Читать книгу Cress - Марисса Мейер - Страница 9
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Wolf saltó del contenedor y se abalanzó contra ella. Cinder luchó contra su pánico instintivo. La anticipación de otro golpe endureció cada uno de sus músculos, pese al hecho de que él todavía no aplicaba toda su fuerza contra ella.
Cerró los ojos un instante antes del impacto y se enfocó.
Sintió que el dolor se le clavaba en la cabeza como un cincel en el cerebro. Apretó los dientes para combatirlo, tratando de insensibilizarse a las oleadas de náuseas que siguieron.
El golpe no llegó.
–Deja-de-cerrar-los-ojos.
Con la quijada todavía trabada, se obligó a abrir primero un ojo y luego el otro. Wolf estaba frente a ella, con la mano derecha a medio camino rumbo a su oreja. Su cuerpo estaba inmóvil, como de piedra, porque ella lo retenía. La energía de Wolf era caliente y palpable y apenas estaba fuera de su alcance. Lo mantenía a raya con la fuerza del don lunar.
–Es más fácil si los tengo cerrados –contestó ella con un siseo. Incluso unas cuantas palabras tensaban su mente. Los dedos de Wolf se retorcieron. Luchaba contra los límites del control de la muchacha.
Entonces, su mirada saltó más allá de ella, pues un golpe entre los omóplatos precipitó a Cinder hacia adelante. Chocó de frente contra el pecho de Wolf y dejó de dominar el cuerpo del muchacho, apenas a tiempo para que este alcanzara a sostenerla.
Detrás de ella, Thorne se rio entre dientes.
–También es más fácil acecharte sin que te enteres.
–¡Esto no es un juego! –exclamó Cinder, girando y dándole un empujón a Thorne.
–Thorne tiene razón –dijo Wolf. Cinder se percataba de su gran cansancio, aunque no estaba segura de si se debía al combate interminable o, lo más probable, a que se sentía frustrado por tener que entrenar a una principiante–. Cuando cierras los ojos, te haces vulnerable. Tienes que aprender a usar el don sin dejar de ser consciente de tus alrededores, sin dejar de estar activa en el entorno.
–¿“Activa”?
Wolf estiró el cuello hacia ambos lados, produjo algunos crujidos y lo sacudió.
–Sí, activa. Podrías tener que enfrentar a docenas de soldados de una sola vez. Con suerte, podrías controlar a nueve o diez... aunque por ahora eso es ser demasiado optimistas.
Ella lo miró arrugando la nariz. Wolf continuó:
–Eso significa que serás vulnerable a muchos más. Tienes que poder controlarme estando presente tanto física como mentalmente –dio un paso hacia atrás mientras se pasaba la mano por la cabellera despeinada–. Si hasta Thorne puede sorprenderte por la espalda, estamos en problemas.
–Nunca subestimes el sigilo de una mente criminal –dijo Thorne, mientras se cerraba los puños de la camisa.
Scarlet se echó a reír desde el contenedor de plástico donde estaba sentada con las piernas cruzadas mientras saboreaba un tazón de avena.
–¿Mente criminal? Llevamos toda una semana tratando de entender cómo infiltrarnos en la boda real y hasta ahora tu mayor contribución ha sido averiguar cuál de las azoteas del palacio es la más espaciosa para que tu bella nave no se raye al aterrizar.
Varios tableros se iluminaron en el techo.
–Estoy totalmente de acuerdo con las prioridades del capitán Thorne –dijo Iko a través de los altavoces de la nave–. Como podría ser mi debut en la pantalla grande, quisiera lucir de lo mejor, muchas gracias a todos.
–Bien dicho, preciosa –dijo Thorne lanzando un guiño a los altavoces, aunque los sensores de Iko no tenían la capacidad de detectarlo–. Además, quisiera que ustedes tuvieran en cuenta el uso correcto que hizo Iko de la palabra “capitán” para referirse a mí. Si quisieran, Iko podría enseñarles una o dos cosas.
