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Las identidades políticas

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Con todo lo expuesto en los anteriores apartados, la definición de identidad política parece desprenderse por sí sola. No sólo se constituye de la forma que hemos reseñado, sino que se delimita, se reproduce y cambia por medio de los diversos procesos ya descritos. Entonces ¿cuál es la especificidad de la identidad política? Esto se revisará a continuación, aunque antes se indicará lo que entenderemos como política.

En esta investigación utilizaremos como piedra angular de la definición de política el trabajo de Norbert Lechner, quien ha hecho significativos esfuerzos para conceptuar la política como búsqueda de un orden (Lechner, 1986: 4). Con tal noción, Lechner no busca invisibilizar el conflicto, sino instaurar que ésta es siempre la búsqueda de una utopía, una comunidad y una plenitud inalcanzable. Si bien es imposible dicha utopía, actúa como catalizadora de la acción transformadora de los sujetos (Lechner, 1988). Precisamente la idea de comunidad inalcanzable es lo que permite a Lechner definir la política como búsqueda de un orden, pero sin abandonar el conflicto inherente a la misma. De manera más específica, Lechner nos entregará cuatro elementos fundamentales para poder estudiar, comprender y analizar el campo de lo político:

1) La política es una fase de la producción y la reproducción de la sociedad por ella misma.

La política es producción y reproducción de la sociedad pues no sólo es emergente de lo social, sino que también lo crea confrontando a los seres humanos con su necesidad de decidir un destino común y de vivir junto a otros. Así, lo particular de la vida humana es que, además de insertarse en la naturaleza y en el mundo de las necesidades básicas, se inserta en un espacio pleno de significado que le antecede y sobrevivirá a su muerte: tal es el mundo de lo humano.6 El hombre, parafraseando a Arendt, nace solo y se inserta en el mundo de la naturaleza, pero también está rodeado de otros hombres con los cuales comparte este mundo humano, significativo, estable y duradero (Arendt, 1974: 64). Este mundo, en el que nos insertamos al nacer, no puede constituirse solamente como un espacio para la satisfacción de necesidades básicas sino que debe permitir la relación con los otros, la creación y la inmortalidad. Tal será, tanto para Lechner como para Arendt, el espacio de lo político. Este espacio estará signado por la idea de decisión de la sociedad respecto a su propio devenir, sus propios objetivos y prioridades. En ese sentido, la política tiene relación con la voluntad de una sociedad de decidir sobre sí misma y sobre quienes la componen: no puede estar regida por leyes inmanentes, ahistóricas ni trascendentes, pues frente a ellas la política está condenada a la extinción o la mudez. Y cuando la política desaparece o enmudece, el mundo común parece también condenado al mismo destino.

2) La política es la construcción de acciones recíprocas y, particularmente, la determinación recíproca de los sujetos.

Esta idea se refiere a que la política implica la relación de dos o más actores políticos que determinan sus acciones con las de otros actores, y viceversa. Esta idea excluye la noción de tecnología social, ya que se fundamenta en el razonamiento de que un agente puede diseñar o prever las acciones de los actores sociales y la sociedad en su conjunto. En ese marco, la política no existe, pues no hay relación entre varios actores y —más importante— no hay determinación recíproca de sujetos.

La determinación recíproca de sujetos alude a la inexistencia en el espacio político de actores preconstituidos: contra éstos Lechner afirmará que los sujetos políticos y sus identidades no están constituidos a priori sino que se construyen en la dinámica e interacción del espacio político. Esta idea ha sido desarrollada de manera más extensa por Laclau.

3) La política es acción instrumental, pero también es acción y expresión simbólica.

Esta idea afirma que la política tiene un innegable carácter instrumental, pero no se limita a esto. No todas las acciones ni todos los temas que abarca la política tienen una orientación pragmática sino que parte importante se refiere a una dimensión simbólica, subjetiva y expresiva. Como veíamos en el primer apartado, la política es el espacio y el ejercicio que nos conduce a un mundo común en el sentido arendtiano. En este lugar y tiempo, los individuos reafirman su pertenencia a una colectividad, a una sociedad que les precede y que les sobrevivirá. La política es expresión simbólica pues por medio de la constante recreación de la vida colectiva, a partir del mito y el rito político,7 los sujetos afirman y reproducen la constitución de un “nosotros” ligado a determinada concepción del mundo, determinado tiempo y un proyecto colectivo en el futuro.8 En ese sentido, nos dirá Lechner (1986: 4), la política tiene una función simbólica y normativa, destinada a regular las relaciones sociales de los sujetos.

