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Rol de los medios informativos y del periodismo en la sociedad

La indudable importancia de los medios de comunicación para la vida en sociedad radica en haberse convertido en un recurso de poder como instrumentos potenciales de influencia, control e innovación, y en el modo primario de transmisión de información esencial para el funcionamiento de las instituciones sociales (McQuail, 2010, p. 28). Los medios trazan un mapa del mundo a través de las noticias y de los comentarios, interpretan la marcha de la sociedad en forma de marcos explicativos y estructuran conocimiento público, con lo cual influyen sobre la comprensión que las personas tienen del mundo por medio de los marcos cognitivos que proporcionan (Curran, 2005, p. 169). Así mismo, constituyen un ámbito en el que se despliegan múltiples asuntos públicos y son un espacio destacado para la construcción, el almacenamiento y la expresión de la cultura y los valores de las sociedades y los colectivos humanos y, por tanto, el origen de un sistema de significados que aporta patrones a los individuos y a los grupos (McQuail, 2010, p. 28).

Como productores, difusores y depositarios de significados sobre los acontecimientos, los medios están profundamente implicados en la vida en sociedad (McQuail, 2010, p. 29), con sus inherentes tensiones y conflictos de carácter político, económico, social o cultural. Son muy pocas las cuestiones sociales significativas que se abordan sin algún tipo de consideración del papel de los medios de comunicación.

La honda imbricación de los flujos de información, noticias y comentarios en la vida de las sociedades sugiere un espacio de potencial desencuentro entre las expectativas de los diferentes grupos sociales sobre el rol que desempeñan los medios en general, y el periodismo en particular, y las propias percepciones e ideas de los periodistas en relación con sus tareas y responsabilidades sociales. El reclamo de libertad y de independencia del Estado, de los gobiernos y de otros poderes por parte de quienes ejercen el periodismo contribuye a una dinámica y un clima de discrepancia permanente donde ellos deben actuar. Si bien es cierto que en sociedades libres el periodismo no debería tener obligaciones con el Estado o con otro cuerpo externo, gracias a la extendida doctrina de la libertad de prensa, sí se espera que los periodistas no hagan daño y obedezcan la ley (McQuail, 2013, p. 20). Sin embargo, los medios informativos y los periodistas generalmente resienten que se les intente prescribir algún rol, excepto el que ellos mismos se autoimponen.

Aun así, resulta inaceptable admitir que es posible desatender los reclamos que la sociedad hace al periodismo. Basta tener en cuenta tan solo el hecho de que quienes controlan algunos medios de comunicación basados en el mercado pueden coartar su independencia y amordazar la vigilancia que están llamados a hacer de los gobiernos, bien sea porque son sus defensores o porque esperan beneficiarse en las regulaciones (Curran, 2005, p. 250). No menos significativas son todas aquellas influencias que pueden condicionar la labor de los medios, entre las que se encuentran los compromisos políticos y los intereses privados de los accionistas o las que se derivan del poder ideológico de los principales grupos de la sociedad (Curran, 2005, p. 246).

Como lo explica McQuail (2013, p. 5), aunque la práctica del periodismo vista desde dentro no requiere justificación o explicación teórica, inevitablemente alguna forma de teoría se desarrolla fuera acerca de la interacción entre el periodismo y su entorno social, en especial a medida que el periodismo gana en complejidad y sus consecuencias se hacen más significativas. Desde la perspectiva de este autor, los periodistas pueden no necesitar una teoría para guiar sus actividades cotidianas, pero la teoría es esencial cuando median propósitos como explicar o justificar acciones de quienes ejercen el periodismo que resultan controvertidas o en procesos de rendición de cuentas que involucran responsabilidades frente a la sociedad, a la legislación y la autorregulación profesional. En particular, lo que sostiene McQuail es que el reclamo de la libertad periodística como principio no puede fundamentarse sin una justificación teórica, además de los argumentos pragmáticos que también lo sustentan (2013, p. 5).

Los acercamientos teóricos a la relación entre sociedad y periodismo se enmarcan en la tradición más amplia de los estudios sobre los medios de comunicación, en los que se identifican dos enfoques diferenciados: el mediacéntrico, que se orienta a los propios medios y a su actividad, y el sociocéntrico, más centrado en la sociedad, que entiende a los medios como reflejo de fuerzas políticas y económicas (McQuail, 2010, pp. 30-32).

Si lo que se observa son los intereses y las convicciones de los teóricos, McQuail ve otra línea divisoria donde identifica dos tendencias: los que pertenecen al ámbito de la cultura y de las ideas, y los que privilegian las fuerzas y los factores materiales. Este teórico caracteriza, entonces, la existencia de otros cuatro enfoques principales en los estudios sobre los medios de comunicación: el mediaculturalista, que da mayor importancia al contenido y a la recepción de los mensajes teniendo en cuenta la influencia del entorno individual; el mediamaterialista, en el que los aspectos político-económicos y tecnológicos de los medios reciben la mayor atención; el socioculturalista, que recalca la influencia de los factores sociales en la producción y recepción de los medios y sus funciones en la vida social y, finalmente, el sociomaterialista, que considera que los medios son más un reflejo de las circunstancias económicas y materiales de una sociedad que una de sus causas primarias (McQuail, 2010, p. 32).

Lo que subyace en general en los diferentes enfoques en cuanto a la relación entre medios de comunicación y sociedad es la premisa de los medios como una “institución social establecida, con sus propios conjuntos de normas y prácticas, pero cuyo ámbito de actividades queda sujeto a definición y limitación por toda la sociedad” (McQuail, 2010, p. 29).

Ya no en lo concerniente a los enfoques de los estudios, sino a los tipos de teorías existentes sobre los medios de comunicación, el mismo McQuail (2010, pp. 32-34) advierte la existencia de cuatro tipos de teorías principales: de las ciencias sociales, normativas, operativas y del día a día, de las cuales al investigar un fenómeno como el de la violencia contra los periodistas son relevantes las teorías operativas y, en especial, las normativas, es decir, aquellas que prescriben cómo deberían operar los medios si tuvieran que ser defendidos o alcanzados determinados valores sociales. Las teorías se entienden aquí no solamente como un sistema de postulados parecidos a las leyes, sino también como cualquier conjunto de ideas que contribuya a comprender un fenómeno, guiar una acción o predecir una consecuencia (2010, p. 32).

Las teorías normativas aportan a la configuración y legitimación de las instituciones mediáticas y las teorías operativas conciernen a las ideas prácticas reunidas y aplicadas por los profesionales de los medios en el curso de su labor y contribuyen a organizar aspectos de la experiencia y a mantenerse dentro de lo que permite la sociedad. En asuntos de ética periodística, por ejemplo, estas últimas se superponen a las teorías normativas (McQuail, 2010, pp. 32-33). Lo que interesa en este trabajo es, entonces, esa compleja y sugerente tensión, pero a su vez conexión, entre aproximaciones normativas y aproximaciones operativas al periodismo.

De este modo, el punto de partida se fundamenta en la premisa de la existencia de dos tipos de teorías de la prensa, más que de los medios de comunicación en general: las que prescriben sus tareas en la sociedad y las que describen la práctica real de esas tareas; de esta forma se abordan las relaciones entre periodismo y sociedad mediante una articulación entre la dimensión ideal o normativa y la dimensión real o descriptiva (Christians, Glasser, McQuail, Nordenstreng & White, 2009, p. ix).

La idea de que los medios y los profesionales del periodismo tienen unas responsabilidades en la sociedad deviene de las teorías normativas de los medios y de la democracia desde las que se espera que los medios cumplan la función crítica de informar al público, a través de lo cual los ciudadanos pueden participar plenamente de la democracia (Brants, 2013, p. 19). Los medios informativos tienen, así, la responsabilidad de cumplir con ese papel por el bien general y hacerlo, además, de una manera fiable, cuidadosa e independiente. Esto denota que los medios tienen el poder de definir, explicar e interpretar la realidad y darle un significado, de ahí que se tenga la expectativa de que lo hagan de la mejor manera posible y con honestidad, de tal manera que se pueda confiar en ellos para desempeñar ese papel importante que se les ha asignado (Brants, 2013, p. 21).

Sin embargo, los medios y los periodistas deben cumplir esa labor con presiones crecientes, internas y externas, como se verá más adelante. Además,

[…] deben hacer su labor de una manera responsable, pero a su vez atractiva. Deben hablar y escuchar, reír y llorar, ser independientes y neutrales, involucrarse y mantener la distancia. Y, mientras hacen todo esto, deben sostener los valores profesionales de la fiabilidad en el proceso de recolección de información, la precisión y un sentido inteligente en la interpretación de los hechos. (Brants, 2013, p. 21)1

En la esencia de un enfoque normativo está la idea de rol que proviene de la sociología y cuyo origen se ubica en el momento en que la teoría funcionalista de los sistemas sociales se refiere a las tareas o actividades que deben ser desempeñadas por una persona o grupo para asegurar el adecuado funcionamiento de un sistema como un todo. En el caso de los estudios de medios, los primeros teóricos de la comunicación que abordaron el asunto en la década de los años cincuenta subrayaron tres funciones sociales principales de la comunicación que podrían expresarse bien en términos de roles: la vigilancia del entorno, a partir de la revelación de las oportunidades y las amenazas que pueden afectar la posición de valor de una comunidad y de las partes que la componen; la correlación de las distintas partes de la sociedad en su respuesta al entorno, y la transmisión del legado social de una generación a la siguiente (Laswell, 1982 [1955], p. 205).

En este trabajo, la aproximación a los roles de los medios informativos y del periodismo se hace desde el enfoque contemporáneo de las teorías normativas y se circunscribe al estrecho vínculo entre periodismo, sociedad y democracia. En esa medida, el concepto de rol, aplicado a los medios informativos y al periodismo, se entenderá como una combinación de tareas profesionales y propósitos ampliamente reconocidos, estables y perdurables (Christians et al., 2009, p. 119).

De acuerdo con los planteamientos normativos, una prensa libre en una sociedad democrática, como se señaló, no puede estar obligada a seguir algún propósito en particular, por el contrario, los roles de los medios informativos son un asunto de elección, reforzado por las tradiciones y la fuerza de los vínculos sociales. Teniendo esto en perspectiva, en la historia de los estudios en comunicación se configuran cinco roles esenciales (con una amplia variedad de enfoques, formas de enunciarlos y de definirlos):

i. Proveer información acerca de acontecimientos y de sus contextos.

ii. Proveer comentarios, incluyendo orientación y consejos en relación con los sucesos.

iii. Proveer un foro para la expresión de diversos puntos de vista y para la incidencia política.

iv. Proveer un canal de doble vía entre ciudadanos y gobierno.

v. Actuar como crítico o “perro guardián” con el fin presionar al gobierno en su obligación de rendir cuentas (Christians et al., 2009, pp. 29-30).

