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Capítulo 3

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LO ÚLTIMO que Cullen había esperado era convertirse en el compañero de paseos de Sarah, pero eso fue lo que sucedió durante los siguientes tres días. Al principio lo hacía de mala gana, pero terminó por disfrutar de esos ratos. Además, había sido su decisión estar allí para ayudarla.

No hablaban del pasado y apenas el futuro, solo lo que tenía que ver con su recuperación. Y otras veces, no decían nada. Le bastaba con estar con ella, apoyándola.

Mientras caminaban por el patio interior del hospital, lleno de altos árboles y plantas con flores, Cullen sostuvo la mano de Sarah y la miró con una sonrisa de satisfacción.

–Mira, has tenido energía suficiente para llegar hasta aquí –le dijo él.

–Te lo dije. Y es mucho mejor que andar por los pasillos de mi planta –repuso Sarah.

Su largo cabello castaño se balanceaba como un péndulo con cada movimiento. Sus heridas y moretones empezaban a desvanecerse.

–Estoy deseando poder salir a la calle –susurró Sarah.

–Ya no queda mucho –le dijo él apretando su mano–. Estás un poco más fuerte cada día.

–Gracias a todos estos paseos.

Le habría gustado que le dijera que era gracias a él. No sabía por qué. Suponía que, para Sarah, ese tiempo juntos no significaba nada. Lo hacía por su salud, nada más.

–El ejercicio puede ser tan importante como un medicamento en la recuperación de un paciente. Lo mismo ocurre con la risa –le dijo él.

–¡Claro! –repuso ella con ironía–. Por eso te empeñaste anoche en ver esa comedia, ¿no?

–Tú también te reíste.

–Sí, es verdad –reconoció Sarah–. Y también estoy sonriendo ahora.

–Tienes una sonrisa muy bonita –le dijo él.

–Gracias –respondió Sarah mirando sus manos–. ¿Crees que podría caminar sola?

Cullen se había acostumbrado a pasear con ella de la mano y era muy agradable, pero sabía que era algo a lo que no debía acostumbrarse. Se la soltó de inmediato.

–Adelante –la animó.

Sarah dio un paso con mucho cuidado. Luego otro.

Él cerró la mano al sentir la ausencia de su cálida piel.

–Me gustan mucho nuestros paseos –le reconoció Sarah entonces.

–A mí también.

Su brillante sonrisa lo dejó sin aliento. Se frotó la cara para tratar de calmarse. Tenía una barba de tres días. Había salido deprisa del hotel y había olvidado afeitarse.

–Pero tengo que ser sincera, estoy deseando escaparme de este lugar –le confesó Sarah.

–Lo entiendo. Supongo que te darán pronto el alta –le dijo para animarla.

–¿Te ha dicho algo el doctor Marshall?

Al ver lo ansiosa que estaba por irse de allí, se dio cuenta de que era un tonto al estar disfrutando tanto de ese tiempo juntos. No podía olvidar que ella quería divorciarse.

–No, pero estás evolucionando tan bien que seguro que ya lo ha decidido. Pregúntale después.

–Sí, lo haré –contesto Sarah con esperanza.

Dio un paso balanceándose un poco y le rodeó la cintura con el brazo para que no se cayera.

–Ten cuidado –le advirtió–. Ha sido un paseo muy largo, será mejor que volvamos ya.

Esperaba que Sarah le llevara la contraria, pero asintió y lo soltó.

–Puedo hacerlo yo sola –le dijo.

–Lo sé, pero hazme este favor y vayamos de la mano.

–Bueno, supongo que es lo menos que puedo hacer después de todo lo que has hecho por mí.

Creía que Sarah le debía mucho y estaba dispuesto a aceptar ese paseo como pago. No quería soltarla y trató de convencerse de que no tenía nada que ver con lo que le gustaba tenerla cerca ni con el aroma floral que lo envolvía. Nada en absoluto.

Esa tarde, Sarah se agarró a la manta de hospital y se quedó mirando al doctor Marshall con el ceño fruncido, pensando que debía de haberlo entendido mal. Eso no era lo que esperaba.

–¿Qué es un alta condicional? –le preguntó.

–No puedo darte un alta normal –le dijo el doctor Marshall–. No puedes cuidar de ti misma. El coordinador de altas y el ortopedista están de acuerdo conmigo.

No podía creer que hubiera estado toda la tarde esperando con ilusión para escuchar eso.

–Pero… Eso es una tontería.

Cullen los observaba a los dos sin decir nada.

Se aferró con más fuerza a la manta. No le gustaba estar tan pendiente de Cullen, pero sus sentidos parecían agudizarse cuando estaba él. Se había llegado a preguntar si él sentiría lo mismo, pero había llegado a la conclusión de que no era así.