4) La formalización de la política distancia, pero también es condición de la expresión de subjetividad.

El establecimiento de normas e instituciones en el ejercicio de la política, distancia. Excluye la espontaneidad, burocratiza las interacciones: el individuo se siente distanciado de sus “representantes”. Sin embargo, nos dirá Lechner, la formalización es inherente a la política y no puede haber expresión de subjetividad sin ella. ¿Por qué? En este punto, la reflexión de Lechner es en extremo similar a la de Arendt: la formalización de la vida, el establecimiento de normas estándares para la interacción en el mundo común es preciso, justamente, para que la pluralidad pueda expresarse; formalizar las diferencias implica establecer condiciones para que ésta pueda existir y no quede sumergida en una simbiosis perversa con el todo social. Al reducir la espontaneidad vía formalización, la política permite relaciones sociales que no ponen en juego los valores personales o las características de cada quién.9

Para Arendt, está idea tomará forma en torno a la noción de pluralidad, pues ésta será una característica inherente al mundo de lo humano y de quienes lo componen: por medio de su relación con el mundo objetivo, cada individuo afirma su propia unicidad y su irrepetibilidad. Ser humano implica compartir un mundo con otros individuos, diversos, únicos e irrepetibles. Si el lugar del trabajo es para Arendt el lugar de lo que es homogéneo (las necesidades básicas), el espacio de lo político será aquello que creará, recreará y mostrará las diferencias entre cada individuo.10

Hasta aquí hemos definido las identidades individuales y colectivas, lo mismo que lo que entenderemos por política. Ahora podemos cómo entenderemos la identidad política.

La identidad política no puede ser concebida de manera individual, aun cuando se encuentra en estrecha relación con aquello que delimita la identidad individual. La identidad política refiere la identificación de un individuo con un “nosotros” y con la voluntad de establecerse, decidir y trabajar en un mundo común que le precede y que le sobrevivirá. La identidad política es el deseo de incidir en esta vida colectiva y por ello no puede ser construida ni puesta en movimiento más que cuando estamos con otros, aun imaginados, en quienes reconocemos similitudes y diferencias. Esto no significa, por supuesto, que la identidad política no influya la conformación de la identidad individual de cada sujeto, o viceversa. Al contrario, la identidad política se construirá no sólo con los elementos presentes en determinado contexto sociocultural, sino que tomará otros que son fundamentales en la biografía personal de cada individuo: la trayectoria familiar, la inserción de determinado momento histórico, la socialización política temprana, la formación laboral y las redes sociales tendrán un peso significativo en la construcción de esta identidad política. Asimismo, la participación en organizaciones será clave para esta construcción. Con todos estos elementos, la identidad política se convertirá en una más de las pertenencias que organizan la identidad individual de un sujeto: la importancia de ésta variará ampliamente de un individuo a otro.

En consecuencia con lo señalado arriba, la identidad política no puede ser considerada como un fenómeno a priori o como algo derivado de alguna de las pertenencias sociales de los sujetos. Si bien éstas pesan en la configuración de la misma, dadas las características socioculturales del contexto en que se insertan, las identidades políticas son permanente tránsito y construcción en función de la acción en el campo de lo político. Así, como bien nos decía Lechner, los sujetos se conforman y construyen a lo largo de su aparición y su intervención en el espacio instrumental y simbólico que es la política.

Pero entonces ¿por qué se involucran los sujetos en este espacio?, ¿por qué destinan su tiempo a organizaciones políticas? Los enfoques teóricos que han explicado la acción colectiva tienen una larga trayectoria intentando resolver este problema denominado free rider (Olson, 1992). Enfoques como el de movilización de recursos y el de elección racional han tratado de desentrañar en particular la relación entre los altos costos de la participación en organizaciones y acciones colectivas, los incentivos selectivos y la repartición de beneficios, y han mostrado la complejidad de aquello que impulsa a los sujetos a actuar en este mundo común. En respuesta, se ha buscado introducir la identidad colectiva para explicar la motivación de los individuos para participar.

