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2.1 Contexto social y crisis generacional

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Las primeras referencias a la terapia familiar provienen de los años cincuenta aproximadamente y surgen, principalmente, en los Estados Unidos. Nace en tiempos convulsos, alimentados por acontecimientos como las guerras en las que el país estaba sumido o la proliferación del uso de drogas, que comenzó a extenderse en cada vez más sectores de la población, particularmente entre los jóvenes. Había un desencanto manifiesto por los valores clásicos que imperaban entonces y comenzaban a surgir movimientos que reclamaban cambios en las políticas, en la sociedad y en los derechos civiles.

Todas estas circunstancias revertían en la salud mental de los individuos, y las instituciones psiquiátricas, cuya estructura y funcionamiento aún se inspiraban en las ideas de Thomas Kirkbride (1880), no estaban al margen de estos tiempos de cambio.

Hablamos de la etapa en la que cobraba valor el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), cuya primera edición aparecía en 1952 (Del Barrio Gándara, 2009). Influenciado por el IDC (International Classification of Diseases) e impulsado por la OMS, junto a otras instituciones como el Ejército de los EE. UU. y el APA (American Psychological Association), buscaba responder a la falta de un criterio común en la psiquiatría a la hora de categorizar y entender estas problemáticas.

Este intento no fue muy bien acogido por aquellos que, estando de acuerdo con la necesidad de objetivar los trastornos mentales, hallaban falta de consenso y ambigüedad en este primer intento y por los que, por otra parte, se mostraban muy críticos con la mirada categorial que se hacía de estos. Estos últimos alertaban de los peligros que conlleva el uso del psicodiagnóstico tanto para la profesión como para las personas que acuden a tratamientos, señalando las limitaciones que supone centrar el foco clínico en el síntoma y en su interpretación cartesiana, que divide a las personas en enfermos y no enfermos.

Otro de los elementos sometido a crítica en la época fue el psicoanálisis, que era la principal corriente de la época, debido a las dificultades pragmáticas que entrañaba a la hora de aplicar sus principios teóricos a tratamientos eficientes. Muchos tratamientos no daban resultado y otros se extendían en el tiempo, lo que disminuía la posibilidad de asumirlos a nivel económico. Entre los críticos estaban, por un lado, los objetivistas, que criticaban la psicologización de los síntomas o la falta de evidencia científica, y por otro, los propios psicoanalistas, que buscaban nuevas fronteras en el campo de la salud mental para paliar las dificultades evidentes antes comentadas.

Lo cierto es que, en este contexto, algunas personalidades del ámbito psiquiátrico comenzaron a explorar nuevos senderos, bebiendo de otras disciplinas y experimentando en la práctica clínica.

Manual de psicoterapia emocional sistémica

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