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1.1. La transformación de la superficie del planeta Tierra en suelo: fruto de la complejidad

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1.1.1. De un medio terrestre inorgánico a un ecosistema propicio para la vida

Comprender la evolución de la Tierra, de la cual disfrutamos y abusamos cada vez con mayor frecuencia, requiere devolverse a un pasado planetario de aproximadamente 13 500 millones de años e imaginar el big bang, cuando en el primer segundo del tiempo, el universo se extendió en energía, radiaciones cósmicas, materia, espacio y tiempo (Harari, 2014, p. 15; «La teoría del Bing Bang», 2016; National Geographic, 2014, pt. 1; Sanromà, 2016, p. 57). Actualmente, el estudio de estos componentes los aborda la física (figura 1.1).

En la medida en que se enfriaba este universo, de un ritmo moderado a lento —o tal vez muy rápido en el tiempo espacial—, que pudo tardar alrededor de 300 000 años, se originaron los protones y neutrones que comenzaron a aglutinarse en estructuras más complejas: los átomos, los cuales se combinaron y dieron origen a las moléculas. Asistimos, como lo dice Yuval Noah Harari (2014), al nacimiento de la química, centrada en el estudio de átomos, moléculas y sus interacciones (p. 15).

Hace aproximadamente 4500 millones (4,5 eones1) de años se inició la formación del sistema solar, a partir de una nebulosa colapsada por su atracción gravitacional que llevó a la acumulación de materiales que colisionaban entre sí y dieron origen a los planetas, cuya composición varió de acuerdo con las temperaturas dominantes, según su posición en el naciente sistema solar. En la Tierra, junto con Venus, Mercurio y Marte, predominaron los materiales rocosos y materiales metálicos «debido a que las altas temperaturas del centro de la nebulosa, donde estaban localizados, solo permitía que dichos materiales se condensaran» (Geoenciclopedia, 2015; Hazen, 2015, p. 200).

La Tierra primitiva está descrita como un cuerpo volcánico, más caliente en sus inicios que ahora, en donde «los materiales más densos se hundieron y formaron el núcleo y los más ligeros ascendieron y conformaron el manto y la corteza. Debido a las altas temperaturas, los cristales de agua y amoniaco solo se condensaron a mayor distancia» (Geoenciclopedia, 2015). Los cráteres resultantes de los impactos se llenaron de agua. Así se completó la denominada Edad Prebiótica, en la cual se modelaron las condiciones necesarias para que surgiera la vida (Geoenciclopedia, 2015; Capra, 2003, p. 245).

La presencia del agua, constituyente de aproximadamente el 70 % de la Tierra (Valverde Valdés, Meave del Castillo, Carabias y Cano Santana, 2005, p. 152) —denominada Planeta Azul— y elemento clave para el surgimiento de la vida, guarda muchas incógnitas por resolver. Hay dos hipótesis dominantes acerca de su origen en la Tierra: en la primera, se postula que provino del espacio exterior, almacenada en miles de millones de meteoritos que impactaron al planeta (National Geographic, 2013). En la segunda, que proviene de minerales que almacenan agua dentro de sus cavidades, los cuales se depositaron en el núcleo y luego, al ser derretidos por las altas temperaturas, la liberaron en forma de gas que se condensaba en la corteza terrestre y se depositaba en las grietas y cráteres formados (Izidoro, de Souza, Winter y Haghighipour, 2013, p. 11; National Aeronautics y Space Administration, 2013; Pearson et al., 2014, p. 221; Rosen, 12 de noviembre 2015). Ambas coinciden en la finitud de este bien fundamental para la vida. Al igual que en la Tierra, en las plantas y animales el agua constituye entre el 60 al 70 % de su composición (Pocock y Richards, 2005, p. 9).