Si bien es cierto que las formulaciones de estos roles se han referido en el pasado fundamentalmente a aquello que es llamado “la prensa” —que en sentido amplio abarca los medios tradicionales—, el desafío aquí es tomar en cuenta, como lo plantean los enfoques contemporáneos de las teorías normativas, el cambio profundo en la naturaleza de los medios y del periodismo que se está dando en los inicios del siglo XXI, con lo que esto implica para la formulación y el estudio de sus roles en la actualidad. El desarrollo de internet, la apropiación de las TIC por los ciudadanos y la consecuente multiplicación de productores de información, el acceso abierto o la interactividad son realidades que están modificando los paradigmas en el hacer y en el pensar el periodismo.

El enfoque contemporáneo de las teorías normativas de los medios informativos y del periodismo

Este trabajo doctoral se nutre de la preocupación que mueve a autores como Christians et al. (2009, p. vii) sobre la necesidad de tratamientos más teóricos en torno a la relación entre medios y sociedad en general y entre periodismo y democracia en particular, y de responder al desafío intelectual de quienes se preguntan por la ética profesional, el desempeño responsable de los medios, la defensa de la libertad de expresión y la formación de los periodistas.

Tomar las teorías normativas como marco para abordar la violencia contra los periodistas tiene que ver, por un lado, con que una de sus características básicas es el intento de proporcionar una explicación razonada de las relaciones entre una concepción de democracia en una sociedad particular y los roles concretos de los actores en el debate público; esto, en el caso de la presente investigación, cobra sentido al intentar aportar fundamento a aquello que determina para el periodismo el deber de cumplir con unas u otras actividades en la sociedad y el consenso que puede lograrse alrededor de ello (Christians et al., 2009, p. 86). Y, por el otro, debido al nexo de estas teorías con la ética periodística y las políticas de comunicación que rigen el ordenamiento de los medios en asuntos relacionados con seguridad nacional, libertad de prensa, orden público, igualdad y diversidad en el acceso a los medios e impacto moral y cultural de sus contenidos (Igartua y Humanes, 2010, p. 58).

En un asunto como el estudio de la violencia contra los periodistas, sus causas, motivaciones y consecuencias, es pertinente contar con el enfoque de unas teorías que afirman la autonomía y la autorregulación de los medios y enlazan la libertad y la responsabilidad en un proceso dialéctico (Merrill, 1993, pp. 37-40).

Estas teorías normativas pueden cumplir una función legitimadora, aportar una explicación argumentada, determinar la importancia de la calidad del diálogo, dar un fundamento moral a las actividades de los medios informativos y poner sobre la mesa el concepto de verdad pública cultural, que tiene que ver con la veracidad y la honestidad de lo que se expone en la esfera pública (Christians et al., 2009, pp. 73-86).

Lo que se observa en la evolución reciente de las teorías normativas de los medios es que han ampliado su repertorio de explicaciones, incluidas aquellas que tienen que ver con la libertad de expresión, las nuevas dimensiones y una mirada global que las ha enriquecido con los aportes de tradiciones culturales no tenidas en cuenta antes en el paradigma occidental dominante, entre ellas, las de Asia, África, América Latina y el mundo islámico (Christians et al., 2009, p. 67).

Ahora bien, ese enfoque contemporáneo de las teorías normativas de los medios, que cuenta entre sus principales representantes con Clifford G. Christians, Theodore L. Glasser, Denis McQuail, Kaarle Nordenstreng y Robert A. White —cuyos planteamientos guiarán uno de los cuatro componentes del marco conceptual de este trabajo—, ha puesto su mirada en lo que estos autores ven como expectativas ciudadanas de una comunicación participativa más directa, intentando justificar y proveer fundamentos teóricos normativos para la participación de los ciudadanos en el debate público, algo cada vez más central en muchas sociedades hoy en el mundo. Esto tiene que ver con las distintas orientaciones que pueden darse hoy a las teorías normativas, por ejemplo, entre quienes están más cercanos a una concepción individualista y liberal sobre cómo garantizar la verdad y la libertad en el debate público y quienes defienden las aproximaciones que hacen en este sentido las concepciones comunitarias y orientadas socialmente (Christians et al., 2009, pp. 66-68). Los anteriores son aspectos de indudable impacto para el campo periodístico, cuyas vibrantes transformaciones reflejan en gran medida estas discusiones y preocupaciones.

En una teoría normativa de los medios, de acuerdo con Christians et al. (2009, pp. 71-73), los siguientes son asuntos fundamentales:

i. El deber de alcanzar un acuerdo sobre el acceso libre e igualitario al debate público. La tradición de los postulados normativos es defender alguna forma de libertad para expresar opiniones en el foro público sin represalias.

ii. La búsqueda de alternativas para resolver conflictos a través de la deliberación. Las grandes declaraciones sobre el modo adecuado en que debe darse el debate público han surgido, precisamente, en momentos en los que la crisis de las instituciones sociales amenaza la existencia de un debate libre y sin restricciones.

iii. La capacidad para lograr un balance entre el arte de la persuasión, la comprensión por todas las personas del debate público y la veracidad. Algunas de las declaraciones normativas más significativas en relación con el debate público se han dado en contextos culturales que tienen un especial aprecio por la estética en el estilo que se imprime a la comunicación.

iv. La relación entre la academia y el ámbito del debate público. Por lo general, los autores de postulados normativos de importancia han sido también maestros de la deliberación pública.

Dicho lo anterior, estos autores aportan para el análisis un esquema en el que identifican los principales actores sociales involucrados en un sistema normativo (figura 1), algo que será de utilidad al momento de aproximarse al fenómeno de la violencia contra los periodistas. Lo que se establece allí es una relación dialéctica entre los actores del sistema y los correspondientes asuntos normativos a ellos asociados.

Christians et al. (2009, pp. 69-71) organizan estos asuntos de forma jerárquica, ubicando en la parte superior los valores comunicativos de una cultura y en la parte inferior las prácticas cotidianas específicas de los grupos y los profesionales de la comunicación, con los criterios a partir de los cuales se guían para tomar sus decisiones. Así, lo que muestra el sistema es que en la base están los ideales personales de los profesionales, que a su vez se articulan con el estilo de una determinada cultura corporativa, el ethos de las salas de redacción, los códigos de ética de las asociaciones profesionales y los principios generales para quienes son maestros de la comunicación y para las instituciones mediáticas. Luego están las políticas normativas de las organizaciones mediáticas, las que rigen su operación; aquí se ubican los empresarios de los medios como actores. Siguen las normas nacionales e internacionales relacionadas con la comunicación; aquí son los legisladores y los políticos los que se convierten en actores del sistema. En este último nivel, las normas establecen entornos más o menos favorables para la independencia de los medios y configuran las fronteras de control que establecen los Estados para su funcionamiento. Aunque los medios aceptan una cierta regulación fundamentada en el interés público, tratan de mantener vigente el principio de independencia frente al control del poder del Estado, con el fin de proteger su función de guardianes y de vigilantes del cumplimiento de la responsabilidad social pública que les compete a los Estados. En el siguiente nivel se ubican las teorías normativas cuyos correspondientes actores son la academia y la comunidad filosófica. Finalmente, aparece como elemento normativo la filosofía pública de la comunicación, entendida como los valores y compromisos comunicativos generalmente difundidos por una cultura; aquí los actores del sistema son las audiencias.

Desde la perspectiva de este sistema normativo, cuando un periodista o un medio de comunicación es atacado por un miembro del gobierno o por otro integrante de la sociedad, se sugiere que es todo el sector mediático el que está siendo agredido y que lo anterior representa una amenaza política o económica si no se toman acciones para remediar la situación (Christians et al., 2009, p. 69).

Un aspecto que interesa de la propuesta de Christians, Glasser, McQuail, Nordenstreng y White (2009) en este trabajo doctoral es que los autores plantean la necesidad de observar las relaciones entre los medios y la sociedad desde la tradición del pensamiento normativo, teniendo en cuenta la democracia como eje. Para ello, no proponen una nueva tipología de teorías normativas con pretensión de universalidad, sino una apuesta metodológica que permite proporcionar un marco de análisis más sólido para aproximarse a las relaciones entre los medios informativos y la sociedad. De esta forma construyen el marco de análisis dando importancia a los modelos de democracia, con lo cual buscan enfocar la mirada más en la gente que en el funcionamiento de los medios. Así cobra importancia para el análisis la participación de los ciudadanos en el debate público.

Figura 1. Principales actores sociales en un sistema normativo


Fuente: Christians et al. (2009, p. 68). Normative theories of the media. Journalism in Democratic Societies. Urbana, IL: University of Illinois Press.

Si bien es cierto que determinado tipo de manifestaciones de violencia contra los periodistas cobran vigor en regímenes autoritarios, el modelo analítico basado en el fundamento de la participación ciudadana en el debate público no deja de ser pertinente para este otro tipo de contextos políticos. Lo anterior tiene que ver también con aspectos que resultan fundamentales para enmarcar cualquier modelo de democracia al que se haga referencia: primero, elecciones periódicas, libres y justas mediante las cuales el pueblo elige a quienes toman las decisiones políticas; segundo, existencia de libertad de expresión, de prensa y de información; tercero, ciudadanía incluyente; cuarto, derecho de todas las personas a asociarse y formar organizaciones libremente y, quinto, gobierno de la ley (Strömbäck, 2005, p. 333).

Cabe recordar aquí que en el origen del pensamiento contemporáneo sobre las teorías normativas de los medios está el clásico Four Theories of the Press, de Fred Siebert, Theodore Peterson y Wilbur Schramm, publicado en 1956, que estimuló la reflexión sobre el papel de los medios en la sociedad al afirmar que los sistemas mediáticos estaban estrechamente enlazados a diferentes filosofías y sistemas. Aun así, las teorías normativas son el resultado de un debate continuo a lo largo de más de 2.500 años entre los principales actores sociales, buscando entender cómo debe desarrollarse el debate público en un determinado contexto sociopolítico y cómo debe conducirse la comunicación en la toma de decisiones públicas y en determinados momentos y circunstancias (Christians et al., p. 65).

