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La vida de oración de Jesús
ОглавлениеJesús es nuestro gran modelo de intercesión. Era su costumbre retirarse a un lugar apartado para orar. Buscaba a Dios y le pedía fortaleza para enfrentar los desafíos del día. Rogaba a su Padre que le diera fuerzas para vencer las tentaciones de Satanás. El Evangelio de Marcos registra uno de los momentos de oración de Jesús en la madrugada con estas palabras: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Mar. 1:35). Si Jesús, el divino Hijo de Dios, entendía que necesitaba orar, ¿no necesitaremos nosotros orar mucho más en nuestra vida? Jesús reconocía que el poder espiritual interior proviene de la oración. El Evangelio de San Lucas registra los hábitos de Jesús respecto de la oración: “Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Luc. 5:16). La oración no era algo que Jesús hacía ocasionalmente, cuando surgía una necesidad o un problema. La oración era una parte integral de su vida. Era la clave para mantenerse conectado con el Padre. Era la esencia de una espiritualidad vibrante. El Salvador renovaba diariamente su relación con su Padre por medio de la oración. Una vida de oración le dio a Jesús el valor y la fortaleza para enfrentar la tentación. Salía de estas sesiones de oración con frescura espiritual y una determinación más profunda de hacer la voluntad del Padre. En su descripción de uno de estos períodos de oración, Lucas añade: “Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente” (Luc. 9:29). Jesús irradiaba la fortaleza que proviene de los momentos en la presencia de Dios, por medio de la oración. Si Jesús, el divino Hijo de Dios, necesitaba pasar tiempo en la presencia de Dios para vencer las fieras tentaciones de Satanás, ciertamente nosotros necesitamos, con mayor urgencia aún, pasar tiempo en la presencia de Dios.
Jesús nunca estaba demasiado ocupado como para no orar. Su agenda no estaba tan llena como para no poder dedicar tiempo a su Padre en comunión. Nunca tenía tanto que hacer que tuviera que entrar y salir apresuradamente de la presencia de su Padre. Jesús salía de estos momentos íntimos con Dios con nueva fuerza espiritual. Estaba lleno de poder porque dedicaba tiempo a la oración.
R. A. Torrey lamenta el ajetreo del cristianismo de hoy, que a menudo resulta tan falto de poder. Él declara: “Estamos demasiado ocupados para orar y, por lo tanto, estamos demasiado ocupados como para tener poder. Tenemos una gran cantidad de actividades pero logramos poco; muchos servicios, pero pocas conversiones; mucha maquinaria, pero pocos resultados”.
Elena de White concuerda: “Muchos, aun en sus momentos de devoción, no reciben la bendición de la verdadera comunión con Dios. Están demasiado apurados. Con pasos presurosos, penetran en la amorosa presencia de Cristo y se detienen tal vez un momento dentro de ese recinto sagrado, pero no esperan su consejo. No tienen tiempo para permanecer con el divino Maestro. Vuelven con sus preocupaciones al trabajo” (La educación, p. 260).
El hecho es que no podemos enfrentar al diablo con nuestras propias fuerzas. La oración es la respuesta. Por medio de la oración, Dios nos sumerge en su presencia y en su poder. Por medio de la oración, toca los corazones de nuestros seres amados. Armados de la oración, podemos enfrentar al enemigo en el tiempo del fin. Sin oración constante, no podremos vivir en santidad durante el tiempo del fin. Cuando se quebranta nuestra conexión con Dios, nuestro poder, que viene de Dios, se interrumpe. Cuando hay poca oración, hay poco poder. La oración es nuestro humilde reconocimiento de que no podemos vivir la vida cristiana sin “sus” fuerzas. Es la admisión de nuestra incapacidad para enfrentar solos las tentaciones de Satanás. Por medio de la oración, somos más que capaces de rechazar las tentaciones de Satanás. El diablo no puede vencer al hijo de Dios que ora y confía.
De rodillas, en ruego a Dios, experimentaremos milagros. Veremos la mano de Dios de un modo milagroso. Tal como Jesús, saldremos de estos encuentros de oración refrescados y vigorizados. Sentiremos que Dios obra por medio de nuestras oraciones para transformar también la vida de los que nos rodean. ¿Desea vivenciar una nueva experiencia espiritual? ¿Está cansado de la complacencia espiritual? ¿Anhela un reavivamiento espiritual en su iglesia?
Nuestro Dios ha prometido responder a los anhelos fervientes de sus hijos. Él nos responderá según lo busquemos. Sus promesas son nuestras. Él ha dicho: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crón. 7:14).
Jesús añade esta promesa: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Luc. 11:13).