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PRÓLOGO

¿Por qué escribir un libro sobre la historia del psicoanálisis en Chile? A pesar de que fue un chileno, Germán Greve, quien –según el propio Freud–, mencionó públicamente al psicoanálisis por primera vez en América Latina, lo cierto es que esa mención puntual tuvo lugar en un congreso científico que se desarrollaba en Buenos Aires en 1910. Por otro lado, hoy sabemos que antes de Greve hubieron otros latinoamericanos, particularmente brasileños, interesados en el sistema de pensamiento que se estaba gestando en Viena. La difusión del psicoanálisis, tanto en lo que respecta a su dimensión estrictamente terapéutica, como en su carácter de artefacto cultural entendido en un sentido amplio ha sido mucho menos masiva en Chile que en sus vecinos Argentina y Brasil. Pareciera, por lo tanto, que Chile ha ocupado un lugar doblemente periférico en la historia del psicoanálisis, por su ubicación en América Latina, y porque dentro de la región su posición en lo que respecta a la recepción y difusión del mismo no ha sido central.

El libro que el lector tiene entre manos da una respuesta contundente al interrogante inicial y, en su recorrido por los distintos espacios de circulación del pensamiento psicoanalítico en Chile, nos invita a repensar buena parte del conocimiento recibido no solo sobre la historia del psicoanálisis a nivel regional e internacional, sino, más en general, sobre la historia de la circulación de ideas. Pero vayamos por partes.

El psicoanálisis es una disciplina esencialmente histórica, tanto en lo que respecta a su método como en lo referido a su naturaleza. Al igual que los historiadores, los psicoanalistas buscan construir una narrativa sobre el pasado a partir de los vestigios que el mismo ha dejado en el presente. La temporalidad es constitutiva del saber y de la práctica psicoanalítica. Desde luego que no debemos llevar la búsqueda de similitudes entre el saber histórico y el saber psicoanalítico demasiado lejos. Los conceptos de temporalidad que manejan psicoanalistas e historiadores son diferentes, así como los objetivos planteados por las dos disciplinas. Sin embargo, se puede establecer (y de hecho se ha establecido, en alguna medida) un diálogo fructífero entre las mismas.

Paradójicamente, aunque la historicidad es un elemento constitutivo del psicoanálisis, desde sus mismos comienzos quienes lo practican han mostrado fuertes resistencias para pensarlo históricamente, y esto se ha debido a una multiplicidad de motivos. En primer lugar, como otras disciplinas, prácticas sociales y sistemas de pensamiento y creencias, el psicoanálisis ha generado sus propios mitos de origen. Dentro de ellos, el que más proyecciones ha tenido y, a su vez, el que más ha limitado la posibilidad de su historización es aquel que lo ubica dentro de una genealogía vacía. En efecto, desde los primeros intentos de Freud por construir una narración histórica acerca del sistema por él creado, hasta versiones más recientes producidas por lo general desde dentro del movimiento psicoanalítico y que terminaron constituyendo una versión canónica, el psicoanálisis no reconocería antecedentes. Se trataría del “descubrimiento” de un genio aislado trabajando en condiciones de “espléndido aislamiento”. La historia del psicoanálisis, según esta versión, comenzaría con Freud quien fundaría la genealogía psicoanalítica que se prolongaría en sus colaboradores más cercanos y luego con sus discípulos y seguidores a medida que se iban conformando las instituciones psicoanalíticas en distintos países del mundo. El psicoanálisis sería, por lo tanto, una creación ex nihilo.

Como señala perceptivamente Élisabeth Roudinesco, la historia del psicoanálisis, según la versión canónica, sería “auto engendrada” y, en consecuencia, toda historia contextual sobre los orígenes del psicoanálisis debería ser recusada en beneficio de la mitología del “gran hombre”. Esta visión de la historia, ha sido enormemente influyente en la conformación de la identidad del movimiento psicoanalítico internacional y, aunque ha sido fuertemente cuestionada en las últimas décadas, continúa conformando la “historia oficial” del psicoanálisis. La historia del psicoanálisis durante décadas ha sido una historia centrada en Freud y en su núcleo inicial; un Freud que no conocía ni reconocía “padres” intelectuales aunque hoy sabemos que los tenía y en abundancia. A esta historia mítica de Freud y el psicoanálisis en las últimas décadas se ha contrapuesto una “contra historia”, que funciona como una imagen en negativo de la anterior y cuyo exponente más conocido, pero obviamente no el único, ha sido el Libro negro del psicoanálisis publicado en 2005. Tenemos así, dos narraciones míticas enfrentadas, una freudiana y otra antifreudiana, ambas más centradas en legitimar posiciones que en conocer el pasado.