De ese diálogo sostenido a lo largo de la historia, se plantea que la comunicación es más un problema político y ético que semántico o psicológico (Peters, 1999, citado por Christians et al., 2009, p. 64), lo que sugiere que una aproximación normativa resulta adecuada para observar un fenómeno como la violencia contra los periodistas. Lo anterior, teniendo en cuenta la estrecha vinculación que tiene esta problemática con las circunstancias sociopolíticas, pero, a su vez, por el peso de una tradición de pensamiento normativo que asigna un rol determinante al periodismo en la vitalidad de las instituciones democráticas y que promulga la preservación y el fortalecimiento de unos valores éticos profesionales construidos a lo largo de la historia del ejercicio periodístico.

Aunque los planteamientos de Siebert, Peterson y Schramm han sido criticados y revaluados, se reconoce que su trabajo fue pionero e insertó en la década de 1950 un nuevo campo de investigación en la comunicación de masas, al hacer un análisis explícito de cómo los medios se relacionan con la sociedad en términos de valores políticos, ética profesional e historia intelectual (Christians et al., 2009, p. 4), a partir de la pregunta de por qué los medios de comunicación de masas aparecen en una amplia diversidad de formas y sirven a diferentes propósitos según los países y contextos donde actúan.

Como se planteó antes, un abordaje actual sobre la cuestión, valioso y pertinente, lo adelantan teóricos como Christians, Glasser, McQuail, Nordenstreng y White en su libro Normative Theories of the Media. Journalism in Democratic Societies (2009), al asignar sentido a las teorías normativas no como instrumentos ajustados a una determinada ideología o como variable dependiente del sistema de control social —algo que sucedía con Four Theories of the Press—, sino como instrumentos de emancipación del statu quo y para pensar críticamente el papel de los medios. La tradición normativa no se limita entonces solo a un grupo de teorías; por el contrario, abarca un complejo conjunto de valores que integra desde dimensiones de la ética personal hasta códigos profesionales, guías de la industria mediática, políticas nacionales e, incluso, asuntos de filosofía moral que deben ser conocidos tanto por los profesionales como por el público en general (Christians et al., 2009, p. 18).

A los autores de Four Theories of the Press se les criticó no haber observado el funcionamiento real de los sistemas de medios de comunicación ni de los sistemas sociales dentro de los que operaban, pues se ocuparon únicamente de las teorías o los fundamentos en los cuales se basaban esos sistemas para legitimarse (Hallin y Mancini, 2008, p. 9). La dificultad con ello fue hacer caso omiso a la existencia material de la prensa, al señalar que la diferencia entre sistemas periodísticos era una cuestión de filosofía (Nerone, 1995, citado por Hallin y Mancini, 2008, p. 9).

Lo que se afirmaba en Four Theories of the Press es que la prensa siempre toma la forma y la coloración de las estructuras sociales y políticas en las que opera, reflejando el sistema de control social y de las relaciones entre los individuos y las instituciones. Los autores plantearon entonces la existencia de cuatro teorías: la autoritaria, la liberal, la de la responsabilidad social y la soviético-comunista, lo que para algunos, más que cuatro teorías sobre la prensa, eran solamente cuatro ejemplos o tipologías de funcionamiento de la prensa (Christians et al., 2009, p. 3).

En su momento, Siebert, Peterson y Schramm señalaron como principal propósito de la prensa soportar e impulsar las políticas del gobierno en el poder y servirle al Estado en la teoría autoritaria; informar, entretener, vender y, principalmente, ayudar a descubrir la verdad y observar al gobierno, en la teoría liberal; informar, entretener y elevar el debate al plano de la discusión, en la teoría de la responsabilidad social, y, para el caso de la soviético-socialista, contribuir con el éxito y la continuidad del sistema soviético socialista, especialmente con el mandato del partido.

De Four Theories of the Press derivó una amplia gama de estudios sobre el rol de los medios en la sociedad, muchos de los cuales proponían nuevas tipologías. Christians et al. (2009, pp. 5-14) se han encargado de identificar estos estudios y sistematizarlos geográficamente de acuerdo con los realizados en Estados Unidos, Europa y los países en desarrollo. En Estados Unidos destacan los trabajos de Merrill (1974), Merril y Lowenstein (1991), Hachten (1981), Picard (1985), Altschull (1995) y Martin y Chaudhary (1983). En Europa, los de Williams (1962) —que abre la mirada del tema al plantear una comunicación democrática no solamente como un derecho individual, sino también como una necesidad social en la medida en que la democracia requiere una activa participación de todos sus miembros—, Goldwin y Elliot (1979), Curran (1991), Borden (1995), Nordenstreng (1973), McQuail (1983, 2005), Jakubowicz (2007), Hardt (2001) y Hallin y Mancini (2004). Los aportes que les merecen especial atención son los de Habermas (1989), con su teoría de la acción comunicativa y su concepto de esfera pública, que serán retomados más adelante en este trabajo. Para el caso de América Latina, Asia y África, indican que a pesar de su rica tradición cultural y filosófica, no hay aportes especialmente innovadores en cuanto a las teorías normativas; sin embargo, señalan algunos elementos importantes en los trabajos de Mowlana (1989), Masterton (1996), Mehra (1989) y Yin (2008).

Tres niveles de análisis en una nueva mirada normativa: tradiciones filosóficas, modelos de democracia y roles del periodismo

En la búsqueda de rutas alternativas para encontrar respuestas a la pregunta sobre cómo una sociedad, una nación o una comunidad pueden alcanzar fórmulas normativas contemporáneas más satisfactorias para trabajar en un apuntalamiento normativo efectivo de los roles de los medios informativos en una sociedad democrática, Christians et al. (2009, p. 16) elaboran una propuesta metodológica que enriquece los tratamientos teóricos de los nexos entre periodismo, sociedad y democracia que competen a este trabajo doctoral. En este apartado se recogen los elementos esenciales del modelo, con el propósito de aportar recursos teóricos a la observación de ataques al ejercicio periodístico a comienzos del siglo XXI.

Su propuesta se construye a partir de tres niveles de análisis que permiten cubrir un amplio rango de variaciones con la incorporación de cuatro entradas en cada uno de ellos:

i. Filosófico-Tradiciones normativas: corporativista, liberal, de responsabilidad social, de participación ciudadana.

ii. Político-Modelos de democracia: administrativa, pluralista, cívica, directa.

iii. Mediático-Roles del periodismo: de monitoreo, facilitador, radical, colaborativo.

De acuerdo con estos autores, el punto de partida es separar metodológicamente los niveles de análisis, pero, a su vez, mostrar cómo se interrelacionan, ya que no hay una correspondencia uno a uno entre tipos y niveles de análisis. Con ello están ratificando la complejidad de la cuestión de las teorías normativas, las profundas raíces históricas y culturales de los asuntos que tratan y la multiplicidad de niveles en los que estas deben ser confrontadas (Christians et al., 2009, p. 16).

A continuación se detallan los elementos explicativos, así como los fundamentos sobre los que descansan los tres niveles de análisis. La intención que subyace en este trabajo doctoral para hacerlo radica en la idea de que este modelo de análisis enriquece la aproximación al fenómeno de la violencia contra los periodistas y la comprensión de su comportamiento en determinados contextos sociopolíticos, momentos de la historia y entornos de valores culturales. De igual forma, permite examinar la perspectiva desde la que realizan su trabajo las organizaciones defensoras de la libertad de expresión que hacen seguimiento sistemático a las restricciones y agresiones a quienes ejercen este derecho, en especial los periodistas.

Lo interesante de esta perspectiva es que, como lo sugieren sus autores, contribuye a explicar, por ejemplo, cómo deberían resolverse algunos de los grandes problemas del debate público: cómo y por qué garantizar la libertad de expresión, cómo lograr las mejores decisiones colectivas y consensos sin coerción, cómo lograr que todas las personas accedan a la información que necesitan, cómo conseguir que asuntos como la verdad, la libertad y la participación se logren en tiempos en los que los medios se han ido transformando en grandes empresas corporativas (Christians et al., 2009, p. 66-67).

Más adelante se tendrá en cuenta otro tipo de aproximaciones desde los estudios de la comunicación a las relaciones entre medios informativos, periodismo, democracia y sociedad, las cuales aportan elementos históricos y de análisis para observar el tema que compete a este trabajo.

El nivel filosófico o de las tradiciones normativas

El primer nivel para el análisis es denominado filosófico por Christians et al. (2009, p. 18), ya que las cuatro tradiciones caracterizadas —corporativista, liberal, de la responsabilidad social y de la participación ciudadana— tienden a conectar las normas de una buena comunicación pública con explicaciones más profundas en términos de concepciones del ser humano y la sociedad. En este punto adquiere relevancia el concepto de ciudadanía, en la medida en que presupone la libertad de expresión, el derecho de participar en el proceso público de toma de decisiones y la definición del debate público como esencialmente dialógico y discursivo.

Lo que señalan los autores es que estas tradiciones no son un conjunto de ideas fijas sobre la forma como puede darse la comunicación pública en una sociedad de acuerdo con el enfoque normativo, sino, más bien, tendencias en un cuadrante, como el de la figura 2. El eje vertical indica los posibles desplazamientos entre una perspectiva más cercana al consenso y a una idea de mayor control y centralidad y otra de mayor diversidad y menor centralidad. El eje horizontal muestra las variaciones entre una menor y una mayor participación política y en la toma de decisiones por parte de los ciudadanos (Christians et al., 2009, p. 21). Este nivel, entonces, resulta apropiado para describir y evaluar un completo sistema mediático en un determinado periodo histórico.

Ahora bien, ¿cuáles son los principales rasgos de cada una de dichas tradiciones filosóficas tal como las configuran Christians et al. (2009)? y ¿qué elementos aportan para el análisis de los roles del periodismo en la sociedad y, por tanto, para examinar ciertas tendencias de la violencia contra los periodistas en determinados contextos y situaciones?

Figura 2. Cuatro tradiciones filosóficas normativas


Fuente: Christians et al. (2009, p. 21). Normative theories of the media.

Journalism in Democratic Societies. Urbana, IL: University of Illinois Press.

i. Tradición corporativista, 500 a. C.-1500 d. C.

(Christians et al., 2009, pp. 38-46)

Tiene su origen en la democracia directa de las pequeñas ciudades mediterráneas y deriva su nombre de una visión orgánica y armónica del universo. Es una tradición que se refleja bien en los tratados de ética, retórica y política de Aristóteles.

En ella se espera de los medios que cooperen en asuntos de interés nacional y en relación con otras instituciones sociales como la religión, la educación y la familia. Hoy tiene influencia en la manera de entender la comunicación pública en muchas democracias del sudeste asiático y en las culturas islámicas, con su subyacente consenso religioso y cultural.

