente61 “conformado por sus propias instituciones (escuelas, universidades, ateneos, etc.), que constituyen una red con su propia lógica, en la cual se ubicarán precisamente los intelectuales. “Con su propia lógica” implica que la función intelectual tiene cierta autonomía en virtud de las lógicas de otros campos, como el de la economía o la política, por ejemplo. El intelectual se legitima así en su “capital simbólico” (porque posee ciertos conocimientos especializados) y no será considerado en función de la posesión de otros capitales”. Una persona adinerada que practique una mala literatura, por ejemplo, no resultará consagrada ni legitimada dentro del campo intelectual” (Terán, 2008, pp.148-149).

Bourdieu, por su parte, profundiza en esta idea afirmando: “La noción de campo de producción cultural (que se especifica en campo artístico, campo literario, campo científico, etc.) permite romper con las vagas referencias al mundo social (a través de palabras como “contexto”, “medio”, “trasfondo social”, social background) con los cuales se contenta ordinariamente la historia social del arte y de la literatura. El campo de producción cultural es ese mundo social absolutamente concreto que evocaba la vieja noción de república de las letras. Pero es necesario no quedarse en lo que no es sino una imagen cómoda. Y si se puede observar toda suerte de homologías estructurales y funcionales entre el campo social en su conjunto, o el campo político, y el campo literario que, como ellos, tiene sus dominantes y sus dominados, sus conservadores y sus vanguardia, sus luchas subversivas y sus mecanismos de reproducción, en todo caso cada uno de esos fenómenos reviste en su seno su forma completamente específica” (Bourdieu, 1988, p. 143).

Esta mirada entrega elementos que son clave para entender críticamente las condiciones sociales de producción y circulación del conocimiento62 –por ejemplo, en el caso específico: del “conocimiento psicoanalítico” en sus vertientes internacional y local–, alejándose de versiones hagiográficas centradas en la genialidad de un autor solitario. Por ello, las tensiones entre estos dos niveles se hacen evidentes cuando se examinan casos particulares. Siguiendo a Bourdieu, la vida intelectual internacional no es un hecho espontáneo, sino que como se verá en este libro, responde a la acción de distintos agentes presentes en el mismo campo. El intercambio científico entre el espacio local e internacional está lleno de mecanismos sociales que inciden y operan en el transporte de las ideas, porque los intelectuales además de vehiculizar la llamada “veracidad científica” también adicionan un componente humano (prejuicios, estereotipos, percepciones, accidentes de la vida cotidiana) no menor.

Entre las “incidencias” más notables, según Bourdieu, se pueden encontrar: 1º. Los textos circulan sin su contexto, ya que los agentes de un campo nacional desconocen las condiciones de producción de una pieza intelectual; 2º. Los receptores locales se encuentran inmersos en un campo de producción distinto al del autor de una obra; 3º. La existencia de operaciones de selección local: representadas en las preguntas ¿qué es lo que se traduce? ¿Qué se publica? ¿Quién traduce? ¿Quién publica?, dando cuenta que el peso de la introducción de una obra en un espacio nacional depende de otros agentes distintos a los autores pero que tienen un peso específico considerable: las casas editoriales son el reflejo de esto; 4º. Mercado editorial: ¿de qué colección se hará parte la obra que se importa? ¿Quién traduce? ¿Quién prologa la obra? –aportando su propia visión de la obra, su valor y cómo se la articula con los problemas locales– y por último, 5º. Operaciones de lectura: que la imponen los propios lectores al momento de leer una obra en un campo de producción diferente (Bourdieu, 2000).

La acción de las operatorias antes descritas es central para seguir la ruta que experimentará una obra, especialmente su significación, proveniente de un campo internacional de circulación de ideas, al ingresar a un campo de recepción específico. Vale decir a un país o a espacios particulares dentro de ese misma nación. La apropiación, entonces, implicaría una serie acciones simultáneas –distinguibles sólo analíticamente para poder entender el proceso63– que impactan dando origen, según Bourdieu, a interesantes malentendidos, reinterpretaciones y diferentes apropiaciones de una obra con diversos propósitos y beneficios. Este desfase estructural64, es un elemento que debe ser incorporado a cualquier investigación que pretenda analizar un caso nacional de la recepción de algún sistema transnacional de ideas o creencias.

