Читать книгу Violencia contra los periodistas - Marisol Cano Busquets - Страница 16
ОглавлениеEl periodismo: un campo en disputa
El periodismo como campo
Se habla del periodismo como la práctica de indexar el presente debido a que el fruto de su trabajo cotidiano se convierte en historia. De ahí que el campo periodístico sea un asunto central en la constitución de la sociedad moderna y que su estudio sea esencial para entender la cultura contemporánea (Hanitzsch, 2011, p. 491).
Una buena parte de las investigaciones contemporáneas en los estudios del periodismo ha estado influenciada, precisamente, por la teoría de los campos de Pierre Bourdieu, lo que ha dado lugar a trabajos sobre el lugar del periodismo en las sociedades modernas, la composición y la estructura de este campo, las tendencias y las fuerzas que afectan la autonomía de los periodistas, las rutinas y funciones, la doxa periodística, el habitus de las noticias y el periodismo como capital cultural (Benson y Neveu, 2005; Bourdieu, 1998, 2005; Schultz, 2007).
Bourdieu (2005, p. 30) caracteriza los espacios sociales como campos donde las fuerzas de varios actores luchan por la preservación o la transformación del campo. Desde la perspectiva de este autor, pensar en términos de campo es pensar relacionalmente. Todas las posiciones en lucha están definidas por sus relaciones con otras posiciones en el campo, y son esas relaciones entre posiciones las que constituyen el campo. Cada campo social tiene sus lógicas específicas y opera con unas ciertas leyes y convenciones, normas de práctica y criterios de evaluación, lo que en el periodismo puede asimilarse a sus valores y principios fundamentales. Si el periodismo ha emergido como campo es porque se ha diferenciado de otros campos en cuanto a la esfera de acción.
Según Bourdieu la estructura del campo está determinada por las fuerzas en conflicto que afectan su autonomía o que determinan su subordinación, considerando que la autonomía profesional es mayor cuando el capital simbólico del periodismo domina sobre las fuerzas comerciales (Bourdieu, 2005, p. 41). Sin embargo, otros autores argumentan que el mapa del campo se traza de acuerdo con las dinámicas relaciones que se dan entre los diversos grupos de profesionales del sector a partir de sus propias percepciones sobre las funciones del periodismo en la sociedad, las que, a su vez, se ven influenciadas por los contextos en los que trabajan los periodistas en los diferentes países (Hanitzsch, 2011, p. 478). Entre los aspectos que influyen en la estructura del campo periodístico están la autonomía, las influencias externas (fuerzas políticas y comerciales) y la propiedad de los medios (Hanitszch, 2011, p. 482). Lo anterior se ha hecho evidente en los resultados de investigaciones recientes que se enfocan en estudiar sistemas mediáticos y aportar visiones sobre distintas culturas periodísticas en el mundo (Donsbach y Patterson, 2004; Hallin y Mancini, 2004; Hallin y Mancini, 2012; Hanitzsch y Mellado, 2011; Weaver, 1998).
Como campo de producción cultural y como campo de poder, el periodismo se mueve entre dos polos: uno más intelectual, en el que existe mayor independencia de los poderes políticos y económicos, y otro más económico, en el que se depende de los poderes comerciales (Bourdieu, 2005, p. 41). El periodismo, desde esta perspectiva, puede ser considerado un espacio social estructurado y, por tanto, su naturaleza dinámica está influenciada por las relaciones permanentes de desigualdad dentro del mismo espacio. El periodismo se puede considerar, entonces, como un campo en disputa.
El campo del periodismo, en esta perspectiva, muestra a comienzo del siglo XXI una progresiva pérdida de autonomía debido a la incidencia de las fuerzas del mercado, las transformaciones en la propiedad de los medios y los imperativos tecnológicos. La influencia de los estudios de audiencias y las presiones económicas a las que están sometidas las empresas periodísticas han incidido en esta cuestión también, hasta el punto de que la demagogia encarnada por los ratings llega a destruir las conquistas de la autonomía (Bourdieu, 2005, p. 42). Esto ha contribuido, efectivamente, a una desestabilización de las fronteras del campo (Hanitzsch, 2011, p. 479).
La autonomía en periodismo se refiere a aquella capacidad de los periodistas de hacer su trabajo con una gran discrecionalidad individual y respetando estándares profesionales, es decir, se refiere a la libertad de moldear el propio trabajo sin estar controlado por fuerzas internas o externas (Örnebring, 2010, p. 569). Un alto grado de autonomía es visto como un elemento de gran importancia para que el periodismo pueda cumplir con sus funciones democráticas (Örnebring, 2010, p. 572). Pero ¿qué hace al periodismo libre y autónomo? ¿Puede el periodismo ser libre bajo un régimen de restricciones políticas o cuando está sujeto a presiones comerciales y del mercado? ¿Puede el periodismo cumplir con sus funciones de vigilante del gobierno y ser al mismo tiempo demandado por difamación por parte de los funcionarios públicos? ¿Puede ser libre el periodismo si se intimida a quienes lo ejercen o se les ataca aun llegándoles a quitar la vida para silenciarlos?
El periodismo, de alguna manera, está atrapado en medio de la competencia entre el imperativo de la libertad de prensa y el imperativo de las leyes del mercado (Champagne, 2005, p. 48). Para este trabajo doctoral cobra relevancia ese polo más intelectual del campo del que habla Bourdieu, así como la inclinación hacia ese perfil social del periodista que está más cerca de los prestigiosos roles del reportero que muchas veces paga con su vida por hacer la cobertura de los conflictos, del periodista investigativo que desvela escándalos y con ello sirve a la democracia o del comentarista de asuntos políticos que censura o alaba el comportamiento de las autoridades, que del que se inclina al lado oscuro del periodismo que se hace evidente en prácticas corruptas, que invade la privacidad o que trabaja con propósitos mercenarios (Champagne, 2005, p. 48).
A Bourdieu le preocupa la pérdida de autonomía del campo periodístico por la incidencia que esta tiene en la autonomía de otros campos. La hipótesis que plantea Bourdieu, muy demostrada, como él mismo lo plantea, es que el campo del periodismo, que cada vez está más subordinado y sujeto a restricciones económicas y políticas, está también, cada vez más, imponiendo esas restricciones a todos los otros campos, en particular al de la producción cultural, pero de igual forma al de las ciencias sociales, la filosofía y la política (Bourdieu, 2005, p. 41).
