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Cómo conservar el amor

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La triste historia de Riccardo y Emilia es un modelo de lo que ocurre en muchos matrimonios. El relato de Riccardo presenta evidencias de que él tenía una concepción equivocada de lo que es amar y ser amado. Y lo más grave es que, a pesar del fracaso y la tragedia de su matrimonio (Emilia muere en un accidente automovilístico, probablemente queriendo escapar de su desgracia), no queda claro si finalmente se dio cuenta de su error. Riccardo tenía un alto concepto de sí mismo y, en realidad, tenía en poco a su esposa, quien provenía de una familia humilde y había sido una simple mecanógrafa antes de conocerlo. No se interesaba mucho en Emilia hasta que ella se decepcionó de él. Creía que el amor era algo “mecánico”, “natural”, como respirar; que Emilia debía amarlo incondicionalmente sin que él tuviera que hacer algo para cultivar ese amor. Riccardo creía poseer cualidades superiores, ya que era muy inteligente, creativo, un intelectual sobresaliente, un escritor agudo destinado a grandes triunfos. Si la mujer de Pasetti admiraba y amaba a su esposo siendo tan inferior a él, ¿cómo era posible que Emilia no lo amara? Eso era algo que no podía entender, un profundo misterio para él. Al contrario, suponía que siendo él tan grandioso, Emilia debía estar agradecida a Dios por tener junto a ella a un hombre tan excelente. Es cierto que eso nunca llegó a decirlo; al ser tan inteligente, jamás caería en esa vulgaridad. Sin embargo, da evidencias para creer que ese era su pensamiento íntimo. Lo cierto es que no protegió a su esposa cuando ella esperaba que actuara, la dejó viajar junto a un seductor y mujeriego como Battista, uno de los empresarios que lo contrataba. También Emilia se cansó de soportar las imposiciones de su esposo (tenía que dormir con la ventana abierta todas las noches porque él se “asfixiaba”, y no podía descansar porque se acostaba muy tarde), y el hecho de que fuera tan engreído y que la subestimara. Por eso, el amor se transformó en indiferencia y, finalmente, en desprecio.

¿Que hacer para mantener el amor conyugal siempre activo y fragante? ¿Cómo evitar el desgaste del tiempo y el deterioro de la rutina? A lo largo de este libro estaremos dando muchas orientaciones y sugerencias para conservar e incrementar el vínculo del cariño; aquí solamente enfatizamos una virtud muy importante para la buena salud matrimonial: la gratitud. Riccardo nunca le reconoció a Emilia lo importante que era para su vida; nunca le dijo que ella era su principal motivación; que sin ella su talento era estéril y que era ella quien le hacía sentir dichoso. En realidad, ella era la esencia de su vida, quien le daba energía para salir adelante y quien le hacía experimentar la alegría de vivir. ¿Por qué nunca se lo dijo? Ernesto Sábato (2000, p. 81) declaró una vez: “Gozos verdaderos son aquellos que embargan el alma de gratitud y nos predisponen al amor”. La gratitud es una expresión del amor y lo fomenta aún más. ¿Cuán agradecidos somos con aquellos que amamos? ¿Se lo decimos? ¿No deberíamos cultivar más el agradecimiento en el matrimonio? ¿De qué sirven las flores después de muerto el cónyuge? No es el testimonio del amor póstumo lo que ayuda, sino cuando ambos gozan de vida y de oportunidades para gratificar la relación.

Para que no nos suceda lo de Riccardo, les propongo un ejercicio de agradecimiento para realizar con su cónyuge. Está basado en el modelo de Martín Seligman.11 Para ello, siga las pautas que damos en el Cuadro 1. Yo lo hice, y mi esposa se emocionó mucho. Quedó muy satisfecha (luego compartiré con ustedes mi experiencia). ¿Qué le parece si usted también lo hace? Es muy sencillo. Aquí van las indicaciones.

Cuadro 1 - Ejercicio de agradecimiento

 Decida expresarle su gratitud a su cónyuge.

 Escriba un testimonio lo suficientemente largo para llenar una página, que exprese razones específicas por las cuales está agradecido a ella o a él.

 Tómese tiempo para redactarlo.

 Invite a su pareja a tener un momento a solas, diciéndole que tiene algo muy importante que expresarle. No anticipe el propósito del encuentro, para que sea una sorpresa.

 Lleve una versión plastificada de su discurso, como regalo.

 Cuando llegue el momento adecuado, lea su testimonio lentamente, de forma expresiva y manteniendo contacto visual con ella o él.

 Luego, deje que responda sin prisas. Recuerden juntos los acontecimientos concretos por los cuales su pareja es importante para usted.

Un testimonio de gratitud

“Pues no hay otra propiedad del hombre que sea tan adecuada

para conocer su estado de salud interior, espiritual y moral

como la capacidad de sentir gratitud”.

Otto F. Bollnow (1962)

“Mi querida esposa:

“Desde aquel glorioso 28 de septiembre cuando nos prometimos, ante el Trono de Dios, amarnos hasta que la muerte nos separe, en la Iglesia Central de Montevideo, hasta el día de hoy ha transcurrido mucho tiempo (no voy a decir cuánto, porque a ti no te gusta contar edades). Sin duda, hemos recorrido más de la mitad del camino que iniciamos en aquella feliz ocasión. Y en todo este tiempo tengo que reconocer, un tanto avergonzado, que no te he agradecido suficientemente lo que has hecho por mí y cuánto has significado en mi vida. Ahora estoy tratando de remediar esa falta. Pienso que durante mucho tiempo no me he dado cuenta de todo tu valor. ¡Qué horrible ceguera! ¿Cómo uno puede creerse inteligente, y no darse cuenta del valor incalculable de su esposa?

