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Capítulo 1

Acercamientos a la teología de la prosperidad

Sabemos que no existe en ninguna parte de América Latina una reflexión teológica que se autodesigne “evangelio de la prosperidad” o “teología de la prosperidad”. Igualmente, sus expositores tampoco se identifican en esos términos. Lo que sí se puede constatar es que son los críticos quienes les han dado esos calificativos. En definitiva se trata de un apodo, nada más, pero que no ha sido todavía lo suficientemente explicado, y tal vez tampoco sea necesario hacerlo. Nos parece, sin embargo, que mientras “evangelio” se refiere a un discurso poco articulado teológicamente, digamos un anuncio o predicación; “teología” designa un pensamiento oral o escrito mucho más elaborado teóricamente. Nuestra percepción, además, es que los apologetas de dicha reflexión teológica se sentirían más a gusto con el término “evangelio” que con “teología”, pues mientras el primero tiene la connotación de una “buena noticia” el segundo posee una connotación más “racionalista” o “modernista” que ellos rechazan.

Este capítulo, además, tiene su origen en la existencia del discurso teológico de la prosperidad económica en las nuevas agrupaciones religiosas y en las más variadas iglesias protestantes, así como en la casi ausencia de una sistematización y evaluación de ella en la reflexión teológica en América Latina, hasta donde tenemos conocimiento. Nos proponemos ofrecer algunas aproximaciones a la comprensión de la teología de la prosperidad. Como el lector comprobará, hemos planteado el tema mediante seis preguntas. Son preguntas que me han hecho los líderes de las iglesias, y que ahora se las devuelvo un poco más elaboradas con la esperanza de seguir profundizando el diálogo. Ciertamente, no he tomado en cuenta algunas propuestas que no son sino disparates mal intencionados (como aquella explicación de que la teología de la prosperidad es la verdadera teología de la liberación o su verdadera concreción en el actual contexto)10.

¿Una auténtica teología bíblica?

Se presupone que toda articulación teológica debe tener un mínimo de fundamento bíblico, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La tentación de todas las teologías es la de presentarse como “verdaderamente” bíblica y “profundamente” contextual. Ninguna teología, es obvio, va a presentarse como opuesta al espíritu de la Biblia y ajena a la realidad que pretende llegar. Fidelidad a la Palabra de Dios y a las necesidades del contexto en que surge la reflexión es el anhelo de la teología. Pero fidelidad a la Palabra de Dios no significa citarla mecánicamente (como en algunos grupos religiosos llamados “sectas”), sino considerar la Biblia en sus respectivos contextos. Eso implica un serio trabajo hermenéutico, respetando las reglas de interpretación (exégesis). Por otro lado, se espera que la reflexión teológica surja y responda a las necesidades sentidas, las luchas cotidianas y las esperanzas de la comunidad de fe, para que no parezca ajena, extraña o impuesta. Una teología bíblica, por lo anteriormente dicho, es una construcción humana seria, responsable, y que presupone —como mínimo— el manejo de diversas herramientas que hagan de su discurso, y de la práctica que lo acompaña, una articulación coherente, fiel a “todo el consejo de Dios”.

En la tradición teológica en la cual la mayoría de los evangélicos hemos conocido al Señor, es decir, el conservadurismo teológico, hasta donde recuerdo nunca se pasó por alto el tema de la bendición material que viene de Dios. Se predicaba que la práctica del diezmo y la fidelidad a Dios traían consigo las bendiciones, siguiendo el texto bíblico de Malaquías 3, entre otros. Bendiciones entendidas en sentido integral: bienes materiales para cubrir las necesidades diversas (salud, trabajo, otros), y bienes espirituales (dones, mayor fe, otros) para trabajar en la misión encomendada por el Señor. Este tipo de predicación iba acompañada de la exigencia de ser “buenos ciudadanos”, respetuosos de la ley y del Gobierno. Además, el creyente evangélico debía ser trabajador, honrado, justo y no despilfarrador. Evidentemente este discurso, y la práctica exigida, eran herederos de las afinidades casi “naturales” entre protestantismo y liberalismo de fines del siglo xix e inicios del xx. En un periódico protestante de Lima, de 1918, se leía lo siguiente:

— ¿El señor es Protestante?

— Sí, y tengo a honra serlo.

— Pero ¿no son los protestantes unos sectarios fanáticos, una gente de la clase más pobre e ignorante? Así pensamos nosotros los librepensadores.

— ¡Sí, sí, y nuestra Santa madre Iglesia Católica los tiene declarados a ustedes herejes y condenados al fuego del infierno!

— Pues, señores, yo soy protestante y les diré por qué. Los protestantes basan su religión en la Biblia, ley de Dios, la cual han traducido en quinientas lenguas, y se esfuerzan por hacerla llegar a las manos de toda criatura de Dios. De ahí vino la emancipación de la inteligencia y el alma, la libertad de los esclavos, y la salvación de las naciones de la tiranía del Papa y de los reyes. A los protestantes se les debe hoy la libertad religiosa y la forma republicana de gobierno. Más de 16 mil hombres han salido de Inglaterra, Estados Unidos y Alemania y se hallan desparramados entre las naciones para enseñar al pueblo la ley de Dios.

Los protestantes han hecho general y sólida la instrucción por tanto tiempo encerrada en los muros de los conventos. Ha aumentado millares de veces las riquezas materiales del mundo, llenándolo de una prosperidad y felicidad jamás soñadas. Tienen en sus manos la balanza del destino de las naciones. Los primeros estadistas, los primeros sabios, los primeros predicadores del mundo se encuentran hoy en medio de ellos.

La civilización moderna se debe a ellos, que son el baluarte y centro de donde brotan regueros de luz alrededor del mundo. ¿Qué nación romanista puede compararse con las naciones protestantes en cultura intelectual, moral y física? Éstas se encuentran a la vanguardia de todo cuanto es bueno y útil en todos los ramos de la actividad humana11.