Dos formas de poder o, en términos de Bourdieu, “capital” son cruciales en la sociedad: el económico y el cultural. El capital económico es el dinero o todo aquello que puede convertirse en dinero. El capital cultural incluye asuntos como la historia educativa, la experiencia técnica, los conocimientos generales, las habilidades verbales y las sensibilidades artísticas (Benson y Neveu, 2005, p. 4). En el periodismo, el capital económico se expresa en la circulación, la audiencia, la publicidad, mientras que el capital cultural toma la forma del comentario inteligente, de la reportería con profundidad y de las prácticas periodísticas que son premiadas cada año con un galardón como el Pulitzer (Benson y Neveu, 2005, p. 4).
El periodismo, en esta perspectiva, es un campo, un universo con autonomía, cuyo capital simbólico e identidad profesional lo revisten de una ética y una función social que no se corresponde con la conducta de la propia práctica profesional cuando las fuerzas en disputa tienden a inclinarse del costado de los intereses comerciales.
Para McQuail (2013, p. 197), por el contrario, el periodismo como campo se refiere más a un término que permite deslindarlo de otras formas o géneros de la comunicación —como la publicidad, el mercadeo, las relaciones públicas, la propaganda o la diplomacia pública—, de otros tipos de trabajo informativo y de otras esferas institucionales, como la política, la económica o la de los negocios.
La demarcación se hace para diferenciar y establecer fronteras. A pesar de que las fronteras del periodismo son bastante imprecisas, o simplemente muy porosas, existe suficiente reconocimiento del periodismo como un ente distinto para justificar dicha demarcación. De este modo, los periodistas están fundamentalmente comprometidos y ocupados en la difusión abierta de información acerca de las situaciones y eventos de relevancia pública. (McQuail, 2013, p. 197)8
McQuail se refiere entonces al periodismo como institución, lo que significa que sus actividades tienen un propósito, están bien establecidas y se rigen por procedimientos sistemáticos, siguiendo ciertas reglas y estándares. Como institución, el periodismo tiene características relevantes, en especial con respecto a su afirmación de independencia y a la singularidad de la tarea que desempeña en el interés público, aunque como actividad pueda llegar a ser subordinada al interés económico de los medios informativos en el sistema de mercado, o a presiones políticas en sistemas periodísticos de partidos, o al direccionamiento de contextos más democráticos o más estatistas (McQuail, 2013, p. 198).
Identidad, valores y principios del periodismo
Probablemente la más importante razón para la existencia del periodismo es el servicio profesional con el propósito de dar cuenta de la realidad con un alto grado de responsabilidad (Donsbach, 2012, p. 38). Uno de los asuntos esenciales sobre los que se basa la existencia del periodismo, como se vio en los apartados anteriores, es asumir que solo una comunicación libre y plural posibilita una mejor sociedad. La segunda razón es el reclamo de estar actuando en nombre de la voluntad general. Y la tercera, desempeñar un papel crucial en la búsqueda de la verdad, entendida como un proceso colectivo y progresivo. Sin embargo, estas ideas tienen sus orígenes en un contexto en el cual la libertad de expresión y la libertad de prensa aún estaban ausentes; por lo tanto, muchos periodistas se veían a sí mismos, y se siguen viendo hoy, como luchadores de la libertad (Donsbach, 2012, p. 39). Aun así, como productor de conocimiento, el periodismo deriva en una autoridad por su presunta habilidad de proveer una representación veraz del mundo social (Broersma, 2013, p. 31).
El comienzo del siglo XXI, no hay duda, es una época de grandes desafíos para el periodismo, que contrasta con el éxito de los medios informativos en el siglo XX. La salud financiera de la industria periodística ya no es la misma, los lectores de los periódicos han disminuido, las audiencias de los medios se han fragmentado, las fuentes para acceder a las noticias se han multiplicado y la credibilidad y la autonomía se han visto erosionadas, afectando todo ello los propios cimientos de la actividad periodística (Peters y Broersma, 2013, p. 2).
Aun así, la historia del periodismo ha labrado rasgos en los que pareciera haber un punto de vista dominante en relación con los valores y principios que lo caracterizan. Aquí confluyen aportes que llegan de la práctica y de la manera como los periodistas conciben o piensan su trabajo, de los académicos que los han estudiado o sistematizado, los que han sido acordados en códigos de ética o en documentos de autorregulación, los que se derivan de los procesos de enseñanza universitaria o los que brinda el propio sector productivo de los medios de comunicación.
Dicha historia del periodismo, en especial la que se construye en contextos democráticos, ha permitido avanzar en una conceptualización que algunos denominan “ideología profesional” (Deuze, 2005, p. 442), que podría equipararse con el nomos del periodismo, o con lo que Kovach y Rosenstiel (2003) nombran como los elementos del periodismo. Lo más destacado de esos elementos son la independencia periodística de cualquier interés particular, la oportunidad en la cobertura de las noticias y el sentido de interés público al que se hizo referencia antes (Hanitzsch, 2011, p. 479).
Teniendo en cuenta el enfoque de Bourdieu, el nomos más vigoroso del periodismo se hace fuerte en el polo intelectual del campo. La reflexión que hace Bourdieu es cómo se pueden defender las condiciones necesarias para la producción de una cierta clase específica y especializada de trabajo sin tener que abdicar a toda preocupación democrática (Bourdieu, 2005, p. 46). Los periodistas han construido el sentido de su propia autonomía contra la visión comercial del periodismo en la medida en que en la práctica diaria dicha autonomía es el premio que buscan los reporteros y los editores honestos. Lo que menos quiere un periodista es verse agobiado por presiones de funcionarios oficiales, por un lado, o por presiones económicas de los propietarios de los medios, de los anunciantes o de la competencia del mercado, por el otro (Schudson, 2005, p. 218).