“Me siento un poco (debería decir mucho) identificado con Riccardo, el personaje de la novela de Moravia. Gracias a Dios, me tuviste más paciencia que la que tuvo Emilia con su esposo. Ese es otro motivo que debo reconocer y agradecerte. Uno de los hechos que me hizo tomar conciencia de tu función protectora fue cuando sufrí aquel accidente automovilístico, al dormirme en la ruta. No estabas a mi lado, y por eso casi perezco. Fueron los ángeles de Dios quienes me salvaron, y seguramente tus oraciones a la distancia. Mi compañero de ruta venía durmiendo, y no tenía ni una pizca de tu cautela y cuidado. Comprendí que habías sido mi ángel de la guarda durante muchísimo tiempo, sin que lo notara. Tu compañía a mi lado, en la infinidad de viajes que hemos realizado en auto, fue mi seguro de vida. Reconozco que muchas veces me fastidiaban tus constantes advertencias y tus reclamos exaltados a manejar más lento; pero desde aquella ocasión comprendí que me libraron de muchos posibles accidentes. ¡Muchas gracias por tu cuidado protector durante tantos años de servicio no reconocido! ¡Perdona mi inconsciencia y mis reacciones destempladas! Ahora lo entiendo, y como habrás observado en los últimos tiempos, ya no me molestan tanto tus exhortaciones, aun cuando sean reiteradas y dichas con esa impaciencia que a veces gana tu ánimo.

“Hace poco comprendí otra dimensión increíble de tu interés por mí, que cada vez que lo recuerdo me emociona hasta las lágrimas (te lo digo en serio). Fue un hecho que terminó siendo cómico, pero que en el fondo es enternecedor. Tiene que ver con tus temores por la inseguridad que domina en México ante tanta gente muerta por criminales a sueldo. Seguro que te acuerdas cuando aquella noche sentiste ruidos como de disparos y viste fogonazos en el patio, junto a nuestro dormitorio. No sé cómo hiciste para pegar ese salto prodigioso, sacarme de la cama y tirarme al piso en el baño. Fue una proeza increíble. Yo sentí que me levantaban en vilo y me llevaban por el aire hasta aterrizar en el suelo, viéndote arriba mío en forma amparadora. Recuerdo que me dijiste que andaban matones a los balazos. Cuando escuché bien, descubrí que el ruido que parecía de metralla y los fogonazos provenían del transformador de la esquina, que estaba en cortocircuito. Era cierto que había muchos chispazos producidos por la electricidad chirriante del aparato. Al finalizar, todo quedó a oscuras, y entonces aceptaste que mi explicación era correcta. Terminamos a las risas por tu temor exagerado. Pero lo que nunca te agradecí fue tu gesto asombroso de amor protector. Todo ese acto audaz fue para defenderme de un posible peligro y me cubriste con tu cuerpo para salvaguardarme. ¡Estabas salvando mi vida, cuando debía ser yo quien tendría que protegerte a ti! Mil gracias. ¡Eres increíble, aun mientras duermes!

“Son tantas las cosas que debería agradecerte y pedirte perdón por mi insensibilidad, que todo el libro no me alcanzaría. Solo quiero agradecerte profundamente por tu cariño, tu interés en mí y en todo lo que hago, por acompañarme incluso en lugares que sé que no son de tu agrado. También, muchas gracias, porque me has librado de ir a lugares que hubieran sido arriesgados y peligrosos, como cuando quise ir a estudiar a aquel país tan precario (¿te acuerdas?).

“Gracias por tu fe en Dios, tan intensa, sentida y sincera. Me ha ayudado mucho en mi propia experiencia religiosa. Me asombra cómo Dios te escucha y responde a tus oraciones, tanto en cosas pequeñas (por ejemplo, cuando habíamos perdido los tickets de avión, y después de orar el ángel te dijo dónde estaban) como en cosas grandes. Me acuerdo de cuando aquel funcionario de inmigración de los EE.UU. no te quería dejar pasar la frontera, poniéndonos en una situación desesperante. ‘Vamos a orar a Dios para que solucione este problema’, dijiste con esa convicción tan firme que te caracteriza. No lo podía creer cuando vino el jefe de la sección y te dijo: ‘Señora, puede pasar’. Eso fue un milagro increíble. Estoy seguro de que si finalmente llego a ir al cielo va a ser gracias a tu fe. Si no fuera por ti, yo no estaría en la iglesia. Fueron tu fe, tus oraciones y tus palabras tan emotivas lo que me trajo a Dios. Nunca olvidaré cuando te confesé mis dudas e incredulidad, y me respondiste emocionada: ‘Mario, quiero entrar contigo en el Reino de los cielos’. Eso me conmovió tanto que el castillo de dudas que había construido con tantas lecturas de filósofos ateos se desmoronó al instante. Así que, como puedes ver, este agradecimiento es una simple introducción insuficiente del agradecimiento que tendré que seguir dándote en el cielo por toda la eternidad. Espero que no te canse.

“Un beso de quien mucho te quiere, Mario”.

6 A. Moravia, El desprecio (Madrid: RBA Editores, 1994).

7 Ibíd., p. 14.

8 Ibíd., p. 40.

9 Ibíd., p. 48.

10 Ibíd., pp. 48, 49.

11 M. Seligman, La auténtica felicidad (Barcelona: Javier Vergara editor, 2003).

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