Las élites de los medios están más propensas a alinearse con las élites sociales, políticas y culturales y a ser influenciadas por una política de unidad nacional y cultural. En esta tradición puede buscarse un alto grado de centralización y de control político.

Aporta a la evolución de las teorías normativas un conjunto de valores culturales importantes en el marco democrático actual: que las decisiones colectivas llegan mejor cuando son fruto de un debate participativo entre toda la comunidad, que la deliberación debe ser orientada hacia el bien común y basada en criterios racionales y veraces y que las prácticas culturales deben estar arraigadas en una justificación teórica informada y reflexiva. El trasfondo de la toma de decisiones fundadas en el debate participativo es fortalecer la igualdad política y comunicativa.

ii. Tradición liberal, 1500-1800

(Christians et al., 2009, pp. 47-52)

Esta tradición eleva el principio de la libertad de expresión al punto más alto de los valores que deben ser defendidos por los medios. Surge en la tardía Edad Media y en el Renacimiento como reacción al arraigado poder de las monarquías y las instituciones religiosas de la Europa de la época. Es el momento en el que se publica el clásico Areopagítica: Un discurso del Sr. John Milton al Parlamento de Inglaterra sobre la libertad de impresión sin censura de John Milton (1944 [1644]).

El reclamo de la libertad es supremo y absoluto y está fundamentado en la creencia profunda en la capacidad de razonar del ser humano y en la dignidad de la persona. De ahí que el derecho a la libertad de expresión ponga un acento especial en el deber de todas las personas de manifestar sus puntos de vista en el debate público, así como en el valor de estar plenamente informados como ciudadanos. La mejor manera de garantizar la verdad en la esfera pública es un debate libre, abierto, no controlado, en el que tanto el error como la verdad tengan acceso. Esto supone, además, un arraigado ejercicio de la tolerancia, entendida no solo como la aceptación del derecho a expresar puntos de vista erróneos, y aun eventualmente peligrosos, sino a considerarlos como beneficiosos para el debate público.

La mayor libertad de expresión se da cuando se asegura que los ciudadanos tienen acceso a fuentes alternativas de información acerca de asuntos públicos y cuando se asegura que el público cuenta con información completa, diversa, imparcial y objetiva.

Considera que la libertad de expresión se refuerza con la defensa de la propiedad privada de los medios, con las garantías de inmunidad frente a toda clase de censura o represalias antes, durante y después de la publicación, y con la existencia de un mercado libre de medios, ya que este facilita que se sirva mejor a los intereses de todos. Así mismo, entiende que los individuos tienen derecho a la propiedad de los medios y a utilizarlos para cualquier propósito que deseen, siempre en el marco de la ley.

Se entiende que los enemigos de la libertad de expresión pueden ser el gobierno o el Estado cuando intervienen para ponerle límites. En la medida en que los cargos públicos son delegados por los ciudadanos, quienes los ejercen tienen el deber de hacer rendición de cuentas, y el público, a su vez, el derecho y la responsabilidad de denunciar en la esfera pública los abusos del poder.

Esta tradición estima como valores esenciales: el ejercicio del poder por cada persona, la posibilidad de expresar las propias convicciones, la aceptación de posiciones minoritarias y de ideas nuevas para contrarrestar la tiranía de la mayoría, la tolerancia frente a la diversidad de creencias y pensamientos como una característica del debate público, la existencia de mecanismos de control del poder —incluido el de los propios medios—, la ilustración y la educación, y los medios como transmisores de opiniones e información de todas las fuentes.

iii. Tradición de la responsabilidad social, 1800-1970

(Christians et al., 2009, pp. 52-58)

El surgimiento de esta tradición se ubica al final del siglo XVIII con la Revolución Industrial, el nacimiento de las grandes ciudades y el desarrollo del emprendimiento periodístico que vio una oportunidad de mercado para la venta masiva de periódicos, los que, con la expansión del derecho al voto, se fueron convirtiendo en una importante fuente de información política. La prensa, entonces, fue adquiriendo un rol esencial en los procesos de constitución de gobiernos democráticos en Europa y América.

Esta tradición promulga la responsabilidad social como el principio básico para la organización de la comunicación en las sociedades. En esta medida, espera de los medios un equilibrio entre ejercicio de la libertad de expresión y responsabilidad. Bajo esta tradición es posible encontrar una amplia diversidad y grados a la hora de aplicar la responsabilidad social a los medios. Debido a lo anterior, en ella se puede estar cerca del pluralismo, pero también del control autocrático de los medios.

En su esencia están dimensiones primordiales del pensamiento sobre el periodismo: la autorregulación, la necesidad de personas expertas en su ejercicio y, como base para ganar credibilidad, la importancia de la diversidad y la pluralidad en los contenidos y la idea de interés público como fundamento en la toma de decisiones.

Ubica a los periodistas en un rol de guardianes de la información y de testigos privilegiados de los acontecimientos, logrando ganar la confianza del público en la medida en que sean capaces de proveer una representación completa y veraz de la realidad a partir de la cual las personas puedan hacerse un juicio personal de los sucesos y tomar decisiones informadas. Por ello, esta tradición considera como obligaciones del reportero la exactitud, la imparcialidad y una adecuada expresión narrativa.

Con esta tradición se instauran los códigos de ética, los consejos de prensa, las comisiones de quejas y la figura del ombudsman, que responden a los procesos permanentes de evaluación del desempeño de los medios en términos de cómo defienden o deberían defender la democracia. También emergen los programas universitarios de enseñanza del periodismo y de la comunicación, los entrenamientos especializados y la creación de asociaciones profesionales.

Impulsa el reconocimiento de la gran diversidad de intereses sociales, culturales y políticos de los integrantes de una comunidad o de un país, con la consecuente necesidad de que estos se vean adecuadamente reflejados en los medios. Lo anterior deriva en asignar a los medios roles como promotores de la justicia social y como desveladores de problemáticas sociales y de abusos de poder. Bajo esta tradición se desarrollan algunas formas de periodismo investigativo. El prestigio de la actividad periodística está asociado a la importancia que le da la comunidad al servicio que esta profesión presta a los fines antes señalados.

Se trata de una tradición que busca encontrar un adecuado balance entre autorregulación y regulación pública, respeto a la identidad nacional y a la diversidad cultural, libertad y control, e intereses individuales y colectivos.

iv. Tradición de la participación ciudadana, 1970-

(Christians et al., 2009, pp. 58-63)

Tiene sus fundamentos en las ideas de los movimientos religiosos y políticos disidentes del siglo XVI, en las luchas por el derecho a la libertad de prensa en el siglo XVIII y en la prensa radical del movimiento laborista en el siglo XIX, pero la versión más contemporánea del concepto de la participación ciudadana está en los procesos de los llamados medios alternativos y en las radios libres de las décadas de 1960 y 1970.

Considera que los medios pertenecen a la gente, están comprometidos con la lucha por los derechos colectivos y tienen un propósito crítico, expresivo y de emancipación. A través de los medios comunitarios y alternativos es posible potenciar la participación de las comunidades locales, las cuales desempeñan un rol fundamental en el cambio social.

El diálogo es pieza central de esta tradición. La esfera pública se entiende como un espacio de hibridación de culturas en el que es posible confrontar las diferencias.

Critica al periodismo por considerarlo una profesión elitista, cercana a los poderes políticos y económicos y por excluir a la gente de la agenda pública. Alerta sobre tendencias peligrosas, como la vinculación de los medios a conglomerados financieros, al considerar que esto afecta la manera de abordar los asuntos públicos.

Considera necesario que los medios promuevan la redemocratización y la redistribución social del poder. En esa medida, los medios ciudadanos participativos se involucran en movimientos de cambio social, con lo que se defiende la idea de un periodismo público comprometido, en contraposición a las visiones más tradicionales que defienden la neutralidad del periodismo. Aunque es una tradición que presenta dificultades para aplicarla a los sistemas mediáticos nacionales o internacionales y a los medios de gran escala, considera que estos deben tener una actitud de compromiso y responsabilidad con sus audiencias, y fomentar la retroalimentación y la interactividad.

El nivel político o de los modelos de democracia

En el segundo nivel se trabajan de manera más precisa los modelos de democracia y las contribuciones de los medios a la marcha de la vida democrática. Cabe reiterar que desde este enfoque no existe una correspondencia uno a uno entre las tradiciones filosóficas normativas señaladas antes y un particular modelo de democracia entre los cuatro planteados por Christians et al. (2009): liberal-pluralista, elitista-administrativa, cívico-deliberativa y popular-directa.

En el caso de las teorías de la democracia, como se planteó antes con las teorías de los medios, hay que tener en cuenta que estas tienen un elemento normativo o prescriptivo y otro empírico o descriptivo. Una dimensión que resulta importante tanto en la teoría como en la práctica democrática es la distinción, por un lado, entre derechos individuales y libertad y, por el otro, entre igualdad y derechos colectivos (Christians et al., 2009, p. 26). Lo que deja ver esta propuesta es que las sociedades establecen sus prácticas democráticas de acuerdo con sus circunstancias históricas y sus culturas políticas y que esto supone unas determinadas demandas normativas para los medios y los periodistas.

A continuación se presentan los principales rasgos de cada uno de los modelos de democracia tal como los configuran Christians et al. (2009), a través de los cuales puede observarse el amplio rango de las sociedades democráticas en el mundo moderno. Sin embargo, estos autores advierten cómo la práctica de la democracia varía considerablemente de un lugar a otro y de una generación a otra, y cómo las crisis de muy diverso tipo —terrorismo, guerras, disturbios populares, inestabilidades financieras— pueden alterar el rol del Estado y redefinir qué es lo que significa vivir en una sociedad democrática (Christians et al., 2009, p. 95)

i. Modelo de democracia liberal-pluralista

(Christians et al., 2009, pp. 96-99)

Llamado liberal-pluralista, este modelo se fundamenta en la proposición de que los individuos, cuando así lo desean, pueden reivindicar más efectivamente sus intereses y preferencias si se conforman como grupos en torno a un esfuerzo conjunto por forjar políticas y programas que beneficien a todos. Como otras formas de democracia, reconoce la soberanía de la gente. El poder es disperso y descentralizado y el mercado se entiende como un motor de bienestar.