En el contexto del periodismo como profesión, entonces, la ideología profesional puede ser vista como un sistema de creencias de un grupo particular, incluyendo el proceso general de producción de significados e ideas, pero no limitado a ello. Esta clase de pensamiento acerca de los periodistas y del periodismo es una tradición internacional en la investigación sobre el campo (Deuze, 2005, p. 245). Deuze entiende la ideología dominante como el conjunto de valores, estrategias y códigos formales que caracterizan al periodismo profesional y que son compartidos por la mayoría de sus miembros.
En este sentido, cuatro asuntos principales marcan las discusiones sobre la identidad periodística: la responsabilidad, la autonomía, la independencia y la objetividad, enmarcados todos ellos en la importancia asignada a la libertad de expresión. Se entiende entonces que la autonomía y la independencia, o la necesidad de resistir diferentes formas de presión (internas y externas), se consideran cruciales para el ejercicio de la profesión (Carpentier, 2005, p. 204).
McQuail anota que existe evidencia clara sobre el amplio reconocimiento que hay entre los periodistas de un mismo conjunto de valores, aun cuando su real universalidad y realización práctica estén limitadas. Se trata de los valores que, de acuerdo con McQuail, han guiado al periodismo en sus momentos más altruistas, al menos como aspiración:
i. Apego a la verdad y a la razón.
ii. Apego a la justicia con respecto a la ley, a la justicia social con respecto a la distribución del bienestar en la sociedad y justicia en las relaciones interpersonales.
iii. Preocupación por los más pobres y necesitados, por las víctimas de la sociedad en general y por las víctimas de infortunios.
iv. Apoyo y visibilización de la solidaridad, vínculo con toda la comunidad, representación de la audiencia.
v. Valentía al revelar lo que no está bien hecho y al hacer frente a las presiones que buscan que se silencie o suprima información.
vi. Habilidad en el arte de comunicar.
vii. Apego a la independencia y a la autonomía en el actuar como institución, como organización y como profesionales (McQuail, 2013, p. 212).9
Por su parte, Deuze (2005, p. 447) identifica cinco grandes ejes en los que podrían categorizarse esos valores ideales del periodismo, a partir de un análisis de los estudios recientes sobre el tema:
i. Prestan un servicio público como sabuesos y vigilantes en su actividad de recoger, producir y difundir información. La relación del periodista con la sociedad se cimienta en este valor y permite analizar cómo el contenido de los medios se conecta con los intereses de la sociedad.
ii. Son imparciales, neutrales, objetivos, justos y creíbles.
iii. Deben gozar de autonomía editorial, libertad e independencia frente a asuntos políticos, corporativos, comerciales y de la propiedad de los medios.
iv. Tienen un sentido de la inmediatez, la actualidad y la velocidad (inherentes en el concepto de noticia), de ahí su capacidad de tomar decisiones rápidas y de trabajar bajo presión.
v. Tienen un sentido de la ética, validado y legitimado. La autorregulación en la actividad periodística se considera una garantía para el comportamiento ético de quienes la ejercen.
El ideal de prestar un servicio público es, sin duda, uno de los componentes más poderosos de la ideología del periodismo. Entre los periodistas se comparte la sensación de estar haciendo el trabajo por la gente y, de alguna manera, se sienten sus representantes (Deuze, 2005, p. 447). Lo anterior tiene que ver con la idea de entender los medios como fuentes de información, experiencia y conocimiento, en cuyo trasfondo están las responsabilidades sociales de los medios informativos que han sido bien documentadas y establecidas en la doctrina contemporánea del servicio público del periodismo (Deuze, 2005, p. 454).
Autores como Kovach y Rosenstiel, a partir del caso de Estados Unidos, aportan nueve elementos del periodismo, como ellos los denominan, los cuales pueden equipararse con sus valores esenciales:
i. La primera obligación del periodismo es la verdad.
ii. Debe lealtad ante todo a los ciudadanos.
iii. Su esencia es la disciplina de la verificación.
iv. Debe mantener su independencia con respecto a aquellos de quienes informa.
v. Debe ejercer un control independiente del poder.
vi. Debe ofrecer un foro público para la crítica y el comentario.
vii. Debe esforzarse por que el significante sea sugerente y relevante.
viii. Las noticias deben ser exhaustivas y proporcionadas.
ix. Debe respetar la conciencia individual de sus profesionales (Kovach y Rosenstiel, 2003, p. 18).
Estos valores, por su parte, comprometen una serie de habilidades del buen periodista, que le dan identidad al campo y se constituyen en argumentos necesarios a la hora de evaluar la importancia del ejercicio de esta actividad para la sociedad:
i. Conocimiento detallado acerca de uno o más campos de reportería de cara a ser capaz de hacer una revisión experta de los argumentos, reconocer contextos y problemas.
ii. Reflexión sistemática orientada a ser capaz de ganar independencia frente a opiniones y manipulaciones de parte de políticos, empresas, compañías de lobby, víctimas que parecen serlo pero no lo son y mucho más.
iii. Aproximación analítica y distancia de los tópicos sobre los que se hace cobertura, así como del medio, las prácticas periodísticas y el sistema mediático. Lo anterior fundamenta la libertad periodística y la responsabilidad. (Nowak, 2009, p. 93).10
A estos valores, como resulta lógico, hay que darles una ubicación ideológica, temporal y contextual (Bogaerts y Carpetier, 2013, p. 63). Finalmente, y en contraste de quienes consideran que los valores ideales típicos de periodismo resultan de alguna manera ingenuos, unidimensionales y muchas veces nostálgicos (Deuze, 2005, p. 458), la adopción de una ideología del periodismo como depositario de la confianza pública no debería ser descartada por ideológica o por altruista, ya que es un concepto históricamente específico del papel del periodista en la sociedad, con consecuencias para la práctica del periodismo y para la relación de los medios con otras instituciones sociales (Hallin y Mancini, 2008, p. 33).
Transformaciones de la identidad periodística en un mundo globalizado
A lo largo de su historia el periodismo ha sabido responder a los cambios tecnológicos dados en la industria mediática, pero nunca antes el surgimiento de un fenómeno como internet, y su paralela revolución cultural, lo habían tocado con tal intensidad, problematizando en gran medida sus relaciones y su ubicación en la sociedad.
