Читать книгу De caperucita a loba en solo seis tíos - Marta González De Vega - Страница 12

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Método: dar cera, pulir cera

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¿Que qué es eso de «Dar cera, pulir cera»? ¿Perdona? Si eres tan joven como para no haber visto la película Karate kid, ¿qué haces saliendo con hombres? De hecho, ¿qué haces despierta a estas horas? ¡Tendrías que estar ya en la cama! Sí, vale, no sé a qué hora estás leyendo esto, ¡pero me da igual! Si eres tan pequeña tendrías que estar durmiendo a todas horas.

En fin, te voy a resumir rápidamente en qué consiste el método para que no pierdas el hilo del libro, pero que sepas que no pienso hacer más concesiones. Sí eres tan cría que te pierdes, te aguantas. A cambio sigues teniendo el culo duro.

La verdad es que manda narices. Perder mis mejores años en acumular toda esta sabiduría para ahora pasársela a una tía que está más buena que yo. Esto no me renta…

Bueno, atiende. Daniel era un chico que quería aprender karate, y su profesor, el señor Miyagi, en vez de enseñarle le tuvo dos meses limpiando coches. Con un movimiento semicircular de la mano derecha daba cera y con un movimiento igual de la mano izquierda, pulía la cera –de ahí lo de «dar cera, pulir cera»–. El chico estaba desesperado de que su entrenamiento no empezara nunca, pero cuando su profesor le puso a prueba descubrió para su asombro que con el dominio de esos dos movimientos que aparentemente no tenían nada que ver con el karate había aprendido a parar casi todos los golpes.

Pues eso es lo que va a pasar al final de nuestro proceso. Vamos a reírnos de todos nuestros patetismos, de todos nuestros miedos y, solo con eso, al final, comprobarás que los has vencido. Que te has convertido en una loba.

Claro que habrá momentos en que dirás: No, no, me quito. Me quito del amor. Esto no compensa. Pero no, no te puedes quitar, porque la única manera de aprender a manejar las emociones es exponerse, no queda otra. ¿Que quién me lo ha dicho?

PUNSET, MI SEÑOR MIYAGI

Sí. A lo largo de mi proceso de caperucita a loba, Punset, a través de sus libros, ha sido mi señor Miyagi.

Yo sabía adónde quería llegar: a reírme de todo. Pero pronto me di cuenta de que eso era imposible sin saber manejar mis emociones. Gracias a Punset me hice consciente de ellas, primer paso para controlarlas, y luego aprendí a usarlas. Cuántas veces no habremos deseado dejar de tener emociones para no sufrir tanto… y ser capaces de ser más frías.

Y es que ya lo hablamos antes. Lo primero que hace un superhéroe antes de aprender a usar sus poderes, es intentar desprenderse de ellos, porque le superan.

Pero Punset lo dice en su libro El viaje al amor: «Si seguimos teniendo emociones es porque nos ayudan a sobrevivir. Si no en el curso de la evolución ya habrían desaparecido».

Las emociones no desaparecen porque son necesarias para la supervivencia. Interesante… ¿Sabéis lo que no hace ninguna falta, por lo visto, a estas alturas de la evolución? Los dedos de los pies. Sí. Por lo visto, los dedos de los pies tienen los días contados. Esto no me lo dijo Punset, sino una profesora de ciencias en el colegio: que la tendencia evolutiva es que al ser humano se le acaben pegando los dedos de los pies porque ya no nos hacen ningún servicio por separado. Oye, me creó una paranoia… Me pasaba las noches moviendo los dedos para evitar que se me pegaran. Adquirí tal agilidad que ahora puedo meterme el dedo gordo en la nariz mientras que con el de al lado compruebo si el agua de la playa está fría. ¿Y por qué te meto este rollo? Porque así vas a pelear tú por no perder tus emociones cuando aprendas a usarlas. Como yo peleaba de pequeña por no perder los dedos de los pies.

Cuando empecé a leer a Punset, me di cuenta de que la religión del humor tenía una sólida base científica.

Él también hablaba continuamente del autoengaño, y no solo el autoengaño positivo, sino del negativo. De cómo nuestro cerebro, ante la imposibilidad de conocer toda la realidad, la sistematiza, y de cómo, si hemos sufrido mucho, suele hacerlo con un prejuicio hacia nosotros mismos.

Y pensé, ¡es cierto! Cuando te has caído de veinte o veinticinco guindos, tu mente se convierte en un probador de Zara. Habéis estado en alguno, ¿no? Tienen un tipo de luz que te saca todos los defectos. Te voy a confesar una cosa… Yo muchas veces no voy a comprarme ropa, ¡voy a depilarme el bigote!