El pluralismo depende en parte de un sistema segmentado de medios que responda a los distintos intereses de los grupos, oponiéndose a los monopolios mediáticos. Los medios y el periodismo definen sus roles en la sociedad tal como lo desean. Tienden a promover y facilitar procesos de negociación al proveer plataformas para el análisis y los comentarios especializados; sin embargo, el mercado de los medios puede no servir a las necesidades del pluralismo al no dar acceso a voces competidoras.

ii. Modelo de democracia elitista-administrativa

(Christians et al., 2009, pp. 99-100)

Descansa en la idea de que el ciudadano común carece del interés y de la experiencia para gobernarse a sí mismo, de ahí que represente el triunfo de los líderes sobre los ciudadanos. Enfatiza en la necesidad de instituciones profesionales en la administración pública y en otros cuerpos especializados, con el fin de cuidar el bienestar de la gente.

Define el rol de los medios como guardianes de las instituciones y considera que el periodismo sirve a la democracia administrativa para alertar a la comunidad sobre crisis o emergencias, asuntos de corrupción o de incompetencia de los líderes.

iii. Modelo de democracia cívico-deliberativa

(Christians et al., 2009, pp. 101-103)

Presta especial atención a la solidez de la vida pública y a la responsabilidad que tiene la ciudadanía para lograr dicho fin. Espera de los ciudadanos un involucramiento activo en la construcción democrática.

El periodismo desempeña un papel destacado para mantener informado al ciudadano, garantizar un debate público calificado y promover la participación política, debido a la importancia que se da al razonamiento público entre iguales. Se espera de los medios que amplíen las formas de participación y se abran a voces diversas.

iv. Modelo de democracia popular-directa

(Christians et al., 2009, pp. 103-105)

Se fundamenta en el postulado del gobernarse a sí mismo y se manifiesta en el involucramiento del ciudadano de manera directa en los asuntos públicos. La manifestación moderna de este modelo es el gobierno por referendo o plebiscito con la decisión de la mayoría como regla. Rechaza los centros privados de poder y la acumulación o distribución de recursos, públicos o privados, que impliquen generar oportunidades desiguales para la participación política.

Considera que la libertad de prensa existe para servir a la comunidad y que uno de los roles del periodismo en la sociedad es facilitar el diálogo y la deliberación, asegurando que todos los asuntos reciben completa y justa atención.

El nivel mediático o de los roles del periodismo

El tercer nivel de análisis en el planteamiento analítico de Christians et al. (2009) se focaliza en los propios medios de comunicación y, en especial, en los roles del periodismo en la sociedad. Como se señaló, en el caso de dichos roles lo que propone este enfoque es la necesidad de considerar la dimensión normativa referente a las finalidades y obligaciones y la dimensión empírica o descriptiva de las prácticas y el desempeño cotidiano.

Para abordar este nivel los autores retoman la amplia definición de periodismo de James Carey, quien lo entiende como una serie de prácticas que se justifican en términos de las consecuencias sociales derivadas de ellas, es decir, la constitución de un orden social democrático (Christians et al., 2009, p. 18). Se trata de una definición ajustada para el fin analítico normativo que interesa a los autores; sin embargo, en este trabajo se tendrán en cuenta otras definiciones y dimensiones cuando se profundice en el debate sobre la identidad del periodismo en la primera década del siglo XXI, sus tradicionales y renovados valores y principios, y los desafíos que le han impuesto las transformaciones culturales y sociales derivadas del desarrollo y apropiación de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), la globalización y la reconfiguración económica del sector.

Los autores identifican desde esta perspectiva normativa contemporánea cuatro roles esenciales para los medios informativos en una democracia, advirtiendo que no se ajustan a alguna tradición normativa o modelo específico de democracia y que no pretenden abarcar con ellos todas las actividades posibles de los medios informativos y del periodismo. Son ellos el rol de monitoreo, el rol facilitador, el rol radical y rol colaborativo (Christians et al., 2009, p. 125). Para que esas tareas se lleven a cabo es preciso que haya confianza del público en los medios, y que estos sean percibidos como independientes y competentes; que exista un sistema amplio y eficiente de recolección y distribución de información y una intención editorial de dar cabida a un amplio rango de fuentes y puntos de vista; que haya una participación del periodismo en la acción y el debate democrático, y que esta dependa de un uso activo de la libertad de prensa en el contexto de una esfera pública saludable (Christians et al., 2009, p. 117).

Lo que nos interesa de dichos roles para la discusión en el presente trabajo es, de acuerdo con lo sugerido por estos autores, que contemplan asuntos centrales en el análisis actual del tema que nos compete, relacionados con la transparencia de las sociedades y el flujo de la información dentro de ellas; la facilitación de procesos sociales y políticos y de la participación ciudadana en el debate público; la independencia de los medios para ejercer la crítica por encima de intereses creados o instituciones establecidas, y la colaboración o no de los medios con las autoridades (Christians et al., 2009, p. 30).

A continuación se presentan los principales rasgos de los cuatro roles de los medios informativos en una democracia de acuerdo con el presente modelo de análisis normativo y se visualiza su ubicación en dos dimensiones (figura 3): la vertical, donde el rango va de un poder institucional fuerte a uno débil, y la horizontal, que indica una mayor o menor autonomía de los medios, tal como los configuran Christians et al. (2009).

Figura 3. Cuatro roles de los medios informativos


Fuente: Christians et al. (2009, p. 125). Normative theories of the media. Journalism in Democratic Societies. Urbana, IL: University of Illinois Press.

i. Rol de monitoreo

(Christians et al., 2009, pp. 139-157)

Es el rol más ampliamente divulgado y reconocido sobre lo que el periodismo y los medios informativos deben hacer. Incluye el actuar como informadores vigilantes y se refiere a la recolección, procesamiento y divulgación de todo tipo de información que pueda ser de interés público. El término monitoreo incluye la noción de proporcionar inteligencia, consejo y advertencia. Es el rol que está en la esencia de la actividad periodística.

Puede ser más o menos activo de acuerdo con la manera como los medios se implican en la sociedad. El tipo de relaciones que ellos establecen con los poderes políticos, económicos y sociales incide en el delineamiento de este rol, si se toma en perspectiva que un asunto central de las relaciones de los medios informativos y del periodismo con la sociedad es su independencia frente a los poderes.

Los medios contribuyen a delinear el marco de la esfera pública en la medida en que aportan voces, temas, eventos y perspectivas sobre los que se forma la opinión pública y se toman decisiones. El mejor desempeño de este rol, y de un periodismo de calidad, se da en contextos que prestan especial atención a la construcción de ciudadanía, que tienen una clara vitalidad de la sociedad civil y procesos democráticos saludables.

Es un rol más cercano a los modelos de democracia liberal-pluralista, pero los otros modelos de democracia no podrían operar sin él.

ii. Rol facilitador

(Christians et al., 2009, pp. 158-178)

Los medios se convierten en canales importantes de información pública al insertarse en procesos sociales y políticos, prestando su servicio a la sociedad en áreas como la política, el comercio, la salud o la educación. Proveen acceso a los reclamos del público en estos ámbitos, pero a su vez pueden facilitar las relaciones entre unos y otros, sin que esto comprometa su integridad, su credibilidad y su independencia. Contribuyen a mejorar la calidad del debate público promoviendo la participación, la multiculturalidad, la inclusión y el pluralismo y ayudando a dar contexto y significación a lo que acontece.

El rol facilitador de los medios se comprende mejor cuando se reconoce que el debate y la deliberación son esencialmente dialógicos y suponen interacción entre sujetos o posiciones diferentes.

Es el rol más cercano a los modelos de democracia cívica y es una respuesta al hecho de que las vidas humanas son culturalmente complejas y cargadas de múltiples interpretaciones.

iii. Rol radical

(Christians et al., 2009, pp. 179-195)

Los medios desempeñan este rol cuando proveen una plataforma para las voces y puntos de vista críticos de la autoridad y del orden establecido, o cuando ellos mismos son esa voz crítica. El desempeño de este rol desencadena intentos de suprimir o limitar la libertad de prensa. Es un rol que encaja bien en los modelos de democracia cívica y democracia directa.

Enfatiza en la absoluta igualdad y libertad de todos los miembros de una sociedad democrática. El periodismo, en este rol, hace todos los esfuerzos por asegurar que no se toleren las injusticias cometidas por poderes políticos y económicos hegemónicos. Eso implica una dimensión persuasiva en orden de movilizar la opinión y la acción para lograr una redistribución social del poder.

iv. Rol colaborativo

(Christians et al., 2009, pp. 196-218)

Demanda la cooperación de los medios en asuntos de interés nacional en momentos o procesos que requieran el apoyo a autoridades civiles o militares en la defensa del orden social ante las amenazas del crimen, las guerras, el terrorismo, la insurgencia, o en situaciones de emergencias y desastres naturales. Se da en procesos de construcción y desarrollo de las naciones o en momentos de transición política. Implica una relación de los medios con distintos centros de poder, sin devaluar los valores de la libertad y la autonomía de los periodistas y de los medios.

Se expresa de diversas maneras y dependiendo de los contextos y las circunstancias. Puede suponer que se acepten determinadas condiciones de censura. Desde un punto de vista normativo, el rol colaborativo se basa en acuerdos sobre el significado y los fines de la colaboración, que deben ser transparentes y conllevar un proceso deliberativo.

En la práctica, y de acuerdo con la manera como deciden operar los medios y desempeñar su labor los periodistas, se presenta una superposición entre los diferentes roles, así como oposiciones y conflictos.

Los más distantes entre sí son el rol colaborativo y el rol radical. Así como la crítica es en algunas ocasiones constructiva, el rol radical usualmente conlleva una postura de oposición a la autoridad establecida. Lo anterior es un recordatorio de que los medios no operan en una sociedad vacía y que están continuamente comprometidos con otros actores sociales así como con sus audiencias. Como se ha anotado, los medios pueden diferenciarse tanto por sus relaciones con el poder en la sociedad (dependientes u opositores) como por su grado de participación en tanto actores en actividades políticas y sociales (Christians et al., 2009, p. 32).

La anterior propuesta de análisis enriquece los tratamientos teóricos de la manera como tradicionalmente se ha abordado la defensa de las libertades de expresión, de prensa y de información, en la medida en que aporta elementos que, desde perspectivas filosóficas, políticas y mediáticas, permite hacer evaluaciones más complejas sobre su manifestación en determinadas sociedades y circunstancias. Vistas estas libertades en contexto, con los aportes de este enfoque contemporáneo de las teorías normativas es posible encontrar recursos explicativos y conceptos más variados y profundos que en el pasado.

De igual forma, enriquece la comprensión de las opciones que los medios y los periodistas asumen sobre sus roles y comparten como puntos de vista profesionales —lo que se conoce como milieus (Hanitzsch, 2011, p. 481)—, así como de las demandas que la propia sociedad hace a los medios de acuerdo con sus raíces y tradiciones culturales, su historia política o el momento histórico por el que pasa.