La globalización ha traído profundas consecuencias para el periodismo y los medios informativos tanto en términos de estructura, organización y funcionamiento como de relación con las normas y los valores que caracterizan la práctica periodística. Este impacto viene siendo estudiado con distintos enfoques y énfasis por una gran cantidad de académicos en todo el mundo.
El comienzo del siglo XXI revela lo que para algunos es una crisis existencial del periodismo. Se cataloga así desde una perspectiva cultural en la medida en que se han ampliado las voces en la esfera pública y se ha descentrado la identidad ganada a lo largo de la historia. Es un momento en el que se hacen preguntas como “qué es el periodismo en la era de Twitter y Wikileaks, en la era del contenido generado por el usuario, del cuasi-periodismo de los 140 caracteres, de la proliferación de canales que no requieren de periodistas profesionales” (McNair, 2013, p. 77). Lo que está en el centro de la cuestión es qué distingue la actividad profesional del periodismo de otra que no lo es en una esfera pública globalizada, porque en las posibles respuestas radica también otro asunto de debate: quienes ejercen el periodismo cómo pueden reclamar hoy los privilegios y la protección que yacían en el respeto y la confianza que había ganado el cuarto poder en la democracia. Esto tiene que ver también con el surgimiento de un nuevo conjunto de normas y valores que trascienden las fronteras nacionales y culturales, que se globalizan y que confrontan los paradigmas establecidos para la institución de la prensa (Steel, 2012, p. 61). Aun así, hay quienes plantean que a pesar de las enormes transformaciones vividas en el siglo pasado y comienzos del actual en el campo de las comunicaciones, el núcleo sobre lo que el periodismo hace o lo que la sociedad espera de él no han cambiado sustancialmente (McQuail, 2013, p. 196).
Se han roto las fronteras espacio-temporales, tecnológicas y profesionales (McNair, 2013, p. 78). Que esto signifique la muerte del periodismo es algo que resulta cuestionable. Lo que se evidencia es que hay más periodismo, más noticias en circulación y audiencias globales diversas y en constante transformación. Frente a la multiplicación y descentración de la información, los contenidos generados por los usuarios, la ciudadanía global y frente a la democratización, diversificación y globalización del debate y la deliberación públicos, lo que se requiere, de acuerdo con McNair (2013, p. 81), es precisamente que esa nueva composición del escenario informativo sea manejada, se le otorgue estructura y adquiera sentido. Es allí, entonces, como lo argumenta McNair, donde el periodista profesional retiene su valor cultural aportando sus conocimientos, habilidades y recursos para reflexionar y analizar el significado de los eventos, más que reportearlos solamente. Más información, diseminación más rápida, nuevos recursos tecnológicos, manejados sin entrenamiento en técnicas periodísticas, significan la posibilidad de más confusión, más errores y más malentendidos. “Más que nunca, la esfera pública globalizada requiere de las habilidades del periodista profesional y su capacidad para dar orden y sentido al caos informativo” (McNair, 2013, p. 81).
En esta perspectiva coincide Witschge (2013, p. 171), para quien la profesión del periodismo sin periodistas vaticina que no se hará bien la necesaria confirmación y balance que requiere una democracia global, al mismo tiempo que puede haber una gran pérdida de democracia si el periodismo no es capaz de proveer información de calidad y comentario experto. De ahí que el mismo Witschge asegure que la tensión más profunda entre las transformaciones y la tradición en el ejercicio del periodismo hoy esté dada entre los altos y los bajos estándares en la calidad de la práctica periodística (Witschge, 2013, p. 161). La mayor amenaza para el periodismo estaría dada por su desprofesionalización, lo que significa que cualquiera puede ser periodista y ninguno de ellos lo es hoy (Nossek, 2009, p. 358).
En los estudios recientes sobre la cuestión se observa que una gran cantidad de las discusiones se focalizan en los síntomas de la crisis o en la concepción tradicional del periodismo, pero los cambios en la propia naturaleza del periodismo están por caracterizarse en el contexto actual de transformaciones tecnológicas y sociológicas que conllevan cambios en el modelo de negocio, los procesos de producción y la función social del periodismo (Peters y Broersma, 2013, p. 5).
Si bien están por caracterizarse las modificaciones en la propia naturaleza del periodismo —algo que implica repensar los conceptos de confianza, participación y compromiso (Peters y Broersma, 2013, p. 5)—, se exponen a continuación algunos de los signos que se evidencian en estudios recientes sobre el tema, de particular interés para este trabajo, y que revelan un campo periodístico desafiado. Este desafío impacta también el trabajo de las organizaciones de defensa de las libertades de expresión, prensa e información, en la medida en que implican un descentramiento y una reconfiguración en sus tradicionales sujetos de defensa.
i. En el entorno digital internet se vuelve un recurso en las prácticas de los periodistas profesionales y, a su vez, ofrece a los no profesionales la posibilidad de distribuir sus contenidos informativos. Este nuevo paisaje confronta a los medios tradicionales con los proyectos informativos en línea no profesionales, desestabilizando al periodismo tradicional (Bogaerts y Carpentier, 2013, p. 65).
ii. La posición de la prensa tradicional como principal responsable de la selección de los contenidos informativos y de lo que es admitido para el dominio público está siendo desafiada por recursos en línea alternativos no institucionales, de igual forma que la interactividad y la fragmentación han alterado las lógicas de las tradicionales prácticas periodísticas (Mc-Quail, 2013, p. 214).
iii. La noción tradicional de inmediatez que manejó por décadas el periodismo cambia radicalmente en el entorno on line. Desaparece la rutina de la hora de cierre, transformando los ciclos de producción noticiosa, afectándose la calidad periodística y la credibilidad al desaparecer o desdibujarse figuras y prácticas como la del editor que corrige sintaxis, revisa estructura de las historias, verifica hechos y datos (Bogaerts y Carpentier, 2013, p. 67).
iv. Se incrementa la subjetividad en el tono de las noticias (Bogaerts y Carpentier, 2013, p. 67).
v. Cambian las estructuras nacionales de las organizaciones periodísticas basadas en el territorio y surgen auténticas narrativas transnacionales. Esto tiene implicaciones a mayor escala en las relaciones entre periodismo y democracia (Volkmer y Firdaus, 2013, p. 102).
vi. Personalización, globalización, localización y pauperización surgen como términos para definir al periodismo moderno en contraste con el pasado (Chapman y Nuttall, 2011, p. 313).
vii. Los desarrollos multimedia y el multiculturalismo desafían la percepción sobre los roles del periodismo como un todo (Deuze, 2005, p. 454).
viii. La diversidad de fuentes, contenidos, lenguajes y audiencias, así como la creciente y activa participación social en la expresión pública tienen un desarrollo paralelo en la actividad de las fuerzas legales y del poder estatal que están poniendo mayor atención a los medios en línea, demostrando que no son inmunes a los controles y a la vigilancia, como en algún momento se supuso (McQuail, 2013, p. 215).
