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Día 2 Viernes, 27 de abril
ОглавлениеHe dormido bien, con la ayuda de dos pastillas de melatonina y del cansancio acumulado.
Hoy debo dejar atrás la comodidad del hotel Hyatt. Aunque la mayoría de los visitantes llegan a Corea del Norte en avión, nosotros hemos optado por un método más lento, y vamos a tomar el tren nocturno hasta la ciudad fronteriza de Dandong y, desde allí, atravesaremos, también en ferrocarril, la RPDC, hasta Pyongyang. A pesar de lo mucho que me gustan los trenes, sé que el viaje que me espera, especialmente al tener que negociar un cruce de fronteras, pondrá a prueba mi resistencia. Neil, el director; Jaimie, el cámara; Jake, su asistente; Doug, el técnico de sonido, y yo nos reunimos a media mañana en la oficina de Koryo Tours para realizar una última sesión preparatoria. La primera toma del documental es mi llegada. Me echo al hombro la bolsa de viaje, espero a que me den la entrada y, acto seguido, camino hacia la puerta de la oficina como si nunca lo hubiera hecho. En cuanto la cámara de Jaimie me sigue, vuelvo a ser simultáneamente viajero y presentador de un documental de viajes, y regreso a esta tierra a medio camino entre la realidad y la narración que no había visitado desde que grabé en Brasil, hace siete años.
Rodeado por la nutrida colección de pósteres y cuadros socialistas-realistas que ha acumulado en las más de dos décadas que lleva visitando Corea del Norte, Nick nos ofrece un avance de lo que nos espera, y lo hace combinando una miríada de advertencias con una gran dosis de humor. No puede predecir todo lo que experimentaremos, pero su mensaje es que este será un viaje diferente del que disfrutaremos. Sus folletos, repletos de consejos, se esfuerzan por destacar la alteridad del lugar al que nos dirigimos. «La RPDC es una sociedad conservadora. Los coreanos, por regla general, se visten y comportan con recato»; «Viajar por la RPDC sin la compañía de un guía podría acarrearle graves problemas a usted y a su agencia de viajes»; «Todo aquello que se perciba como un insulto, o incluso un chiste, sobre el sistema político de la RPDC y sus líderes se ve con muy malos ojos»; y, en una vena más tranquilizadora, «los coreanos consideran la carne de perro una exquisitez, pero no suelen servirla a los turistas».
El único consejo que me entristece de verdad es el que parece ir en contra de la esencia de lo que, para mí, es un viaje. «Recuerde que puede poner a los norcoreanos y a sus familias en una situación muy difícil si intenta establecer contacto con ciudadanos de a pie».
Nick nos entrega los visados para acceder a Corea de Norte. Están en tarjetas aparte: no se marca nada en nuestros pasaportes para evitar situaciones embarazosas en caso de que luego viajemos a países para los cuales la RPDC es el demonio. Ha llegado el momento de llevar nuestro equipaje y equipo a la estación. El sofocante calor es cada vez más intenso, aunque el sol permanece oculto tras un cielo nublado. Nick consulta su teléfono. El índice de calidad del aire está alrededor de 220. Esa cifra lo sitúa en la categoría de «Muy poco saludable». «No está mal para ser Pekín», comenta él, animado.
La primera etapa de nuestro viaje a Corea del Norte comienza de forma espléndida en la estación de Pekín, con sus techos de pagoda y sus múltiples torres. Su espacioso vestíbulo está ya abarrotado de viajeros. El reloj de la estación da las tres al son del viejo himno maoísta «Oriente es Rojo», lo que me retrotrae a mi primer viaje a China, en el verano de 1988, cuando el país tenía un aspecto y transmitía una sensación muy distintos de los actuales. Los monos maoístas y los ríos de bicicletas son cosa del pasado, y es más probable que los eslóganes que adornan los tejados sean anuncios de pasta de dientes que consignas políticas para enardecer a las masas.
Las escaleras mecánicas llevan a un torrente constante de pasajeros hacia la planta donde están las salidas. En el gran espacio en el que esperamos a que se anuncie nuestro andén, todas las sillas están ocupadas. Los únicos asientos vacíos se encuentran en una pequeña sala adjunta en un lateral, donde por unos pocos yuanes puedes sentarte en unos sillones mecánicos que te dan un masaje presionando diversas partes del cuerpo y bamboleándolas un poco. Con cierta cautela, pago mis veinte minutos y me reclino en uno de ellos. Es una sensación extraña. Todo el mundo intenta aparentar que simplemente se está relajando, cuando, en realidad, todos son perfectamente conscientes de que la sensación que experimentan se asemeja a la de estar atado a un saco lleno de tejones inquietos.
Mientras mi sillón me da una buena tunda, unas pantallas en la pared opuesta muestran imágenes de la histórica reunión que ha tenido lugar hoy entre los líderes de Corea del Norte y Corea del Sur en la zona desmilitarizada de Panmunjom, donde se firmó el armisticio que partió Corea en dos hace casi setenta años. Los apretones de manos, las sonrisas, las palmadas en la espalda y el melindroso caminar al cruzar una franja de cemento pueden parecer cursis, pero son testimonio de un extraordinario avance en las relaciones entre las dos Coreas. Aunque no puedo estar seguro, me parece que esto solo puede beneficiarnos y facilitar nuestro acceso a uno de los países más herméticos de la Tierra.
El tren está limpio y es moderno, con su jarra de acero inoxidable y lo que, si no me equivoco, es una escupidera, en el estante de la ventanilla de mi compartimento de cuatro camas. Nuestro técnico de sonido, Doug, nos saca una foto a Jaimie, Nick, Neil y a mí en el momento de la partida. El tren arranca puntual, a las cinco y media. Durante horas, no hay nada que ver más que una muralla ininterrumpida de bloques de pisos: los tentáculos de la ciudad se extienden insaciables hacia el campo para, al fin, conectar con los tentáculos de otra ciudad que tiene exactamente el mismo aspecto.
Cenamos tarde, aunque la comida es bastante buena. Ajos tiernos, cerdo y cebolla; un plato fuerte y sabroso, acompañado por una Budweiser fría y tinto Great Wall.
Intento dormir, pero no lo consigo. En mi compartimento entra el humo del tabaco de un grupo que habla muy alto en el pasillo. Me concentro en mi guía de conversación para el viajero en coreano.