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Capítulo 03 Valores de supervivencia y reproducción Las mujeres sólo quieren rock
ОглавлениеLa atracción no es una elección, es un hecho.
David DeAngelo
Existen mecanismos físico-psicológicos, conscientes o inconscientes, que explican por qué con ciertas personas se despierta en nosotros el deseo de tener una relación sexual y por qué, con otras, sentimos desagrado sólo por imaginarla.
Hablamos de valor de supervivencia y reproducción (VSR) porque nos remitimos a los estudios científicos que investigan qué genera atracción en los hombres y qué en las mujeres.
En El origen de las especies, Darwin planteó que a la hora de elegir compañeros sexuales todos los animales se basan en los parámetros de supervivencia y reproducción de los posibles candidatos, es decir que seleccionan a sus compañeros sexuales a partir del VSR que suponen en él. De este modo, cada especie posee sus propios valores de supervivencia y reproducción. Como este libro trata de técnicas de seducción y no de biología, nos centraremos en los VSRs del ser humano y, en particular, en aquellos que más les interesan a las mujeres.
El concepto de VSR
Como su nombre lo indica, el valor de supervivencia (VS) es la capacidad de sobrevivir en cierto medio que posee un individuo determinado. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede con muchas otras especies animales, es difícil concebir a un hombre fuera de una comunidad. Hace decenas de siglos, el filósofo griego Aristóteles definía al hombre como un animal sociable por naturaleza, de ahí que su VS se extienda también a quienes lo rodean.
En cambio, el valor de reproducción (VR) está determinado al mismo tiempo por las características genéticas del individuo y por su eventual capacidad de reproducirse. Por ende, dentro de cualquier comunidad, aquellos que posean un material genético apreciado y que al mismo tiempo sean fértiles tendrán un elevado VR, valor de reproducción.
Si bien es complicado establecer parámetros universales de belleza, las características asociadas al VSR son prácticamente las mismas en todas las culturas y todas las épocas.
Tomemos, por ejemplo, el caso del “90-60-90” que utilizamos hoy en día como ideal de belleza femenina en cuanto a contornos corporales se refiere. Es sabido que en épocas pasadas las medidas perfectas eran muy diferentes. Pero la proporción, el ratio entre cintura y cadera siempre ha sido el mismo, ya que indica un alto valor de reproducción. Al ver a una mujer con esas proporciones, nuestros sentidos nos informan que probablemente sea muy fértil y tenga un buen canal de parto. En definitiva, podemos decir que una mujer no nos atrae porque es linda, sino que nos resulta linda porque nos atrae.
Las tres gracias, el cuadro de Rubens (1639), puede darnos algunas pistas acerca de los parámetros corporales ideales del siglo XVII. Hoy en día, ese tipo de mujer no parece estar muy de acuerdo con nuestro gusto ya que es bastante voluminosa, alejada del 90-60-90. Sin embargo, si observamos con detenimiento la relación entre su cintura y su cadera, veremos que es igual a la que los hombres prefieren actualmente1. En el presente, las mujeres más delgadas suelen resultarnos más atractivas, pero la proporción cintura-cadera sigue siendo la misma que en 1639, cuando Rubens pintó sus “tres gracias” y eso vale tanto aquí como en una tribu del Amazonas. Es decir, siempre tenderán a resultar más atrayentes las mujeres con alto valor de reproducción.
El VSR es un parámetro universal, lo que no quita que existan muchas excepciones y diferentes gustos. Tampoco sostenemos que la atracción entre un hombre y una mujer pueda explicarse de modo monocausal. Sin embargo, la imagen corporal forma parte de la evaluación del VSR; éstos son valores universales que tienden a ser semejantes en la mayor parte de las personas.