Frente a estas transformaciones el debate en torno a la actividad profesional y no profesional del periodismo está muy vivo en el comienzo del siglo XXI. El contrato social del periodismo y las expectativas normativas que conlleva, a los que se hizo referencia antes, podrían perder su sentido si se disuelve la idea esencial de para qué está el periodismo (Hanitzsch, 2013, p. 205). El mismo Hanitzsch sugiere que el periodismo es un servicio social demasiado importante para dejarlo en manos de amateurs, de tal forma que sería conveniente darle crédito a la institución del periodismo manteniendo la distinción analítica entre periodismo profesional, institucional, por un lado, y prácticas participativas amateurs, por el otro (Hanitzsch, 2013, p. 208).
Libertad y control de los medios y de los periodistas
De las dimensiones políticas, normativas y socioculturales desde las que es posible observar las relaciones entre los medios informativos y la sociedad, se derivan asuntos como la libertad y el control al que están sujetos los medios y los periodistas, algo que ha sido objeto de lo que podría clasificarse en tres vertientes posibles de estudio y análisis:
i. La observación de los controles que se establecen desde el Estado, lo que incluye los marcos legales de nación o de la comunidad internacional.
ii. La investigación sobre las presiones al ejercicio del periodismo y a la actividad de los medios informativos.
iii. El seguimiento, documentación y visibilización de las agresiones a los periodistas y a los medios.
Estudiar la violencia contra los periodistas en el siglo XXI obliga a contemplar esas tres vertientes en la idea de avanzar en la configuración de aquello que comprende para la investigación académica una temática de estudio como esta. El punto de partida, aunque parezca obvio, es que la práctica del periodismo está atrapada en una red de obligaciones y presiones de diverso grado de intensidad y especificidad, que limitan la autonomía esperada del periodismo poniéndola siempre bajo presión. De las propias expectativas que tiene la sociedad de los roles que desempeña el periodismo se derivan los primeros y posibles conflictos.
McQuail (2010, p. 61) plantea cuatro tipos de control social sobre los medios de comunicación y hace notar que este tipo de controles operan de acuerdo con el mayor o menor potencial políticamente subversivo de los medios y su mayor o menor impacto moral, cultural o emocional. A partir de estas circunstancias es que existe una mayor probabilidad de aplicación del control o un mayor incentivo económico para la regulación:
i. Sobre los contenidos por motivos políticos.
ii. Sobre los contenidos por motivos culturales y/o morales.
iii. Sobre las infraestructuras por motivos técnicos.
iv. Sobre las infraestructuras por motivos económicos.
Si se observan los controles desde el ámbito gubernamental, Asante (1997, pp. 42-45) establece nueve categorías, a partir de los resultados que arrojan diversas investigaciones sobre el tema, así:
i. Censura. Entendida como el mecanismo más directo y persuasivo para reprimir a los medios de comunicación.
ii. Hostigamiento físico. Este tipo de control se manifiesta en cierre de medios, confiscación de materiales y equipos, detenciones arbitrarias o encarcelamiento caprichoso por parte de las autoridades. Se dirige a medios informativos o periodistas que transgreden las políticas gubernamentales, que hacen críticas a las autoridades o coberturas parciales de determinados asuntos
iii. Persecución legal. Editores y periodistas que publican comentarios o reportajes críticos son sujetos de persecución mediante leyes de libelo y sedición, por ejemplo.
iv. Concesión de licencias a medios y certificaciones a periodistas. Mediante las certificaciones o tarjetas profesionales se establecen controles sobre los periodistas y mediante las licencias se puede asegurar que las posiciones de los medios sean cercanas a las políticas de quien está en el poder.
v. Nombramientos y ceses de editores. Se da principalmente en medios oficiales o de propiedad del Estado.
vi. Recompensas por buen comportamiento.
vii. Reducción de la pauta publicitaria oficial.
viii. Asignaciones de papel periódico.
ix. Autocensura. Bajo esta práctica, los periodistas seleccionan o editan sus materiales teniendo como criterio los posibles detractores a lo que se va a publicar.
La perspectiva de Asante cobra especial relevancia en la medida en que unas de las grandes expectativas normativas sobre el rol de los medios son las que se derivan de los Estados y los gobiernos. Si bien se afirma que en la teoría democrática el Estado no tiene un poder absoluto sobre la prensa libre, evidentemente existe una fuente potencial de recompensas o castigos de carácter económico, regulatorio o de estatus, entre otros.
No cabe duda de que las presiones al trabajo periodístico tienen una estrecha relación con la libertad de expresión y con los resultados que puede arrojar una medición del estado de este derecho en diversos contextos y países. Hanitzsch y Mellado (2011, p. 407), a partir de un análisis comparativo de la percepción que tienen los periodistas en 18 países sobre las presiones que reciben en el ejercicio de su profesión, las categorizan en seis tipos de influencias, como prefieren llamarlas estos investigadores:
i. Influencias políticas.
ii. Influencias económicas.
iii. Influencias organizacionales.
iv. Influencias del trabajo práctico o de procedimientos.
v. Influencias profesionales.
vi. Influencias de los grupos de referencia.
