Читать книгу Un crisol de terror - Max Liebster - Страница 7
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El día de noviembre que nos escapamos parecía interminable. Una espesa niebla emergía del valle y ocultaba el tenue sol de otoño. Doris tenía siete u ocho años y era demasiado pequeña para entender que huíamos con el fin de salvar la vida, pero estaba inquieta e irritable porque percibía nuestra preocupación. La humedad, las corrientes de aire en el interior del coche y la tensión nos helaban hasta los huesos. No sé por qué, tal vez por el frío y la ansiedad, Julius y Hugo se turnaban para salir del coche y dar patadas al suelo como caballos nerviosos. Al caer la noche decidimos no pernoctar en el bosque, donde habíamos aparcado los vehículos, pues podían venir los cazadores por la mañana temprano. Además, los coches no nos protegerían del frío. Ese lugar había sido un buen escondite durante el día, pero ¿y ahora?
Decidimos ir a una posada aislada, situada en la zona más remota de las montañas Odenwald, donde nadie nos conocería. Como la niebla amortiguaba la luz de los faros y el ruido del motor, nuestro viaje a través de las montañas pasó más desapercibido. El desasosiego aumentaba a medida que nos acercábamos al lugar donde esperábamos pasar la noche. ¿Sería esta decisión nuestra ruina? Nosotros nos considerábamos alemanes. Los Oppenheimer estaban completamente integrados, tan solo su apellido les identificaba como judíos, y mi apellido, Liebster, era alemán y significaba “el más querido”. Mis primos siempre habían sido muy discretos. En Viernheim, ni siquiera colocaban el candelabro en la ventana, como hacían los demás judíos. Sin embargo, ahora temíamos ser descubiertos. En nuestros papeles, como en los de todos los judíos, constaban los nombres “Israel” o “ Sara”, por imposición de los oficiales nazis.
Aquella noche en la posada me obsesionaba la idea de que el temor al nazismo se extendiera como una plaga por todo el país. La gente había cambiado tan repentinamente, que se hacía difícil distinguir entre el amigo y el enemigo. Me sentía como una presa solitaria acechada por una fiera desconocida e incomprensible.
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En enero de 1933, el presidente von Hinderburg nombró inesperadamente canciller del Reich a Adolf Hitler. Yo para entonces solo contaba 18 años, y oía a algunos de nuestros clientes calificar de peligroso el acontecimiento. Sus voces pronto se acallaron, ya que los camisas pardas* organizaban redadas de opositores políticos, confiscaban sus papeles y libros, y disolvían sus reuniones. De repente cesaron las estruendosas marchas y los enfrentamientos en las calles. Los lugares públicos volvían a ser seguros, por lo que los niños podían jugar de nuevo en la calle. Ahora un solo partido, el Partido Nazi (el NSDAP)**, controlaba el país. Alemania se había convertido en un estado policial, pero el pueblo agradecía el retorno a la calma, que para muchos compensaba la pérdida de libertad de algunas personas. En todo caso, la gente no se atrevía a expresar sus sentimientos. La amenaza de ser tachados de disidentes paralizaba de miedo a la mayoría de los ciudadanos, dispuestos a conformarse a la creciente presión.
* Hitler utilizó a los sturmabteilung (SA), también conocidos como camisas pardas, para ganar poder político mediante la violencia callejera y la intimidación de los opositores políticos.
** Nationalsozialistische Deutsche Arbeitspartei, o Partido de Trabajadores Alemanes Nacionalsocialistas.
JUDA VERRECKE!
(¡Muerte al judaísmo!)
(Eslogan nazi pintado en paredes y ventanas.)
Desde el comienzo de su carrera política, Hitler denunció con vehemencia a los “peores” enemigos del Estado: los comunistas y los judíos. Su mensaje cobró fuerza con el apoyo de la propaganda del ministro Joseph Goebbels. En sus exacerbados discursos, Hitler prometía empleo, un volkswagen y mejor vivienda para la gente común (el volk). Las fábricas tenían que paralizarse mientras los trabajadores escuchaban sus arengas. En efecto, el führer proporcionó trabajo. Todas las mañanas pasaban por delante de nuestra tienda obreros con palas atadas a sus bicicletas. En vez de hacer cola para conseguir un poco de sopa, ahora tenían trabajo, quizás no el que les hubiera gustado, pero al menos podían ganarse el pan. Hiciese frío o calor, con niebla o lluvia, trabajaban nivelando el terreno a lo largo del río Rin para construir la primera autopista alemana, la “autobahn”.