La física aunada a la química generaron un caldo primitivo con las condiciones propicias para que surgiera la vida en el planeta y esto ocurrió en el agua, puesto que las condiciones sobre la corteza terrestre continuaban siendo letales: la radiación y los rayos ultravioleta esterilizaban el ambiente superficial (Sánchez de Prager, Barrera et al., 2017, p. 254). En esta cronosecuencia se observa que la energía solar y geoquímica estuvieron presentes desde el inicio del planeta. El oxígeno, la carne y el fuego, como fuentes energéticas, aparecieron después, producto de la evolución planetaria, ligadas a la vida y al incremento de la biodiversidad y la complejidad ecosistémica (figura 1.1). Esta expansión de fuentes energéticas se ha ampliado en el presente y lo hará aún más hacia el futuro (Judson, 2017, p. 2).


Figura 1.1.

La superficie terrestre evoluciona hasta convertirse en espacio albergador de vida.

Fuente: Capra (1998, p. 245); Harari (2014, p. 11); Madigan et al. (2015, p. 5); Madigan, Martinko, Dunlap y Clark (2009, p. 7); Madigan (2012, p. 6). Elaborado e interpretado por Perea-Morera y Sánchez de Prager (2017).

1.1.2. El surgimiento de la vida permite una biosfera autorregulada en el planeta

Hace aproximadamente 3800 millones de años aparecieron las primeras formas microbianas, tan sencillas, dotadas de lo mínimo para asegurar la vida —y a la vez tan complejas—, capaces de adaptarse a ambientes extremos. Bacterias y archaeas vivían en condiciones anaeróbicas y cercanos a humeros volcánicos (Madigan et al., 2015, p. 380, Madigan et al., 2009, p. 49). Se iniciaba la biología y sus interacciones con la física, la química, el nacimiento de la bioquímica y de la biogeoquímica, entre otras ciencias.

Estos organismos en aproximadamente 2000 millones de años dieron origen a numerosos procesos biogeoquímicos: a) inventaron tres de los cuatro mecanismos metabólicos para obtención de energía química (ATP) a partir de componentes del medio lacustre: la fermentación, respiración anaeróbica y fotosíntesis anóxica (Madigan et al., 2015, p. 403). Son tan eficaces que permanecen en la actualidad y todos ellos suceden tanto en el agua como en el suelo (Capra, 2003, p. 245; Harari, 2014, p. 15; Madigan et al., 2015, p. 90, Madigan et al., 2009, p. 118). b) Organización de las bacterias en colonias complejas que se anclaban. c) Organismos con ciclos de vida supremamente cortos, quizás más largos al principio de la vida. Actualmente, algunos de estos microorganismos realizan sus funciones vitales en 15 a 30 minutos y menos (Madigan et al., 2015, p. 158, Madigan et al., 2009, p. 166; Sánchez de Prager, Marmolejo y Bravo, 2000, p. 90).

Las primeras evidencias visuales de la vida en el planeta están referenciadas en ambientes hidrotermales extremos, en donde se observaban bioestructuras rocosas cuya matriz la constituían principalmente el CaCO3 que albergaba colonias bacterianas organizadas en biofilms o biopelículas, se adherían a las superficies que encontraban y emergían. Se conocen como estromatolitos, inicialmente surgían en las condiciones anaeróbicas presentes y, posteriormente, al aparecer los microorganismos aeróbicos, su participación, expande el proceso de colonización de los lechos acuosos (Farías, 2011; Rodríguez-Martínez et al., 2010, p. 5).

El hito evolutivo de la fotosíntesis oxigénica en el planeta, hace aproximadamente 2800 millones de años, genera caos en el ambiente anaeróbico dominante y constituye un peligro para la vida existente, ya que el carácter gaseoso del O2 permite que se expanda por todos los espacios. Esta aparente amenaza da origen a dos nuevas estrategias que aproximan la colonización vital de la superficie terrestre: su naturaleza gaseosa permite que esta nueva molécula se difunda por el espacio atmosférico, se eleve y combine dando origen al ozono (O3) como burbuja gaseosa que rodea el planeta, capaz de filtrar la radiación solar esterilizante que impedía el establecimiento de la vida. Origina la troposfera y estratosfera (Spedding, 1981, p. 31). La segunda estrategia, de carambola, hace aproximadamente 1800 millones de años, acarrea la cuarta vía metabólica energética para obtención de ATP —la respiración aeróbica— al convertirse este O2 en receptor de electrones, altamente eficiente en la generación de energía metabólica, suficiente para sostener organismos y comunidades macroscópicas. Capra (2003) afirma «las bacterias y otros microorganismos inventaron todos los procesos básicos para la vida y establecieron los bucles globales de retroalimentación necesarios para la autorregulación del sistema Gaia» (p. 244).