Scarlet volvió a reír. Wolf alzó una ceja, sin dejarse impresionar, y la temperatura de la plataforma de carga saltó un par de grados debido a Iko se sonrojó por la lisonja.
En cambio, Cinder los ignoraba. Se tomó un vaso de agua tibia, con las palabras de Wolf dándole vueltas en la cabeza. Sabía que tenía razón. Para controlar a Wolf tenía que llevar al límite sus habilidades, pero controlar a terrícolas como Thorne y Scarlet se le hacía tan fácil como cambiar el sensor fundido de un androide. Ahora tendría que ser capaz de hacer las dos cosas.
–Vamos a intentarlo de nuevo –dijo al tiempo que se apretaba la cola de caballo.
Wolf volvió a prestarle atención.
–Quizá sería bueno que tomaras un descanso.
–No voy a poder tomarme un descanso cuando me persigan los soldados de la reina, ¿o sí?
Cinder se puso a girar los hombros, tratando de llenarse de energía. El dolor de cabeza se había apagado, pero tenía la camiseta empapada de sudor en la espalda y le temblaban todos los músculos por el esfuerzo de haber practicado ya dos horas con Wolf.
–Esperemos que nunca tengas que enfrentarte al ejército real de la reina –dijo Wolf frotándose las sienes–. Creo que tenemos posibilidades contra sus taumaturgos y agentes especiales, pero los soldados de avanzada son diferentes. Son más animales que humanos y no reaccionan bien a la manipulación mental.
–¿Se debe a que es la gente la que reacciona? –preguntó Scarlet mientras pasaba la cuchara por el fondo del tazón.
Wolf volteó para mirarla y algo en sus ojos se suavizó. Era una mirada que Cinder había notado cientos de veces desde que él y Scarlet se integraron a la tripulación de la Rampion, y sin embargo, al verla todavía sentía que estaba invadiendo un espacio íntimo.
–Lo que quiero decir es que son impredecibles, incluso bajo el control de un taumaturgo –giró para volver a dirigirse a Cinder–. O a cualquier lunar. La alteración genética por la que pasan para hacerse soldados afecta el cerebro además del cuerpo. Son impredecibles, salvajes... peligrosos.
Thorne se inclinó hacia el contenedor de Scarlet y fingió que le susurraba:
–Creo que no se ha dado cuenta de que es un peleador clandestino que todavía se hace llamar “Wolf”, ¿no te parece?
Cinder se mordió la cara interna de la mejilla para sofocar la risa.
–Razón de más para que esté lo mejor preparada que pueda. Quisiera evitar otro encuentro cercano como el que tuvimos en París.
–No eres la única.
Wolf empezó a balancearse sobre los talones. Al principio, Cinder había creído que era una señal de que estaba listo para otra ronda de entrenamiento, pero después pensó que simplemente él era así: siempre en movimiento, siempre inquieto.
–Eso me recuerda que quisiera conseguir más dardos tranquilizadores cuando sea que volvamos a aterrizar. A cuantos menos soldados tengamos que combatir o nulificar, mejor.
–“Dardos tranquilizantes”, ya lo anoté –intervino Iko–. También me tomé la libertad de programar este práctico reloj regresivo. Tenemos quince días, nueve horas para la boda real.
La pantalla de red que estaba en la pared se iluminó y desplegó un enorme reloj digital que llevaba la cuenta hacia atrás en décimas de segundo.
Cinder miró fijamente el reloj durante tres segundos y eso bastó para hacer que se sintiera mal por la ansiedad. Apartó la mirada y estudió el resto de la pantalla, con su plan rector en curso para ponerle un alto a la boda de Kai y la reina Levana. Del lado izquierdo de la pantalla anotaban en una la lista los pertrechos que necesitaban: armas, herramientas, disfraces y ahora dardos tranquilizantes. En el centro de la pantalla se encontraba un plano del palacio de Nueva Beijing.