Se sentía muy decepcionada. Habían compartido paseos de la mano, aunque fuera solo dentro del hospital, y había asumido que Cullen la apoyaría a la hora de conseguir el alta.

–No es ninguna tontería –replicó el doctor Marshall–. Tienes suerte de estar viva.

–Eso es verdad –murmuró Cullen.

Ella no se sentía afortunada. Creía que había tenido mala suerte al haber estado en el borde del cráter cuando se produjo la explosión de vapor, algo que no había ocurrido en el monte Baker desde hacía casi cuatro décadas. Y, como consecuencia de ello, estaba atrapada en ese hospital.

–De acuerdo, a lo mejor «tontería» no es la palabra más adecuada, pero no soy ninguna inválida.

–Hay una gran diferencia entre caminar por los pasillos y ser capaz de cuidar de sí mismo.

–Y esta mañana ha caminado más de la cuenta –intervino Cullen.

–Sé que aún queda mucho para que me recupere por completo, pero no necesito una niñera.

El doctor Marshall y Cullen se miraron con complicidad. No le gustó nada ver ese gesto.

–Nadie está sugiriendo una niñera. Pero estoy de acuerdo con el doctor. Eres diestra y va a ser muy difícil valerte por ti misma con la mano izquierda. Además, aún hay que vigilar tus heridas. Vas a necesitar ayuda con las cosas de cada día. No puedes trabajar ni conducir.

Supuso que no debería haber esperado que Cullen se pusiera de su lado. Pero aun así, no se arrepentía. Sabía que el divorcio era lo mejor que podían hacer. Creía que la gente siempre acababa por irse de su vida y sabía que él se iría también en cuanto saliera del hospital.

El nudo que tenía en el estómago era cada vez más grande. Pero no podía ceder y admitir la derrota. Creía que la necesitaban en el instituto. Sus compañeros habían estado revisando los datos, pero la sismología volcánica era su especialidad. No podía decepcionarlos, contaban con ella. Además, sentía que no tenía nada más en su vida, solo su trabajo.

–Nada de eso me importa, me apañaré como pueda y lo lograré. Tengo que volver al trabajo.

–¿Vas a jugarte tu salud actual y la futura por tu trabajo? –le preguntó el doctor Marshall.

–Si así logro determinar cómo predecir una erupción volcánica, sí. Me merece la pena.

Cullen la miró con el ceño fruncido.

–Si vuelves al instituto antes de tiempo, no te haces a ti misma ningún favor –le advirtió.

–Tendré cuidado –le respondió a su marido.

–¿En qué consiste tu trabajo, Sarah? –le preguntó su médico.

–En el análisis de los datos –repuso ella

–Sí, es verdad, analiza datos después de subir al monte Baker a recogerlos –añadió Cullen–. ¿No es así, doctora Purcell?

Cullen sabía de sobra que era cierto y no le gustó que la dejara en evidencia frente a su médico.

–Puedo enviar a un equipo de mi departamento para descargar los datos –les dijo Sarah.

–¿Podrías trabajar desde casa? –le preguntó el doctor Marshall.

–Sí, supongo que sería una opción. Tengo acceso a Internet en mi casa.

–¿Y hay alguien que pueda quedarse contigo en tu piso y atenderte?

Pensó en sus compañeros de trabajo. La mayoría estaría dispuesta a llevarle comida o recoger su correo, pero no podía pedirles que se quedaran con ella. Nunca había tenido buenos amigos. Llevaba toda su vida mudándose de un sitio a otro y no había podido desarrollar ese tipo de vínculo con nadie. Solo con Cullen, pero con él no podía contar.

–Puedo contratar a alguien –contestó ella mordiéndose el labio inferior.

–Bueno, supongo que la atención domiciliaria es una posibilidad –le dijo el médico.

El problema era el tamaño de su piso. No tenía sitio para nadie más.

–Si Sarah se queda en Bellingham, nadie le impedirá ir al instituto o subir a la montaña si lo cree necesario –le dijo Cullen al médico.

Abrió la boca para llevarle la contraria, pero se detuvo. Sabía que lo que decía era verdad.

–Sabes que tengo razón –le recordó Cullen.

Le molestaba que la conociera tan bien.

–¿Es eso cierto? –le preguntó su médico.

–Es posible… –confesó unos segundos después.

Cullen se echó a reír y ese sonido le llegó al corazón, no pudo evitarlo.

–Es más que posible –agregó su marido.

–Mi primera opción en los casos de lesiones en la cabeza, aunque sean pequeñas, es que el paciente se quede al cuidado de su familia, pero el doctor Gray ya me ha explicado la situación.