La aparición de las células eucariotas —2200 millones de años atrás (figura 1.1)— en las cuales las actividades metabólicas se compartimentalizan con la aparición del núcleo, mitocondria, cloroplastos y diferentes organelas que trabajan en conjunción, integradas comúnmente mediante el lenguaje molecular de los ácidos nucleicos (ADN→ ARN → proteína), conlleva un avance en la escala de medición de los organismos: de nanómetros se pasa a mm, cm y metros (Sánchez de Prager, Barrera et al., 2017, p. 254).

La sumatoria de todos estos eventos genera las condiciones para que la vida emerja del agua hace aproximadamente 1500 millones de años y se extienda sobre la superficie terrestre, formando esa piel viva llamada suelo (Sánchez de Prager, Prager, Naranjo y Sanclemente, 2012, p. 20).

La recreación minuciosa de ese ambiente planetario donde la vida emerge a la superficie terrestre, recogido en obras pictóricas (figura 1.2A) y en imágenes fotográficas actuales, al recorrer sitios como el parque Yellowstone, en Estados Unidos, permite observar manifestaciones de procesos de formación de suelo pionero, inestable, que no se puede transitar (figura 1.2B), fuentes hidrotermales donde surgió y sigue la vida en ambientes extremos (figura 1.2C) y la convivencia del pasado y presente (figura 1.2D). Es de recordar que fue precisamente en estas aguas hidrotermales donde los investigadores Madigan et al. (2009), encontraron argumentos para agregar un tercer dominio de la vida constituido por las archaea — microorganismos metanogénicos, hipertermófilos y halófilos—, habitantes de ambientes extremos tanto hidrotermales, ejemplificados con Yellowstone, como en aguas heladas del Antártico, ambientes donde todo parece señalar que surgieron los primeros intentos de organización de los sistemas vivos (p. 423). De esta forma, la ciencia integró el tercer dominio, Archaea, a los ya existentes: Bacteria y Eucaria. Los dos primeros conforman a los procariotas y el tercero a los eucariotas.


Figura 1.2.

A. Recreación de la colonización de la superficie terrestre en el periodo Devónico, del Paleozoico. B, C y D como es actualmente el parque Yellowstone, Estados Unidos.

Fuente: Choppin (1980), Zdenêk (1957). B, C y D es material original de Sánchez de Prager (2015).

Viene un periodo altamente dinámico de adaptación de ese macrocosmos naciente y, hace solo unos 700 millones de años, los animales estuvieron equipados para emerger a la tierra. Para ello, debieron surgir los primeros cerebros animales, mecanismos de locomoción, protección de crías: cáscaras y esqueletos, hasta el surgimiento de los vertebrados (Capra, 2003, p. 263).

Las plantas tardan unos 200 millones de años más antes de salir a tierra firme, o sea que se produce un movimiento continuo de los animales entre el agua y la superficie terrestre para provisión de alimentos. Evolucionan a partir de las algas verdes unicelulares (Vázquez, 2014, p. 40). En la medida en que las necesidades del ambiente les exigen el desarrollo de estructuras especializadas, surgen órganos de anclaje rudimentarios inicialmente y luego aparecen raíces diferenciadas, hojas, tallos, semillas (figura 1.3). La energía almacenada en la biomasa vegetal alcanza para nutrir a los grandes dinosaurios y ocurre el paraíso de la carne, que dura hasta su extinción, hace aproximadamente 65 millones de años, aparentemente causada por cambios atmosféricos en el clima que debilitaban estas especies, acelerada por el impacto de un meteorito gigante que levantó toneladas de polvo que bloquearon el sol, un enfriamiento brusco del planeta y una pérdida de la vegetación que les servía de base alimentaria (National Geographic, 2010, 2016; Sakamoto, Benton y Venditti, 2013, p. 5039; Than, 2017).