Este artículo de por sí es muy elocuente. Pone de manifiesto los diversos conflictos entre protestantismo y catolicismo, pero además evidencia la herencia ideológica del Destino Manifiesto norteamericano, así como ese discurso protestante vinculado a la modernidad económica y política que trae como consecuencia inevitable la prosperidad material. Es en este protestantismo en el cual crecieron algunas generaciones de evangélicos que tanto aportaron a la causa del Señor. El evangelista argentino Luis Palau, más cercano a nosotros cronológicamente, enseña lo siguiente:

De acuerdo con las Escrituras, Dios está más dispuesto a dar que lo que nosotros estamos dispuestos a recibir. Dios tiene preparada prosperidad, éxito y bendición para los creyentes. Pero se debe poner la confianza en Dios, en su palabra y en sus promesas. Dios es su Padre y le ama. El ama su espíritu, alma y cuerpo, y ama también a su familia. Dios quiere y puede bendecirle, a todo nivel y en todos los aspectos de su vida. Estudie cuidadosamente las instrucciones divinas para salir del fracaso, de la depresión, de la pobreza y para triunfar en la vida. ¡Gloria a Dios por ser padre de misericordia! “Dios es amor”12.

Dejando de lado el probable dualismo antropológico de Palau, debemos decir que traduce bien el viejo discurso protestante leído líneas arriba. Detrás de El Heraldo y de Palau, está implícita la idea de que los cristianos evangélicos estamos llamados a evidenciar éxito y prosperidad. Se entiende, incluso, que es algo normal o “natural” la prosperidad en los evangélicos. Lo que queremos decir es que el discurso evangélico desde que llegó a estas tierras nunca tuvo reparos o temor de relacionarse con temas económicos, y no sólo se detuvo en temas como “la mayordomía cristiana”, sino que llegó a proponer que los cristianos debían vivir en prosperidad material. Esta prosperidad o éxito para los cristianos exigía guardar primeramente cierta ética que Max Weber llamaba “protestante”: trabajo, consumo frugal, ahorro e inversión. Al final el fruto sería la ganancia económica.

Personalmente he conocido muchos casos de hermanos que, después de su conversión al Señor, dejaron diversos vicios (licor, juegos de azar, entre otros) y dedicaron esos gastos perdidos a la educación de los hijos y los negocios familiares. Evidentemente la prosperidad no se dejó esperar. Tal vez sólo algunos se hicieron ricos, pero la gran mayoría mejoraron su situación sustancialmente. La prosperidad, como vemos, exigía el trabajo esforzado. “Esfuérzate y sé valiente que el Señor te ayudará”, predicaban los pastores de diversas denominaciones (bautistas, metodistas, presbiterianos, pentecostales, entre otras), y realmente el Señor ayudaba a sus esforzados siervos.

Sin embargo, en las últimas dos décadas han comenzado a proliferar diversos discursos de prosperidad material (entiéndase riquezas abundantes) en toda América Latina. Se predica abiertamente en las iglesias y por los medios de comunicación que los cristianos están obligados a ser ricos, y si no lo son es porque viven en pecado o les falta fe en las leyes de prosperidad que se encuentran en la Biblia. Este nuevo mensaje es conocido como la teología de la prosperidad. Como era de esperar, algunos teólogos y pastores rápidamente han identificado esta nueva corriente con la vieja ética protestante, sin notar las enormes diferencias tanto en los niveles de contenido como del contexto social en que se presenta.

Hay quienes creen que esta teología estaría en continuidad con la vieja ideología liberal que legitimó el capitalismo, y que hoy es reinterpretada como ideología del ascenso social, lo que explica la creencia de que Dios bendice a los ricos y que motiva a un tipo de vida extremadamente individualista, propia de la mentalidad del mercado, en la que se da gran importancia a los resultados y al dinero. Por ello, no sorprende que algunos reconozcan este discurso como válido y acorde con cierta tradición protestante. Esto explica la teoría según la cual “la Biblia enseña la prosperidad de los hijos de Dios”, o que “la teología de la prosperidad se encuentra en la Biblia”; y que por tanto nosotros deberíamos prestarle mayor atención.

Esta interpretación, que se encuentra en algunos círculos académicos, cree que la teología de la prosperidad es, en el fondo, un sincero llamado de atención a la teología evangelical actual que descuidó —supuestamente— el tema de la prosperidad material. La tarea, señalan, sería evitar los excesos a los que nos está llevando esta teología: el afán de lucro, la pérdida de sensibilidad por los necesitados, el espíritu sacrificado en el cumplimiento de la misión, etcétera13. Algunos creen, incluso, que los libros de Proverbios y Deuteronomio servirían para fundamentar una “auténtica teología bíblica de la prosperidad”.

¿Un nuevo fundamentalismo?

Como es de común conocimiento, el fundamentalismo teológico remite a una cosmovisión y un cuerpo doctrinal surgidos a inicios del siglo xx en los Estados Unidos con el propósito de combatir el “modernismo” (teología liberal) que en el aspecto teológico negaba el milagro y cuestionaba la autoridad de la Biblia (infalibilidad e inerrancia)14. Este tipo de fundamentalismo fue la piedra angular de la teología de algunos misioneros que llegaron a América Latina. Muy pronto, en el contexto de la “guerra fría”, se volvió en algunos casos ideológica y políticamente ultraderechista, justificando teológicamente incluso dictaduras sangrientas en esta parte del continente, y bendiciendo experimentos económicos venidos del Norte.

