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2- Psicoanalistas ventrílocuos1

1- Hostilidades

No es nada nuevo que se pinte al psicoanálisis como una realidad insoportable, tanto en su discurso como en cuánto práctica. Las fantasías más mortíferas se despliegan de forma omnipotente con toda tranquilidad, siendo la más pacífica la de su decadencia. Cosa extraña, esa orgía de ataques no ha afectado al crecimiento del psicoanálisis como práctica.

Es que la historia cultural y social del psicoanálisis da origen a dos movimientos. Uno de ellos concierne a la difusión, indefinidamente cuestionada por los mismos analistas, de un dispositivo (la situación analítica), de un proceso (el proceso analítico) y de los elementos teóricos vinculados a ellos: sexualidad infantil, formaciones del inconsciente, divisiones del sujeto, transferencia, interpretación, etc. Esas realidades, una vez identificadas, no cesan de dar origen a innovaciones teóricas y prácticas que discretamente, a través de los análisis de incontables sujetos, modifican la vida cotidiana de todo el mundo. Es por lo demás ese carácter laborioso e inventivo el que, las más de las veces, deja a los psicoanalistas, mientras puedan trabajar, relativamente impávidos frente a las agitaciones malévolas.

Sin embargo, el ejercicio mismo del psicoanálisis, al ser expandido, está sujeto a condiciones que no son psicoanalíticas sino culturales, sociales, políticas. El otro aspecto del desarrollo del psicoanálisis está así constituido por las condiciones históricas, extraordinariamente distintas, que regulan, en cada momento y lugar, la difusión no tanto ni tan sólo de la práctica del psicoanálisis sino de una suerte de explotación de las temáticas del psicoanálisis, explotación que las capta, las dirige hacia diversos objetivos.

¿Qué es lo que, en última instancia, ha determinado durante tanto tiempo la posición del psicoanálisis en ese contexto? Su relación con el liberalismo. Esa relación en Europa ha sido difícil y marginal con ambos movimientos políticos, liberal y socialista, entre los que los psicoanalistas se repartieron hasta que unos y otros fueran dejados fuera de juego por el fascismo y el nazismo. En los Estados Unidos, el historiador Eli Zaretsky2 ha señalado que el considerable éxito del “psicoanálisis” durante cincuenta años, entre 1910 y 1960, está unido a condiciones singulares improbables, tales como su puesta en relación con los movimientos terapéuticos religiosos del autoexamen puritano, generadores de toda una psicología popular que moviliza a los individuos de una manera distinta, y además a su empalme con el recato autónomo correlativo de la racionalización fordista del trabajo. La “peste” que Freud decía llevar ha sido pasteurizada. Desde fines del siglo XIX, el psicoanálisis le proporcionó a la psiquiatría un modelo etiológico y terapéutico coherente de las neurosis. Por el contrario, la medicalización del análisis en los Estados Unidos (la condición de ser médico para ser analista) preparó desde 1927 el frenado de su desarrollo, al convertirlo en tributario de los objetivos de la medicina, que nunca serán los suyos.

Ese apogeo estadounidense y anglosajón se debe también a la oportunidad histórica dada por la inmigración de incontables analistas europeos, expulsados por el nazismo y luego por el comunismo estaliniano de los países que inventaron e inauguraron la práctica del análisis y de la cultura que él produce. La actual hostilidad respecto del psicoanálisis tiene en efecto antecedentes siniestros. La cabalgata donquijotesca que se lanza hoy al asalto del “psicoanálisis” se olvida que ella misma se basa en esa cultura compartida. Durante treinta años, entre 1930 y 1960, la llamada Escuela de Frankfurt conjugó escrupulosa e inteligentemente, filosofía, psicoanálisis y sociología marxista, aplicados a las situaciones de actualidad, proyecto que en ciertos aspectos nunca fue abandonado.

En resumidas cuentas, por mucho que se haga y diga, las representaciones del psicoanálisis, sus conceptos, están integrados de múltiples maneras desde hace un siglo al ideario, tanto académico como general. En cuanto a los Estados Unidos, lo que ha desaparecido es una suerte de capricho asociado a los objetivos de un período dado, al servicio de los cuales el psicoanálisis ha sido utilizado: el uso psiquiátrico, normativo, contra el cual se han levantado con justa razón las luchas denominadas como de minorías: feministas, homosexuales, etc. Lo que de ninguna manera significa que desde el final del boom de entreguerras las corrientes psicoanalíticas estadounidenses no hayan podido desarrollarse en su diversidad.

En Francia, el auge del interés por el psicoanálisis a partir de los años ‘50 y el boom ideológico de los años ‘60-‘80 se realizó en condiciones totalmente distintas a la conquista estadounidense del Oeste Psíquico. En nombre del liberalismo contestatario que atraviesa los movimientos de los años ‘60, el relanzamiento de una orientación distinta del psicoanálisis se efectuó allí, a la vez contra la normalización psíquica engendrada por la versión estadounidense del psicoanálisis y contra la desubjetivación y la desexualización despiadadamente exigidas por los partidos comunistas en nombre del sacrificio del individuo y del pensamiento ante la Revolución. Mientras la práctica del psicoanálisis evolucionaba tumultuosamente en medio de repetidos conflictos institucionales, su movimiento social se difundía en las instituciones de salud mental y participaba a la vez de todas las formas de alzamiento contra las normas.

Durante ese período las controversias públicas acerca del “psicoanálisis” se referían no al desarrollo del ejercicio del psicoanálisis, que seguía su curso, sino al movimiento ideológico, en el que establecía, de maneras históricamente muy variables, acuerdos con las grandes fracciones ideológicas y políticas. Así, en los años ‘60 y ‘70 el interés por el psicoanálisis no era incompatible de un festival de críticas en regla hechas por los Deleuze, Foucault, con un estilo que nada tiene que ver con las operaciones de baja calaña que hemos visto desplegarse desde los años ‘90. La voluntad de saber de Michel Foucault, recibido muy fríamente por la comunidad psicoanalítica en 1976, más bien obliga a los psicoanalistas a reconsiderar su relación con la historia: sin mayor éxito en treinta años. Pero el psicoanálisis también obliga a los historiadores, sin hablar de los filósofos, a tomar en cuenta la dimensión del inconsciente, del sujeto, de la sexualidad, de lo femenino y lo masculino, artículos poco frecuentes en tierras de filosofía hasta entonces.

Las subjetividades patriarcales

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