La realidad es que nuestro cerebro está amoldado a una situación primitiva. La anticoncepción es un fenómeno muy reciente en la historia de la humanidad. Instintivamente, seguimos relacionando el sexo con la reproducción y, aunque conscientemente sepamos que sólo deseamos una noche de sexo salvaje, nuestra carga genética, nuestras emociones y nuestro inconsciente siempre evaluarán a nuestro compañero sexual en términos de VSR.
No es una cuestión menor la reproducción y mucho menos aún para la mujer. Elegir al compañero sexual no fue siempre un acto recreativo. A lo largo de los doscientos mil años que el ser humano lleva sobre la Tierra, la mayor causa de mortalidad femenina ha sido el embarazo y parto. Durante siglos y siglos, elegir al hombre indicado fue una cuestión de vida o muerte para la mujer. Darwin concluyó entonces que el género que más invierte en la reproducción buscará en mayor medida valores de supervivencia en sus compañeros sexuales. La mujer se comporta como óvulo y el hombre como espermatozoide: el hombre se postula y la mujer selecciona.
Entonces, a grandes rasgos, en términos de selección sexual, podemos decir que la mujer es quien elige. Si va a estar embarazada durante nueve meses y deberá cuidar al niño constantemente por un lapso igual o mayor que ése, no le importará que su compañero sea lindo, sino que pueda garantizarle la supervivencia.
Entendamos cómo se produjo este fenómeno evolutivamente: las mujeres que se sintieron atraídas por compañeros que no les garantizaron la supervivencia y se reprodujeron con ellos, probablemente no hayan dejado descendencia, pues ellas y sus crías deben haber perecido en el intento. En términos de selección natural, fueron más aptas (y, por lo tanto, dejaron más descendencia) las mujeres más selectivas, que detectaron mejor los valores de supervivencia en los hombres. La mujer de hoy en día desciende de aquellas que supieron seleccionar a esos hombres con alto VS, y su cerebro se moldeó para eso en el transcurso de los siglos. Del lado masculino, la selección natural parecería actuar de modo inverso. ¿Qué hombres lograron perpetuar su descendencia? Los más promiscuos. La promiscuidad siempre fue una ventaja evolutiva en el hombre, pero no tanto en la mujer. Veamos…
El sexo y la reproducción
Supongamos una situación extrema, en la que la población humana se redujera a una isla habitada por un solo hombre y cien mujeres. Con un poco de dedicación, en un año él podría tener cien hijos, y ésta probablemente sería una buena forma de garantizar la continuación de su linaje y la especie. O, quizá, él elegiría entre esas cien mujeres sólo a algunas de ellas. ¿A cuáles? Pareciera que la mejor estrategia consistiría en seleccionar a las más fértiles, las que tuviesen mejor genética, las más lindas, para procrear con ellas una cantidad razonable de hijos. ¿Podría ese hombre elegir a una sola mujer? Claro que sí, pero estaría arriesgando la continuidad de la especie si, por ejemplo, ella resultara no ser fértil o muriese en el intento de reproducirse.
En definitiva, podríamos decir que si se apareara con varias mujeres jóvenes, fértiles y sanas (de alto VR, valor de reproducción), él tendría mayores probabilidades de perpetuar sus genes.
Pensemos ahora el escenario opuesto e imaginemos a una mujer sola en una isla con cien hombres. Ella podría tener, en condiciones favorables, un solo hijo por año (con muchísima suerte, dos o tres). Teniendo en cuenta esa circunstancia, ¿a qué hombre elegiría para procrear?
Sin duda, en tanto en la otra isla el hombre podía elegir de una sola mirada a varias mujeres con las que tendría buenas chances de reproducirse, esta mujer deberá seleccionar mucho más cuidadosamente. Y parece ser que lo más conveniente sería elegir al hombre con mayor valor de supervivencia, para tener más probabilidades de perpetuar sus genes. Esto, como bien señala Helen Fisher en Anatomía del amor2, no significa que la estrategia reproductiva de la mujer consista en elegir a un solo hombre. Por el contrario, parece ser mejor que elija al menos tres o cuatro que le garanticen la supervivencia y que incluso tenga capacidad de recambio, en caso de que uno de ellos muera o deje de aportarle su VS. Lo interesante es que esos tres o cuatro hombres serán seleccionados principalmente por su valor de supervivencia (VS) y no por el reproductivo (VR), ya que sólo uno por vez podrá reproducirse con ella.
