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¿El final de Gran Bretaña?
ОглавлениеDesde los años 90, ha aparecido un nuevo género ensayístico sobre la cuestión británica y la crisis de la Unión. Nairn (2000, 2007) retomando un tema que desarrolló hace ya una generación, escribe sobre la situación «después de Gran Bretaña». Bryant (2006:58) cuestiona si «la identidad nacional británica puede reconstruirse». Colley (2003: 275), después de trazar el proceso de formación de la nación británica, concluye que «no puede eludirse un replanteamiento profundo de lo que significa ser británico». Para McLean y McMillan (2005), el unionismo (si no la Unión) ha expirado. Weight (2002:1) se pregunta «por qué la gente de Gran Bretaña ha dejado de considerarse británica». Haseler (1996:3) considera «que estamos llegando al final de Gran Bretaña». Colls (2002) espera la reaparición de la nación inglesa a partir de las ruinas de la Unión. En los ámbitos más controvertidos del análisis político, Redwood (1999) creee que Gran Bretaña se ha terminado por la Unión Europea, mientras Heffer (1999) llama a la independencia de Inglaterra. Scruton (2000) cree que nunca existió la nación británica y lamenta la destrucción de la inglesa.
Actualmente existe un contraste chocante con la generación anterior en el ámbito de la historia y las ciencias sociales, cuando todo parecía apuntar a la integración y la armonía. Así Blondel (1974: 20) podía escribir que «Gran Bretaña es probablemente el más homogéneo de los países industriales» sobre la base de que las partes no-inglesas eran demasiado pequeñas para tomarlas en consideración. Finer (1974: 137) escribió que «como muchos de los nuevos estados actuales, Gran Bretaña también tuvo problemas con sus “nacionalidades”, con los “idiomas”, con la “religión”, por no hablar de su problema “constitucional”. Estos ya no son problemas.» Ciertamente Escocia se reconocía como una entidad «diferente», con una identidad fuerte con la que se identificaban sus gentes, pero se restringía básicamente a los ámbitos no-políticos del deporte, la cultura y la religión. Su política parecía seguir la pauta normal británica del bipartidismo, y los asuntos más importantes eran los mismos a ambos lados de la frontera.
Para las ciencias sociales dominantes, la Unión anglo-británica era un caso de integración funcional, a través del intercambio económico, de la creación de un mercado único, de las fusiones de compañías y sindicatos, y del libre movimiento de trabajadores. La integración política seguía el mismo camino, porque supuso la formación de una identidad nacional basada en experiencias comunes. La competición entre los partidos se basaba en las alianzas de clase de acuerdo a unas reglas de juego compartidas en las que la organización política no era un tema de controversia. La integración institucional estaba asegurada por un único parlamento y gobierno, cuyos aspectos específicamente escoceses eran de carácter secundario.
Los historiadores, aunque eran conscientes de las difíciles relaciones anglo-escocesas a lo largo de los siglos, tendían a mostrar el periodo de la Unión, al menos desde 1745, como una época de integración progresiva, de modernización y de progreso. La autocelebración de la historia whig, que veía la evolución constitucional británica como una lección para el mundo, incorporaba una aceptación complaciente de los beneficios de la Unión bajo la dominación inglesa. Cuando los historiadores whig pasaron de moda o se habían retirado debido a las críticas (Butterfield, 1968), la teleología de la Unión siguió sin cuestionarse.
El shock por el renacimiento del nacionalismo escocés a partir de los años 70 provocó una reacción aguda. Muchos académicos britániestado y nación cos rechazaron tomarse seriamente el asunto, con el argumento de que el voto nacionalista era solamente una «protesta», es decir, una forma de comportamiento desviado, mientras el voto a los laboristas y conservadores era el normal. Cuando la realidad del nacionalismo se hizo evidente, algunos académicos cambiaron abruptamente de discurso y argumentaron que, realmente, Inglaterra y Escocia nunca habían estado integradas, que la Unión era una mera apariencia de modo que, tan pronto como cambiaran las circunstancias internas o externas, estaba destinada a desintegrarse. Las explicaciones que se han ofrecido son innumerables, pero la mayor parte consisten en dar marcha atrás al reloj histórico con el fin de evidenciar el carácter artificial y contingente de lo británico, que implicaba una vuelta automática a las identidades pre-británicas en las naciones de las islas. El problema aquí es que las identidades pre-británicas no eran plenamente nacionales en el sentido moderno (Kidd, 1999) y deberían verse, más bien, como las semillas de proyectos modernizadortes alternativos que no llegaron a llevarse a cabo. Escocia existía antes de la Unión, pero no como un Estado y sociedad modernos, y lo que emergió de su fracaso fue algo diferente y muy influido por la experiencia de la propia Unión. La identidad británica, incluso, lejos de ser un revestimiento temporal, tenía una profundidad y convicción que imposibilitaba considerarla una conveniencia histórica, que podía tirarse en el momento que ya no fuera útil.