La desaparición de los dinosaurios, genera opciones para los mamíferos, que habitaban el planeta desde hace 200 millones de años, los pájaros, hace 150 millones de años y, en una época más avanzada, hace 100 millones de años, aparecen las flores y frutos con una explosión de colores, como preámbulo para asegurar la permanencia de las especies a través de semillas —gimnospermas y angiospermas— resultado de múltiples cruces intraespecíficos y aún interespecíficos que aseguran alimento para las diversas especies que evolucionan ligadas a ellas, como los humanos (Capra, 1998, pp. 245, 263). La biodiversidad y la cooperación, bajo distintas modalidades, son rasgos que se ensayan con mucha frecuencia en este periodo y aprendizajes que se sostienen hasta el presente, algunos de ellos expresados y otros guardados en el ADN silencioso de los organismos, del cual conocemos tan poco (figuras 1.1 y 1.3).


Figura 1.3.

Siguiendo el rastro de la colonización de la corteza terrestre por las plantas y los cambios en su organización celular.

Fuente: Gilbert (2003, p. 696). Elaborado e interpretado por Perea-Morera y Sánchez de Prager (2017).

1.1.3. El ser humano aparece en los últimos segundos de evolución planetaria

Cuando se examinan los inicios del Homo sapiens en la Tierra, la escala numérica se reduce de miles de millones a pocos millones de años: el Australopitechus afarensis está datado hace aproximadamente 4 millones de años, el Homo habilis hace 2 millones, H. erectus hace 1,6 millones y el H. sapiens plenamente evolucionado hace 100 000 años (Capra, 2003, p. 268). Algunos autores adaptando una escala de tiempo planetario de 24 horas, reducen su aparición a los últimos segundos de evolución planetaria: hace 100 000 años. Emergen en África y Asia, sumándose a la diversidad biológica ya existente e introduciendo lo biocultural como parte de lo biodiverso, a través de la lingüística, el arte y, posteriormente, de la agricultura, como se verá más adelante. En Europa, los registros del Homo sapiens datan de 40 000 años y hace 35 000 como diáspora sobreviviente en todo el planeta (Gangui, 2005, p. 240; Sánchez de Prager, Barrera et al., 2017, p. 255; Tattersall, 2014, p. 68). Por tanto, Sánchez de Prager, Barrera et al. (2017, p. 255) sustentan:

Independiente de la ubicación geoespacial, la historia humana está ligada al alimento y a condiciones de entorno que propicien la vida ya sea nómada o estabilizada. Los registros históricos parecen coincidir en que casi 90 000 años son cazadores-recolectores que suplen sus necesidades con lo establecido naturalmente: el río, el mar, la sabana, el valle, entre otros (Betancourt Suárez, 2008, p. 221). Aquello que se producía en el sitio, se convertía en fuente alimenticia, de vestido y vivienda como necesidades básicas a satisfacer. Los alimentos crudos pronto fueron atravesados por la magia del fuego que acrecentaba el sabor y el olor, los cuales no solamente atraían a grupos cercanos, sino también a los depredadores y se convirtió en instrumento de colonización y de guerra (Bernardo Fernández, 2010, p. 23; Harari, 2014, p. 11).

Según Harari (2014) «Hace unos 300 000 años, H. erectus, neandertales y H. sapiens, usaban el fuego de manera cotidiana» (p. 24). Mientras que el fuego acompaña al hombre en su trasegar evolutivo, la sal se suma al convite alimentario chino hace aproximadamente 2700 a. C. (ISAL, 1999) y su uso se extiende, posiblemente a través del surgimiento de las primeras formas de comercio (Cordain et al., 2005, p. 344).