A la derecha, una lista de preparativos absurdamente larga. Ninguno aparecía tachado todavía, aunque llevaban varios días planeando y complotando.
El número uno de la lista consistía en preparar a Cinder para cuando, inevitablemente, se reencontrara con la reina Levana y su corte. Aunque Wolf no lo había dicho en forma explícita, Cinder se daba cuenta de que su don lunar no mejoraba con suficiente rapidez y comenzaba a pensar que tardarían años en completarlo de manera satisfactoria, pero solo les quedaban otras dos semanas.
En líneas generales, el plan consistía en causar una distracción el día de la boda para que ellos pudieran deslizarse dentro del palacio durante la ceremonia y anunciar al mundo que Cinder era la verdadera princesa perdida, Selene. Luego, con la atención de todos los medios de comunicación del mundo, Cinder exigiría que Levana renunciara a la corona y se la entregara, con lo que se acabaría la boda y su reinado de un solo golpe.
Lo que se supone que pasaría después se le aparecía borroso a Cinder. Se imaginaba las reacciones del pueblo lunar cuando se enterara de que su princesa extraviada era una androide y además no sabía nada de su mundo, su cultura, sus tradiciones ni su política. Lo único que evitaba que todo ese peso que sentía en el pecho la aplastara era la certeza de que, pasara lo que pasara, no había modo de que fuera una gobernante peor que Levana.
Tenía la esperanza de que su pueblo lo viera de la misma manera. El vaso de agua se agitaba en su estómago. Por milésima vez, entre sus pensamientos se metió la fantasía de arrastrarse bajo las cobijas de su litera de tripulante y esconderse hasta que el mundo olvidara por completo que hubo una princesa lunar. Pero prefirió apartarse de la pantalla y sacudir los músculos.
–Bueno, estoy lista para volver a intentarlo –anunció y adoptó la posición de combate que Wolf le había enseñado.
Pero Wolf se había sentado junto a Scarlet para dejar reluciente el tazón de avena. Con la boca llena, indicó el suelo con los ojos y tragó el bocado.
–¡Lagartijas!
Cinder dejó caer los brazos.
–¿Qué?
Gesticuló hacia ella con la cuchara.
–El combate no es el único tipo de ejercicio. Podemos fortalecer la parte superior de tu cuerpo y entrenar tu mente al mismo tiempo. Trata de estar consciente de lo que te rodea. Enfócate.
Cinder echó chispas por los ojos cinco segundos antes de tirarse al suelo.
Había contado once cuando escuchó que Thorne se apartaba del contenedor.
–De niño me había engañado pensando que las princesas llevaban tiaras y organizaban meriendas. Ahora que conozco una princesa de verdad, tengo que decir que me siento decepcionado.
Cinder no supo si lo decía a modo de insulto, pero por esos días la palabra “princesa” le ponía los nervios de punta.
Exhaló con fuerza y se puso a hacer lo que Wolf le había indicado. Se enfocó. Captó con facilidad la energía de Thorne cuando pasó junto a ella rumbo a la cabina.
Iba por la lagartija catorce cuando consiguió que los pies del muchacho se atornillaran.
–¿Qué pasa...?
Cinder se irguió y proyectó una pierna al frente en un semicírculo. Pegó con el tobillo en las pantorrillas de Thorne, quien soltó un grito y cayó de espaldas con un gruñido.
Radiante, Cinder alzó la vista en busca de la aprobación de Wolf, pero él y Scarlet se retorcían de la risa. A Wolf hasta se le veían los caninos, que tanto cuidado ponía siempre en ocultar.
Cinder se puso de pie y le tendió la mano a Thorne; aunque le sonreía, el muchacho tenía también una mueca en el rostro mientras se frotaba la cadera.
–Puedes ayudarme a escoger una tiara cuando terminemos de salvar al mundo.