Periodismo y democracia: fundamentos de un contrato social resignificado

Las relaciones entre medios informativos, periodismo y democracia han sido descritas tradicionalmente en términos de un contrato social; eso quiere decir que se requieren mutuamente. El periodismo necesita a la democracia para tener libertad e independencia y la democracia necesita al periodismo para que haya flujo de información, para que pueda darse el debate público sobre asuntos políticos y para que el periodismo tenga la posibilidad de actuar como “perro guardián” frente a los abusos del poder (Strömbäck, 2005, p. 332).

La noción que comprende el periodismo en su rol crítico e independiente del Estado se basa en el papel que desempeñó en momentos determinantes al comienzo del siglo XVII en la guerra civil inglesa, en el siglo XVIII durante la Revolución Francesa o en la guerra de independencia de los Estados Unidos (McNair, 2009, p. 237). De igual forma, la defensa que hizo John Milton del pensamiento y la libertad de prensa en Areopagítica, al que ya se hizo referencia, estableció algunos de los postulados clásicos del periodismo moderno, dejando las raíces de una larga tradición de relaciones entre periodismo y democracia y los fundamentos para el surgimiento de una cultura de la crítica y la legitimación ideológica en la formación de la esfera pública emergente.

El desarrollo de la cultura de las noticias está entonces estrechamente ligado al proceso de construcción de sociedades democráticas. Si la democracia es, en palabras de Abraham Lincoln, “el gobierno de la gente, por la gente, para la gente”, entonces, el periodismo, en su mejor realización, desde la tradición liberal, se alimenta de esa misma inclinación pluralista. Es recurrente, por ello, encontrar citada la frase de James Carey (1999, p. 51): “Sin periodismo no hay democracia, pero sin democracia tampoco hay periodismo”.

Ahora bien, ¿cuáles son en concreto esas aportaciones del periodismo a la democracia? McNair (2009, pp. 239-240), teniendo en cuenta tanto las perspectivas normativas como las pragmáticas, realiza una buena síntesis del papel desempeñado por el periodismo —en especial del periodismo político—, en sociedades democráticas a lo largo de la historia:

i. El periodismo ha sido fuente de información para la democracia deliberativa, en la medida en que el éxito de la democracia radica en la existencia de información de calidad, fiable y precisa para el ciudadano. Desde una perspectiva normativa, el ideal democrático es el de la toma de decisiones informadas, de ahí que la labor del periodismo sea una contribución fundamental para la marcha de la democracia.

ii. El periodismo ha sido “perro guardián” en su rol de monitoreo y escrutinio crítico de quienes detentan el poder en los gobiernos, los negocios y otras esferas influyentes de la sociedad. Esta función la ha cumplido en representación de la ciudadanía.

iii. El periodismo ha sido mediador entre los políticos y los ciudadanos como instancia que asegura que la voz de estos últimos sea escuchada. A su vez, ha alentado el acceso directo de las personas a la esfera pública.

iv. El periodismo ha sido actor participante y defensor de determinadas posiciones en el debate público, buscando influir sobre las personas en relación con un determinado punto de vista.

McNair recoge allí aspectos coincidentes con la perspectiva de Christians et al. (2009), de tal manera que los estudios en comunicación van mostrando que en la base de las relaciones entre democracia, sociedad y periodismo está la capacidad del periodismo de suministrar información y comentarios de calidad, de abrir espacios para el debate público, de cumplir con el rol de monitoreo y de proveer un canal de doble vía entre ciudadanos y gobierno. Como se irá viendo a lo largo de este trabajo, los conceptos que aparecen estrechamente asociados a estas relaciones son la libertad, el pluralismo y la participación, en tanto resultan vitales de igual forma para el proceso democrático y para el ejercicio periodístico.

El periodismo, a lo largo de su historia, ha estado orientado por diversos tipos de motivaciones, entre otras, el sentido de responsabilidad pública, la defensa de alguna causa, la relación con partidos políticos o alguna ideología, la atracción por el arte de escribir y publicar, el objetivo de generar beneficios económicos y empleo. Al mismo tiempo, la actividad de publicar ha estado con frecuencia acompañada de restricciones y riesgos, por el potencial daño a los intereses de otros o de la sociedad en general (McQuail, 2013, p. 27).

En este ámbito aparecen como una dimensión de análisis los requerimientos informativos de la democracia en general, pues, como se verá más adelante, estos pueden cambiar de acuerdo con el modelo o la concepción de democracia desde la que se esté hablando. Estos requerimientos tienen que ver, entre otros aspectos, con el acceso y la circulación de información confiable y relevante sobre asuntos de actualidad y problemas de la sociedad; sobre partidos políticos, sus programas y sus líderes, o sobre medios y posibilidades para expresar las ideas de forma abierta y diversa. Con ello se logra un público informado, interesado y motivado para actuar con el fundamento que le da la información (McQuail, 2013, p. 39).

McQuail (2013) asegura que durante el siglo XX los medios de comunicación tradicionales proporcionaron posibilidades efectivas para satisfacer los requerimientos anteriores, demostrando su capacidad de propiciar que las sociedades y las personas se expresaran y pusieran en un espacio común sus diferencias, contribuyendo así a conformar una opinión pública abierta, pluralista y deliberativa.

Sin embargo, frente a las expectativas normativas sobre el desempeño práctico del periodismo en relación con sus funciones de informar, comentar, alertar, analizar, criticar o propiciar espacios de participación y debate, surge la necesidad de evaluar cómo y qué tan bien han sido o son cumplidos esos roles. Se plantea que las expectativas no satisfechas se han visto influenciadas en este comienzo de siglo por las presiones de la competencia mediática y la consecuente comercialización de los medios y del propio periodismo, por el efecto nocivo de las relaciones públicas en la política, por la tendencia al infoentretenimiento y por la concentración en la propiedad de los medios, aspectos que han terminado por minar tanto a la democracia como al propio periodismo (McNair, 2009, pp. 240-242).

Si bien la legitimidad de los periodistas ha sido ganada por su reclamo de servir al público en la democracia, qué tan bien le sirven es algo que ha sido ambiguamente contestado tanto por los periodistas como por las investigaciones del campo (Skovsgaard Albæk, Bro y De Vreese, 2013, p. 26). Lo anterior tiene que ver con que la función democrática de la prensa depende, a su vez, de la manera como es entendida y llevada a la práctica la democracia. Como se vio antes, la democracia no es unidimensional y presenta diferentes modelos y concepciones, lo que conlleva respuestas variadas sobre cuáles son los roles del periodismo, cómo interactúa en la sociedad y cuál es la información que debe proveer a los ciudadanos. Esto reafirma que las concepciones de democracia están asociadas a distintas expectativas normativas del periodismo y de los periodistas. Cuando se especifica a qué tipo de democracia se está haciendo referencia es cuando resulta posible determinar con mayor claridad las implicaciones normativas que esta tiene para el periodismo y comprender mejor cómo los medios informativos pueden afectarla (Strömbäck, 2005, p. 341).

El inicio del siglo XXI muestra que los estudios sobre la relación entre periodismo y democracia se preocupan cada vez más por entender precisamente los distintos modelos de democracia y, con ello, ganar claridad en las expectativas que las sociedades tienen sobre el desempeño de los medios; algo que empieza a incidir también en el tipo de estándares que se definen para evaluar la labor periodística. Así como Christians et al. (2009) basan su propuesta de análisis en los cuatro modelos de democracia antes presentados —administrativa, pluralista, cívica, directa—, es preciso referirse a una gran variedad de aproximaciones que retoman otros modelos de democracia planteados en las teorías políticas contemporáneas. Entre ellos, la democracia competitiva (Sartori, 1987, Schumpeter, 1975), la democracia participativa (Putman, 2000), la democracia deliberativa (Elster, 1998) o la democracia procedimental (Dahl, 2012), por ejemplo.

En las orientaciones de muchos estudios contemporáneos en el campo del periodismo en esta área se observa un interés por estructurar modelos que permitan operacionalizar el análisis de dichas implicaciones y aplicarlo a investigaciones comparativas con cada modelo de democracia, con diferentes tipos de medios y en distintos países (Strömbäck, 2005, p. 343).

Lo anterior tiene mucho que ver con las transformaciones de los sistemas mediáticos originadas en los procesos de transición de regímenes autoritarios a regímenes democráticos como consecuencia de la caída del Muro de Berlín y del bloque de los países comunistas, pero también con el acceso creciente del público a medios independientes, a sitios en línea y a otras formas de periodismo digital. En este sentido, el caso de Rusia, como el de muchas de las otras sociedades en transición en la última década del siglo XX y en la primera década del siglo XXI, evidencia que el establecimiento de una democracia genuina y duradera es inseparable del establecimiento de una prensa política libre, una esfera pública activa y una sociedad civil pluralista. Las restricciones a los medios, la intimidación y el asesinato de periodistas en la Rusia de Putin es algo que se interpreta como la antítesis de la transición del país hacia la democracia (McNair, 2009, p. 248). A pesar de lo anterior, es preciso anotar que aún en sociedades con ricas tradiciones democráticas la práctica de la democracia puede variar considerablemente de un lugar a otro y de una generación a la siguiente y que crisis de muy diverso tipo, como el terrorismo, los conflictos armados internos, las guerras, los disturbios populares, las inestabilidades financieras o los desastres naturales, pueden alterar el rol del Estado y redefinir qué significa vivir en una sociedad democrática (Christians et al., 2009, p. 95).

La prensa ha demostrado que puede hacer contribuciones importantes al fortalecimiento de Estados eficaces y democráticos, ya que si bien el periodismo como institución cívica por sí sola no puede resolver los problemas arraigados de violencia, seguridad y anarquía, sí contribuye a la construcción del Estado a través del monitoreo de sus acciones, con lo que aporta al elevar la atención de la sociedad sobre los problemas y a que se establezcan mecanismos efectivos de rendición de cuentas (Waisbord, 2007, p. 125).

Conviene tener en cuenta que los estudios sobre los roles potenciales de los nuevos medios digitales —con el aumento de las formas de participación e interacción que conllevan—, en el establecimiento de relaciones entre los ciudadanos y las élites políticas apenas es un campo emergente de investigación. Esto tiene que ver también con el rol de los nuevos medios en una esfera pública globalizada y en un contexto de nuevos conflictos internacionales.

Ahora bien, la complejidad de las relaciones entre medios y democracia comporta tres aspectos que deben ser considerados tanto desde la perspectiva normativa como desde la perspectiva empírica: i) el balance entre libertad e igualdad, ii) la conexión entre comunidad y comunicación y iii) la naturaleza de la opinión pública y el consenso popular (Christians et al., 2009, p. 93).