Polleta y Jaspers (2001: 291) realizan una importante crítica a este uso del concepto de identidad colectiva que compartimos en este trabajo. En primer lugar, estos enfoques implican asumir la preexistencia de la identidad política, y esto va directamente en contra de aquellos aportes que hemos tomado de Lechner y que plantean que la identidad política se construye en el devenir del espacio político y en relación con otros actores del mismo campo. Los autores coinciden con este punto y subrayan que en muchas ocasiones, aun cuando existen pertenencias comunes (clase, raza, religión, etc.), eso no implica la existencia de una identidad: ésta será contingente al accionar de los sujetos.11

Otro punto importante para estos autores es que los distintos enfoques que han introducido el tema de la identidad colectiva han intentado ponerla como eje que impulsa la actividad y la participación en organizaciones, al tratar de establecer una racionalidad alternativa para explicar el comportamiento de los individuos. Sin embargo, para ellos es central que se reconozca que en muchas ocasiones la sola participación o pertenencia a un grupo, a una comunidad imaginada, tiene una gratificación afectiva, emocional, o bien, es esencial en la identidad personal de un individuo. En estos casos, no es que los individuos no tengan racionalidad o que tengan una racionalidad alternativa, más bien las satisfacciones que el individuo recibe al pertenecer son más importantes en su jerarquía de opciones.

Este tema ha sido analizado por Pizzorno (1989) en su artículo “Algunas otras clases de otredad”. Para este autor, la participación y la permanencia en las organizaciones pueden ser explicadas a partir del concepto de lealtad, el cual trabajaremos en esta investigación. La lealtad, nos dice Pizzorno, es relevante, pues a veces las organizaciones son un fin en sí mismo para los individuos, lo que desafía los enfoques de la elección racional.

En función de la lealtad se pueden distinguir tres tipos de miembros de una organización: a) Baja lealtad: la salida de la organización es gratuita. b) Alta lealtad: la salida se percibe como subjetivamente difícil y está asociada a importantes costos. Y c) Identificadores: para estos individuos la salida es inconcebible, no está dentro del campo de lo imaginable por el sujeto (Pizzorno, 1989: 371). La diferencia entre miembros leales e identificadores radica en que la lealtad implica acuerdo con las metas y objetivos de la organización, mientras que “un miembro se identifica con un grupo no para un fin determinado sino por su realidad colectiva y así recibe de él su propia identidad” (Pizzorno, 1989: 371). Los identificadores se van de las organizaciones sólo cuando éstas tienen cambios significativos en términos de composición y objetivos, es decir, cuando ya no son las mismas. En estos casos, el identificador, cuya identidad está completamente imbricada con la de la organización, siente que ésta ha cambiado y ya no lo representa. El costo de salir de la organización implica que él también cambia sustancialmente su identidad y se convierte en otra persona, puesto que para que una identidad exista, es preciso que existan otros que la reconozcan.

La identidad política es, entonces, emergente de la relación de uno o más actores en el campo de lo político. Dado que la política tiene en sí misma un componente simbólico y expresivo asociado a la recreación y la afirmación de la pertenencia a un mundo común, las identidades políticas tenderán a construirse no sólo con acciones pragmáticas sino también con elementos simbólicos que servirán para reafirmar el sentido de pertenencia del grupo. Ya he hablado sobre la preeminencia que Lechner atribuye al rito y al mito político y considero que esta idea es relevante para esta tesis, por lo que ahondaré en ella.

En las identidades políticas, el rito será concebido como una instancia colectiva en la que se recrea y reafirma el sentido de pertenencia del grupo, actualizando el sentimiento de colectividad. En el rito, los individuos experimentan el poder de lo colectivo, con lo que se afirma la continuidad de la comunidad en el tiempo y en el espacio (Lechner, 1986: 34). El mito, por su parte, organiza determinada cosmovisión que da sentido a la acción, a la organización y a la vida social en general. Por su medio, el sujeto puede insertarse en un orden, percibiéndose como parte relevante de un todo. Por el mito, el individuo pierde su soledad y se inserta definitivamente en un mundo común.