¿Qué es lo que se recepciona? Vezzetti (2000) formula una serie de preguntas que sirven para pensar el problema de recepción del psicoanálisis en términos históricos: “¿Un ‘autor’ destacado en la escena europea, una moda, un discurso relativamente sistematizado, una disciplina entera; en fin una problemática (campo de problemas: por ejemplo la sexualidad), nuevos objetos, nuevos conceptos; algunos procedimientos ‘técnicos’?” y […] ¿Qué es lo que permite analizar el éxito de esa implantación? En principio, las ‘posiciones’ alcanzadas en ese campo previo: cátedras, publicaciones (medibles por su impacto y lo que producen), tesis médicas, jornadas, sociedades; las relaciones con el aparato público de salud y la educación, con el campo intelectual, y la capacidad para definir una inserción propia, diferente, innovadora que modifica ese campo. Se trataría de ver en qué medida queda transformado un estado previo de la disciplina, del saber, de las prácticas” (Vezzetti, 2000, pp. 70-80). Es necesario considerar todos estos indicadores, ya que hablan del proceso de recepción en sí mismo, por lo que su detección entregaría valiosa información en el caso chileno.

Pero la recepción nacional de ideas ¿es un proceso homogéneo? Devés responde que “las ideas no circulan de modo homogéneo, no siquiera en la época de la mundialización de las comunicaciones y la economía. La circulación desigual e incluso la casi falta de circulación, en determinados casos, depende de factores variados que van desde los coyunturales a los estructurales y desde los personales a los culturales de larga duración” (Devés, 2009, p. 17). Y ya en el caso específico del psicoanálisis, según Plotkin, en un mismo espacio cultural y nacional la recepción y difusión del psicoanálisis65 se da en distintos niveles y a diferentes ritmos, reflejando una importante heterogeneidad. Así, una investigación debería diferenciar, por ejemplo, las rutas de recepción del psicoanálisis en círculos médicos de aquellos por medio de los cuales las ideas de Freud se diseminaron entre el público más o menos culto, o la manera en que el psicoanálisis se difundió en publicaciones populares66. “De cualquier manera, estas diferentes formas de difusión están usualmente interconectadas. Por lo tanto, la historia del psicoanálisis ejemplifica muy bien los problemas y limitaciones inherentes a la distinción tradicional entre “cultura popular” y “alta cultura”. El psicoanálisis es un sistema de ideas que emergió en un ambiente científico, pero cuya difusión se llevó a cabo en circuitos culturales mucho más amplios” (Plotkin, 2009, pp. 7-8). Como el psicoanálisis es un objeto cultural extendido, su impacto no sólo puede ser detectado exclusivamente en los llamados “círculos profesionales”, sino que también en un radio de acción mayor. La experiencia descrita por distintos investigadores (Plotkin, Turkle y Vezzetti, entre otros) confirma que los conceptos freudianos se hicieron parte de lo que Beatriz Sarlo67 llamó –término rescatado por Mariano Plotkin para pensar el caso del psicoanálisis argentino– los “saberes del pobre”: “esa mezcla desprolija de discursos sobre química e ingeniería, metalurgia y electricidad, geografías exóticas y visiones que anuncian la metrópolis futura” (Sarlo, 2004, p.9). En Chile, durante las primeras décadas del siglo XX, se experimentó un aumento de las publicaciones (revistas, folletos y libros) de consumo medio y popular que coincidió con una mayor oferta cultural de masas, respondiendo a una política gubernamental que intentó llevar un nuevo set de saberes al público chileno, con el fin de aportar a su supuesta culturización. Dentro de este cúmulo se encontraban las obras de Freud, lo que serviría para preguntarse –tal como lo hace Sarlo– cuáles eran estas versiones de Freud, dónde se producían y cómo se difundían, sobre qué experiencias se difundían, qué sensibilidades y destrezas querían generar, cuáles esperanzas despertaban y a qué ausencias respondían.