El judío extendió su garra con avaricia para arrastrar al
granjero alemán al abismo; entonces vino Adolf Hitler
y le detuvo, y ¡Alemania fue liberada!
(Día especial de los granjeros alemanes.)
Los granjeros empezaron a colaborar con el nuevo régimen, lo cual mejoró la economía. El gobierno tomó medidas para proteger de los prestamistas las propiedades de los granjeros, siempre y cuando estos pudiesen probar que eran de pura raza “aria”. Las masas celebraban la rápida recuperación económica y parecían ciegas ante el gradual estrangulamiento de la libertad. Aclamaban a Hitler como su salvador.
Adolf Hitler, tú eres nuestro gran führer.
Tu nombre hace temblar al enemigo.
Tu Tercer Reich viene,
solo tu voluntad se hace en la Tierra.
Permítenos oír tu voz a diario
y tennos bajo tu liderazgo,
pues obedeceremos hasta el final, incluso con nuestras vidas.
¡Te alabamos! Heil Hitler!
(Oración escolar.)
Empezamos a oír afirmaciones como “Hitler quiere orden y decencia. Alemania debería apoyar a su líder”. El saludo Heil Hitler! reemplazó al saludo normal. Servía de constante recordatorio de que Heil, la salvación, viene mediante el führer. Parecía que todo el mundo estaba de acuerdo, lo quisieran o no. ¿Quién iba a atreverse a disentir en público? Cualquier voz disidente habría sido silenciada con la amenaza de “detención preventiva” en un campo de concentración. Yo mismo pude comprobar cómo nuestros propios clientes hacían oídos sordos a los horribles rumores sobre ciertas atrocidades que estaban empezando a circular.
¡Viernheim permanece leal a Adolf Hitler y a la patria!
[...] ¡Viernheim es Alemania, y somos un gran pueblo,
en una hermosa comunidad nacional!
¡Alemania y nuestro führer Adolf Hitler sobre todas las cosas!
¡Heil Alemania, Heil führer!
(“Diario del pueblo de Viernheim, 30 de marzo de 1936.)
Un trabajo seguro unido a la baja tasa de criminalidad y a comida en abundacia calmaba los ánimos de la población, así que pocos alzaban su voz en contra de los degradantes carteles que presentaban a los judíos como una influencia maligna. Las leyes iban restringiendo cada vez más nuestras libertades. El gobierno organizaba boicots contra los negocios judíos. A Julius y a su hermano Leo se les había forzado a vender su representación de golosinas a un “ario” por una cantidad insignificante. A pesar de que Leo tuvo que empezar a trabajar en una fábrica, Julius y Hugo se sentían seguros gracias a la buena relación que mantenían con sus clientes.
La expresión “un judío decente” es una absoluta contradicción,
ya que las expresiones “decencia” y “judío” son
términos opuestos y excluyentes entre sí.
(Diario del pueblo de Viernheim,1938.)
Los periódicos publicaban historias inquietantes sobre los judíos. Aparecían señales que les prohibían la entrada a lugares públicos, como teatros o parques, y debido a su “sangre” inferior, no podían ser funcionarios del Estado ni profesores. El antisemitismo se había extendido incluso entre los alemanes cultos, que se apresuraban a ocupar las vacantes creadas por los académicos y profesionales judíos, a quienes se les había obligado a renunciar a sus puestos.
Una juventud frenética alzaba sus brazos y sus voces para aclamar al führer, no solo de Alemania, sino del Tercer Reich.***
*** El régimen nazi utilizaba el término “Tercer Reich” para referirse a Alemania y sus territorios. Dicho término guardaba fuertes vínculos históricos con el Sacro Imperio Romano (Primer Reich) y con la era de Bismarck (Segundo Reich), y un vínculo religioso con el milenarismo cristiano, ya que reich significa “reino”
Nuestra bandera ondea ante nosotros.
Hombre a hombre nos apoyaremos hacia el futuro.
Marchamos por Hitler en la noche y en la adversidad
con la bandera de la juventud por la libertad y el sustento.
(Canción de las Juventudes Hitlerianas a la bandera.)