Con esa luz sale todo lo peor de ti: pelos, celulitis…, y cualquier imperfección se multiplica por mil. Una quiere pensar que con la luz natural no se ven esa cantidad de fallos que te ves allí. Pero ahí te planteas, si todo depende del tipo de luz, ¿cómo saber cuál es el estado REAL de tu piel de naranja? ¡Es imposible!

¡Y esa es la actitud correcta! La de asumir que es imposible juzgar nada, y, por lo tanto, no aplicar ningún prejuicio sobre las cosas en virtud de lo que esperamos o de lo que tememos. Simplemente, dejarlas ser.

Y es que la realidad no es ni buena ni mala. Es el prejuicio que tengas hacia ella lo que la convierte en buena o mala para ti. Por ejemplo:

—Oh, me ha dejado mi novio, que drama. Bueno, espérate, que a lo mejor es comedia.

Punset dice que la fórmula de la felicidad incluye el desaprendizaje consciente. Que tenemos que liberarnos de las asociaciones infundadas. ¡Y eso es también lo que te decía antes! Se trata de lavarte el cerebro, pero en sentido literal. Limpiarlo de cualquier idea previa. Normalmente llamamos lavar el cerebro a que te metan una idea en la cabeza. ¡No! Lavarlo para mí es limpiarlo de toda idea preconcebida. Y desde esta nueva concepción, una lobotomía no serviría para dejarte atontada sino todo lo contrario, lo que haría es despertarte. Porque una lobotomía para nosotras es convertir nuestro cerebro en el de una loba. Cualquiera que abriera el libro por este punto al azar y leyera que quiero lavarte el cerebro y practicarte una lobotomía, pensaría todo lo contrario a lo que acabo de explicarte. Esa es la prueba del poder de liberarte de los antiguos conceptos.

Dice Punset que hay que desaprender para volver a mirarlo todo con ojos nuevos. ¡Y eso es exactamente lo que haces cuando te conviertes al humor! ¡Ver las cosas desde otro ángulo! ¡Pensar por libre! Y puede parecer difícil, pero yo aprendí a lo tonto, un día haciendo zapping, que di con un programa concurso; se llamaba Lo sabe, no lo sabe. En él hacían preguntas por la calle a personas escogidas al azar. El presentador, Juanra Bonet, le preguntó a un señor:

—¿Cómo se conoce a las personas sin pigmentación en la piel?

A lo que el señor respondió:

—Hablando con ellas.

Me quedé alucinada; me pareció fascinante. Pero la cosa siguió porque Juanra le aclaró:

—No, me refiero a cómo se las llama.

Respuesta del señor:

—Ah… pues por educación, se las debe llamar de usted.

¿Qué te parece? En un primer momento simplemente me hizo mucha gracia, pero luego me pareció de una profundidad bellísima. Absolutamente todo depende del proceso mental con que lo afrontes. Las desconcertantes respuestas de este hombre eran perfectamente válidas. Nadie podría decir que no estaba contestando a las preguntas que se le habían hecho.

Empecé a pensar en la cantidad de cosas que nos hacen sufrir por no darles el enfoque adecuado. Cómo nos quejamos de todo, sin intentar siquiera ver las cosas de un modo en el que pasarían a ser completamente positivas.

El otro día, una amiga estaba deprimida porque cumplía cuarenta años. Y le dije:

—Tía, pero ¿cuál es el problema?

Y me respondió:

—Hombre, que ya no tengo veinte años…

Me quedé loca, ¿¡cómo que no!? ¡¡Claro que los tienes!! ¡De hecho, tienes veinte más!

¡Claro! Qué mentalidad de carencia, por Dios…

Además, cuando cambias el chip encuentras soluciones para todo. Esta misma amiga tenía una cita y me llamó mientras iba de camino:

—Paso de ir, tía, estoy supernerviosa. Me sudan las manos y tengo la boca seca.

—¡Coño, pues chúpate las manos!

¡Si es que de dos problemas puedes hacer una solución! Ains… Si no llego a estar yo ahí, se pierde la cita. Con lo que cuesta conseguir una cita a su edad… ¡Es broma, es broma! Sigo pensando que es genial tener cuarenta. Vamos, que debe serlo… Ya te lo diré cuando llegue. Si llego, porque lo veo tan lejos que me da pereza ir.

Sé lo que estáis pensando ahora. Todo eso está muy bien en la teoría, pero en la práctica las emociones son muy difíciles de manejar. ¡Y es cierto! ¡Pero gracias a Punset descubrí el truco para lograrlo!