A partir de entrevistas en profundidad a 1.800 periodistas de 356 medios de comunicación se concentran en encontrar, tomando una escala multidimensional de 21 ítems, las diferencias y las similitudes en esas percepciones, de acuerdo con los contextos específicos de trabajo, el tipo de estructuras organizativas de los medios y los sistemas mediáticos de cada país. El resultado de este estudio es que son los factores políticos y económicos los que tienen una mayor influencia en el trabajo de los periodistas y que, en cuanto a las influencias políticas, se puede demostrar que están estrechamente relacionadas con indicadores objetivos sobre libertad política y sobre estructura de propiedad de los medios. Las influencias económicas, concluyen, tienen más incidencia en medios privados que en medios públicos, pero no están relacionadas con la libertad económica de los países. Con respecto a las influencias organizacionales, profesionales y de procedimientos, así como en relación con el impacto de los grupos de referencia, no se dan grandes diferencias entre los países.
Estos resultados son consistentes con las tesis que promulgan que allí donde el ejercicio del periodismo afecta de cerca el ejercicio del poder, surge una necesidad apremiante de vigilancia y control, no solo de carácter político, sino también derivada de la misma propiedad de los medios informativos (McQuail, 2010, p. 60). A esto se suma una tendencia de comienzo del siglo XXI a culpar a los medios de ciertos males de la sociedad, asociándolos con fenómenos como la protesta política violenta, el terrorismo internacional y los disturbios del orden público (McQuail, 2010, p. 75).
A partir de los hallazgos de una investigación como la anterior, Hanitzsch y Mellado (2011) notan que hay aspectos que resultan relevantes para la discusión teórica sobre la autonomía y las influencias en el trabajo del periodismo. Uno de ellos es que en relación con los procesos de globalización se tiende a suponer una cierta unidad entre las culturas periodísticas, pero lo que se observa en la realidad es que prevalecen diferencias sustanciales entre los distintos países y contextos. De ahí que estos investigadores sugieran la necesidad de hacer estudios prospectivos que contribuyan a profundizar en las diferencias entre las percepciones de los periodistas sobre las influencias que reciben en su trabajo y las realidades objetivas de una limitada autonomía del periodismo. El referente teórico de este trabajo es que las percepciones pueden variar entre sociedades dependiendo de los contextos políticos y sociales en los que los periodistas trabajan, de la naturaleza del Estado, de las relaciones existentes entre intereses económicos y políticos y del desarrollo de la sociedad civil, tal como lo han observado autores como Hallin y Mancini (2008).
En general, los distintos estudios con el enfoque puesto en las percepciones de los periodistas arrojan clasificaciones con alguna variación, pero muestran también ciertas constantes relacionadas con influencias derivadas de factores individuales, de las rutinas de los medios, del tipo de organización informativa, de factores externos a los medios y de factores ideológicos. Estudios como los de Voakes (1997) relacionan las presiones con decisiones de carácter ético en la cotidianidad de la labor periodística y allí encuentran siete tipos de influencias sociales:
i. Individual
ii. De pequeños grupos
iii. De la organización
iv. De la competencia
v. Laborales
vi. Externas a los medios
vii. Legales
La literatura especializada en comunicación de masas y periodismo ha trabajado ampliamente como objeto de estudio la problemática de las presiones y las restricciones que recibe la labor periodística, en la medida en que la independencia y la autonomía son dos pilares de esta profesión. Es un área en la que hay cierta variedad en el tipo de estudios y, a su vez, grandes desacuerdos. Hanitzsch y Mellado (2011, pp. 405-409) los recogen en un panorama en el que dan cuenta de los principales autores y tendencias, tomando en cuenta que es creciente una línea de estudio y de preocupaciones por las influencias de carácter sistémico, que combinan influencias sociales, culturales e ideológicas, gremiales, políticas y legales. De este último grupo destacan los trabajos de Berkowitz et al. (2004); Hallin y Mancini (2008, 2012); Preston y Metykova (2009); Weaver (1998) y Zhu et al. (1997). Del conjunto de trabajos, señalan por sus aportes los que estudian las presiones políticas (Blummer y Gurevitch, 1995; Cook, 1996; Czepek, Hellwig y Nowak, 2009b), coerciones de tipo económico (Bagdikian, 1983; Benson y Hallin, 2007; George, 2007; McManus, 2009; Whitney et al., 2004) y las derivadas de las estructuras internas de las redacciones de los medios y de las rutinas periodísticas (Altmeppen, 2008; Breed, 1955; Esser, 1998; Sigelman, 1973). Desde el punto de vista de los aportes conceptuales al tema, destacan las contribuciones de Shoemaker y Reese (1996), McQuail (2000), Preston (2009) y Ettema (2007). Lo que notan Hanitzsch y Mellado (2011, p. 406) es que las grandes divergencias en enfoques y resultados se dan en la importancia relativa de la influencia de cada uno de los tipos de presiones antes mencionados.
Cabe anotar que buena parte de las investigaciones en este campo profundizan en estudios de caso, en países o regiones. Para Asia Central, por ejemplo, estudios recientes revelan que muchos de los esfuerzos por desarrollar un periodismo independiente han tropezado con obstáculos políticos y económicos que han desembocado en procesos de autocensura, un fenómeno que, como en otras geografías, florece con gran vigor (Kenny y Gross, 2008, p. 515).
Hay una circunstancia nueva, todavía muy poco documentada en los estudios de restricciones al ejercicio periodístico, relacionada con la polarización de las audiencias, algo que viene demostrando un efecto nocivo sobre los medios informativos. En la medida en que crece una imagen negativa de parte del público hacia los medios en general y una pérdida de confianza hacia el periodismo, las presiones desde las audiencias empiezan a manifestarse, muchas veces con actos de violencia (Hanitzsch, 2013, p. 208).
Una vertiente de estudios muy sólida, en la que no se profundiza en este trabajo, tiene que ver con la incidencia de los cambios en la propiedad de los medios y con la influencia de las corporaciones multinacionales, de los grandes conglomerados económicos y del sistema financiero sobre el sector mediático y los contenidos informativos, mermando la vocación de interés público que debería caracterizarlos (Almirón, 2010). En este ámbito son relevantes los aportes de Herman y Chomsky (2002), quienes detallan los filtros del poder que influencian con intensidad el trabajo de los periodistas. Esto tiene relación con lo que podría ser una cara oscura del periodismo cuando dominan fuerzas económicas y comerciales, como lo han planteado Almirón (2010), Anderson y Ward (2007), Davis (2007) o McNair (2001). Estas presiones desembocan en tendencias que llevan a que tomen fuerza opciones como la del infoentretenimiento o el privilegio de la información “suave”, menoscabando con ello el tipo de información que se requiere en una democracia, o las que merman la autonomía bajo el dominio de las relaciones públicas y las comunicaciones estratégicas.
