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Este proyecto comenzó como un libro sobre la independencia escocesa, impulsado por la victoria del Scottish National Party en las elecciones de 2007, la promesa de un referéndum en 2010 y el poco debate sobre estos temas que se observaba tanto en Escocia como en Inglaterra. No se ha realizado un análisis intelectual serio del significado y las implicaciones de la independencia y no conozco ningún país con movimientos secesionistas en el que los miembros del Estado de acogida se muestren mayoritariamente tan indiferentes a la disolución. Sin embargo, a medida que comencé a escribir, la escala del proyecto aumentó. Si es cierto que la Unión anglo-escocesa se está disolviendo necesitamos saber más sobre cómo se construyó la Unión y cómo funcionaba. El capítulo 1 insiste, como antídoto al excepcionalismo británico, en que la relación entre el Estado y la nación no ha sido sencilla en ningún lugar, y que han existido muchas formas de organización política en la historia. Tanto las teleologías nacionalistas como las unionistas, al ver el final de la historia en un Estado-nación u otro, son problemáticas. También lo son las explicaciones simples de la supuesta caída de la Unión, ya sea por causas internas o externas. En vez de eso, debemos analizar la Unión y su trayectoria en cuatro niveles: cambio funcional, opinión de las masas, estrategias de las élites y los efectos conformadores de las instituciones. El capítulo 2 afirma que el secreto de la Unión fue el reconocimiento de la diversidad nacional dentro del Estado unitario, en donde la posición de Escocia se negociaba regularmente. Se entendía de forma diferente a cada lado de la frontera, una «anomalía» que en parte explica su éxito histórico. La Unión se caracterizó por una ideología distintiva, más difundida en Escocia que en Inglaterra, y por mecanismos institucionales elaborados y destinados a promover los intereses escoceses dentro del Reino Unido.
Actualmente, estos dispositivos están sometidos a fuertes presiones debido a las tendencias más amplias de la economía y la política, a la vez que la mística de la Unión se ha diluido y la crisis ideológica se revela en los intentos tortuosos que se están realizando para restablecer la britanidad (capítulo 3). Esto ha creado la estructura de oportunidades para que surja un proyecto de construcción nacional alternativo centrado en Escocia. Es importante notar que nada de esto depende de las diferencias sociales, económicas o culturales, ni de grandes diferencias de valores políticos. Escocia nunca ha necesitado ser diferente a Inglaterra para existir, pero sí proporciona un marco histórico e institucional y un foco de identidad para la construcción y reconstrucción de una comunidad política espacialmente focalizada. Esta tendencia no tiene por qué tomar la forma de un Estado-nación, por las mismas razones que han llevado al proyecto nacional británico a una situación de crisis. Lo que estamos viendo es la aparición de nuevas formas de comunidad política, que se asocian de modos más o menos intensos en diferentes uniones. El público de masas se ha hecho más escocés en su identidad y da apoyo a más autogobierno, pero duda ante la independencia. Los que apoyan la independencia tratan de situar su proyecto en estructuras más amplias. Por tanto, aunque el unionismo tradicional esté acabado, todos siguen hablando el lenguaje de la Unión.
El capítulo 4 toma en consideración las implicaciones legales, políticas e institucionales de la independencia. Escocia es posiblemente única en el hecho de que no se enfrenta a problemas legales o constitucionales serios en el camino hacia la independencia, ni tampoco encuentra, en principio, una gran resistencia del Estado que la contiene. Los mecanismos de realización son más complicados y defiendo que como la independencia total es imposible en el mundo moderno, la clave es cómo gestionar la interdependencia en las islas británicas, Europa, la comunidad atlántica y el mundo. La economía política de la independencia es aún más complicada, algo que se discute en el capítulo 5. Hay pruebas de que las naciones pequeñas independientes pueden tener éxito en los mercados europeos y globales, pero hay que realizar elecciones importantes entre los modelos sociales y económicos que existen. El debate apenas acaba de empezar, y se da la tendencia a mezclar las políticas deseadas de forma aleatoria, sin tener en cuenta su compatibilidad. Durante años, he argumentado que hemos pasado de un mundo de soberanía absoluta a una era de post-soberanía, donde el poder se comparte en muchos niveles diferentes y, por ello, la autodeterminación no implica necesariamente la creación de un Estado propio (Keating 2001a, 2002b). Escocia se encuentra en esta situación y, sin embargo, se han realizado pocos intentos para mostrar qué aspecto tendría una tercera vía post-soberana situada entre la independencia y la devolución. En el presente libro dicho tema se analiza en dos capítulos. No es solamente una cuestión de observar los poderes individuales, como se ha hecho habitualmente, sino de marcar la dirección del camino.