Cuando presenciaba los desfiles de las Juventudes Hitlerianas, se me helaba la sangre y al contemplar el mar de banderas con la esvástica, veía el borde del abismo. Los veteranos alemanes querían borrar la humillación de la primera guerra mundial, por lo que acogían con gran satisfacción la resurrección del ejército alemán. El éxito de Hitler en Austria y el acuerdo de Munich con Dadalier, de Francia, y Chamberlein, de Gran Bretaña, habían elevado el estatus internacional de Alemania. La volksgemeinschaft**** hervía de fanatismo y orgullo.
**** Este término alemán es una combinación de la palabra volk, que significa literalmente “nación”, y gemeinschaft, o “comunidad”. Según el uso nazi, volk llegó a estar relacionado con conceptos de unidad, pureza y superioridad racial aria. La meta común sería una raza dominante de sangre pura. Cada miembro de la volksgemeinschaft tenía la misma responsabilidad solemne de defender la unidad y grandeza de la nación alemana.
El pueblo exige que todo aquel que
negocie con judíos
sea excluido de cualquier beneficio provisto por el gobierno [...].
(Gaceta de Viernheim.)
Los judíos se apresuraban a hacer planes para escapar. Mi querida hermana Hanna había trabajado leal y eficazmente como secretaria durante casi diez años en la fábrica de papel. Fue despedida y sustituida por un “ario” debido a la presión que ejercieron los nazis en la dirección de la empresa. Poco antes de la persecución antisemita de noviembre de 1938, funcionaban algunos servicios de emigración. Hanna tomó una rápida y valiente decisión. Cierta organización judía estaba enviando matrimonios jóvenes a Argentina, donde podrían obtener tierra y ganado a crédito. Adolf Strass, el hijo de un vinicultor judío de Rin Hessen, le propuso matrimonio con la intención de que pudieran cumplir los requisitos para acceder a una granja en Argentina. Hanna aceptó la incierta propuesta para poder escapar de la barbarie y con la esperanza de rescatar a su familia. Se casó con aquel extraño en Reichenbach, en febrero de 1938. Conocí a mi cuñado brevemente el día de la boda, una ocasión muy triste en la que no hubo ni intercambio de votos ni banquete nupcial. Adolf vino con el tiempo justo para firmar los papeles y se volvió a marchar para preparar su emigración. Mi hermana se reuniría con él en Mainz unas semanas más tarde.
Ida, mi otra hermana, perdió su trabajo de sirvienta, ya que la familia para la que trabajaba de pronto se dio cuenta de que era judía, una mujer de raza inferior. Como ellos eran “arios” puros, no pudieron soportar por más tiempo su presencia y la despidieron. Decidida a emigrar a Palestina, se unió a una organización sionista y se preparó para la vida en un kibbutz. La lista de espera era muy larga, y mientras aguardaba respuesta, conoció a Sydney Nussbaum. A este joven lo habían enviado al campo de concentración de Buchenwald tras el pogromo de Hamburgo, a pesar del sacrificio que su familia había hecho por Alemania: su padre y sus cuatro hermanos habían muerto en combate en la guerra mundial. Durante su estancia en el campo, había recibido los papeles de inmigración de Estados Unidos, lo que le permitía salir, con las manos vacías, pero libre.
Sydney relataba historias aterradoras sobre su estancia en Buchenwald, como la de un judío anciano a quien había visto morir violentamente a manos de un sádico, o la drástica pérdida de peso que sufrió en tan solo unas semanas y que le dejó sumamente débil. Pero al menos él pudo salir vivo del campo, mientras que muchos otros volvieron con sus familias en cajas negras.
Sydney se dirigió a Virginia occidental para trabajar en Sloan’s, unos grandes almacenes cuyo propietario era judío. Quería rescatar a Ida y pedirle que se casara con él, así que prometió que tan pronto como llegara a Sloan’s, solicitaría los papeles necesarios para llevarse a su esposa.
A pesar de las circunstancias agobiantes, también había buenos momentos. Conocí a Laure Eckstein, una encantadora joven de 20 años. Laure y yo intentábamos ahuyentar nuestros temores en los bailes judíos de Mannheim. Ella trabajaba en la tienda Rothschild, cerca de Weinheim, con Fanny Oppenheimer, la hermana de Julius y Hugo. Se la presenté a mis padres. Me enamoré de su personalidad abierta y alegre, así que vivía esperando el momento en que me enviaran a decorar el escaparate de Rothschild. Yo tenía 24 años y me habría casado con ella si no hubiera sido por la incertidumbre del momento en el que vivíamos. Además, al empeorar las cosas, el padre de Laure decidió mudarse a otra zona.
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