Hay un tipo de controles especialmente problemáticos asociados a las circunstancias que establecen los conflictos armados internos, las guerras, las crisis o las catástrofes naturales. La libertad de la que goza la prensa en tiempo de paz con dificultad puede ser igualmente garantizada en dichos momentos. Durante tiempos de crisis o de emergencias nacionales las libertades de las que gozan las sociedades entran bajo presión con el objetivo de su propia protección en el largo plazo (Steel, 2012, p. 126). El concepto que domina en este debate es el de “seguridad nacional”, mediante el cual se habilita a los Estados a tomar medidas que terminan afectando el trabajo periodístico. Como bien lo explica Steel (2012, p. 126), el término está vinculado históricamente a la noción de seguridad militar, pero se ha vuelto amorfo, ya que proteger la seguridad nacional hoy es algo que rebasa los imperativos militares de la época de la Guerra Fría y se ubica en el marco de acción de iniciativas internas de los Estados, razón por la cual han aumentado las preocupaciones de quienes defienden la libertad de expresión. Para Steel, la paradoja en estas circunstancias es que la libertad de prensa es particularmente importante y vital en periodos de crisis, ya que las decisiones que se toman en esos momentos pueden producir profundos cambios para los países y su gente.
Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 el conflicto entre la seguridad nacional y las libertades de expresión y de prensa resurge como tema central en los estudios del periodismo, especialmente por la evaluación que merecen el conjunto de legislaciones que afectan profundamente su ejercicio (Youm, 2010, p. 291) y las propias prácticas de aplicación e interpretación de estas legislaciones. Este tema y los relacionados con la libertad y el control en el mundo digital empiezan a labrar un nuevo camino en los estudios académicos sobre los temas asociados a este ámbito.
Las restricciones y el control a los medios en contextos y situaciones de violencia y conflictos armados generan otro tipo de estudios. Por un lado, aquellos que observan las características de la cobertura periodística que se hace o debe hacerse de los conflictos armados, y el por otro, los que derivan en conceptualizaciones sobre el papel del periodismo como facilitador en la resolución de conflictos y el grado de implicación que debería o no tener en ello.
En lo que parece haber un cierto consenso es en que tanto los medios como el trabajo periodístico tienen un rol significativo en situaciones de violencia. Un caso de referencia profusamente estudiado sobre la contribución que pueden hacer los medios a la intensificación de la violencia es el de Radio Mille Collines en Ruanda. Objeto de interés son las manipulaciones a los medios por los agentes en conflicto y las relaciones entre fuerzas militares y periodistas; y estudios recientes se orientan a demostrar la necesidad de un periodismo de proximidad en contextos locales de violencia, que algunos han denominado “periodismo de paz” (Hanitzsch, 2011), con lo que se profundiza el debate de si el periodismo debe ser parte de los procesos de resolución del conflicto o sostener al máximo su independencia (Wolfsfeld, 2003; Gilboa, 1998, citados por Tumber, 2006). A ese debate contribuye un hecho como la significativa presencia de cooperación internacional orientada a apoyar el desarrollo de medios de comunicación en zonas de conflicto o en periodos de transición. El impacto de la formación de periodistas en estos contextos demuestra las grandes dificultades que supone entrenarlos y luego hacer sostenible una labor periodística de calidad en este tipo de sociedades (Becker, McConnell y Punathambeker, 2002; Kumar, 2006; Napoli, 2006; citados por Brooten, 2006, p. 360).
Un buen ejemplo de ello es el trabajo de Shik Kim y Hama-Saeed (2008), quienes demuestran cómo después de la caída del régimen de Sadam Husein, en abril de 2003, los medios de comunicación iraquíes fueron testigos de un notable crecimiento en número y diversidad y que, desde la mirada de Occidente, la invasión fue señalada como una forma de liberación en términos de libertad de prensa. Sin embargo, los autores evidencian que los medios de comunicación iraquíes post-Husein operan bajo diferentes restricciones gubernamentales, presiones de los partidos políticos y de los grupos religiosos, y los periodistas están bajo constantes amenazas de asesinato y secuestro.
La situación de vulnerabilidad de los periodistas y su contraparte en términos de sistemas de protección y autoprotección ha sido sujeto de revisión histórica por Lisosky y Henrichsen (2009), quienes han demostrado que no existe ningún método integral para proteger a los periodistas que sea universalmente aceptado frente a un problema global que, según las autoras, genera cada vez mayor atención internacional. En el caso de la cobertura internacional de conflictos, aparte de los asuntos de seguridad y protección, hay frecuentes restricciones a los periodistas internacionales por parte de los gobiernos que desean controlar el flujo de la información que sale de sus países. En estas situaciones, las plataformas web 2.0 en la actualidad demuestran ser de gran utilidad para enlazar salas de redacción locales cuando a los periodistas se les niega el ingreso a los países (Volkmer y Firdaus, 2013, p. 105).
A lo anterior se suma una larga tradición académica en el estudio de las relaciones entre el periodismo y la guerra, y el cubrimiento y las prácticas periodísticas en estos escenarios; otro tanto en las relaciones entre terrorismo y medios de comunicación, en lo que no se profundiza en este trabajo. La literatura en este campo, documenta Tumber (2006), arroja debates que incluyen definiciones de guerra, terrorismo y resolución de conflictos, esfera pública, economía política; o asuntos como el manejo de la información, el rol de los medios, las competencias periodísticas, la objetividad o la relación del periodista con las fuerzas militares y las partes en confrontación.