Por último, la recepción local de cualquier sistema de ideas o de creencias transnacional, que tiene en cuenta esta heterogeneidad en su difusión, debe considerar además lo que el investigador chileno Luis Corvalán68 afirma sobre la recepción, diciendo: “Ciertamente, a través de este concepto de recepción pretendo subrayar el elemento de apropiación de corpus de pensamiento generados en otra parte. En todo caso, como se dijo, sin por ello negar que esa apropiación supone adaptaciones a los requerimientos que profesan lo recepcionado desde el prisma de su peculiar experiencia histórica, necesidades, tradición, formación y mentalidades. Es decir, desde cierta inevitable impronta local, por cuanto poseen una identidad determinada, se ubican dentro de una coyuntura histórica precisa, y no se hallan en el vacío” (Corvalán, 2009, p. 22). De esta manera, se debe suponer y considerar, que el proceso de recepción y apropiación del psicoanálisis en Chile estuvo atravesado por tradiciones locales, orientaciones ideológicas, cuestiones de género y todo lo que se resume a través del concepto de habitus nacional. Este concepto acuñado por Norbert Elias –y que Plotkin lo considera central para el estudio de la dimensión local del psicoanálisis– se entiende como que “la suerte de una nación a través de los siglos se sedimenta a través de sus miembros individuales” (Elias en Plotkin, 2009, p. 7).

¿Qué significa esto? Visto así, siguiendo nuevamente a Pierre Bourdieu y Roger Chartier (2011)69, un sujeto social no es un espíritu instantáneo, por lo que su conducta no sólo puede ser explicada por la presencia de un estímulo. La noción de habitus tiene sus ventajas: “[…] es importante para recordarnos que los agentes tienen una historia, que son también producto de una historia personal, de una educación asociada a un medio, pero que son también el producto de una historia colectiva y que las categorías de pensamiento, las categorías de entendimiento, los esquemas de percepción, los sistemas de valores, etc., son el producto de la incorporación de estructuras sociales” (Bourdieu & Chartier, 2011, p. 70). En este caso podemos concebir lo que vincula la historia de la recepción del psicoanálisis, entendida como una forma activa y particular de leer y practicar las enseñanzas de Freud en Chile, con la historia de Chile, conceptualizada como un devenir que hizo que los términos psicoanalíticos fueran valorados y rechazados según ese entramado colectivo.

1.4 “Freud y los chilenos”: síntesis, límites y definición.

Ya queda claro, como lo mencioné anteriormente, que dentro del campo de investigaciones que ha intentado abordar la historia del psicoanálisis, existen modos bien definidos de encarar y pensar esta particular y compleja disciplina. En consecuencia, esta investigación debió optar y formular las preguntas pertinentes que ayudaron a circunscribir el problema, dar con una manera de abarcarlo, y fijar temporalmente el lugar en el que se inscribe dicha problemática. Así, las pregntas que me pude formular fueron:

1. ¿Qué quiero historizar?, que determinó por tanto,

2. ¿Desde dónde comenzar a historizar? ergo

3. ¿Dónde mirar o buscar las fuentes de información?

Basándome en Plotkin70 y Turkle71 pude responder la primera pregunta de la siguiente forma:

Podría ser atractivo centrarme en la historia del movimiento psicoanalítico, lo que implicaría concentrarsme exclusivamente en la dimensión institucional del psicoanálisis chileno, reconstruyendo los eventos que llevaron a la creación de la Asociación Psicoanalítica Chilena (APCH) en 1949. Esta decisión implicaría maniobrar, por lo tanto, con las variables que este tipo de abordaje exige y restringe al mismo tiempo. A mi consideración, quedarse desde este lugar ocluye la posibilidad de realizar un análisis múltiple, que esté a la altura de un objeto de estudio tan multifacético como se puede reconocer al psicoanálisis.