La pelea en Estados Unidos entre “fundamentalistas” y “liberales” muy pronto se sintió en América Latina, y así nos trajeron un problema que no había por qué tenerlo en medio nuestro. A los hermanos que reclamaban justicia social, rápidamente se los acusó de ser partidarios del Evangelio Social (una teología estadounidense de inicios del siglo pasado), de la teología de la liberación e, incluso, de ser comunistas. La sombra del senador McCarthy llegó a nuestras tierras. Estas actitudes trajeron consecuencias nefastas para la iglesia del Señor. No sería exagerado decir que muchas de las divisiones en las iglesias se deben a la responsabilidad de algunos misioneros y, también, de algunos dirigentes nacionales ávidos de poder y adictos al financiamiento foráneo15.

Este fundamentalismo teológico-político, a decir de algunos, no habría desaparecido con el derribo del Muro de Berlín (1989), sino que se habría transmutado en una nueva ideología religiosa, siempre dualista y “evasiva” de la responsabilidad social. Este nuevo fundamentalismo, además de anticomunista, asume el discurso del mercado libre justificándolo teológicamente. Se trataría de un “fundamentalismo económico” que trae la buena noticia de salvación a los pobres del mundo en nombre del mercado neoliberal. Dicen algunos autores que este neofundamentalismo respondería a las diversas necesidades surgidas en las crisis de inicio de milenio.

¿Cuál es esta ideología religioso-económica o neofundamentalismo? La teología de la prosperidad. Ésta sería un producto de la poderosa e influyente clase media norteamericana y que se expande por todo lugar habitado. Esta teología que exacerba el éxito, el bienestar material y el consumo tiene mucho atractivo en los sectores pobres de América Latina que buscan de manera fácil y rápida ascender económicamente. Este neofundamentalismo sigue proclamando los milagros: todos pueden alcanzar riqueza material si cumplen las leyes de prosperidad que están en la Biblia, Palabra de Dios que nunca falla (¿acaso una neoinerrancia?).

Una explicación como ésta interpreta la teología de la prosperidad como un esfuerzo teológico (ideológico) en concordancia con los diversos proyectos políticos y económicos vigentes. Se trataría de una nueva teología orientada desde los centros de poder actual, apologista de la prosperidad estadounidense como canon para medir si una sociedad es cristiana o no, y que conspira contra los intereses de los pueblos latinoamericanos al parecer destinados a la miseria. Esta teología sería, pues, parte de la globalización actual, y tendría la intención de concretizarse como la única expresión teológica “cristiana” válida y acorde con el proyecto globalizador en el presente milenio.

El fundamentalismo antiguo nunca tuvo reparos en identificarse con posiciones políticas y económicas. El neofundamentalismo tampoco. Es más, como se sienten protagonistas y ganadores en el supuesto “fin de la historia”, sale a relucir la soberbia espiritual. Proclaman un Dios que más parece un empresario de Mc Donald’s o de la Toyota. Esto los obliga, en consecuencia, a proclamar un cristianismo lúdico y hedonista, pero también una teología que garantiza la prosperidad material. En el fundamentalismo antiguo, para estar bien con Dios y alcanzar la salvación había que pagar un precio: renegar de la razón. En el neofundamentalismo, para lograr la riqueza (¿anticipo de la salvación plena?) también hay que pagar un precio: aceptar las leyes de la prosperidad. Las coincidencias del neofundamentalismo con el libre mercado son muy evidentes. El laureado novelista peruano —y fallido político— Mario Vargas Llosa dice:

Creo que hoy día, por primera vez, los países pueden elegir ser libres o esclavos, y pueden elegir también ser prósperos o ser pobres. [...] Que hoy día, gracias a la internacionalización de la vida, a la internacionalización de los mercados, de las empresas, de las ideas, de las técnicas, todos los países, aun los más pequeños, aun aquellos que viven en geografías endemoniadas, que carecen totalmente de recursos, que son pequeños o atestados, pueden alcanzar la prosperidad si lo desean y si están dispuestos, por supuesto, a actuar en consecuencia, es decir, a pagar el precio que ello tiene16.

La teología de la prosperidad tiene el mismo discurso, pero teologizado. Todos los creyentes —de todo lugar, grandes o pequeños, de cualquier denominación— pueden alcanzar la riqueza si es que están dispuestos a pagar el precio. En el fondo se trata del mismo fundamentalismo económico. La prosperidad está al alcance de todos, pero sólo lo alcanzan aquellos que lo desean y arriesgan, sometidos —por supuesto— a las leyes del mercado. ¡Ése es el precio!

¿Una religiosidad popular evangélica?

No existía en el protestantismo peor palabra para describir su experiencia de fe que “religiosidad”. Ni siquiera aceptaba que se dijera que la fe evangélica es una “religión”. “Nosotros predicamos a Cristo, no una religión”, decían algunos pastores, mientras que los fieles cantaban: “Ninguna religión podrá cambiar tu ser [...]”. Religión y religiosidad se convirtieron en palabras vedadas; ambas se oponían a Cristo y a la Biblia. Religión y religiosidad estaban destinadas a describir esa fe caduca, antimoderna, oscurantista, que trajeron los españoles: el catolicismo romano. En nombre de la religión y la religiosidad (católica), en el Perú y América Latina se saquearon las riquezas, se extirparon las idolatrías y se persiguieron a las primeras generaciones de evangélicos. Esa historia aún sigue pesando, por más increíble que parezca, en algunos sectores protestantes17.

En la tradición protestante —concretamente en el evangelicalismo— hubo pocos intentos por conceptualizar, digamos científicamente desde las ciencias sociales, lo que significaba religión y religiosidad. Al parecer ya se sabía de antemano lo que significaban. Bastaba mirar, en el caso peruano, el culto multitudinario al Señor de los Milagros o la veneración a Sarita Colonia para objetivar la idea preconcebida. Todo lo que tenía que ver con lo mágico, lo milagroso y el comercio de por medio era explicado en términos de religiosidad popular. Y lo “popular”, incluso, fue tomado en su sentido más peyorativo: poco ilustrado, ignorante de la Escritura. Visto así, la religiosidad popular es la fe de los ignorantes que no saben nada de la Biblia y que siguen diversas supersticiones heredadas del universo familiar y cultural. En esta perspectiva, religiosidad popular y magia vienen a ser casi lo mismo. Este concepto, lamentablemente, sigue vigente en muchas iglesias evangélicas.