Dentro del mito se distinguen varios componentes fundamentales para la conformación de las identidades políticas y su estudio empírico. El primero es la temporalidad. El mito político establece cierta temporalidad que inserta a la comunidad en determinada trayectoria e implica un punto inicial desde el cual la comunidad construye una memoria histórica. Por ejemplo, para los comunistas chilenos de la década de 1970 y aun hasta nuestros días, el punto inicial del devenir de la comunidad corresponde a las primeras organizaciones y luchas obreras en los enclaves salitreros. Con el establecimiento de determinada temporalidad, el mito político permite a la comunidad situada en el presente establecer puentes con un pasado, a la vez que un futuro común.

El segundo aspecto eminente en el mito político son los personajes. Dentro de este devenir de la comunidad, marcada por determinada temporalidad, existen tres tipos de personajes relevantes en la narrativa: a) los “identificadores”, parafraseando a Pizzorno, son los individuos o entidades que condensan en sí mismos el espíritu de determinada época y representan los atributos y pertenencias que la comunidad considera deseables y que orientan su acción; b) los aliados o semejantes: son aquellos individuos o entidades que si bien no son percibidos como parte de la comunidad en sí, son identificados como aliados debido a su condición de semejantes; c) los antagonistas: son individuos o entidades que se consideran opuestos a la comunidad, que tienen atributos y pertenencias sociales distintas, y su acción se opone u obstaculiza el logro de los objetivos de la comunidad.

Los personajes tienen tal fuerza simbólica, que muchas veces son transformados en objetos materiales para que cada sujeto pueda tener en su poder, o portar, elementos distintivos que permitan el reconocimiento de aquél como parte de la colectividad. Se configuran y se usan como códigos, a veces imperceptibles para quienes no pertenecen a la comunidad y generan en el individuo la percepción de diferenciación permanente frente a los otros.

El tercer elemento relevante es la noción de ideas-fuerza o conceptos movilizadores. En cada momento del devenir de la comunidad, el mito político establece determinados conceptos o ideas que condensan, en sí mismos, los objetivos, desafíos, logros y peligros de determinado contexto. Así, por ejemplo, para la derecha chilena, el periodo de la Unidad Popular está signado por la idea de lucha por la libertad, mientras que durante la dictadura, las ideas-fuerza serían: recuperación del país-restablecimiento del orden. Estas ideas-fuerza son percibidas por los miembros de la colectividad como el objetivo del periodo y permiten a los individuos interpretar las situaciones contingentes de un contexto histórico al establecer los principales ejes del discurso político.

Con el fin de precisar el concepto de identidad política desarrollado en este capítulo, he establecido tres dimensiones que la constituyen y que son capaces de dirigir el análisis del material empírico. Demás está decir que representan categorías analíticas y que cumplen un fin estrictamente metodológico:

 1) Dimensión locativa (lógica de la equivalencia): que sitúa al sujeto en un sistema de relaciones sociales, entregándole un marco de autopercepción. Se construye en función de las diversas pertenencias sociales, generando, a partir de éstas, ejes para la construcción identitaria: es la creación contingente del “nosotros”, basado en elementos compartidos.

 2) Dimensión integrativa: que permite al sujeto mantener cierta unidad con el pasado, el presente y el futuro. Genera una narrativa que unifica la trayectoria: la identidad no actúa sólo en el presente, también está anclada en el pasado y, asimismo, surge de una voluntad por perdurar en el futuro. No es sólo historia sino proyecto por construir. En esta dimensión será particularmente relevante el mito político, y será entendida como una narrativa que sitúa al sujeto en determinado devenir, estableciendo puentes con el pasado y sellando un futuro compartido.

 3) Dimensión de la diferencia (lógica del antagonismo): la identidad implica siempre el establecimiento de otro opuesto. En ese marco, cuando existe una definición de un nosotros, siempre está implícita la definición de otros distintos, frente a los cuales se busca establecer diferencias. En esta dimensión serán importantes aquellos “otros” identificados como adversarios, en tanto éstos encarnarán aquellas características, pertenencias sociales y los objetivos que se consideran antagónicos a los propios. Si bien la identidad política necesita el establecimiento de un antagonista, éste no será el único referente significativo para la construcción de la identidad: también se establecerán otros significativos pero no opuestos, frente a los que se establecen diferencias importantes. En ese sentido, los otros significativos permitirán mayor delimitación y complejidad en la definición del “nosotros”.

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