Por ello, mi segunda opción era considerar las propiedades que el psicoanálisis tiene como “sistema de ideas y creencias de carácter transnacional”, donde el punto de vista institucional sería una variable más dentro de ese cúmulo de prácticas y discursos que se legitimaron por estar emparentados (de manera “real” o no) con el pensamiento de Freud. Tengo clara la complicación que esta opción tuvo para mi - fueron seis años de investigación-, pero me permitió abordar de manera interesante cómo el psicoanálisis circuló a través de las fronteras de los países y distintos espacios culturales, para llegar a nuestro país, mediante circuitos múltiples, que más de una ocasión establecen diálogos entre sí. Esta fue finalmente mi elección, la que sustentó el trabajo de este libro.

Para llevarla a cabo, tomé ejemplos de investigaciones similares en Estados Unidos, Francia y Argentina, lugares donde el psicoanálisis desbordó los límites comunes para originar una verdadera “cultura psicoanalítica” ,reflejando así su introducción en distintas capas del medio local.

En este sentido, me sumerjo en el debate historiográfico sobre el psicoanálisis chileno, tomando como señal de ruta la categoría de “recepción”, y reescribiendo así, la manera tradicional de entender la historia de esta disciplina en nuestro país. Porque aún con esto, cabría la pregunta, ¿qué sería lo chileno, aquello que es propio y que al mismo tiempo no nos pertenece, desde esta perspectiva? Rescato una cita que Alejandro Dagfal hace de Hugo Vezzetti acerca de la historia de la psicología en la Argentina:

Ahora bien ¿qué es lo ‘argentino ’ en esta historia? Los autores y los modelos de conocimiento son europeos en general y franceses en particular. Frente a esto se suele acentuar la “dependencia” y la idea de la mera copia. El problema es más amplio que el de una historia de la psicología y tiene que ver con la cuestión de la conformación de un pensamiento y una cultura nacionales. Aquí interesa resaltar la categoría de recepción: una apropiación activa que transforma lo que recibe” (Vezzetti en Dagfal, 2004, p. 9).

Apoyado en lo anterior, “lo chileno” en el constructo “psicoanálisis chileno” –más que psicoanálisis “en” Chile– serían esos actos que cruzaron lo “ya conocido”, representado por los cánones de la época (literarios, científicos, ideológicos, morales, etc.) con la “novedad” que llega al país –en este caso el psicoanálisis–, “produciendo” toda una serie de actos que lo transforman, lo subvierten, lo critican, lo apropian, lo introducen, lo difunden, lo explican, lo rechazan, etc. en diferentes circuitos de recepción, en los que participan una serie de agentes. Vezzetti lo dice mejor cuando plantea las siguientes preguntas:

“Dado que hay más de un Freud, a partir del abanico de lecturas que lo toman por objeto, ¿en qué campos preexistente de ideas y valores se van a ir inscribiendo esas referencias? ¿Cuáles fueron los nuevos problemas que esa constelación de discursos vino a encontrar y, en parte, a producir? ¿Cuáles son canales y modos de su incorporación y difusión? En todo caso, la constitución fragmentaria del psicoanálisis como objeto discursivo no es separable de condiciones de recepción en las que se apreció la presión de incluir a Freud en alguna tradición preconstituida: científica, ideológica, estética o moral” (Vezzetti, 1996, p. 14).

Aproximarse a los circuitos de recepción del psicoanálisis chileno implicó descifrar la respuesta a estas preguntas, pensando que el psicoanálisis compitió, por ejemplo, con el positivismo imperante desde finales del siglo XIX y su explicación sobre las enfermedades mentales y los problemas de “trascendencia social”. Las ideas freudianas se hicieron parte del contexto que la “cuestión social” subrayó, posibilitando, como pasó con el recordado Germán Greve Schlegel, la discusión del papel que la asistencia social debía sostener frente a los “pobres desgraciados”. Poder suponer, por ejemplo, la existencia de recepciones tanto de derecha como de izquierda del psicoanálisis con distintos usos y propósitos serían posibles de detectar. Declaro, entonces, que la perspectiva y su consecuente problema que intenta abordar es “La historia de la recepción del psicoanálisis en Chile”.