La religiosidad popular, conceptualizada de esa manera, no es de mucha ayuda cuando queremos interpretar las nuevas manifestaciones religiosas y teológicas que hay en América Latina. Más de una vez he escuchado decir a algún predicador que la teología de la prosperidad evidencia una religiosidad popular evangélica (para diferenciarla de la católica). ¿Leímos bien? Sí. Con ese término, usado despectivamente, el predicador supuestamente descalificó dicha corriente teológica de moda. En mi criterio dijo poco, y sólo ayudó a confundir conceptualmente más las cosas. Lo que quiso decir es que la teología de la prosperidad no tiene raíces bíblicas y que tiene una lógica mágica para obtener sanidad y prosperidad. Esa teología, en consecuencia, estaría lejana de un protestantismo ilustrado, más o menos racional (no racionalista).

El hecho concreto es que cuando escuchamos la teología de la prosperidad en versión de la confesión positiva, realmente parece un discurso mágico. Hay muchos predicadores que enseñan que “podemos tener lo que confesamos”, pues “la palabra tiene poder creador”. Todo problema, y su superación, radica en saber desarrollar el poder de la mente y de la palabra”18. En el Perú, como en toda América Latina, se predica que debemos confesar grandes casas con piscina, autos de lujo, joyas, vestidos caros, riquezas materiales, trabajos lucrativos, para que Dios —usando nuestra fe y nuestra palabra creadora— nos otorgue tales favores. Es bastante claro que este tipo de confesión positiva (o confesión creativa, para algunos) rompe con el protestantismo y el pentecostalismo clásico en lo que a alcanzar bendiciones se refiere. Su dependencia de las técnicas de poder mental y del poder de la palabra, de los estadounidenses William Kenyon, Norman Vincent Peale y Napoleón Hill, no se ajusta al imperativo protestante del trabajo como medio de realización humana.

No podemos negar que la confesión positiva tiene un rostro mágico. Por lo menos lo aparenta. Dicen que todo se puede lograr en esta vida, incluyendo los más mínimos caprichos y anhelos. Justamente porque abusan del “poder creador de la palabra” los críticos de la teología de la prosperidad la han identificado con una nueva “religiosidad popular”, en versión evangélica esta vez, pues se encuentra al interior de los templos y en los medios de comunicación evangélicos. Paul Freston cree que esa “religiosidad” tiene la lógica o el principio de inversión, al más puro estilo mercantilista: dar a Dios para que Él devuelva con lucro. La transacción comercial, lucrativa, estaría —según este respetable analista— en el centro de dicha religiosidad19. Aun así, según otros autores, la teología de la prosperidad sería rescatable, pues tendría a lo mucho algunos excesos que se podrían corregir con un poco de enseñanza de doctrina bíblica en la iglesia. La doctrina (racional) pondría, de esta manera, freno a la religiosidad mágica.

Una sola anotación más. No podemos negar que algo está pasando en las comunidades de raíces evangélicas. ¿Cómo es posible que haya arraigado tan rápida y fuertemente la confesión positiva en algunos sectores, incluso entre pastores con sólida formación en ciencias sociales y en teología? Creo que la respuesta hay que buscarla no en la carencia de doctrina bíblica al interior de las iglesias, sino en los profundos cambios culturales en los que religión y magia parece que empiezan a tener significado en todo ámbito, incluyendo la política y la economía. Tiene razón Fernando Fuenzalida cuando afirma que “tanto la magia, la religión y el pensamiento positivo y científico no son tres etapas de una historia evolutiva, sino tres perspectivas paradigmáticas de la aproximación a nuestra realidad. Estas perspectivas se dan de manera simultánea en la mente, en todas las épocas”20.

¿Teología pentecostal?

No exageraría si dijéramos que se podría llenar una biblioteca con libros cuyo único tema de estudio fuera el pentecostalismo. En los últimos años se han publicado en diversos idiomas una gran cantidad de estudios sobre los orígenes, doctrinas distintivas, organización, liderazgo, divisiones, mutaciones teológicas, etcétera, del pentecostalismo. Claro está que no existe un solo pentecostalismo; ha habido diversas experiencias. El Espíritu Santo, no me cabe la menor duda, ha estado actuando poderosamente a lo largo de la historia del siglo xx y lo seguirá haciendo en el presente siglo xxi. La experiencia de la Calle Azusa, de inicios del siglo xx, se repitió en toda América Latina junto con los éxtasis y lenguas extrañas. El Espíritu Santo levantó siervos y siervas en todo el continente, trayendo una renovación espiritual nunca antes vista.

Las comunidades pentecostales sociológicamente nacieron en las zonas marginales, entre los pobres de la sociedad. Eran profundamente escatológicas y pneumáticas y, en consecuencia, evangelísticas. Sus señales distintivas eran el bautismo del Espíritu Santo y los diversos carismas. Ahora bien, tenemos que reconocer que de por sí es difícil hacer una caracterización teológica del pentecostalismo latinoamericano. Sin embargo, se puede afirmar rotundamente que el centro, la base, el fundamento, de la teología pentecostal era la Biblia, la Palabra de Dios. La experiencia siempre se subordinaba a la autoridad de la Escritura. En eso eran, si quieren algunos, “protestantes” o “modernos”21.