Un conjunto de explicaciones para la decadencia de la Unión se centra en las relaciones externas de Gran Bretaña y la disminución del valor instrumental y emocional de la Unión, tanto en el nivel de las masas como en el de las élites. Una estrategia frecuente es seguir la perspectiva de Linda Colley (1992) sobre el ascenso de la britanidad popular, forjada en la guerra con Francia y el protestantismo, y mostrar cómo estos factores ya no son relevantes (Bryant, 2006). La misma Colley escribe (2003: 6):
Como nación inventada que depende para su raison d’être de una amplia cultura protestante, de la amenaza de una guerra recurrente, particularmente de una guerra con Francia, y de los triunfos, beneficios y sentimientos de singularidad que representa un enorme imperio de ultramar, Gran Bretaña está destinada a estar bajo una enorme presión... podemos entender la naturaleza de los debates y controversias actuales solamente si reconocemos que los factores que facilitaron la forja de la nación británica en el pasado han dejado de operar.
Esta aproximación está abiera a diversas críticas. El protestantismo produjo divisiones en el Reino Unido y el prebisterianismo era una marca distintiva de la cultura e instituciones escocesas. Desde 1689, habían dos establecimientos religiosos diferentes en el Reino Unido, y hacia 1922, había cuatro. Esta diversidad, que desafiaba a los principios de Westfalia,1 era uno de los pilares fundamentales de la Unión, aunque llegó tarde para salvar el caso irlandés.2 La guerra con los vecinos era una experiencia europea común, no una peculiaridad británica. Desde los tiempos napoleónicos, Francia y Alemania se formaron como naciones modernas en base a la oposición mutua. Las identidades nacionales no son elegidas y abandonadas fácilmente, se construyen en una determinada época, y pueden estabilizarse y adaptarse a las nuevas circunstancias y problemáticas. Así, Francia, unida por el catolicismo, quedó aún más integrada por la República, especialmente después de 1870, cuando la Tercera República anticlerical construyó una nueva identidad laica. Alemania se unificó y nacionalizó a pesar de sus divisiones religiosas.
Una versión más antigua dice que el Reino Unido fue la criatura del Imperio y que, después de su desaparición, perdió su atracción instrumental y sus bases ideológicas (Marquand, 1995; Weight, 2002; Gardiner, 2004). El argumento es plausible pero tiende a situarse en un nivel demasiado general mientras minimiza la profundidad y realidad misma de la britanidad y del unionismo como doctrina (Aughey, 2001; Ward, 2005). Los escoceses participaron de forma desproporcionada en el Imperio (Fry, 2001; Devine, 2003), por lo que no se dio una frustación de movilidad ascendente, como se suele argumentar en otros casos como causa que favorece el nacionalismo. Hubo episodios de nacionalismo escocés a finales del siglo xix y principios del xx, generalmente situados dentro de la narrativa imperial. La caída del Imperio forzó a Gran Bretaña (dejo de lado la cuestión más complicada del Reino Unido) a reconstruirse como Estado-nación, pero pocas personas en los años estado y nación 40 y 50, con la construcción del Estado del bienestar, consideraron este aspecto particularmente problemático; por el contrario, estos eran tiempos difíciles para los anti-unionistas. La descolonización no puso inmediatamente sobre el tapete la naturaleza del Estado metropolitano como sucedió, por ejemplo, en España después de 1898 o en la Francia de los años 50 y 60.3 Esto es muy significativo porque la primera brecha del Imperio no se produjo en la periferia sino en el centro, en Irlanda, un país que había sido parte del Estado metropolitano durante más de cien años.
Otra explicación externa indica que Gran Bretaña se ha desecho debido a la influencia de la integración europea, puesto que los escoceses han abrazado Europa mientras los ingleses la rechazan (Weight, 2002). Como veremos, la cuestión europea influye en el debate sobre el lugar de Escocia en el Reino Unido, pero de una manera compleja. Las encuestas muestran que los escoceses se consideran tan euroescépticos como los ingleses, y los nacionalistas no son una excepción. Por tanto, el euroescepticismo es algo que podríamos considerar un factor de unión del Reino Unido, o por lo menos de Gran Bretaña, dada su explotación por los grandes partidos, y especialmente por los conservadores, para apuntalar el nacionalismo británico resurgido.