Y es que las emociones, antes, siempre, son pensamientos. ¡Ahí es cuando hay que aprender a manejarlos! Porque cuando ya se convierten en emociones es mucho más complicado revertir el proceso. Punset me explicó que el camino de ida del pensamiento a la emoción es como una autopista vacía por la que llegas a toda velocidad. El camino de vuelta es una carretera secundaria con atasco.

Así que para asegurarte emociones positivas tienes que trabajarlas cuando aún son pensamientos. Si esperas a que se conviertan en emociones para intentar cambiarlas, lo que harás será reprimirlas. Te pongo un ejemplo poético para que lo entiendas. Es como si tienes gases, y en vez de tomarte un Almax, te pones un tapón en el culo.

No cabe duda de que una de las cosas que más nos mortifica es el clásico conflicto mente-corazón. La mente te dice que te vayas, pero el corazón se quiere quedar. En esos momentos una piensa… Ojalá existieran relojes de cal, igual que existen los relojes de arena. Así podríamos contar por separado las horas felices de las tristes y saber si un amor nos compensa.

Hasta que te das cuenta de que no hay motivo para separar la cal de la arena. Que tu mente puede convertirlo todo en cal (suponiendo que la cal sea la buena, que nadie lo sabe). Así que el trabajo no es renunciar a nuestras emociones, es volverlas a nuestro favor.

Es la única pelea que vale la pena. No como la que tenía yo para que no se me pegaran los dedos de los pies. Porque si lo piensas, los dedos de los pies sí que son bastante inútiles, la verdad. Y si se te pega alguno tampoco pasa nada, que son cinco. De hecho, siempre me ha dado la impresión de que son más… ¿a ti no? Se los cuento a todo el mundo porque no me lo acabo de creer… Pero no, siempre son cinco y siempre me sorprende. ¿Para qué queremos tantos dedos en los pies?

Debes estar preguntándote el motivo por el que me he enconado de esa manera con los dedos de los pies.

Pues para que te des cuenta de lo absurdo que se ve desde fuera empecinarse con algo. Como tú cuando le pides peras al olmo. ¡Luego te enfadarás con la vida! ¿Cómo va a saber la vida que lo que quieres que te dé es a tu media naranja si te ve con esa obsesión por las peras? ¡La vuelves tan loca que al final te da limones!

Pero esto ya no va a pasarnos más. Y vamos a empezar ya, que, como dice Punset, y ya os he trasladado, la forma de aprender a controlar las emociones es precisamente haciendo lo que más miedo nos da: ¡exponernos!

A continuación, nos adentramos en el alucinante proceso de pasar de caperucita a loba en solo seis tíos.

Todo lo que vas a leer está basado en sentimientos reales. Sin embargo, las situaciones han sido alteradas y algunos nombres modificados para preservar la intimidad de sus protagonistas. Aunque la mayoría no, por tratarse de venganzas personales.

He de admitir que ha sido duro decidirme a hacer públicos los resultados de mis investigaciones. Es muy difícil hablar sobre las emociones, dar la cara y reconocer ciertas cosas, pero tuve que asumir que escribir un libro es como enamorarse: te obliga a exponerte. No queda otra. ¡Hay que mojarse! Y no como esos espectadores que llaman a los videntes de la tele sin tener el valor de dar la cara e identificarse:

—Eh…, soy… géminis, de León.

No, tío, ¡échale un par y di la verdad!:

—¡Soy libra, de Cuenca!

Que a mí, de estos, los que más gracia me hacen son los que llaman, pagando a razón de un euro noventa y cinco el minuto, para preguntar:

—¿Va a mejorar mi economía?

Que no hace falta ser vidente para decirles: Así no. En fin, ¿de qué estaba hablando? ¡Que me lías! Ah, sí, de lo difícil que es exponerse públicamente y reconocer las propias miserias. Por eso quiero dar las gracias a mis amigas, porque todas las situaciones patéticas que vas a leer a continuación son de ellas y solamente de ellas.

Vale, todas no. Pero tampoco se trata de un proceso estrictamente autobiográfico. En ocasiones me apropiaré de historias y sentimientos de mis amigas, primas, vecinas y conocidas. ¿Está claro? Luego no quiero a ningún tío llamándome:

—¡He leído el capítulo cinco y yo no soy así!

—Es que tú eres el seis.

—¿El seis? ¡Ese es peor!

—¡Pues haberte callado!

De caperucita a loba en solo seis tíos

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