Entrando a nuestro tema, algunos autores sostienen hoy que la teología de la prosperidad y las diversas prácticas de la guerra espiritual son parte de la diversidad denominacional, así como de la heterogeneidad teológica que caracteriza al protestantismo latinoamericano. El hecho de que estas nuevas teologías hayan invadido el campo religioso latinoamericano, evidenciaría que las denominaciones tradicionales, históricas, se están “pentecostalizando” y que, por tanto, deberían aceptarse sin mayores problemas. Dicho de otra manera, se trataría de una inofensiva y tal vez necesaria pentecostalización del protestantismo latinoamericano. En esta misma perspectiva, es posible que algunas de estas iglesias pentecostalizadas hayan entendido mal las cosas en su práctica eclesio-cultual y en sus formulaciones teológicas. Como se trata solamente de un mal entendido, sería cuestión de que alguien lo suficientemente claro en la materia les explicara en qué consiste realmente el pentecostalismo para acabar con los problemas que ya se evidencian.

Está claro que una explicación tan simple como ésta de la teología de la prosperidad quiere evitarse todo tipo de problemas. Confunde, o desconoce tal vez, las enormes diferencias entre ese pentecostalismo antiguo o clásico con ese nuevo pentecostalismo, mágico, producido en suelo gringo y apologista del american way of life. En lo particular, me parece loable anhelar que las iglesias evangélicas tradicionales se pentecostalicen, pero habría que puntualizar primero qué se está queriendo decir con “pentecostalizar”. Ciertamente no se puede aceptar, de ninguna manera, la hipótesis de que la presencia de shows de auditorio en las iglesias, sumado a la confesión positiva y los ministerios de liberación de demonios, sean manifestaciones de la “pentecostalización” anhelada. Eso es confundir las cosas y abaratar el acontecimiento de Pentecostés, en la que confluyeron la manifestación del poder de Dios, la predicación de la Palabra, la conversión y la solidaridad con los pobres y las mujeres.

Otra postura que intenta vincular la teología de la prosperidad con el pentecostalismo es aquella que encuentra que dicha teología es, ante todo, una reelaboración teológica, como parte, a su vez, de una estrategia pastoral encaminada a la clase media-alta. Esto evidenciaría, dicen algunos, por qué sus énfasis teológicos están orientados al poder, las riquezas y las bendiciones económicas. En esta perspectiva, el neopentecostalismo intentaría “civilizar” al pentecostalismo clásico, de las clases pobres, para hacerlo “aceptable” a hombres de negocios, militares, grandes empresarios, etcétera22. En esta hipótesis, pues, los dirigentes y pastores pentecostales estarían ya cansados de convivir y pastorear a gente pobre, y tendrían la visión y misión de ganar ahora a la gente culta y de amplios recursos económicos. Obviamente, para llegar a los estratos medio-altos no podrían hacerlo con su tradicional teología y formas de culto. Para llegar a estos estratos privilegiados, habría que comportarse como ellos, vestirse como ellos y hablar el lenguaje de ellos. Se trataría, efectivamente, de una estrategia pastoral y de una teología acorde con el nivel socioeconómico de sus destinatarios. Sería, pues, el mismo pentecostalismo clásico, sólo que más “civilizado” esta vez, y más en concordancia con los nuevos tiempos de promesa de abundancia material.

En mi opinión, esta perspectiva tiene muchas limitaciones pues olvida cuáles son los orígenes de la teología de la prosperidad, así como a ese enorme neopentecostalismo de carácter popular, masivo, que no sólo está en las urbes sino en el campo. A estas alturas ya no se puede sostener que el neopentecostalismo y los discursos de prosperidad son monopolio de los sectores medio-altos. Bastaría darse una vuelta por las zonas marginales de las capitales latinoamericanas para corroborar la presencia masiva de las agrupaciones en mención, llámense Comunidad Cristiana del Espíritu Santo, Iglesia Universal del Reino de Dios, Iglesia Pentecostal Dios es Amor, u otros. Los pobres también, no lo olvidemos, ansían legítimamente la prosperidad material.

¿Una teología para tiempos posmodernos?

Dicen los científicos sociales que ya no vivimos en una época de cambios sino en un cambio de época. Y tienen toda la razón. En los últimos 25 años se han acelerado tanto las cosas (en la economía, los procesos culturales, las religiones, la forma de pensar, la conducta social, etcétera) que el mundo actual literalmente parece otro. Dicen los entendidos que no se trata solamente de una crisis al interior del sistema capitalista, sino de la crisis de la racionalidad en Occidente. En las universidades se asume como nuevo dogma político la “caída de los paradigmas”, muchas veces sin discutirlas, y en los pocos movimientos populares libertarios se habla de la pérdida de las utopías de igualdad social. Se dice, además, que la modernidad acabó no solamente en Europa sino en todo el mundo, y que hemos entrado en una época posterior a la moderna: la posmodernidad.

El mundo en que nos ha tocado vivir sin duda se caracteriza, entre otras cosas, por la exacerbación de los niveles emotivos y sentimentales del ser humano en detrimento de lo racional. Esto explica, en parte, por qué las personas de esta nueva época son profundamente pragmáticas. Siempre están en busca de experiencias que los hagan sentir bien o feliz. No por pura casualidad están de moda las palabras pragmático, holístico y lúdico, así como la idolatría del mercado y sus supuestas bondades para todos los seres humanos. En esta época actual, en consecuencia, sobreabundan las ofertas de prosperidad que pueden venir de la sociedad de consumo, de la Nueva Era, del neopentecostalismo, o de la mezcla de los tres. Un buen ejemplo lo encontramos en una revista publicada en Lima:

La prosperidad no depende, necesariamente, de los demás, ni de la situación de tu país, sino de tu actitud mental hacia la vida. Muchos son los que caen en el error de tener a la prosperidad como una meta, cuando en realidad es un camino, que lo construimos día a día con nuestra forma de enfocar nuestras experiencias. Prosperar es abrirnos al bienestar en lo personal, en lo económico, en la salud, en las relaciones armoniosas, familiares y laborales. Consiste en abrir nuestra mente a pensamientos positivos que motiven acciones coherentes, desarrollando fe en uno mismo y en la vida. Este comportamiento que puede parecer cursi es, sin embargo, el único que lleva al éxito.

