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El aporte teórico al análisis de las identidades políticas
ОглавлениеLa propuesta teórica de este libro se refiere a la relación entre identidades colectivas y comunidades imaginadas, a las posibles tipologías de las identidades y, a partir de esos elementos, encara la definición de la identidad política.
a) La recuperación de las “comunidades imaginarias”. A partir del rescate del trabajo de Larraín, la autora discute con las definiciones de identidad que se sustentan en la idea de que ésta es inmanente,4 estructural y, podría decirse, cuasi inmóvil, alegando en favor de una concepción de la cultura que interviene directamente en la construcción de la identidad. Con esta base, Castillo podrá plantear que las identidades colectivas y las individuales son mutuamente dependientes. Que los procesos que tuvieron lugar en Chile, y en la comuna de Renca en particular, no reflejan situaciones o contextos sino una interacción intensa entre el individuo y la sociedad. Es decir, no puede existir una identidad individual que no presuponga la presencia de una identidad colectiva. El grupo social es el que le entrega elementos al individuo para la construcción de su propia identidad individual.
De lo anteriormente dicho, en términos interpretativos, se deriva que las identidades políticas en Renca serán producto de una interacción entre lo colectivo y lo individual, entre lo contextual y lo local. Además, queda demostrado que la identidad colectiva no puede existir sin individuos específicos e históricos que le den vida, so pena de convertirse en un concepto vacío. Por esta razón, las identidades colectivas no pueden concebirse como un agregado de identidades individuales ni tampoco como entidades que trasciendan a los sujetos: son entidades relacionales, compuestas por individuos que comparten una pertenencia común y que, por ende, coinciden en una serie de significados comunes, representaciones sociales e historia común.
b) “Identidades colectivas” y “comunidades imaginadas”. En este sentido, las identidades colectivas denotan la pertenencia social de los individuos a categorías culturalmente significativas que les permiten delimitar sus propias identidades individuales. Para la autora, existe una similitud importante entre esta visión de las “identidades colectivas” y la idea de las “comunidades imaginadas” de Anderson (1983), concepto desarrollado a partir de su análisis de la nación. Al denominarlas “comunidades imaginadas”, Anderson se refiere a aquellas pertenencias sociales de los individuos que les permiten ser parte de un colectivo que, si bien no conocerán nunca en su totalidad, orientarán su acción y les otorgará un marco a partir del cual interpretar la realidad. Son “imaginadas” porque no requieren cercanía física ni conocimiento directo y muchas veces no son fuente de acción colectiva: simplemente otorgan al sujeto un sentido imaginado de pertenencia y comunión con otros.5
Sin embargo, las identidades colectivas, así como las comunidades imaginadas, son históricas y dinámicas. No existen identidades colectivas capaces de trascender la coyuntura histórica y las condiciones que les dieron origen. Aun cuando permanezcan, mostrarán cambios importantes tanto en el sentido como en el significado que los sujetos otorgan a determinada pertenencia social que yace en la base de las identidades colectivas. Además, si bien las identidades colectivas cambian a lo largo del tiempo, a la vez poseen mecanismos, como la memoria colectiva, que les permiten mantener una unidad relativa. Al igual que la identidad biográfica de los individuos le otorga unidad a la trayectoria de los sujetos, la memoria colectiva será el componente que permitirá generar una narrativa que sitúe a la comunidad en una línea de tiempo.
Por otro lado, Anderson nos dirá que la figura de comunidad permite al colectivo invisibilizar las desigualdades y los conflictos dentro del grupo, al establecer una horizontalidad que refuerza y reproduce el sentido de pertenencia de los individuos. Las comunidades imaginadas son también limitadas, ya que requieren fronteras que permitan establecer diferencias entre los individuos que pertenecen a la comunidad y aquellos que no pertenecen. De la misma manera que en las identidades individuales, las colectivas requieren establecer fronteras y delimitar su alcance. Estas fronteras son espaciales, temporales y por atributo. En ese sentido, las identidades individuales y las identidades colectivas necesitan también la presencia de un “otro” frente al cual construir una diferencia y establecer un reconocimiento. Dado que las identidades colectivas son históricas y dinámicas, las fronteras que las delimitan responderán a los cambios que se produzcan en determinados contextos históricos.
Otro aspecto que es preciso considerar es que las identidades colectivas no son actores sociales ni agentes colectivos, confusión harto frecuente en el uso coloquial de la palabra identidad. Muy por el contrario, representan la parte subjetiva de estos agentes colectivos. El surgimiento de identidades no está asociado ni a grupos organizados ni a la acción colectiva, aun cuando muchas veces la acción colectiva requiere la presencia de una identidad: no existe una relación necesaria entre ambos elementos.
c) Tipologías de las identidades. Este contexto teórico permite construir tipologías de las identidades colectivas que puedan servir para interpretar los resultados de la investigación en Renca y clasificar las percepciones políticas de sus habitantes. Esta tipología remite a tipos ideales que difícilmente podrán ser encontrados en estado puro, pero las identidades colectivas suelen ser una rica mezcla de cada uno de estos rasgos, articuladas en torno a un eje central. La identificación de este eje central será lo que permita realizar una clasificación de la realidad empírica.