En relación con lo anterior, Christians et al. (2009, pp. 93-96) enfatizan en las características de las dos principales tradiciones modernas del pensamiento sobre la democracia: el republicanismo cívico, que surge de la revolución francesa y enfatiza en la importancia de los logros comunes y de los valores compartidos, y el liberalismo procedimental, con orígenes angloamericanos, que enfatiza en los intereses de libertad y autonomía de los individuos. En la tradición del republicanismo, a la que están asociados los modelos de democracia deliberativa (cívica y directa), se habla de autodeterminación cívica, es decir, de individuos autónomos políticamente en una comunidad de personas libres e iguales. Además, se buscan mecanismos para identificar y lograr objetivos comunes y valores compartidos para beneficio mutuo. Por su parte, en la tradición del liberalismo procedimental, a la que están asociados los modelos de democracia agregativa (pluralista y administrativa), se habla de red de interacciones de mercado estructuradas entre personas privadas. Es en este marco en el que puede observarse, de acuerdo con estos autores, el amplio rango de las sociedades democráticas en el mundo moderno.

En los modelos de democracia pluralista y administrativa, Christians et al. (2009, p. 97) señalan que la libertad es asignada más que conseguida, que la igualdad se da ante asuntos privados o frente a la garantía del voto y que la opinión pública se caracteriza por ser un agregado de opiniones individuales y de grupos, basada en una composición de intereses privados. Para el caso particular del periodismo observan que en el modelo liberal-pluralista se desarrollan prácticas de periodismo partidista, segmentado, que moviliza a integrantes de determinados grupos y aboga por sus intereses. En el caso del modelo liberal-administrativo, ven más un periodismo que hace cobertura de campañas y de crisis, que actúa ejerciendo control sobre el poder y alertando a los ciudadanos sobre los problemas inherentes al desempeño del poder político. Por su parte, para la tradición del republicanismo en los modelos de democracia cívica y directa, observan que la libertad se define de manera positiva y es afirmada por el Estado a través de sus políticas; la igualdad es una igualdad de condiciones y una cuestión pública de distribución de recursos y la opinión pública está asociada a la deliberación pública, que apela a objetivos comunes e intereses compartidos. En el modelo de republicanismo cívico ven que el periodismo facilita la deliberación, alberga y amplifica el debate y la discusión, mientras que en el modelo de la democracia directa el periodismo promueve el diálogo y sirve como foro para el debate y la discusión.

Así, la tradición liberal conlleva una visión más instrumental de la comunicación, mientras que en la republicanista las personas, además de intercambiar ideas, bienes y servicios, buscan descubrir objetivos comunes y compartir intereses. La libertad de comunicar en la tradición republicanista es

[…] entendida positivamente como una libertad que involucra a otro, una libertad individual definida y defendida con referencia al poder de la comunidad para transformar el propio interés individual en una forma de interés colectivo. Así, la libertad de comunicación no es simple o estrictamente un derecho individual sino más ampliamente un compromiso público por cultivar. (Christians et ál., 2009, p. 108)2

La relevancia que se le da en este trabajo a un enfoque que tiene en cuenta el ejercicio individual y colectivo de la democracia tiene que ver también con la premisa de John Dewey (1978 [1916]) de que la democracia más que un sistema de gobierno es una forma de vida y un asunto ético y moral de primer orden. A su vez, con planteamientos como el de Hannah Arendt (citada por Bernstein, 2015, p. 40), cuando en su mirada sobre el poder y la violencia cuestiona la concepción del poder como “poder sobre” y busca entenderlo como el empoderamiento que surge cuando los seres humanos actúan de forma conjunta. La aparición de este poder presupone, como lo plantea Arendt, acción colectiva, persuasión, deliberación e intercambio de opiniones, nunca de violencia. El llamado de Arendt a la creación de espacios públicos en los que prevalezca el debate genuino y la deliberación, tiene mucho que ver con el papel del periodismo en la sociedad, ya que, entre otras cosas, es en esos espacios de debate en los que puede haber una evaluación y verificación de las diversas justificaciones de la violencia.

Periodismo y sociedad: la dimensión empírica

Como se planteó en los apartados anteriores, se requiere un mayor y mejor tratamiento teórico sobre las relaciones de los medios informativos con la sociedad en general y del periodismo y la democracia en particular. Se profundizó también en la dimensión normativa o prescriptiva y se comentó cómo, además de esta dimensión normativa, es preciso abordar la dimensión práctica o empírica cuando se hace un acercamiento teórico a la temática.

La dimensión empírica ha sido estudiada principalmente a partir de las propias percepciones que tienen los periodistas sobre el rol que desempeñan en la sociedad. Así, los roles normativos identificados por Christians et al. (2009, p. 125) —monitoreo, facilitador, radical, colaborativo— pueden ser contrastados con otras tipologías, como las de divulgador, adversario, investigador-intérprete y movilizador popular (disseminator, adversary, interpreter-investigator, populist mobilizer) (Weaver y Wilhoit, 1996, p. 170), las de divulgador popular, “perro guardián” imparcial, agente crítico del cambio y facilitador (populist disseminator, datached watchdog, critical change agent, facilitator) (Hanitzsch, 2011, p. 484), o las que distinguen los roles de pasivo-neutral, pasivo-defensor, activo-neutral y activo-defensor (Donsbach y Patterson, 2004, p. 266, citados por Hanitzsch, 2011, p. 479).

Esta línea de investigación en los estudios de periodismo se desarrolla principalmente a través de entrevistas y encuestas con periodistas en todo el mundo, buscando identificar los valores esenciales del periodismo desde la perspectiva de quienes lo ejercen (Deuze, 2002; Carpentier, 2005; Donsbach y Klett, 1993; Hanitzsch, 2011; Weaver, 1998; Weaver y Wilhout, 1996). Las propias percepciones de los periodistas sobre sus roles, a pesar de guardar una cierta identidad con respecto a valores esenciales como la responsabilidad, el sentido de servicio público, la autonomía y el ser vigilantes del poder, muestras variaciones importantes en cada país y en los contextos políticos nacionales, es decir, fruto de diferentes culturas periodísticas y sistemas mediáticos (Gravengaard, 2012, p. 14).

De acuerdo con investigaciones recientes, Hanitzsch, encuentra cuatro perfiles emergentes en la actualidad, con los siguientes rasgos:

i. El primero, divulgador popular (populist disseminator), está profundamente orientado hacia la audiencia, de tal forma que privilegia brindar información de interés, centrada en lo que es atractivo para una audiencia lo más amplia posible. Aprecia la función de monitoreo, especialmente frente a las élites de los negocios. Este milieu es el único que aparece como genuinamente global.

ii. El segundo, “perro guardián” (datached watchdog), privilegia la posición de observador escéptico y crítico de las élites políticas y de los negocios, y enfatiza en la función de proveer información que le sirva a la audiencia para la toma de decisiones políticas. Tiene una cierta simpatía con el papel de agente de cambio, y en relación con la posibilidad de influir en la opinión pública y en la agenda política. Es el grupo más cercano a la tradición occidental reflejada en los ideales normativos de buena parte de la literatura sobre el periodismo.

iii. El tercero, agente crítico del cambio (critical change agent), similar al segundo en su papel vigilante de las élites, tiene una fuerte inclinación a intervenir en defensa del cambio social, a impulsar la participación de la audiencia en la actividad cívica y en las discusiones políticas.

iv. El cuarto, facilitador (opportunist facilitator), tiene como característica principal participar como socio del gobierno en los procesos económicos de desarrollo y de transformación política. Se inclina a apoyar las políticas oficiales y a dar una imagen positiva de los líderes políticos y económicos (Hanitzsch, 2011, pp. 484-486).3

De acuerdo con Hanitzsch, los mayores desacuerdos en relación con la función social del periodismo se dan en las tres dimensiones que se describen a continuación. Este autor argumenta, además, que la triangulación de estas tres dimensiones con las concepciones que tienen de sus roles los propios periodistas —que, como se vio antes, Hanitzsch denomina milieus—, es la que da el marco del campo periodístico:

i. Intervención: Radica en el grado en que los periodistas persiguen una misión particular y promueven determinados valores. La gradación se da entre dos tipos de periodista: el intervencionista, involucrado, comprometido socialmente, firme y motivado, y el independiente y no comprometido, guiado por la objetividad, la neutralidad, la equidad y la imparcialidad.

ii. Distancia del poder: Se refiere a la posición del periodista frente al poder en la sociedad. En un polo está el tipo de periodismo que, en su calidad de cuarto poder, desafía abiertamente a los poderosos. En el otro, los periodistas que tienden a verse más en un papel de colaboración con élites dirigentes en los procesos políticos.

iii. Orientación al mercado: Es un reflejo de las dos principales formas de entender la relación con las audiencias: como ciudadanos o como consumidores. La orientación al mercado es alta en culturas periodísticas que subordinan sus objetivos a la lógica del mercado. Los periodistas que dan prioridad al interés público, por el contrario, hacen hincapié en la información política y la movilización como mediadores para crear una ciudadanía informada (Hanitzsch, 2011, p. 481).4

El estudio del milieus en el periodismo constituye un aspecto importante para entender la cultura contemporánea de los medios. Los estudios que trabajan las percepciones de los periodistas sobre sus roles en la sociedad muestran que existe una tendencia que hace evidente cómo los periodistas se identifican mayormente con el papel de “perro guardián” independiente, una percepción que domina en la mayoría de los países occidentales y que se tiene como aspiración en muchos países no occidentales (Hanitzsch, 2011, p. 487). Esto tiene que ver con la idea extendida del periodista que observa, es imparcial, mantiene una actitud escéptica y crítica frente al poder político y las élites de los negocios. La percepción del rol del periodista como facilitador predomina en muchos países en desarrollo, en países en transición política o en contextos autoritarios.

Cuando la perspectiva toma en cuenta las concepciones de democracia que tienen los periodistas puede evidenciarse, por un lado, una idea del rol del periodismo más ligada a proveer a los ciudadanos la información necesaria para tomar decisiones fundamentadas al participar en procesos electorales o, por el otro, más ligada a proveer un foro público para la participación ciudadana en el debate democrático (Skovsgaard, Albæk, Bro y De Vreese, 2013, p. 27). Desde esta perspectiva, también se habla de roles como reflejo pasivo, vigilante, foro público y movilizador público (passive mirror, watchdog, public forum, public mobilizer) (Skovsgaard, Albæk, Bro y De Vreese, 2013, p. 27). Lo que revelan en general este tipo de estudios es que las distintas percepciones pueden ser más o menos enfáticas, y que en muchos casos resultan, a su vez, contradictorias.