¿Cómo lograrlo? La respuesta es simple: tu actitud positiva atrae como imán aquello en lo que crees.

— Al levantarte practica la gratitud. Agradece a Dios por lo que posees: salud, familia, trabajo, etc.

— Regálate unos minutos para relajarte e imaginarte próspero, y disfruta de estos beneficios como si ya fuesen tuyos. (La imaginación creativa programa nuestra vida, hacia el éxito).

— Repite diariamente: “Soy próspero en todos los aspectos de mi vida”.

Tú posees una fuerza mental que opera en ti para el éxito o el fracaso, según tú lo elijas. Algunas personas podrían argumentar: “sólo se trata de una imaginación”. Te recuerdo que el poder creativo proviene de Dios y es una cualidad que le heredamos por estar hechos a su imagen y semejanza23.

Poder mental, poder de la palabra, abandono de la razón, éxito, confesión positiva, búsqueda de placer, “Dios”. Parece que la posmodernidad es un gran sincretismo (en el sentido más peyorativo) que responde a intereses estrictamente utilitarios, más específicamente económicos. En el ejemplo, el poder para hacer riquezas se encuentra realmente dentro del hombre —o mujer— y no tiene nada que ver con las estructuras sociales y políticas, la crisis económica o la deuda externa. No existe mejor ejemplo para describir la nueva época y la búsqueda de prosperidad. Es de este tipo de experiencia o anhelo del cual se derivan varias propuestas de teología de la prosperidad, que yo he resumido en tres.

Existe una aproximación a la teología de la prosperidad según la cual ésta no tendría un cuerpo doctrinal estructurado, sino que sería, ante todo, una actitud (de lucro y consumo) y no una conceptualización articulada. Esta característica, propia de un contexto de incipiente posmodernidad, sería una reacción teológica ante los grandes discursos o relatos que supuestamente hicieron daño a la iglesia, y estaría generada por el actual proceso de globalización de la cultura y de la economía de libre mercado. Esta aproximación tiene el mérito de vincular el quehacer teológico con el contexto en que dialoga o intenta responder a sus inquietudes y problemas.

Es cierto que la teología de la prosperidad, por donde se la mire, refleja las propuestas de la economía de libre mercado, y procura justificar bíblicamente el consumo caro y el goce terrenal de la vida. Goce curiosamente circunscrito a lo material. Pero creo que habríamos de tener cuidado cuando a la teología de la prosperidad se la vincula rápidamente a la posmodernidad. No me convence del todo la hipótesis de que no es una conceptualización articulada. Esto sería subestimar a los neopentecostales. La teología de la prosperidad, en tanto teología fundamentalista, articula respuestas para todo. Responde preguntas, incluso, que nadie le ha hecho todavía, porque se trata en el fondo de una cosmovisión. Un grave déficit de esta perspectiva es que no encuentra relación alguna entre la teología de la prosperidad y la teología de la guerra espiritual, mucho menos con el neopentecostalismo.

Existe también otra interpretación de la teología de la prosperidad que tiene algún tipo de continuidad con la anterior. La llamaremos interpretación pragmática; es decir, si la gente se siente bien con el discurso de prosperidad y sanidad, y la ayuda a enfrentar los problemas cotidianos, o incluso “mejorar” su nivel de vida, entonces está bien. Esta interpretación reconoce que dicha teología es “simple” y carente de algún método teológico riguroso, según los criterios de la teología “ilustrada”, pero si sirve para elevar la autoestima de la gente y dar algún tipo de esperanza —cualquiera fuese—, entonces está bien. Por lo mismo, habría que reconocer el papel instrumental de la teología de la prosperidad para la sobrevivencia de los pobres que participan en las agrupaciones neopentecostales o fuera de ellas. Esta aproximación es propia de la mentalidad utilitaria, pragmática. Yo mismo he discutido alguna vez con líderes que defienden tal postura. Me han dicho: “Nosotros les ofrecemos prosperidad y sanidad, ustedes ¿qué les ofrecen?”.

Se trata evidentemente de una oferta atractiva en el complejo y competitivo campo religioso, oferta difícil de superar. Pero si observamos bien, se trata de una oferta que se aprovecha de la necesidad ajena, que toca las necesidades más sentidas y profundas de la vida humana. Mientras el protestantismo, “tradicional” digamos, ofrece Palabra de Dios y posibilidad de que Dios obre grandemente en sus vidas, el neopentecostalismo ofrece riquezas y sanidad a la vuelta de la esquina. Utilitarismo, conveniencia, negocio, pragmatismo. Eso es el discurso de la teología de la prosperidad, lo cual explica por qué en las agrupaciones neopentecostales su membresía nunca es fija, sino siempre rotativa o flotante, ya que siempre andan buscando alguna oferta mejor en alguna agrupación nueva o en algún predicador que abuse de lo mágico.

Otra explicación nos dice que la aparición de la teología de la prosperidad y el movimiento neopentecostal hay que entenderlo al interior de la crisis de racionalidad de la “sociedad occidental”. Esta explicación afirma que la cultura fomentada por la lógica del mercado y de la posmodernidad exacerba los niveles subjetivos y emocionales de la experiencia humana, por lo que constituye una excelente tierra fértil para que se desarrollen los diversos grupos entusiásticos, ya sean neopentecostales o el movimiento de la Nueva Era en tanto religiones de evasión social. Algunos también ven en la teología de la prosperidad una reelaboración filosófica con fuertes tendencias terapéuticas a partir de sus raíces gnósticas. Esto le habría permitido construir redes con el esoterismo y hasta con el kardecismo. No asombra, por lo mismo, sus semejanzas con la Nueva Era, de la cual también tendría diversas influencias. El sociólogo Óscar Amat y León sostiene que la espiritualidad oriental y la Nueva Era inundan el sediento mundo occidental con su discurso de renovación con base en la experiencia religiosa y el desarrollo del potencial mágico-divino que hay en nosotros mismos.