Un segundo núcleo de problemas que ha limitado la posibilidad de historización del psicoanálisis tiene que ver con la forma en que se constituyó y desarrolló el “campo psicoanalítico” y con la formulación de una “identidad psicoanalítica” como mecanismo de auto-legitimación. Aunque Freud hizo esfuerzos explícitos para dejar en claro que el lugar que él había asignado a la disciplina que había inventado estaba ubicado dentro del universo de las ciencias, el componente “romántico” constitutivo de la disciplina y señalado por Luiz Fernando Dias Duarte y Roudinesco, entre otros, y la manera en que se desarrolló la práctica del “psicoanálisis realmente existente” han puesto en cuestión esta posibilidad.

En efecto, el psicoanálisis se ha desarrollado como una práctica y saber cuyos practicantes pretenden ubicarlo por fuera de las “reglas del juego social”. El psicoanálisis se presenta como un saber irreductible a toda otra forma de saber, y por lo tanto, gozando de una “extraterritorialidad” respecto de otras prácticas y saberes sociales científicos y humanos.

Está, de esta manera, concebido como una forma de saber única e inconmensurable y, así, impermeable a cualquier forma de crítica formulada desde fuera, las cuales, por otro lado, son tratadas desde dentro de las comunidades psicoanalíticas como “resistencias” y pasibles de ser psicoanalizadas. Las categorías clásicas del psicoanálisis son concebidas como trans- (o más bien a-) históricas y no serían susceptibles (como no lo sería el psicoanálisis en tanto práctica y forma de saber) de ser analizadas por las ciencias sociales e históricas. Desde este punto de vista habría una negación por parte de los psicoanalistas de la dimensión social –y, por lo tanto, histórica– de su práctica, entendidas como una forma de interacción social que tiene lugar dentro de un campo específico, con sus reglas de juego propias y sus luchas por la acumulación de capital simbólico (y no sólo simbólico). Podríamos decir que, así como Mao Tse-tung sostenía que sólo desde dentro de la revolución se podía entender la revolución, para importantes sectores dentro del movimiento psicoanalítico sólo aquellos que pasaron por el psicoanálisis –y, en el extremo, sólo los psicoanalistas estarían en condiciones de comprender el funcionamiento del “campo psicoanalítico”. En buena medida, el régimen de autoridad en que se valida el psicoanálisis está basado en esta pretensión de extraterritorialidad, en su carácter de saber que no puede equipararse a ninguna otra forma de saber y que, por lo tanto, está asociado a una práctica que escapa a cualquier forma de regulación, ya sea legal o simbólica. En el límite “el psicoanalista se autoriza a sí mismo”. En este sentido la historia ha servido más como herramienta de legitimación de distintas sectas surgidas dentro del movimiento psicoanalítico a una forma de conocer el pasado.

El psicoanálisis ha constituido uno de los sistemas de pensamiento más relevantes del siglo XX. Más allá de los juicios que merezca, lo cierto es que, como ha señalado John Forrester, volver hoy a pensar problemas tales como la sexualidad y la subjetividad con categorías pre-freudianas tendría tanto sentido como pensar el universo con categorías pre-copernicanas. El sistema creado por Freud se ha convertido en un referente esencial aun para aquellos que lo combaten. Sería imposible intentar reconstruir la historia intelectual del siglo XX sin tener en cuenta el psicoanálisis, de la misma manera que no podría entenderse la historia política (y también intelectual) sin tener en cuenta al marxismo. Y es por eso que historización y el análisis social del desarrollo del psicoanálisis constituye una tarea central para la comprensión del siglo XX.