Las explicaciones internas también son múltiples. Una dice que la destrucción del Estado del bienestar ha roto el sustento básico de la britanidad, especialmente entre los miembros de la clase obrera. Hay mucho que decir sobre la idea de que el Estado del bienestar fue esencial para lograr el apoyo de la clase obrera escocesa a la Unión, y decisivo para desviar al laborismo y los sindicatos de las simpatías nacionalistas durante las décadas de los 30 y 40. Sin embargo, no es cierto que el Estado del bienestar se haya desmantelado. Por el contrario, resistió los asaltos del thatcherismo y actualmente disfruta de niveles máximos en el gasto. Se han producido cambios en las prioridades, sobre todo con la reducción de la provisión pública de viviendas y regímenes del desempleo, pero este hecho no es suficiente para demostrar la desaparición de la solidaridad a nivel estatal. Tampoco existen muchas pruebas de que la solidaridad estatal haya desaparecido, o que al menos haya precedido a la decadencia del unionismo, lo que sería necesario para darle primacía causal. La hipótesis de que los votantes ingleses han abandonado la creencia en el Estado del bienestar, mientras que los escoceses siguen aferrados a ella, debe descartarse. Ni los votantes escoceses ni los ingleses han rechazado los valores básicos del Estado del bienestar; las encuestas muestran a los escoceses ligeramente más a la izquierda que los ingleses, e incluso esa diferencia no se debe tanto a Escocia como al Sur de Inglaterra, que constituye el caso atípico del promedio británico (Rosie y Bond, 2007).
La decadencia de las identidades de clase también puede ser un elemento de la caída del unionismo. A principios del siglo xx, el laborismo escocés era bastante particularista y solo se alineó con el resto de Gran Bretaña después de la Primera Guerra Mundial, atrayendo a la clase obrera al sistema político británico (Keating y Bleiman, 1979). En principio, la solidaridad de la clase obrera era universal pero en la práctica se adaptó a las fronteras del Estado británico, como muestra la posición laborista frente a la integración europea en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Pero aun así no queda claro por qué la decadencia de clase beneficia a la renovación del sentimiento escocés. La relación entre clase e identidad nacional es compleja, y no deberían verse como meros sustitutos en diferentes periodos históricos.
Con la decadencia del unionismo en la derecha surge un problema similar. La decadencia del Partido Conservador y Unionista escocés4 se ha utilizado para explicar la erosión de la Unión. Pero en otras partes de Gran Bretaña el partido ha sido capaz de adaptar su ideología y apelar a diferentes doctrinas económicas, así como apoyar a estratos sociales emergentes. No parece que haya una razón a priori que explique por qué el conservadurismo de los años 80, incluso en su versión thatcherista, no atrajera a las nuevas clases medias escocesas.
Una explicación tiene que ver con las identidades cambiantes y con la notoriedad creciente de lo escocés. En la escala Linz-Moreno, que pregunta a la gente qué identidades priorizan, ha habido un giro hacia una mayor identidad escocesa y una menor identidad británica (Paterson, 2002a). Los que priorizaban la identidad escocesa subieron del 56% en 1979 al 76% en 2005, mientras los que se identificaban con lo británico cayeron del 38% al 15%. Más recientemente, hay pruebas de que los ingleses empiezan a priorizar la identidad inglesa mientras que el orgullo británico decae (Heath, 2005; Curtice, 2005). Sin embargo, la relación entre identidad y apoyo a la independencia escocesa es muy compleja (Bechhofer y McCrone, 2007). El apoyo a lo escocés está mucho más extendido que el apoyo a la independencia, e incluye a gente de opciones políticas muy diversas. Como veremos, ha sido, incluso, un ingrediente importante del propio unionismo.
Los análisis más instrumentales reducen la cuestión a los intereses económicos. Una de estas teorías se basa en la pobreza relativa, asegurando que los escoceses se han alejado de la Unión porque reciben menos de ella que los ingleses. Hechter (1975) presentó la versión más exagerada de la teoría de la pobleza relativa, afirmando que Escocia era una «colonia interior» explotada por el capital y el Estado inglés –una idea que no ha soportado el análisis profundo de los hechos (Page, 1978; McCrone, 2001b) y que el propio Hechter modificó en posteriores trabajos (1985). Otros argumentan que los escoceses realizan cálculos a corto plazo y se han hecho nacionalistas desde los años 70 porque la economía ya no funciona (Weight, 2002). Pero el nacionalismo escocés suele declinar cuando la economía escocesa va mal (como en los años 30, 50 y 80), mientras que mejora en los años de prosperidad relativa (como en los 70 y 90).5 Esto es perfectamente racional, porque en los malos tiempos muchos escoceses sienten que necesitan el apoyo del centro. En cualquier caso, Escocia accedió a la Unión por algo más que razones económicas, y el unionismo tiene razones más profundas que esas.