En primer lugar pueden distinguirse identidades con orientación al presente, que se caracterizan por estar enraizadas en la organización o la vivencia del tiempo presente. Aquí se pueden encontrar las identidades laborales, las identidades de clase, etc. No dan gran importancia a la historicidad, aun cuando puede tener presencia. En segundo lugar, las identidades con orientación al futuro hacen hincapié en la idea de proyecto o construcción de futuro y tienen que ver con cuestiones religiosas o políticas vinculadas a una acción transformadora del futuro y al cambio social. Para finalizar, podemos pensar en identidades orientadas al pasado, que se remiten a la existencia de un pasado común, de un ancestro, de una historia o de un territorio compartido. Las identidades étnicas son buen ejemplo de este tipo de identidades. Desde otro punto de vista, Castells propone lo que denomina identidades legitimizadoras y las caracteriza como todas aquellas generadas por las instituciones legitimadoras del orden social con el fin de otorgar estabilidad a la dominación sobre los agentes sociales. Un ejemplo de este tipo de identidades es, según el autor, la identidad nacional. También identifica identidades de resistencia, que son generadas por grupos o individuos en condiciones devaluadas o estigmatizadas por la lógica de la dominación, que establecen espacios de resistencia basados en principios y valores alternativos. Finalmente, existen identidades de proyecto que redefinen la posición social de los individuos y buscan la transformación de la sociedad en la que se insertan. Este tipo de identidad genera sujetos a los que es posible definir como actores sociales colectivos mediante los cuales los individuos otorgan significado a su experiencia. Así, la identidad constituye un proyecto de vida diferente, que busca la transformación de la sociedad como una prolongación lógica de su realización.
Estas tipologías permitirán a la autora dar sentido a lo expresado por sus entrevistados e interpretar lo ahí dicho en forma significativa. Cada uno de los tipos de identidad dará lugar a lecturas específicas de las entrevistas y las informaciones recogidas por la autora en su observación participante en las calles y los fraccionamientos de la comuna de Renca. Pero, sobre todo, le permitirán dar cuenta de su propósito central: definir las identidades políticas en sus procesos de formación, desarrollo y consolidación.
d) La definición de las identidades políticas. A partir de todos los elementos desarrollados en los apartados anteriores, es posible ahora postular que las identidades políticas se construyen, se reproducen y cambian a lo largo de los diversos procesos a los que aluden las tipologías. Entonces ¿cuál es la especificidad de la identidad política?
Según lo señalado anteriormente, existe una estrecha relación entre cultura, identidad individual e identidad colectiva. A las identidades no se les puede atribuir una voluntad propia: se les debe considerar entidades relacionales, compuestas por individuos que comparten un atributo común y que se sienten parte de una comunidad histórica, dinámica, que delimita fronteras y que otorga marcos de interpretación a los sujetos. En ese marco, las identidades políticas son aquellas que, compartiendo estas características, delimitan una pertenencia grupal que se articula en relación con el sistema político.
La detallada y solvente reflexión teórica cuyos elementos hemos reseñado es el sustento central que le permitirá a la autora interpretar los resultados de su trabajo de investigación empírico. En este sentido, se pueden deslindar periodos distintivos en el desarrollo de las identidades políticas (y/o “comunidades imaginadas”) en Chile: un primer momento en el que las categorías de clase, partido y conflicto aparecían como centrales; un segundo momento, en el que las categorías de represión y reorganización del campo político aparecían como centrales; un tercer momento en el que las categorías de transición, democracia y escepticismo aparecen como centrales.
En Renca, las identidades pertenecientes al tercer periodo son las que permiten dar cuenta del giro a la derecha que toma el comportamiento electoral de los pobladores. Y si lo que ocurre en ese espacio es síntoma de lo que pudiera explicar el peso del voto de la UDI en el ámbito nacional, entonces una conclusión central de este libro es que los ciudadanos chilenos rompieron tanto con las identidades totales como con las identidades en transformación y se encuentran insertos en procesos relacionados con identidades fragmentadas.