Ahora podemos comprender un poco mejor la diferencia entre lo que la mujer pondera en la búsqueda de un compañero sexual y lo que predomina en la elección masculina. La selección natural determinó que los hombres busquen principalmente altos valores de reproducción: mujeres con buena genética, fértiles, lindas, jóvenes, que le garanticen una buena progenie. Los hombres nos sentimos atraídos por este tipo de mujer; es un factor decisivo en nuestras elecciones y, al estar presente en nuestros genes, actúa con una intensidad que usualmente no percibimos de forma consciente.
En las mujeres, la selección natural ha operado al revés: ellas buscan en los hombres un alto índice de valores de supervivencia y, en un porcentaje mucho menor, ciertos valores de reproducción. Si el hombre tiene una personalidad que transmite alto VS, la mujer se siente atraída. En cambio, la belleza y la juventud ocupan un segundo lugar. Tal como sucede con los hombres, este comportamiento ha sido heredado durante generaciones y posiblemente haya sido incorporado en un plano más inconsciente.
Expresado en términos de porcentajes, podríamos decir que el hombre busca valores de reproducción (mujeres bonitas) en un 80% y valores de supervivencia en un 20%. En las mujeres, es al revés: ellas buscan principalmente hombres con un alto valor de supervivencia.
Selección sexual hoy
La reproducción es un proceso biológico y no parece muy complicado entender en qué consiste un VR elevado. Pero ¿en qué radica el valor de supervivencia actualmente? En la época de las cavernas, quizás se hallaba en la fuerza y la destreza física, la capacidad de cazar y defenderse de otros hombres o animales. Pero hoy en día, a no ser que uno viva en la jungla, la cuestión pasa por otro lado.
Que seamos fornidos no nos garantiza la supervivencia. El mayor VS de un hombre, en el mundo de hoy, reside en sus recursos y su personalidad. Si tomamos a hombres de un mismo estrato socioeconómico y cultural, quien tiene más capacidad de sobrevivir exitosamente es quien posee una mayor inteligencia social: lo que conocemos como un líder.3 El liderazgo es el don social por excelencia y, como mencionamos anteriormente, el ser humano es un ser social. No hay inteligencia más valiosa para la supervivencia humana que la inteligencia social.
El liderazgo siempre ha sido atractivo porque invariablemente ha aumentado las probabilidades de sobrevivir; podemos suponer que, desde que el ser humano vive en tribus, esto es así. En ese entonces, si se declaraba una guerra o estallaba una epidemia ¿quién tenía más posibilidades de sobrevivir? Seguramente, el jefe o, por lo menos, su familia. El liderazgo siempre ha sido un rasgo de personalidad muy atractivo para las mujeres, porque es una característica determinante en alguien con alto valor de supervivencia.
La mujer busca hombres con una personalidad atrayente, sólida, determinada: una que transmita altos valores de supervivencia. Por lo tanto, como hombres, para la seducción nuestro as en la manga radica principalmente en la personalidad, aunque es preciso recordar siempre que no se trata de pretender ser quien uno no es, sino de resaltar aquellos rasgos nuestros que muestren un alto valor.
Cuando se encienden los interruptores de la atracción
Como ya señalamos, los hombres tendemos a sentirnos atraídos por valores de reproducción y las mujeres por valores de supervivencia. Ahora bien, el VR puede detectarse en milésimas de segundo: con sólo ver la foto de una mujer podemos determinar, sin mucho margen de error, si tiene un alto valor de reproducción y si es bella.
