Читать книгу La inocencia - Marina Yuszczuk - Страница 4
La verdad
ОглавлениеDios hizo la Tierra y el universo y todo lo que contienen. Él es un ser todopoderoso y es todo amor, puede ver todo, sabe todo, no necesita nada. Fue por pura generosidad que se puso a crear a otros seres para que habitaran el cielo con él. Uno de esos seres fue su propio hijo, el mejor de los ángeles, más tarde conocido como Jesús cuando bajó a la Tierra, y otro fue el Diablo. Y después hubo muchos ángeles, querubines y serafines, criaturas ordenadas según una jerarquía inamovible.
Los ángeles son criaturas poderosas, como de fuego y luz, y Dios también, pero son espíritus. Un espíritu debe ser algo así como la electricidad, o como se imagina la energía alguien que no sabe nada sobre energía. Una fuerza inmaterial, o material pero de una manera desconocida, que permanece en el tiempo y tiene una identidad. Todos organizados como una especie de ejército o familia. Soldados de Dios, pero también hijos de Dios. Todos varones.
Después Dios creó la Tierra, por un gesto parecido al que lo llevó a crear a los ángeles: porque podía. Nuestro planeta era una esfera gigante cubierta de agua que flotaba en el espacio, con magnetismo. Dios hizo que hubiera un día y una noche, dividió la luz de la oscuridad y separó las aguas de la tierra.
Así se formaron los continentes, y Dios puso los peces en el mar para que lo habitaran, a los animales que se arrastran les otorgó la tierra y a las aves el cielo para que desplegaran las alas y pudieran volar. Es falso que algunas criaturas precarias que habitaban el mar reptaran hasta la tierra y las aletas se hicieran patas, porque el cambio no existe. Cada cosa estaba en su lugar desde el principio.
Crecieron árboles, y plantas, y flores y frutos. Cosas ricas para comer, y agua dulce para tomar, y variedad de colores y formas para que los humanos hechos por Dios se recrearan la vista. No mucho más que eso, porque todo lo demás lo inventaron los hombres. Claro que Dios dio el puntapié inicial al crear a Adán y Eva.
No, a Eva no la creó Dios. Hizo, porque tenía imaginación pero también sus limitaciones, un varón. Lo formó del barro de la tierra y sopló en él aliento de vida, algo del espíritu que él mismo era. Una creación maravillosa, pero Adán no tardó mucho tiempo en sentirse solo y reclamarle a Dios que le hiciera una compañera. No sé cómo, sin haberla conocido nunca, pensó que era eso lo que necesitaba. Quizás no era precisamente una mujer sino una hembra lo que pidió Adán. Debe haber visto las cópulas de distintos animales y sintió deseos de hacer lo mismo.
Estoy contando todo más o menos como lo recuerdo. Dios le sacó una costilla a Adán, y con esa costilla hizo a Eva. Habiendo creado tantas cosas, seguramente podía crear a una mujer que no dependiera de una parte del varón para existir, pero era importante que sí dependiera. Este dios, lo entendí después cuando estudié Letras, tiene que haber matado a la madre de la que nació para apoderarse de todo el universo.
Adán y Eva eran buenos, tanto como Dios, pero imperfectos. Nadie sabe por qué, nadie puede entenderlo, y el “creados a imagen y semejanza” supongo que querrá decir exactamente eso: parecidos. Porque se insiste con que Dios es infalible, pero ellos no lo fueron. Dios les puso una tentación para probarlos y cayeron en la trampa.
Del árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo no podían comer, pero comieron. Y les gustó mucho. Lo que no les gustó fue el castigo: inmediatamente se dieron cuenta de que estaban desnudos. La naturaleza para ellos se desvaneció, y con ella la inocencia.
Los expulsaron del jardín, y tuvieron que empezar a trabajar para conseguirse el sustento. También tuvieron hijos.
La intención original de Dios era que ese jardín especial en el que había puesto a Adán y Eva se extendiera por toda la Tierra. En cambio lo que se extendió fue el mal, que los dos transmitieron a sus descendientes sin poder evitarlo. En los dibujos que traían estos libros, me acuerdo bien, esto se representaba por medio de un bebé llorando a todo trapo a upa de Eva. Supongo que en el paraíso, o en un mundo reconciliado con Dios, los bebés no llorarían.
Es por eso que todos los humanos somos imperfectos y tenemos que sentir vergüenza, pudor, agradecimiento y culpa respecto a Dios.
No nos merecemos nada.
Todas estas cosas yo las aprendí cuando era chica.
Después de eso, Adán y Eva murieron y la Tierra se llenó de generaciones y generaciones de personas malas, imperfectas, enfermizas, que se morían sin excepción en una especie de desierto olvidado de Dios.
Y lo que es muchísimo peor, uno de los ángeles más luminosos traicionó a su creador y se hizo malo. No solo malo sino la encarnación de toda la maldad. Lucifer recibió el nombre de Diablo y Satanás y así cayó a la Tierra, expulsado del cielo. Arrastró a muchos otros ángeles con él, que se convirtieron en demonios. Él gobierna este mundo alejado de Dios, y todo lo malo tiene que ver con su influencia, desde el egoísmo y las enfermedades hasta el sexo, las drogas, la música heavy metal y las ganas de comprar.