–Estoy sola –reconoció ella.

–Entonces, creo que solo queda la opción de ir a un centro de atención especializada –le explicó el doctor Marshall–. Hay varios en Seattle.

–Me parece la solución perfecta –repuso Cullen.

Pero ella no lo tenía tan claro. En Bellingham tendría acceso al instituto y estaría en su casa. No le hacía gracia tener que quedarse una temporada en Seattle, pero vio que no tenía otra opción.

–Supongo que sí. Siempre y cuando tenga mi ordenador portátil y acceso a los datos…

–Pero no creo que vayas a poder concentrarte durante mucho tiempo en el trabajo –le advirtió Cullen–. Si no te lo tomas en serio, puedes sufrir problemas de visión y dolores de cabeza.

–Puedo usar un temporizador para limitar mi uso en el ordenador –les ofreció ella.

–El doctor Gray tiene razón, no intentes hacer demasiadas cosas demasiado pronto –le aconsejó su médico–. Debes descansar y recuperarte.

No podía imaginarse nada peor, no podía permitírselo cuando el segundo volcán más activo de la zona podría estar a punto de entrar en erupción.

–Te vas a morir de aburrimiento –adivinó Cullen.

Una vez más, le dio miedo ver lo bien que la conocía. Pero no era el momento para pensar en esas cosas. Como acababan de decirle, tenía suerte de estar viva.

–Bueno, hay otra opción –le dijo Cullen pocos minutos después.

Se miraron a los ojos y ella sintió que la habitación le daba vueltas. Cerró un instante los ojos. Cuando los abrió de nuevo, todo estaba donde tenía que estar y Cullen la miraba con intensidad.

–¿Cuál?

–Ven conmigo a Hood Hamlet –le dijo Cullen.

Abrió la boca al oírlo y se quedó sin aliento.

–Tengo Internet –continuó Cullen con un guiño–. Te prometo que no te aburrirás.

De eso estaba segura. No iba a poder aburrirse mientras luchaba para proteger su corazón.

En el hospital, la gente entraba y salía de su habitación continuamente, no pasaba demasiado tiempo a solas con él. Además, pasaba las noches en un hotel. Pero en su casa…

Sabía que sería demasiado peligroso.

Trató de hablar, pero no podía. Solo sabía que era mala idea ir a su casa. Prefería ir a un centro de cuidados especiales donde sin duda acabaría muriendo de puro aburrimiento.

Era muy complicado tenerlo cerca, le hacía recordar lo bien que habían estado juntos, al menos al principio. No quería que Cullen se convirtiera en su cuidador, no le gustaba ser vulnerable ni estar a la merced de nadie. Temía llegar a sentir dependencia o volver a enamorarse…

Creía que Cullen tenía el suficiente poder sobre ella como para romper su corazón en mil pedazos y no podía permitir que eso sucediera.

Cullen se quedó sin aliento mientras esperaba la respuesta de Sarah, rezando para que rechazara su oferta. Acababa de ofrecerle su casa para recuperarse, pero ella había reaccionado con un gesto muy parecido al pánico, como si acabara de condenarla a cadena perpetua.

No entendía por qué lo había hecho. Lamentaba haberlo sugerido, pero Sarah le había parecido tan desolada al ver que iba a tener que ingresar en un centro de cuidados especiales que había sentido la necesidad de hacer algo al respecto. Sabía que una buena actitud era importante en la recuperación de un paciente y creía que ese tipo de centros no eran el mejor lugar para Sarah.

Se dio cuenta demasiado tarde de que los paseos por el hospital de la mano y las conversaciones que había tenido con ella habían conseguido ablandarlo.

Un zumbido interrumpió sus pensamientos, era el buscapersonas del doctor Marshall.

–Me tengo que ir –les anunció–. Dile a la enfermera lo que has decidido para que prepare tu alta y la admisión en otro centro.

El médico salió de la habitación sin mirar atrás.

En cuanto se cerró la puerta, la tensión se hizo más palpable aún. En su trabajo se había enfrentado a retos muy duros, pero nunca se había sentido tan fuera de su elemento como en esos momentos. Sarah parecía nerviosa y no lo miraba a los ojos.

–Solo trataba de ayudarte para que pudieras tener otra opción –le dijo él por fin.

–Es que me sorprende que quieras tenerme cerca –contestó Sarah.

–Quiero que te recuperes y te sientas mejor. Eso es todo –le aseguró él.

Ella lo estudió como si estuviera tratando de determinar qué tipo de roca volcánica era.

–Es muy amable por tu parte –contestó Sarah con cierta suspicacia que consiguió molestarle.

–Hace mucho que nos conocemos.