Si el unionismo se ha adaptado y ha aceptado la devolución, muchos nacionalistas también estarían dispuestos a aceptar alguna cosa que no llegara a ser la independencia. Aunque existe una división de principios ente los neo-unionistas, que parten de la premisa de la ciudadanía única británica, en sus dimensiones civiles, sociales y políticas, y los neonacionalistas, que parten del supuesto de la autodeterminación escocesa y se preguntan cómo podría encajar en un orden más amplio. La distinción condiciona los debates sobre la autonomía fiscal, la devolución de la política social, el tristemente famoso asunto de West Lothian [la polémica sobre el voto de parlamentarios escoceses o galeses en cuestiones que afectaran solo a los ingleses en el Parlamento de Westminster, después de las leyes de devolución, n. del ed.], las relaciones con Europa y la constitución del centro británico. Los modelos constitucionales estándar del Estado unitario, el federalismo en sus diversas formas, o el confederalismo, no encajan bien en el Reino Unido, pero sus principios siguen siendo relevantes. Los neo-unionistas se inspiran en la noción de la descentralización en la unidad, o en el federalismo cooperativo, mientras los neo-nacionalistas se inclinan hacia las ideas confederales. Por otra parte, estas perspectivas en contraste no impiden los compromisos prácticos. Los Estados plurinacionales están condenados a una cierta incertidumbre existencial sobre las cuestiones de la soberanía y la ausencia de consensos estables, pero la práctica constitucional puede superar estos obstáculos y evitar el bloqueo permanente. No sería la primera vez en la historia que una política o una reforma ha sido acordada por diferentes partidos por diferentes razones, y la misma devolución se basa en ese tipo de acuerdo.
Hace algunos años, una crítica anónima en The Economist de mi Nations against the State apuntaba que hacía las preguntas correctas pero no daba «la» respuesta: ¿deberían Escocia, Cataluña y Quebec hacerse o no independientes? Los lectores que busquen ese tipo de «respuestas» deberían parar aquí. Estamos tratando asuntos complejos que no pueden reducirse a las certidumbres de los viejos Estados-nación ni al dogma del libre mercado. La historia no ha terminado, a pesar del triunfalismo de principios de los 90. El orden político se está reconstruyendo de múltiples formas en todo el planeta, y Escocia, como otras sociedades, está evolucionando. La dirección del viaje en las últimas décadas ha sido hacia el autogobierno y la reconstrucción de la nación, pero el destino es incierto. Se ha convertido en un cliché describir la devolución como un proceso y no un evento; pero las instituciones, una vez se establecen, toman vida propia. Todos los partidos están comprometidos para reabrir el acuerdo de 1999, pero un nuevo acuerdo ha de establecerse a dos niveles, en Escocia y en Westminster. El problema en Westminster probablemente no sea tanto el grado de autogobierno escocés, un tema al que parecen indiferentes tanto los líderes como la opinión inglesa, sino la influencia escocesa en el centro. Por ello, mi provocativa sugerencia es que podría ser que, al final, fueran los ingleses, en su defensa de la concepción unitaria de la constitución, y no los escoceses, que están más habituados a la política a diferentes niveles, los que rompieran la Unión.
Al escribir este libro me he beneficiado de discusiones con colegas procedentes de la ciencia política, la sociología, la historia y el derecho, de Escocia, Cataluña, el País Vasco, Galicia, Ontario, Quebec y el European University Institute. En la mejor tradición académica llevamos nuestras ideas al punto en el cual ya nadie sabe quién es responsable de ellas –el intento de nombrar a las personas llevaría inevitablemente a olvidar algunas de ellas. Su contribución, por tanto, se reconoce y agradece aunque sea de forma anónima. He presentado mis ideas en conferencias en la universidad de Aberdeen; en la de Edimburgo; en la Queen’s University of Belfast; en la Goldsmith’s, University of London; y en la Xunta de Galicia, Santiago de Compostela; Centre d’Estudis Jordi Pujol, Barcelona; Pentsamundua, Bilbao; Grup Blanquerna (Mallorca); y ante la American Political Science Association en Boston. Todas ellas han reforzado mi convicción de que Escocia solo puede comprenderse desde una perspectiva comparativa ya que, aunque sea diferente, está muy lejos de ser única.
Michael Keating
Aberdeen y Florencia, diciembre 2008.