1.1.4. El nacimiento de la agricultura

Sánchez de Prager, Barrera et al. (2017, pp. 255-256) sostienen:

El crecimiento de poblaciones que generaba mayores demandas y/o la esperanza de tener asegurada la comida sin necesidad de grandes movilizaciones, dio origen hace apenas unos 10 000 a 12 000 años al nacimiento de la agricultura de manera independiente en diferentes partes del mundo (Capra, 2003, p. 96; Sarandón y Flores, 2014, p. 13) a partir de asentamientos humanos donde el hombre actúa ya como «agente transformador consciente, que va multiplicando crecientemente sus medios de vida mediante la siembra de semillas y la cosecha de frutos, como ninguna otra especie lo había logrado en la historia evolutiva del planeta» (Patiño, 1988, p. 101).

La siembra de plantas y manejo de especies, fruto de su quehacer práctico y reflexivo, aseguraban la soberanía, [autonomía] y seguridad alimentaria, pues además de proveer el alimento estaban allí, hacían parte de lo disponible, del territorio, del paisaje. El nacimiento de estos lugares, como se dijo con anterioridad, normalmente, ocurría donde hubiese disponibilidad de agua, generalmente cerca de los ríos y/o del mar.

Por ensayo-error aparecieron las prácticas agrícolas que acompañaron el nacimiento de la agricultura y los agricultores: la siembra de especies como el maíz y el fríjol (México), la papa y el tomate en Suramérica, el trigo y las lentejas en Asia occidental y noreste de África, el arroz, el mijo y los cerdos en China, la caña de azúcar y los plátanos en Nueva Guinea. En África, el mijo africano, el arroz africano, el sorgo y el trigo. El café en Etiopía. Acompañando a las plantas, las especies animales domesticadas se remontan al pasado: los rebaños de ovejas, cabras, pequeñas especies como el conejo, cuy, gallinas, llama, entre otros, que aseguraban la disponibilidad de alimentos para los grupos asentados, aparece lo local, regional y se origina también el comercio en sus diferentes modalidades de intercambio [como complemento] (Harari, 2014, p. 150; Higham, 1990, p. 5).

Los trabajos en equipo con ayuda mutua y conjunta, agrupaban a los miembros de la sociedad (Engels, 2003, p. 12), los conocimientos se apropiaban de abuelos a padres e hijos dentro de la familia, entre los vecinos y coterráneos. Constituían el acervo de saberes que permitían a los mayores y a los jóvenes asegurar la vida en comunidad.

Anexo a la agricultura, según lo sostiene Patiño (1988, p. 101), aparece la matemática unida a las necesidades de mediciones, la ingeniería como instrumento para ejecutar obras de adecuación y de riegos, la variedad de alimentos generó la gastronomía que se convierte en símbolo de los territorios y de la cultura local y regional, la química, la orfebrería, textilería y las actividades de obtención de materias primas basadas en la agricultura. También están ligados el tratamiento de enfermedades — principios de la medicina—, el intercambio de productos y el comercio organizado (Esteva, 2004, p. 4). Es decir, el nacimiento de muchas ciencias está ligado a los asentamientos humanos que propició el desarrollo de la agricultura (Bravo, 1991, p. 16).

«En el siglo I [a. C.], la inmensa mayoría de las personas en la mayor parte del mundo eran agricultores» (Harari, 2014, p. 96).

1.1.5. La revolución agrícola transforma el ámbito agrario

Así mismo, Sánchez de Prager, Barrera et al. (2017, pp. 256-257) afirman:

El paso del Neolítico al desarrollo de las primeras civilizaciones surgidas en Egipto, Grecia, Roma y, luego el medioevo, en el mundo occidental conlleva profundos cambios culturales. Aparece el concepto de ciudad con sus propias demandas que conducen a transformaciones sociales, económicas, políticas y científicas, especialmente en esta última, la ciencia emerge como oportunidad para explicar los fenómenos de la vida y producir “transformaciones definitivas en el ámbito agrario, en la estructura de la propiedad de las tierras y el desarrollo de nuevas técnicas de cultivo” (Fratarelli, 2010, p. 13).