En cada uno de estos periodos, el libro busca relacionarlas con la transformación de la estructura económica, de la estructura ocupacional, del sistema político-partidario, de los marcos institucionales y de los elementos definitorios que la derecha, el centro y la izquierda le asignan a esos momentos del desarrollo político de Chile. No obstante, no son estas variables las que privilegia la autora, que se interesa mucho en vincularlas con cambios en la toma de conciencia ciudadana en el Chile contemporáneo. En estas identidades, los temas de la territorialidad constituyen el elemento central de la construcción identitaria contemporánea. Por ejemplo, en el caso de Renca, el peso de la pertenencia a las organizaciones, la participación en ellas, así como el tiempo y la frecuencia de la participación sustentan la centralidad de la territorialidad que se corresponde con el declive del componente ocupación-trabajo, la diferenciación entre lo social y lo político, el carácter instrumental de la motivación. La UDI y su alcaldesa articularon muy bien, durante la década de 1990, el tema de la territorialidad y de la importancia que ésta tiene en la vida cotidiana de las personas: la vivienda, el esparcimiento, la celebración de fiestas expresan el lugar que éste ocupa en la estrategia de la unión.
Por otro lado, el devenir de la idea de “nosotros” y el efecto de los acontecimientos nacionales en la propia trayectoria y en el colectivo son aspectos en los que la relación entre trayectoria e identidad es central. Aquí, dos momentos parecen críticos: en primer lugar, los años 1973-1982 y los años 1982-1988. Sobresale la trayectoria familiar y su papel en la construcción de las identidades políticas. La centralidad de las experiencias familiares es básica: la migración, el discurso de los padres/madres y abuelos/abuelas, la socialización política temprana, la pobreza y la privación como motores de la organización, elementos que son recuperados por el discurso de la UDI y que ahora desplazan a la ideología o a las ideas sobre el futuro que habían sido el aglutinante del discurso de los partidos de izquierda. El papel de personas/personajes en la construcción de la identidad política y las posiciones frente a la política económica y la política social jugarán un papel como ejes identitarios. Asimismo, las cuestiones axiológicas (uso del condón, píldora del día después, aborto) también desempeñarán un papel en este proceso.
Los aspectos anteriores contribuirán a la formulación de lo político y a su definición por parte de los representantes de cada una de las opciones. La percepción negativa de lo político como actividad deshonesta, opaca, corrupta, contribuye a la separación del aspecto social del político que potenció la nueva derecha encarnada en la UDI y que logró penetrar en la práctica electoral de los sectores populares. Entonces, la UDI, a pesar de ser un partido político, da un contenido totalmente nuevo a su actividad, desmarcándose radicalmente de lo que había sido la política en Chile hasta la década de 1990. Así, los otros partidos, y en particular la CPD, se perciben como cúpulas impenetrables sin contacto con la realidad social. Es por eso que la dimensión integrativa desarrollada por la UDI le permite generar un involucramiento de las personas en la vida política, más allá de la militancia o de la adscripción a determinado proyecto ideológico.
Por otra parte, esto le permite a la UDI deslindarse de las posiciones de la Concertación de Partidos por la Democracia. De esta manera, el adversario se convierte en el que asume posiciones axiológicas no aceptadas por la Iglesia católica, que utiliza el poder en forma instrumental, que utiliza los recursos públicos para beneficio privado. El adversario, para la UDI, es todo aquél que no es transparente en su comportamiento público y privado. El análisis anterior lleva a una comprensión muy sofisticada del contenido de lo político en el Chile actual. Se pueden observar cambios significativos en las formas de relación con lo político.
Sin embargo, y para concluir, a pesar de la pertinencia de las consideraciones realizadas por la autora a partir del discurso de sus entrevistados, cabe preguntarse si el desplazamiento del voto popular hacia la derecha en Chile y el cambio de sentido de lo político constituyen procesos irreversibles o guardan relación con los que fueron los vínculos entre la derecha y los sectores populares en términos históricos o con la coyuntura económica por la que ha atravesado el país en los últimos 20 años o con el desgaste en el ejercicio del poder que ha experimentado la Concertación de Partidos por la Democracia.
Las hipótesis planteadas en este libro y su puesta a prueba empírica contribuyen al conocimiento de las nuevas identidades políticas que se han generado en el periodo posdictatorial y a proporcionar elementos para comprender las razones de quienes han adoptado esas nuevas identidades. La difusión de los resultados de la investigación y de la reflexión teórica de Mayarí Castillo en Chile tendría mucha utilidad porque permitiría comprender por qué los ciudadanos ubicados en las clases bajas de la sociedad chilena han modificado sus actitudes y la dirección de su voto a partir de 1990 en adelante.
Con base en las consideraciones aquí expuestas que han buscado reconstruir tanto los aspectos empíricos como teóricos del esfuerzo de Mayarí Castillo, puede concluirse que estamos frente a una reflexión que contribuirá a la comprensión de las transformaciones de las identidades políticas en el Chile posdictadura militar.
Francisco Zapata
El Colegio de México