Ahora bien, en cuanto al seguimiento, documentación y visibilización de las agresiones a los periodistas y a los medios, los trabajos se derivan, principalmente, de organizaciones de defensa de la libertad de expresión y se ubican en una línea de investigación denominada “análisis empírico de la libertad de expresión” que se aborda más adelante en el apartado sobre el periodismo y las libertades de expresión, prensa e información. Sin embargo, lo que resulta claro en el panorama actual de los estudios del periodismo es que las miradas a los controles e influencias asociados con violencia contra los periodistas son un campo abierto a la investigación. La ausencia de trabajos es notable a nivel internacional y solo en 2015 empezó a notarse un despertar del interés de los académicos movidos por el impulso de Unesco a una agenda de investigación académica en seguridad de periodistas orientada a aportar conocimiento del fenómeno en el marco del “Plan de acción de las Naciones Unidas sobre la seguridad de los periodistas y la cuestión de la impunidad”, aprobado en 2012.
Aun así, hay que señalar que la violencia contra los periodistas aparece como tema de estudio principal o secundario, la mayoría de las veces, en investigaciones que articulan el ejercicio del periodismo con la libertad de expresión como derecho universal. Se encuentran trabajos que evalúan indicadores de libertad de expresión (Becker, Vlad y Nusser, 2007; Charron, 2009; Peksen, 2010; Carter, 2003) o percepciones de la libertad de expresión por parte de los periodistas (Himelboim y Limor, 2008); y otros que observan y categorizan las presiones y amenazas a los periodistas en determinados contextos —por ejemplo, Hanitzsch y Mellado (2011), en América Latina; Shik Kim y Hama-Saeed (2008) en Irak; Becker (2004), en Rusia; Brooten (2006) en Myanmar; Kenny y Gross (2008) en Asia Central; Stewart (1986) y Wasserman (2010) en Sudáfrica y Namibia— o que analizan grados de riesgo y sistemas de protección (Perkins, 2001). Por su parte, la impunidad en los crímenes de periodistas ha sido observada por Jorgensen (2009); los crímenes de periodistas como epidemia de salud pública, por Riddick, Thomson, Wilson y Purdie (2008) y las manifestaciones contemporáneas de censura y autocensura por Lee y Chan (2009) en Hong Kong; Nadadur (2007) en Pakistán; Simons y Stovsky (2006) en Rusia y Tong (2009) en China.
Himelboim y Limor (2008) investigan las percepciones sobre la libertad de prensa que tienen quienes la practican, es decir, los periodistas y los medios de comunicación, a partir de un análisis de las referencias a la libertad de prensa en los códigos de ética en todo el mundo. De acuerdo con las características de las distintas organizaciones mediáticas y de la situación político-económica de los países considerados, demuestran que los periodistas expresan su preocupación acerca de su libertad no necesariamente relacionándola con el nivel de libertad de prensa imperante en sus respectivos países.
La realidad que se observa en la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI relacionada con las presiones que ejercen al oficio periodístico la criminalidad organizada, los actores armados y las fuerzas de diverso tipo asociadas a actividades de corrupción en ámbitos locales, algo que resulta de singular importancia en esta investigación, empieza apenas ahora a ser un tema de interés académico, debido a la situación de países como México, Rusia, Colombia, Honduras y Azerbaiyán.
Las estadísticas y tipologías de asesinatos de periodistas en la primera década del siglo XXI han sido estudiadas fundamentalmente por organizaciones defensoras de la libertad de expresión, y analizadas por Riddick et ál. (2008), con un enfoque que llama la atención por deslindarse de las investigaciones específicas del campo del periodismo y de los medios de comunicación. Estos autores buscan describir lo que ellos denominan una epidemia internacional de homicidios de trabajadores de los medios, e investigar los factores y niveles de riesgo de acuerdo con los países en los que trabajan los periodistas a partir de los datos sobre los homicidios ocurridos entre 2002 y 2006 recogidos en cinco bases de datos internacionales (Comité de Protección de Periodistas, Reporteros Sin Fronteras, Unesco, International News Safety Institute e International Press Institute), y correlacionar dichos datos con índices internacionales existentes, relacionados con el desarrollo humano y el funcionamiento social y político de los Estados (“Índice de Desarrollo Humano”, de Naciones Unidas; “Índice de Percepción de Corrupción”, de Transparency International; “Índice de Terror Político”, del Stockholm International Peace Research Institute, e “Índice de Estados Fallidos”, de Foundation For Peace).
Riddick et ál. (2008, p. 685) utilizan el análisis de regresión logística para examinar las posibles asociaciones entre la ocurrencia de cualquier homicidio de un trabajador de los medios de comunicación en un país y los índices antes nombrados; también emplean el análisis de regresión de Poisson para identificar vínculos significativos entre el logaritmo de la tasa de homicidios nacional y cuatro de los índices nombrados. Concluyen que en gran medida los trabajadores de los medios asesinados eran nacionales del país en el que perdieron la vida y que hay conexión entre los homicidios y aspectos como un Estado fallido, situación pobre con respecto al respeto de los derechos humanos, terror político, existencia de grupos armados fuera de control, corrupción y malos gobiernos. Sin embargo, plantean la pregunta de por qué algunos países con muy altos niveles de terror político y corrupción, y con gobiernos muy deficientes, no reportan homicidios de trabajadores de los medios, como en los casos de Burundi, la República Centroafricana, Chad, Egipto, Etiopía, Liberia, Corea del Norte, Uzbekistán y Zimbabue. Parte de la respuesta a esta pregunta, dicen los autores, es la relativa ausencia de medios de comunicación, el bajo número de trabajadores de medios, los altos niveles de autocensura y las elevadas tasas de encarcelamiento.
Al considerar la tasa de homicidios de trabajadores de los medios en todos los países, parece que la capacidad de los gobiernos para controlar grupos armados puede ser un factor relativamente importante, ya que si los gobiernos ejercen ese control, es más factible garantizar entornos de trabajo seguros. Demuestran que menos del 25 % de los homicidios ha dado lugar a una detención o enjuiciamiento. Las implicaciones políticas en una situación como el asesinato de periodistas tienen que ver con que de ella se derivan la autocensura y la pérdida de las libertades civiles, algo que crea un efecto negativo en muchos niveles de la sociedad, incluido el desarrollo de la salud. De ahí la necesidad, plantean Riddick, et al. (2008, p. 687), de que la comunidad aliente a los gobiernos a dar seguimiento a los homicidios de periodistas, a realizar investigaciones a fondo y, cuando sea posible, a enjuiciar a los autores.