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Sábado 23 de mayo, mañana

Escribo lo de anoche. Viajamos en U-Bahn y bajamos en un barrio residencial. No había nadie en la avenida Kurfürstendamm; atravesamos sobrios edificios y casas de estilo con jardines en el frente. Por todas partes reinaba el silencio. Identifiqué tiendas de alta costura con vidrieras extravagantes, pero ibas tan rápido que por seguirte no alcancé a ver nada. Caminamos en silencio diez minutos hasta llegar a la dirección que tenías anotada en la mano. Alguien dijo después que ese era el barrio donde habían vivido David Bowie y su amigo Iggy Pop a fines de los setenta.

Como era de esperar, el departamento deslumbraba. Pisos de pinotea y techos altísimos con molduras serpenteantes, en cada cuarto una lámpara con caireles como copos de nieve. Habían despejado el living para la lectura, solo quedaba un grupo de sillas de madera en forma de platea. A un costado se adivinaba el estudio, con bibliotecas de piso a techo. Quedé sentada al lado de un niño de pelo casi blanco, muy tranquilo, que comía confites. Los sacaba de a uno, eligiendo el color, los miraba y se los metía en la boca. Era el único que parecía estar disfrutando. De la lectura participaban cuatro poetas de Bolivia, Perú, Chile y Guatemala, cuyos nombres no logré retener. Cerré los ojos para escuchar mejor. Sus versos eran impactantes, escritos con palabras nobles, como forjadas en bronce. Como si para impresionar a los locales hubiera que decir cosas de peso.

Bergen era el único germano de la lectura. Cuando le tocó hacer su intervención dijo que quería ver cómo sonaban sus palabras en el aire. Luego actuó ese deseo de manera literal. Ató su libro, de reciente edición, con una soga fina. Lo revoleó por encima de su cabeza. Solté una carcajada y creo que no te gustó. Por un momento el niño suspendió los confites para ver qué estaba pasando.

Apenas un rato después Bergen había perdido toda compostura y hablaba a los gritos con vos y los demás poetas. No supe de qué trataban sus poemas. Todos lanzaban risas sonoras, graves, de aprobación, fraternidad entre becarios de ayer y hoy. Escuché un poco las conversaciones sin lograr conectar con ninguna. Vos tampoco hiciste ningún esfuerzo por integrarme, al punto de darme ligeramente la espalda.

Me fui a caminar por la casa con una copa de vino blanco en la mano. Husmeé los lomos de los libros en la enorme biblioteca. Me sorprendió encontrar algunos libritos de argentinos. También Heine, Novalis, Brecht. Pensé en robarme alguno pero lo descarté; por mi actitud altanera, iba a ser la principal sospechosa.

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