El VS, en cambio, requiere más datos para poder ser establecido. La foto de un hombre no es un buen indicador. Como observamos previamente, el valor de supervivencia hoy en día se relaciona ante todo con la inteligencia social más que con la fuerza física o la belleza del individuo. Estas habilidades se perciben únicamente al ver interactuar a un individuo.
Cuando se les pregunta a las mujeres qué les atrae de un hombre, suelen decir casi siempre, en primer lugar: “Que me divierta, que me haga reír”.
Y ¿qué es el humor sino un rasgo de personalidad? Manifiesta inteligencia social pura, que indica empatía con la gente. Entender qué nos hace reír y qué nos hace llorar es un rasgo de alta inteligencia social. Es por eso que en una interacción, el sentido del humor se convierte en una herramienta muy útil para transmitir valor en poco tiempo.
En definitiva, los hombres podemos sentirnos atraídos instantáneamente por una mujer, tan sólo viendo una foto (a la mayor parte de nosotros nos sucede eso a diario). En cambio, el mecanismo de atracción en la mujer requiere de un tiempo mayor para ser activado.
Es crucial entonces saber que, cuando comienza una interacción entre un hombre y una mujer, es muy probable que el dispositivo de atracción de él se dispare antes que el de ella. Una vez activados, los dos son igualmente efectivos, pero cada uno tiene sus tiempos particulares. En el momento de la seducción, parte de la inteligencia social del hombre consiste en saber cómo actuar frente a esta falta de sincronización de los mecanismos de atracción de ambos sexos.
Los hombres tenemos una gran ventaja. No estamos tan limitados por nuestra belleza física a la hora de seducir; nuestra personalidad puede permitirnos atraer a hermosas mujeres. Jamás debemos descartarnos de antemano porque no creemos ser suficientemente atractivos en el plano físico. Tenemos que recordar que en la selección que realizan las mujeres predomina el valor de supervivencia: tan sólo con desarrollar y exhibir adecuadamente nuestro VS podremos acceder a mujeres con alto valor de reproducción. En otras palabras: si desarrollamos una personalidad atractiva, sin duda atraeremos a hermosas mujeres.
1 Golombek, Diego (2006), Sexo, drogas y biología, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores.
2 Fisher, Helen (1994), Anatomía del amor, Barcelona, Anagrama.
3 Goleman, Daniel (1995), La inteligencia emocional, Nueva York, Bantam Books.
Elegir una imagen congruente Cinco elementos básicos para comenzar a comunicar VSR de manera subliminal: |
1. La atracción no es una elección: no podemos elegir quién nos cautiva. El impulso sexual es tan vital como comer o respirar.
2. Las mujeres se sienten atraídas principalmente por la personalidad (valor de supervivencia). Los hombres, por la belleza física (valor de reproducción).
3. Las mujeres generalmente demoran más que los hombres en sentirse atraídas cuando están comenzando a conocer a alguien. Esto es porque el valor de reproducción de una mujer puede percibirse con una mirada apenas, mientras que el valor de supervivencia de un hombre sólo puede detectarse después de una interacción.
4. El atractivo de un hombre reside en su personalidad. Si proyecta correctamente su VSR, las mujeres se sentirán fácilmente cautivadas.
5. Es una ilusión pensar que mintiendo acerca de quiénes somos o de lo que hacemos podremos sacar ventaja. Es mucho más inteligente dedicar nuestro tiempo a desarrollar realmente aquellas cualidades que queramos tener y concentrarnos, al mismo tiempo, en resaltar nuestras virtudes al realizar una interacción.
Field Report --> Leo. El juego. En este FR Leo conoce a una chica alemana en un bar y genera atracción dando pistas constantes de su VSR. |
Museo, Rosedal y sexo con cantante alemana
«El martes pasado estaba almorzando con mis amigos en el restó de siempre. El lugar se veía medio vacío, pero nuestra mesa estaba llena. Éramos como diez, ya de sobremesa. De pronto, veo que entra una rubia, alta, de ojos azules, que se sienta sola en una mesita junto a la ventana.