Ahora bien, estas percepciones de los periodistas se contrastan con los reclamos que la sociedad le hace al periodismo. Esto tiene que ver con varios asuntos: la naturaleza de las necesidades de la sociedad que son o pueden ser cumplidas por el periodismo, las obligaciones que tiene el periodismo con la sociedad y que más allá del reclamo de libertad no podrían ser ignoradas, o los medios con los que cuenta la sociedad para movilizar estas obligaciones y exigir a los medios informativos que las cumplan. Pero también con las normas y los estándares que se aplican al ejercicio del periodismo, los controles y la responsabilidad relativos a la libertad de expresión (McQuail, 2013, p. 10).

El mismo McQuail (2013, p. 5) plantea que para observar esta dimensión empírica de las relaciones entre periodismo y sociedad es conveniente distinguir tres niveles de atención que aportan a la construcción de tratamientos más teóricos sobre el tema: i) la sociedad, ii) la organización periodística y iii) el periodista individual:

i. El nivel de la sociedad plantea asuntos de carácter teórico por razones como las siguientes: el periodismo está involucrado en todos los eventos públicos de mayor importancia, proporciona las bases para el debate público, pone en conocimiento de la sociedad las actuaciones del sistema judicial, transfiere los valores de la sociedad y presiona para la rendición de cuentas. Esto involucra las ideas relativas a derechos y obligaciones, presiones y exigencias, responsabilidad y control (McQuail, 2013, p. 5).

ii. El nivel de la organización periodística implica factores que afectan el desempeño del periodismo, como los sistemas legales y regulatorios de cada territorio, la estructura de propiedad y control de los medios, los lazos entre los medios y la política; las fuerzas, prácticas y presiones del mercado y las influencias generales derivadas de los requerimientos organizacionales y las rutinas de trabajo en la consecución, procesamiento y distribución de las noticias (McQuail, 2013, p. 6).

iii. El nivel individual llama la atención sobre las relaciones que establece el periodista en el ejercicio de su trabajo con las fuentes, los asuntos sobre los que realiza coberturas periodísticas, sus audiencias. En la medida en que eso supone relaciones en cierto grado recíprocas, las preocupaciones derivadas de ello tienen que ver con qué piensa el periodista sobre los otros y qué piensan los otros sobre los periodistas. El asunto fundamental son las potenciales obligaciones (profesionales o personales) de las que el periodista podría ser consciente. Son, entonces, las normas éticas y los estándares de la profesión los que, a su vez, deben ser considerados (McQuail, 2013, p. 7).

De esta forma, en todo análisis que comporte estudiar las relaciones entre periodismo y sociedad deben considerarse los tres niveles antes mencionados y las tensiones entre responsabilidad pública y garantías de libertad.

El periodismo y la construcción de una esfera pública activa y deliberativa

La primera asociación que se establece cuando se asesina a un periodista es con el silenciamiento de una voz en el debate público. Es la voz del individuo la que se silencia y a la vez la de muchos a quienes representa en su papel de mediador, de vocero de otros y de propiciador de espacios para la expresión de ideas. El periodismo ha sido entendido por muchos como un componente esencial en el proceso de una sociedad hablándose a sí misma, y de este modo, en la construcción de saber popular, conciencia y memoria compartidas (McQuail, 2013, p. 199).

La riqueza del debate público está en su capacidad de ejercerlo en libertad, en la participación de voces múltiples y diversas, en la calidad de sus contenidos y en la capacidad de poner en común y encontrar alternativas para el beneficio colectivo. Esto tiene que ver con la pluralidad que, como lo plantea Hannah Arendt (citada por Berstein, 2015, p. 139), involucra individualidad, distingo e igualdad. En este sentido, cada individuo aporta una perspectiva distinta a un mundo común. La vida en sociedad y la política implican, al decir de Arendt, la pluralidad humana y el encuentro de ciudadanos como iguales. Es en el espacio público, en el actuar conjunto donde se debaten y deliberan los asuntos públicos. En la construcción de estos espacios, como se vio en los apartados anteriores, los medios informativos y el periodismo desempeñan un rol determinante.

En este marco es en el que se revelan tres componentes importantes para analizar el impacto que los ataques a la prensa y las restricciones al ejercicio del periodismo pueden tener para la sociedad, tanto desde una perspectiva normativa como desde una perspectiva empírica. Estos son: la esfera pública activa y deliberativa, el pluralismo y el interés público. Abordar estos tres componentes al inicio del siglo XXI representa un desafío y la obligación de pensar en el surgimiento de una esfera pública globalizada, interactiva, en la que comparten espacio los periodistas tradicionales y los medios alternativos, en la que empieza a desarrollarse un periodismo en red, en la que se han multiplicado las posibilidades de participación, en la que se ha ampliado la idea de ciudadanía al rebasar esta las fronteras de los Estados nacionales. Una esfera pública que revela cómo se requieren hoy formas de democracia sensibles a centros de discusión y poder que no están demarcados por la geografía.

El periodismo, como se ha venido argumentando en esta fundamentación teórica, ha sido ampliamente entendido como una parte vital de las sociedades democráticas. Pero ¿qué pasa cuando las sociedades cambian, cuando sus miembros empiezan a conectarse y a actuar de maneras radicalmente diferentes? (Heinrich, 2013, p. 92). Lo que se tiene por delante, como lo plantea Heinrich es una esfera global de información en la cual más actores toman parte en el proceso de producción de noticias, una esfera digital conectada, con nuevas voces, más puntos de vista y más información. Con el crecimiento de esta esfera pública globalizada el control de la información se está erosionando (McNair, 2009, p. 242), pero a su vez se han multiplicado las formas de vigilancia y presión.

La digitalización de la vida contemporánea, con su correspondiente hibridación de medios masivos y personalizados, muestra inmensas bondades frente al acceso y la apropiación de tecnologías de comunicación e información, frente a las nuevas formas de organización y movilización social y frente a la capacidad de hacer oír la voz de muchas voces que por siglos no han podido participar con plenitud en el debate público. Pero, a su vez, este optimismo tecnológico requiere cautela, en la medida en que en la esfera global digital se evidencia un fomento de conductas despojadas de cualquier noción de democracia, respeto por el otro y solidaridad; recrudecimiento de la xenofobia, el racismo, la homofobia y otros discursos del odio; el perfeccionamiento de las estrategias de control de la libertad individual y colectiva; vigilancia masiva y vigilancia dirigida; lógica de comercialización galopante; concentración de usuarios; captación y monetización de la atención; exacerbación del narcisismo digital; agresividad y la falta de civilidad (Waisbord, 2015, p. 4).

La idea general de esfera pública radica en la existencia de un espacio donde ciudadanos informados se involucran en un debate y una reflexión crítica. La esfera pública se concibe, a su vez, como

[…] el espacio de la sociedad civil entre las instituciones estatales y los ciudadanos. En las sociedades democráticas podría proveer más o menos autonomía y una ámbito abierto para el debate público y la formación de la opinión pública, así como lineamientos pluralistas. (Christians et al., 2009, p. 8)5

La reformulación de la concepción de esfera pública de Habermas dejó atrás la idea de un agregado de individuos reunidos como un único público, para entenderla ahora como “una red para comunicar información y puntos de vista” (Curran, 2005, p. 263) que conecta el mundo privado de la experiencia ordinaria con el sistema político.

Las agrupaciones de la sociedad civil, en su explicación normativa, deberían evitar que la esfera pública se viera subvertida por el poder, llamar la atención sobre los problemas sociales, interpretarlos, proponer soluciones y asegurarse de ser escuchadas y es ahí donde los medios actúan ya que deberían transmitir sus preocupaciones y generar un debate público. (Curran, 2005, p. 263)6

Al enlazar la idea de esfera pública con la sociedad civil, Christians et al. (2009, p. 9) plantean que Habermas ofrece un importante panorama para analizar cómo los medios ganan centralidad e influencia en el debate público contemporáneo, precisamente porque la esfera pública requiere una ciudadanía bien informada y capaz de desarrollar un discurso que la involucre en la deliberación, reconociendo los intereses y los derechos de los otros. La opinión pública, desde la perspectiva habermasiana, puede existir solo si se presupone un público que razona, y cuando esta opinión pública se forma en un proceso racional de deliberación dentro de la sociedad, es cuando se otorga legitimidad al régimen democrático. De ahí también la importancia de la vitalidad del ejercicio periodístico. Por un lado, Habermas llama a restablecer la posibilidad de lograr una situación ideal de debate, mientras que Bourdieu se interesa por que se den unas condiciones sociales óptimas para la producción de conocimiento especializado y formas modernas de ciudadanos ilustrados (Benson y Neveu, 2005, p. 9). En este sentido, cabe anotar que los enunciados normativos defienden alguna forma de libertad para expresar opiniones en un foro público sin retaliación, al mismo tiempo que el debate público abierto debe conducir a la verdad (Christians et al., 2009, p. 72).

Ahora bien, el componente del interés público es señalado como uno de los pilares en la toma de decisiones de los medios informativos sobre los contenidos que publican y como premisa que guía en general la labor de los periodistas. A su vez, se utiliza “como un dispositivo ideológico para ocultar ambiciones regulatorias injustificadas por parte de los gobiernos o como arma para defender la libertad de expresión o de la empresa comercial” (McQuail, 1998, p. 27). El interés público comporta para los medios informativos los ejercicios de autorregulación y rendición de cuentas, cada vez más demandados por la sociedad.

El pensamiento en el trasfondo del tema es si la libertad de publicar, aun cuando lesione a individuos, puede ser justificada; y estaría justificada solamente cuando es posible argumentar que existe un verdadero interés público. En este contexto, el interés público se refiere a aquellos asuntos que incrementan la transparencia, exponen irregularidades o comportamientos criminales, apoyan la rendición de cuentas y la responsabilidad de los poderes políticos y económicos, expresan la opinión pública y protegen el interés de los ciudadanos. (McQuail, 2013, p. 30)7

Lo que interesa reafirmar en este trabajo es que el componente del interés público establece una estrecha relación con la crítica abierta y el debate activo en la esfera pública (McQuail, 1998, p. 453).

1 Traducción libre de la autora.

2 Traducción libre de la autora.

3 Traducción libre de la autora.

4 Traducción libre de la autora.

5 Traducción libre de la autora.

6 Traducción libre de la autora.

7 Traducción libre de la autora.

Violencia contra los periodistas

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