1.5 ¿Por qué 1910-1949? Periodización y sus supuestos.

Es pertinente para los lectores poder aclarar los supuestos que sustentaron el recorte temporal que realicé. Si bien estos responden en un inicio a una tentativa, su formulación buscaba situar las referencias más comunes respecto a la historia del psicoanálisis en Chile.

Por ello, los “hitos” más comentados sobre la llegada del psicoanálisis a Chile son:

a) La lectura del trabajo de Germán Greve Schlegel en Buenos Aires: este médico chileno, oriundo de Valparaíso, leyó el trabajo Sobre psicología y psicoterapia de ciertos estados angustiosos en la Sección de Neurología, Psiquiatría, Antropología y Medicina Legal del Congreso Internacional Americano de Medicina e Higiene celebrado en Buenos Aires en 1910. Se afirma que este trabajo fue la primera comunicación de las ideas de Freud al español en Latinoamérica. Greve comentó la aplicación del psicoanálisis para combatir los síntomas obsesivos, destacando su eficacia, como también, la dificultad que tiene aplicar su método al pie de la letra. Además, se esfuerza por hacer coincidir los sistemas de pensamiento de Freud y Janet. Este trabajo fue comentado por Freud dos veces, llamándolo como el colega “probablemente alemán”. La historia señala que Greve no volvió con mayor profundidad sobre el psicoanálisis de manera pública.

b) Luego, la llegada de Fernando Allende Navarro desde Europa en 1925 y la publicación de su tesis El valor del psicoanálisis en la policlínica. Una contribución a la psicología clínica (1926) en la Universidad de Chile: Este médico chileno, según las referencias, fue el primer psicoanalista formado “oficialmente” que llegó al continente. Allende Navarro paso largos años en Europa estudiando medicina en las universidades de Suiza, Bélgica y Francia. Se formó con personalidades como Constantino Von Monakow, con quien se especializó en anatomía cerebral y con el mismo Hermann Rorschach. De vuelta a Chile, validó su título de médico en la Universidad de Chile con una tesis que introduce la práctica clínica del psicoanálisis mostrando la eficacia de su técnica con una serie de casos clínicos.

c) La fundación en 1949 de la Asociación Chilena de Psicoanálisis (APCH), donde el comienzo de la historia “oficial” del psicoanálisis chileno estaría encabezada por Ignacio Matte Blanco y sus colaboradores. Este evento reflejaría la consolidación institucional del psicoanálisis en nuestro país, ya que ese mismo año la organización fue reconocida oficialmente por la Sociedad Internacional de Psicoanálisis (IPA) en el Congreso Internacional en Zurich.

Estos tres “hitos”, tal como han sido referidos hasta el día de hoy, dejan grandes espacios de silencio en los que, aparentemente, no habría sucedido nada relevante que mereciera ser recuperado y analizado. Esta mirada está plagada del uso de categorías como “prehistoria”, “precursores”, “pioneros” y “oficialmente formados”, centrándose así en la veta clínica e institucional del psicoanálisis.

Es por ello que ocupé estos mismos parámetros temporales (19101949) para indagar en aquellos espacios en los cuales la historia “oficial” del psicoanálisis guarda silencio, tratando así de hacer emerger los circuitos de recepción y apropiación múltiple del psicoanálisis en la escena nacional. Está reconstrucción histórica se sostuvo en tres grandes supuestos, a saber:

Existen contribuciones significativas y relevantes de varios agentes locales que recibieron las ideas freudianas a través de diversas rutas intelectuales, cada una de éstas está bien definida, implicando con ello un proceso de recepción multifactorial.