Trato de hacer contacto con la mirada, pero ella está ocupada con la comida. Mientras hablo con mi amigo Nacho (periodista), no puedo dejar de mirarla. Me siento seguro, sé que voy a abrirla, no pienso mucho en qué decirle, sólo me centro en ir y hablar. Justo en ese momento Nacho se levanta y me saluda. Yo estaba terminando mi café, así que me digo: “Voy, sí o sí”. Primero me dirijo al baño y en el trayecto saludo a los empleados del restaurant. Al salir, me acerco a la rubia y le digo:
–¡Eh!, ¿qué tal la comida? ¿Necesitás algo?
(Lenguaje corporal sólido, tono de voz congruente con delivery.)
–Bien, bien (con un tono europeo raro).
–Bueno, cualquier cosa que quieras o necesites decime, mirá que soy como el dueño acá.
Ella sonríe.
–¿Ah, sí? Mmmm... Yo no hablo bien español.
–Ok, ¿de dónde sos?
–De Alemania, de Colonia.
–Ah, ok, ¿qué estás haciendo?
–Estoy recorriendo, me interesa la música.
–Qué bien, tengo un lugar mágico para mostrarte que te va a encantar conocer… Nos comunicamos y arreglamos.
–¿Lugar mágico?
–Sí. ¿Tenés Facebook?
Agarra una servilleta y me escribe su nombre. Le digo que me esperan mis amigos, que tienen sus cosas en mi auto y la saludo.
Cuando salgo, quienes habían visto todo el movimiento no lo podían creer... El daygame (juego de día) era uno de mis objetivos principales cuando entré a LevantArt.
A las pocas horas ya me había aceptado en Facebook y ese mismo día, mientras estaba en el gimnasio, empezamos a chatear.
–¡“Alemanian” girl!
–Eh, ¡qué rápido!
–¿Qué tal estuvo el almuerzo?
–Muy bueno para mí... ”Yo acostumbrada a la carne de Alemania”.
–Noté que te interesa el arte y sobre todo la música…
–Sí, soy cantante.
–¿Cómo es tu agenda de esta semana? ¡Conozco un lugar muy bueno!
–Todavía no lo sé... Tal vez voy a Iguazú en el fin de semana... ¿qué lugar?
–Un lugar especial de la ciudad.
–Ahá...
–¿Fuiste al Malba? Es cerca de ahí.
–Todavía no. ¿El museum?
Quedamos en encontrarnos al otro día a las 15 hs. en la puerta del Malba.
Yo había ido poco antes a ver la exposición de Carlos Cruz, un artista plástico venezolano, un genio de los colores. Entré saludando a la gente del museo como si yo fuese conocido, “Hola ¿cómo va?” a todo el mundo… Hablamos de música y ella me contó algunas historias de su viaje.
Después de ver la muestra, fuimos al bar del museo, tomamos un café y de ahí al Rosedal. Le conté que mucho tiempo atrás, ésos eran los jardines de Rosas, en su mansión. Hice un poco de rollplaying para tomarla del brazo:
–Imaginate que vos y yo somos ahora los dueños de este jardín...
Íbamos caminando y sacándonos fotos; en cierto momento, le señalo un grupito que caminaba por allí:
–¡¿Qué hace toda esa gente en mi jardín?!
–No sé, vamos por el puente.
Antes de cruzarlo, le digo:
–En un minuto te voy a dar un beso, todavía tenés tiempo de irte corriendo por el jardín...
Me sonrió y no supe si había comprendido mis palabras, pero como se quedó conmigo del brazo, cuando subimos al puente la tomé de la nuca y le di un buen beso. Después, estuvimos un rato tirados en el Rosedal hasta que se fue el sol y empezó a hacer frío.
Nos vimos un par de veces más y la pasé genial. Nunca supe qué parte de lo que hablamos entendía y qué parte no, pero físicamente ¡compartimos el mismo idioma!»