Refiriéndose a la relación entre la teología de la prosperidad y la Nueva Era, Amat y León, observa que:

Este tipo de literatura relacionada con el “pensamiento positivo”, y, por lo mismo, con autores no-cristianos como Og Mandino, Napoleon Hill o Dale Carnegie, llegó a tener su paralelo evangélico en los años 80 en autores carismáticos como Paul Yonggi Cho, Kenneth Copeland o Kenneth Hagin, quienes popularizaron al interior del mundo evangélico la teología de la “confesión positiva” que nos recuerda la necesidad de siempre hablar cosas positivas y no negativas, puesto que nuestra palabra es creadora y puede atraernos maldiciones o bendiciones, según sea que “confesemos” o digamos las cosas sobre las realidades que nos acontecen24.

Una explicación como esta última, realmente no dejaría ningún tipo de duda sobre la vinculación de la Nueva Era con la teología de la prosperidad.

¿Lucro y sobrevivencia personal?

Para nadie es un secreto que las condiciones materiales de la gran mayoría de las personas de América Latina es de una terrible escasez. El producto bruto interno y el índice de desarrollo humano señalan con frialdad y crudeza por dónde van nuestros países. Cuando los datos estadísticos se traducen en experiencias humanas cotidianas, entonces vemos el dolor, el clamor por la justicia, el hambre y la violencia. A esta realidad, obviamente, no escapa ninguna de las agrupaciones religiosas. En este panorama eclesial y social sombrío es que ha crecido con fuerza y cierto éxito la teología de la prosperidad. Para que este discurso tenga credibilidad, alguien tiene que evidenciar la prosperidad o la riqueza obtenida como producto de haber practicado las leyes de la prosperidad. ¿Quién es este alguien? Usualmente el pastor y, a veces, el liderazgo local. ¿Cómo consigue el pastor diversos bienes materiales? En algunas agrupaciones lucrando con la fe y esquilmando a los fieles. Sobre este punto concreto, literalmente se podrían escribir libros enteros narrando experiencias de cómo diversos pastores se hicieron de muchas posesiones.

Tal vez algún lector piense que estamos exagerando o contando una anécdota aislada. No, no es así. En un alto porcentaje de las agrupaciones neopentecostales es común que los pastores exijan más de la décima parte de sus ingresos económicos a los fieles, además de diversas ofrendas y donaciones “para el ministerio”. He corroborado que muchos de los pastores exigen que las donaciones no se hagan a nombre de la agrupación o iglesia, sino a nombre de ellos (de los pastores). Este afán de lucro no conoce límites en muchos casos. Así, se exige que los fieles donen terrenos, casas, joyas, artefactos, automóviles, otros, siempre a nombre del “ungido”. El lector podría comprobar lo que decimos haciendo un mínimo de trabajo de campo, leyendo la prensa evangélica seria que siempre da cuenta de estos casos y, a veces incluso, la prensa secular.

Un caso que ocurrió en Lima sirve para ejemplificar lo que hemos dicho. Un pastor “ungido” pidió a los fieles que el próximo domingo trajeran sus mejores vestidos y joyas, porque “algo tremendo iba a hacer el Señor”. Los miembros, en su gran mayoría, le hicieron caso y así trajeron aretes, pulseras, relojes, prendedores, etcétera, todos ellos muy costosos. El pastor, paso seguido, les dijo que sería oportuno “probar al Señor”, para “alcanzar una gran bendición”. La prueba consistía, era obvio, en entregar todo lo valioso al pastor, quien iba a orar para que el Señor les prosperara, devolviéndoles el valor por cien veces al cabo de siete días. Era de esperar que los fieles entregasen sus posesiones, pues el “ungido” tenía el poder del Espíritu Santo y la revelación de prosperidad. Ya se imaginarán lo que pasó: el pastor desapareció con las joyas y los vestidos caros, y los fieles nunca vieron prosperidad. Esta historia es muy similar a las otras que he escuchado o que he leído en diversas revistas o periódicos del continente.

Esta forma de hacerse de dinero fácil y rápido no es algo que se da sólo en América Latina. En Estados Unidos se conocen casos realmente alarmantes con los “maestros de la fe”, muchos de los cuales, haciendo colectas con el cuento de la prosperidad, han construido verdaderos imperios: red de hoteles de lujo, cadenas de televisión, etcétera. Por eso, muchos encuentran que esta teología es sólo un discurso que sirve a algunos “evange-listos” para engañar a los ingenuos o los nuevos en la fe. Y por ello, en parte, algunos investigadores sociorreligiosos dicen que las agrupaciones neopentecostales son verdaderas empresas de prosperidad, en las cuales no siempre ganan los fieles pero sí siempre sus pastores.

La teología de la prosperidad, entonces, sería un disfraz teológico, “piadoso” digamos, que utilizan algunos líderes neopentecostales para hacerse de propiedades y ocultar las diversas inmoralidades en la que se han visto involucrados públicamente, desde Jimmy Swaggart, Jim Bakker, Oral Roberts y Kenneth Hagin en Estados Unidos, hasta Héctor Giménez en Argentina. De esta manera, esta teología sería expresión de un cinismo religioso de aquellos que se encuentran atrincherados en instituciones religiosas con el propósito específico de hacer negocio, dinero. Ahora, no siempre los pastores “ungidos” de la prosperidad son tan directos al pedir dinero para ellos. A veces son más sutiles. En la Iglesia Pentecostal Dios es Amor (Lima), cuyo fundador es el misionero David Miranda, del Brasil, se escucha la siguiente predicación:

Hoy usted está sembrando lo que después va a cosechar y no pasará siete días para la respuesta del Señor. Dios, creador del cielo y de la tierra, confirma esta revelación de prosperidad; haz que el hermano conozca sólo prosperidad; llega a tu casa hermano, marca tu calendario; primero de setiembre empieza tu prosperidad. [...]. Escuchen, hermanos. Dios quiere ahora bendecir aquí a trece personas. Miren lo que Dios nos está revelando: el deseo de usted, de su familia, de tener felicidad, tener lo mejor, no puede ser realidad porque lo que usted gana no alcanza. Si quiere comprar una mejor ropa para su esposo y a sus hijos; y el Señor me dice que hoy ÉL multiplica su dinero. Son trece personas a las que Dios está pidiendo el sacrificio para vencer esa maldición, y el Señor me dice que estas trece personas tienen veinte soles para usar para Dios. Si crees que Dios te va a dar tan sólo un juego de ropas te equivocas. Dios te va a dar mucho más... Aquí está el primero... Aquí hay otra persona... Esta plata no es para mí, es para la obra de Dios25.

Por otro lado, es necesario señalar una actitud parecida a la de aquellos que lucran con la fe. Si bien hay pastores que abiertamente hacen dinero con el discurso de prosperidad, también están los que, siendo de otras tiendas teológicas, “se han subido al coche de los ganadores” y tratan de ganar algo, aunque sea las migajas. Estos saben bien que el discurso de la prosperidad trae reportes económicos o por lo menos permite sobrevivir. Son aquellos que por alguna razón perdieron su base eclesial —a decir verdad algunos nunca la tuvieron— y ahora quieren estar con las mayorías. Si éstas dicen guerra espiritual y prosperidad, allí están al frente para representarlas.

Cuando les he preguntado a qué se deben esos cambios tan drásticos, la respuesta sin vacilar ha sido la misma: “Tenemos derecho a madurar”, o “He madurado en la fe”. Más que madurar, me parece que han sabido acomodarse a los nuevos tiempos. Son de aquellos que siempre tienen la razón. Ayer tuvieron toda la razón y hoy también. Mañana, cuando estén con otra camiseta, también les asistirá la razón. Siempre estarán “madurando”. Algunos parecen no darse cuenta de que se comportan como mercenarios de la teología de moda. Esas actitudes son las que hacen daño a cualquier propuesta teológica, incluyendo a la de la prosperidad. Muchos hermanos al ver a pastores y líderes que alguna vez fueron de condición social modesta, y hoy tienen bienes en abundancia, rechazan el discurso teológico que predican. Y hay mucha razón en esa crítica.

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10 Cf. Noticias Aliadas, vol. 37, n.° 31, 28 de agosto del 2000.

11 “¡Esos protestantes!”. El Heraldo, Periódico religioso mensual, Vol. iii, n.° 33, Lima, noviembre de 1918. El énfasis es mío.

12 “Bendición y prosperidad”. Continente Nuevo, n.° 17, 1988, pp. 4–8.

13 Gene Getz. La verdadera prosperidad. Miami: Vida, 1994.

14 Para una visión del tema, ver John Stott. La verdad de los evangélicos. San José: indef-Visión Mundial, 2000, pp. 15–20.

15 Juan Kessler. Historia de la evangelización en el Perú. 3ra ed. Lima: Ediciones Puma, 2010.

16 “Mi deuda con Karl Popper”. En P. Schwartz (editor). Encuentro con Karl Popper. Madrid: Alianza Editorial, 1993, pp. 227–228. Las cursivas son mías.

17 El tema de la religiosidad lo he estudiado en “Religiosidad popular: un estudio exploratorio en la reflexión de la Fraternidad Teológica Latinoamericana”. En Integralidad n.º 7, año 2 (Revista digital del cemaa), Lima, 2010.

18 Oneide Bobsin. “Tendencias religiosas y transversalidad”. En R. Zwetsch (editor), Desafíos a la fe en tiempos de globalización, Quito: clai, 2000, pp. 36–37.

19 “Breve história do pentecostalismo brasilero”. En A. Antoniazzi (editor), Nem anjos nem demônios. Río de Janeiro: Vozes-ceris, 1996, p. 147. En lo particular, sigo la definición de Jorge Ramírez, quien dice: “Para nosotros religiosidad es un concepto por el que se permite operacionalizar el concepto religión que es general y abstracto. Religiosidad significa el modo y el grado con que la religión incide en el creyente o grupo de creyentes. Es medible a partir de sus indicadores subjetivos (en la conciencia del creyente) e indicadores objetivos (en la práctica religiosa). Comporta un aspecto cuantitativo, la intensidad con que la religión interviene en los creyentes, y otro cualitativo, el tipo de religiosidad de que se trate (a partir de las tipologizaciones que sobre una base u otra se pueden establecer). Pueden definirse, por ejemplo, categorías a partir del contenido religioso (religiosidad mítica, cristiana, espiritista, etc.) o según los sectores poblacionales que abarque (populares, élites, una determinada clase social, grupo étnico, etc.)”. Cf. “La religiosidad popular en América Latina. Definición y características”. En Formas religiosas populares en América Latina. La Habana: Editora Política, 1994, p. 102.

20 “¿Agonía o resurrección de las religiones?”. En Caminos, n.° 56, 1997, pp. 31–32.

21 José Míguez Bonino. Rostros del protestantismo latinoamericano. Buenos Aires: Nueva Creación, 1995, pp. 57–79.

22 Carlos Duarte. Las mil y una caras de la religión. Quito: clai, 1995, p. 164.

23 María Rivarola. “La prosperidad en el año 2000”. En Mi casa, n.° 105, año ix, Lima, febrero del 2000, p. 13. Las cursivas son mías.

24 “Las siete leyes espirituales del éxito”. La Verdad, n.° 023, Lima, 1998.

25 “La lucha por adeptos religiosos en el Perú”. El Sol, Lima, 5 de setiembre de 1999.

Los banqueros de Dios

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