Hasta el momento, la mirada que predomina sobre la historia del psicoanálisis chileno invisibiliza dichos aportes, ya que los considera como “capítulos previos” o “preparatorios” a lo que sería la historia “oficial” de la disciplina, contada desde una perspectiva exclusivamente institucional como eje de legitimación y autoridad.

Estos aportes pueden ser recuperados a través de una búsqueda reorientada que tenga en cuenta los beneficios de pensar al psicoanálisis de manera más amplia, redefiniéndolo como un sistema de ideas y creencias de carácter transnacional.

Las particularidades del caso chileno de la recepción del psicoanálisis están relacionadas de manera estrecha con las condiciones locales (sociales, económicas y políticas) de la época de su recepción, pero además con el habitus nacional, entendiendo esto como la suerte de la nación en un marco histórico, el que opera como una variable que condicionó su lectura y uso local.

1.6 Método para la investigación: la perplejidad permanente

Aproximarse a la historia de la recepción del psicoanálisis es sinónimo de estudiar una porción de la historia social, política, intelectual y científica de Chile. Sigo en esto a Aróstegui, quien define a la investigación histórica como aquellos trabajos “que tienen como objeto el comportamiento de las relaciones sociales en función de sus movimientos temporales (recurrentes o transformadores)” (Aróstegui, 2003, p. 150). Se subentiende, entonces, que la llegada de las ideas freudianas a Chile impactó y autorizó la producción innovadora dediscursos y prácticas que pueden ser detectadas y según el presente esquema: (Estado social – Acontecimiento [llegada del psicoanálisis] – Nuevo estado social).

Así, el levantamiento de información de las fuentes históricas más la aplicación del método historiográfico, definido como aquellos pasos necesarios para poder reconstruir cierto fenómeno o fenómenos sociales a partir de la elaboración de hipótesis de trabajo, permitió que los datos encontrados puedan elaborarse para producir un relato histórico lo suficientemente argumentado que dé cuenta de la particularidad de la recepción del psicoanálisis en Chile.

La complejidad del psicoanálisis como objeto de elaboración histórica ha sido considerada a partir de su amplitud y la compenetración que ha logrado en la cultura occidental actual. Desde un punto de vista antropológico, según Plotkin (2009c), el estudio de la historia del psicoanálisis cuenta con un problema adicional para distinguir las categorías “analíticas” de las “nativas”. Un investigador es parte de la cultura que quiere estudiar, por lo que investigar la historia del psicoanálisis puede implicar el riesgo de tomar un dato y “naturalizarlo” precisamente porque ocupa un lugar del problema que se quiere estudiar así como también de la cultura estudiada. Un ejemplo, es la operatoria que el concepto de “resistencia” tiene para el psicoanálisis –tanto en lo clínico como en su política institucional– enfatizando en las supuestas grandes resistencias que las ideas freudianas levantarán en cualquier sociedad en la que se encuentre. Por eso, muchas de las historias del psicoanálisis se esfuerzan por enfatizar o hacer calzar este elemento dentro de las construcciones históricas que realizan, impidiendo con ello interrogarse sobre el éxito sin precedentes de la difusión del psicoanálisis en el mundo. Lo mismo pasa con las ideas que hoy se tienen sobre la subjetividad, la mente y la sexualidad, entre otros, las que se basan o se encuentran inspiradas en el psicoanálisis, o en oposición a él. Tomando esto en cuenta, al investigador se le exige una actitud de “perplejidad permanente” o “exotización”, facilitando así una postura abierta ante lo nuevo.

En consecuencia, definimos al psicoanálisis como “un fenómeno cultural amplio. Que debe ser estudiado desde la perspectiva de la historia cultural y desde un punto de vista histórico-antropológico, sin perder de vista su naturaleza multidimensional. Es crucial tomar en consideración los diferentes niveles y espacios culturales en los que el psicoanálisis como práctica y como sistema de creencias se manifiesta” (Plotkin, 2009c, p. 12).

Freud y los chilenos

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