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Una nación cambiada por la oración
ОглавлениеAlfred Lord Tennyson estaba ciertamente en lo correcto cuando declaró: “Se logran más cosas por la oración que lo que este mundo se imagina”. Uno de los momentos más dramáticos de la historia reciente es la caída del muro de Berlín. Pocos saben del poderoso movimiento de oración que condujo a los extraordinarios eventos del 9 de noviembre de 1989 en Berlín oriental. En 1982, Christian Führer, un joven ministro alemán de Leipzig, abrió las puertas de su iglesia cada lunes de noche, para orar y discutir sobre la libertad. Estas sesiones de oración fueron creciendo hasta que un lunes de noche, en octubre de 1989, ocho mil personas se aglomeraron en la iglesia. Varios miles más se reunieron a las afueras de la iglesia de Nikolai. Un movimiento a favor de la libertad nacional nació en la cuna de la oración. Decenas de millares de personas, en pueblos y ciudades a lo largo de Alemania oriental, se unieron a los intercesores de Leipzig. En aquel lunes de noche de octubre, casi un millón de personas oraban por la libertad. Veinte años después de la caída del muro de Berlín, hablando acerca de la necesidad absoluta de la intercesión ferviente, el pastor Christian Führer declaró: “Sabíamos que si parábamos de orar no habría esperanza alguna de cambio en Alemania” (Prayer and the Berlin Wall [La oración y el muro de Berlín], 12 de febrero de 2009).
Un ex funcionario del Gobierno comunista, que trabajaba para el Stasi (la policía secreta de Alemania oriental), dio este maravilloso testimonio: “Estábamos listos para cualquier cosa, excepto velas y oración”. El muro de Berlín no pudo resistir ante el sonido de las oraciones del pueblo de Dios, unido con el propósito de buscarlo fervientemente.
Elena de White declara una verdad similar sobre el poder de la oración: “Al sonido de la oración ferviente, toda la hueste de Satanás tiembla” (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 309). La oración marca una diferencia. La oración intercesora es poderosa. Al igual que el muro de Berlín cayó cuando el pueblo de Dios oró, los muros que nos impiden tener una experiencia íntima con Jesús caerán cuando se lo roguemos a Dios. Los muros que impiden el reavivamiento poderoso que Dios anhela enviar a su iglesia se desmoronan ante el sonido de la intercesión ferviente. Los muros del orgullo, el prejuicio, la ira, la amargura, la lascivia, la complacencia, la tibieza y el materialismo ceden ante el movimiento del Espíritu Santo expresado en la oración.
La oración es absolutamente necesaria para que ocurra un reavivamiento. A. T. Pierson hace esta observación atinada: “Desde el día de Pentecostés, no ha habido un despertar espiritual en lugar alguno que no haya comenzado con una unidad en la oración. Aunque fuese entre dos o tres, ningún movimiento externo de avance ha continuado después de que las reuniones de oración han declinado” (citado en Arthur Wallis, In the Day of Thy Power [En el día de tu poder], p. 112).
En la oración, humillamos nuestro corazón ante Dios, reconociendo nuestra dependencia total de él. En la oración, nos unimos a David para implorar: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10). Confesamos con Daniel: “No obedecimos a la voz de Jehová nuestro Dios, para andar en sus leyes que él puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas” (Dan. 9:10). Clamamos con Pablo: “¡Miserable de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” Y con el apóstol, en oración, nuestra fe se aferra a las promesas de Dios y, con gozo, exclamamos: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Rom. 7:24, 25).
La oración abre nuestra vida al poder purificador de Dios. Durante la oración, el Espíritu Santo nos hace una radiografía del alma. Percibimos pecados ocultos y defectos de carácter que impiden que seamos los testigos poderosos que él desea que seamos. La oración nos conduce a una relación íntima con Jesús. En la oración, abrimos nuestra mente a la conducción del Espíritu Santo. Buscamos su sabiduría, no la nuestra.