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Día 1 Jueves, 26 de abril

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A bordo del vuelo BA 39 a Pekín. Asiento de ventanilla. Son las siete de la mañana cuando levanto la persiana de la ventanilla tras una noche de sueño entrecortado. Estiro el cuello y desde las alturas veo el polvoriento y espectacularmente yermo desierto marrón mongol. Debe de ser el Gobi. El resto de pasajeros tienen las persianas bajadas, pero, para mí, no hay color entre dormir y contemplar el desierto del Gobi. Estas son las tierras donde se iniciaron las invasiones. Fue en ese laberinto de montañas azotadas por el sol desde donde Gengis Kan partió con sus guerreros para conquistar buena parte del sur de Asia. Desde luego, dejó huella. Recuerdo haber leído en alguna ocasión que el insaciable apetito del mongol eran tal que uno de cada doscientos hombres vivos en la actualidad es pariente suyo. Miro a mi alrededor en la cabina del avión, pero es difícil de decir. Todos están dormidos.


Cuando nos acercamos a Pekín, una espesa capa de nubes bajas oculta el mágico y misterioso desierto, y realizamos nuestro largo descenso diurno entre la oscuridad, que ya no nos abandona hasta que el suelo aparece de pronto debajo de nosotros. Antes de darnos cuenta, rebotamos sobre la pista de aterrizaje.

Nos recibe Nick Bonner, pionero del turismo en Corea del Norte cuya empresa, Koryo Tours, ha organizado nuestro itinerario. No debemos hacer mención alguna ni de ITN, por su historial de periodismo de investigación, ni de Channel 5. Ambos se consideran herramientas del Gobierno británico y, por lo tanto, lacayos de los estadounidenses, etcétera, etcétera, aunque, como estoy a punto de descubrir en estos tiempos tan asombrosos en los que vivimos, ser un lacayo de los estadounidenses tampoco está tan mal.

Una vez me aseo y me cambio, salgo del hotel y camino por la ancha carretera que atraviesa la ciudad de este a oeste. Nick Bonner la llama «el Támesis de Pekín», pero es un río de tráfico que contamina todo a su alrededor. Cuanto más me acerco a la plaza de Tiananmén y a la Ciudad Prohibida, más numerosa se vuelve la multitud y mayor es la presencia policial. Empiezo a sentirme atrapado, así que doy media vuelta y me voy por donde he venido. Justo frente a la avenida principal, escondido entre dos altos bloques, encuentro un parquecito con sauces retorcidos y pabellones pintados con delicadeza y techados con tejas esmaltadas.

En Pekín, como en cualquier otro lugar del mundo, hay una ruta para la masa de turistas y otra para el turista aventurero. Este pacífico jardincito me anima a mantenerme alejado del camino que toman la mayoría y a regresar al hotel a través de laberínticas calles secundarias. Como recompensa, paso por delante de una serie de mercadillos llenos de gente con paradas de comida y de té y surrealistas chucherías de todo tipo.


Diario de Corea del Norte

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