Ahora bien, una mirada histórica sobre el psicoanálisis que vaya más allá de las mitologías de origen debería partir de algunas premisas básicas. En primer lugar, se debe hacer un intento para que esta mirada sea lo más externa posible respecto del objeto de estudio. Esto es particularmente difícil en el caso del psicoanálisis, puesto que los propios historiadores hemos sido, de una manera o de otra, trabajados por los conceptos de origen psicoanalítico. En términos antropológicos, es difícil en este caso separar a los “nativos” y sus categorías de los analistas y las suyas propias. Buena parte de las historias del psicoanálisis toman como punto de partida las mismas categorías conceptuales que sepretenden analizar. Así, por ejemplo, parte del conocimiento recibido sobre la historia del psicoanálisis reproduce la idea freudiana de que el mismo genera (de hecho tiene que generar) resistencias debido a lo revolucionario de sus descubrimientos. De esta manera, una parte importante de la historiografía sobre el psicoanálisis se dedica a analizar estas resistencias y las luchas llevadas a cabo por la aceptación y la implantación del sistema freudiano, sin siquiera cuestionar el concepto mismo. Además, estas resistencias serían específicas del psicoanálisis debido a la naturaleza de su objeto (el inconsciente y la sexualidad). Sin embargo, una mirada “externa”, que no tomara las categorías y conceptos derivados del psicoanálisis como datos sino como objetos que deben ser analizados crítica e históricamente, más que las resistencias (que por otro lado no tienen nada de específico, sobre todo cuando se trata de formas de conocimiento que además tienen una dimensión profesional que puede amenazar posiciones dentro de un campo consolidado), debería tomar en cuenta y enfatizar la rapidísima difusión del sistema inventado por Freud en occidente y más allá también. Un método terapéutico, que además se constituye en un sistema de investigación sobre un objeto al cual solo puede accederse por el método psicoanalítico (el inconsciente), inventado por un médico judío y provinciano (y por lo tanto ocupando un lugar social relativamente marginal) en la capital de un imperio en decadencia se constituyó en menos de veinte años en un sistema de ideas transnacional anclado en una organización institucional cuyas ramas llegaban al oriente remoto. Para 1920 el psicoanálisis había desbordado ampliamente el universo de sus aplicaciones pensadas originalmente por Freud. Hacia 1930 Freud era una figura tan conocida a nivel internacional, que se puede contar, al menos una carta dirigida a él con las palabras “Dr. Freud, Viena” como única referencia en el sobre, llegó a destino. Podemos decir, entonces, que un fundamento importante de cualquier intento de historización del psicoanálisis debe consistir en no tomar sus categorías como datos de la naturaleza, sino más bien ejercer sobre ellas la misma mirada crítica que todo historiador competente debe ejercer sobre su objeto de estudio cualquiera sea su naturaleza.

En segundo lugar, se debería reponer al psicoanálisis dentro del universo de las prácticas sociales. El psicoanálisis se ha desarrollado como un saber pero también como una práctica, y como tal no está por fuera de las “reglas de juego” de las prácticas sociales en general. Al respecto es útil el concepto de “campo” formulado por Pierre Bourdieu, como un espacio de lucha con reglas generadas internamente por la acumulación de capital simbólico (y no solo simbólico). En este sentido, el psicoanálisis como cualquier otra práctica social, no escaparía a las reglas que rigen los distintos campos. El psicoanálisis debe ser entendido, entonces como una práctica social que se ha desarrollado en sociedades y espacios culturales dados, en momentos específicos, y que (conservando su especificidad) está sometido a los condicionamientos de cualquier otra práctica social.

Por ello, y en tercer lugar, la historia del psicoanálisis como la de cualquier otro sistema de ideas, creencias y prácticas, debe ser contextual. Freud y el psicoanálisis han sido productos de su tiempo. Las categorías originadas en el psicoanálisis, aunque tengan pretensión de universalidad, también deben ser analizadas teniendo en cuenta el contexto de su origen y de su posterior evolución. Pero dado que el psicoanálisis ha cumplido más de un siglo de historia y que el mismo se ha desarrollado de manera diversa en distintos puntos del planeta y, además, ha evolucionado (como cualquier otra forma de conocimiento), se han desarrollado por lo tanto, una multiplicidad de psicoanálisis diferentes. Sería entonces casi imposible hablar “del” psicoanálisis y más bien habría que hablar “de los” distintos psicoanálisis. En el caso de un sistema de saberes y de creencias como es el psicoanálisis, que además ha tenido la capacidad de constituir una “subcultura” en diversos lugares del mundo, es decir desbordar ampliamente su ámbito inicial de utilización difundiéndose por canales diversos tanto dentro de la cultura letrada y científica como de la cultura popular, una historia del psicoanálisis debería tener en cuenta todas estas dimensiones. ¿Por qué, por ejemplo, en algunos lugares la recepción de las ideas de Freud se dio más rápidamente en círculos médicos que en otros? ¿Cómo se desarrolló una “recepción popular” de las ideas originadas en el psicoanálisis en distintos espacios culturales? En este sentido, parece obvio que la historia del psicoanálisis (como la del marxismo y la de cualquier otro sistema de ideas, prácticas y creencias de carácter transnacional) trasciende la biografía de su creador y cualquier lectura canónica. El análisis histórico del psicoanálisis no puede limitarse a los textos y las ideas de Freud y los otros “padres fundadores”, sino que debe abordarse también desde la perspectiva de la recepción y la difusión, las distintas formas en que fueron leídos, interpretados, combinados, apropiados y reformulados. Y para esto se hace indispensable estudiar estos procesos no solamente en los espacios caracterizados como “centrales”, sino en todos aquellos donde han tenido lugar. La historia de las ideas y las creencias no puede separarse de la de su recepción, circulación y difusión; y si esto es así, entonces los desarrollos ocurridos en regiones como América Latina y en países como Chile adquieren otra valoración. Y esto es particularmente importante porque América Latina ha sido una región totalmente relegada de las historias generales sobre el psicoanálisis a pesar del lugar central que el mismo ocupa hoy en día en la cultura urbana de algunos países, y de lo temprano que se difundió la obra freudiana en el subcontinente.