Por fin Dios tuvo compasión –si bien en el Antiguo Testamento se lo muestra rígido y terrible– y formó un pueblo con algunas personas de corazón recto, les dio una ley y juró que si le obedecían, algún día los iba a devolver al paraíso del que fueron echados sus antepasados. Algún día.
También los acompañó en el desierto, los contó, les dio unas pocas leyes que se multiplicaron hasta ser infinitos mandatos y preceptos, les dijo que no podían comer carne de cerdo, a algunos de ellos les pidió que sacrificaran a sus hijos (pero después se echaba atrás), a otros les pidió que fueran a ciudades lejanas para anunciar distintas cosas, como que Dios las iba a destruir si no dejaban de tener sexo los hombres con los hombres y hasta con los ángeles.
Uno se llamaba Jonás, se cayó del barco en el que estaba cruzando el mar y se lo tragó una ballena. Jonás viajó varios días en la panza hasta que la ballena lo vomitó en una playa. En ese tiempo Dios hacía grandes cosas a favor de su pueblo: abrió las aguas del Mar Rojo para que pudieran cruzarlo al escapar de los egipcios, los salvó de matanzas brutales, hablaba con ellos a través de sus profetas y cuando se quedaron sin comer les hizo caer maná del cielo, algo así como una nieve dulce.
Había reyes y profetas, doncellas que llevaban un manto en la cabeza y familias enteras que levantaban carpas rayadas en el desierto, personas que viajaban en burro y una ciudad dorada, Jerusalén, con puertas de madera del Líbano, muros complicadísimos y mil detalles artesanales construidos precisamente según las instrucciones de Dios que se guardaron adentro de un arca, en secreto.
Toda esta mezcla de poesía con locura con Indiana Jones, yo la consumí completa cuando era una nena. Y me la creí toda. Algunos chicos creen en Papá Noel, otros no tanto; yo creía en todo esto que acabo de contar, era mi realidad y no había otra posible.
Pero las historias implicaban reglas y conductas. Especialmente por lo que todavía no conté: que Dios, enternecido y viendo que la humanidad estaba perdida, decidió mandar a su hijo a la Tierra por una especie de regla complicada según la cual él podía entregar su propia vida a cambio de la de todas las personas que existieron, existen y existirán. Solo que la transacción demandaba una vida perfecta y humana, a cambio de la vida perfecta y humana que se había perdido cuando Adán pecó.
Es por eso que el único candidato para el sacrificio era Jesús. Quizás podía haber sido cualquier ángel, pero el hijo de Dios, que amaba mucho a la humanidad, quiso ofrecerse, y así se explica lo altruista y a su vez lo obligatorio del sacrificio. También era importante que fuera él, en tanto hijo y heredero de Dios, porque llegado el momento el Padre le traspasaría el Reino de los cielos y Jesús tenía que merecerlo. Puede ser que lo necesario y lo espontáneo no fueran tan distintos.
Jesús vino a la Tierra a través de una madre humana, pero esa historia la conocen todos. María era una virgen que Dios eligió para fecundarla espiritualmente porque era virtuosa, modesta y no tuvo objeciones al hecho de que Dios le pusiera un bebé en la panza. Muchos años después, cuando Jesús le dijo “No tengo nada que ver contigo, mujer”, tampoco tuvo objeciones, o por lo menos nadie dejó registro de que las tuviera. José era el pastor que tuvo que aguantarse que su esposa tuviera primero el hijo de otro –aunque no precisamente de otro hombre– y creerle, para no tener ganas de matarla. Literalmente, porque es lo que se hacía con las adúlteras.
Con esta parte me voy a enredar, es un asunto de teoría un poco complicado. Tiene que ver con la justicia de Dios y con el diente por diente. No recuerdo bien cómo, ese sacrificio de Jesús que se dejó matar por los romanos inaugura para toda la humanidad la posibilidad de salvarse, pero solamente si creen en él y le entregan su vida. Los detalles son arduos y están en uno de los libros de los que hablé, en todo caso pueden consultarlos.
Le llamaban conocimiento a responder con el texto las preguntas que aparecían al pie de cada página. Cuanto más se apropiaba un estudiante de los conceptos y los ponía en sus propias palabras, más parecía que estaba pensando, pero lo cierto es que nadie podía tener una idea. La doctrina llegaba explicada por un Cuerpo Gobernante, elegido directamente por Dios.
Lo que hay que hacer para salvarse es obedecer al pie de la letra todo lo que enseñó Jesús y sobre todo pertenecer a esta religión, que es la única continuadora de la labor de los primeros cristianos sobre la faz de la Tierra. Y la única, por lo tanto, que tiene la clave de interpretación de las Escrituras: todo lo demás es falso.
Todas las demás religiones son falsas y están representadas en el libro de Revelación por una puta vestida de escarlata que se sienta arriba de una bestia, borracha y pelirroja. Y esa bestia, si no recuerdo mal, es Estados Unidos.