Pronto, las civilizaciones que surgieron comprendieron que el manejo de la agricultura era vital para asegurar su supervivencia, al igual que la propiedad de la tierra (suelo, agua) donde se pudieran, inicialmente, establecer los cultivos y convertirse en símbolos de poder. Entonces, la lucha por la posesión de la tierra como bien natural de primera necesidad ha acompañado la historia del hombre y se ha traducido en guerras locales, regionales y mundiales.

El feudalismo da paso a la burguesía antecesora del capitalismo. La edad moderna traerá consigo el fortalecimiento de la visión antropocéntrica del planeta, es la época de las monarquías y de la conquista de América (siglo XV), el encuentro de dos mundos con profundas transformaciones sociales, económicas, políticas y fundamentales en la agricultura. La edad contemporánea inicia a finales del siglo XVIII, con los profundos cambios que induce la revolución francesa, la cual, aporta hitos sociales trascendentales para la historia de la humanidad: el establecimiento de la democracia, al reconocimiento de los derechos humanos, para todos, además de avances científicos y técnicos insospechados. La sociedad dividida en clases sociales predomina en la historia de la humanidad (Delgado de Cantú, Cantú Delgado y Ramírez Magallanes, 2005, p. 5; Fau, 2009, p. 13).

Cada uno de estos periodos dejó sus huellas en la agricultura: el riego, el arado, la siembra de especies como el trigo, la cebada, la lenteja, ganadería, pesca, comercio, los silos para proteger las cosechas. América conoció el trigo, el café, la caña de azúcar y el olivo, entre otros. España y Europa recibieron el maíz, el cacao, la papa, frijoles, tomate y diversidad de frutales. En la etapa contemporánea, ocurrió la mayor urbanización y concentración de la población en las ciudades con alta reducción de la comunidad rural, lo cual incide en la necesidad de producir alimentos y materias primas.

La agricultura ha sido impactada por los cambios sociopolíticos y económicos que acompañaron las guerras mundiales, el advenimiento de la denominada Edad Moderna, con el desarrollo de las ciencias y el cambio de sistemas económico-sociales —del feudalismo al capitalismo contemporáneo— y sus avances cada vez más sofisticados —el capitalismo salvaje— que arrasa los sistemas naturales y sociales e impone un modelo dominante, en el cual, la concepción de naturaleza es de recurso antes que de bien natural finito2.

1.1.6. De la agricultura a las ciencias agronómicas

Cuando en la agricultura se aplican técnicas y tecnologías resultantes de esa ciencia emergente, surgen las escuelas formales de agronomía y profesiones adjuntas, como estrategia para difundir con éxito los conocimientos apropiados. Este movimiento se origina en Europa, unido al conocimiento científico que se fragmenta en campos del saber y luego se transfiere con éxito a Estados Unidos (Mora-Osejo y Fals-Borda, 2001, p. 149). Francia es un epicentro a partir de escuelas que señalan la necesidad de transformar la agricultura a través del desarrollo de máquinas, comprensión científica de procesos que suceden en el suelo y en las plantas, que pueden ser manejados a partir de técnicas y tecnologías. Esos conocimientos constituirán posteriormente el acervo de la revolución verde.

Uno de los énfasis de estos estudios científicos se centra en el suelo, en la comprensión de la aplicación de procesos tecnológicos como la descomposición de la materia orgánica como fuente de nutrientes mediante el compostaje artesanal, la nitrificación, la fijación biológica de N2 el uso de estiércol de aves (guano). El cambio de estas fuentes naturales locales por fertilizantes de síntesis industrial —como la masificación del uso de urea en la agricultura y otros fertilizantes, con un alto costo energético aportado por el petróleo— está ligado a presiones industriales, en busca de nuevos mercados, una vez finalizadas las dos guerras mundiales en las cuales estos constituían material belicoso. En esta forma, insumos de la guerra con las consecuencias conocidas se incorporaron a la agricultura como insumos aparentemente propiciadores de vida, con total desconocimiento y despreocupación por sus efectos a largo plazo (Rodrigo, 2015).