Desde luego, este enfoque multidimensional de la historia del psicoanálisis presenta el problema metodológico de fijar los límites del objeto. ¿Hasta que punto un discurso o una práctica social puede considerarse “psicoanálisis”? ¿Dónde están los límites de lo que puede caracterizarse como “psicoanalítico”? Si lo que interesa es entender el lugar del psicoanálisis en una cultura determinada, conviene considerarlo como un artefacto cultural en sentido amplio, que es lo que hace el autor de este libro. Podría decirse al respecto que interesan todos los discursos y prácticas que se legitiman en el sistema freudiano y que de alguna manera tiene “efectos performativos”, es decir que generan acciones y transformaciones. En todo caso, la pregunta relevante sería porqué el psicoanálisis (entendido éste de la manera que sea) en un momento particular de una cultura dada se transforma en un agente legitimador de determinados discursos y prácticas.

El libro que el/a lector/a tiene entre manos es un excelente aporte a la historia del psicoanálisis porque aborda el tema desde todas las dimensiones esbozadas más arriba. Al respecto, quiero destacar dos cualidades del mismo entre las muchas que posee. Se trata de un texto que busca elucidar de qué manera el psicoanálisis ha sido interpretado, leído y apropiado en Chile a lo largo de 40 años de historia del país, prestando atención a variables políticas, sociales, y culturales. De esta manera el proceso de recepción y circulación del psicoanálisis en Chile no constituye un hecho aislado, la llegada de la “buena nueva”, sino parte de un complejo proceso estrechamente vinculado al desarrollo histórico del país en el cual los agentes de recepción jugaron un papel activo. Mariano Ruperthuz Honorato analiza las múltiples dimensiones del proceso de recepción y circulación de las ideas freudianas prestando particular atención a las variables históricas que han constituido un “campo fértil” para esos desarrollos. Por otro lado, se detiene a analizar en profundidad diversos espacios de recepción: jurídico, literario, médico, intelectual y a nivel de la cultura popular.

Pero además, y este es el segundo punto que quiero resaltar, llama la atención la cronología. El análisis de Ruperthuz se detiene en 1949 es decir inmediatamente antes de la creación de la Asociación Psicoanalítica Chilena. Esto es importante de señalar porque con esto contribuye a desmontar otro elemento importante de la narración mítica de la historia del psicoanálisis: que el mismo se implanta solamente cuando se establece una asociación oficial vinculada a la IPA, o de origen lacaniana. Todas las formas de recepción previas son, desde las historias oficiales, o bien ignoradas, o bien consideradas como “precursoras”, o como formas desviadas y por lo tanto sin valor para el “verdadero psicoanálisis”. Lo que Ruperthuz contribuye a mostrar, siguiendo una línea de investigación que comenzó hace décadas en Europa y los EEUU, y más recientemente en otros países de la región, es que, para el momento en que se creó la Asociación Psicoanalítica de Chile, hacía ya décadas que se conocía, discutía y aplicaba elementos del pensamiento freudiano, habiendo incluso intelectuales, juristas y médicos que establecieron contactos personales con Freud. De esta manera, podría decirse que el establecimiento de la asociación constituiría un episodio más en el proceso de recepción y circulación de ideas vinculadas al psicoanálisis en el país, episodio, sin duda importante, pero no necesariamente fundacional.

Creo, por todo esto, que este libro constituye un aporte importante a la historia del psicoanálisis no solamente en Chile, sino a nivel internacional, y un paso más para reinsertar a América Latina en la historia del psicoanálisis general.

Mariano Ben Plotkin

Historiador

Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES, Buenos Aires)

Investigador CONICET

Freud y los chilenos

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