Sarah se quedó unos segundos callada antes de contestarle.

–Es que…

–¿Tan horrible sería pasar unas semanas en mi casa?

–No, no sería horrible –admitió Sarah–. En absoluto.

Sus palabras eran un gran alivio, pero consiguieron que se sintiera aún más confundido.

–Entonces, ¿cuál es el problema?

–No quiero ser una carga.

–No lo serás –le aseguró él.

–Llevas una semana sin poder trabajar por estar aquí y…

–Pero no será así en casa. Podré volver al trabajo y al equipo de rescate de montaña.

–Entonces, ¿estaría sola?

–Buenos, mis amigos se han ofrecido a ayudarme. Hago turnos de doce horas en el hospital y la unidad de rescate mantiene a los equipos listos en la montaña durante los meses de mayo y junio por si es necesario actuar. No pasaré mucho tiempo en casa –le dijo él–. Bueno, ¿qué te parece?

–Aprecio la oferta, de verdad. Pero no sé…

Su incertidumbre le pareció sincera.

–¿Tengo que decidirlo ahora mismo?

–El doctor Marshall quiere que le digas a la enfermera lo que decidas. Si prefieres un centro, hay que llamar para encontrar plaza en uno. Pero recuerda que la actitud que tengas juega un papel muy importante en tu recuperación. Y creo que Hood Hamlet será mejor para ti en ese sentido.

–Dame un minuto para pensar en ello –le pidió Sarah.

Cullen no sabía por qué necesitaba más tiempo y tampoco entendía por qué estaba tratando de convencerla. Aunque Sarah aceptara su oferta, el divorcio seguía en pie, nada cambiaba.

Vio que Sarah hacía una mueca y le faltó tiempo para acercarse a la cama.

–¿Es la cabeza?

Ella asintió con un gesto casi imperceptible.

–Puede que haya caminado hoy más de la cuenta.

–¿Te duele algo más? –le preguntó muy preocupado.

–No más de lo habitual.

Con el dorso de la mano, le tocó la cara para ver si estaba caliente.

–No parece que tengas fiebre –le dijo él.

–Supongo que mi cerebro está rebelándose. Hoy le he hecho trabajar demasiado. Creo que necesito otra siesta –sugirió Sarah.

–Probablemente.

Pero Cullen prefería ser cauteloso. Comprobó la circulación de la mano derecha. Aunque no le gustaba reconocerlo, sabía que le preocupaba de manera personal, no solo como médico.

–Siempre has sido muy buen médico a la hora de tratar a tus pacientes –le dijo Sarah.

–Con algunos es más fácil.

–¿Como en mi caso? –le preguntó ella en tono esperanzador.

–Sí.

–Gracias –repuso con una leve sonrisa.

–De nada –le dijo él mientras le apartaba el pelo de la cara.

Vio que sus párpados revoloteaban como alas de mariposa y recordó haberlas sentido contra la mejilla cuando Sarah dormía junto a él. Le entraron ganas de abrazarla, pero no podía caer en la tentación. Esa mujer le había roto el corazón una vez y no podía permitir que volviera a hacerlo.

–No estoy tratando de ser difícil –le aseguró Sarah en voz baja.

–Lo sé, te estás limitando a ser tú misma.

Pero Cullen esperaba más de sí mismo. Ver a Sarah herida había provocado que su instinto de protección lo dominara, pero sabía que debía tener cuidado y ser inteligente.

Recordó que Sarah le había asegurado que lo quería hasta el día que le habló de divorcio. Creía que lo había estado mintiendo y que después lo había abandonado de la peor forma posible.

No confiaba en ella. No podía hacerlo.

Creía que había enterrado sentimientos en lo más profundo de su ser. Le gustaba mantener sus emociones en secreto, pero le resultaba muy fácil perder el control cuando estaba con ella.

–No necesito más tiempo para pensar –le dijo–. Mi objetivo es recuperarme lo antes posible. Mi piso es demasiado pequeño para que viva un cuidador conmigo y no me veo en uno de esos centros… Así que creo que me iré a Hood Hamlet contigo si la oferta sigue en pie.

Una vez más, lamentó haberle ofrecido esa opción. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Estaba acostumbrado a enfrentarse a situaciones de peligro, pero con Sarah no las tenía todas consigo. No le gustaba nada cómo reaccionaba cuando estaba con Sarah, le parecía inaceptable.

Pero le había ofrecido su ayuda y era un hombre de palabra. Se dio cuenta de que iba a tener que controlar muy bien sus emociones y mantener las distancias con ella.

–Por supuesto –le dijo Cullen mientras trataba de hacerse a la idea.

No te alejes de mí - Innegable atracción

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