Al manejo del suelo se sumaron otras tecnologías, como la selección y conservación de semillas, la mecanización con grandes máquinas movidas por el petróleo, el manejo del agua, la fertilización química y todas aquellas tecnologías que consideraban, estimulaban la productividad de los cultivos. Estas herramientas tecnológicas constituyen el acervo tecnológico con el cual se vendió la revolución verde.

En 1963, la Food and Agriculture Organization (FAO) realiza el Congreso Mundial de la Alimentación, en el cual se trazan políticas basadas en rendimientos y rentabilidad que instan a los países a adoptar el modelo de monocultivos dependientes de fertilizantes químicos y agrotóxicos (Barg y Armand, 2007, p. 7). Se impone así la agricultura convencional intensiva basada en variedades alimentarias de alto rendimiento, especialmente centradas en trigo, maíz y arroz, posteriormente viene la soya y el algodón. Todo el sistema de apoyo, las agencias internacionales de cooperación, el aparato científico-tecnológico y económico se orienta a este tipo de agricultura, olvidando el pasado biodiverso de la vida y de los seres humanos íntimamente ligados a los ecosistemas terrestres.

Con estas directrices, en estos últimos setenta años, el énfasis de la investigación agraria ha girado en torno a los centros académicos, llámense institutos de investigación y/o universidades, por ejemplo, en su naciente ciencia, en torno al estímulo a monocultivos y semillas mejoradas de especies como el trigo, el arroz, la soya, el maíz, la papa, destinados a «solucionar el problema del hambre en el mundo» (Novás, 2005, p. 274). Se sofistica aún más en el siglo XXI con la aplicación de la biotecnología y de los organismos transgénicos para la producción monopólica de alimentos para el mundo y el desconocimiento de otras agriculturas alternativas que han asegurado la soberanía, seguridad y autonomía alimentaria del mundo y de sectores de poblaciones campesinas altamente vulnerables.

Transcurrió este largo periodo hasta la actualidad, en el cual se ocultó a las nuevas generaciones la existencia de alternativas al sistema agrario dominante y se desconocieron investigaciones que alertaban acerca de las dimensiones catastróficas de carácter social, económico, ambiental y político que conllevaba la revolución verde. Aparentemente, nos encontramos en un momento de reflexión y reconocimiento de lo que ha significado en términos de hambre (Caparrós, 2014, p. 427), del daño que causan los agroquímicos a la salud, ambiente, cambio climático, biodiversidad y soberanía alimentaria, entre otros. Según Hilal Elver y Baskut Tuncak, del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, «es hora de derrumbar el mito de que los agroquímicos son necesarios para alimentar al mundo» (Carrington, 2017).

El fracaso de la revolución verde de alimentar al mundo y los costos sociales, económicos, ambientales y políticos inmersos han llevado a que se reconozca la necesidad de aceptar alternativas alimentarias diferentes a las ofrecidas por la economía neoliberal predominante. En este contexto, dentro de la situación de crisis planetaria a enfrentar, la agroecología renueva sus esfuerzos como opción multidiversa.

Después de largos años de lucha, la agroecología adquiere presencia gubernamental, como estrategia de interés planetario, reconocida institucionalmente, por primera vez, en el simposio internacional: agroecología para la seguridad alimentaria y nutricional, realizado en Roma por la FAO, en septiembre de 2014. (FAO, 2017, p. XIII) (Sánchez de Prager, Barrera et al. 2017, p. 253)

Lo anterior unido al reconocimiento y apertura de otras alternativas para producir alimentos diferentes a la revolución verde, ligada al uso de agroquímicos y al desconocimiento de la soberanía alimentaria de los pueblos (Carrington, 2017; Mejía, 1997, p. 22, 1998, p. 37, 1999, p. 87, 2001, p. 17).

Aportes de la biología del suelo a la agroecología

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